jueves, 13 de junio de 2013

El Cuervo de Poe, en latín

Corvus

ALTA nox erat; sedebam tædio fessus gravi,
Nescio quid exoletæ perlegens scientiæ,
Cum velut pulsantis ortus est sonus meas fores—
Languido pulsantis ictu cubiculi clausas fores:
"Me meus", dixi, "sodalis serius visum venit".
Inde fit sonus;—quid amplius?”

Ah! recordor quod Decembris esset hora nubili,
In pariete quod favillæ fingerent imagines.
Crastinum diem petebam; nil erat solaminis,
Nil levaminis legendo consequi curæ meæ:—
De Leonina dolebam, cœlites quam nominant—
Nos non nominamus amplius.

Mœstus aulæi susurros purpurati, et serici,
Horrui vana nec ante cognita formidine;
Propter hoc, cor palpitans ut sisterem, jam dictitans
Constiti, “Meus sodalis astat ad fores meas,
Me meus sero sodalis hic adest efflagitans;
Inde fit sonus;—quid amplius?”

Mente mox corroborata, desinens vanum metum,
“Quisquis es, tu parce,” dixi “negligentiæ meæ;
Me levis somnus tenebat, et quantis tam lenibus
Ictibus fores meas, ut irritum sonum excites,
Quem mea vix consequebar aure”—tunc pandi fores:—
Illic nox erat;—nil amplius.

Has tenebras intuebar tum stupens mentu diu,
Hæsitans, et mente fingens quodlibet miraculum;
At tacebat omne limen ferreo silentio,
Et, “Leonina!” inde nomen editum solum fuit;
Ipse dixeram hoc, et echo reddidit loquax idem;—
Hæc vox edita est;—nil amplius.

In cubiclum mox regressus, concitis præcordiis,
Admodum paulo acriorem rursus ictum exaudio.
“Quicquid est, certe fenestras concutit,” dixi, “meas;
Eja, prodest experiri quid sit hoc mysterium—
Cor parumper conquiesce, donec hoc percepero;—
Flatus hic strepit;—nil amplius.”

Tunc repagulis remotis, huc et huc, en, cursitans,
Et micans alis, verenda forma, corvus insilit.
Blandiens haud commoratus, quam celerrime viam
Fecit et gravis, superbus, constitit super fores—
In caput divæ Minervæ collocans se sculptile
Sedit, motus haud dein amplius.

Nonnihil deliniebat cor meum iste ales niger,
Fronte, ceu Catoniana tetrica me contuens:
“Tu, licet sis capite lævi, tamen es acer, impiger,
Tam verendus,” inquam “et ater, noctis e plaga vagans—
Dic, amabo, qui vocaris nocte sub Plutonia?”
Corvus rettulit, “Non amplius.”

Ales iste luculenter eloquens me perculit,
Ipsa quamvis indicaret pæne nil responsio;
Namque nobis confitendum est nemini mortalium
Copiam datam videndi quadrupedem unquam aut alitem,
Qui super fores sederet sculptilem premens Deam,
Dictus nomine hoc, “Non amplius.”

At sedens super decorum solus ales id caput,
Verba tamquam mente tota dixit hæc tantummodo.
Deinde pressis mansit alis, postea nil proferens,
Donec ægre murmurârim, “Cæteri me negligunt—
Deseret me cras volucris, spes ut ante destitit.”
Corvus tunc refert, “Non amplius.”

Me statim commovit apta, quam dedit, responsio:
“Ista,” dixi, “sola vox est huic opes, peculium,
Quam miser præcepit actus casibus crebris herus
Ingruentibus maligne, donec ingemisceret,
Hanc querulam, destitutus spe, redintegrans diu,
Vocem lugubrem, ‘Non amplius.’”

Mox, nam adhuc deliniebat cor meum iste ales niger,
Culcitis stratum sedile colloco adversus fores;
Hac cubans in sede molli mente cogito mea,
Multa fingens continenter, quid voluerit alitis
Tam sinistri, dam tigrantis, tam macri, tam tetrici,
Ista rauca vox, “Non amplius.”

Augurans hoc considebam, proferens vocis nihil
Ad volucrem, jam intuentem pupulis me flammeis;
Augurans hôc plus sedebam, segniter fulto meo
Capite culcita decora, luce lampadis lita,
Quam premet puella mollem, luce lampadis litam,
Illa lux mea, ah! non amplius.

Visus aer thureis tunc fumigari odoribus,
Quos ferebant Dî prementes pede tapeta tinnulo.
“En, miser,” dixi, “ministrant—Dî tibi nunc exhibent
Otium multùm dolenti de Leonina tua!
Eja, nepenthes potitor, combibens oblivia!”
Corvus rettulit, “Non amplius.”

“Tu, sacer propheta,” dixi, “sis licet dæmon atrox!—
Tartarus seu te profundus, seu procella huc egerit,
Tu, peregrinans, et audax, hanc malam visens domum,
Quam colit ferox Erinnys—dic mihi, dic, obsecro,
Num levamen sit doloris, quem gero—dic, obsecro!”
Corvus rettulit, “Non amplius.”

“Tu, sacer propheta,” dixi, “sis licet dæmon atrox!—
Obsecro deos per illos queis uterque cedimus—
Dic dolenti, num remotis in locis olim Elysî
Sim potiturus puella numini carissima,
Num leoninam videbo, cœlites quam nominant.”
Corvus rettulit, “Non amplius.”

“Ista tempus emigrandi vox notet,” dixi fremens—
“Repete nimbum, repete noctis, tu, plagam Plutoniam!
Nulla sit relicta testans pluma commentum nigra!
Mitte miserum persequi me! linque Palladis caput!
E meo tu corde rostrum, postibus formam eripe!”
Corvus rettulit, “Non amplius.”

