domingo, 10 de marzo de 2013

Juan Ramón Jiménez, Espacio


Juan Ramón Jiménez

ESPACIO 

(3 estrofas) 
(Por la Florida, 1941-1942, 1954)


(A Gerardo Diego, que fue justo al situar, como crítico, el fragmento primero de este “Espacio”, cuando se publicó, hace años, en Méjico. Con agradecimiento lírico por la constante honradez de sus reacciones).



FRAGMENTO PRIMERO 

(Sucesión)


“Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo.” Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvivir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése, y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido en el sol, y del sol he venido aquí a la sombra, ¿soy de sol, como el sol alumbro?, y mi nostaljia, como la de la luna, es haber sido sol de un sol un día y reflejado sólo ahora. 
Pasa el iris cantando como canto yo. Adiós iris, volveremos a vernos, que el amor de todo, cómo se me ha hecho en el sol, con el sol, en mí conmigo? Estaba el mar tranquilo, en paz el cielo, luz divina y terrena los fundía en clara, plata, oro inmensidad, en doble y sola realidad; una isla flotaba entre los dos, en los dos y en ninguno, y una gota de alto iris perla gris temblaba en ella. Allí estará temblándome el envío de lo que no me llega nunca de otra parte. A esa isla, ese iris, ese canto yo iré, esperanza májica, esta noche. ¡Qué inquietud en las plantas al sol puro, mientras, de vuelta a mí, sonrío volviendo ya al jardín abandonado! ¿Esperan más que verdear, que florear y que frutar; esperan, como yo, lo que me espera; más que ocupar el sitio que ahora ocupan en la luz, más que vivir como ya viven, como vivimos; más que quedarse sin luz, más que dormirse y despertar? Enmedio hay, tiene que haber un punto, una salida; el sitio del seguir más verdadero, con nombre no inventado, diferente de eso que es diferente e inventado, que llamamos en nuestro desconsuelo, Edén, Oasis, Paraíso, Cielo, pero que no lo es, y que sabemos que no lo es, como los niños saben que no es lo que no es que anda con ellos. Contar, cantar, llorar, vivir acaso; “elojio de las lágrimas”, que tienen (Schubert, perdido entre criados por un dueño) en su iris roto lo que no tenemos, lo que tenemos roto, desunido. Las flores nos rodean de voluptuosidad, olor, color y forma sensual; nos rodeamos de ellas, que son sexos de colores, de formas, de olores diferentes; enviamos un sexo en una flor, delicado presente de oro de ideal, a un amor virjen, a un amor probado; sexo rojo a un glorioso; sexos blancos a una novicia; sexos violetas a la yacente. Y el idioma, ¡qué confusión!, qué cosas nos decimos sin saber lo que nos decimos. Amor, amor, amor (lo cantó Yeats), “amor en el lugar del escremento”. ¿Asco de nuestro ser, nuestro principio y nuestro fin; asco de aquello que más nos vive y más nos muere? ¿Qué es, entonces, la suma que no resta; dónde está, matemático celeste, la suma que es el todo y que no acaba? Hermoso es no tener lo que se tiene, nada de lo que es fin para nosotros, es fin, pues que se vuelve contra nosotros, y el verdadero fin nunca se nos vuelve. Aquel chopo de luz me lo decía, en Madrid, contra el aire turquesa del otoño: “Termínate en ti mismo como yo”. Todo lo que volaba alrededor, ¡qué raudo era!, y él qué insigne en lo suyo, verde y oro, sin mejor en el oro verde. Alas, cantos, luz, palmas, olas, frutas me rodean, me envuelven en su ritmo, en su gracia, en su fuerza delicada; y yo me olvido de mí entre ello, y bailo y canto y río y lloro por los otros, embriagado. ¿Esto es vivir? ¿Hay otra cosa más que este vivir de cambio y gloria? Yo oigo siempre esa música que suena en el fondo de todo, más allá; es la que me llama desde el mar, en la calle, en el sueño. A su aguda y serena desnudez, siempre estraña y sencilla, el ruiseñor es sólo un calumniado prólogo. ¡Qué letra, universal, luego, la suya! El músico mayor la ahuyenta. ¡Pobre del hombre si la mujer oliera, supiera siempre a rosa! ¿Qué dulce mujer normal, qué tierna, qué suave (Villon), qué forma de las formas, qué esencia, qué sustancia de las sustancias, las esencias; qué lumbre de las lumbres; la mujer, madre, hermana, amante! Luego, de pronto, esta dureza de ir más allá de la mujer, de la mujer que es nuestro todo, donde debiera terminar nuestro horizonte. Las copas de veneno, ¡qué tentadoras son!, y son de flores, yerbas y hojas. Estamos rodeados de veneno que nos arrulla como el viento, arpas de luna y sol en ramas tiernas, colgaduras ondeantes, venenosas, y pájaros en ellas, como estrellas de cuchillo; veneno todo, y el veneno nos deja a veces no matar. Eso es dulzura, dejación de un mandato, y eso es pausa y escape. Entramos por los robles melenudos; rumoreaban su vejez cascada, oscuros, rotos, huecos, monstruosos, con colgados de telarañas fúnebres; el viento les mecía las melenas, en medrosos, estraños ondeajes, y entre ellos, por la sombra baja, honda, venía el rico olor del azahar de las tierras naranjas, grito ardiente con gritillos blancos de muchachas y niños. ¡Un árbol paternal, de vez en cuando, junto a una casa, sola en un desierto (seco y lleno de cuervos; aquel tronco hueco, gris, lacio, a la salida del verdor profuso, con aquel cuervo muerto, suspendido por una pluma de una astilla, y los cuervos aún vivos posados ante él, sin atreverse a picotearlo, serios)! Y un árbol sobre un río. ¡Qué honda vida la de estos árboles; qué personalidad, qué inmanencia, qué calma, qué llenura de corazón total queriendo darse (aquel camino que partía en dos aquel pintar que se anhelaba)! Y por la noche, ¡qué rumor de primavera interna en sueño negro! ¡Qué amigo un árbol, aquel pino, verde, grande, pino redondo, verde, junto a la casa de mi Fuentepiña! Pino de la corona, ¿dónde estás?, ¿estás más lejos que si yo estuviera lejos? ¡Y qué canto me arrulla tu copa milenaria, que cobijaba pueblos y alumbraba de su forma rotunda y vijilante al marinero! La música mejor es la que suena y calla, que aparece y desaparece, la que concuerda, en un “de pronto”, con nuestro oir más distraido. Lo que fue esta mañana ya no es, ni ha sido más distraído. Lo que fue esta mañana ya no es, ni ha sido más que en mí; gloria suprema, escena fiel, que yo, que la creaba, creía de otros más que de mí mismo. Los otros no lo vieron; mi nostaljia, que era de estar con ellos, era de estar conmigo, en quien estaba. La gloria es como es, nadie la mueva, no hay nada que quitar ni que poner, y el dios actual está muy lejos, distraído también con tanta menudencia grande que le piden. Si acaso, en sus momentos de jardín, cuando acoje al niño libre, lo único grande que ha creado, se encuentra pleno en un sí pleno. Qué bellas estas flores secas sobre la yerba fría del jardín que ahora es nuestro. ¿Un libro, libro? Bueno es dejar un libro grande a medio leer, sobre algún banco, lo grande que termina; y hay que darle una lección al que lo quiere terminar, al que pretende que lo terminemos. Grande es lo breve, y si queremos ser y parecer más grandes, unamos sólo con amor, no cantidad. El mar no es más que gotas unidas, ni el amor que murmullos unidos, ni tú, cosmos, que cosmillos unidos. Lo más bello es el átomo último el solo indivisible, y que por serlo no es, ya más, pequeño. Unidad de unidades es lo uno; ¡y qué viento más plácido levantan esas nubes menudas al cenit; qué dulce luz es esa suma roja única! Suma es la vida suma, y dulce. Dulce como esta luz era el amor; ¡qué plácido este amor también! Sueño, ¿he dormido? Hora celeste y verde toda; y solos. Hora en que las paredes y las puertas se desvanecen como agua, aire, y el alma sale y entra en todo, de y por todo, con una comunicación de luz y sombra. Todo se ve a la luz de dentro, todo es dentro, y las estrellas no son más que chispas de nosotros que nos amamos, perlas bellas de nuestro roce fácil y tranquilo. ¡Qué luz tan buena para nuestra vida y nuestra eternidad! El riachuelo iba hablando bajo por aquel barranco, entre las tumbas, casas de las laderas verdes; valle dormido, valle