sábado, 2 de enero de 2021

Charles Algernon Swinburne, poemas

Poemas de Swinburne


El jardín de Proserpina


 «Aquí, donde el mundo está en calma,

aquí, donde toda tribulación es un

tumulto de vientos muertos y olas agotadas,

en un dudoso sueño de sueños,

veo crecer los campos verdes,

entre sembradores y cosechadores,

entre la cosecha y la siega,

un mundo de arroyos perezosos.


Estoy cansado de risas y lágrimas,

y de los hombres que lloran y ríen,

del futuro del sembrador y su cosecha.

Estoy cansado de los días y las horas,

de trémulos capullos entre flores estériles,

de deseos y ensueños de gloria,

y de todo, excepto el Sueño.


Aquí, la Vida es vecina de la Muerte,

lejos del oído y la vista

se afanan las olas pálidas y los húmedos vientos;

giran los débiles barcos y los espíritus,

vagan errando con la marea,

sin saber hacia dónde se dirigen sus pasos.

Aquí, esos vientos no soplan,

y aquí, no crecen esas cosas.

Aquí, no crecen hierbas ni malezas,

flores de brezo o vides;

sino estériles brotes de amapola,

verdes racimos de Proserpina,

blancas vasijas de ondulantes juncos.

Aquí nada florece o colorea,

excepto esta flor,

de la que Ella extrae para los hombres

un néctar mortal.


Aunque uno tuviese la fuerza de siete,

también conocerá la Muerte;

no despertará con alas en el Cielo,

ni lamentará las penas del Infierno.

Aunque fuera hermoso como las rosas,

su belleza se nublará y decaerá;

y por más que en el Amor descanse,

su fin no será bueno jamás.


 Pálida, detrás de atrios y pórticos,

coronada de tranquilas hojas,

allí está quien recoge los frutos mortales,

con sus manos blancas e inmortales;

sus labios son más dulces

que los del Amor, que le temen;

más dulces para esos hombres que se confunden,

y llegan cansados de muchas épocas y tierras.


Ella cuida de uno y de otro,

cuida de todos los mortales,

y olvida la Tierra, su madre;

y la vida de los frutos y los vegetales,

y la primavera y los granos,

y las golondrinas que se alejan y la siguen,

allí dónde los cantos helados suenan en falso

y las flores son despreciadas.


Allí van los amores marchitos,

los viejos amores con sus alas cansadas;

y todos los años muertos,

y todos los desastres;

sueños deshechos de días olvidados,

ciegos capullos que la nieve ha arrancado,

hojas secas que el viento se ha llevado,

rojos peregrinos de fuentes arruinadas.


No estamos seguros de la tristeza,

y la alegría nunca fue segura;

el hoy morirá mañana,

y el Tiempo no oye ningún llamado;

y el Amor, débil e indolente,

suspira con labios arrepentidos,

llorando la brevedad de los amores

con los ojos del Olvido.

Por excesivo amor a la vida,

por la esperanza y el temor liberados,

brevemente agradecemos a los dioses,

sin importar quiénes sean,

que la vida no sea eterna,

que nunca los muertos se levanten,

que hasta el río más perezoso

llegue en sus giros al reposo del mar.

Porque entonces las estrellas no nos despertarán,

ni el sol con sus resplandores de luz;

ni el murmullo de las aguas inquietas,

ningún sonido y ninguna visión,

ni hojas estivales ni hojas invernales,

ni días ni cosas diurnas;

sólo un eterno sueño,

en una eterna noche.» 


El Mar


Retornaré a ti, madre generosa y dulce,

amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar.

Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los hombres,

pugnando por besarte y fundirme a ti,

por asirte en un feroz abrazo.

¡Oh madre hermosa y blanca, que en días pretéritos

naciste sin hermanos ni hermanas!

Haz que mi alma sea libre, como libre es la tuya.

¡Oh bella madre mía, ceñida por verdores,

bajo las aguas del mar, vestida por el sol y la lluvia,

tus besos dulces y resueltos son fuertes como el vino

y tu abrazo, como el dolor, es hondo y vasto!

Sálvame y ocúltame con todas tus olas,

encuentra una tumba para mí entre los miles de sepulcros

helados que albergas en tus profundidades

y que forjaste sin necesidad de los hombres para un mundo más puro.


