Aquel año de 1896, duodécimo de mi edad, cuando publiqué mi primera cosa en un periódico, me interesé también por las matemáticas. Me disgustaban profundamente; pero un día, el profesor de álgebra del colegio empezó así su lección:
-Un gavilán pasó volando por delante de un palomar, y saludó: "adiós, mis señoras cien palomas". Y una de ellas le respondió: "No somos ciento; pero nosotras, más nosotras, más la cuarta parte de nosotras, más usted, señor gavilán, sí somos ciento." ¿Cuántas eran las palomas? ¿alguno de ustedes sabe decírmelo?
Un muchacho que estaba a mi lado se puso en pie, como impelido por un resorte.
-Yo sabré.
-¿Sabrá usted? -preguntó el profesor.
-En cuanto resuelva la ecuación - contestó con desparpajo el alumno-. Porque se trata de una ecuación de primer grado con una incógnita.
-Salga usted a la pizarra.
-Pedro Antonio Heredia -así se llamaba el alumno, se llama aún- esgrimió la tiza y dijo:
-El número de palomas es lo que queremos saber, y es por ahora la incógnita.
Y escribió:
X+X+X/2+X/4+1=100
Quitó el uno de la proposición; redujo la igualdad a 99 y comenzó las operaciones. El primer término se iba reduciendo; la incógnita se iba separando de los números; la fórmula era cada vez más pequeña, y al fin la X se quedó sola, a la izquierda, y a la derecha, después del signo = apareció el número 36.
-Son las palomas-afirmó Heredia-, y saludó al profesor con una pirueta de acróbata de circo.
Toda la clase aplaudió.
Aquello había sido buscar lo desconocido, descubrirlo poquito a poco, encontrarlo después de haberlo perseguido como una ilusión y a mí me pareció un encanto.
-Oye, Perico Antuco- le dije en el recreo a mi amigo-. ¿Quieres venir a casa a darme paso de matemáticas?
-¿Me lo darás a mí de literatura?
Aquella noche vino Pedro a mi casa de la calle de la Minería, y vino muchas noches más, y pasábamos dos horas de provechosa y alegre intimidad. Él me decía en la ocasión propicia:
-No te olvides, Felipito. En todo triángulo a mayor lado se opone mayor ángulo, y los tras ángulos de un triángulo, aun los equiláteros, suman siempre dos rectos.
Y yo a él:
-Te presente, Perico, que cuando el verbo ser es copulativo, concierta con el predicado nominal y no con el sujeto. En El Quijote encontrarás ejemplos de esta concordancia: "Todos los encamisados era gente medrosa." Era y no eran, fíjate bien. "La demás chusma del bergantín son moros y turcos." Repara en esto: son y no es.
Un criado negro nos traía chocolate o refrescos, según la estación. Bebíamos repitiendo entre sorbo y sorbo. Él:
-Pleonasmo, hipérbaton, metonimia, epanadiplosis...
Y yo:
-Isósceles, escaleno, hipotenusa, paralaje...
-¡Mira qué epanadiplosis!-¡Mira que paralaje!
Nos reíamos a carcajadas. Al filo de las doce se despedía...
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