adormilado. Todo estaba en su verde, en su flor; los mismos muertos en verde y flor de muerte; la piedra misma estaba en verde y flor de piedra. Allí se entraba y se salía como en el lento anochecer, del lento amanecer. Todo lo rodeaban piedra, cielo, río; y cerca el mar, más muerte que la tierra, el mar lleno de muertos de la tierra, sin casa, separados, engullidos por una variada dispersión. Para acordarme de por qué he nacido, vuelvo a ti, mar. “El mar que fué mi cuna, mi gloria y mi sustento; el mar eterno y solo que me llevó al amor”; y del amor es este mar que ahora viene a mis manos, ya más duras, como un cordero blanco a beber la dulzura del amor. Amor el de Eloísa; ¡qué ternura, qué sencillez, qué realidad perfecta! Todo claro y nombrado con su nombre en llena castidad. Y ella, enmedio de todo, intacta de lo bajo entre lo pleno. Si tu mujer, Pedro Abelardo, pudo ser así, el ideal existe, no hay que falsearlo. Tu ideal existió; ¿por qué lo falseaste, necio Pedro Abelardo? Hombres, mujeres, hombres, hay que encontrar el ideal, y dí, qué eres tú ahora y dónde estás? ¿Por qué, Pedro Abelardo vano, la mandaste al convento y tú te fuiste con los monjes plebeyos, si ella era, el centro de tu vida, su vida, de la vida, y hubiera sido igual contigo ya capado, que antes, si era el ideal? No lo supiste, yo soy quien lo vió, desobediencia de la dulce obediente plena gracia. Amante, madre, hermana, niña tú, Eloísa; qué bien te conocías y te hablabas, qué tiernamente te nombrabas a él; ¡y qué azucena fatal que te dio tu tierra. No estaba seco el árbol del invierno, como se dice, y yo creí en mi juventud; como yo, tiene el verde, el oro, el grana en la raíz y dentro, mi dentro, mi adentro, tanto que llena de color doble infinito. Tronco de invierno soy, que en la muerte va a dar de sí la copa doble llena que ven sólo como es los deseados. Vi un tocón, a la orilla del mar neutro; arrancado del suelo, era como un muerto animal; la muerte daba a su quietud seguridad de haber estado vivo; sus arterias cortadas con el hacha, echaban sangre todavía. Una miseria, un rencor de haber sido arrancado de la tierra, salía de su entraña endurecida y se espandía con el agua y por la arena, hasta el cielo infinito, azul. La muerte, y sobre todo, el crimen, da igualdad a lo vivo, lo más y menos vivo, y lo menos perece siempre, con la muerte, más. No, no era todo menos, como dije un día, “todo es menos”; todo era más, y por haberlo sido, es más morir para ser más, del todo más. ¿Qué ley de vida juzga con su farsa a la muerte sin ley y la aprisiona en la impotencia? ¡Sí, todo, todo ha sido más y todo será más! No es el presente sino un punto de apoyo o de comparación, más breve cada vez; y lo que deja y lo que coje, más, más grande. No, ese perro que ladra al sol caído, no ladra en el Monturrio de Moguer, ni cerca de Carmona de Sevilla, ni en la calle Torrijos de Madrid; ladra en Miami, Coral Gables, La Florida, y yo lo estoy oyendo allí, allí, no aquí, no aquí, allí, allí. ¡Qué vivo ladra siempre el perro al sol que huye! Y la sombra que viene llena el punto redondo que ahora pone el sol sobre la tierra, como un agua su fuente, el contorno en penumbra alrededor; después, todos los círculos que llegan hasta el límite redondo de la esfera del mundo, y siguen, siguen. Yo te oí, perro, siempre, desde mi infancia, igual que ahora; tú no cambias en ningún sitio, eres igual a ti mismo, como yo. Noche igual, todo sería igual si lo quisiéramos, si serlo lo dejáramos. Y si dormimos. ¡Qué abandonada queda la otra realidad! Nosotros les comunicamos a las cosas nuestra inquietud de día, de noche nuestra paz. ¿Cuándo, cómo duermen los árboles? “Cuando los deja el viento dormir”, dijo la brisa. Y cómo nos precede, brisa inquieta y gris, el perro fiel cuando vamos a ir de madrugada adonde sea, alegres o pesados; él lo hace todo, triste o contento, antes que nosotros. Yo puedo acariciar como yo quiera a un perro, un animal cualquiera, y nadie dice nada; pero a mis semejantes no; no está bien visto hacer lo que se quiera con ellos, si lo quieren como un perro. Vida animal, ¿hermosa vida? ¡Las marismas llenas de hermosos seres libres, que me esperan en un árbol, un agua o una nube, con su color, su forma, su canción, su jesto, su ojo, su comprensión hermosa, dispuestos para mí que los entiendo! El niño todavía me comprende, la mujer me quisiera comprender, el hombre…no, no quiero nada con el hombre, es estúpido, infiel, desconfiado; y cuando más adulador, científico. Cómo se burla la naturaleza del hombre, de quien no la comprende como es. Y todo debe ser o es echarse a dios y olvidarse de todo lo creado por dios, por sí, por lo que sea. “Lo que sea”, es decir, la verdad única, yo te miro como me miro a mí y me acostumbro a toda tu verdad como a la mía. Contigo, “lo que sea”, soy yo mismo, y tú, tu mismo, misma, “lo que seas”, ¿El canto? ¡El canto, el pájaro otra vez! ¡Ya estás aquí, ya has vuelto, hermosa, hermoso, con otro nombre, con tu pecho azul, gris cargado de diamante! ¿De dónde llegas tú, tú en esta tarde gris con brisa cálida? ¿Qué dirección de luz y amor sigues entre las nubes de oro cárdeno? Ya has vuelto a tu rincón verde, sombrío. ¿Cómo tú, tan pequeño, dí, lo llenas todo y sales por el más? Sí, sí, una nota de una caña, de un pájaro, de un niño, de un poeta, lo llena todo y más que el trueno. El estrépito encoje, el canto agranda. Tú y yo, pájaro, somos uno; cántame, canta tú, que yo te oigo, que mi oído es tan justo por tu canto. Ajústame tu canto más a este oído mío que espera que lo llenes de armonía, ¡Vas a cantar! toda otra primavera, vas a cantar. ¡Otra vez tú, otra vez la primavera! ¡Si supieras lo que eres para mí! ¿Cómo podría yo decirte lo que eres, lo que eres tú, lo que soy yo, lo que eres para mí? ¡Como te llamo, cómo te escucho, cómo te adoro, hermano eterno, pájaro de la gracia y de la gloria, humilde, delicado, ajeno; ángel del aire nuestro, derramador de música completa! Pájaro, yo te amo como a la mujer, a la mujer, tu hermana más que yo. Sí, bebe ahora el agua de mi fuente, pica la rama, salta lo verde, entra, sal, rejistra toda tu mansión de ayer; ¡mírame bien a mí, pájaro mío, consuelo universal de mujer y hombre! Vendrá la noche inmensa, abierta toda en que me cantarás del paraíso, en que me harás el paraíso, aquí, yo, tú, esperanza; nunca te he comprendido como ahora; nunca he visto tu dios como hoy lo veo, el dios que acaso fuiste tú y que me comprende. “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes tú.” ¡Qué hermosa primavera nos aguarda en el amor, fuera del odio! ¡Ya soy feliz! ¡El canto, tú y tu canto! El canto…Yo vi jugando al pájaro y la ardilla, al gato y la gallina, al elefante y al oso, al hombre con el hombre, cuando el hombre cantaba. No, este perro no levanta los pájaros, los mira, los comprende, los oye, se echa al suelo, y calla y sueña ante ellos. ¡Qué grande el mundo en paz, qué azul tan bueno para el que puede no gritar, puede cantar; cantar y comprender y amar! ¡Inmensidad, en ti y ahora vivo; ni montañas, ni casi piedra, ni agua, ni cielo casi; inmensidad, y todo y sólo inmensidad; esto que abre y que separa el mar del cielo, el cielo de la tierra, y, abriéndolos y separándolos, los deja más unidos y cercanos, llenando con lo lleno lejano la totalidad! ¡Espacio y tiempo y luz en todo yo, en todos y yo y todos! ¡Yo con la inmensidad! Esto es distinto; nunca lo sospeché y ahora lo tengo. Los caminos son sólo entradas o salidas de luz, de sombra, sombra y luz; y todo vive en ellos para que sea más inmenso yo, y tú seas. ¡Qué regalo de mundo, qué universo inmenso, dentro, fuera de ti, segura inmensidad! Imágenes de amor en la presencia concreta; suma gracia y gloria de la imajen, ¿vamos a hacer eternidad? ¡Vosotras, yo, podemos crear la eternidad una y mil veces, cuando queramos! ¡Todo es nuestro y no se nos acaba nunca! ¡Amor, contigo y con la luz todo se hace, y lo que amor, no acaba nunca! 

