COSME GÓMEZ TEJADA DE LOS REYES
IDILIO DE AUSONIO GALO,
Quod vitae sectabor iter? etc.
¿Qué camino en mi vida seguir puedo
si cualquiera es incierto y peligroso
y al valor más osado pone miedo?
Si en las plazas pretendo hallar reposo,
todas las veo de tumultos llenas
que ocasiona el tratante y ambicioso.
En casa, los cuidados y las penas
viven; y, si las dejo y peregrino,
estos mismos cuidados son cadenas.
Si es rico el mercader, por su camino
padece el alma de virtud pobreza
que la dispone a mísero destino.
Si el trato dejo, dejo la riqueza,
necesidad me asalta y, torpemente
da leyes y hace esclava a la nobleza.
Del labrador, que medra diligente,
los trabajos conozco intolerables,
sujeto al aire frío y sol ardiente.
Si al mar infaman olas formidabes,
a la madre común no soy ingrato,
cuyos abrazos son menos mudables.
Graves las penas son del celibato
y las del matrimonio son mayores,
que es vano de los celos el recato.
Si el son me agrada de los atambores,
oféndenme los bravos desafueros
de la guerra, sus muertes y rigores.
Cuando ganancias torpes de usureros
me llaman, aborrezco sus crueldades,
que las usuras son cuchillos fieros.
Armadas vienen todas las edades
de cuidados, y a todos desagrada
la propia edad, antiguas ceguedades.
Falta a la infancia la razón amada:
solo el castigo a la puericia rige,
y entra la juventud desenfrenada.
A la edad varonil ¡oh cuánto aflige
Fortuna, ya por mar y ya por tierra
bien que el valor su ceguedad corrige!
Si honra gana el varón en buena guerra,
es con la sangre que copiosa vierte:
la que sale enoblece a la que encierra.
Si en paz quiere gozar su buena suerte,
unos trabajos [a] otros encadenan
y van creciendo siempre hasta la muerte.
Los que vejez desean la condenan:
bien muestran ser malinos sus deseos,
pues ya en la posesión lloran y penan.
¿Levantamos memorias y trofeos
a los tiempos pasados? Los presentes
por culpas propias los hacemos reos.
Si temes los terribles accidentes
del fin mortal, a muchos considera
que su inmortalidad lloran prudentes.
Yuturna clama porque no quisiera
el privilegio que morir la impide,
que, sin honra, es su vida muerte fiera.
En las prisiones del peñasco pide
a Júpiter el sabio Prometeo
fin de su vida que los siglos mide:
sepultara su ciencia en el Leteo
por excusar eternas inquietudes
del águila que frustra su deseo.
Vuelve los ojos, pues, a las virtudes
del ánimo, y verás que reina el vicio
con aplauso de infames multitudes.
El adúltero intento, el artificio
de Fedra, su madrastra deshonesta,
a Hipólito arrojó en un precipicio:
en su triunfo vencida fue la honesta
resolución, muriendo despeñado:
tanto la virtud vale y tanto cuesta.
Si este camino dejas por cansado
y quieres por el mundo delicioso
tu apetito seguir desenfrenado,
mira las penas del vivir vicioso
y de todas tan cierto su castigo,
aun en el rey más alto y poderoso.
Infinitos ejemplos no prosigo,
que en necios son de la virtud gran mengua:
Tereo ejemplo sea y sea testigo.
Quiere encubrir sus culpas y deslengua
la cuñada inocente, pero al malo
una aguja si espada no fue lengua.
Desnudó con razón Sardanapalo
con la virtud los hábitos viriles,
cuyo castigo a su maldad igualo.
¿Quién no abomina sus deleites viles?
Ni mujer parecía entre los hombres,
ni hombre entre los vicios femeniles.
De la perfidia los infames nombres
tres guerras disuaden de Cartago,
que dieron al valor altos renombres.
Mira de esta ciudad el fiero estrago
por quien Roma se vio también a punto
de ser leve ceniza al aire vago.
Guardar la fe es peligroso asunto:
mira el incendio que por mil edades
da luz al nombre de la fiel Sagunto.