Et sedens pennis quietis usquem corvus, indies,
Sculptilis premit Minervæ desuper pallens caput;
Similis oculos molienti luctuosa dæmoni:
Sub lychno nigrat tapetes fluctuans umbra alitis;
Et mihi mentem levandi subrutam hac umbra meam
Facta copia est—non amplius!

viernes, 24 de mayo de 2013

Luis García Montero, Coplas a la muerte de un colega


1
De "Además", libro incluido en Poemas, Madrid: Visor, 2004.


1.

Recuerda, si se te olvida,
que este mundo es poca cosa,
casi nada,
que venimos a la vida
con la sombra de una losa
no pagada.
Los días como conejos
nos llevan en ventolera
al infierno,
su curso nos hace viejos
trocando la primavera
en invierno. 

2

El criador, con grande enojo,
cuando en la vida nos mete
y nos suelta,
para no quitarnos ojo
nos manda como un billete
de ida y vuelta.
Nacemos al desayuno,
comemos según vivimos
y cenamos
cuando parece oportuno,
por eso mientras dormimos
descansamos. 

   
3

Nuestras vidas son los sobres
que nos dan por trabajar,
que es el morir;
allí van todos los pobres
para dejarse explotar
y plusvalir;
allí los grandes caudales
nos engañan con halagos
y los chicos,
que explotando son iguales
las suspensiones de pagos
y los ricos. 

4

Mas porque pase la vida
sin que podamos sacarla
de este pozo,
no la demos por perdida,
que es posible rescatarla
con el gozo.
Pues decidme, la hermosura
de esos dos labios tan bellos
y empapados,
cuando pierdan su ternura
¿qué se podrá hacer con ellos
disecados? 

   
 
Coplas 5-8  
5

¿Qué hace ahora pendulero,
tan vacío y contrahecho,
sin color,
aquel órgano certero
que se puso tan derecho
en el amor?
¿Qué se hizo Marilyn?
Aquellos Beatles de antaño,
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto sinfín
de galanes que en un año
nos vendieron?

6

Y los tunos, los toreros,
las cantantes de revista
en el olvido;
las folklóricas primero,
el marqués y la corista
¿dónde han ido?
¿Dónde están los generales,
sus medallas y su espada
sin conciencia,
sino esperando mortales
a que les sea dictada
su sentencia?

   
7

Y el ritmo de los roqueros,
los canutos y la risa
del pasota,
los chorizos tironeros
que han vivido tan deprisa
y el drogota
que se inyecta mil caballos
por las venas, los colgados
y el camello,
¿dónde iremos a buscallos,
dónde son tan olvidados,
qué fue de ellos?

8

Todo pasa, es aguanieve
que se deshace en el suelo
silenciosa,
mientras que la vida llueve
y se nos puebla de duelo
cuando acosa,
nos apremia con su mano
y con sus ojos nos niega
torpemente,
el corazón de un hermano,
la presencia de un colega
diferente.

   
 
Coplas 9-13  
9

Recuerdo que atardecía,
recuerdo que vi su coche
detenerse,
recuerdo la compañía
de sus ojos en la noche,
sin saberse
tras la boca de un gatillo
que esperaba tembloroso
y asesino,
meterse por un pasillo
de aquel corazón dudoso
y su destino.
10

Y recuerdo la culebra
de la vida, fría, inerte
por su cara,
empapado de ginebra,
esperando que la muerte
lo besara.
Se lo llevó con desgana
la canción de una ambulancia
malherida,
las grúas de la mañana
recogieron su arrogancia,
ya sin vida.
   
11

Camarada de su gente,
¡qué pantera en el coraje
por nosotros!
¡Qué canalla adolescente!
¡Qué enemigo tan salvaje
con los otros!
Y para el valor, ¡qué fiero!
¡Qué destreza de alimañas!
¡Qué razón!
Para el amor marinero,
gobernando en sus pestañas
la pasión. 

12

No dejó ningún tesoro,
dos jeringas en el suelo
sin sentido,
su navaja en deterioro,
su gabán de terciopelo
descosido.
Pero estuvo en la ciudad
y acaudilló los suburbios
con la suerte,
y habló de la libertad
hasta ver los ojos turbios
de la muerte.

   
13

Y porque fue capitán
de camadas y patrullas
sin juicio,
porque ya no nacerán
dos manos como las suyas
para el vicio,
porque jamás nos vendió
y mordimos el anzuelo
de su historia,
aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria. 

martes, 21 de mayo de 2013

Lope de Vega, Epístola a Antonio Hurtado de Mendoza


EPÍSTOLA 
A DON ANTONIO HURTADO DE MENDOZA,
Caballero del hábito de Calatrava,
Secretario de su majestad.


Ya se pasaron, generoso Antonio,
las iras del rigor de mi fortuna,
si basta su mudanza en testimonio.

Mi condición, más fácil que importuna,
pensó que era pedir que se mudase
fijar la plata de la errante luna.

Consejo fue de Dios que le rogase
quien pretendiese de Él alguna cosa,
materia en que su forma dilatase.

La humana majestad, temporal diosa, 
también gusta de ser importunada 
para imprimir su forma poderosa. 

Quien nada pide, no merece nada: 
ya tengo el desengaño de haber sido, 
mi dicha no, mi condición culpada: 

Ya salgo a nueva luz del necio olvido, 
y de la queja criminal me aparto, 
si alguna mis estrellas han tenido. 

Bien haya el siglo de Felipe cuarto 
que, como coronado excelso monte, 
gigante dio la espectación del parto. 

¿Cómo os diré que fue Belerofonte 
de la quimera que formó mi estrella, 
sin ser de tanto sol pluma Faetonte? 

Que es imposible penetrar con ella 
cielo de tan divinas perfecciones, 
ni escura sombra actividad tan bella. 

