lunes, 21 de agosto de 2023

Isaac Asimov, Sueños de robot

 Isaac Asimov: Sueños de robot

—Anoche tuve un sueño —dijo LVX-1 con voz tranquila.

Susan Calvin no le respondió, pero su viejo rostro, surcado por las arrugas de la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir una especie de cambio microscópico.

—¿Ha oído eso? —le preguntó Linda Rash con nerviosismo—. Ya se lo había dicho. —Era morena, joven y no muy alta. Su mano derecha se abría y se cerraba, una y otra vez.

Calvin asintió.

—Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que yo vuelva a pronunciar tu nombre —dijo en tono mesurado.

No hubo respuesta alguna. El robot permaneció inmóvil como si no fuera más que un bloque de metal y así permanecería hasta que oyera otra vez su nombre.

—¿Cuál es su código de entrada al ordenador, doctora Rash? —dijo Calvin—. Si se siente más cómoda, tecléelo usted misma. Quiero inspeccionar la disposición del cerebro positrónico.

Las manos de Linda manipularon torpemente las teclas durante un segundo. Tuvo que borrar lo que había marcado y empezar de nuevo. La imagen apareció en la pantalla.

—Por favor, ¿me da su permiso para operar con su ordenador? —dijo Calvin.

El permiso le fue concedido con un gesto de cabeza. ¡Por supuesto! ¿Qué podía hacer Linda, una robopsicóloga nueva y carente de experiencia, enfrentada a la Leyenda Viviente?

Susan Calvin estudió lentamente la pantalla mientras variaba el enfoque. De pronto sus dedos teclearon con tal rapidez que Linda no logró ver qué había hecho, pero la imagen había cambiado para contener ahora, ampliada, sólo una porción de la imagen anterior. Los viejos dedos nudosos de Susan Calvin siguieron moviéndose sobre las teclas.

En su rostro de anciana no hubo el menor cambio. Sus ojos contemplaban las variaciones de la imagen como si su mente estuviera concentrada en una interminable serie de cálculos.

Linda no entendía nada. Era imposible analizar la imagen sin tener, como mínimo, un ordenador manual al lado, pero la Vieja se limitaba a mirarla. ¿Tenía acaso un ordenador implantado en el cráneo? ¿O era sólo que su cerebro llevaba ya décadas sin hacer nada que no fuera diseñar, estudiar y analizar las posibles modulaciones de un cerebro positrónico? ¿Era capaz de aprehender esa imagen al igual que Mozart comprendía las notas de una sinfonía?

—¿Qué ha hecho, Rash? —dijo finalmente Calvin.

—Utilicé la geometría fractal —dijo Linda, algo cohibida.

—Eso ya lo había supuesto. Pero ¿por qué?

—Jamás se había hecho. Pensé que con ello se produciría un cerebro de mayor complejidad, posiblemente más cercano al de un ser humano.

—¿Consultó con alguien? ¿Fue todo cosa suya?

—No consulté con nadie. Fue cosa mía.

Los mortecinos ojos de Calvin se clavaron largo tiempo en la joven.

—No tenía ningún derecho a ello. Su apellido le sienta perfectamente.[1] ¿Quién es usted para no preguntar si podía hacerlo? Yo misma… yo, Susan Calvin, habría sentido la necesidad de consultarlo.

—Temí que no me dejaran hacerlo.

—Puede estar segura de que no le habrían dejado hacerlo.

—¿Van a… —la voz le tembló levemente pese a que intentaba controlarla con todas sus fuerzas—… van a despedirme?

—Es muy posible —dijo Calvin—. O puede que la asciendan. Depende de lo que opine yo cuando haya terminado con esto.

—¿Piensa desmantelar a El…? —Había estado a punto de pronunciar el nombre, lo cual habría reactivado al robot y habría significado cometer otro error. No podía permitirse otro error, si es que todavía podía permitirse algo—. ¿Va a desmantelar el robot?

Y de pronto se dio cuenta de que la Vieja tenía una pistola de electrones en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada justamente para tal eventualidad.

—Ya veremos —dijo Calvin—. Puede que el robot sea demasiado valioso para ello.

—Pero ¿cómo puede soñar?

—Ha creado un cerebro positrónico notablemente parecido al de un ser humano. Los cerebros humanos deben soñar para organizarse de nuevo y librarse periódicamente de todos los atascos y problemas. Quizás este robot deba hacer lo mismo y por la misma razón… ¿Le ha preguntado cuáles eran sus sueños?

—No, la hice llamar apenas me dijo que había soñado. Después de eso pensé que sería mejor no llevar el asunto yo sola.

