jueves, 12 de abril de 2012

El camino desdeñado, de Robert Frost


El camino que pospuse

Robert Frost


El camino se partía en dos por el bosque amarillo,
y, apenado por no poder tomar ambos
siendo un único viajero, largo tiempo estuve en pie
oteando uno de ellos cuanto pude
hasta donde en la espesura se perdía;

y entonces tomé el otro justamente,
acaso acertado con la opción,
pues áspero era y requería paso frecuente,
aunque en cuanto a lo que allí vi
me hubiera marchado por cualquiera.

Y esa mañana ambos se me aparecían iguales.
¡Guardé el primero para luego!
Aun conociendo la forma como todo camina,
dudé si debía volver sobre mis pasos

¡debo estar diciéndolo con un suspiro
de aquí a la eternidad!
Dos, 
dos caminos se bifurcaban en un bosque

y yo tomé el menos transitado
y eso fue todo.

domingo, 8 de abril de 2012

Dylan Thomas, En mi oficio


Dylan Thomas

In my craft or sullen art...  


EN MI LABOR U HOSCO ARTE


En mi labor u hosco arte,
que ejerzo en la noche tranquila
cuando sólo rabia la luna
y descansan los amantes
con sus penas en los brazos,
trabajo a la luz cantora
no por ambición o pan,
lucimiento o simpatía
en escenarios ebúrneos,
sino por el salario común
de su escondido corazón.

No para los soberbios aparte
de la furiosa luna escribo
en estas páginas aspergidas
por espumas de mar,
ni para los muertos encumbrados
y sus ruiseñores y salmos,
sino para los amantes y sus brazos
que abarcan penas de siglos
y no elogian ni pagan
ni hacen caso de mi trabajo o quier si arte.

lunes, 12 de marzo de 2012

Gregorio Silvestre, Confusión


 Confusión

¡Qué niebla, qué confusión!
¿En qué Babilonia estoy?
¿Si he de ser, si fui, si soy?
¿Si tengo seso o razón,
o manera?
¿Soy acaso o soy quimera?
¿Soy cosa fantaseada
o soy un ser que no es nada,
o fuera más que no fuera?
Yo pregunto
si soy vivo o si difunto,
porque cuando miro en ello
no soy aquesto, ni aquello,
ni estotro, ni todo junto.
Ni hay que ver
si tengo o no tengo ser,
pues no soy gloria ni pena
ni cosa mala ni buena,
de pesar ni de placer.
He pensado
que soy un concepto errado,
un desastre de ventura,
un siniestro de natura,
compuesto desvarïado
de elementos.
Rüina de pensamientos,
cisma de sentidos varios,
revolución de adversarios,
furia de contrarios vientos
y aún peor.
El mismo qu’es el dolor
de mí sale y yo soy él;
él está en mí y yo estó en él
por una regla de amor
señalada;
no es mi vida atormentada
de desdichas de fortuna,
ni tienen fuerza ninguna
si de mí no les es dada
de prestado.
Yo no siento
ni alcanza mi pensamiento
qué mal tengo, ni en qué grado,
que el andar desvarïado
confunde el entendimiento.
No es penar,
no es tormento ni es pesar,
ni morir ni enloquecer,
sino que, a mi parecer,
es más que todo a la par.
Esto he olvidado:
si el principio fue causado
(y al fin me acuerdo que sí)
de una gloria que perdí
por querer demasïado.
El cómo fue,
por la pena que pasé
y el dolor que he sostenido,
pienso que ya lo es sabido,
pero agora no lo sé.
Así estoy más que perdido,
sin saber cómo ni cuándo,
desesperado esperando
que no sea lo que ha sido.
Vengo a tanto,
que de ver cuál es y cuánto
este mi grave cuidado,
me quedo de mí espantado
cómo de mí no me espanto.
En fin, hallo
que es yerro desmenuzallo:
mejor es para mi fe
que se piense que lo sé
y que por algo lo callo.
Yo he hecho lo que he podido;
Fortuna, lo que ha querido.

Gregorio Silvestre (1520-1569)

martes, 7 de febrero de 2012

Epístola a Mateo Vázquez, de Miguel de Cervantes




De Miguel de Cervante, [sic]  captivo, a M. Vázquez mi señor.

Si el bajo son de la zampoña mía,
señor, a vuestro oído no ha llegado
en tiempo que sonar mejor debía,

no ha sido por la falta de cuidado,
sino por sobra del que me ha traído
por extraños caminos desvïado.