Si admite peregrinas impresiones 
real esfera en su materia hermosa, 
encenderá mi amor exhalaciones, 

mis versos por su púrpura espaciosa 
cometas volarán con breve vida 
en los reinos del sol llama animosa; 

y, cuando la culpasen de atrevida, 
es delito menor que ser ingrata 
a la merced, Antonio, recibida. 

Divino cielo próspero dilata 
el cetro de Felipe soberano, 
y en muros de cristal montes de plata. 

Orbe mayor que el conquistado indiano
austral sirva a sus pies de rica alfombra,
a pesar del estrecho lusitano.

El mar, helado imperio de la sombra, 
sus islas rinda al suyo como aquellas, 
que el rojo oriente de su nombre nombra. 

Donde se ven seis meses las estrellas 
su nieve eterna adore, su luz pura, 
y reine el sol, si se ausentaren ellas. 

Sus islas le presente Sincapura,
selvas del mar, y a su león ofrezca 
sus fieras Anïan, Tabín su altura. 

De manera la margen engrandezca, 
Antonio, la filípica corona, 
que al sol para alcanzarla le anochezca.

Sus rayos de oro la no vista zona 
desconozcan nacida nuevamente, 
y ignoto viento la tremante lona, 

en todo, pero no su casamiento,
Fénix le admire el mundo y tenga España
de su alta sucesión perpetuo aumento.

De un rey es esta la primera hazaña,
que antes della no es justo que le vea
armado en blanco la marcial campaña.

En tales muestras el valor emplea,
que le tiemblan los montes carpetanos, 
cuyas robustas fieras alancea. 

Entonces Tajo a los cabellos canos 
el oro sacudió de sus arenas, 
besó sus plantas y adoró sus manos. 

Y las orillas fertiles y amenas, 
vestidas de cendales cristalinos 
se poblaron de cándidas Sirenas.

Dechados le ofrecieron peregrinos
con las historias del Augusto Carlos,
orlas de perlas y diamantes finos.

Los versos que cantaron, reiterarlos
fuera de mi ignorancia atrevimiento,
pues aun no le presumo de alabarlos.

Allí también al gran gobierno atento
pintaron al segundo sin segundo,
fundador de su eterno monumento

y en el Tercero aquel dolor profundo,
que templaron a España cinco flores
que han de esparcir su claro nombre al mundo.

¡Oh mil veces dichosos escritores,
que alcanzaréis los siglos que os esperan:
mayores hechos os harán mayores!

Las Musas, que a Felipe consideran 
divino protector de su esperanza, 
los perdidos laureles recuperan: 

y del siglo admirando la mudanza, 
heroico efecto de Felipe solo, 
que a letras y armas igualmente alcanza: 

saliendo más hermoso a nuestro polo, 
en forma humana descendió al Parnaso, 
y a las alegres Musas dijo Apolo: 

"Cantad el nuevo, el estupendo caso, 
Pimpleides bellas, modulantes diosas 
al son de los cristales del Pegaso. 

Coronad de verbenas amorosas
y verde mirto el oro de las frentes, 
mezclando blancas y puníceas rosas. 

Resuene por los aires trasparentes 
el nombre de Felipe en dulce rima, 
Felipe cuarto, honor de vuestras fuentes. 

Responda en eco el más remoto clima, 
y mil elogios a su nombre eterno 
con estampa inmortal mármol imprima. 

Decid que imita el celestial gobierno 
el cetro de sus polos venturoso, 
si bien de su verdor pimpollo tierno. 

Pase la negra línea del cerdoso
arco el llanto del ámbar y la grana, 
vista al salterio el plectro sonoroso: 

Escurezca la griega y la romana 
grandeza en Alejandro y en Augusto 
de Felipe la gloria soberana. 

Que su divino entendimiento y gusto 
honra, venera y premia los poetas, 
que bárbaro olvidaba siglo injusto. 

Ahora sí que se verán perfetas 
sus dulces obras con aliento nuevo, 
cuantas el disfavor hizo imperfetas". 

Apenas esto dijo el claro Febo, 
cuando el aplauso délfico derriba 
laurel, murta, arrayán y verde acebo: 

y, diciendo con él, ¡Felipe viva!, 
repetida del valle, monte y río, 
dio voz el aire al agua fugitiva. 

Pues ¿qué, si a mí me preguntara Clío, 
si era verdad que los poetas premia? 
¿Qué presto vieran el ejemplo mío? 

¡Oh, Antonio, claro honor del Academia 
del Tajo! Vuestro dulce entendimiento 
a lisonjas parece que me apremia. 

Mejor es para vos este argumento:
escribid las grandezas de Felipe,
que falta a mi rudeza atrevimiento.

¿Quién duda que esa vista se anticipe,
como más cerca a los segundos actos,
y que mayores luces participe?

Así de las visiones y los tactos,
que como forma substancial produce,
se ven los instrumentos más exactos

y así veréis también a qué le induce
mejor el apetito intelectivo,
que al alma las pasiones introduce.

Mas cuando en familiar estilo escribo:
"qué bachillera andáis, Filosofía"
pero ¿qué no sabrá genio tan vivo?

Porque vuestra dulcísima armonía 
afrenta las científicas escuelas 
con excelente y natural poesía. 

Arte, ¿por qué te afliges y desvelas, 
vencido en don Antonio de Mendoza, 
ni a tu soberbio labirinto apelas? 

El ingenio clarísimo que goza
rinde a sus versos la mayor doctrina, 
y a la mayor edad edad tan moza. 

Mas ¿dónde este paréntesis camina, 
después de persuadiros la alabanza 
de vuestros versos excelentes dina? 

No ponga en vuestro ardiente amor templanza 
ese humor melancólico, pues siento, 
que más contemplación con él se alcanza: 

que mejor el pasible entendimiento 
percibe las especies producidas 
en el agente por tristeza atento 

y están mejor guardadas y esculpidas 
de la virtud fantástica en un triste 
las intenciones a su afecto asidas; 

que la imaginación abstracta asiste
con mayor atención a lo que emprende
y lo que el placer con inquietud resiste. 

