jueves, 1 de agosto de 2013

Álvaro Cubillo de Aragón



    Fabio, tu carta he visto en que me escribes
que ya en la Corte muy de asiento vives,
cosa que apenas deja que la crea,
pues trocaste el retiro de tu aldea
y aquella verdad pura y quietud santa
por tanto engaño y por malicia tanta.
Pero, pues ya lo has hecho,
el consejo será de más provecho
que la reprensión tarde y en vano:
óyele de un antiguo cortesano.
    Los hombres, Fabio, padecemos todos 
un peligro fatal por varios modos, 
y es que, viviendo desde que nacemos 
con nosotros, aun no nos conocemos. 
Esto es lo más que mi verdad te advierte: 
la primera lición es conocerte, 
que, aquesta bien sabida y decorada, 
seguro vivirás no errando en nada. 
    La segunda parece en todo opuesta, 
mas no lo es, sino conforme a esta, 
pues has de tener tanto de importuno 
en conocerte a ti como a ninguno: 
a nadie más conozcas, que harto sabe 
el que en el peso de este mundo grave 
cada sol, cada aurora 
ve su balanza y las demás ignora. 
    Supuesto, Fabio, este conocimiento, 
serás con todos muy cortés y atento, 
y más con los señores 
a quien el cielo quiso hacer mayores, 
que, aunque de un mismo barro 
no es todo uno el cántaro y el jarro. 
    Tu hacienda (ya que el hado
liberal te la dio y no limitado),
destribúyela honesta y cuerdamente.
Anda siempre en un hábito decente,
tan igual a tu estado
que no te culpen por desaliñado,
ni, por loco, ocasiones la censura
del que todo lo que ve murmura.
    Tus criados procúralos honrados
y estén de ti contentos y pagados:
déjalos que se añejen en tu casa,
y a los que saben lo que en ella pasa
nunca por causa leve has de perdellos.
Súfreles algo, pues te sufren ellos,
que traer cada día gente nueva
es inconstancia y peligrosa prueba:
aquellos hablarán como enemigos,
y estos de su razón serán testigos
cuando, por más que tus acciones midas
a estos como a aquellos los despidas,
y es descrédito grande y mal indicio
el ver que nadie para en tu servicio.
    Trata siempre verdad en toda cosa
y no la niegues, aunque sea costosa.
No te atribuyas nunca obras ajenas,
que a una bajeza grande te condenas
y los que más celebran tus parolas
saben que mientes y se ríen a solas.
    Ser bienquisto con todos es riqueza,
procura serlo y ganarás grandeza:
sean todos tus amigos; mas advierte
que te portes con ellos de tal suerte
hasta ser conocidos,
que tú lo seas de pocos y escogidos,
y, si de estos algún necesitado
te pidiere prestado no se lo prestes, que es aventurarle; 
mejor es socorrerle que prestarle 
porque, sobre cobrar la buena obra, 
se pierde la amistad y no se cobra 
y, así, tengo por menos peligroso 
que el socorrer tu amigo sea gracioso. 
   No juegues, que si juegas 
a la mayor calamidad te entregas: 
solo podrás bacerlo si es con juicio, 
por entretenimiento, y no por vicio. 
Paga lo que perdieres si jugares 
y no pidas jamás lo que ganares 
sino prudente fía 
tu interés de la ajena cortesía: 
    Con las damas (de esto estés advertido)
has de ser muy cortés y comedido,
muy liberal, compuesto y generoso,
dándole siempre título de hermoso
al defeto mayor, porque el defeto
nunca lo es en boca del discreto.
Si por desdicha, Fabio, o contingencia
(que a pocos perdono aquesta dolencia)
tuvieres enemigo declarado,
guárdate de él y ten mucho cuidado
de alabar sus acciones, aunque veas
que otros las abominan por ser feas,
pues su mayor castigo
será verse alabar de su enemigo
y es opinion de sabios
portarse dando gracias por agravios.
    Si a la comedia fueres inclinado
y dejares tu casa estimulado
de propios sinsabores,
nunca vayas a ver en ella horrores,
que, si aquel breve espacio
te desvías del peso de palacio
del pleito, de las trampas e inquietudes
y a la comedia acudes
medio muerto y rendido
a desahogar el ánimo afligido,
no es desahogo ver en la comedia
el insulto, el agravio, la tragedia,
el blasfemo de Dios amenazado,
el duelo ejecutado,
la virtud ofendida,
y a precio de una vida y otra vida
con bárbara violencia
la traición, la maldad y la insolencia.
    ¿Qué linaje de gusto se halla en esto?
que aun a los sentidos es molesto,
y vuelves a tu casa
con la pena de ver lo que allí pasa,
que, por torpe e injusto,
aunque representado, da disgusto.
    Tengo por muy poco hombre y por menguado
al que va a la comedia muy preciado
de oír cosas de seso,
que el tablado no se hizo para eso. 
    Si gustas de las veras, aquel rato 
vete a oír un sermón, que es más barato;
si gustas de lo grave y, por ventura,
cerca la tienes, lee la Escritura,
y, si a los argumentos te dispones,
oye unas conclusiones,
que allí te explicarán con excelencia
tal vez del alma y tal de Dios la esencia.
    Mas la comedia búscala graciosa,
entretenida, alegre, caprichosa
y breve, que no es bien huyendo el tiempo
que gaste mucho tiempo el pasatiempo.
    Si hicieres versos (que será posible)
no hagas lo que es amable aborrecible.
De sátiras jamás te satisfagas
ni las ajenas oigas, ni las hagas.
Sean siempre tus versos decorosos,
leves, castos, suaves, sentenciosos,
sin mezclar en las burlas ni en las veras
lengua extraña ni voces forasteras.
    No hagas comedias, no porque el hacellas
arguya culpa en ti ni vicio en ellas,
que antes son argumento
de claro ingenio y singular talento,
sino porque te expones claramente
a la común censura de la gente,
y es tribunal severo
la monstrüosa voz de un vulgo entero,
donde, por lo común, de este ejercicio
puede ya cada cual hacer jüicio,
si bien no es poco necio
quien de ajeno trabajo hace desprecio.
    Si en academia alguna te hallares 
donde ya por costumbre recibida 
algún señor presida, 
obedece el asunto y no repares 
en que sátira sea, 
que, como se usa allí de impersonales 
ya pintando una vieja, ya una fea, 
un miserable, un calvo, un antojado, 
y en esta acción lucida 
no se tira a ventana conocida, 
puedes sin que tu pluma desmerezca 
decir cuanto al ingenio se le ofrezca. 
    Con esto vivirás quieto y seguro; 
perdona, Fabio, que tu bien procuro 
y como verdadero y fiel amigo 
lo que yo hiciera te aconsejo y digo.

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