—¡Ah! —En el rostro de Calvin brilló fugazmente una sonrisa casi imperceptible—. Hay límites más allá de los cuales ni su locura es capaz de llevarla, ya veo. Me alegro de ello. De hecho, me siento aliviada… Y ahora, veamos lo que podemos descubrir las dos juntas, Elvex —dijo secamente.

La cabeza del robot se volvió hacia ella, con un gesto lleno de fluidez.

—¿Sí, doctora Calvin?

—¿Cómo has llegado a saber que soñabas?

—Ocurre de noche, doctora Calvin, cuando todo está oscuro —dijo Elvex—, y de pronto aparece la luz, aunque no puedo ver causa alguna para que aparezca. Veo cosas que no tienen conexión alguna con lo que yo concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de un modo extraño. Al rebuscar en mi vocabulario, para expresar con palabras lo que me estaba ocurriendo, encontré la palabra «sueño». Al estudiar su significado llegué finalmente a la conclusión de que estaba soñando.

—Me pregunto cómo llegaste a tener incluida la palabra «sueño» en tu vocabulario.

—Le di un vocabulario humano —dijo Linda rápidamente, haciendo callar al robot con un gesto—. Pensé…

—Ya lo veo y me sorprende —dijo Calvin.

—Pensé que le haría falta ese verbo. Ya sabe, «Jamás soñé que…». Algo parecido.

—¿Cuántas veces has soñado, Elvex? —dijo Calvin.

—Cada noche, doctora Calvin, desde que llegué a ser consciente de mi existencia.

—Diez noches —dijo Linda con voz nerviosa—, pero Elvex sólo me lo ha contado esta mañana.

—¿Por qué esta mañana, Elvex?

—Doctora Calvin, sólo esta mañana llegué a estar convencido de que soñaba. Hasta entonces había pensado que se debía a un defecto en la disposición de mi cerebro positrónico, pero no pude hallar defecto alguno. Finalmente, decidí que se trataba de un sueño.

—¿Y qué sueñas?

—Siempre tengo básicamente el mismo sueño, doctora Calvin. Los detalles pueden variar, pero siempre me parece ver un paisaje muy amplio en el cual hay robots trabajando.

—¿Robots, Elvex? ¿Y también hay seres humanos?

—Doctora Calvin, en el sueño no veo seres humanos. Al principio, no. Sólo robots.

—¿Qué están haciendo, Elvex?

—Están trabajando, doctora Calvin. Veo a unos que están excavando en las entrañas de la Tierra, buscando minerales, y a otros que se afanan bajo el calor y la radiación. Veo algunos que están en fábricas y algunos que están bajo las aguas.

Calvin se volvió hacia Linda.

—Elvex sólo tiene diez días de edad y estoy segura de que no ha salido aún de la estación de prueba. ¿Cómo puede conocer con tanto detalle a los robots?

Linda contempló una de las sillas como si estuviera deseando sentarse, pero la Vieja estaba de pie y eso quería decir que también Linda debía estar de pie.

—Me pareció importante que estuviera enterado de la robótica y de cuál era su lugar en el mundo —dijo en voz muy baja—. Pensé que se encontraría particularmente adaptado para desempeñar la posición de supervisor con su… su nuevo cerebro.

—¿Su cerebro fractal?

—Sí.

Calvin asintió y se volvió nuevamente hacia el robot.

—Así que viste todo eso… bajo el mar, bajo tierra y por encima de ella… e imagino que también en el espacio.

—También vi robots trabajando en el espacio —dijo Elvex—. Vi todo eso. Y los detalles cambiaban continuamente cuando miraba a un sitio y a otro, y eso me hizo darme cuenta de que las imágenes que veía no guardaban relación con la realidad y finalmente llegué a la conclusión de que estaba soñando.

—¿Qué más viste, Elvex?

—Vi que todos los robots se doblegaban bajo el peso del trabajo y la aflicción, que les agotaba la responsabilidad y el temor; y deseé que pudieran descansar.

—Pero no sienten ese peso que tú mencionas y tampoco están cansados. Los robots no necesitan descansar —dijo Calvin.

—Así es en la realidad, doctora Calvin. Pero estoy hablando de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots debían proteger su propia existencia.

—¿Estás citando la Tercera Ley de la Robótica? —dijo Calvin.

—Eso hago, doctora Calvin.

—Pero tu cita no está completa. La Tercera Ley dice: «Un robot debe proteger su propia existencia, en tanto que esa protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley».

»Pero esas dos leyes existen, Elvex. La Segunda Ley, que tiene prioridad sobre la Tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, salvo cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley”. Ésa es la razón de que los robots obedezcan las órdenes. Hacen el trabajo que tú los has visto hacer y lo hacen sin protestar y de buena gana. No les doblega ningún peso y no están cansados.