También, por no adquirirme de atrevido
el nombre odioso, la cansada mano
ha encubierto las faltas del sentido.

Mas, ya que el valor vuestro sobrehumano,
de quien tiene noticia todo el suelo,
la graciosa altivez, el trato llano

anichilan el miedo y el vüelo
que ha tenido,  hasta aquí, mi humilde pluma,
de no quereros descubrir su velo,

de vuestra alta bondad y virtud suma
diré lo menos, que lo más no siento
quién de cerrarlo en verso se presuma.

Aquel que os mira en el subido asiento
do el humano favor puede encumbrarse
y que no cesa el favorable viento

y él se ve entre las ondas anegarse
del mar de la privanza, do procura,
o por fas o por nefas, levantarse,

¿quién dubda que no dice "la ventura
ha dado en levantar este mancebo
hasta ponerle en la más alta altura.

Ayer le vimos inexperto y nuevo
en las cosas que agora mide y trata,
tan bien, que tengo envidia y las apruebo"?

Desta manera se congoja y mata
el envidioso, que la gloria ajena
le destruye, marchita y desbarata.

Pero aquel que, con mente más serena
contempla vuestro trato y vida honrosa
y el alma dentro de virtudes llena,

no la inconstante rueda presurosa
de la falsa Fortuna, suerte o hado,
signo, ventura, estrella ni otra cosa

dice que es causa que en el buen estado
que agora poseéis os haya puesto,
con esperanza de más alto grado,

mas, sólo, el modo del vivir honesto,
la virtud escogida que se muestra
en vuestras obras y apacible gesto;

esta dice, señor, que os da su diestra
y os tiene asido con sus fuertes lazos
y a más y a más subir siempre os adiestra.

¡Oh sanctos, oh agradables dulces brazos
de la sancta virtud, alma y divina,
y sancto quien recibe sus abrazos!

¿Quién con tal guía como vos camina?
¿De qué se admira el ciego vulgo bajo,
si a la silla más alta se avecina?

Y, puesto que no hay cosa sin trabajo,
quien va sin la virtud, va por rodeo,
y, el que la lleva, va por el atajo.

Si no me engaña la experiencia, creo
que se vee mucha gente fatigada
de un solo pensamiento y un deseo:

pretenden más de dos llave dorada,
muchos un mesmo cargo y quien aspira
a la fidelidad de una embajada,

cada cual por sí mesmo al blanco tira
do asestan otros mil, y sólo es uno
cuya saeta dio do fue la mira,

y, este, quizá, que a nadie fue importuno,
ni a la soberbia puerta del privado
se halló, después de vísperas, ayuno,

ni dio ni tuvo a quien pedir prestado:
sólo con la virtud se entretenía
y en Dios y en ella estaba confiado.

Vos sois,  señor,  por quien decir podría
y lo digo y diré sin estar mudo,
que sola la virtud fue vuestra guía

y que ella sola fue bastante y pudo
levantaros al bien do estáis agora,
privado humilde, de ambición desnudo.

¡Dichosa y felicísima la hora
donde tuvo el real conocimiento
noticia del valor que anida y mora

en vuestro reposado entendimiento
cuya fidelidad, cuyo secreto,
es de vuestra virtudes el cimiento!

Por la senda y camino más perfecto
van vuestros pies, que es la que el medio tiene
y la que alaba el seso más discreto.

Quien por ella camina vemos viene
a aquel dulce süave paradero
que la felicidad en sí contiene.


Yo, que el camino más bajo y grosero
he caminado, en fría noche escura,
he dado en manos del atolladero,

y, en la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora quedo, estoy llorando
mi corta infelicísima ventura,

con quejas tierra y cielo importunando,
con suspiros el aire escuresciendo,
con lágrimas el mar acrescentando.

¡Vida es esta, señor, do estoy muriendo
entre bárbara gente descreída,
la malograda juventud perdiendo!

No fue la causa aquí de mi venida,
andar vagando por el mundo acaso
con la vergüenza y la razón perdida;

diez años ha que tiendo y mudo el paso
en servicio del gran Filipo nuestro,
ya con descanso, ya cansado y laso,

y, en el dichoso día que siniestro
tanto fue el hado a la enemiga armada
cuanto a la nuestra favorable y diestro,

de temor y de esfuerzo acompañada
presente estuvo mi persona al hecho,
más de esperanza que de hierro armada.