Dormiré. surcaré tus agua junto a los barcos,

seguiré el curso de tus vientos y mareas,

mis labios harán un festín en la espuma de los tuyos;

contigo he de alzarme y hundirme.

Dormiré, sin preguntarme de dónde eres o adónde vas,

con mis ojos y mis cabellos plenos de vida,

como una rosa colmada hasta los bordes

de brillo, fragancia y orgullo.


Y si esta vestidura mortal, tejida por la noche y el día

alguna vez me fuese arrebatada,

desnudo y contento zarpará hacia tus confines,

lleno de vida, sensible a ti y a tus caminos,

libre del mundo, buscando refugio en tu hogar

engalanado de verdores y coronado por la espuma,

sintiendo el pulso de la vida en tus radas y bahías,

como una vena en el corazón de las corrientes marinas.


El Jardín de Proserpina


Aquí, donde el mundo se acalla;

aquí, donde todas las aflicciones

se agolpan como olas exhaustas,

o como un tumulto de muertas corrientes

en un dudoso sueño de sueños.

Veo crecer las verdes campiñas

entre sembradores y labradores,

en tiempos de cosecha y en tiempos de ciega;

un dormido mundo de arroyos.


Cansado estoy de la alegría y la tristeza,

de los hombres que ríen y lloran,

y del destino que aguarda a sus cosechas.

Los días y las horas me fastidian,

marchitos capullos de flores estériles,

y también los anhelos, poderes y deseos;

dormir, sólo quiero dormir.


Aquí la vida es vecina de la muerte;

lejos de la vista y del oído, en otras regiones,

resuena el sollozo de las olas y de los vientos

empujando al espíritu en frágiles embarcaciones.

A la deriva, sin rumbo fijo.

Mas aquí, del otro lado del mundo,

donde nada florece,

esos vientos no soplan.


Aquí no brotan hierbas ni malezas;

no hay brezos ni vid;

entre débiles juncos donde las hojas no crecen

sólo mustios capullos de amapola,

verdes racimos de Proserpina,

para que ella exprima su vino mortal

y lo entregue a los muertos.


Pálidos, innumerables, sin nombre,

inclinándose en sombríos campos de mieses

durante toda la noche,

esos muertos, como almas tardías,

no acunadas en cielo o infierno alguno,

abatidas por la neblina y las tinieblas,

buscan el brillo de una luz

que los aleje para siempre de las sombras.

Mas por fuerte que sea nuestra vida

también algún día habremos de morir.

Y no seremos ángeles, si ascendemos al cielo,

ni sufriremos dolores, si caemos al infierno.

Pero la belleza que hay en nosotros

habrá de nublarse hasta perecer

y nuestro amor, ya en reposo, tocará su fin.


Allí está ella, detrás de atrios y pórticos,

coronada de yermas hojas,

recogiendo toda cosa mortal

que llegue hasta sus frías e inmortales manos.

Allí está ella, temida por el amor

a quien supera en dulzura,

acercando sus labios

a tantos hombres de tierras y tiempos diversos.


A la espera de todos nosotros,

nacidos para morir,

ella nos hace olvidar esta tierra, nuestra madre,

y la vida de los frutos y las mieses.

La primavera, las semillas y las golondrinas

emprenden vuelo y la siguen,

allí donde el canto del verano se ahueca

y la vida se aleja.


Allá van los amores marchitos,

los viejos amores con sus alas cansadas,

y los años perdidos y las cosas deshechas.


Moribundos sueños de inhóspitos días,

ciegos capullos arrancados por la nieve,

hojas salvajes arrastradas por el viento,

sangrientos extravíos de arruinadas primaveras.


Ni las tristezas ni las alegrías son seguras;

el presente ha de morir en el mañana

y nada hay que pueda doblegar el señorío del tiempo.

El corazón, decaído y displicente, suspira acongojado;

sus ojos abatidos y olvidadizos

gimen la brevedad del amor.


Por grande que sea nuestro apego a la vida,

buscamos liberamos de esperanzas y temores;

por eso agradecemos a los dioses,

no importa quiénes sean,

que la vida no dure para siempre,

que nada perturbe el dormir de los muertos,

que hasta el río menos generoso

haya siempre de retornar al mar.

