domingo, 3 de abril de 2016

El himno a Proserpina de Algernon Swinburne

Es difícil traducir a Swinburne. Y no hay precedente alguno para su Himno a Proserpina. Así que solamente lo he refundido y muy libremente.

Himno a Proserpina. Tras la proclamación de la religión cristiana como oficial en Roma.

"¡Venciste, Galileo!" (frase atribuida al emperador Juliano el Apóstata, antes de morir)

Ya viví suficiente tras haber visto esto: que el amor tiene fin;
la diosa y soltera y reina, cerca de mí ahora, se ha hecho mi amiga. 
Eres más que el día o el mañana, que las estaciones que ríen o que lloran;
estas pueden conceder alegría y tristeza; tú empero, Proserpina, el sueño.
Dulce es el pisado de vino y dulce el pie de la paloma;
pero un regalo más hermoso eres tú que la espuma de la uva o el amor.
Sí... ¿No es acaso Apolo, con su cabello de arpa dorada,
amargo Dios que seguir, un hermoso Dios que contemplar?
Estoy harto de canto; los laureles queman hondo y me irritan: me conformo
con descansar un poco del elogio y el placer y el dolor grave,
por los dioses ignotos, que nos dan el aliento cada día,
que sabemos son crueles como el amor o la vida, y como la muerte preciosos.
¡Oh dioses destronados y caídos, seréis aniquilados en un día!
Cuando enfurezca, el mundo será liberado y redimido de sus cadenas, dicen los hombres.
Nuevos dioses se coronan en la ciudad; sus flores han roto los tallos;
ellos son misericordiosos, vestidos de piedad, jóvenes y compasivos.
Pero su nuevo ceremonial es estéril para mí, sus días son de intemperie;
las cosas ya pasadas me bastan y los hombres que se olvidan.
El tiempo y los dioses andan en contienda; habitáis en medio de ella,
¡sorbed un poco de vida desde senos estériles de amor!
Yo digo que ceséis, que toméis descanso; así os digo a todos vosotros, sed en paz,
hasta que la leche amarga de su pecho y su seno estéril cesen.
¿Quieres aún llevarte todo, Galileo? Estas cosas no tomarás:
ni el laurel, ni las palmas ni el peán, ni los pechos resguardados de las ninfas;
ni sus senos más suaves que una paloma, que tiemblan con respiración anhelante;
ni todas las alas de Cupido ni ​​toda la alegría ante la muerte;
ni las notas de todas las horas que suenan como una lira sola.
Caído al profundo so las flores, con cordones de fuego parpadeante
¿les has de dar más que esto, algo más justo que todas estas cosas?
Más aún: para lo poco que vivimos, la vida tiene alas mutables.
Un poco de tiempo, y morimos. ¿Hará la vida no prosperar lo que fuere?
Porque ningún hombre bajo el cielo vive dos veces, sobrevive a su época,
y el dolor es cosa grave y el hombre tiene suficiente con sus lágrimas:
¿por qué habría de trabajar y llevar fresco duelo para ennegrecer sus años?
¡Venciste, oh pálido Galileo! ¡El mundo se ha vuelto gris con tu aliento!
Bebemos el Leteo de las cosas y en la plenitud nos alimenta la muerte.
El laurel verdece por una temporada y el amor es dulce por un día;
pero el amor crece amargo de traición y el laurel no sobrevive a mayo.
¿Sueño, vamos a dormir después de todo? Para el mundo no es dulce en extremo;
se aflojan y decaen los viejos credos y los nuevos años acarrean ruina y rendición.
El destino es un mar sin orillas y, el alma, una roca que persiste;
pero sus oídos se molieron de rugido y su cara con espuma de mareas.
¡Oh labios que desmaya la sangre, sobras de bastidores y mesas!
¡Oh fantasmales glorias de santos, ramas muertas de dioses al patíbulo!
Aunque todos ellos rebajen su espíritu y todas las rodillas se doblen,
no me arrodillo ni te adoro yo, sino que de pie miro hacia el fin.
Todos los días delicados y agradables, todos los espíritus y las penas se expulsan
a lo lejos, con la espuma presente que barre la resaca del pasado:
más allá del extremo malecón, y entre las remotas compuertas del mar,
barcos de profunda altura por el agua calados esperan una muerte fundada
impulsados por mareas invisibles, cumpliendo eventos indecibles,
blancos los ojos y venenosas las aletas de los dentados tiburones y las rizadas serpientes de mar,
arrullados por el viento que blanquea su futuro, ola del mundo.
