jueves, 11 de junio de 2020

Poemas de la I Guerra Mundial de Siegfried Sasoon

Winston Churchill escribió que toda generación debería releer los poemas de S. Sasoon para saber de verdad qué significaba una guerra. Es traducción libre, traidora y propia:

"Marchan desde la seguridad y la alegría que cantan los pájaros, / desde el plantío verde como la hierba hacia la tierra donde todo es ruina / y nada florece sino el cielo... / A través de un Walhalla lunar pasarán / batallones y batallones destinados al Infierno: / el ejército que no volverá a ser joven; / las legiones que sufrieron y son polvo"

DESTIERRO

Me desterraron de luchadores y pacientes.
Con pena se golpeó mi corazón, se edificó mi orgullo,
y, uno con otro, hombro con hombro, doloridos
se alejaron de la viviente luz de la llanura.
Sus culpas se hicieron las mías; aunque siempre, ante mis ojos,
marcharon vestidos de honor. Pero murieron,
no uno tras otro: y lloré, amotinado
contra quienes los llevaron a la noche.

La oscuridad cuenta cuán en vano me he esforzado
por liberarlos del pozo donde deben habitar por condena.
En marginada penumbra convulsa, mordida y desgarrada
de cañones, el amor me llevó a rebelarme;
y el amor a tientas por el Infierno me  devuelve a ellos:
a sus torturados ojos, estoy absuelto.

CONTRAATAQUE

(1918)

Horas antes habíamos alcanzado el objetivo primero.
Y entonces el amanecer surgía con cara que mira preguntándose,
pálida, sin afeitar, sedienta, ciega de humo.
Parecía estar bien todo al principio. Mantuvimos la posición
situando los morteros y las armas en su sitio
y sonaban las palas cavando  una trinchera poco honda.
Podrido de muertos estaba el lugar; desparramadas 
y arrastradas a lo largo las torpes pantorrillas de altas botas verdes.
Troncos sin savia boca abajo, chupados por el lodo, revolcados como sacos terreros
llenos apenas, pisoteados, y las nalgas al aire empapadas;
en esteras de yerbajo dormían sus cabezas, abultando coágulos
sobre la baba enlucida. Y entonces comenzó a llover ¡alegre lluvia vieja!

Un enorme soldado se arrodilló contra el borde
escudriñando la mañana: se desvanecía la niebla.
Se preguntó cuánto tiempo más en lo suyo estarían los alemanes;
y luego, por supuesto, comenzaron su barrido de nueve a cinco,
seguro como el destino, y nunca fracasado.
Mudo por el clamor de los obuses, los vio estallar
escupiendo ráfagas de Infierno, alambre espinoso y tierra oscura,
mientras se posaban disueltos los gigantes montones de humo.
Se agachó encogido, mareado de miedo galopante,
enfermo por escapar, por el horror estrangulado
y los frenéticos gestos de los muertos machacados.

Un oficial bajó corriendo la trinchera:
"¡Ponte en pie y contesta al fuego!" Y se fue
jadeando y gritando "¡contrafuego, contraataque!"
Entonces se disipó la bruma: bombazos a la diestra,
ametralladoras a siniestra, y abajo el lodo eterno:
tambaleantes siluetas se asomaban por delante.
"¡Cristo, vienen por nosotros!" Escupieron sus balas,
y los rifles recordaron: fuego raudo.
Él comenzó a arder salvajemente; después, un estallido
lo arrugó noqueado, girándolo de lado;
gruñía retorcido sin que nadie lo oyera; atragantado,
sofocado, luchaba ya con vendas de sombra aleteante,
perdido en la borrosa confusión de gritos y gemidos.
Abajo y abajo y más abajo se hundió y ahogó
hasta morir desangrado. El contraataque había fallado.

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