Vi el formado escuadrón roto y deshecho
y, de bárbara gente y de cristiana,
rojo en mil partes de Neptuno el lecho.

La muerte airada, con su furia insana,
aquí y allí, con priesa discurriendo,
mostrándose, a quien tarda, a quien temprana.

El son confuso, el espantable estruendo,
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y el agua iban muriendo.

Los profundos sospiros lamentables
que los heridos pechos despedían,
maldiciendo sus hados detestables.

Helóseles la sangre que tenían
cuando, en el son de la trompeta nuestra,
su daño y nuestra gloria conoscían.

Con alta voz, de vencedora muestra,
rompiendo el aire claro, el son mostraba
ser vencedora la cristiana diestra.

A esta dulce sazón, yo, triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba.

El pecho mío, de profunda herida,
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.

Pero el contento fue tan soberano,
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,

que no echaba de ver si estaba herido
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el sentido.

Y, en mi propia cabeza, el escarmiento
no me pudo estorbar que, el segundo año,
no me pusiese a discreción del viento

y al bárbaro, medroso pueblo extraño
vi: recogido, triste, amedrentado,
y, con causa, temiendo de su daño,

y al reino, tan antiguo y celebrado,
a do la hermosa Dido fue rendida,
al querer del troyano desterrado.

También, vertiendo sangre aún la herida
mayor, con otras dos quise hallarme
por ver ir la morisma de vencida.

¡Dios sabe si quisiera allí quedarme
con los que allí quedaron esforzados
y perderme con ellos o ganarme!

Pero mis cortos, implacables hados
en tan honrosa empresa no quisieron
que acabase la vida y los cuidados

y, al fin, por los cabellos me trujeron
a ser vencido por la valentía
de aquellos que, después, no la tuvieron

en la galera Sol (que escurescía
mi ventura su luz, a pesar mío),
fue la pérdida de otros y la mía.

Valor mostramos al principio, y brío,
pero, después, con la esperiencia amarga,
conoscimos ser todo desvarío.

¡Sentí de ajeno yugo la gran carga
y en las manos sacrílegas, malditas,
dos años ha que mi dolor se alarga!

Bien sé que mis maldades infinitas
y la poca atrición que en mí se encierra
me tiene entre estos falsos ismaelitas.

Cuando llegué vencido, y vi la tierra
tan nombrada en el mundo que en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,

¡no pude al llanto detener el freno,
que, a mi despecho, sin saber lo que era,
me vi el marchito rostro de agua lleno! [...]

Mi lengua balbuciente y cuasi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,

diciendo: "Alto señor, cuya potencia
sujetas trae mil bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia,

a quien los negros indios con sus dones
reconoscen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones,

¡despierte en tu real pecho el gran coraje,
la gran soberbia con que una bicoca
aspira de contino a hacerte ultraje!

La gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda, mal armada, que no tiene,
en su defensa, fuerte muro o roca.

Cada uno mira si tu armada viene
para dar a sus pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostienen.

Del amarga prisión, triste y escura,
adonde mueren veinte mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.

Todos (cual yo) de allá, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,

valeroso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando,

y, pues te deja agora la discordia
que hasta aquí te ha oprimido y fatigado
y gozas de pacífica concordia,

¡haz , oh buen Rey, que sea por ti acabado
lo que, con tanta audacia y valor tanto,
fue por tu amado padre comenzado!

¡Sólo el pensar que vas, pondrá un espanto
en la enemiga gente, que adevino
ya, desde aquí, su pérdida y quebranto!

¡Quién dubda que el real pecho begnino [sic]
no se muestre, escuchando la tristeza
en que están estos míseros contino!

Bien paresce que muestro la flaqueza
de mi tan torpe ingenio, que pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza,

pero el justo deseo la defiende.
Mas a todo silencio poner quiero:
que temo que mi pluma ya os ofende
y al trabajo me llaman donde muero.

domingo, 29 de enero de 2012

Himno a Proserpina y El jardín de Proserpina, de Swinburne


Hymn to Proserpine (After the Proclamation in Rome of the Christian Faith) 1866

Algernon Charles Swinburne

Vicisti, Galilaee. ["¡Venciste, Galileo!"]