Pues si por dicha vuestro ingenio enciende 
Apolo con dulcísima armonía, 
que del olvido la virtud defiende, 

después de celebrar la valentía, 
las heroicas grandezas singulares 
deste divino sol vuestra Talía, 

decid cerno laureles y olivares
abrazaron su esplendida corona,
que no pudieron los distintos mares.

Pintad del Conde la real persona,
dulce severamente, amable y grave,
que el aspecto de Júpiter abona.

Pintad un claro príncipe que sabe,
porque sabe premiar quien lo merece,
no porque yo de que lo fui me alabe.

Mas porque a sombra de su sol florece 
la virtud militar y la alta ciencia, 
que a mí ni el proprio amor me desvanece. 

[Verdad es que partí de la presencia 
de mis padres y patria en tiernos años 
a sufrir de la guerra la inclemencia. 

Pasé por alta mar reinos extraños,
donde serví primero con la espada;
que con la pluma describiese engaños

rompió mi inclinación la comenzada 
palestra de las armas, y las Musas 
me dieron otra vida más templada. 

No pude resistir, que eran infusas, 
enseñándome versos y deseos 
amor, padre del ocio y las excusas: 

amor en tierna edad, cuyos trofeos 
o paran en destierros o en tragedias, 
con mil memorias para dos Leteos. 

Necesidad y yo, partiendo a medias 
el estado de versos mercantiles, 
pusimos en estilo las comedias. 

Yo las saqué de sus principios viles,
engendrando en España más poetas,
que hay en los aires átomos sutiles.

Mis años, que en figura de cometas
volaron por mi edad hasta las canas,
que suelen ser a su posar discretas,

pasando el tiempo en esperar mañanas
en la región de tantos desvaríos,
desvanecieron esperanzas vanas.

Mas ¿qué tienen que ver sucesos míos
con induciros a alabar al Conde,
ni el referir los juveniles bríos?

Decid que a su grandeza corresponde
la sangre que dio reyes a Castilla,
que el sol vuelve a salir, aunque se esconde.

Decid que hasta la envidia maravilla
el ver juntas en él divinamente
con la toga, la espléndida cuchilla.

Mató Guzmán el Bueno la serpiente,
que es timbre de sus armas sin veneno,
si la envidia de entrambos lo consiente,

y cuando por la daga el tronco ameno
no fuera el nombre antiguo propagando,
se llamara por él Guzmán el Bueno.

Yo siempre agradecido estoy pensando,
qué hipérboles, qué versos, qué concetos
irán mi amor y obligación mostrando:

estos serán de mi cuidado efetos:
¡oh, cuánto en admitir las voluntades
tienen de Dios los príncipes discretos! 

No corren de una suerte las edades:
yace a los pies de la verdad el oro,
que, en no habiendo interés, reinan verdades.

Y presumid, Antonio, que el tesoro
del rey de Lidia no pudiera tanto
que deslumbrara la verdad que adoro.

Ya vos me conocéis y sabéis cuánto
del vulgo de los hombres me retira 
de humanos precios el desprecio santo. 

Más una flor deste jardín me admira 
de quien fuistes vecino, que los techos 
que el ambicioso pretendiente mira. 

Ya tengo todos los sentidos hechos 
a una cierta moral filosofía 
que los anchos palacios juzga estrechos. 

Entre los libros me amanece el día 
hasta la hora que del alto cielo 
Dios mismo baja a la bajeza mía. 

Y, cuando nuestra luz con pies de hielo
la noche eclipsa, lo que al rezo sobra
su parte con las Musas me desvelo.

Pero ¿quién debe de palabra y obra
obligaciones justas a quien solo
en la desnuda voluntad las cobra?

A un gran señor, deste gobierno polo, 
no es lisonja alabarle, pues es justo 
hablar en él lo que permite Apolo. 

Esto es agradecer con pluma y gusto, 
Antonio, las mercedes recibidas 
de un príncipe magnánimo y augusto. 

Fuera de ser en verso permitidas,
de césares, de reyes, de hombres sabios
no siendo las verdades ofendidas.

Cuando los cortesanos astrolabios
toman la altura al polo con mentiras, 
convierten los servicios en agravios. 

Pero detente, pluma, que deliras
con la licencia que el amor te ha dado,
aunque, si el genio del sujeto miras,
lo mismo que te atreve te ha culpado.

lunes, 1 de abril de 2013

Angustia y humo, fábula de Hartzenbusch


Juan Eugenio Hartzenbusch 

El muchacho y la vela

Dijo una vez a la encendida vela 
un chico de la escuela: 
-Yo quiero, como tú, lucir un día. 
La vela respondió: -La suerte mía 
sólo es angustia y humo. 
Brillo, sí, mas brillando me consumo. 

sábado, 30 de marzo de 2013

Un par de epístolas de Jovellanos


Epístola de Fabio a Nafriso: descripción del Paular

Gaspar Melchor de Jovellanos
(1744–1811)

Credibile est illi numen inesse loco (Ovidius)

Desde el oculto y venerable asilo
do la virtud austera y penitente
vive ignorada y, del liviano mundo
huida, en santa soledad se esconde,
el triste Fabio al venturoso Anfriso
salud en versos flébiles envía.
Salud le envía a Anfriso, al que inspirado
de las mantuanas musas, tal vez suele
al grave son de su celeste canto
precipitar del viejo Manzanares
el curso perezoso: tal süave
suele ablandar con amorosa lira
la altiva condición de sus zagalas.