FRAGMENTO SEGUNDO

(cantada)



“Y para recordar por qué he vivido”, vengo a ti, río Hudson de mi mar. “Dulce como esta luz era el amor…” “Y por debajo de Washington Bridge (el puente más con más de esta New York) pasa el campo amarillo de mi infancia”. Infancia, niño vuelvo a ser y soy, perdido, tan mayor, en lo más grande. Leyenda inesperada: “dulce como la luz es el amor”, y esta New York es igual que Moguer, es igual que Sevilla y que Madrid. Puede el viento, en la esquina de Broadway, como en la Esquina de las Pulmonías de mi calle Rascón, conmigo; y tengo abierta la puerta donde vivo, con sol dentro. “Dulce como este solo era el amor.” Me encontré al instalado, le reí, y me subí al rincón provisional, otra vez, de mi soledad, y de mi silencio, tan igual en el piso 9 y sol, al cuarto bajo de mi calle y cielo. “Dulce como este sol es el amor.” Me miraron ventanas conocidas con cuadros de Murillo. En el alambre de lo azul, el gorrión universal cantaba, el gorrión y yo cantábamos, hablábamos; y lo oía la de la mujer en el viento de mundo. ¡Qué rincón ya para suceder mi fantasía! El sol quemaba el sur del rincón mío, y en el lunar menguante de la estera, crecía dulcemente mi ilusión queriendo huir de la dorada mengua. “Y por debajo de Washington Bridge, el puente más amplio de New York. Corre el campo dorado de mi infancia…” Bajé lleno a la calle, me abrió el viento la ropa, el corazón; vi caras buenas. En el jardín de St. John the Divine, los chopos verdes eran de Madrid; hablé con un perro y un gato en español: y los niños del coro, lengua eterna, igual del paraíso y de la luna, cantaban, con campanadas de San Juan, en el rayo de sol derecho, vivo, donde el cielo flotaba hecho armonía violeta y oro; iris ideal que bajaba y subía, que bajaba…”Dulce como este sol era el amor.” Salí por Ámsterdam, estaba allí la luna (Morningside); el aire ¡era tan puro! Frío no, fresco, fresco; en él venía vida de primavera nocturna, y el sol estaba dentro de la luna y de mi cuerpo, el sol presente, el sol que nunca más me dejaría los huesos solos, sol en sangre y él. Y entré cantando ausente en la arboleda de la noche y el río que se iba bajo Washington Bridge con sol aún, hacia mi España por oriente, a mi oriente de mayo de Madrid; un sol ya muerto, pero vivo; un sol presente, pero ausente; un sol rescoldo de vital carmín, un sol carmín vital en el verdor, un sol vital en el verdor ya negro, un sol en el negror ya luna; un sol en la gran luna de carmín; un sol de gloria nueva, nueva en otro Este; un sol de amor y de trabajo hermosos; un sol como el amor…”Dulce como este sol era el amor.” 

