Señor Marqués, ya debo a Madrid canas
y tales experiencias que pudieron,
desengañando toda la esperanza,
templar no poca parte del deseo.
Tarde resplandeció la entena herida
de los frecuentes ímpetus del Euro,
al bajel que despojó al Océano
en quedando desnudo inútil leño.
Mas no malogra tanto navegante
que sabe aprovechar el escarmiento
y no vuelve a arrojarlo la borrasca
de incierto golfo a los peligros ciertos.
Desde el umbral primero de la vida
que predomina horóscopo severo,
apenas había Júpiter contado
los signos una vez del firmamento
cuando me arrebató marcial influjo
de la tranquilidad del patrio suelo
y a padecer me destinó la suerte
los daños de los climas mas opuestos.
Del atlántico mar surqué las ondas,
pasé de Alcides el feroz estrecho,
costeando desde él hasta las Sirtes
a Libia, fértil solo de venenos,
Echinades y Strofades del Jonio,
Cíclades y Sporades del Egeo,
el Bósforo de Tracia y el Euripo,
fatal enigma del mayor ingenio.
De Trinacria los ángulos distantes
de Paquino, Peloro, Lüibeo;
de Scila los horrísonos ladridos
oí en Caribdis resultar los ecos.
Del Etna vi las vengativas llamas,
castigo del insulto de Tifeo,
las Eólidas, fragua de Vulcano,
que llaman Efestíades los Griegos.
De Palinuro el túmulo enriscado
que las ondas están siempre mordiendo,
de Vesubio la entonces verde cumbre
y la frondosa tumba de Miceno.
De las dulces Sirenas y de Circe
los deseados y temidos riesgos
y varias veces cuantos se dilatan
de la boca del Tibre a la del Ebro.
De los montes de Calpe a los de Jura,
de donde nace adonde muere el Reno,
de donde se termina el Apenino
hasta donde fenece el Pirineo.
Discurrí del Danubio la corriente
hasta donde se mezcla con el Eno,
de la selva de Ardenia hasta la Ercinea
y lo que hay desde el Alvis hasta el Duero.
Desde el mar aquitánico a las islas
Sellis, y boca del Britano Cenio,
de Avon, Sabrina y Támesis que pagan
a las bélgicas ondas fertil feudo.
De donde Scalda y Mosa comunican
sus corrientes y tráfagos con ellos
hasta donde las iras de Neptuno
rendidas yacen a prisión del hielo.
De mar y tierra peligrosos trances,
en viajes, en sitios, en reencuentros,
las noticias me dieron que se ganan
a infelices y prósperos sucesos.
En otros tantos repetidos lustros
ocupé siete militares puestos
a continuos trabajos conseguidos
y a más costa de sangre que de tiempo.
De peregrinaciones tan remotas,
quebrantado el espíritu y el cuerpo,
apenas hay sentido que se atreva
a explicar legalmente los objetos.
Y, como son de las demás potencias
comunes y forzosos instrumentos,
en todas reverberan los indicios
de la ruina que el todo está temiendo.
La memoria no acuerda lo que debe,
ni lo discurre ya el entendimiento,
con que, la voluntad, desalumbrada,
tiene por fortüitos los aciertos.
Cuando pude obligar a la Fortuna,
esperanzas cogí que llevó el viento:
¿intentaré la posesión ahora,
ella, tan inconstante, y yo, tan viejo?
¿Quién habrá que no acuse desvarío
que en la temeridad malogra esfuerzos
y, tantas veces della maltratado,
hacer en sus halagos otro empeño?
Además, que temiera de la envidia
más irreconciliables los denuedos,
y que no perdonase en los comicios
a quien ha despreciado en los destierros.
Estación es de recoger las velas
y procurar seguridad de puerto,
huyendo los escollos de la Corte,
como las rocas de Ino y Cafareo.
Congojose al entrar en Antioquía
Catón, de ver un gran recibimiento;
mas la severidad destempló en risa
cuando le preguntaron por Demetrio.