¡Plugiera a Dios, oh Anfriso, que el cuitado
a quien no dio la suerte tal ventura
pudiese huir del mundo y sus peligros!
¡Plugiera a Dios, pues ya con su barquilla
logró arribar a puerto tan seguro,
que esconderla supiera en este abrigo,
a tanta luz y ejemplos enseriado!
Huyera así la furia tempestuosa
de los contrarios vientos, los escollos,
y las fieras borrascas tantas veces
entre sustos y lágrimas corridas.
Así también del mundanal tumulto
lejos, y en estos montes guarecido,
alguna vez gozara del reposo,
que hoy desterrado de su pecho vive.

Mas ¡ay de aquel que hasta en el santo asilo
de la virtud arrastra la cadena,
la pesada cadena con que el mundo
oprime a sus esclavos! ¡Ay del triste
en cuyo oído suena con espanto,
por esta oculta soledad rompiendo,
de su señor el imperioso grito!

Busco en estas moradas silenciosas
el reposo y la paz que aquí se esconden,
y solo encuentro la inquietud funesta
que mis sentidos y razón conturba.

Busco paz y reposo, pero en vano
los busco ¡oh caro Anfriso! que estos dones,
herencia santa que al partir del mundo
dejó Bruno en sus hijos vinculada,
nunca en profano corazón entraron
ni a los parciales del placer se dieron.

Conozco bien que, fuera de este asilo,
solo me guarda el mundo sinrazones,
vanos deseos, duros desengaños,
susto y dolor; empero todavía
a entrar en él no puedo resolverme.
no puedo resolverme, y despechado
sigo el impulso del fatal destino
que a muy más dura esclavitud me guía.
Sigo su fiero impulso, y llevo siempre
por todas partes los pesados grillos
que de la ansiada libertad me privan.

De afán y angustia el pecho traspasado,
Pido a, la muda soledad consuelo
Y con dolientes quejas la importuno.
Salgo al ameno valle, subo al monte,
Sigo del claro río las corrientes,
Busco la fresca y deleitosa sombra,
Corro por todas partes, y no encuentro
En parte alguna la quietud perdida.

¡Ay, Anfriso, qué escenas a mis ojos,
Cansados de llorar, presenta el cielo!
Rodeado de frondosos y altos montes
Se extiende un valle, que de mil delicias
Con sabia mano ornó naturaleza.
Pártele en dos mitades, despeñado
De las vecinas rocas, el Lozoya,
Por su pesca famoso y dulces aguas.
Del claro río sobre el verde margen
Crecen frondosos álamos, que al cielo
Ya erguidos alzan las plateadas copas,
O ya, sobre las aguas encorvados,
En mil figuras miran con asombro
Su forma en los cristales retratada.
De la siniestra orilla un bosque umbrío
Hasta la falda del vecino monte
Se extiende: tan ameno y delicioso
Que le hubiera juzgado el gentilismo
Morada de algún dios, o a los misterios
De las silvanas Dríades guardado.

Aquí encamino mis inciertos pasos,
Mansión la más conforme para un triste,
Entro a pensar en mi crüel destino.
La grata soledad, la dulce sombra,
El aire blando y el silencio mudo,
Mi desventura y mi dolor adulan.
No alcanza aquí del padre de las luces
El rayo acechador, ni su reflejo
Viene a cubrir de confusión el rostro
De un infeliz en su dolor sumido.
El canto de las aves no interrumpe
Aquí tampoco la quietud de un triste,
Pues sólo de la viuda tortolilla
Se oye tal vez el lastimero arrullo,
Tal vez el melancólico trinado
De la angustiada y dulce Filomena.
Con blando impulso el céfiro süave,
Las copas de los árboles moviendo,
Recrea el alma con el manso ruido,
Mientras al dulce soplo desprendidas
Las agostadas hojas, revolando,
Bajan en lentos círculos al suelo,
Cúbrenle en torno, y la frondosa pompa
Que al árbol adornara en primavera,
Yace marchita y muestra los rigores
Del abrasado estío y seco otoño.

¡Así también de juventud lozana
Pasan, oh Anfriso, las livianas dichas!
Un soplo de inconstancia, de fastidio,
O de capricho femenil las tala
Y lleva por el aire, cual las hojas
De los frondosos árboles caídas.
Ciegos empero, y tras su vana sombra
De contino exhalados, en pos de ellas
Corremos hasta hallar el precipicio
Do nuestro error y su ilusión nos guían.
Volamos en pos de ellas como suele
Volar a la dulzura del reclamo
Incauto el pajarillo: entre las hojas
El preparado visco le detiene:
Lucha cautivo por huir, y en vano,
Porque un traidor, que en asechanza atisba,
Con mano infiel la libertad le roba
Y muerte le condena a cárcel dura.

¡Ah, dichoso el mortal de cuyos ojos
Un pronto desengaño corrió el velo
De la ciega ilusión! ¡Una y mil veces
Dichoso el solitario penitente
Que, triunfando del mundo y de sí mismo,
Vive en la soledad libre y contento!
Unido a Dios por medio de la santa
Contemplación, le goza ya en la tierra,
Y retirado en su tranquilo albergue
Observa reflexivo los milagros
De la naturaleza, sin que nunca
Turben el susto ni el dolor su pecho.

Regálanle las aves con su canto,
Mientras la aurora sale refulgente
A cubrir de alegría y luz el mundo.
Nácele siempre el sol claro y brillante,
Y nunca a él levanta conturbados
Sus ojos, ora en el oriente raye,
Ora, del cielo a la mitad subiendo,
En pompa guíe el reluciente carro;
Ora con tibia luz, más perezoso,
Su faz esconda en los vecinos montes.
Cuando en las claras noches cuidadoso
Vuelve desde los santos ejercicios,
La plateada luna en lo más alto
Del cielo mueve la luciente rueda
Con augusto silencio, y recreando
Con blando resplandor su humilde vista,
Eleva su razón, y la dispone
A contemplar la alteza y la inefable
Gloria del Padre y Creador del mundo.
Libre de los cuidados enojosos
Que en los palacios y dorados techos
Nos turban de confino, y entregado
A la inefable y justa Providencia,
Si al breve sueño alguna pausa pide
De sus santas tareas, obediente
Viene a cerrar sus párpados el sueño
Con mano amiga, y de su lado .ahuyenta
El susto y las fantasmas de la noche.