I have lived long enough, having seen one thing, that love hath an end;
Goddess and maiden and queen, be near me now and befriend.
Thou art more than the day or the morrow, the seasons that laugh or that weep;
For these give joy and sorrow; but thou, Proserpina, sleep.
Sweet is the treading of wine, and sweet the feet of the dove;
But a goodlier gift is thine than foam of the grapes or love.
Yea, is not even Apollo, with hair and harpstring of gold,
A bitter God to follow, a beautiful God to behold?
I am sick of singing: the bays burn deep and chafe: I am fain
To rest a little from praise and grievous pleasure and pain.
For the Gods we know not of, who give us our daily breath,
We know they are cruel as love or life, and lovely as death.
O Gods dethroned and deceased, cast forth, wiped out in a day
From your wrath is the world released, redeemed from your chains, men say.
New Gods are crowned in the city; their flowers have broken your rods;
They are merciful, clothed with pity, the young compassionate Gods.
But for me their new device is barren, the days are bare;
Things long past over suffice, and men forgotten that were.
Time and the Gods are at strife; ye dwell in the midst thereof,
Draining a little life from the barren breasts of love.
I say to you, cease, take rest; yea, I say to you all, be at peace,
Till the bitter milk of her breast and the barren bosom shall cease.
Wilt thou yet take all, Galilean ? but these thou shalt not take,
The laurel, the palms and the paean, the breasts of the nymphs in the brake;
Breasts more soft than a dove's, that tremble with tenderer breath;
And all the wings of the Loves, and all the joy before death;
All the feet of the hours that sound as a single lyre,
Dropped and deep in the flowers, with strings that flicker like fire.
More than these wilt thou give, things fairer than all these things ?
Nay, for a little we live, and life hath mutable wings.
A little while and we die; shall life not thrive as it may?
For no man under the sky lives twice, outliving his day.
And grief is a grievous thing, and a man hath enough of his tears:
Why should he labour, and bring fresh grief to blacken his years ?
Thou hast conquered, O pale Galilean; the world has grown grey from thy breath;
We have drunken of things Lethean, and fed on the fullness of death.
Laurel is green for a season, and love is sweet for a day;
But love grows bitter with treason, and laurel outlives not May.
Sleep, shall we sleep after all ? for the world is not sweet in the end;
For the old faiths loosen and fall, the new years ruin and rend.
Fate is a sea without shore, and the soul is a rock that abides;
But her ears are vexed with the roar and her face with the foam of the tides.
O lips that the live blood faints in, the leavings of racks and rods !
O ghastly glories of saints, dead limbs of gibbeted Gods !
Though all men abase them before you in spirit, and all knees bend,
I kneel not neither adore you, but standing, look to the end.
All delicate days and pleasant, all spirits and sorrows are cast
Far out with the foam of the present that sweeps to the surf of the past:
Where beyond the extreme sea-wall, and between the remote sea-gates,
Waste water washes, and tall ships founder, and deep death waits:
Where, mighty with deepening sides, clad about with the seas as with wings,
And impelled of invisible tides, and fulfilled of unspeakable things,
White-eyed and poisonous-finned, shark-toothed and serpentine-curled,
Rolls, under the whitening wind of the future, the wave of the world.
The depths stand naked in sunder behind it, the storms flee away;
In the hollow before it the thunder is taken and snared as a prey;
In its sides is the north-wind bound; and its salt is of all men's tears;
With light of ruin, and sound of changes, and pulse of years:
With travail of day after day, and with trouble of hour upon hour;
And bitter as blood is the spray; and the crests are as fangs that devour:
And its vapour and storm of its steam as the sighing of spirits to be;
And its noise as the noise in a dream; and its depth as the roots of the sea:
And the height of its heads as the height of the utmost stars of the air:
And the ends of the earth at the might thereof tremble, and time is made bare.
Will ye bridle the deep sea with reins, will ye chasten the high sea with rods ?
Will ye take her to chain her with chains, who is older than all ye Gods ?
All ye as a wind shall go by, as a fire shall ye pass and be past;
Ye are Gods, and behold, ye shall die, and the waves be upon you at last.
In the darkness of time, in the deeps of the years, in the changes of things,
Ye shall sleep as a slain man sleeps, and the world shall forget you for kings.
Though the feet of thine high priests tread where thy lords and our forefathers trod,
Though these that were Gods are dead, and thou being dead art a God,
Though before thee the throned Cytherean be fallen, and hidden her head,
Yet thy kingdom shall pass, Galilean, thy dead shall go down to thee dead.
Of the maiden thy mother men sing as a goddess with grace clad around;
Thou art throned where another was king; where another was queen she is crowned.
Yea, once we had sight of another: but now she is queen, say these.
Not as thine, not as thine was our mother, a blossom of flowering seas,
Clothed round with the world's desire as with raiment, and fair as the foam,
And fleeter than kindled fire, and a goddess, and mother of Rome.
For thine came pale and a maiden, and sister to sorrow; but ours,
Her deep hair heavily laden with odour and colour of flowers,
White rose of the rose-white water, a silver splendour, a flame,
Bent down unto us that besought her, and earth grew sweet with her name.
For thine came weeping, a slave among slaves, and rejected; but she
Came flushed from the full-flushed wave, and imperial, her foot on the sea.
And the wonderful waters knew her, the winds and the viewless ways,
And the roses grew rosier, and bluer the sea-blue stream of the bays.
Ye are fallen, our lords, by what token? we wist that ye should not fall.
Ye were all so fair that are broken; and one more fair than ye all.
But I turn to her still, having seen she shall surely abide in the end;
Goddess and maiden and queen, be near me now and befriend.
O daughter of earth, of my mother, her crown and blossom of birth,
I am also, I also, thy brother; I go as I came unto earth.
In the night where thine eyes are as moons are in heaven, the night where thou art,
Where the silence is more than all tunes, where sleep overflows from the heart,
Where the poppies are sweet as the rose in our world, and the red rose is white,
And the wind falls faint as it blows with the fume of the flowers of the night,
And the murmur of spirits that sleep in the shadow of Gods from afar
Grows dim in thine ears and deep as the deep dim soul of a star,
In the sweet low light of thy face, under heavens untrod by the sun,
Let my soul with their souls find place, and forget what is done and undone.
Thou art more than the Gods who number the days of our temporal breath;
For these give labour and slumber; but thou, Proserpina, death.
Therefore now at thy feet I abide for a season in silence. I know
I shall die as my fathers died, and sleep as they sleep; even so.
For the glass of the years is brittle wherein we gaze for a span;
A little soul for a little bears up this corpse which is man.l
So long I endure, no longer; and laugh not again, neither weep.
For there is no God found stronger than death; and death is a sleep.


