sábado, 25 de octubre de 2008

Abadía de Thelema, François Rabelais

Cómo Gargantúa hizo preparar para el monje la Abadía de Thelema

Faltaba sólo que recompensar al monje, y Gargantúa quiso hacerlo abad de Sevillé; pero él se rehusó. Quiso luego darle la abadía de Bourgueil o la de Saint-Florent, la que más le agradase de las dos; pero enseguida contestó que no quería carga ni gobierno de monjes; porque, como él decía: ¿Podría yo gobernar a otro cuando yo mismo no sabría gobernarme? Si os parece que os he hecho algún servicio y que en adelante podré hacéroslo, autorizad me para fundar una abadía a mi gusto. La iniciativa fue del agrado de Gargantúa y le ofreció todo su país de Thelema, junto a la ribera del Loire, a dos leguas del gran bosque de Port Huault; además le requirió que instituyese su religión al contrario de todas las demás. --Primeramente -decía Gargantúa-, no hará falta edificar la abadía ni circundarla de murallas como están las otras. -Verdaderamente -replicó el monje--, y donde hay muros hay murallas, envidia y conspiración mutua. Se dispuso que así como en ciertos conventos es costumbre cuando entra alguna mujer, es decir, las honestas y púdicas, limpiar los sitios por donde aquéllas hubieran pasado, si religioso o religiosa entraran por caso fortuito, se limpiarán religiosamente todos los lugares que hubieran atravesado. Puesto que en todas las religiones del mundo está todo acompasado, limitado y regulado por horas, se decretó que allí no habría relojes ni cuadrantes de ninguna clase, sino que las labores serían distribuidas según las oportunidades y ocasiones, porque, como decía Gargantúa, la mayor pérdida de tiempo está en contar las horas, pues de ello no viene ningún bien, y la mayor desazón del mundo está en gobernarse al son de una campana y no por los dictados del entendimiento y del buen sentido. Item: Puesto que en aquel tiempo no entraban en religión más mujeres que aquellas que se encontraban tuertas, borrachas, gibosas, feas, contrahechas, locas, insensatas, tocadas de maleficios y enviciadas, ni más hombres que los asmáticos, mal nacidos, inútiles y vagabundos, se dispuso que allí no se recibiría sino a las hermosas, bien nacidas y bien formadas y a los hermosos, bien nacidos y bien formados. -A propósito -dijo el monje-. Una mujer que no es buena ni bella, ¿para qué vale? -Para monja -repuso Gargantúa. -Y para hacer camisas. Item: Como en los conventos de mujeres no entran hombres sino engañosa y clandestinamente, se decretó que allí no habría mujeres en el caso que no hubiera hombres, ni hombres si no había mujeres. Item: Puesto que tanto unas como otros, una vez profesos después del año de noviciado, estaban forzados y compelidos a permanecer allí toda su vida, se dispuso que entraran y salieran libremente cuando les pareciese oportuno. Item: Como ordinariamente hacen tres votos, de obediencia, pobreza y castidad, se acordó que allí pudieran casarse honorablemente, que todos y cada uno pudieran ser ricos y viviesen en completa libertad. En cuanto a la edad de ingreso para las hembras, había de ser de diez a quince años, y para los varones, de doce a dieciocho. Cómo tenían regulada su vida los thelemitas Tenían empleada su vida, no según leyes, estatutos ni reglas, sino según su franco arbitrio. Se levantaban de la cama cuando buenamente les parecía, bebían, comían, trabajaban, dormían cuando les venía en gana; nada les desvelaba y nadie les obligaba a comer, beber ni hacer cosa alguna; de esta manera lo había dispuesto Gargantúa. En su regla no había más que esta cláusula:

HAZ LO QUE QUIERAS

Porque las gentes bien nacidas, libres, instruidas y rodeadas de buenas compañías, tienen siempre un aguijón que les impulsa a seguir la virtud y apartarse del vicio; a este acicate le llaman honor. Cuando por vil sujeción y clausura se ven constreñidos y obligados, pierden la noble afección que francamente los inducía a la virtud y dirigen todos sus esfuerzos a infringir y quebrantar esta necia servidumbre, porque todos los días nos encaminamos hacia lo prohibido y ambicionamos lo que le nos niega. Por efecto de esta libertad, llegaron a la plausible emulación de hacer todos lo que a uno le fuera grato: si alguno o alguna decía bebamos, todos bebían; si decían juguemos, todos jugaban; si decían vamos a pasear por el campo, todos paseaban. Si decían vamos a cazar, las damas, montadas en sus bellas hacaneas, con su palafrén y su guía, llevaban cada una en su mano enguantada delicadamente, un esmerillón o alcotancillo; los demás pájaros los llevaban los hombres. Tan noblemente estaban educados, que entre ellos no había uno solo que no supiera leer, escribir, cantar, tocar instrumentos de música, hablar cinco o seis idiomas y componer prosa o verso. Jamás se han visto caballeros tan discretos, tan galantes, tan ágiles a pie y a caballo, tan fuertes para remar y para manejar todas las armas, como los que allí había. Cuando para alguno, por llamamiento de sus deudos o cualquiera otra causa, llegaba la hora de salir, llevaba consigo a una de las damas que de antemano le había escogido por suyo, y por consecuencia estaban ya juntos y casados; si en Thelema habían vivido en inclinación y amistad mutuas, las continuaban con aumento en el matrimonio, tanto que llegaban hasta el fin de sus vidas habiéndola pasado toda como el primer día de novios.

Textos en castellano utilizados para la transcripción de este capítulo: François Rabelais: La Abadía de Thelema (Gargantúa y Pantagruel, Libro I). Ed. M. Aguilar, Madrid, 1923. Trad. de E. Barriobero y Herrán.

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