lunes, 19 de febrero de 2007

Amistad entre un literato y un científico

Aquel año de 1896, duodécimo de mi edad, cuando publiqué mi primera cosa en un periódico, me interesé también por las matemáticas. Me disgustaban profundamente; pero un día, el profesor de álgebra del colegio empezó así su lección:

-Un gavilán pasó volando por delante de un palomar, y saludó: "Adiós, mis señoras cien palomas". Y una de ellas le respondió: "No somos ciento; pero nosotras, más nosotras, más la cuarta parte de nosotras, más usted, señor gavilán, sí somos ciento." ¿Cuántas eran las palomas? ¿Alguno de ustedes sabe decírmelo?

Un muchacho que estaba a mi lado se puso en pie, como impelido por un resorte.

-Yo sabré.

-¿Sabrá usted? -preguntó el profesor.

-En cuanto resuelva la ecuación - contestó con desparpajo el alumno-. Porque se trata de una ecuación de primer grado con una incógnita.

-Salga usted a la pizarra.

-Pedro Antonio Heredia -así se llamaba el alumno, se llama aún- esgrimió la tiza y dijo:

-El número de palomas es lo que queremos saber, y es por ahora la incógnita.

Y escribió:

X+X++X/4+1=100

Quitó el uno de la proposición; redujo la igualdad a 99 y comenzó las operaciones. El primer término se iba reduciendo; la incógnita se iba separando de los números; la fórmula era cada vez más pequeña, y al fin la X se quedó sola, a la izquierda, y a la derecha, después del signo = apareció el número 36.

-Son las palomas-afirmó Heredia-, y saludó al profesor con una pirueta de acróbata de circo.

Toda la clase aplaudió.

Aquello había sido buscar lo desconocido, descubrirlo poquito a poco, encontrarlo después de haberlo perseguido como una ilusión y a mí me pareció un encanto.

-Oye, Perico Antuco- le dije en el recreo a mi amigo-. ¿Quieres venir a casa a darme paso de matemáticas?

-¿Me lo darás a mí de literatura?

Aquella noche vino Pedro a mi casa de la calle de la Minería, y vino muchas noches más, y pasábamos dos horas de provechosa y alegre intimidad. Él me decía en la ocasión propicia:

-No te olvides, Felipito. En todo triángulo a mayor lado se opone mayor ángulo, y los tras ángulos de un triángulo, aun los equiláteros, suman siempre dos rectos.

Y yo a él:

-Te presente, Perico, que cuando el verbo ser es copulativo, concierta con el predicado nominal y no con el sujeto. En El Quijote encontrarás ejemplos de esta concordancia: "Todos los encamisados era gente medrosa." Era y no eran, fíjate bien. "La demás chusma del bergantín son moros y turcos." Repara en esto: son y no es.

Un criado negro nos traía chocolate o refrescos, según la estación. Bebíamos repitiendo entre sorbo y sorbo. Él:

-Pleonasmo, hipérbaton, metonimia, epanadiplosis...

Y yo:

-Isósceles, escaleno, hipotenusa, paralaje...

-¡Mira qué epanadiplosis!
-¡Mira que paralaje!

Nos reíamos a carcajadas. Al filo de las doce se despedía...



De Felipe Sassone, La rueda de mi fortuna. Memorias, Madrid: Aguilar, 1955, p. 39-41

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