El Jardín de Proserpina.

(The garden of Proserpine)

Algernon Charles Swinburne.

Aquí, donde el mundo calma,
aquí, donde toda tribulación es apenas tumulto de vientos muertos y olas agotadas,
en un dudoso sueño de sueños veo crecer los campos verdes
entre sembradores y cosechadores,
entre la cosecha y la siega,
en un mundo de arroyos perezosos.

Estoy cansado de risas y lágrimas
y de los hombres que lloran y ríen,
de quien siembra para cosechar futuro.

Estoy cansado de días y de horas,
de trémulos capullos entre flores estériles,
de deseos y vislumbres de gloria,
de todo, salvo el Sueño.

Aquí la Vida es vecina de la Muerte;
lejos del oído y la vista
trabajan las olas pálidas los vientos húmedos,
giran los débiles barcos y los espíritus
vagan, errando con la marea,
sin saber hacia dónde se dirijan sus pasos.

Aquí esos vientos no soplan
aquí no crecen esas cosas.

Aquí no crecen hierbas ni malezas,
flores de brezo o vides,
sino estériles brotes de amapola,
verdes racimos de Proserpina,
blancas vasijas de ondulantes juncos.

Aquí nada florece o colorea,
salvo esta flor,
de la que Ella extrae para los hombres
un néctar de muerte.

Aunque uno tuviese la fuerza de siete,
también conocerá el fin;
no despertará con alas en el Cielo
ni lamentará las penas del Infierno.

Aunque fuera hermoso como las rosas,
su belleza se nublará y decaerá
y, por más que en el Amor descanse,
su fin no será bueno jamás.

Pálida, tras atrios y pórticos,
coronada de hojas tranquilas,
está quien recoge frutos amortecidos
con sus manos blancas y eternas;
sus labios son más dulces
que los del Amor, que la temen;
y más dulces para los confusos
que llegan cansados de épocas y tierras tantas.

Ella cuida de uno y de otro,
cuida de todos los mortales,
y olvida la Tierra, su madre;
y la vida de los frutos y los vegetales,
y la primavera y los granos,
y las golondrinas que se alejan y la siguen,
allí dónde los cantos helados suenan en falso
y las flores son despreciadas.