FRAGMENTO TERCERO


(Sucesión)



“Y para recordar por qué he venido”, estoy diciendo yo. “Y para recordar por qué he nacido”, conté yo un poco antes, ya por La Florida. “Y para recordar por qué he vivido”, vuelvo a ti mar, pensé yo en Sitjes, antes de una guerra, en España, del mundo. ¡Mi presentimiento! Y entonces, marenmedio, mar, más mar, eterno mar, con su luna y su sol eternos por desnudos, como yo, por desnudo, eterno; el mar que me fué siempre vida nueva, paraíso primero, primer mar. El mar, el sol, la luna, y ella y yo, Eva y Adán, al fin y ya otra vez sin ropa, y la obra desnuda y la muerte desnuda, que tanto me atrajeron. Desnudez es la vida y desnudez la sola eternidad…Y sin embargo, están, están, están, están llamándonos a comer, gong, gong, gong, gong, en esta eternidad de Adán y Eva, Adán de smoking, Eva…Eva se desnuda para comer como para bañarse; es la mujer y la obra y la muerte, es la mujer desnuda, en eterna metamorfosis. ¡Qué estraño es todo esto, mar, Miami! No, no fué allí en Sitjes, Catalonia, Spain, en donde se me apareció mi mar tercero, fué aquí ya; era este mar, este mar mismo, mismo y verde, verdemismo; no fué el Mediterráneo azulazulazul, fué el verde, el gris, el negro Atlántico de aquella Atlántida, Sitjes fué, donde vivo ahora, Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta Villa Vizcaya aquí de Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona. Mar, y ¡qué estraño es todo esto! No era España, era La Florida de España, Coral Gables, donde está la España esta abandonada por los hijos de Deering (testamentaría inaceptable) y aceptada por mí; esta España (Catalonia, Spain) guirnaldas de morada buganvilla por las rejas. Deering, vivo destino. Ya está Deering, fuiste cuando yo, con Miguel Utrillo y Santiago Rusiñol, gozábamos las blancas salas soleadas, al lado de la iglesia, en aquel cabo donde quedó tan pobre el “Cau Ferrat” del Ruiseñor bohemio de albas barbas no lavadas). Deering, sólo el Destino es inmortal, y por eso te hago a ti inmortal, por mi Destino. Sí, mi Destino es inmortal y yo, que aquí lo escribo, seré inmortal igual que mi Destino, Deering. Mi Destino soy yo y nada y nadie más que yo; por eso creo en Él y no me opongo a nada suyo, a nada mío, como yo por el Destino, repartidor de la sustancia con la esencia. En el principio fué el Destino, padre de la Acción y abuelo o bisabuelo o algo más allá del Verbo. Levo mi ancla, por lo tanto, izo mi vela para que sople Él más fácil con su viento por los mares serenos o terribles, atlánticos, mediterráneos, pacíficos o lo que sean, verdes, blancos, azules, morados, amarillos, de un color o de todos los colores. Así lo hizo, aquel enero, Shelly, y no fué el oro, el opio, el vino, la ola brava, el nombre de la niña lo que se lo llevó por el trasmundo del trasmar: Arroz de Buda; Barrabás de Cristo; yegua de San Pablo; Longino de Zenobia de Palmyra; Carlyle de Schiller (según dice el libro de la mujer suiza); Ómnibus de Curie; Charles Maurice de Gauguin; Caricatura infame (“Heraldo de Madrid”) de Federico García Lorca; Pieles del Duque de T´Serclaes y Tilly /el bonachero sevillano) que León Felipe usó después en la Embajada mejicana, bien seguro; Gobierno de Negrín, que abandonara al retenido Antonio Machado enfermo ya, con su madre octojenaria y dos duros en el bolsillo, por el helor del Pirineo, mientras él con su corte huía tras el oro guardado en la Banlieu, en Rusia, en Méjico, en la nada…Cualquier forma es la forma que el Destino, forma de muerte o vida, forma de toma y deja, toma; y es inútil huirla ni buscarla. No era aquel auto disparado que rozó mi sien en el camino de Miami, pórtico herreriano de baratura horrible, igual que un sólido huracán; ni aquella hélice de avión que sorbió mi ser completo y me dejó ciego, sordo, mudo en Barajas, Madrid, aquella madrugada sin Paquita Pechere; ni el doctor Amory con su inyección en Coral Gables, Alambra Circle, y luego con colapso al hospital; ni el papelito sucio, cuadradillo añil, de la denuncia a lápiz contra mí, Madrid en guerra, el buzón de aquel blancote de anarquista, que me quiso juzgar, con crucifijo y todo, ante la mesa de la Biblioteca que fué un día de Nocedal (don Cándido); y que murió la tarde aquella con la bala que era para él (no para mí) y la pobre mujer que se cayó con él, más blanca que mis dientes que me salvaron por blancos; más que él, más limpia, el sucio panadero, en la acera de la calle de Lista, esquina de la de Velázquez. No, no era, no era aquel Destino mi Destino de muerte todavía. Pero, de pronto, ¿qué inminecia alegre, mala, indiferente, absurda? Ya pasó lo anterior y ya está, en este aquí, este esto, y ya, y ya estamos nosotros, igual que en una pesadilla náufraga o un sueño dulce, claro, embriagador, con ello. La ánjela de la guarda nada puede contra la vijilancia exacta, contra el exacto dictar y decidir, contra el exacto obrar de mi Destino. Porque el destino es natural, y artificial el ánjel, la ánjela. Esta inquietud tan fiel que reina en mí, que no es del corazón, ni del pulmón, ¿de dónde es? Ritmo vejetativo es (lo dijo Achúcarro primero y luego Marañón), mi tercer ritmo, más cercano, Goethe, Claudel, al de la poesía, que los vuestros. Los versos largos vuestros, cortos, vuestros, con el pulso de otra o con el pulmón propio. ¡Cómo pasa este ritmo, este ritmo, río mío, fuga de faisán de sangre ardiendo por mis ojos, naranjas voladoras de dos pechos en uno, y qué azules, qué verdes y qué oros diluídos en rojo, a qué compases infinitos! Deja este ritmo timbres de aires y de espumas en los oídos, y sabores de ala y de nube en el quemante paladar, y olores a piedra con rocío, y tocar, cuerdas de olas. Dentro de mí hay uno que está hablando, hablando, hablando ahora. No lo puedo callar, no se puede callar. Yo quiero estar tranquilo con la tarde, esta tarde de loca creación (no se deja callar, no lo dejo callar). Quiero el silencio en mi silencio, y no lo sé callar a éste, no se sabe callar. ¡Calla, segundo yo, que hablas como yo y que no hablas como yo; calla, maldito! Es como el viento ese con la ola; el viento que se hunde con la ola