Canción Real a una Mudanza
Antonio Mira de Amescua
(1574?–1644)
Ufano, alegre, altivo, enamorado,
rompiendo el aire el pardo jilguerillo,
se sentó en los pimpollos de una haya,
y con su pico de marfil nevado
de su pechuelo blanco y amarillo
la pluma concertó pajiza y baya;
y celoso se ensaya
a discantar en alto contrapunto
sus celos y amor junto,
y al ramillo, y al prado y a las flores
libre y ufano cuenta sus amores.
Mas ¡ay! que en este estado
el cazador cruel, de astucia armado,
escondido le acecha,
y al tierno corazón aguda flecha
tira con mano esquiva
y envuelto en sangre en tierra lo derriba.
¡Ay, vida mal lograda,
retrato de mi suerte desdichada!
De la custodia del amor materno
el corderillo juguetón se aleja,
enamorado de la yerba y flores,
y por la libertad del pasto tierno
el cándido licor olvida y deja
por quien hizo a su madre mil amores:
sin conocer temores,
de la florida primavera bella
el vario manto huella
con retozos y brincos licenciosos,
y pace tallos tiernos y sabrosos.
Mas ¡ay! Que en un otero
dio en la boca de un lobo carnicero,
que en partes diferentes
lo dividió con sus voraces dientes,
y a convertirse vino
en purpúreo el dorado vellocino.
¡Oh inocencia ofendida,
breve bien, caro pasto, corta vida!
Rica con sus penachos y copetes,
ufana y loca, con ligero vuelo
se remonta la garza a las estrellas,
y, puliendo sus negros martinetes,
procura ser allá cerca del cielo
la reina sola de las aves bellas:
y por ser ella de ellas
la que más altanera se remonta,
ya se encubre y trasmonta
a los ojos del lince más atentos
y se contempla reina de los vientos.
Mas ¡ay! que en la alta nube
el águila la vio y al cielo sube,
donde con pico y garra
el pecho candidísimo desgarra
del bello airón que quiso
volar tan alto con tan corto aviso.
¡Ay, pájaro altanero,
retrato de mi suerte verdadero!
Al son de las belísonas trompetas
y al retumbar del sonroso parche,
formó escuadrón el capitán gallardo;
con relinchos, bufidos y corvetas
pidió el caballo que la gente marche
trocando en paso presuroso el tardo:
sonó el clarín bastardo
la esperada señal de arremetida,
y en batalla rompida,
teniendo cierta de vencer la gloria,
oyó a su gente que cantó victoria.
Mas ¡ay! que el desconcierto
del capitán bisoño y poco experto,
por no observar el orden
causó en su gente general desorden,
y, la ocasión perdida,
el vencedor perdió victoria y vida.
¡Ay, fortuna voltaria,
en mis prósperos fines siempre varia!
Al cristalino y mudo lisonjero
la bella dama en su beldad se goza,
contemplándose Venus en la tierra,
y al más rebelde corazón de acero
con su vista enternece y alboroza,
y es de las libertades dulce guerra:
el desamor destierra
de donde pone sus divinos ojos,
y de ellos son despojos
los purísimos castos de Dïana,
y en su belleza se contempla ufana.
Mas ¡ay! que un accidente,
apenas puso el pulso intercadente,
cuando cubrió de manchas,
cárdenas ronchas y viruelas anchas
el bello rostro hermoso
y lo trocó en horrible y asqueroso.
¡Ay, beldad malograda,
muerta luz, turbio sol y flor pisada!
Sobre frágiles leños, que con alas
de lienzo débil de la mar son carros,
el mercader surcó sus claras olas:
llegó a la India, y, rico de bengalas,
perlas, aromas, nácares bizarros,
volvió a ver las riberas españolas.
tremoló banderolas,
flámulas, estandartes, gallardetes:
dio premio a los grumetes
por haber descubierto
de la querida patria el dulce puerto.
Mas ¡ay! que estaba ignoto
a la experiencia y ciencia del piloto
en la barra un peñasco,
donde, tocando de la nave el casco,
dio a fondo, hechos mil piezas,
mercader, esperanzas y riquezas.
¡Pobre bajel, figura
del que anegó mi próspera ventura!
Mi pensamiento con ligero vuelo
ufano, alegre, altivo, enamorado,
sin conocer temores la memoria,
se remontó, señora, hasta tu cielo,
y contrastando tu desdén airado,
triunfó mi amor, cantó mi fe victoria;
y en la sublime gloria
de esa beldad se contempló mi alma,
y el mar de amor sin calma
mi navecilla con su viento en popa
llevaba navegando a toda ropa.
Mas ¡ay! que mi contento
fue el pajarillo y el corderillo exento,
fue la garza altanera,
fue el capitán que la victoria espera,
fue la Venus del mundo,
fue la nave del piélago profundo;
pues, por diversos modos,
todos los males padecí de todos.
Canción, ve a la coluna
que sustentó mi próspera fortuna,
y verás que, si entonces
te pareció de mármoles y bronces,
hoy es mujer y, en suma,
breve bien, fácil viento, leve espuma.
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