Allí van los amores marchitos,
los viejos amores con sus alas cansadas;
y todos los años muertos,
y todos los desastres;
sueños deshechos de días olvidados,
ciegos capullos que la nieve ha arrancado,
hojas secas que el viento llevose,
rojos peregrinos de fuentes arruinadas.

No reafirmamos la tristeza,
pues la alegría tampoco fue nunca segura;
el hoy morirá mañana
y el Tiempo no oye ninguna llamada
y el Amor débil e indolente
suspira con labios arrepentidos
llorando la brevedad de las pasiones
con los ojos del Olvido.

Por excesivo amor a la vida,
por la esperanza y el temor liberados,
brevemente agradecemos a los dioses,
sin importar quiénes sean,
que la vida no sea eterna,
que nunca los muertos se levanten,
que hasta el río más perezoso
llegue en sus giros al reposo del mar.

Porque entonces las estrellas no nos despertarán
ni el sol con sus resplandores de luz
ni el murmullo de las aguas inquietas,
ningún sonido y ninguna visión:
ni hojas estivales ni hojas invernales,
ni días ni lo diurno;
sólo un eterno sueño,
en una eterna noche.

viernes, 20 de enero de 2012

Si alguien me hubiera dicho, de Vicente Aleixandre

De Poemas de la consumación:


Si alguien me hubiera dicho


   Si alguna vez pudieras
haberme dicho lo que no dijiste.
En esta noche casi perfecta, junto a la bóveda,
en esta noche fresca de verano.
Cuando la luna ha ardido;
quemóse la cuadriga; se hundió el astro.
Y en el cielo nocturno, cuajado de livideces huecas,
no hay sino dolor,
pues hay memoria, y soledad, y olvido.
Y hasta las hojas reflejadas caen. Se caen, y duran. Viven.

Si alguien me hubiera dicho.
No soy joven, y existo. Y esta mano se mueve.
Repta por esta sombra, explica sus venenos,
sus misteriosas dudas ante su cuerpo vivo.
Hace mucho que el frío
cumplió años. La luna cayó en aguas.
El mar cerróse, y verdeció en sus brillos.
Hace mucho, muchísimo 
que duerme. Las olas van callando.
Suena la espuma igual, sólo a silencio.
Es como un puño triste
y él agarra a los muertos y los explica,
y los sacude, y los golpea contra las rocas fieras.

Y los salpica. Porque los muertos, cuando golpeados,
cuando asestados contra el artero granito,
salpican. Son materia.
Y no hieden. Están aún más muertos,
y se esparcen y cubren, y no hacen ruido.
Son muertos acabados.
Quizás aún no empezados.
Algunos ha amado. Otros hablaron mucho.
Y se explican. Inútil. Nadie escucha a los vivos.
Pero los muertos callan con más justos silencios.

Si tú me hubieras dicho
Te conocí y he muerto.
Sólo falta que un puño,
un miserable puño me golpee,
me enarbole y me aseste,
y que mi voz se esparza.

Los sollozos, de Marceline Desbordes-Valmore


Los sollozos
de Marceline Desbordes-Valmore


Traducción de Mauricio Bacarisse (1921)

¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.

De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.

Cuando la ola de días va agostando mi flor,
el purgatorio veo al perder el color.

¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí,
Dios de toda existencia, para llegar a ti!

Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz
que el peso del temor y del amor la cruz.

Para oír cómo gimen las almas condenadas
sin poderles decir “¡Estáis ya perdonadas!”

¡Dolor de los dolores; no poder agotar
los sollozos que intentan por doquiera brotar!

De noche tropezar en celdas intranquilas
que ningún alba tiñe con sus claras pupilas.

Ni poder decir al Señor incomprendido:
“¡Ay, Salvador de mi alma!, ¿es que aún no has venido?”

Me escondo; tengo miedo de tener miedo y frío,
como el ave caída teme por su albedrío.

A un recuerdo mis brazos vuelvo a abrir tristemente,
y mi alma más cercana el purgatorio siente.

Sueño que estoy en él, tras la muerte llevada,
como una esclava indócil, al fin de la jornada,

cubriendo con las manos el semblante abatido,
pisando el corazón, por tierra malherido.

Allí voy; precediéndome, mi llegada proclamo
y no oso desear nada de lo que amo.

Y este corazón mío no tendrá más dulzura
que los lejanos ecos de su antigua ventura.

Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?

Mientras el fallo eterno rechace mi plegaria
no arderá ante mis ojos ninguna luminaria.