Huyan tras él las tormentas, las profundidades vírgenes de pie desnudo;
el hueco en que se atrapa y forma el trueno como presa;
sus lados se unen al viento del norte y su sal es la lágrima de todos los hombres;
con luz de ruina y son de cambios y el pulso de los años:
con trabajo día a día y problemas de hora en hora;
que amarga como la sangre es su aspersión y sus crestas son colmillos que devoran:
que su aliento y la tormenta de su aliento son como suspiro de espíritus;
que su ruido es como ruido en un sueño, y su profundidad mayor que las raíces del mar
que la altura de sus cabezas es como la de las máximas estrellas del cielo
y los polos de la tierra en su poder tiemblan y se desnudan con el tiempo.
¿Habéis de poner freno a las honduras del mar, habéis de castigar al mar profundo con el látigo?
¿Habéis de llevar su cadena con cadenas, que es mayor que todos los dioses?
Todos vosotros como un viento deberéis pasar, como un fuego habéis de pasar y pasaréis;
sois dioses, y he aquí que moriréis, y seréis olas pasadas.
En la oscuridad del tiempo, en las profundidades de los años, en los cambios de las cosas,
llegaréis a dormir como un hombre muerto duerme, y el mundo se olvidará de reyes.
Aunque los pies de tus sacerdotes pisen donde tus señores y nuestros padres pisaron,
a pesar de que estos que eran dioses hayan muerto y tú hayas muerto siendo un Dios,
aunque delante de ti la Citerea entronizada haya caído y ocultado la cabeza,
con todo, tu reino pasará, Galileo, tu muerte caerá muerta.
Tus hombres cantarán de la doncella madre alrededor de una diosa revestida de gracia;
y donde otro era el rey el Arte será entronizada y coronada como reina.
Sí, una vez teníamos la vista puesta en otro: pero ahora ella es la reina, y diremos
que no era como tú nuestra madre, una flor en flor sobre los mares,
sino redonda, vestida con un vestido de deseo del mundo y justa como espuma,
y más veloz que el fuego ardiente, y una diosa y madre de Roma.
Deja tu vino pálido y una doncella hermana de la tristeza; la nuestra
porta cabello cargado del profundo aroma y color de las flores,
y se alza de agua de rosas blancas, de albo resplandor de plata y llama,
y se inclina a nuestro ruego y hace crecer la dulce tierra con su nombre.
Para ti llega llorando esclava entre esclavos, rechazada; pero la nuestra
llega imperial de la onda purpúrea y vacua, su pie sobre el mar.
Y las aguas maravillosas la conocen, los vientos y las formas la envuelven
y las rosas crecen más alegres, y más azul tornan las corrientes de las aguas azules.
¿Han caído nuestros señores los ídolos? Sabemos que no debemos caer.
Era muy justo que que todos cayeran, y uno más que todos ellos.
Pero vuelvo a ella todavía, tras haber visto que estará de cierto en el fin;
la diosa y soltera y reina, cerca de mí ahora, que se ha hecho mi amiga.
Hija de la tierra, de mi madre, y su corona y flor de nacimiento,
también soy, también, tu hermano. Iré, como llegué, a la tierra.
En la noche en que son lunas en el cielo tus ojos, la noche donde estás,
donde supera el silencio toda música, donde se rebasa el sueño del corazón,
cuando las amapolas son dulces como la rosa en nuestro mundo, y la rosa roja es de blanco color,
y el viento desciende débil soplando las flores de humo de la noche,
y murmullan los espíritus durmiendo a la sombra de dioses lejanos
todo se torna débil en tus oídos y hondo como el alma tenue de una estrella profunda,
en la leve luz de tu dulce rostro, bajo cielos untados de sol,
deja que mi alma encuentre con sus almas su lugar, y que olvide lo que se hace y deshace.
Entre los dioses que tienen contados los días de nuestro aliento temporal,
deja que ellos den ocupación y sueño y tú, Proserpina, danos muerte,
que ahora en ti habito y en tu silencio y tu tiempo. Lo sé:
voy a morir como mis padres murieron y a dormir como duermen.
El frágil vidrio de los años porque miramos solo un momento
conduce el alma infantil hasta el sepulcro que es el hombre.
Lo soportaba y ya no: ni reiré ni lloraré otra vez,
porque no hay Dios más fuerte que la muerte, y la muerte es un sueño.

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