Porque entonces no habrá estrellas ni soles

ni cambios de luz que puedan despertarnos;

no habrá aguas que se agiten tumultuosamente

ni sonidos ni visiones;

tampoco habrá días, estaciones, o seres luminosos;

sólo un eterno sueño

en una eterna noche.


Ave Atque Vale: en Memoria de Charles Baudelaire


¿Debo derramar una rosa, un quejido o un laurel,

oh hermano mío, sobre éste que fue tu velo?

Quizá deseas una flor apacible modelada por el mar

o una filipéndula, germinando lentamente,

de aquellas que las Dríadas, dormidas en verano, solían tejer

antes de ser despertadas por la suave y repentina nieve de la víspera.


Tal vez tu destino sea otro: marchitarte en el baldío

regazo de la tierra, entre pálidos capullos, sacudido por

el eterno calor de amargos veranos, lejos de las dulces

espigas que bordean la costa de un pueblo sin nombre.


Orgulloso y sombrío

palpitabas en el abismo profundo del cielo;

tus oídos atentos estuvieron al lamento del vagabundo,

al sollozo del mar en agrestes promontorios,

al estéril beso de las olas,

al rumor incierto de la tumba de Leucadia,

con sus hondos cantos.

Ah, el beso yerto y salado del mar,

el triste clamor de los vientos oceánicos sacudiendo los golfos,

acosándonos y derribándonos,

como ciegos dioses que ignoran la misericordia.


Fuiste tú, hermano mío, con tus antiguas visiones,

quien adivinó secretos y dolores vedados al hombre,

amores salvajes, frutos prohibidos y venenosos,

desnudos ante tu ojo escrutador

que se abría en medio del aire viciado de la noche.

Toscas cosechas en tiempos de lascivia:

pecado sin forma, placer sin palabra.

Turbulentos presagios se agolpaban en tus sueños

y hacían cerrar los afligidos ojos de tu espíritu.

En cada rostro viste la sombra

de aquellos que sólo siembran y cosechan hombres.


Oh corazón insomne, Oh alma fatídica incapaz de conciliar el sueño;

el silencio es tu regocijo, indiferente ante el altar de la vida,

¡has dejado a un lado el amor, la serenidad, el espíritu de lucha!

Ahora los dioses, hambrientos de muerte,

alma y cuerpo nos arrebatan, la primavera, nuestras melodías.

El amor no puede equivocarse

entregándose a un placer sin aguijón, colmillo o espuma,

allí donde hay labios que nunca se abrirán.

El alma se escurre del cuerpo

y la carne se arranca de los huesos, sin congojas,

como el rocío cuando cae desde las campánulas.


Es suficiente: el principio y el fin

son para ti una y la misma cosa, para ti que estás más allá de cualquier límite.

Oh mano separada del amigo incondicional,

sin frutos que recoger o victorias por alcanzar.

Lejos del triunfo, de los diarios afanes y de las codicias

sólo hojas muertas y un poco de polvo.

Oh, quietos ojos cuya luz nada nos dice,

los días se acallan; no así el insondable abismo de tu noche,

cuando tu mirada se desliza entre lóbregos silencios.

Pensamientos y palabras se desmoronan de tu alma;

dormir, dormir para ver la luz.


Ahora todas las horas y amores extraños han terminado;

sólo sueños y deseos, canciones y placeres umbríos.

Quizá has encontrado tu lugar

entre las piernas de la mujer de un Titán, pálida amante,

reclamando de ti hondas visiones

bajo la sombra de su cabeza, de sus prodigiosos pechos,

de sus poderosos miembros que inclinados te adormecen,

con todo el peso de sus cabellos

cuyo aroma evoca el sabor y la sombra de antiguos bosques de pino

donde aún gime el viento tras haber sorteado húmedas colinas.


¿Has encontrado alguna similitud para tus visiones?

Oh jardinero de extrañas flores: ¿cuáles brotes, cuáles

capullos has encontrado sembrados en la penumbra?

¿Existen acaso desesperanzas y júbilos? ¿No es todo

una cruel humorada? ¿Qué clase de vida es ésta, con salud o enfermedad?

¿Son las frutas grises como el polvo o brillantes como la sangre?

¿Crece alguna semilla para nosotros en aquella landa sombría?