¡Oh suerte venturosa, a los amigos
De la virtud guardada! ¡Oh dicha, nunca
De los tristes mundanos conocida!
¡Oh monte impenetrable! ¡Oh bosque umbrío!
¡Oh valle deleitoso! ¡Oh solitaria,
Taciturna mansión! ¡Oh, quién, del alto
Y proceloso mar del mundo huyendo
A vuestra santa calma, aquí seguro
Vivir pudiera siempre, y escondido!

Tales cosas revuelvo en mi memoria
En esta triste soledad sumido.
Llega en tanto la noche, y con su manto
Cobija el ancho mundo. Vuelvo entonces
A los medrosos claustros. De una escasa
Luz el distante y pálido reflejo
Guía por ellos mis inciertos pasos;
Y en medio del horror y del silencio,
¡Oh fuerza del ejemplo portentosa!
Mi corazón palpita, en mi cabeza
Se erizan los cabellos, se estremecen
Mis carnes, y discurre por mis nervios
Un súbito rigor que los embarga.
Parece que oigo que del centro oscuro
Sale una voz tremenda que, rompiendo
El eterno silencio, así me dice:
«Huye de aquí, profano; tú, que llevas
De ideas mundanales lleno el pecho,
Huye de esta morada, do se albergan
Con la virtud humilde y silenciosa
Sus escogidos: huye, y no profanes
Con tu planta sacrílega este asilo.»
Con paso vacilante voy cruzando
De aviso tal al golpe confundido,
Los pavorosos tránsitos, y llego
Por fin a mi morada, donde ni hallo
El ansiado reposo, ni recobran
La suspirada calma mis sentidos.
Lleno de congojosos pensamientos
Paso la triste y perezosa noche
En molesta vigilia, sin que llegue
A mis ojos el sueño, ni interrumpan
Sus regalados bálsamos mi pena.
Vuelve por fin con la rosada aurora
La luz aborrecida, y en pos de ella
El claro día a publicar mi llanto
Y dar nueva materia al dolor mío.

JOVINO A SUS AMIGOS DE SALAMANCA

Est quodam prodire tenus, si non datur ultra.
(Horacio, Epis. I, lib. I, v. 32).

