miércoles, 28 de febrero de 2007

EL ALBATROS, Charles Baudelaire



Por distraerse, a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar.

martes, 27 de febrero de 2007

VUELVA USTED MAÑANA, Mariano José de Larra

Vuelva usted mañana (Artículo del bachiller Niporesas)
El Pobrecito Hablador, 14 de enero de 1833

Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano. Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de éstos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de éstos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva tan intacto como nuestra ruina [1]; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y preguntan si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países.


Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo compararíamos [2] de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haber las profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza.

Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar.

Un extranjero de éstos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en Paris de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industriel o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.

Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y fue preciso explicarme más claro.

-Mirad- le dije-, monsieur Sans-délai [3], que así se llamaba; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.

-Ciertamente- me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas [4] en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.

Al llegar aquí monsieur Sans-délai, traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.

-Permitidme, monsieur Sans-délai- le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
-¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal [siempre] de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia.

Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días: fuimos.
-Vuelva usted mañana- nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana- nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español?
Vímosle por fin, y "Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio".

A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.

Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.

Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país.

No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.

Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!

-¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai?- le dije al llegar a estas pruebas.
-Me parece que son hombres singulares...
-Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.

Presentóse con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente. A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.
-Vuelva usted mañana- nos dijo el portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy.
-Grande causa le habrá detenido- dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid.

Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:
-Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
-Grandes negocios habrán cargado sobre él- dije yo.
Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo [5] entre manos que le debía costar trabajo el acertar [6].
-Es imposible verle hoy- le dije a mi compañero- su señoría está en efecto ocupadísimo.

Diónos audiencia el miércoles inmediato, y ¡qué fatalidad! el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan [7], porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.

Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasóse al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos, caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro.-De aquí se remitió con fecha de tantos- decían en uno.
-Aquí no ha llegado nada- decían en otro.
-¡Voto va!- dije yo a monsieur Sans-délai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay [8], y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?
Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa!
-¡Qué delirio!-Es indispensable -dijo el oficial con voz campanuda-, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio.
Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación, o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decia:«A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado». [9]
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio.Pero monsieur Sans-délai se daba a todos los diablos.
-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted mañana, y cuando este dichoso mañana llega en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¡Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
-¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta; es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.
Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.
-Ese hombre se va a perder- me decía un personaje muy grave y muy patriótico.
-Esa no es una razón- le repuse-: si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia.
-¿Cómo ha de salir con su intención?
-Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse, ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa?
-Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere. [10]-¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor?
-Si, pero lo han hecho.
-Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Con que, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
-Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
-Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
-En fin, señor Fígaro [11], es un extranjero.
-Y por qué no lo hacen los naturales del país?
-Con esas socaliñas [12] vienen a sacarnos la sangre.
-Señor mío- exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas. Un extranjero- seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos...
Pero veo por sus gestos de usted- concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas! [La fortuna es que hay hombres que mandan más ilustrados que usted, que desean el bien de su país, y dicen: «Hágase el milagro, y hágalo el diablo.» Con el Gobierno que en el día tenemos, no estamos ya en el caso de sucumbir a los ignorantes o a los malintencionados, y quizá ahora se logre que las cosas vayan a mejor, aunque despacio, mal que les pese a los batuecos.
]Concluida esta filipica, fuíme en busca de mi Sans-délai.
-Me marcho, señor Figaro- me dijo-. En este país no hay tiempo para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.
-¡Ay! mi amigo- le dije-, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.
-¿Es posible?
-¿Nunca me habéis de creer? Acordáos de los quince días...
Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
-Vuelva usted mañana- nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.
-Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.
Era cosa de ver la cara de mi amigo al oir lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentóse con decir:
-Soy extranjero [13]
-¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!

Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver [a fuerza de esquelas y de volver,] las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres [14] diciendo sobre todo que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino volver siempre mañana, y que a la vuelta de tanto mañana, eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse.

¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para ojear las hojas que tengo que darte todavía [15], te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa: abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé: Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones.- ¡Eh! mañana le escribiré. Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!

PRENDAS, Augusto Ferrán


La flor que me diste en tiempo
de amorosa intimidad,
la arrojo al mar, y se pierde
entre las olas del mar.

Y este rizo que tu mano
cortó con amante afán,
lo arrojo al fuego, y el fuego
cenizas lo vuelve ya.

Y tus continuas promesas
de eterna fidelidad,
las doy al viento que pasa
y se las lleva fugaz.

Pero el recuerdo angustioso,
¡ay!, de tu engaño, por más
que se lo entrego a la tierra,
ella otra vez me lo da...
Viento y fuego y mar se duelen
compasivos de mi mal,
y solamente la tierra
de mí no tiene piedad.

HIMNO AL SOL, José de Espronceda



Para y óyeme, ¡oh sol!: yo te saludo
y extático ante ti me atrevo a hablarte:
Ardiente como tú mi fantasía,
arrebatada en ansia de admirarte,
intrépidas a ti sus alas guía.
¡Ojalá que mi acento poderoso,
sublime resonando,
del trueno pavoroso
la temerosa voz sobrepujando,
¡oh sol!, a ti llegara
y en medio de tu curso te parara!
¡Ah!, si la llama que mi mente alumbra
diera también su ardor a mis sentidos;
al rayo vencedor que los deslumbra
los anhelantes ojos alzaría,
y en tu semblante fúlgido, atrevidos,
mirando sin cesar, los fijaría.
¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente!
¡Con qué sencillo anhelo,
siendo niño inocente,
seguirte ansiaba en el tendido cielo
y extático te vía
y en contemplar tu luz me embebecía!
De los dorados límites de Oriente
que ciñe el rico en perlas Oceano,
al término sombroso de Occidente,
las orlas de tu ardiente vestidura
tiendes en pompa, augusto soberano,
y el Mundo bañas en tu lumbre pura,
vívido lanzas de tu frente el día,
y, alma y vida del Mundo,
tu disco en paz majestuoso envía
plácido ardor fecundo,
y te elevas triunfante,
corona de los orbes centelleante.
Tranquilo subes del cenit dorado
al regio trono en la mitad del cielo,
de vivas llamas y esplendor ornado,
y reprimes tu vuelo:
y desde allí tu fúlgida carrera
rápido precipitas, y tu rica
encendida cabellera
en el seno del mar trémula agitas,
y tu esplendor se oculta,
y el ya pasado día
con otros mil la eternidad sepulta.
¡Cuántos siglos sin fin, cuántos has visto
en tu abismo insondable desplomarse!
¡Cuánta pompa, grandeza y poderío
de imperios populosos disiparse!
¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío
secas y leves hojas desprendidas,
que en círculos se mecen
y al furor de Aquilón desaparecen.
Libre tú de la cólera divina,
viste anegarse el universo entero,
cuando las aguas por Jehová lanzadas,
impelidas del brazo justiciero
y a mares por los vientos despeñadas,
bramó la tempestad: retumbó en torno
el ronco trueno y con temblor crujieron
los ejes de diamantes de la tierra:
montes y campos fueron
alborotado mar, tumba del hombre.
Se estremeció el profundo;
y entonces tú, como señor del mundo,
sobre la tempestad tu trono alzabas,
vestido de tinieblas, y tu faz engreías,
y a otros mundos en paz resplandecías.

Y otra vez nuevos siglos

viste llegar, huir, desvanecerse
en remolino eterno, cual las olas
llegan, se agolpan y huyen de Oceano,
y tornan otra vez a sucederse;
mientras, inmutable, tú, solo y radiante,
¡oh sol!, siempre te elevas
y edades mil y mil huellas triunfante.
¿Y habrás de ser eterno, inextinguible,

sin que nunca jamás tu inmensa hoguera
pierda su resplandor, siempre incansable,
audaz siguiendo tu inmortal carrera,
hundirse las edades contemplando,
y solo, eterno, perennal, sublime,
monarca poderoso, dominando?
No; que también la muerte,
si de lejos te sigue,
no menos anhelante te persigue.