Que la modestia y la verdad, desnudas
de la prosperidad del valimiento,
en edades tenidas por mejores,
desestimaron por un vil liberto.
Mal podré contrastar peligros tales
destitüido de favor y medios,
culpa no sé si de la suerte o mía,
y de salud para trabajos nuevos.
Pues supongo que beso al Rey la mano
y, con ingenuidad, le represento
que, de los seis septentrionales años,
solo informar por negativas puedo
si bien examinar he procurado
los designios y máximas, atento,
y, como Artofilao, de las dos Osas,
observar los remisos movimientos.
Queda de mi persona con cuidado,
llévole yo de ver los consejeros,
hábloles menos veces que los hallo,
dicen siempre lo mucho que merezco...
Pasa un mes, otro mes y quizás años
en que gasto lo poco que no tengo:
sucédeme lo mesmo que otras veces,
que es hallarme con gota y sin dinero.
Pero viene un papel del Secretario,
en que estaba librado mi consuelo,
pago con alborozo las albricias
envueltas en mayor ofrecimiento.
Ábrolo con más gusto que recato,
y, en presencia de todos, deletreo
este fecundo parto, que los montes
a tantas diligencias concibieron:
que los de Terrenate se han quejado
del embarazo que hay en el comercio
con el rey de Tidore, a cuya causa
es fuerza despacharle un mensajero,
y que su Majestad, asegurado
por diversas consultas del Consejo,
de mis servicios, méritos y partes
hace elección de mí para este empleo;
que se están ya formando los despachos
remitiéndolo todo a mi buen celo,
y se manda, con órdenes precisas,
que de Chile me acudan con el sueldo...
Manifestando mi razón y achaques,
insto, ruego, suplico y aun protesto,
sin perdonar solicitud ni costa,
y, después, me resigno como suelo,
desestimando proprias conveniencias,
y todas las injurias del enero;
fïado de la fe del Oceano,
voy a Tidore, en fin, y, en fin, no vuelvo.
He corrido del mundo lo que basta
a disculpar cualquiera desaliento;
lo restante andaré con los compases,
en las tablas de Blao y Tolomeo.
Acuérdome que ha poco que leía,
en filósofo grave, aunque moderno,
un discurso que prueba doctamente
cuán del todo a la patria nos debemos
y, con no leve persuasión, prohíbe
convertirnos en polvo forastero,
teniendo por delito no volverle
este, que de ella recibido habemos.
Sócrates, sin salir jamás de Grecia,
pretende ser de todo el universo;
yo, que con los extraños he vivido,
morir entre los proprios apetezco
y, ya que por trabajos tan frecuentes
de mi posteridad los desheredo,
no negarles las últimas reliquias
reducidas a breve monumento
y esperar este formidable golpe,
que ni evitar ni prevenir podemos,
meta fatal de tan antigua estirpe,
donde lo recibieron mis abuelos.
Es el sitio más sano que apacible,
pero estoy a los ásperos tan hecho,
que, sin la circunstancia de ser propio,
aun no dejara de juzgarlo ameno.
La eminencia corona de un collado,
(que hay coronas también de poco precio:
las de roble y encina preferían
los romanos al oro y el electro).
Iria, de ellos entonces celebrada,
(no la de Flavio, que al Padrón concedo)
hoy Irián, del estrago de los siglos
defender ha podido el nombre entero.
Órbigo de preciosa arena engasta
caudaloso cristal a breve trecho
que dos copiosas fuentes solicitan,
un sonoroso arroyo componiendo.
Esto solo estará donde solía;
lo demás, destrozado, como vemos
de ordinario [en] mayores posesiones,
no tan desamparadas de sus dueños.
Montes las heredades, el albergue
dando señas de sí con los cimientos
y, si ha quedado habitación, gozada
de las fieras por casa de aposento.
Árboles que a mi vista se plantaron
y sazonados frutos produjeron,
faltos ya de vigor, caducos troncos,
a la llama darán sólo alimento.
Los que vi niños ya serán ancianos,
los que mozos, desnudos esqueletos:
así trasiega el hado nuestras vidas,
como las hojas proceloso cierzo.