inmensa; ola que sube inmensa con el viento; ¡y qué dolor de olor y de sonido, qué dolor de color, y qué dolor de toque, de sabor de ámbito de abismo! ¡De ámbito de abismo! Espumas vuelan, choque de ola y viento, en mil primaveras verdes blancos, que son festones de mi propio ámbito interior. Vuelan las olas y los vientos pesan, y los colores de ola y viento juntos cantan, y los olores fuljen reunidos, y los sonidos todos son fusión, fusión y fundición de gloria vista en el juego del viento con la mar. Y ese era el que hablaba, qué mareo, ese era el que hablaba, y era el perro que ladraba en Moguer, en la primera estrofa. Como en sueños, yo soñaba una cosa que era otra. Pero si yo no estoy aquí con mis cinco sentidos, ni el mar si no los veo, si no los digo y lo escribo que lo están. Nada es la realidad sin el Destino de una conciencia que la realiza. Memoria son los sueños, pero no voluntad ni intelijencia. ¿No es verdad, ciudad grande de este mundo? ¿No es verdad, dí, ciudad de la unidad posible, donde vivo? ¿No es verdad la posible unidad, aunque no gusten los desunidos por Color o por Destino, por Color que es destino? Sí, en la ciudad del sur ya, persisten estos claros de campo rojisecos, igual que en mí persisten, hombre pleno, las trazas del salvaje en cara y mano y en vestido; y el salvaje de la ciudad dormita en ellos su civilización olvidada, olvidando las reglas, las prohibiciones y las leyes. Allí el papel tirado, inútil crítica, cuento estéril, absurda poesía; allí el vientre movido al lado de la flor, y si la soledad es hora sola, el pleno ayuntamiento de la carne con la carne, en la acera, en el jardín llenos de otros. El negro lo prefiere así también, y allí se iguala al blanco con el sol en su negrura él, y el blanco negro con el sol en su blancura, resplandor que conviene más, como aureola, al alma que es un oro en veta como mina. Allí los naturales tesoros valen más, el agua tanto como el alma; el pulso tanto como el pájaro, como el canto del pájaro; la hoja tanto como la lengua. Y el hablar es lo mismo que el rumor de los árboles, que es conversación perfectamente comprensible para el blanco y el negro. Allí el goce y el deleite, y la risa, y la sonrisa, y el llanto y el sonlloro son iguales por fuera que por dentro; y la negra más joven, esta Ofelia que, como la violeta silvestre oscura, es delicada en sí sin el colejio ni el concierto, sin el museo ni la iglesia, se iguala con el rayo de luz que el sol echa en su cama, y le hace iris la sonrisa que envuelve un corazón de igual color por dentro que el negro pecho satinado, corazón que es el suyo, aunque el blanco no lo crea. Allí la vida está más cerca de la muerte, la vida que es la muerte en movimiento, porque es la eternidad de lo creado, el nada más, el todo, el nada más y el todo confundidos; el todo por la escala del amor en los ojos hermosos que se anegan en sus aguas mismas, unos en otros, grises o negros como los colores del nardo y de la rosa; allí el canto del mirlo libre y la canaria presa, los colores de la lluvia en el sol, que corona la tarde, sol lloviendo. Y los más desgraciados, los más tristes vienen a consolarse de los fáciles, buscando los restos de su casa de Dios entre lo verde abierto, ruina que persiste entre la piedra prohibitoria más que la piedra misma; y en la congregación del tiempo en el espacio, se reforma una unidad mayor que la de los fronteros escojidos. Allí se escoje bien entre lo mismo ¿mismo? La mueblería estraña, sillón alto redicho, contornado, presidente incómodo, la alfombra con el polvo columnados, con los libros en orden de disminución, pintados o cortados a máquina, con el olor a gato; y las lámparas secas con camellos o timones; los huevos por perillas en las puertas; los espejos opacos inclinados en marco cuádruple, pegajoso barniz, hierro mohoso; los cajones manchados de jarabe (Baudelaire, hermosa taciturna, Poe). Todos somos actores aquí, y sólo actores, y el teatro es la ciudad, y el campo y el horizonte ¡el mundo! Y Otelo con Desdémona será lo eterno. Esto es el hoy todavía, y es el mañana aún, pasar de casa en casa del teatro de los siglos, a lo largo de la humanidad toda. Pero tú en medio, tú, mujer de hoy, negra o blanca, americana (asiática, europea, africana, oceánica; demócrata, republicana, comunista, socialista, monárquica; judía, rubia, morena; inocente o sofística; buena o mala, perdida, indiferente, lenta o rápida; brutal o soñadora; civilizada, civilizada toda llena de manos, caras, campos naturales, muestras de un natural único y libre, unificador de aire, de agua, de árbol, y ofreciéndote al mismo dios de sol y luna únicos; mujer, la nueva siempre para el amor igual, la sola poesía). Todos hemos estado reunidos en la casa agradable blanca y vieja; y ahora todos (y tú mujer sola de todos) estamos separados. Nuestras casas saben bien lo que somos; nuestros cuerpos, ojos, manos, cinturas, cabezas en su sitio; nuestros trajes en su sitio, en un sitio que hemos arreglado de antemano para que nos espere siempre igual. La vida es este unirse y separarse, rápidos de ojos, manos, bocas, brazos, piernas, cada uno en la busca de aquello que lo atrae o lo repele. Si todos nos uniéramos en todo (y en color, tan lijera superficie) estos claros del campo nuestro, nuestro cuerpo, estas caras y estas manos, el mundo un día nos sería hermoso a todos, una gran palma, sólo, una gran fuente sólo, todo unido y apretado en un abrazo como el tiempo y el espacio, un astro humano, el astro del abrazo por órbita de paz y de armonía… Bueno, sí, dice el otro, como si fuera a mí, al salir del museo después de haber tocado el segundo David de Miguel Ángel. Ya el otoño. ¡Saliendo! ¡Qué hermosura de realidad! ¡La vida, al salir de un museo!... No luce oro la hoja seca, canta oro, y canta rojo y cobre y amarillo; una cantada aguda y sorda, aguda con arrebato de mejor sensualidad. ¡Mujer de otoño; árbol, hombre! ¡Cómo clamáis el gozo de vivir, el azul que se alza con el primer frío! Quieren alzarse más, hasta lo último de ese azul que es más limpio, de incomparable desnudez azul. Desnudez plena y honda del otoño, en