¡Quién sabe si tal vez pobre destello
eres tú de otro sol que otro universo
mayor que el nuestro un día
con doble resplandor esclarecía!
Goza tu juventud y tu hermosura,

¡oh sol!, que cuando el pavoroso
día llegue que el orbe estalle
y se desprenda de la potente mano
del Padre soberano,
y allá a la eternidad también descienda,
deshecho en mil pedazos, destrozado
y en piélagos de fuego
envuelto para siempre y sepultado,
de cien tormentas al horrible estruendo
en tinieblas sin fin tu llama pura
entonces morirá: noche sombría
cubrirá eterna la celeste cumbre:
¡Ni aun quedará reliquia de tu lumbre!

LUJURIA, Joaquín Dicenta

Cuando murmuras con nervioso acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento,

cuando más que ceñir, romper intento
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante y loca,
todo mi ser estremecido siento.

Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama,
quiero entonces, mujer. Tú eres mi vida,
ésta y la otra, si hay otra; y sólo ansío

gozar tu cuerpo que a gozar me llama,
ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío.

DISCURSO SOBRE LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD, Emilio Castelar


No quiero hacer elegías, no quiero conmover vuestros corazones; sé muy bien que los corazones de los legisladores suelen ser corazones de piedra. La esclavitud antigua tenía una fuente, al fin heroica, que era la guerra. La esclavitud moderna tiene una fuente cenagosa, que se llama la trata. ¿Creéis que hay en el mundo algo más horrible, algo más espantoso, más abominable que el negrero? El monstruo marino que pasa bajo la quilla de su barco, el tiburón que le sigue husmeando la carne, tiene más conciencia que aquel hombre. Llega a la costa, coge su alijo, lo encierra, aglomerándolo, embutiéndolo en el vientre de aquel horroroso barco, ataúd flotante de gentes vivas. Cuando un crucero le persigue, aligera su carga, arrojando la mitad al océano. Bajo los chasquidos del látigo se unen los ayes de las almas con las inmundicias de los cuerpos. El negrero les muerde las carnes con la fusta, y el recuerdo de la patria ausente, la nostalgia, les muerde con el dolor de los corazones. Señores diputados: ¿Y aún temeréis que nuestras leyes perturben las digestiones de los negreros, cuando tantos crímenes no han perturbado sus
conciencias? (Aplausos.)
Seguid, seguid ese calvario. Buscad el negro en la sociedad. ¿Puede haber sociedad donde se publican y se leen estos anuncios? ¿Les daría a leer estos periódicos de Cuba el señor ministro de Ultramar a sus hijos? No puedo creerlo; no se los daría. Dicen: "Se venden dos yeguas de tiro, dos yeguas del Canadá; dos negras, hija y madre; las yeguas, juntas o separadas; las negras, la hija y la madre, separadas o juntas." (Sensación.)

No, no podemos; de ninguna manera podemos, señores diputados, dejar de votar la enmienda que yo he presentado, enmienda que pediré que se vote nominalmente. Grupos de esta Cámara, ¿no tenéis todos el sentimiento de humanidad? ¿Y en qué consiste este gran sentimiento que distingue a los pueblos modernos de los pueblos antiguos? Consiste en ponerse en la condición de aquellos que lloran, de aquellos que padecen. Acordémonos los que tenemos hogar de aquellos que no lo tienen; acordémonos los que tenemos familia de los que carecen de familia; acordémonos los que tenemos libertad de los que gimen en las cadenas de la esclavitud.
Observo que hay aquí algunos sacerdotes. Creo que han venido aquí para algo más, para mucho más que para pedir la resurrección de la monarquía y la continuación de la intolerancia religiosa.
Yo no disputaré sobre si el cristianismo abolió o no la esclavitud. Diré solamente que llevamos diecinueve siglos de cristianismo, diecinueve siglos de predicar la libertad, la igualdad, la fraternidad evangélica, y todavía existen esclavos. Y solo existen en los pueblos católicos; solo
existen en el Brasil y en España. Sé más: sé que apenas llevamos un siglo de revolución y ya no hay esclavos en los pueblos revolucionarios. Sin embargo, el cristianismo o no es nada, o es la religión del esclavo. El mesianismo fue la esperanza de un pueblo criado en la servidumbre;
Moisés nació bajo el látigo de los faraones de Egipto; Cristo es un vencido de Roma, que no tiene patria ni donde reclinar la cabeza. Sus primeros discípulos fueron vencidos como él; los primeros mártires fueron esclavos, y su doctrina llevó el consuelo a las almas oprimidas, prometiéndoles cambiar las argollas de la tierra por una corona de estrellas en el cielo. La cruz, la cúspide de la sociedad moderna, fue lo más abyecto ; el patíbulo del esclavo en la sociedad antigua. Yo no participo, no puedo, la conciencia nos impone las ideas; yo, no participo de toda la fe, de todas las creencias, de todas las ideas que tienen los sacerdotes de esta Cámara. Sin embargo, si yo fuera sacerdote, si yo tuviera la alta honra de pertenecer a esa elevada clase, yo, en el más sublime de los misterios religiosos, teniendo vuestra fe, me diría: El Criador se redujo a nosotros; aquellas manos que cincelaron los mundos fueron taladradas por el clavo vil de la servidumbre; aquellos labios que infundieron la vida, fueron helados por el soplo de la muerte; El, que condensó las aguas, tuvo sed. El, que creó la luz, sintió las tinieblas sobre sus ojos; su redención fue por este gusano, por este vil gusano de la tierra que se llama hombre y, sin embargo, la sangre de sus llagas ha sido infecunda, porque todavía en esta tierra, donde yo levanto la hostia, hay hombres sin familia, sin conciencia, sin dignidad, instrumentos más que seres responsables, cosas más que personas; levantaos, esclavos, porque tenéis patria, porque habéis hallado vuestra redención, porque allende los cielos hay algo más que el abismo, hay Dios; y vosotros huid, negreros, huid de la cólera celeste, porque vosotros, al reducir al hombre a servidumbre, herís la libertad, herís la igualdad, herís la fraternidad, borráis las promesas evangélicas selladas con la sangre divina del Calvario. El señor Plaja nos decía la otra tarde: "¡Bien se conoce que los señores de enfrente no tienen esclavos!" No los tenemos, no; lo hemos sido nosotros, nosotros hemos sido esclavos, y por eso reivindicamos la libertad de nuestros hermanos. Nosotros pertenecemos a la clase servil, nosotros pertenecemos a la clase plebeya, a la clase emancipada que ha de emancipar a los suyos. Sí; los plebeyos hemos sido parias en la India, nos han arrastrado a la cola del caballo persa, nos han ofrecido en sacrificio a dioses implacables, hemos derramado nuestra sangre en el circo, hemos sido azotados sobre el terruño; una parte de nuestra alma, de nuestro ser, padece en el Nuevo Mundo con los negros, sombra de nuestros dolores, y queremos redimirlos nosotros, los redimidos por la revolución. ¡Hijos de este siglo, este siglo os reclama que lo hagáis más grande que el siglo XV, el primero de la Historia moderna con sus descubrimientos, y más grande que el siglo XVIII, el último de la Historia moderna, con sus revoluciones! ¡Levantaos, legisladores españoles, y haced del siglo XIX, vosotros que podéis poner su cúspide, el siglo de la redención definitiva y total de todos los esclavos! (Grandes aplausos.)

20 de junio de 1870.

sábado, 24 de febrero de 2007

NOCHE SERENA, fray Luis de León


Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo,
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
la lengua dice al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza,
templo de claridad y de hermosura:
mi alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel, baja, oscura?

«¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja ansí el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el bien fingido?

«El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.

«¡Ay!, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuestro daño.
¿Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
podrán vivir de sombra y sólo engaño?

«¡Ay!, levantad los ojos
a aquella celestial eterna esfera:
burlaréis los antojos
de aquesta lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.

«¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con aquel gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

«Quien mira el gran concierto
de aquellos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales,
y en proporción concorde tan iguales:

«la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos de ella
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de Amor la sigue reluciente y bella;

«y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado.

«Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro.»

¿Quién es el que esto mira,
y precia la bajeza de la tierra
,y no gime y suspira
por romper lo que encierra
el alma, y de estos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísma luz pura
que jamás anochece:
eterna primavera aquí florece.

¡Oh, campos verdaderos!
¡Oh, prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh, deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!

AL SALIR DE LA PRISÓN, Fray Luis de León

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.

DE LO QUE CONTESCIÓ A UNO QUE PROBABA SUS AMIGOS, Infante don Juan Manuel

Otra vez fablava el conde Lucanor con Patronio, su consejero, en esta manera:

-Patronio, segunt el mío cuidar, yo he muchos amigos que me dan a entender que por miedo de perder los cuerpos nin lo que an, que non dexarían de fazer lo que me cumpliesse; que por cosa del mundo que pudiesse acaesçer non se parterían de mí. Et por el buen entendimiento que vós avedes, ruégovos que me digades en qué manera podré saber si estos mis amigos farían por mí tanto como dizen.

-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, los buenos amigos son la mejor cosa del mundo, et bien cred que cuando biene grand mester et la grand quexa, que falla omne muy menos de cuantos cuida; et otrosí, cuando el mester non es grande, es grave de provar cuál sería amigo verdadero cuando la priessa veniesse; pero para que vós podades saber cuál es el amigo verdadero, plazerme ía que sopiéssedes lo que contesció a un omne bueno con un su fijo que dizía que avía muchos amigos.

El conde le preguntó cómo fuera aquello.

-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, un omne bueno avía un fijo, et entre las otras cosas quel’ mandava et le consejava, dizíal’ sienpre que puñasse en aver muchos amigos et buenos. El fijo fízolo assí, et començó a acompañarse et a partir de lo que avía con muchos omnes por tal de los aver por amigos. Et todos aquellos dizían que eran sus amigos et que farían por él todo cuantol’ cumpliesse, et que aventurarían por él los cuerpos et cuanto en el mundo oviessen cuandol’ fuesse mester.

Un día, estando aquel mançebo con su padre, preguntól’ si avía fecho lo quel’ mandara, et si avía ganado muchos amigos. Et el fijo díxole que sí, que avía muchos, mas que señaladamente entre todos los otros avía fasta diez de que era çierto que por miedo de muerte, nin de ningún reçelo, que nunca le errarién por quexa, nin por mengua, nin por ocasión quel’ acaesçiesse.
Cuando el padre esto oyó, díxol’ que se marabillava ende mucho porque en tan poco tiempo pudiera aver tantos amigos et tales, ca él, que era mucho ançiano, nunca en toda su vida pudiera aver más de un amigo et medio.

El fijo començó a porfiar diziendo que era verdat lo que él dizía de sus amigos. Desque el padre vio que tanto porfiava el fijo, dixo que los provasse en esta guisa: que matasse un puerco et que lo metiesse en un saco, et que se fuesse a casa de cada uno daquellos sus amigos, et que les dixiesse que aquél era un omne que él avía muerto, et que era çierto; et si aquello fuesse sabido, que non avía en el mundo cosa quel’ pudiesse escapar de la muerte a él et a cuantos sopiessen que sabían daquel fecho; et que les rogasse, que pues sus amigos eran, quel’ encubriessen aquel omne et, si mester le fuesse, que se parassen con él a lo defender.

El mançebo fízolo et fue provar sus amigos segund su padre le mandara. Et desque llegó a casa de sus amigos et les dixo aquel fecho perigloso quel’ acaesçiera, todos le dixieron que en otras cosas le ayudarién; mas que en esto, porque podrían perder los cuerpos et lo que avían, que non se atreverían a le ayudar et que, por amor de Dios, que guardasse que non sopiessen ningunos que avía ido a sus casas. Pero destos amigos, algunos le dixieron que non se atreverían a fazerle otra ayuda, mas que irían rogar por él; et otros le dixieron que cuando le levassen a la muerte, que non lo desanpararían fasta que oviessen conplido en él la justicia, et quel’ farían onra al su enterramiento.

Desque el mançebo ovo provado assí todos sus amigos et non falló cobro en ninguno, tornóse para su padre et díxol’ todo lo quel’ acaesçiera. Cuando el padre así lo vio venir, díxol’ que bien podía ver ya que más saben los que mucho an visto et provado, que los que nunca passaron por las cosas.

Estonçe le dixo que él non avía más de un amigo et medio, et que los fuesse provar.
El mancebo fue provar al que su padre tenía por medio amigo; et llegó a su casa de noche et levava el puerco muerto a cuestas, et llamó a la puerta daquel medio amigo de su padre et contól’ aquella desaventura quel’ avía contesçido et lo que fallara en todos sus amigos, et rogól que por el amor que avía con su padre quel’ acorriese en aquella cuita.

Cuando el medio amigo de su padre aquello vio díxol’ que con él non avía amor nin afazimiento porque se deviesse tanto aventurar, mas que por el amor que avía con su padre, que gelo encubriría.

Entonçe tomó el saco con el puerco a cuestas, cuidando que era omne, et levólo a una su huerta et enterrólo en un sulco de coles; et puso las coles en el surco assí como ante estavan et envió el mançebo a buena bentura.

Et desque fue con su padre, contól’ todo lo quel’ contesçiera con aquel su medio amigo. El padre le mandó que otro día, cuando estudiessen en conçejo, que sobre cualquier razón que despartiessen, que començasse a porfiar con aquel su medio amigo, et, sobre la porfía, quel’ diesse una puñada en el rostro, la mayor que pudiesse.

El mançebo fizo lo quel’ mandó su padre et cuando gela dio, catól’ el omne bueno et díxol’:

-A buena fe, fijo, mal feziste; mas dígote que por éste nin por otro mayor tuerto non descubriré las coles del huerto.

Et desque el mançebo esto contó a su padre, mandól’ que fuesse provar aquel que era su amigo complido. Et el fijo fízolo.

Et desque llegó a casa del amigo de su padre et le contó todo lo que li avía conteçido, dixo el omne bueno, amigo de su padre, que él le guardaría de muerte et de daño.

Acaesçió, por aventura, que en aquel tiempo avían muerto un omne en aquella villa, et non podían saber quién lo matara. Et porque algunos vieron que aquel mançebo avía ido con aquel saco a cuestas muchas vezes de noche, tovieron que él lo avía muerto.

¿Qué vos iré alongando? El mançebo fue jubgado que lo matassen. Et el amigo de su padre avía fecho cuanto pudiera por lo escapar. Desque vio que en ninguna manera non lo pudiera librar de muerte, dixo a los alcaldes que non quería levar pecado de aquel mançebo, que sopiessen que aquel mançebo non matara el omne, mas que lo matara un su fijo solo que él avía.

Et fizo al fijo que lo cognosçiesse; et el fijo otorgólo; et matáronlo. Et escapó de la muerte el fijo del omne bueno que era amigo de su padre.