No he de ver más escenas mundanas y horrorosas
que abatan mis humildes miradas dolorosas.

¡No gozaré del sol! ¿Por qué?... La luz querida
para el mal en la tierra, empero, está encendida.

Ve el culpable que a la horca su delito conduce
el saludo del orbe que se divierte y luce.

¡En los aires no hay pájaros! ¡No hay fuego en el hogar!
¡Y ni un Ave María reza el aura al pasar!

Para el junco del lago no hay un soplo viviente
ni aire para que exista un átomo viviente.

Ni el zumo de las frutas que ofrecen su frescura
al ingrato, tendré en mi sed y calentura.

Del corazón ausente que me hará padecer
acumularé el llanto que no puedo verter.

Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?

¡No más recuerdos de esos que me embargan de llanto
tan vivos, que viviera yo siempre de su encanto!

¡No más familia dulce, sentada en el umbral
que bendice cantando el sueño patriarcal!

¡Ni más voz adorada, cuya gracia invencible
hasta la Nada absurda tornaría sensible!

No más libros divinos desde el cielo exfoliados,
conciertos para el alma por la vista escuchados.

Y no osando morir tampoco oso vivir
ni buscar en la muerte quién me ha de redimir.

¿Por qué hay sobre las cunas, padres, la flor de un hijo
si al árbol y al arbusto siempre el cielo maldijo?

Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?

¡Bajo la cruz se inclina el alma prosternada,
del dolor de nacer con morir castigada!

Mas no tengo en la muerte si me siento expirar
ni una lejana voz que aconseje esperar.

¡Si en el cielo apagado alguna estrella pálida
esta melancolía besara con luz cálida!

¡Si bajo las sombrías bóvedas del horror
viera cómo me ven dos ojos con amor!

¡Ay, sería mi madre, intrépida y bendita,
que bajaría a ver a su hija precita!

¡Sí; mi madre podría al Dios justo ablandar
y ella me sacaría del horrible lugar!

De la esperanza joven alzara el fuerte viento
al fruto derribado por tanto sufrimiento.

Sentiría sus brazos, dulces, fuertes y hermosos,
arrastrarme, abrazada con ímpetus briosos.

El aire auxiliaría a mis alas nacientes
como a las golondrinas libres e independientes.

Huiría para siempre, pues mi madre al partir
viva me llevaría hacia lo porvenir.

Mas antes de pasar las mortales fronteras
otras almas quisiéramos tener por compañeras.

Y en aquel campo fúnebre en que dejaba flores
y el aroma que exhalan los llantos de dolores

caeríamos, solícitas, entusiastas y ardientes,
gritando “¡Acompañadnos!” a las almas dolientes.

“¿Venís hacia el estío en que ha de retoñar
el amor en que no hay que morir ni llorar?

¡Con Dios y sus palomas venid en santos vuelos!
¡Dejad vuestros sudarios; no hay tumbas en los cielos!

¡El sepulcro está roto por la eterna pasión!
¡Mi madre nos concibe en la eterna mansión!”

miércoles, 18 de enero de 2012

Oceano nox, Víctor Hugo

¡Ay!, ¡cuántos capitanes y cuántos marineros
que buscaron, alegres, distantes derroteros,
se eclipsaron un día tras el confín lejano!
Cuántos ¡ay!, se perdieron, dura y triste fortuna,
en este mar sin fondo, entre sombras sin luna,
y hoy duermen para siempre bajo el ciego oceano.

¡Cuántos pilotos muertos con sus tripulaciones!
La hojas de sus vidas robaron los tifones
y esparciolas un soplo en las ondas gigantes.
Nadie sabrá su muerte en este abismo amargo.
Al pasar, cada ola de un botín se hizo cargo:
una cogió  el esquife y otra los tripulantes.

Se ignora vuestra suerte, oh cabezas perdidas
que rodáis por las negras regiones escondidas
golpeando vuestras frentes contra escollos ignotos.
¡Cuántos padres vivían de un sueño solamente
y en las playas murieron esperando al ausente
que no regresó nunca de los mares remotos!

En las veladas hablan a veces de vosotros.
Sentados en las anclas, unos fuman y otros
enlazan vuestros nombres -ya de sombra cubierta-
a risas, a canciones, a historias divertidas,
o a los besos robados a vuestras prometidas,
¡mientras dormís vosotros entre las algas yertos!