¿Hay raíces que germinen en sus débiles campiñas,

allí, en las tierras bajas donde el sol y la luna se enmudecen? ¿Hay flores o frutos?


Ah, mi volátil canción se desvanece

ante ti, el mayor de los poetas, esquivo y arcano,

tú, veloz como ninguno.

Presiento oscuras burlas en la risa misteriosa

de los guardianes de la muerte, ciegos y sin lengua,

cubriendo con un velo la cabeza de Proserpina.

Pasajera y débil es mi visión: vanas lágrimas

que caen desde ojos acongojados,

que resbalan por pálidas bocas llenas de estertores.

Son éstas las cosas que atribulaban tu espíritu cuando las veías emerger.


Demasiado lejos te encuentras ahora; ni siquiera el vuelo de las palabras puede alcanzarte;

lejos, muy lejos del pensamiento o de la oración.

¿Qué nos incomoda de ti, que sólo eres viento y aire?

¿Por qué despertamos al vacío desgarrados de temor?

Fantasías, deseos,

o sueños hambrientos de muerte, como ráfagas que propagan el fuego.

Nuestros sueños persiguen nuestra muerte y no la encuentran.

Aun así, por rápida que ésta sea, un tenue ardor se desvanece de nosotros,

mortecina luz que cae desde cielos remotos

cuando el oído está sordo

y la mirada se nubla.


Nunca más serás aquello que fuiste; ajeno al tiempo

te alejas; por eso ahora intento apresar tan sólo

un destello del triste sonido tu alma,

la sombra de tu espíritu fugaz, este pergamino cerrado

en el que pongo mi mano sin dejar que la muerte separe

mi espíritu de la comunión con tus versos.

Estos recuerdos y estas melodías

que abruman el fúnebre y oscuro umbral de las musas;

las saludo, las toco, las abrazo y me aferro,

con mis manos prestas a ceñir,

con mis oídos atentos al vago clamor

de aquellos que marchan por la vida vestidos de luto.


Yo soy uno de ellos, avanzando

ante hogueras que arden, apilada la tierra,

ofreciendo libaciones a la muerte y sus dioses,

haciéndoles una leve reverencia en medio de la fúnebre procesión de los hombres,

sin plegarias ni alabanzas,

brindando mis ofrendas a sus taciturnas majestades,

que de miel y esencias están sembradas mis tierras

mientras mis frutos se pudren en el gélido aire.

Como Orestes, deposité en tu sepulcro

un rizo de mi cabello desgreñado.


No hay manos capaces de traicionarte,

oh rey de cabeza encogida,

pues tu pálido resplandor basta para acabar con la misma Troya.

Engaños, mentiras: sobre este polvo tuyo ninguna lágrima habrá de brotar.

Nunca hubo llanto como el tuyo: que ahora los hombres

escuchen la dulce caída de tus lágrimas eternas

en las hojas abiertas de las páginas de los santos poetas.

Ni Orestes ni Electra se conduelen de tu suerte;

pero arrodillándose desde sus urnas inmemoriales,

las más altas musas de todos los tiempos

gimen por ti y hasta el mismo Dios en su corazón te añora.


Así, aun cuando aquí entre nosotros

Dios esconda su sagrada fuerza

y apague su luz

sin manifestar su música y su poder

con el suave ardor de canciones sonoras,

quiso sin embargo tocar tus labios con vino amargo

y nutrirlos con su agrio aliento.

Seguramente de sus manos el alimento de tu alma viene.

Las llamas que atemorizaron tu espíritu con su fulgor

al mismo tiempo lo iluminaron, alimentando tu corazón hambriento

así como al nuestro lo sacia con fama.


Y ahora, en el ocaso de tu alma,

el dios de todos los soles y canciones se inclina

para unir sus laureles con tu corona de cipreses.

Es Él quien guarda tu polvo de la culpa y del olvido.

Sabiendo todo lo que fuiste y eres,

compasivo, melancólico, sagrado en cada orilla del corazón,

lamenta tu muerte como la muerte de sus hijos

y santifica con extrañas lágrimas y ajenos suspiros

tu boca sin palabras, tus ojos enlutados,

y sobre tu yerta cabeza

deposita un último trazo de luz.


