Pedro Calderón de la Barca
De El pastor Fido, III:
Ya yo extrañaba, Amarili,
que los favores viniesen
sin que pisase su sombra
la huella de los desdenes.
De males a bienes dicen
que se pasa fácilmente,
pero de males a males
digo yo que es más frecuente.
Y así no me digas
que mudanzas pueden,
sin trocar la tuya,
mejorar mi suerte.
¿Qué importa que vea el otoño
de sus árboles pendientes
más frutos que hojas se ven,
si al invierno le previene
con ceño arrugado
su mismo noviembre,
secas, las campañas,
y, hielo, las fuentes?
¿Qué importa que vea el invierno
en sus ateridas sienes
el aurora de las flores
que en el almendro amanece,
si apenas rosado
capillo las prende
cuando en el instante
que nacen, fallecen?
¿Qué importa que de sus rosas
los matices diferentes
ciñan a la primavera
la guirnalda de su frente,
si ya del estío
la saña impaciente,
a luces la embiste
y a rayos la vence?
Y finalmente ¿qué importa
que el estío ufano ostente
montes de oro, si las nubes
se los llevan donde quieren,
haciendo sus lluvias
en veloz corriente
líquidos arroyos
del montón más fértil?
Y así, cuando el año mires
cómo el mal en bien convierte,
mira el bien en mal; que todo
cabe en su círculo breve
si le anda y desanda
aquella serpiente,
símbolo del año,
que su cola muerde.
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