Si amar me hace perjuro, ¿cómo jurar que amo?
¡No debiera jurarse sino es a la belleza!
Y aunque ante ti perjuro me mostraré constante.
Mi pensamiento es roble pero ante ti es un mimbre.
Son tus ojos el libro que torna el buen estudio, 5
donde están los placeres que todo el mundo abarca.
Si el saber es estudio, saberse es suficiente.
Que experta es esa lengua que sabe describirte,
e ignorarte es el alma que te ve y no se asombra.
Bien merezco el elogio por admirar tus méritos. 10
Son tus ojos el rayo de Júpiter. Tu voz,
su trueno, aunque sin ira. ¡Oh, dulce llama y música!
¡Celestial cómo eres no aprecies los errores,
de mis loas al cielo, con mi terrestre lengua!
Apenas seca el sol el matinal rocío
y ya el rebaño busca la sombra por los setos,
la bella Citerea, consumida de amor,
impaciente esperaba la llegada de Adonis,
a la sombra de un sauce que está junto al arroyo, 5
donde refresca el joven su gran melancolía.
Si cálido era el día, más ardiente está Venus,
recordando las veces que allí mismo se vieron.
Por fin llega el mancebo, arroja el manto al suelo
y se queda desnudo a la orilla del agua. 10
El sol miraba al mundo con sus ojos gloriosos,
pero no tan ardientes, como el mirar de Venus.
Esto lo advierte, Adonis, y se mete en el agua.
«¡Júpiter!», dijo ella, «¡quién pudiera ser ola!»
Bella era la mañana cuando la reina Venus,
pálida por la pena cual la blanca paloma,
por culpa de aquel joven tan altanero y libre,
bajaba de lo alto de una abrupta colina.
Llega, Adonis, con perros y su cuerno de caza. 5
Ella, cándida reina, con piedad amorosa,
prohíbe al cazador pasar de aquellos límites.
«Vi», le dice, «a un hermoso y bello adolescente,
herido entre estas matas por el vil jabalí,
en uno de sus muslos. ¡Oh qué triste visión! 10
¡Mira mi muslo!», dice, «aquí estaba la herida».
Adonis mira el muslo y ve más de una herida
y huyendo sonrojado, deja a la reina sola.
Mal suelen convivir, Vejez y Juventud.
Una es todo cuidado, la otra regocijo,
mañana veraniega frente al tiempo invernal.
Verano caluroso frente al baldío invierno,
plenitud del esfuerzo frente al aliento corto. 5
La Juventud es ágil, al Vejez achacosa.
Osadía y calor frente al débil pasmado.
Juventud indomable frente a Vejez domada.
Vejez, yo te aborrezco ¡Oh, Juventud te adoro!
¡Oh admirable amor mío, mi amor es siempre joven! 10
Vejez, te reto. ¡Oh! Dulce pastor desaparece,
pues creo te has quedado ya demasiado tiempo.
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-cuyo mes favorito es el de mayo-
una flor que agitaba su hermosura
jugando con el aire caprichoso.
A través de sus pétalos el viento, 5
invisible, comienza a buscar paso
y el amante, enfermo ya de muerte
deseaba se hálito del cielo.
«Aire», dijo, «así quiero triunfar,
como tú, cuando inflas tus mejillas. 10
Pero juré en el nombre de mi mano
no arrancarte jamás de tus espinas,
voto que no procede para el joven
que toma con sus manos la dulzura.
Por ella juraría el mismo Júpiter 15
que Juno es una negra de Etiopía
y negaría el mismo ser el Júpiter
con tal de ser mortal y darte amor.»
Junto al joven Adonis, está Venus sentada
a la sombra de un mirto. Comienza a cortejarle.
Cuenta al doncel que el dios Marte la perseguía
y como sucumbieron ambos a sus encantos.
«Así», dice, «el guerrero dios me tomó en sus brazos», 5
tomando al bello Adonis entre sus propios brazos.
«Así», dice, «el guerrero dios me dejaba libre»,
pensando que el doncel iba a imitar sus modos.
«Así», dice, por último, «se adueñó de mis labios»,
y tomando sus labios lo besó largamente. 10
Mas al buscar aliento, él, se alejó de ella
y no quiso atender los ruegos a su gozo.
¡Ay! Si también pudiera tener cerca a mi dama,
para que me besara hasta que yo me fuera.
Todo me sucedió, porque un buen día,
allá por el festivo mes de Mayo,
estaba, yo, sentado bajo un mirto
frente a un bosque dorado de arrayanes
viendo el gozo del ave y de los corzos 5
y el florecer del árbol y las plantas.
El ambiente prohibía los lamentos,
excepto los del triste ruiseñor,
ya que este pobre ave miserable
reclinaba su pecho en una espina 10
cantando la más triste cantinela.
Oírla despertaba la piedad.
¡Ay, ay, ay, ay! lloraba le pobre ave
¡Tere! otras veces exclamaba.
Y al oír su lamento de aquel modo 15
no pude contener mis tristes lágrimas,
pues su dolor, tan vivo era en su canto
que me puse a pensar en mis angustias.
¡Oh! Pobre ruiseñor que en vano lloras,
nadie se apiadará de tus dolencias. 20
El insensible árbol no te oye.
No esperes de las bestias que te animen.
El Rey Poidón ha muerto, desgraciado
y sus amigos yacen bajo lápidas.
Te ignoran tus congéneres y cantan 25
ajenos a la pena que te embarga.
Como a ti, pobre ave, de igual modo,
nadie me compadece ni consuela.
La inconstante Fortuna sonreía
mientras fuimos nosotros engañados. 30
Quien se sirve de todo adulamiento,
no suele ser amigo en la desgracia,
las palabras son galas para el viento
y al amistad difícil de encontrar.
Todos querrán servirte y ser tu amigo 35
mientras sean tus bienes generosos,
más apenas tu bolsa se vacíe,
no encontrarás en nadie ayuda alguna
y si alguno resulta generoso,
se dirá que es magnífico su gesto 40
y escuchará estos máximos halagos.
¡Qué lástima no sea nuestro rey!
Más si adicto a los vicios se somete
le tenderán mil trampas cada día
y si prefiere el goce de las damas 45
las mujeres, también le humillarán.
Que si el ceño le frunce la Fortuna,
ya puede despedirse de su fama
y aquellos que lamían bien sus manos
ya no querrán tener su compañía. 50
El amigo leal y verdadero
es oportuno siempre en su socorro,
llorará con sus ojos tu tristeza
y celará tu sueño en duermevela.
Y en la pena que tenga el corazón 55
soportará la parte que más duela.
Estas señales, ciertas, nos distinguen,
quien es amigo fiel y quien te adula.