Desearía sollozar junto a ti en las orillas del Leteo,

abrazar con mis lágrimas su cambiante curso,

llegar hasta la escarpada colina donde Venus levanta su santuario,

la genuina Venus, no aquella que después fue cambiada

por Citerea y Ericina, perdiendo sus labios y su rostro

la divina risa de la antigua Grecia.


Un fantasma, un dios abyecto y lascivo:

tú también te postraste a su carne,

por ella entonaste plegarias

y te apartaste hacia una tierra desconocida

mientras ardían las sombras del Infierno.


Sé que ninguna corona brotará de estas flores;

que ningún saludo atraerá la luz.

Tan sólo un espíritu enfermo en medio de la noche dulce y olorosa,

los cansados ojos del amor con sus manos y su pecho estéril.

No hay remedio para estas cosas; ya no hay nada

por alcanzar o enmendar; ni siquiera nuestras canciones, querido amigo,

despejarán el misterio de la muerte asegurando la inmortalidad.

Mas no por ello dejaré de hacer música para ti

cubriendo tu polvo con rosas, hiedras o vides silvestres.

Así al menos depositaré un cetro

en el relicario donde moran tus sueños.


Descansa en paz. Si la vida fue injusta contigo, el destino te absolverá.

Si acaso fue dulce, debes agradecer y perdonar,

pues a no mucho más puede aspirar el hombre.

Aquel mortecino jardín donde día tras día tus manos entrelazaban estériles flores,

flores urdidas en el sigilo y la sombra;

en sus verdes capullos encontraste sufrimientos y abyecciones,

en sus grises vestigios el penetrante sabor del veneno.

Tú, con el corazón lleno de esperanza,

desataste pensamientos y pasiones desde lo más profundo de tus sueños;

pero ahora has partido, atravesado por la guadaña de la muerte

que a todos habrá de alcanzarnos

cuando nuestras vidas se agoten en la fúnebre corriente de los días.

Para ti, hermano mío,

alma sumergida en el silencio.


Recoge de mi mano esta guirnalda y despídete.

Delgadas son las hojas y baldíos los inviernos.

La tierra, nuestra madre fatal, se enfría a tu alrededor;

de sus entrañas brota la tristeza

y en medio de sus pechos asoma una tumba.

Mas, de cualquier modo, conténtate, porque tus días han acabado;

Ahora descansas en paz, sin turbulencias

ni visiones ni cantos que perturben tu espíritu.

Vaya este canto para ti, querido hermano,

sol inmóvil en donde todos los vientos se aquietan,

solitaria orilla en la que todas las aguas confluyen.


Antes del Ocaso


Antes que la noche se abrace a la tierra

la luz crepuscular del amor declina en el cielo.

Antes que al miedo le sea posible sentir temblores o escalofríos,

la luz crepuscular del amor declina en el cielo.


Cuando el insaciable corazón murmura entre lamentos

"o es demasiado o es poco",

y la boca sedienta tardíamente se abstiene.


Blandas, deslizándose por el cuello de cada amante,

las manos del amor sostienen secretamente la brida;

y mientras buscamos en él la señal esperada,

su luz crepuscular declina en el cielo.


Fragmentos de Atalanta en Calidon


Mirad a los dioses: no aman la justicia más que el destino;

lastiman la boca del noble y la boca del impío;

sangre corrupta dejan correr por las venas del hombre devoto;

mancillan el labio del santo y el labio del traidor.

Oh Dios, supremo mal,

todos estamos contra ti, contra ti, Oh Dios.

Con la espada y la vara nos recoges;

nos cubres de sombras apilando la hierba;

el destino debe cumplirse para oscurecer el rostro

del hombre ante ti, oh Dios


Fugaz y débil es el amor, ciego como una llama;

enmascarado por la risa, oculta lágrimas y deseos;

a su lado camina un hombre y una doncella.

Una doncella en cuyos ojos todo goce se apaga

cuando los capullos encienden su aliento nupcial.

A él lo bautizan bajo el nombre del Destino;

su amada no es otra que la muerte...


Oh madre soñadora,

¿podrás cubrirme

con todos tus anhelos, cálidos como el sol,

cuando yo me sumerja en lo oscuro, como una sombra entre las sombras

y solloce entre arroyos insalvables?