A vosotros, oh ingenios peregrinos,
que allá, del Tormes en la verde orilla,
destinados de Apolo, honráis la cuna
de las hispáneas musas renacientes;
a ti, oh dulce Batilo, y a vosotros,
sabio Delio y Liseno, digna gloria
y ornamento del pueblo salmantino;
desde la playa del ecuóreo Betis
Jovino el gijonense os apetece
muy colmada salud; aquel Jovino
cuyo nombre, hasta ahora retirado
de la común noticia, ya resuena
por las altas esferas, difundido
en himnos de alabanza bien sonantes,
merced de vuestros cánticos divinos
y vuestra lira al sonoroso acento;
salud os apetece en esta carta,
que la tierna amistad y la más pura
gratitud desde el fondo de su pecho
con íntima expresión le van dictando;
que pues le niega el hado el dulce gozo
de estrechar con sus brazos vuestros pechos,
de urbanidad y suave amor henchidos,
podrá al menos grabar en estas letras
la dulce sensación que en su alma imprime
del vuestro amor la tierna remembranza.
Y no extrañéis que del eolio canto
cansada ya su musa, se convierta
al compás lento y numeroso que ama
tanto la didascálica poesía;
que en vano de su pecho, penetrado
del forense rumor, y conmovido
al llanto del opreso, de la viuda
y el huérfano inocente, presumiera
lanzar acentos dulces, ni su lira,
otras veces sonora, y hora falta
de los trementes armoniosos nervios,
al acordado impulso respondiera,
ni en fin a los avisos que me dicta
tu voz, oh Polimnía, con astuta
y blanda inspiración fuera otro verso
que el verso parenético oportuno.
¡Ah, mis dulces amigos, cuán ilusos,
cuánto de nuestra fama descuidados
vivimos! ¡Ay, en cuán profundo sueño
yacemos sepultados, mientras corre
por sobre nuestras vidas, aguijada
del tiempo volador, la edad ligera!
¿Por ventura queremos que nos tope
sumidos en tan vil e infame sueño
la arrugada vejez, que poco a poco
se viene hacia nosotros acercando?
¿O que la muerte pálida sepulte
con nosotros también nuestra memoria?
Y el hombre a quien el Padre sempiterno
ornó con alto ingenio y con espíritu
eternal y celeste, ¿estará siempre
a escura y muelle vida mancipado,
sin recordar su divinal origen
ni el alto fin para que fue nacido?
¡Ay, Batilo! ¡Ay, Liseno! ¡Ay, caro Delio!
¡Ay, ay, que os han las magas salmantinas
con sus jorguinerías adormido!
¡Ay, que os han infundido el dulce sueño
de amor, que tarde o nunca se sacude!
No lo dudéis: mis ojos, aún no libres
del susto, en un sueño misterioso
sus infernales ritos penetraron.
¿Contárosle he? ¿Qué numen me arrebata
y fuerza a traspasar de mis amigos
el tierno corazón? Acorre ¡oh diva!,
y pues mi voz, a tu mandar atenta,
renueva en triste canto la memoria
del infando dolor, acorre, y alza
con soplo divinal mi flaco aliento.
Yacen del Tormes a la orilla, ocultos
entre ruinas, los restos venerables
de un templo, frecuentado en otros siglos
por la devota gente salmantina,
mas hora sólo de agoreros búhos
y medrosas lechuzas habitado.
La amenidad huyó de aquel recinto,
y sólo en torno de él dañosas yerbas
crecen, y altos y fúnebres cipreses.
Aquí su infame junta celebraron
las Lamias. ¡Oh, si fuera poderosa
mi voz de describirla y dar al mundo
cuenta de sus misterios nunca oídos!
En la mitad de su carrera andaba
la noche, y ya su manto tenebroso
cubría en torno el soñoliento mundo;
todo era oscuridad, que hasta la luna
su blanca faz del cielo retirara
por no ver el nefando sortilegio,
y el horror y el silencio más medroso
hacían el imperio de las sombras;
cuando desde una puerta del palacio
del Sueño un negro ensueño desprendido
llegó de un vuelo adonde yo yacía.
Con la siniestra suya asió mi mano,
y con medrosa voz: «Jovino, dice,
ven y verás el duro encantamiento
que prepara la Envidia a tus amigos.
Ven, y si en tal ejemplo no escarmientas,
¡triste de ti, mezquino!» Dijo, y luego
sobre sus negras alas me condujo
por medio de las sombras hasta el pórtico
del arruinado templo. No bien hube
llegado, cuando asidas de las manos,
siete horrendas figuras parecieron
desnudas, y de hediondas confecciones
ungido el sucio cuerpo. Presidenta
del congreso infernal la fiera Envidia
venía, de serpientes coronada
la frente, triste, airada, desdeñosa,
y de los Celos y el Rencor seguida.
En medio del silencio un gran suspiro
lanzó del hondo pecho, y revolviendo
la sesga vista en torno: «Nunca tanto,
dijo, de vuestro auxilio y vuestras artes
necesité, oh amigas, ni tan fiero,
ni tan grave dolor clavó algún día
en mi sensible corazón su punta.
¡Oh, si capaz de aniquilar el orbe
fuese la llama atroz que le devora!
Tres celebrados nombres (y con rabia
Batilo pronunció su torpe boca,
Delio y Liseno) por el ancho mundo
va esparciendo la Fama, mi enemiga.
Su trompa los proclama en todas partes,
y ya a más alto vuelo preparada,
si no la enmudecemos, estos nombres
serán muy luego alzados a las nubes,
y sonarán del uno al otro polo.
Febo los patrocina, y no le es dado
a mi flaco poder mancharlos; pero
se rendirán al vuestro, si adormidos
en blando amor…». No bien tan fiera idea
cayó del sucio labio, cuando en torno
del demolido templo en raudos giros
dio el maléfico coro siete vueltas.
Después alternativas susurraron
muchos versos de ensalmo, con palabras
de mágico vigor y rabia henchidas,
a cuya fuerza desde la honda entraña
de la tierra salieron redivivos
los fríos huesos, que de luengos días,
del humanal vestido ya desnudos,
allí dormían. ¡Ay, cuán prestamente
en los hambrientos dientes de la Envidia
los vi yo triturados, y en sus manos
a leve y sucio polvo reducidos…!
En esto hacia los ángulos internos
del templo corren las malignas sagas,
y del sombrío suelo mil dañosas
plantas recogen con siniestra mano
y misteriosos ritos arrancadas.
También allí prestó la cruda Envidia
su auxilio, y en sus palmas estrujando
las hojas y raíces, hizo luego
que destilasen los dañosos jugos
cuanta virtud en ellos se escondía.
El zumo de la fría adormidera,
cortada su cabeza al horizonte,
que infunde a veces el eterno sueño;
el de la yerba mora, que altamente
el cerebro perturba; el hyosciamo,
y el coagulante jugo que destilan,
heridas, las raíces misteriosas
de la fría mandrágula, allí fueron
diestramente extraídos, y con nuevo
ensalmo derramados sobre el polvo
de los humanos huesos. Mientras una
de las sagas volvía y revolvía
el preparado adormeciente lodo,
sacó la Envidia del cuidoso pecho
tres relucientes nóminas, con rasgos
de roja y venenosa tinta escritas.
¡Ah, no creáis, amigos, que mi pluma
os pretenda engañar! Mis propios ojos,
en tierno llanto entonces anegados,
