Vinieron a su poder diez de los filósofos gimnosofistas, aquellos que con sus persuasiones habían contribuido más a que Sabas se rebelase y que mayores males habían causado a los macedonios. Como tuviesen fama de que eran muy hábiles en dar respuestas breves y concisas, les propuso Alejandro ciertas preguntas oscuras, diciendo que primero daría la muerte al que más mal respondiese y así después por orden a los demás, intimando al más anciano que juzgase.
Preguntó al primero si eran más en su opinión los vivos o los muertos, y dijo que los vivos, porque los muertos ya no eran.
Al segundo, cuál cría mayores bestias, la tierra o el mar, y dijo que la tierra, porque el mar hacía parte de ella.
Al tercero, cuál es el animal más astuto, y respondió: aquel que el hombre no ha conocido todavía.
Preguntado el cuarto con qué objeto había hecho que Sabas se rebelase, respondió: con el deseo de que viviera bien, o muriera malamente.
Siendo preguntado el quinto cuál le parecía que había sido hecho primero, el día o la noche, respondió que el día precedió a ésta en un día, y añadió, viendo que el rey mostraba maravillarse, que siendo enigmáticas las preguntas, era preciso que también lo fuesen las respuestas.
Mudando, pues, de método, preguntó al sexto cómo lograría ser uno el más amado entre los hombres, y respondió: si siendo el más poderoso, no se hiciese temer.
De los demás, preguntado uno cómo podría cualquiera de hombre hacerse Dios, dijo: si hiciese cosas que al hombre es imposible hacer;
y preguntado otro de la vida y la muerte cuál podía más, respondió que la vida, pues que podía soportar tantos males.
Preguntado el último hasta cuánto le estaría bien al hombre el vivir, respondió: hasta que no tenga por mejor la muerte que la vida.
Atrajo entonces al juez mandándole que pronunciase y, diciendo éste que habían respondido a cuál peor, repuso Alejandro: "Pues tú morirás el primero, juzgando de esa manera"; a lo que le replicó: "No hay tal, oh rey, a no ser que tú te contradigas, habiendo dicho que moriría el primero el que peor hubiese respondido".
Dejó, pues, ir libres a éstos, habiéndoles hecho presentes; y a los que teniendo también nombradía vivían de por sí, envió a Onesícrito para que les dijera fueran a verle. Era Onesícrito filósofo de los de la escuela de Diógenes el Cínico, y dice que Galano le mandó con desdén y ceño que se quitara la túnica y escuchara desnudo sus lecciones, pues de otro modo no le dirigiría la palabra, aunque viniera de parte de Júpiter; pero que Dandamis le trató con más dulzura y, habiéndole oído hablar de Sócrates, Pitágoras y Diógenes, había dicho que le parecían hombres apreciables, aunque a su entender habían vivido con sobrada sumisión a las leyes. Otros son de opinión no haber dicho Dandamis más que esto: "¿Pues con qué motivo ha hecho Alejandro un viaje tan largo para venir aquí?"; y de Galano alcanzó Taxiles que fuera a ver a Alejandro. Su nombre era Esfines; pero como saludaba a los qué la hablaban en lengua india diciendo Calé, en lugar de Dios te guarde, los griegos le llamaron Galano. Dícese que se presentó a Alejandro este emblema y ejemplo del poder y la autoridad, que fue poner en el suelo una piel de buey seca y tostada y. pisando uno de los extremos, comprimida en aquel punto, se levantó por todas las demás partes; hizo lo mismo por todo alrededor y el suceso fue igual hasta que, puesto en medio, la detuvo y quedó llana y dócil, queriendo con esta imagen significar que el imperio debía ejercerse principalmente sobre el medio y centro del reino y no haberse ido Alejandro a tanta distancia.
Plutarco, Vida de Alejandro.
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