Preguntan: «¿Dónde se hallan? ¿Triunfaron? ¿Son felices?
¿Nos dejaron por otros más fértiles países?»
Después, vuestro recuerdo mismo queda perdido.
Se traga el mar el cuerpo y el nombre la memoria.
Sombras sobre las sombras acumula la historia
y sobre el negro océano se extiende el negro olvido.

Pronto queda el recuerdo totalmente borrado.
¿No tiene uno su barca, no tiene otro su arado?
Tan sólo vuestras viudas, en noches de ciclones,
aún hablan de vosotros-ya de esperar cansadas-
moviendo así las tristes cenizas apagadas
de sus hogares muertos y de sus corazones.

Y cuando al fin la tumba los párpados les cierra,
nada os recuerda, nada, ni una piedra en la tierra
del cementerio aldeano donde el eco responde,
ni un ciprés amarillo que el otoño marchita,
ni la canción monótona que un mendigo musita
bajo un puente ya en ruinas que su dolor esconde.

¿En dónde están los náufragos de las noches oscuras?
¡Sabéis vosotras, ¡olas! , siniestras aventuras,
olas que en vano imploran las madres de rodillas!
¡Las contáis cuando avanza la marea ascendente
y esto es lo que os da aquella voz amarga y doliente
con que lloráis de noche golpeando en las orillas!

jueves, 29 de diciembre de 2011

Las indirectas del padre Cobos


FABULA XVII

LAS INDIRECTAS DEL PADRE COBOS.

Hartzenbusch

  Célebres entre agudos y entre bobos 
las indirectas son del padre Cobos; 
mas, como habrá sin duda quien aprecie 
que le declare alguno lo que fueron 
las tales indirectas en su especie, 
trasládole el informe que me dieron. 

  Parece, pues, que había 
en cierta población de Andalucía 
un convento ejemplar, con un prelado, 
siervo de Dios perfecto y acabado, 
que de ciencia y paciencia era un portento, 
por lo cual, uno a uno. 
dio en irle a visitar a su convento, 
sin qué ni para qué, tanto importuno, 
que siempre andaba el pobre atropellado 
para cumplir las reglas de su estado. 
Era portero de la casa un lego, 
catalán o gallego, 
Cobos apellidado, 
Bartolomé de nombre, alto, robusto, 
de resuelto genial y un poco adusto. 

Llamole el Superior y dijo: «Mire
si puede hacer, por indirecto modo,
que esa gente comprenda
que de tanta visita me incomodo.
—Yo haré que se retire
la tal familia presto»
Respondió el motilón.—«Sí, ponga enmienda,
pero indirectamente, por supuesto.
—Fíe, padre, en el tino de Bartolo:
para indirectas, ¡oh!, me pinto solo.»
Viene al siguiente día,
madrugando solícito, un molesto:
Llama. Tilín, tilín... «Ave María.»
Bartolo, sin abrir la portería,
dice al madrugador: «Hermano, trate
de ir a otro manantial que no se agote:
desde hoy ningún pegote
prueba de mi Prior el chocolate.»
Oyendo el hombre la indirecta rara,
se fue brotando bermellón su cara.
Llega un necio enseguida, 
y Cobos dice: «Excuse la venida:
¡mientras yo el cargo ejerza de portero,
no entra aquí ni gandul ni majadero!
Despedido el segundo visitante,
cata el número tres.—«Coja el portante,
prorumpe el fiero Cobos, usiría:
no está bien entre monjes un espía.»
Con una añadidura semejante,
y en tono proferida nada blando, 
Bartolo a cada cual fue despachando; 
y, desde entonces, al Prior bendito
no perturbó en su celda ni un mosquito. 

Contento el Padre y a la par confuso, 
al lego preguntó: «¿De qué manera 
con aquella familia se compuso, 
para que así de verme desistiera? 
—Fue cosa muy sencilla, 
mi querido Prior (Cobos repuso): 
Cada quisque llevó su indirectilla, 
y huyó de mí la incómoda cuadrilla. 
—Cuénteme las discretas expresiones, 
cuya virtud a la razón los trajo. 
—Les dije la verdad: sois un atajo 
de tunos, de chismosos y de hambrones. 
—¿A eso llama indirectas, en efecto? 
—Yo nunca en ellas fui más circunspecto. 
—Pues, hermano, mentiras o verdades, 
sus indirectas son atrocidades.» 

Dijo bien el Prior; mas como hay entes
en grado escandaloso impertinentes,
échaseles también, de buena gana,
tal cual indirectilla cobosiana.