Tristeza


Tristeza, alado ser que recorres el mundo,

Aquí y allí, a través del tiempo, pidiendo reposo,

Si reposo es acaso la dicha que la tristeza reclama.


Un pensamiento yace cerca de su corazón,

Profunda pena de voluptuoso calor,

Una hierba seca en el río creciente,

Una lágrima roja que recorre la corriente.


Corazones que cortan las cadenas,

El vínculo de ayer será el olvido de mañana,

Todas las cosas de este mundo pasarán,

pero nunca la tristeza.


Amor y sueño


Tendida y dormida entre caricias nocturnas

vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho,

pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro,

rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido,

demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada,

pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo.

Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo

-en una sola palabra- placer.Y toda su cara era miel para mi boca,

y todo su cuerpo era alimento para mis ojos;

Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego

sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral,

sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos

y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.


Antes del ocaso


El amor crepuscular declina en el cielo

Antes que la noche descienda sobre la tierra

Antes de que miedo sienta del frío su hierro,

El crepúsculo del amor se desvanece en el cielo.


Cuando el insaciable corazón susurra entre lamentos

«o es demasiado o es poco»,

y los labios se abstienen tardíamente resecos,


Blandas, bajando por el cuello de cada amante,

las manos del amor sostienen su rienda secreta;

y mientras buscamos en él una señal concreta,

su luz crepuscular se desgarra en el cielo.


El laúd y la lira


Un deseo profundo, que penetra en el corazón y en la raíz del espíritu,

Encuentra su voz reluctante en versos que añoran, como brasas ardiendo;

Tomando su voz exultante cuando la música persigue en vano un

Profundo deseo.


Lacerante mientras arde la pasión de la rosa cuyos pétalos respira,

Fuerte mientras crece el anhelo de los capullos por las frutas,

Suena el secreto tácito agotando su profundo tono.


Desciende el arrebato que poseía el suave laúd del amor;

Desciende la palpitación del triunfo de la lira:

Todavía el alma se siente quemar, una llama desatada aunque silenciosa

En su profundo deseo.


Poeta Loquitur


Si una persona acaso concibe la opinión

de que mis versos son material apropiado,

o que también mi musa tiene una pluma en su ala,

no por ello ese juicio deja de ser banal.

Mi lógica, política, ¡mi libre pensamiento!

no tienen más valor que tres saltos de una mosca,

y las ideas mas huecas que pensarse pudieran

son las mías en la mar.


Dentro de un laberinto de murmullo monótono

donde la razón yerra por la rima arruinada,

en una voz que no es más seria ni más firme

que las sonajas que hay en el gorro de un loco,

un hombre reflexivo en parte pretencioso,

poseedor de una musa que es preciso arrancar,

hace que lengua y métrica se vuelvan ofensivas

con rimas para el viento.


Una tirada larga cual procesión de frases

con primor ataviada, aunque sensual y noble,

se abalanza y decanta predicando alabanzas

en una canallesca batalla por la rima,

reflejada en empuje de la tinta en mis páginas:

pero el lector que debe de estar desesperado

se imagina que yo soy uno de los sabios

que dirige el timón por los mares del tiempo.


Las locas mezcolanzas de afrancesados restos

con insultos al credo de doctrinas cristianas,

la cegata blasfemia, la mofa infantil, todas

me alaban cual si fuera un genuino zoquete.

Me concibo a mí mismo obviamente como a alguien

cuya audiencia no puede jamás disminuir

mas la tarea del párvulo tiene que ser extraña

si su maestro es el viento.


Veo como en mis poemas, con encantador éxtasis

me golpea la tormenta, me acaricia y escuece:

mas rara vez soy ave que tú atrapar pudieras

a campo abierto en fronda de cosas similares.

Prefiero así estar fuera del alcance del daño

cuando la tempestad hace temblar los árboles,

y el viento gracias a su movimiento invencible

vuelve en jabón la mar.


Con firmeza aguantando los andrajos ajenos,

de quien antes que yo mejor lo hizo, trato

de poder verlos como mis hermanas y hermanos,

aun cuando yo sepa cuán bajo es mi nivel.

¡Me hace gritar la simple mirada de una iglesia,

cual chiquillo pateado en partido de fútbol!

¡Mas la causa se pasa ayudando al que cree

que el viento es su evangelio!