Todo me acordará lo que se olvida
tan del todo en los áulicos estruendos;
ensayarme a morir allí querría,
tanto como he vivido acá muriendo.
Pondré cuidado en disponer un cuarto
y dar acomodado alojamiento
a los libros, que son con quien más trato,
puesto que con escasa luz los veo.
Fácil, y no más de una, la comida,
el ejercicio, mucho, y no violento;
nieve para el verano y una estufa
que vuelva primaveras los inviernos.
Sin cirujano, médico, botica
ni contagioso dogma de Galeno
que, por herir en más que lo visible,
a las almas llamó "temperamento".
Si el arte puede dilatar las vidas,
con esto solo prorrogarla creo,
y, si no, temeré menos la muerte
cuanto más desarmada de remedios.
Es la moderación, que lo bastante
procura, despreciando lo superfluo,
suficiente tesoro cuando mide
a la necesidad nuestros afectos,
sin andar, como cínico, desnudo,
ni tener, como Lúculo, quinientos
o cinco mil, según refiere Horacio,
mantos que tiria púrpura bebieron.
Si ha de morir esclavo de Cambises,
¿de qué le sirve la riqueza a Creso
ni a Craso, si el escarnio de los Partos
ha de ser su ambición, por ella muerto?
Jactancioso el ratón de haber roído
el lazo en que el León estaba preso,
olvidado de sí, repite instancias
pidiéndole su hija en casamiento:
él, por no defraudar tan gran servicio,
como rey generoso, de igual premio,
se la concede, celebrar las bodas
con magnífica pompa prometiendo.
Mas, al darle la novia los abrazos
le penetró las uñas hasta el pecho,
y quedó castigada de la dicha
la presunción del vano atrevimiento.
Después de tantos inmortales triunfos
hace Scipión sagrado de Linterno
y, por no contentarse con los suyos,
sin sepultura yace el gran Pompeyo.
Quien no pudo vencer a la Fortuna,
procure la victoria de sí mesmo
y establezca dominio en las pasiones,
dignidad que tan pocos adquirieron.
La soledad es dulce compañía
del que no desconoce sus provechos,
de la quietud inexpugnable alcázar,
apetecida patria del silencio.
A consagrar por ella me dirijo
del desengaño en el oculto templo
estos que tarde la razón procura
limar de mi prisión tenaces hierros.
¿Quién no sale peor del gran tumulto?
¿Quién no se descompone al mal ejemplo?
Pecar sin ocasión, aun en los brutos
tiene dificultad el torpe exceso.
Las Virtudes parecen a las Musas
en ser tan inclinadas a los yermos,
que quiere introducirlas en la Corte,
y dan en la Tebaida con Arsenio.
Ya que no me prometa conseguirlas,
lo que de mi constancia me prometo,
fuera de peligrosos embarazos,
desearlas podré con más sosiego.
Gózase la sazón en la campaña
de todo lo que da cada elemento
y ellos se comunican más propicios,
libres de los concursos turbulentos.
El agua por nativos manantiales,
risa y salud está siempre vertiendo,
el aire, perfumado de las plantas,
subministra aromáticos alientos.
La tierra, matizada de colores,
presume competencias con el cielo,
que se deja admirar con más espacio
y se recata de la vista menos.
Esa brillante población de luces
que del sol obedece los preceptos
no nos influye tanto como alumbra
de su Autor al común conocimiento.
Y con los misteriosos eslabones
de la cadena que describe Homero,
a la primera causa nos conduce
por la contemplación de sus efectos.
De todo ser universal origen,
de toda inteligencia único centro,
unidad a que todo se reduce,
principio y fin de todo movimiento
en que se logra cierta la esperanza,
y más que cabe en ella poseemos,
descansan felizmente los cuidados
y viven inmortales los contentos.
Basta que el empeñar caudal tan corto
en tan profunda inmensidad recelo,
perdonad lo prolijo del discurso,
y no extrañéis la novedad del metro.
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