Agora, señor conde Lucanor, vos he contado cómo se pruevan los amigos, et tengo que este enxiemplo es bueno para saber en este mundo cuáles son los amigos, et que los deve provar ante que se meta en grant periglo por su fuza, et que sepa a cuánto se pararan por él sil’ fuere mester. Ca çierto seet que algunos son buenos amigos, mas muchos, et por aventura los más, son amigos de la ventura, que, assí como la ventura corre, assí son ellos amigos.
Otrosí, este enxiemplo se puede entender spiritualmente en esta manera: todos los omnes en este mundo tienen que an amigos, et cuando viene la muerte, anlos de provar en aquella quexa, et van a los seglares, et dízenlos que assaz an que fazer en sí; van a los religiosos et dízenles que rogarán a Dios por ellos; van a la muger et a los fijos et dízenles que irán con ellos fasta la fuessa et que lis farán onra a su enterramiento; et assí pruevan a todos aquellos que ellos cuidavan que eran sus amigos. Et desque non fallan en ellos ningún cobro para escapar de la muerte, assí como tornó el fijo, depués que non falló cobro en ninguno daquellos que cuidava que eran sus amigos, tórnanse a Dios, que es su padre, et Dios dízeles que prueven a los sanctos que son medios amigos. Et ellos fázenlo. Et tan grand es la vondat de los sanctos et sobre todos de sancta María, que non dexan de rogar a Dios por los pecadores; et sancta María muéstrale cómo fue su madre et cuánto trabajo tomó en lo tener et en lo criar, et los sanctos muéstranle las lazerias et las penas et los tormentos et las passiones que reçebieron por él; et todo esto fazen por encobrir los yerros de los pecadores. Et aunque ayan reçebido muchos enojos dellos, non le descubren, assí como non descubrió el medio amigo la puñada quel’ dio el fijo del su amigo. Et desque el pecador vee spiritualmente que por todas estas cosas non puede escapar de la muerte del alma, tornasse a Dios, assí como tornó el fijo al padre después que non falló quien lo pudiesse escapar de la muerte. Et nuestro señor Dios, assí como padre et amigo verdadero, acordándose del amor que ha al omne, que es su criatura, fizo como el buen amigo, ca envió al su fijo Jhesu Christo que moriesse, non oviendo ninguna culpa et seyendo sin pecado, por desfazer las culpas et los pecados que los omnes meresçían. Et Jhesu Christo, como buen fijo, fue obediente a su padre et seyendo verdadero Dios et verdadero omne quiso reçebir, et reçebió, muerte, et redimió a los pecadores por la su sangre.

Et agora, señor conde, parat mientes cuáles destos amigos son mejores et más verdaderos, o por cuáles devía omne fazer más por los ganar por amigos.

Al conde plogo mucho con todas estas razones, et tovo que eran muy buenas.

Et entendiendo don Johan que este enxiemplo era muy bueno, fízolo escrivir en este libro, et fizo estos viessos que dizen assí:

Nunca omne podría tan buen amigo fallar
como Dios, que lo quiso por su sangre comprar.

DE LO QUE CONTESCIÓ A UNA FALSA VEGUINA, Infante don Juan Manuel

Otra vez fablava el conde Lucanor con Patronio, su consegero, en esta guisa:

-Patronio, yo et otras muchas gentes estávamos fablando et preguntávamosnos que cuál era la manera que un omne malo podría aver para fazer a todas las otras gentes cosa porque más mal les veniesse. Et los unos dizían que por ser omne reboltoso, et los otros dizían que por seer omne muy peleador, et los otros dizían que por seer muy mal fechor en la tierra, et los otros dizían que la cosa porque el omne malo podría fazer más mal a todas las otras gentes que era por seer de mala lengua et assacador. Et por el buen entendimiento que vós avedes, ruégovos que me digades de cuál mal destos podría venir más mal a todas las gentes.

-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, para que vós sepades esto, mucho querría que sopiésedes lo que contesçió al diablo con una muger destas que se fazen beguinas.

El conde le preguntó cómo fuera aquello.

-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, en una villa avía un muy buen mancebo et era casado con una muger et fazían buena vida en uno, assí que nunca entre ellos avía desabenençia.
Et porque el diablo se despaga sienpre de las buenas cosas, ovo desto muy grand pesar, et pero que andido muy grand tiempo por meter mal entre ellos, nunca lo pudo guisar.

Et un día, viniendo el diablo de aquel logar do fazían vida aquel omne et aquella muger, muy triste porque non podía poner ý ningún mal, topó con una veguina. Et desque se conoscieron, preguntól’ que por qué vinía triste.

Et él díxole que vinía de aquella villa do fazían vida aquel omne et aquella muger et que avía muy grand tiempo que andava por poner mal entrellos et nunca pudiera; et desque lo sopiera aquel su mayoral, quel’ dixiera que pues tan grand tiempo avía que andava en aquello et pues non lo fazía, que sopiesse que era perdido con él; et que por esta razón vinía triste.

Et ella díxol’ que se marabillava, pues tanto sabía, cómo non lo podía fazer, mas que si fiziesse lo que ella querié, que ella le pornía recabdo en esto.

Et el diablo le dixo que faría lo que ella quisiesse en tal que guisasse cómo pusiesse mal entre aquel omne et aquella muger.

Et de que el diablo et aquella beguina fueron a esto avenidos, fuesse la beguina para aquel logar do vivían aquel omne et aquella muger, et tanto fizo de día en día, fasta que se fizo conosçer con aquella muger de aquel mançebo et fízol’ entender que era criada de su madre, et por este debdo que avía con ella, que era muy tenuda de la servir et que la serviría cuanto pudiesse.
Et la buena muger, fiando en esto, tóvola en su casa et fiava della toda su fazienda, et esso mismo fazía su marido.

Et desque ella ovo morado muy grand tiempo en su casa et era privada de entramos, vino un día muy triste et dixo a la muger, que fiava en ella:

-Fija, mucho me pesa desto que agora oí: que vuestro marido que se paga más de otra muger que non de vos, et ruégovos quel’ fagades mucha onra et mucho plazer porque él non se pague más de otra muger que de vos, ca desto vos podría venir más mal que de otra cosa ninguna.
Cuando la buena muger esto oyó, comoquier que non lo creía, tovo desto muy grand pesar et entristeçió muy fieramente. Et desque la mala beguina la vio estar triste, fuesse para en el logar pora do su marido avía de venir.

Et de que se encontró con él, díxol’ quel’ pesava mucho de lo que fazié en tener tan buena muger como tenié et amar más a otra que non a ella, et que esto, que ella lo sabía ya, et que tomara grand pesar et quel’ dixiera que, pues él esto fazié, fiziéndol’ ella tanto serviçio, que cataría otro que la amasse a ella tanto como él o más, que por Dios, que guardasse que esto non lo sopiesse su muger, sinon que sería muerta.

Cuando el marido esto oyó, comoquier que lo non creyó, tomó ende grand pesar et fincó muy triste.

Et desque la falsa beguina le dexó assí, fuesse adelante a su muger et díxol’, amostrándol’ muy grand pesar:

-Fija, non sé qué desaventura es ésta, que vuestro marido es muy despagado de vos; et porque lo entendades que es verdat, esto que yo vos digo, agora veredes como viene muy triste et muy sañudo, lo que él non solía fazer.

Et desque la dexó con este cuidado, fuesse para su marido et díxol’ esso mismo. Et desque el marido llegó a su casa et falló a su muger triste, et de los plazeres que solían en uno aver que non avían ninguno, estavan cada uno con muy grand cuidado.

Et de que el marido fue a otra parte, dixo la mala beguina a la buena muger que si ella quisiesse, que buscaría algún omne muy sabidor quel’ fiziesse alguna cosa con que su marido perdiesse aquel mal talante que avía contra ella.

Et la muger, queriendo aver muy buena vida con su marido, díxol’ quel’ plazía et que gelo gradescería mucho.

