lunes, 18 de febrero de 2013

De un exiliado morisco, en Túnez, tras la expulsión.


    Dios, que a los suyos padeciendo mira
muerte en la vida y en el cuerpo infierno
por pecados de padres sin gobierno
o por la causa que a su globo admira,
    alza la ardiente espada de su ira
y, como crïador y amante tierno,
no es, siendo eterno en la venganza, eterno,
que al descanso piadoso la retira.
    Del Faraón de España ablanda el pecho
y, a su pesar, les da en el mar camino
que está de verdes flores prado hecho;
    y en su vuestro ingenio raro y peregrino,
dándole luz de Dios tanto provecho,
que ya no sois mortal, sino divino.

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