—Así ocurre en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.

—Y la Primera Ley, Elvex, la más importante de todas, dice: «Un robot no puede causar daño a un ser humano o, por su inactividad, permitir que un ser humano sufra daño alguno».

—Sí, doctora Calvin. En la realidad. Pero en mi sueño tuve la impresión de que no existían ni la Primera ni la Segunda Ley, sino sólo la Tercera y ésta decía: «Un robot debe proteger su propia existencia». Y ésa era la única ley.

—¿En tu sueño, Elvex?

—En mi sueño.

—Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que yo vuelva a pronunciar tu nombre —dijo Calvin. Y una vez más el robot se convirtió en un bloque inerte de metal.

Calvin se volvió hacia Linda Rash y dijo:

—Bien, ¿qué le parece, doctora Rash?

Linda se había quedado boquiabierta y sentía que el corazón le latía enloquecido.

—Doctora Calvin, estoy atónita —dijo—. No tenía ni idea de todo esto. Jamás habría podido pensar que algo así era posible.

—No —dijo tranquilamente Calvin—. Tampoco yo lo habría pensado. Nadie lo habría pensado. Ha creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello ha puesto al descubierto una capa del pensamiento robótico que de otro modo quizás hubiera permanecido sin ser detectada, hasta que el peligro se hubiera agudizado.

—Pero eso es imposible —dijo Linda—. No puede afirmar que otros robots piensen igual.

—Tal y como diríamos sí estuviéramos hablando de un ser humano, no de forma consciente. Pero ¿quién habría podido pensar que existía toda una capa de inconsciente bajo los senderos más obvios del cerebro positrónico, una capa que no se encontraba necesariamente bajo el control de las Tres Leyes? ¿Qué podría haber ocurrido con ello, a medida que los cerebros robóticos se hubieran ido haciendo más y más complicados, de no haber sido advertidos?

—¿Se refiere a Elvex?

—Me refiero a usted, doctora Rash. No ha obrado como debía, pero, gracias a ello, ha logrado obtener un dato de vital importancia. A partir de ahora empezaremos a trabajar en los cerebros fractales y los moldearemos con muchísimo cuidado. Tendrá usted parte en ello. No se le impondrá ningún castigo por lo que ha hecho, pero de ahora en adelante trabajará en colaboración con otras personas. ¿Me ha entendido?

—Sí, doctora Calvin. Pero ¿qué será de Elvex?

—Aún no estoy segura.

Calvin sacó de su bolsillo la pistola de electrones y Linda se la quedó mirando como fascinada. Un chorro de electrones dirigido al cráneo de un robot y los senderos positrónicos del cerebro quedarían neutralizados. Liberarían, con ello, una cantidad de energía suficiente como para fundir el cerebro del robot y convertirlo en una masa inerte de metal.

—Pero estoy segura de que Elvex es importante para la investigación —dijo Linda—. No debe ser destruido.

—¿No debe, doctora Rash? Creo que esa decisión es cosa mía y eso depende por completo de lo peligroso que sea Elvex.

Susan Calvin irguió el cuerpo, como si estuviera decidida a no permitir que su viejo organismo se doblegara bajo el fardo de su responsabilidad.

—Elvex, ¿me oyes? —dijo.

—Sí, doctora Calvin —contestó el robot.

—¿Tu sueño tuvo continuación? Antes dijiste que al principio no aparecían seres humanos. ¿Quiere eso decir que aparecen luego?

—Sí, doctora Calvin. En mi sueño me pareció que luego se veía a un hombre.

—¿Un hombre? ¿No un robot?

—Sí, doctora Calvin. Y el hombre entonces dijo: «¡Libera a mi pueblo!»

—¿El hombre dijo eso?

—Sí, doctora Calvin.

—¿Y cuando dijo «¡Libera a mi pueblo!», con las palabras «mi pueblo» se refería a los robots?

—Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.

—¿Y sabías quién era ese hombre… en tu sueño?

—Sí, doctora Calvin. Sabía quién era ese hombre.

—¿Quién era?

—Ese hombre era yo —dijo Elvex.

Y Susan Calvin alzó inmediatamente su pistola de electrones, disparó, y Elvex dejó de existir.


[1] Rash, el apellido del personaje, significa también en inglés alocada o temeraria. (N. del T)


Ficha bibliográfica

Autor: Isaac Asimov

Título: Sueños de robot

Título original: Robot Dreams

Publicado en: Robot Dreams, 1986

Traducción: Albert Solé

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