la que el alma y carne se ve mejor que no son más que una. La primavera cubre el idear, el invierno deshace el poseer, el verano amontona el descansar; otoño, tú, el alerta, nos levantas descansados, rehecho, descubierto, al grito de tus cimas de invasora evasión. ¡Al sur, al sur! Todos deprisa. La mudanza, y después la vuelta; aquel huir, aquel llegar en los tres días que nunca olvidaré que no me olvidarán. ¡El sur, el sur, aquellas noches, aquellas nubes de aquellas nubes de aquellas noches de conjunción cercana de planetas; qué ir llegando tan hermoso a nuestra casa blanca de Alhambra Circle en Coral Gables, Miami, La Florida! Las garzas blancas habladoras en noches de escursiones altas he oído por aquí hablar a las estrellas, en sus congregaciones palpitantes de las marismas de lo inmenso azul, como a las garzas blancas de Moguer, en sus congregaciones palpitantes por las marismas de lo verde inmenso. ¿No eran espejos que guardaban vivos, para mi paso por debajo de ellas, blancos espejos de alas blancas, los ecos de las garzas de Moguer? Hablaban, yo lo oí, como nosotros. Esto era en las marismas de La Florida llana, la tierra del espacio con la hora del tiempo. ¡Qué soledad, ahora, a este sol del mediodía! Un zorro muerto por un coche; una tortuga atravesando lenta el arenal; una serpiente resbalando undosa de marisma a marisma. Apenas gente; sólo aquellos indios en su cerca de broma, tan pintaditos para los turistas. ¡Y las calladas, las tapadas, las peinadas, las mujeres en aquellos corrales de las hondas marismas! Siento sueño; no, ¿no fué un sueño de los indios que huyeron de la caza cruel de los tramperos? Era demasiado para un sueño, y no quisiera yo soñarlo nunca…Plegadas alas en alerta unido de un ejército cárdeno y calcáreo, a un lado y otro del camino llano que daba sus pardores al fiel mar, los cánceres osaban caraqueando erguidos (como en un agrio rezo de eslabones) al sol de la radiante soledad de un dios ausente. Llegando yo, las ruidosas alas se abrieron erijidas, mil seres ¿pequeños? Ladeándose en sus ancas agudas. Y, silencio; un fin, silencio. Un fin, un dios que se acercaba. Un cáncer, ya un cangrejo y solo, quedó en el centro gris del arenal, más erguido que todos, más abierta la tenaza sérrea de la mayor boca de su armario; los ojos, periscopios tiesos, clavando su vibrante enemistad en mí. Bajé lento hasta él, y con el lápiz de mi poesía y de mi crítica, sacado del bolsillo, le incité a que luchara. No se iba el david, no se iba el david del literato filisteo. Abocó el lápiz amarillo con su tenaza, y yo lo levanté con él cojido y lo jiré a los horizontes con impulso mayor, mayor, mayor, una órbita mayor, y él aguantaba. Su fuerza era tan poca para mí más tan poco ¡pobre héroe! ¿Fui malo? Lo aplasté con el injusto pie calzado, sólo por ver qué era. Era cáscara vana, un nombre nada más, cangrejo; y ni un adarme, ni un adarme de entraña; un hueco igual que cualquier hueco un hueco en otro hueco. Un hueco era el héroe sobre el suelo y bajo el cielo; un hueco, un hueco aplastado por mí; sólo un hueco, un vacío, un heroico secreto de un frío cáncer hueco, un cangrejo hueco, un pobre david hueco. Y un silencio mayor que aquel silencio llenó el mundo de pronto de veneno, un veneno de hueco; un principio, no un fin. Parecía que el hueco revelado por mí y puesto en evidencia para todos, se hubiera hecho silencio, o el silencio, hueco; que se hubiera poblado aquel silencio numerable de innúmero silencio hueco. Yo sufría que el cáncer era yo, y yo un jigante que no era solo yo y que me había a mí pisado y aplastado. ¡Qué inmensamente hueco me sentía, qué monstruoso de oquedad erguida, en aquel solear empederniente del mediodía de las playas desertadas! ¿Desertadas? Alguien mayor que yo y el nuevo yo venía, y yo llegaba al sol con mi oquedad inmensa, al mismo tiempo; y el sol me derretía lo hueco, y mi infinita sombra me entraba al mar y en él me naufragaba en una lucha inmensa, porque el mar tenía que llenar todo mi hueco. Revolución de un todo, un infinito, un caos instantáneo de carne y cáscara, de arena y ola y nube y frío y sol, todo hecho total y único, todo abel y caín, david y goliat, cáncer y yo, todo cangrejo y yo. Y en espacio de aquel hueco inmenso y mudo, Dios y yo éramos dos. Conciencia…Conciencia, yo el tercero, el caído, te digo a ti (¿me oyes, conciencia?). Cuando tú quedes libre de este cuerpo, cuando te esparzas en lo otro (¿qué es lo otro?), ¿te acordarás de mí con amor hondo; ese amor hondo que yo creo que tú, mi tú y mi cuerpo se han tenido tan llenamente, con un conocimiento doble que nos hizo vivir un convivir tan fiel como el de un doble astro cuando nace en dos para ser uno? ¿y no podremos ser por siempre, lo que es un astro hecho de dos? No olvides que por encima de los otro y de los otros, hemos cumplido como buenos nuestro mutuo amor. Difícilmente un cuerpo habría amado así a su alma, como mi cuerpo a ti, conciencia de mi alma; porque tú fuiste para él suma ideal y él se hizo por ti, contigo lo que es. ¿Tendré que preguntarte lo que fué? Esto lo sé yo bien, que estaba en todo. Bueno, si tú te vas, dímelo antes claramente y no te evadas mientras mi cuerpo esté dormido; dormido suponiendo que estás con él. Él quisiera besarte con un beso que fuera todo él, quisiera deshacer su fuerza en este beso, para que el beso quedara para siempre como algo, como un abrazo, por ejemplo, de un cuerpo y su conciencia en el hondón más hondo de lo hondo eterno. Mi cuerpo no se encela de ti, conciencia; mas quisiera que al irte fueras todo él, y que dieras a él, al darte tú a quien sea, lo suyo todo, este amar que te ha dado tan único, tan solo, tan grande como lo único y lo solo. Dime tú todavía: ¿No te apena dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida? Yo te busqué tu esencia. ¿Qué sustancia le pueden dar los dioses a tu esencia, que no pudiera darte yo? Ya te lo dije al comenzar: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”. ¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte en un dios, en otro dios que este que somos mientras tú estás en mí, como de Dios?