Cualquier marca genuina, roja, pasado pálido

está cubierta siempre por hechos condenables;

pero el dulce y materno misterio del futuro

se manifiesta libre de coronas y credos.

La verdad alborea en la ruina del tiempo,

sonora, franca, drástica, aromática y libre:

y aparentemente todo ello es la obra

del viento en la mar.


Suele adular la fama ante el engreimiento

cuya arboladura es flagrantemente fina:

y no es ni necesario tener que mencionar

que es este el lugar que a mí me corresponde.

Algunos rimadores transigen complacientes,

aunque pecaminosos, pecan altruistamente:

mas los que ser podrían mis maléficos versos

nada son sino viento.


[Para que la franqueza se pavonee y dibuje

de una forma más chusca que lo hace el escolar,

para sentirse atraído por sus brillantes próceres,

mientras él va ondeando la bandera de un tonto,

puede a mí parecerme el deber de un poeta,

¿pero en qué lugar fuera de Bedlam se halla aquél

que pueda imaginarse que al luchar por mostrarlo

no estoy ya en la mar?].


[Puedo pensar lograr el honor y la gloria

a la velocidad del cometa de una estrella,

difamando a la Musa de un poeta laureado,

o denunciando acaso las correrías de un Zar.

Mas esos rimadores risueños son útilmente

(como dicen los niños en el fútbol) pateados,

cuando su Musa ya -lo harán esas hetairas-

navegue junto al viento].



Poeta Loquitur

If a person conceives an opinion

That my verses are stuffthat will wash,

Or my Muse has one plume on her pinion,

That person’s opinion is bosh.

My philosophy, politics, free-thought!

Are worth not three skips of a flea,

And the emptiest of thoughts that can be thought

Are mine on the sea.


In a maze of monotonous murmur

Where reason roves ruined by rhyme,

In a voice neither graver nor firmer

than the bells on a fool’s cap chime,

a partly pretentiously pensive,

with a Muse that deserves to be skinned,

makes language and metre offensive

with rhymes of the wind.


A perennial procession of phrases

Pranked primly, though pruriently prime,

Precipitates preaching on praises

In a ruftianly riot of rhyme

Through the pressure of print on my pages:

But reckless the reader must be

Who imagines me one of the sages

hat steer through Time’s sea.


Mad mixtures of Frenchified offal

With insults to Christendom’s creed,

Blind blasphemy, schoolboylike scoff, all

These blazon me blockhead indeed.

I conceive myself obviously some one

Whose audience will never be thinned

But the pupil must needs be a rum one

Whose teacher is wind.


In my poems, with ravishing rapture

Storm strikes me and strokes me and stings:

But I’am scarcely the bird you might capture

Our of doors in the thick of such things.

I prefer to be well out of harm’s way

Whem tempests makes tremble the tree,

And the wind with omnipotent arm-sway

Makes soap of the sea.


Hanging hard on the rent rags of others,

Who before me did better, I try

To believe them my sisters and brothers,

Though I know what a low lot am I.

The mere sight of a church sets me yelping

Like a boy that at football is shinned!

But the cause must indeed be past helping

Whose gospel is wind!


All the pale past’s red record of history

Is dusty with damnable deeds;

But the future’s mild motherly mystery

Peers pure of all crowns and all creeds.

Truth dawns on time’s resonant ruin,

Frank, fulminant, fragrant and free:

And apparently this is the doing

Of wind on the sea.


Fame flatters in front of pretension

Whose flagstaff is flagrantly fine:

And it cannot be needful to mention

That such beyond question is mine.

Some singers indulging in curses,

Though sinful, have splendidly sinned:

But my would-be maleficent verses

Are nothing but wind.


[For freedom to swagger and scribble,

In a style that’s too silly for school,

At the heels of his betters to nibble,

While flaunting the flag of a fool,

May to me seem the part of a poet,

But where out of Bedlain is he

Who can think that in struggling to show it

I am not at sea?].


[l may think to get honour and glory at

The rate of a comet of a star,

By maligning the Muse of a Laureate,

Or denouncing the deeds of a Czar.

But such rollicking rhymesters get duly

(As schoolboys at football say) shinned,

When their Muse, as such trollops will truly:

Sails too near the wind].


Traducción de Miguel Angel García Peinado (Universidad de Córdoba).

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