Si adoras las sagradas amistades,
¿a quién este refugio no consuela?
mas no es sagrado libre de impiedades.
Por este crimen a la sabia escuela
de los pitagoreos siempre amigos
la ignorancia de pérfidos asuela.
Pero, si temes estos enemigos
y huyes la amistad, de iguales penas
en las historias hallarás testigos.
No dudo que Timón, siendo en Atenas
por tan impío delito apedreado,
las amistades dijo que eran buenas.
El pensamiento va indeterminado
por las inciertas sendas de la vida
cual nave sin timón por mar airado.
Ni basta ya la prenda poseída
a los deseos para su reposo,
que eso mismo la hace aborrecida.
Agrada el resplandor del cargo honroso,
inquieta luego y, quien mandar pretende,
servir a viles tiene por glorioso.
Al que el honor ensalza, envidia ofende:
templanza en la ambición es gran prudencia:
quien sube ciego, ciego al fin desciende.
El vigilante estudio de elociencia
días hace que las noches es cansado;
mas la rudeza es bárbara indecencia.
Si piadoso el oficio de abogado,
rara es la gracia con los pleiteantes,
pues ha de ser alguno condenado.
Y, si juzgas los pleitos importantes,
¿quién tiene hacienda, quién paciencia tiene
para esperar sus textos inconstantes?
A éste que el deseo le entretiene
de hijos, ya en la posesión amada,
junto con el amor, el dolor viene.
Si la vejez esperas despreciada,
hace presa en tu hacienda la codicia
y en tu cuerpo también la muerte helada.
Si vives torpemente en avaricia,
con risa el pueblo y con razón murmura
de tanta necedad, tanta malicia.
Si liberal procedes, te censura
pródigo el vulgo, con envidia vario,
de quien aun la virtud no está segura.
Todas las cosas tienen su contrario,
la más constante tema su caída,
que, porque el mundo viva, es necesario.
La opinión, pues, de griegos repetida
apruebo que es la más dichosa suerte:
nunca nacer a tan instable vida
o, nacido, gozar temprana muerte.
domingo, 29 de noviembre de 2015
sábado, 14 de noviembre de 2015
Pedro de Quirós, Poemas
De Pedro de Quirós
Madrigal
Tórtola amante, que en el roble moras,
endechando en arrullos quejas tantas,
mucho alivias tus penas, si es que lloras,
y pocos son tus males, si es que cantas.
Si del a que enamoras
el desdén te desvía,
no durará el desdén, pues tu porfía
está un pecho de pluma conquistando.
¿Podrá un pecho de pluma no ser blando?
¡Ay de la pena mía,
en que medroso y triste estoy llorando,
y enternecer procuro
pecho de mármol, cuanto blanco duro!
Soneto.
A las ruinas de Itálica, o Sevilla la Vieja.
¡Oh Italia breve!, ya tu lozanía
rendida yace al golpe de los años.
¿Quién, con la luz que dan tus desengaños,
en la sombra veloz del tiempo fía?
Cedió tu pompa a la fatal porfía
de tirana ambición de los extraños;
mas hízote el ejemplo de tus daños
libro de sabios, de ignorantes guía.
Mal dije, no humilló tus torres claras
tiempo ni emulación con manos fieras,
que, a resistirte, de los dos triunfaras:
Morístete de ver que, si hoy vivieras,
ni a tus hijos más lauros les hallaras
ni del mundo en el ámbito cupieras.
Dulces desvelos de mi amor nacidos,
con suspiros y lágrimas crïados,
¿en qué favor os arrojáis fiados,
si no son vuestros ruegos admitidos?
Por mares de rigores conducidos,
todo es peligro cuanto veis turbados,
sin el remedio de comunicados
y sin la recompensa de ofrecidos.
Ningún alivio vuestra pena siente,
ningún remedio espera vuestro daño,
aunque más el dolor os atormente.
Pero si él os sacare de este engaño,
¡oh cuanto deberéis al accidente,
que no hay dicha mayor que un desengaño!
Madrigal
Tórtola amante, que en el roble moras,
endechando en arrullos quejas tantas,
mucho alivias tus penas, si es que lloras,
y pocos son tus males, si es que cantas.