lunes, 18 de febrero de 2013

De un exiliado morisco, en Túnez, tras la expulsión.


    Dios, que a los suyos padeciendo mira
muerte en la vida y en el cuerpo infierno
por pecados de padres sin gobierno
o por la causa que a su globo admira,
    alza la ardiente espada de su ira
y, como crïador y amante tierno,
no es, siendo eterno en la venganza, eterno,
que al descanso piadoso la retira.
    Del Faraón de España ablanda el pecho
y, a su pesar, les da en el mar camino
que está de verdes flores prado hecho;
    y en su vuestro ingenio raro y peregrino,
dándole luz de Dios tanto provecho,
que ya no sois mortal, sino divino.

sábado, 16 de febrero de 2013

Ovidio, Tristes


Ovidio, Tristia, IV, 1:



Si en mis libros, lector, se notan defectos de cuantía, como sin duda se notarán, sírvanles de excusa las circunstancias en que se escribieron. Estaba desterrado, y no apetecía la fama, sino el descanso y la distracción, que me impidiesen pensar continuamente en los rigores que me oprimen. Esto mismo incita al siervo que cava la tierra con los grillos en los pies, y, aligera el penoso trabajo con sus toscas canciones; por esto canta el barquero que encorva su fatigado cuerpo sobre la arena fangosa, al arrastrar la tardía barca contra la corriente del río, o cuando mueve a la vez los remos hacia el pecho y hiende con los brazos las aguas a compás. El pastor, fatigado, se apoya en su báculo o se sienta en la peña, y deleita a sus ovejas con la flauta de caña. Canta, y a la vez gira el huso la sirvienta, para engañar las horas transcurridas en su labor.  Dícese que Aquiles, lleno de pesadumbre por el rapto de Briseida, disipó su tristeza con los acordes de la lira Hemonia, y Orfeo arrastraba las selvas y las rocas insensibles para consolarse de la doble pérdida de su esposa. La Musa es mi bálsamo de consuelo en la comarca del Ponto, adonde fui relegado, y la única fiel compañera de mi destierro, la única que no teme las emboscadas de los hombres, la espada del guerrero, el mar, los vientos y la barbarie. Conoce bien el error que cometí, causante de mi perdición, y sabe que en mi conducta hubo una falta y no un crimen. Sin duda ahora me lisonjea, por lo mismo que me perjudicó cuando fue declarada cómplice de mi delito. En verdad, no quisiera poner las manos en los misterios de las Musas, por lo dañosas que me han sido; pero, ¿qué he de hacer ahora? Vivo dominado por su influjo, y en mi delirio amo los cantos que me ocasionaron el desastre. Así el fruto desconocido del  loto que gustaron los marinos de Duliquio, aunque dañoso, les fue grato al paladar.



Siente por lo común el amante su martirio, y permanece aferrado a su amor y adora al ídolo que sin descanso le martiriza; y así me deleita la poesía, que tanto me ha perjudicado, y amo el dardo que me produjo tan cruel herida. Tal vez mi pasión se gradúe de locura; mas esta locura me reporta no escasa utilidad; impide al pensamiento fijarse de continuo en la tragedia del dolor y le hace olvidarse de los tedios actuales. Como la Bacante en delirio no se da cuenta de su herida al lanzar gritos en las cimas del Edón, así cuando el verde tirso agita mi inflamada fantasía, el entusiasmo se sobrepone a las miserias humanas, y entonces ni siento el destierro, ni las playas del  Ponto de  Escitia, ni luchar contra el enojo de los dioses, y como si bebiese las ondas soporíferas del Leteo, se embota en mí el sentimiento de la adversidad de los tiempos. Con razón venero a las diosas consoladoras de mis penas, que desde el Helicón me acompañaron al destierro; y ya por el piélago, ya por tierra, se embarcaron conmigo y siguieron a pie mis huellas: que al menos me sean propicias, pues la turba restante de los dioses se declaró por César, y me abruman tantas adversidades como arenas hay en la playa, peces en las olas y huevos en el seno de los peces. Antes contarás las flores de primavera, las espigas del estío, los frutos de otoño y los copos de nieve en invierno, que los sufrimientos que en todas partes me maltrataron, hasta que arribó mi infortunio al siniestro litoral del Euxino. Sin embargo, desde que llegué, en nada la fortuna aligeró mis angustias; el adverso destino me ha seguido hasta el fin de la peregrinación. Aquí hube de reconocer que la trama del estambre de mis días se urdió con negros vellones. Sin hablar de las asechanzas y los peligros que se cernieron sobre mi cabeza, harto ciertos, y que acaso parezcan increíbles, ¿cabe mayor infelicidad para un romano, cuyo nombre repetía el pueblo a todas horas, que vivir entre los Besos y los Getas; mayor angustia que las puertas y murallas defiendan su vida, apenas asegurada con las fortificaciones de la ciudad?


Siempre huí de joven las ásperas contiendas bélicas, y nunca manejé las armas sino por juego; y ahora de viejo tengo que ceñir la espada,  embrazar el escudo y cubrir con el yelmo mis canos cabellos; pues así que el centinela desde su puesto da la señal de alarma, enseguida mi trémula mano tiene que empuñar el acero. El enemigo feroz, provisto de sus arcos y flechas envenenadas, recorre las murallas con sus jadeantes corceles. Como el lobo rapaz sorprende y arrastra a través de campos y selvas la oveja que no se encerró a tiempo en el redil, así el bárbaro enemigo, si encuentra en el campo alguno que no se retiró tras de las puertas, le echa mano y lo declara cautivo, poniéndole la cadena al cuello, o le derriba, muerto con sus dardos emponzoñados.