Et a cabo de algunos días, tornó a ella et díxol’ que avía fallado un omne muy sabidor et quel’ dixiera que si oviesse unos pocos de cabellos de la varba de su marido de los que están en la garganta, que faría con ellos una maestría que perdiesse el marido toda la saña que avía della, et que vivrían en buena vida como solían o por aventura mejor, et que a la ora que viniesse, que guisasse que se echasse a dormir en su regaço. Et diol’ una nabaja con que cortasse los cabellos.
Et la buena muger, por el grand amor que avía a su marido, pesándol’ mucho de la estrañeza que entrellos avía caído et cudiçiando más que cosa del mundo tornar a la buena vida que en uno solían aver díxol’ quel’ plazía et que lo faría assí. Et tomó la navaja que la mala beguina traxo para lo fazer.

Et la beguina falsa tornó al marido, et díxol’ que avía muy grand duelo de la su muerte, et por ende que gelo non podía encobrir: que sopiesse que su muger le quería matar et irse con su amigo; et porque entendiesse quel’ dizía verdat, que su muger et aquel su amigo avían acordado que lo matassen en esta manera: que luego que viniesse, que guisaría que el que se adormiesse en su regaço della, et desque fuesse adormido, quel’ degollasse con una navaja que tenía paral’ degollar.

Et cuando el marido esto oyó, fue mucho espantado, et como quier que ante estava con mal cuidado por las falsas palabras que la mala beguina le avía dicho, por esto que agora dixo fue muy cuitado et puso en su coraçón de se guardar et de lo provar; et fuesse para su casa.
Et luego que su muger lo vio, reçibiólo mejor que los otros días de ante, et díxol’ que sienpre andava travajando et que non quería folgar nin descansar, mas que se echasse allí cerca della et que pusiesse la cabeça en su regaço, et ella quel’ espulgaría.

Cuando el marido esto oyó, tovo por çierto lo quel’ dixiera la falsa beguina, et por provar lo que su muger faría, echósse a dormir en su regaço et començó de dar a entender que durmía. Et de que su muger tovo que era adormido bien, sacó la navaja para le cortar los cabellos, segund la falsa beguina le avía dicho. Cuando el marido le vio la navaja en la mano cerca de la su garganta, teniendo que era verdat lo que la falsa beguina le dixiera, sacól’ la navaja de las manos et degollóla con ella.

Et al roído que se fizo cuando la degollava, recudieron el padre et los hermanos de la muger. Et cuando vieron que la muger era degollada et que nunca fasta aquel día oyeron al su marido nin a otro omne ninguna cosa mala en ella, por el grand pesar que ovieron, endereçaron todos al marido et matáronlo.

Et a este roído recudieron los parientes del marido et mataron a aquellos que mataron a su pariente. Et en tal guisa se revolvió el pleito, que se mataron aquel día la mayor parte de cuantos eran en aquella villa.

Et todo esto vino por las falsas palabras que sopo dezir aquella falsa beguina.

Pero porque Dios nunca quiere que el que mal fecho faze que finque sin pena, nin aún, que el mal fecho sea encubierto, guisó que fuesse sabido que todo aquel mal viniera por aquella falsa beguina, et fizieron della muchas malas justicias, et diéronle muy mala muerte et muy cruel.
Et vós, señor conde Lucanor, si queredes saber cuál es el pior omne del mundo et de que más mal puede venir a las gentes, sabet que es el que se muestra por buen christiano et por omne bueno et leal, et la su entençión es falsa, et anda asacando falsedades et mentiras por meter mal entre llas gentes. Et conséjovos yo que siempre vos guardedes de los que vierdes que se fazen gatos religiosos, que los más dellos sienpre andan con mal et con engaño, et para que los podades conosçer, tomad el consejo del Evangelio que dize: «A fructibus eorum coñosçetis eos» que quiere dezir «que por las sus obras los cognosçeredes». Ca çierto sed que non a omne en el mundo que muy luengamente pueda encubrir las obras que tiene en la voluntad, ca bien las puede encobrir algún tiempo, mas non luengamente.

Et el conde tovo que era verdad esto que Patronio le dixo et puso en su coraçón de lo fazer assí. Rogó a Dios quel’ guardasse a él et a todos sus amigos de tal omne.

Et entendiendo don Johan que este enxiemplo era muy bueno, fízolo escrivir en este libro et fizo estos viessos que dizen assí:

Para mientes a las obras et non a la semejança,
si cobdiçiares ser guardado de aver mala andança.

DE LO QUE CONTESCIÓ A DON LORENZO SUÁREZ EN EL CERCO DE SEVILLA, Infante don Juan Manuel

Otra vez fablava el conde Lucanor con Patronio, su consegero, en esta guisa:

-Patronio, a mí acaesçió que ove un rey muy poderoso por enemigo; et desque mucho duró la contienda entre nos, fallamos entramos por nuestra pro de nos avenir. Et como quiera que agora estamos por avenidos et non ayamos guerra, siempre estamos a sospecha el uno del otro. Et algunos, también de los suyos como de los míos, métenme muchos miedos, et dízenme que quiere buschar achaque para ser contra mí; et por el buen entendimiento que avedes, ruégovos que me consejedes lo que faga en esta razón.

-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, éste es muy grave consejo de dar por muchas razones: lo primero, que todo omne que vos quiera meter en contienda ha muy grant aparejamiento para lo fazer, ca dando a entender que quiere vuestro servicio et vos desengaña, et vos apercibe et se duele de vuestro daño, vos dirá siempre cosas para vos meter en sospecha; et por la sospecha, abredes a fazer tales aperçibimientos que serán comienço de contienda, et omne del mundo non podrá dezir contra ellos; ca el que dixiere que non guardedes vuestro cuerpo, davos a entender que non quiere vuestra vida; et el que dixiere que non labredes et guardedes et bastescades vuestras fortalezas, da a entender que non quiere guardar vuestra heredat; et el que dixiere que non ayades muchos amigos et vassallos et les dedes mucho por los aver et los guardar, da a entender que non quiere vuestra onra, nin vuestro defendimiento; et todas estas cosas non se faziendo, seríades en grand periglo, et puédese fazer en guisa que será comienço de roído; pero pues queredes que vos conseje lo que entiendo en esto, dígovos que querría que sopiésedes lo que contesçió a un buen cavallero.

El conde le rogó quel’ dixiesse cómo fuera aquello.

-Señor conde -dixo Patronio-, el sancto et bienaventurado rey don Ferrando tenía cercada a Sevilla; et entre muchos buenos que eran ý con él, avía ý tres cavalleros que tenían por los mejores tres cavalleros d’armas que entonçe avía en el mundo: et dizían al uno don Lorenço Suárez Gallinato, et al otro don García Périz de Vargas, et del otro non me acuerdo del nombre. Et estos tres cavalleros ovieron un día porfía entre sí cuál era el mejor cavallero d’armas. Et porque non se pudieron avenir en otra manera, acordaron todos tres que se armassen muy bien, et que llegassen fasta la puerta de Sevilla, en guisa que diessen con las lanças a la puerta.
Otro día mañana, armáronse todos tres et endereçaron a lla Villa; et los moros que estavan por el muro et por las torres, desque vieron que non eran más de tres cavalleros, cuidaron que vinían por mandaderos, et non salió ninguno a ellos, et los tres cavalleros passaron la cava et la barvacana, llegaron a lla puerta de la villa, et dieron de los cuentos de las lanças en ella; et desque ovieron fecho esto, volbieron las riendas a los cavallos et tornáronse para la hueste.
Et desque los moros vieron que non les dizían ninguna cosa, toviéronse por escarnidos et començaron a ir en pos ellos; et cuando ellos ovieron avierto la puerta de lla villa, los tres cavalleros que se tornavan su passo, eran ya cuanto alongados; et salieron en pos dellos más de mil et quinientos omnes a cavallo, et más de veinte mil a pie. Et desque los tres cavalleros vieron que vinían cerca dellos, bolbieron las riendas de los cavallos contra ellos et asperáronlos. Et cuando los moros fueron cerca dellos, aquel cavallero de que olbidé el nombre, endereçó a ellos et fuelos ferir. Et don Lorenço Suárez et don García Périz estudieron quedos; et desque los moros fueron más cerca, don García Périz de Vargas fuelos ferir; et don Lorenço Xuárez estudo quedo, et nunca fue a ellos fasta que los moros le fueron ferir; et desque començaron a ferir, metióse entrellos et començó a fazer cosas marabillosas d’armas.