Si del a que enamoras
el desdén te desvía,
no durará el desdén, pues tu porfía
está un pecho de pluma conquistando.
¿Podrá un pecho de pluma no ser blando?
¡Ay de la pena mía,
en que medroso y triste estoy llorando,
y enternecer procuro
pecho de mármol, cuanto blanco duro!
Soneto.
A las ruinas de Itálica, o Sevilla la Vieja.
¡Oh Italia breve!, ya tu lozanía
rendida yace al golpe de los años.
¿Quién, con la luz que dan tus desengaños,
en la sombra veloz del tiempo fía?
Cedió tu pompa a la fatal porfía
de tirana ambición de los extraños;
mas hízote el ejemplo de tus daños
libro de sabios, de ignorantes guía.
Mal dije, no humilló tus torres claras
tiempo ni emulación con manos fieras,
que, a resistirte, de los dos triunfaras:
Morístete de ver que, si hoy vivieras,
ni a tus hijos más lauros les hallaras
ni del mundo en el ámbito cupieras.
Dulces desvelos de mi amor nacidos,
con suspiros y lágrimas crïados,
¿en qué favor os arrojáis fiados,
si no son vuestros ruegos admitidos?
Por mares de rigores conducidos,
todo es peligro cuanto veis turbados,
sin el remedio de comunicados
y sin la recompensa de ofrecidos.
Ningún alivio vuestra pena siente,
ningún remedio espera vuestro daño,
aunque más el dolor os atormente.
Pero si él os sacare de este engaño,
¡oh cuanto deberéis al accidente,
que no hay dicha mayor que un desengaño!
lunes, 9 de noviembre de 2015
El relicario, pasodoble popular
Música de José Padilla (1889-1960) y dedicada a su querido amigo Don José Pérez de Rozas, con letra de Armando Oliveros y José María Castellví, redactores del diario de Barcelona El Liberal; fue estrenado por Mary Focela en el teatro "El Dorado" de la ciudad Condal en septiembre de 1914, pero quien lo popularizó fue la famosa cupletista Francisca Marqués López, más conocida como Raquel Meller (1882-1962):
I
El día de San Eugenio,
yendo hacia el Prado, le conocí.
Era el torero de más tronío
y el más castizo de "to" Madrid.
Iba en calesa, pidiendo guerra,
y yo, al mirarle, me estremecí.
Él, al notarlo, salió del coche
y muy garboso vino hacia mí.
Tiró la capa con gesto altivo,
y, descubriéndose, me dijo así:
ESTRIBILLO
Pisa, morena,
pisa con garbo,
que un relicario,
que un relicario,
me voy a hacer
con el trocito
de mi capote
que haya pisado
que haya pisado
tan lindo pie.
II
Un lunes abrileño
él toreaba, y a verle fui.
Nunca lo hiciera, que aquella tarde
de sentimiento, creí morir.
Al dar un lance,
cayó en la arena;
se sintió herido
miró hacia mí.
Un relicario sacó del pecho,
y yo al instante reconocí
cuando el torero caía inerte,
en su delirio decía así:
(Estribillo)
I
El día de San Eugenio,
yendo hacia el Prado, le conocí.
Era el torero de más tronío
y el más castizo de "to" Madrid.
Iba en calesa, pidiendo guerra,
y yo, al mirarle, me estremecí.
Él, al notarlo, salió del coche
y muy garboso vino hacia mí.
Tiró la capa con gesto altivo,
y, descubriéndose, me dijo así:
ESTRIBILLO
Pisa, morena,
pisa con garbo,
que un relicario,
que un relicario,
me voy a hacer
con el trocito
de mi capote
que haya pisado
que haya pisado
tan lindo pie.
II
Un lunes abrileño
él toreaba, y a verle fui.
Nunca lo hiciera, que aquella tarde
de sentimiento, creí morir.
Al dar un lance,
cayó en la arena;
se sintió herido
miró hacia mí.
Un relicario sacó del pecho,
y yo al instante reconocí
cuando el torero caía inerte,
en su delirio decía así:
(Estribillo)
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