De Pedro de Quirós
Madrigal
Tórtola amante, que en el roble moras,
endechando en arrullos quejas tantas,
mucho alivias tus penas, si es que lloras,
y pocos son tus males, si es que cantas.
Si del a que enamoras
el desdén te desvía,
no durará el desdén, pues tu porfía
está un pecho de pluma conquistando.
¿Podrá un pecho de pluma no ser blando?
¡Ay de la pena mía,
en que medroso y triste estoy llorando,
y enternecer procuro
pecho de mármol, cuanto blanco duro!
Soneto.
A las ruinas de Itálica, o Sevilla la Vieja.
¡Oh Italia breve!, ya tu lozanía
rendida yace al golpe de los años.
¿Quién, con la luz que dan tus desengaños,
en la sombra veloz del tiempo fía?
Cedió tu pompa a la fatal porfía
de tirana ambición de los extraños;
mas hízote el ejemplo de tus daños
libro de sabios, de ignorantes guía.
Mal dije, no humilló tus torres claras
tiempo ni emulación con manos fieras,
que, a resistirte, de los dos triunfaras:
Morístete de ver que, si hoy vivieras,
ni a tus hijos más lauros les hallaras
ni del mundo en el ámbito cupieras.
Dulces desvelos de mi amor nacidos,
con suspiros y lágrimas crïados,
¿en qué favor os arrojáis fiados,
si no son vuestros ruegos admitidos?
Por mares de rigores conducidos,
todo es peligro cuanto veis turbados,
sin el remedio de comunicados
y sin la recompensa de ofrecidos.
Ningún alivio vuestra pena siente,
ningún remedio espera vuestro daño,
aunque más el dolor os atormente.
Pero si él os sacare de este engaño,
¡oh cuanto deberéis al accidente,
que no hay dicha mayor que un desengaño!
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