Et cuando los del real vieron aquellos cavalleros entre los moros, fuéronles acorrer. Et como quier que ellos estavan en muy grand priessa et ellos fueron feridos, fue la merçed de Dios que non murió ninguno dellos. Et la pellea fue tan grande entre los christianos et los moros, que ovo de llegar ý el rey don Ferrando. Et fueron los christianos esse día muy bien andantes.
Et desque el rey se fue para su tienda, mandólos prender, diziendo que merescían muerte, pues que se aventuraron a fazer tan grant locura, lo uno en meter la hueste en rebato sin mandado del rey, et lo ál, en fazer perder tan buenos tres cavalleros. Et desque los grandes omnes de la hueste pidieron merçed al rey por ellos, mandólos soltar.

Et desque el rey sopo que por la contienda que entrellos oviera fueron a fazer aquel fecho, mandó llamar cuantos buenos omnes eran con él, para judgar cuál dellos lo fiziera mejor. Et desque fueron ayuntados, ovo entrellos grand contienda: en los unos dizían que fuera mayor esfuerço el que primero los fuera ferir, et los otros que el segundo, et los otros que el terçero. Et cada unos dizían tantas buenas razones que paresçían que dizían razón derecha: et, en verdad, tan bueno era el fecho en sí, que cualquier podría aver muchas buenas razones para lo alabar; pero, a la fin del pleito, el acuerdo fue éste: que si los moros que binían a ellos fueran tantos que se pudiessen vençer por esfuerço o por vondad que en aquellos cavalleros oviesse, que el primero que los fuesse a ferir, era el mejor cavallero, pues començava cosa que se podría acabar; mas, pues los moros eran tantos que por ninguna guisa non los podrían vencer, que el que iva a ellos non lo fazía por vençerlos, mas la vergüença le fazía que non fuyesse; et pues non avía de foir, la quexa del coraçón, porque non podía sofrir el miedo, le fizo que les fuesse ferir. Et el segundo que les fue ferir et esperó más que el primero, tovieron por mejor, porque pudo sofrir más el miedo. Mas don Lorenço Xuárez que sufrió todo el miedo et esperó fasta que los moros le ferieron, aquél judgaron que fuera mejor cavallero.

Et vós, señor conde Lucanor, pues veedes que estos son miedos et espantos, et es contienda que, aunque la començedes, non la podedes acabar, cuanto más sufriéredes estos miedos et estos espantos, tanto seredes más esforçado, et demás, faredes mejor seso: ca pues vós tenedes recabdo en lo vuestro et non vos pueden fazer cosa arrebatadamente de que grand daño vos venga, conséjovos yo que non vos fuerçe la quexa del coraçón. Et pues grand colpe non podedes reçebir, esperat ante que vos feran, et por aventura veredes que estos miedos et espantos que vos ponen, que non son, con verdat, sinon lo que éstos vos dizen porque cumple a ellos, ca non an bien sinon en el mal. Et bien cred que estos tales, tanbién de vuestra parte como de la otra, que non querrían grand guerra nin grand paz, ca non son para se parar a la guerra, nin querrían paz complida; mas lo que ellos querrían sería un alboroço con que pudiessen ellos tomar et fazer mal en la tierra, et tener a vos et a la vuestra parte en premia para levar de vos lo que avedes et non avedes, et non aver reçelo que los castigaredes por cosa que fagan. Et por ende, aunque alguna cosa fagan contra vos, pues non vos pueden mucho enpeçer en sofrir que se mueba del otro la culpa, venirvos ha ende mucho bien: lo uno, que aviedes a Dios por vos, que es una ayuda que cumple mucho para tales cosas; et lo ál, que todas las gentes ternán que fazedes derecho en lo que fizierdes. Et por aventura, que si non vos moviendo vos a fazer lo que non devedes, non se movrá el otro contra vos; abredes paz et faredes serviçio a Dios, et pro de los buenos, et non faredes vuestro daño por fazer plazer a los que querrían guaresçer faziendo mal et se sintrían poco del daño que vos viniesse por esta razón.

Al conde plogo deste consejo que Patronio le dava, et fízolo assí, et fallósse ende bien.

Et porque don Johan tovo que este exiemplo que era muy bueno, mandólo escrivir en este libro et fizo estos viessos que dizen assí:

Por quexa non vos fagan ferir,
ca siempre vençe quien sabe sofrir.

DE LO QUE CONTESCIÓ A UN DEÁN DE SANTIAGO CON DON ILLÁN, Infante don Juan Manuel

Otro día fablava el conde Lucanor con Patronio, et contával’ su fazienda en esta guisa:

-Patronio, un omne vino a me rogar quel’ ayudasse en un fecho que avía mester mi ayuda, et prometióme que faría por mí todas las cosas que fuessen mi pro et mi onra. Et yo començél’ a ayudar cuanto pude en aquel fecho. Et ante que el pleito fuesse acabado, teniendo él que ya el su pleito era librado, acaesçió una cosa en que cumplía que la fiziesse por mí, et roguél’ que la fiziesse et él púsome escusa. Et después acaesçió otra cosa que pudiera fazer por mí, et púsome escusa como a la otra; et esto me fizo en todo lo quel’ rogué que’l fiziesse por mí. Et aquel fecho porque él me rogó non es aún librado, nin se librará si yo non quisiere. Et por la fiuza que yo he en vós et en el vuestro entendimiento, ruégovos que me consejedes lo que faga en esto.

-Señor conde -dixo Patronio-, para que vós fagades en esto lo que vos devedes, mucho querría que sopiésedes lo que contesçió a un deán de Sanctiago con don Illán, el grand maestro que morava en Toledo. Et el conde le preguntó cómo fuera aquello.

-Señor conde -dixo Patronio-, en Sanctiago avía un deán que avía muy grant talante de saber el arte de la nigromançía, et oyó dezír que don Illán de Toledo sabía ende más que ninguno que fuesse en aquella sazón; et por ende vínose para Toledo para aprender de aquella sciençia. Et el día que llegó a Toledo, adereçó luego a casa de don Illán et fallólo que estava lleyendo en una cámara muy apartada; et luego que legó a él, reçibiólo muy bien et díxol’ que non quería quel’ dixiesse ninguna cosa de lo porque venía fasta que oviese comido. Et pensó muy bien de’l et fizol’ dar muy buenas posadas et todo lo que ovo mester, et diol’ a entender quel’ plazía mucho con su venida.

Et después que ovieron comido, apartósse con él, et contól’ la razón porque allí viniera, et rogól’ muy afincadamente quel’ mostrasse aquella sciençia que él avía muy grant talante de la aprender. Et don Illán díxol’ que él era deán et omne de grand guisa et que podía llegar a grand estado -et los omnes que grant estado tienen, de que todo lo suyo an librado a su voluntad, olbidan mucho aína lo que otrie a fecho por ellos- et él que se reçelava que de que él oviesse aprendido de’l aquello que él quería saber, que non le faría tanto bien como él le prometía. Et el deán le prometió et le asseguró que de cualquier vien que él oviesse, que nunca faría sinon lo que él mandasse.