vieron ¡oh maravilla! los tres nombres,
los dulces nombres de Ciparis bella,
de Julinda y de Mirta la divina,
que estaban allí escritos. Y cual suele
–si tiene tal prodigio semejante–
brillar con propia luz en noche oscura
la lienide purpúrea, que en su rumbo
suspende al receloso caminante,
así en la oscuridad resplandecían
los tres amados nombres. Entre tanto
mi corazón absorto palpitaba
de pasmo y de temor. La Envidia entonces,
dividiendo en pedazos muy menudos
las esplendentes nóminas, de esta arte
habló a sus compañeras: «Consumemos
¡oh amigas! nuestra obra, y estos nombres,
adorados de Delio y sus secuaces,
a la maligna confección mezclemos.
Su virtud penetrante, aun más activa
que los venenos mismos, irá recta-
mente a iludir sus tiernos corazones;
y a blando amor eternamente dados,
la vida pasarán adormecidos,
y morirán sin gloria». Dijo, y luego
mezcló los rutilantes caracteres
al cruel maleficio, e infundioles
nuevo vigor con su maligno soplo.
Repitieron las brujas el susurro
sobre la masa ponzoñosa, y dieron
alegre fin a la perversa junta.
Yo en tanto, lleno de dolor, enviaba
del hondo pecho a Apolo ardientes votos.
«Brillante Dios, decía, si la gloria
de tan dignos alumnos interesa
tu pía omnipotencia en favor suyo,
¡ah, destruye la fuerza venenosa
del duro encantamiento, y de la infamia
y de la eterna oscuridad redime
los nombres que otra vez has protegido!
¡Desata el preparado encantamiento,
y sálvalos, oh Dios, para que eterna-
mente suba a tu trono el dulce acento
de su lira, en cantares eucarísticos
gratamente empleada!». Aquí llegaba
el bien sentido ruego, que sin duda
oyó piadoso el numen, porque al punto
descendió un resplandor desde lo alto,
al meridiano sol muy semejante,
que iluminando el pavimento umbrío,
al golpe de su luz postró a la Envidia
y a sus viles ministras, y arrojolas
precipitadas hasta el hondo abismo.
¿Será estéril, oh amigos, de este ensueño
el misterioso anuncio? ¿Siempre, siempre
dará el amor materia a nuestros cantos?
¡De cuántas dignas obras, ay, privamos
a la futura edad por una dulce
pasajera ilusión, por una gloria
frágil y deleznable, que nos roba
de otra gloria inmortal el alto premio!
No, amigos, no; guiados por la suerte
a más nobles objetos, recorramos
en el afán poético materias
dignas de una memoria perdurable.
Y pues que no me es dado que presuma
alcanzar por mis versos alto nombre,
dejadme al menos en tan noble empeño
la gloria de guiar por la ardua senda
que va a la eterna fama, vuestros pasos.
Ea, facundo Delio, tú, a quien siempre
Minerva asiste al lado, sus; asocia
tu musa a la moral filosofía,
y canta las virtudes inocentes
que hacen al hombre justo y le conducen
a eterna bienandanza. Canta luego
los estragos del vicio, y con urgente
voz descubre a los míseros mortales
su apariencia engañosa, y el veneno
que esconde, y los desvía dulcemente
del buen sendero, y lleva al precipicio.
Después con grave estilo ensalza al cielo
la santa religión de allá abajada,
y canta su alto origen, sus eternos
fundamentos, el celo inextinguible,
la fe, las maravillas estupendas,
los tormentos, las cárceles y muertes
de sus propagadores, y con tono
victorioso concluye y enmudece
al sacrílego error y sus fautores.
Y tú, ardiente Batilo, del Meonio
cantor émulo insigne, arroja a un lado
el caramillo pastoril, y aplica
a tus dorados labios la sonante
trompa, para entonar ilustres hechos.
Sean tu objeto los héroes españoles,
las guerras, las victorias y el sangriento
furor de Marte. Dinos el glorioso
incendio de Sagunto, por la furia
de Aníbal atizado, o de Numancia,
terror del Capitolio, las cenizas.
Canta después el brazo omnipotente,
que desde el hondo asiento hasta la cumbre
conmueve el monte Auseva y le desploma
sobre la hueste berberisca y suban
por tu verso a la esfera cristalina
los triunfos de Pelayo y su renombre,
las hazañas, las lides, las victorias
que al imperio de Carlos, casi inmenso,
y al Evangelio santo un nuevo mundo
más pingüe y opulento sujetaron.
Canta también el inmortal renombre
del héroe metellímneo, a quien más gloria
que al bravo macedón debió la Fama.
O en fin, la furia canta y las facciones
de la guerra civil que el pueblo hispano
alió y opuso al alemán soberbio.
Dirás el golfo catalán en furia
contra Luis y su nieto, los leopardos
vencidos en Brihuega, y los sangrientos
campos de Almansa, do cortó a Filipo
sus mejores laureles la Victoria.
La empresa que a tu pluma reservada
queda, oh caro Liseno, ¡ah, cuán difícil
es de acabar, cuán ardua! Mas ya es tiempo
de proscribir los vicios indecentes
que manchan nuestra escena. ¡Cuánto, oh cuánto
la gloria de la patria se interesa
en este empeño! Triunfan mil enormes
vicios sobre el proscenio, y la ufanía,
el falso pundonor, el duelo, el rapto,
los ocultos y torpes amoríos,
contra el desvelo paternal fraguados,
y todas las pasiones son impune-
mente sobre las tablas exaltadas.
Despierta, pues, oh amigo, y levantado
sobre el coturno trágico, los hechos
sublimes y virtuosos, y los casos
lastimeros al mundo representa.
Ensalza la virtud, persigue el vicio,
y por medio del susto y de la lástima
purga los corazones. Vea la escena
al inmortal Guzmán, segundo Bruto,
inmolando la sangre de su hijo,
de su inocente hijo, al amor patrio…
¡Oh espíritu varonil! ¡Oh patria! ¡Oh siglos,
en héroes y altos hechos muy fecundos!
Vuestro auxilio también en esta empresa
imploro, oh mi Batilo, oh sabio Delio.
¡Ah, vea alguna vez el pueblo hispano
en sus tablas los héroes indígenas
y las virtudes patrias bien loadas!
Bajar podréis también al zueco humilde,
y describir con gesto y voz picantes
las costumbres domésticas, sus vicios
y sus extravagancias… Pero, ¿dónde
encontraréis modelos? Ni la Grecia,
ni el pueblo ausonio, ni la docta Francia
han sabido formarlos. Reina en todos
el vicio licencioso y la impudencia.
Mas cabe el ancha vía hay una trocha,
hasta ahora no seguida, do las burlas
y el chiste nacional yacen en uno
con la modestia y el decoro aliados.
Seguid, pues, este rumbo. ¡Qué tesoros
descubriréis en él! ¡Será el teatro
escuela de costumbres inocentes,
de honor y de virtud! Será… Mas, ¿dónde
del bien común el celo me arrebata?
¡Ah, si su llama alcanza a vuestro pecho,
de los trabajos vuestros cuán opimos
frutos debo esperar! ¡Y cuánta gloria
estará en otros siglos reservada
al celo de Jovino, si esta insigne,
si esta dichosa conversión, que tristes
y llenas de rubor tanto ha que anhelan
las musas españolas, fuese el fruto
de sus avisos dulces y amigables!