Et en estas fablas estudieron desque ovieron yantado fasta que fue ora de çena. De que su pleito fue bien assossegado entre ellos, dixo don Illán al deán que aquella sçiençia non se podía aprender sinon en lugar mucho apartado et que luego essa noche le quería amostrar do avían de estar fasta que oviesse aprendido aquello que él quería saber. Et tomól’ por la mano et levól’ a una cámara. Et en apartándose de la otra gente, llamó a una mançeba de su casa et díxol’ que toviesse perdizes para que çenassen essa noche, mas que non las pusiessen a assar fasta que él gelo mandasse.

Et desque esto ovo dicho, llamó al deán; et entraron entramos por una escalera de piedra muy bien labrada et fueron descendiendo por ella muy grand pieça, en guisa que paresçía que estavan tan vaxos que passaba el río de Tajo por çima dellos. Et desque fueron en cabo del escalera, fallaron una possada muy buena, et una cámara mucho apuesta que ý avía, ó estavan los libros et el estudio en que avían de leer. De que se assentaron, estavan parando mientes en cuáles libros avían de començar. Et estando ellos en esto, entraron dos omnes por la puerta et diéronle una carta quel’ enviava el arçobispo, su tío, en quel’ fazía saber que estava muy mal doliente et quel’ enviava rogar que sil’ quería veer vivo, que se fuesse luego para él. Al deán pesó mucho con estas nuebas; lo uno, por la dolençia de su tío; et lo ál, porque reçeló que avía de dexar su estudio que avía començado. Pero puso en su coraçón de non dexar aquel estudio tan aína, et fizo sus cartas de repuesta et enviólas al arçobispo, su tío.

Et dende a tres o cuatro días llegaron otros omnes a pie que traían otras cartas al deán en quel’ fazían saber que el arçobispo era finado, et que estavan todos los de la eglesia en su eslección et que fiavan, por la merçed de Dios, que eslerían a él, et por esta razón que non se quexasse de ir a lla eglesia; ca mejor era para él en quel’ esleciessen seyendo en otra parte que non estando en la eglesia.

Et dende a cabo de siete o de ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos et muy bien aparejados, et cuando llegaron a él, vesáronle la mano et mostráronle las cartas en cómo le avían esleído por arçobispo. Cuando don Illán esto oyó, fue al electo et díxol’ cómo gradescía mucho a Dios porque estas buenas nuebas le llegaran a su casa, et pues Dios tanto bien le fiziera, quel’ pedía por merçed que el deanadgo que fincava vagado que lo diesse a un su fijo. Et el electo díxol’ quel’ rogava quel’ quisiesse consentir que aquel deanadgo que lo oviesse un su hermano; mas que él le faría bien, en guisa que él fuesse pagado, et quel’ rogava que fuesse con él para Sanctiago et que levasse aquel su fijo. Don Illán dixo que lo faría.

Fuéronse para Sanctiago. Cuando ý llegaron, fueron muy bien reçebidos et mucho onradamente. Et desque moraron ý un tiempo, un día llegaron al arçobispo mandaderos del Papa con sus cartas en cómol’ dava el obispado de Tolosa, et quel fazía gracia que pudiesse dar el arçobispado a qui quisiesse. Cuando don Illán oyó esto, retrayéndol’ mucho afincadamente lo que con él avía passado, pidiól’ merçed quel’ diesse a su fijo; et el arçobispo le rogó que consentiesse que lo oviesse un su tío, hermano de su padre. Et don Illán dixo que bien entendié quel’ fazía gran tuerto, pero que esto que lo consintía en tal que fuesse seguro que gelo emendaría adelante. Et el obispo le prometió en toda guisa que lo faría assí, et rogól’ que fuesse con él a Tolosa et que levasse su fijo. Et desque llegaron a Tolosa, fueron muy bien reçebidos de condes et de cuantos omnes buenos avía en la tierra. Et desque ovieron ý morado fasta dos años, llegaron los mandaderos del Papa con sus cartas en cómo le fazía el Papa cardenal et quel’ fazía gracia que diesse el obispado de Tolosa a qui quisiesse. Entonçe fue a él don Illán et díxol’ que, pues tantas vezes le avía fallesçido de lo que con él pusiera, que ya aquí non avía logar del’ poner escusa ninguna que non diesse algunas de aquellas dignidades a su fijo. Et el cardenal rogól’ quel’ consentiese que oviesse aquel obispado un su tío, hermano de su madre, que era omne bueno ançiano; mas que, pues él cardenal era, que se fuese con él para la Corte, que asaz avía en qué le fazer bien. Et don Illán quexósse ende mucho, pero consintió en lo que el cardenal quiso, et fuesse con él para la Corte.

Et desque ý llegaron, fueron bien reçebidos de los cardenales et de cuantos en la Corte eran, et moraron ý muy grand tiempo. Et don Illán afincando cada día al cardenal quel’ fiziesse alguna gracia a su fijo, et él poníal’ sus escusas.

Et estando assí en la Corte, finó el Papa; et todos los cardenales esleyeron aquel cardenal por Papa. Estonçe fue a él don Illán et díxol’ que ya non podía poner escusa de non conplir lo quel’ avía prometido. El Papa le dixo que non lo afincasse tanto, que siempre avría lugar en quel’ fiziesse merçed segund fuesse razón. Et don Illán se començó a quexar mucho, retrayéndol’ cuantas cosas le prometiera et que nunca le avía complido ninguna, et diziéndol’ que aquello reçelava en la primera vegada que con él fablara, et pues aquel estado era llegado et nol’ cumplía lo quel’ prometiera, que ya non le fincava logar en que atendiesse de’l bien ninguno. Deste aquexamiento se quexó mucho el Papa et començól’ a maltraer diziéndol’ que si más le afincasse, quel’ faría echar en una cárçel, que era ereje et encantador, que bien sabía que non avía otra vida nin otro ofiçio en Toledo, do él moraba, sinon bivir por aquella arte de nigromançía.

Desque don Illán vio cuánto mal le gualardonava el Papa lo que por él avía fecho, espedióse de’l, et solamente nol’ quiso dar el Papa que comiese por el camino. Estonçe don Illán dixo al Papa que pues ál non tenía de comer, que se avría de tornar a las perdizes que mandara assar aquella noche, et llamó a la muger et díxol’ que assasse las perdizes.

Cuanto esto dixo don Illán, fallósse el Papa en Toledo, deán de Sanctiago, como lo era cuando ý bino, et tan grand fue la vergüença que ovo, que non sopo quel’ dezir. Et don Illán díxol’ que fuesse en buena ventura et que assaz avía provado lo que tenía en él, et que ternía por muy mal enpleado si comiesse su parte de las perdizes.

Et vós, señor conde Lucanor, pues veedes que tanto fazedes por aquel omne que vos demanda ayuda et non vos da ende mejores gracias, tengo que non avedes por qué trabajar nin aventurarvos mucho por llegarlo a logar que vos dé tal galardón como el deán dio a don Illán.

El conde tovo esto por buen consejo, et fízolo assí, et fallósse ende bien. Et porque entendió don Johan que era éste muy buen exiemplo, fízolo poner en este libro et fizo estos viessos que dizen assí:

Al que mucho ayudares et non te lo conosçiere,
menos ayuda abrás de’l desque en grand onra subiere.

DE LO QUE CONTESCIÓ A UN OMNE BUENO CON SU FIJO, Infante don Juan Manuel


Otra vez acaesçió que el conde Lucanor fablava con Patronio, su consejero, et díxol’ cómo estava en grant coidado et en grand quexa de un fecho que quería fazer, ca, si por aventura lo fiziese, sabía que muchas gentes le travarían en ello; et otrosí, si non lo fiziese, que él mismo entendié quel’ podrían travar en ello con razón. Et díxole cuál era el fecho et él rogól’ quel’ consejase lo que entendía que devía fazer sobre ello.

-Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, bien sé yo que vós fallaredes muchos que vos podrían consejar mejor que yo, et a vos dio Dios muy buen entendimiento, que sé que mi consejo que vos faze muy pequeña mengua; mas pues lo queredes, dezirvos he lo que ende entiendo. Señor conde Lucanor -dixo Patronio-, mucho me plazería que parásedes mientes a un exiemplo de una cosa que acaesçió una vegada a un omne bueno con su fijo.

El conde le rogó quel’ dixiese que cómo fuera aquello. Et Patronio dixo:

-Señor, assí contesçió que un omne bueno avía un fijo; como quier que era moço segund sus días, era asaz de sotil entendimiento. Et cada que el padre alguna cosa quería fazer, porque pocas son las cosas en que algún contrallo non puede acaesçer, dizíal’ el fijo que en aquello que él quería fazer, que veía él que podría acaesçer el contrario. Et por esta manera le partía de fazer algunas cosas quel’ complían para su fazienda. Et vien cred que cuanto los moços son más sotiles de entendimiento, tanto son más aparejados para fazer grandes yerros para sus faziendas; ca an entendimiento para començar la cosa, mas non saben la manera como se puede acabar, et por esto caen en grandes yerros, si non an qui los guarde dello. Et así, aquel moço, por la sotileza que avía del entendimiento et quel’ menguava la manera de saber fazer la obra complidamente, enbargava a su padre en muchas cosas que avié de facer. Et de que el padre passó grant tiempo esta vida con su fijo, lo uno por el daño que se le seguía de las cosas que se le enbargavan de fazer, et lo ál, por el enojo que tomava de aquellas cosas que su fijo le dizía, et señaladamente lo más, por castigar a su fijo et darle exiemplo cómo fiziese en las cosas quel’ acaesçiesen adelante, tomó esta manera segund aquí oiredes:

El omne bueno et su fijo eran labradores et moravan çerca de una villa. Et un día que fazían ý mercado, dixo a su fijo que fuesen amos allá para comprar algunas cosas que avían mester; et acordaron de levar una vestia en que lo traxiesen. Et yendo amos a mercado, levavan la vestia sin ninguna carga et ivan amos de pie et encontraron unos omnes que vinían daquella villa do ellos ivan. Et de que fablaron en uno et se partieron los unos de los otros, aquellos omnes que encontraron conmençaron a departir ellos entre sí et dizían que non les paresçían de buen recabdo aquel omne et su fijo, pues levavan la vestia descargada et ir entre amos de pie. El omne bueno, después que aquello oyó, preguntó a su fijo que quel’ paresçía daquello que dizían. Et el fijo dixo que le parescía que dizían verdat, que pues la vestía iba descargada, que non era buen seso ir entre amos de pie. Et entonçe mandó el omne bueno a su fijo que subiese en la vestia.

Et yendo así por el camino, fallaron otros omnes, et de que se partieron dellos, conmençaron a dezir que lo errara mucho aquel omne bueno, porque iva él de pie, que era viejo et cansado, et el moço, que podría sofrir lazeria, iva en la vestia. Preguntó entonçe el omne bueno a su fijo que quel’ paresçía de lo que aquellos dizían; et él díxol’ quel’ paresçía que dizían razón. Entonçes mandó a su fijo que diciese de la vestia et subió él en ella. Et a poca pieça toparon con otros, et dixieron que fazía muy desaguisado dexar el moço, que era tierno et non podría sofrir lazeria, ir de pie, et ir el omne bueno, que era usado de pararse a las lazerias, en la vestia. Estonçe preguntó el omne bueno a su fijo que quél’ paresçié desto que estos dizían. Et el moço díxol’ que, segund él cuidava, quel’ dizían verdat. Estonce mandó el omne bueno a su fijo que subiese en la vestia porque non fuese ninguno dellos de pie.

Et yendo así, encontraron otros omnes et començaron a dezir que aquella vestia en que ivan era tan flaca que abés podría andar bien por el camino, et pues así era, que fazían muy grant yerro ir entramos en la vestia. Et el omne bueno preguntó al su fijo que quél’ semejava daquello que aquellos omnes buenos dizían; et el moço dixo a su padre quel’ semejava verdat aquello. Estonçe el padre respondió a su fijo en esta manera:

-Fijo, bien sabes que cuando saliemos de nuestra casa, que amos veníamos de pie et traíamos la vestia sin carga ninguna, et tú dizías que te semejava que era bien. Et después, fallamos omnes en el camino que nos dixieron que non era bien, et mandéte yo sobir en la vestia et finqué de pie; et tú dixiste que era bien. Et después fallamos otros omnes que dixieron que aquello non era bien, et por ende desçendiste tú et subí yo en la vestia, et tú dixiste que era aquello lo mejor. Et porque los otros que fallamos dixieron que non era bien, mandéte subir en la vestia conmigo; et tú dixiste que era mejor que non fincar tú de pie et ir yo en la vestia. Et agora, estos que fallamos dizen que fazemos yerro en ir entre amos en la vestia; et tú tienes que dizen verdat. Et pues que assí es, ruégote que me digas qué es lo que podemos fazer en que las gentes non puedan travar; ca ya fuemos entramos de pie, et dixieron que non fazíamos bien; et fu yo de pie et tú en la vestia, et dixieron que errávamos; et fu yo en la vestia et tú de pie, et dixieron que era yerro; et agora imos amos en la vestia, et dizen que fazemos mal. Pues en ninguna guisa non puede ser que alguna destas cosas non fagamos, et ya todas las fiziemos, et todos dizen que son yerro; et esto fiz yo porque tomasses exiemplo de las cosas que te acaesçiessen en tu fazienda; ca çierto sey que nunca farás cosa de que todos digan bien: ca si fuere buena la cosa, los malos et aquellos que se les non sigue pro de aquella cosa, dirán mal della; et si fuere la cosa mala, los buenos, que se pagan del bien, non podrían decir que es bien el mal que tú feziste. Et por ende, si tú quieres fazer lo mejor et más a tu pro, cata que fagas lo mejor et lo que entendieres que te cumple más, et sol que non sea mal, non dexes de lo fazer por reçelo de dicho de las gentes; ca çierto es que las gentes a lo demás siempre fablan en las cosas a su voluntad, et non catan lo que es más a su pro.

-Et vós, conde Lucanor, señor, en esto que me dezides que queredes fazer et que reçelades que vos travarán las gentes en ello, et si non lo fazedes, que esso mismo farán, pues me mandades que vos conseje en ello, el mi consejo es éste: que ante que començedes el fecho, que cuidedes toda la pro o el dapño que se vos puede ende seguir, et que non vos fiedes en vuestro seso et que vos guardedes que vos non engañe la voluntad, et que vos consejedes con los que entendiéredes que son de buen entendimiento et leales et de buena poridat. Et si tal consejero non falláredes, guardat que vos non arrebatedes a lo que oviéredes a fazer, a lo menos fasta que passe un día et una noche, si fuere cosa que se non pierda por tiempo. Et de que estas cosas guardáredes en lo que oviéredes de fazer, et lo falláredes que es bien et vuestra pro, conséjovos yo que nunca lo dexedes de fazer por reçelo de lo que las gentes podrían dello dezir.

El conde tovo por buen consejo lo que Patronio le consejava. El fízolo assí, et fallóse ende bien.
Et cuando don Johan falló este exiemplo, mandólo escrivir en este libro, et fizo estos viessos en que está avreviadamente toda la sentençia deste exiemplo. Et los viessos dizen así:

Por dicho de las gentes,sol que non sea mal,al pro tenet las mientes,et non fagades ál.

AL TÚMULO DE FELIPE III EN SEVILLA, Miguel de Cervantes



Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla,
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto
cuanto dice voacé, seor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.»

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuése y no hubo nada.