Aquí resido, nuevo colono de lugares tan peligrosos, donde, ¡ay!, arrastro una existencia demasiado larga, y a pesar de todo, entre tantas congojas, mi Musa extranjera se vuelve a los cantos y al antiguo culto; pero ni hallo nadie a quien recitar mis versos, ni nadie cuyos oídos puedan comprender las expresiones latinas. Yo, ¿en qué había de entretenerme? Escribo y leo para mí mismo, y mis obras viven seguras de la benevolencia de su juez. Muchas veces me digo: ¿Cuál es el objeto de tus afanes? ¿Por ventura han de leer tus libros los Sármatas y los Getas? Muchas veces también, al escribir, me saltan las lágrimas, y las letras quedan empapadas con mi llanto. Mi corazón siente las antiguas heridas como si fuesen de ayer, y el triste humor de los ojos resbala y cae en mi seno. Cuando recuerdo en mis vicisitudes lo que soy y lo que era, y pienso en el lugar que me deparó la suerte, y aquel de donde me arrojaron, cien veces arrebatado por la demencia, y enconado contra mis estudios malignos, arrojo los versos, condenándolos al fuego. Puesto que quedan pocos de una gran multitud, seas quien seas, dígnate leerlos con indulgencia. Tú, ¡oh Roma, cuyo, acceso se me prohibe!, acoge benigna mis poesías, que no valen más que mi fortuna.

martes, 12 de febrero de 2013

Y, sin embargo, te quiero.


" Y sin embargo te quiero "

Letra: León y Quintero

Música: Quiroga


Me lo dijeron mil veces,
mas yo nunca quise
poner atención; 
cuando vinieron los llantos, 
ya estaba metido muy dentro
de mi corazón.

Te esperaba hasta muy tarde: 
ningún reproche te hacía; 
lo más que te preguntaba 
era que si me querías.

Y, bajo tus besos,
en la madrugá
sin que tu notaras
la cruz de mi angustia
solía cantar:

(estribillo)

Te quiero más que a mis ojos, 
te quiero más que a mi vida,
más que al aire que respiro 
y más que a la mare mía.

Que se me paren los pulsos 
si te dejo de querer 
que las campanas me doblen 
si te engaño alguna vez.

Eres mi vida y mi muerte, 
te lo juro compañero,
no debía de quererte,
no debía de quererte,
no debía de quererte,
y, sin embargo, te quiero.

Vives con unas y con otras
y na' se te importa
de mi soledad
sabes que tienes un hijo, 
y ni el apellido
le vienes a dar.

Llorando junto a la cuna 
me dan las claras del día, 
mi niño no tiene pare, 
que pena la suerte mía.

Anda, rey de España,
vamos a dormir 
y sin darme cuenta,
en vez de la nana, 
yo le canto así:

Te quiero más que a mis ojos,
te quiero más que a mi vida,
más que el al aire que respiro,
y más que a la mare mía.

Que se me paren los pulsos 
si te dejo de querer, 
que las campanas me doblen 
si te falto alguna vez.

Eres mi vida y mi muerte 
te lo juro compañero, 
no debía de quererte,
no debía de quererte,
no debía de quererte,
y, sin embargo, te quiero.

lunes, 11 de febrero de 2013

Sylvia Plath


Canción de amor de la joven loca

Cierro los ojos y el mundo muere; 
Levanto los párpados y nace todo nuevamente. 
(Creo que te inventé en mi mente). 

Las estrellas salen valseando en azul y rojo, 
Sin sentir galopa la negrura: 
Cierro los ojos y el mundo muere. 

Soñé que me hechizabas en la cama 
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente. 
(Creo que te inventé en mi mente). 

Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan: 
Escapan serafines y soldados de satán: 
Cierro los ojos y el mundo muere. 

Imaginé que volverías como dijiste, 
Pero crecí y olvidé tu nombre. 
(Creo que te inventé en mi mente). 

Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti; 
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente. 
Cierro los ojos y el mundo muere. 
(Creo que te inventé en mi mente) 

Límite

La mujer alcanzó la perfección. 
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización, 
la apariencia de una necesidad griega 
fluye por los pergaminos de su toga, 
sus pies desnudos parecen decir, 
hasta aquí hemos llegado, se acabó. 
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes, 
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía. 
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo; 
así los pétalos de una rosa cerrada, 
cuando el jardín se envara 
y los olores sangran de las dulces gargantas 
profundas de la flor de la noche. 
La luna no tiene por qué entristecerse, 
mirando con fijeza desde su capucha de hueso. 
Está acostumbrada a este tipo de cosas. 
Sus negros crepitan y se arrastran.

sábado, 26 de enero de 2013

Eurípides, Lamento de Hécuba


Hécuba:

Llevad ante la tienda a la anciana ¡oh hijas mías! Soste­ned en su marcha a vuestra compañera de esclavitud, un día reina vuestra, ¡oh troyanas! Asid, llevad, conducid, alzad mis viejas manos. Apoyada en vuestros brazos como en un báculo, me esforzaré en acelerar el tardo paso de mis pies. ¡Oh relámpago de Zeus, oh noche oscura! ¿Por qué me han despertado los terrores y los espectros nocturnos? ¡Oh tierra venerable, madre de los sueños de alas negras! Estoy horrorizada por la visión nocturna que me trajo un sueño con respecto a mi hijo, que está escondido en Tracia, y a mi querida hija Polixena. Comprendo e interpreto esa visión terrible. ¡Oh Dioses subterráneos, proteged a mi único hijo, áncora de mi familia, que habita en la nevada Tracia bajo la tutela del huésped paterno! Algo nuevo va a ocurrir; las plañideras cantarán un canto lamentable. Jamás se ha estremecido ni temblado mi espíritu tan de continuo. ¿Dónde encontraría yo ¡oh troyanas! el alma divina de Heleno o de Casandra, para que me explicaran estos sueños? Porque he visto una corza tachonada, a quien se arrancaba de mis rodillas violentamente y lamentablemente, degollada por las uñas sangrientas de un lobo. Y me ha asaltado este otro terror: el espectro de Aquileo se erguía en lo alto de su túmulo, y pedía como recompensa alguna de las troyanas abrumadas de innumerables males. ¡Oh Demonios, os conjuro a que alejéis de mi hija esa desventura! [...] ¡Ay, miserable de mí! ¿Qué voy a decir? ¿Qué grito, qué lamento a lanzar? ¡Cuán desdichada soy en mi miserable vejez, y reducida a una esclavitud insoportable! ¡Ay de mí! ¿Quién me defenderá? ¿Qué raza y qué ciudad? ¡Partió el anciano, partieron los hijos! ¿Adónde ir? ¿Acá o allá? ¿Dónde iré? ¿Qué Dios o qué Demonio vendrá en mi ayuda? ¡Oh troyanas que me anunciáis semejantes males, que me traéis males tan horribles, me habéis matado, me habéis perdido! Ya no disfrutaré de una vida dichosa a la luz del día.  ¡Oh pies miserables! llevadme, llevad a la anciana hacia esa tienda. ¡Oh niña, oh hija de una madre desdichadísima, sal, sal de las moradas! ¡Escucha la voz de tu madre, oh hija, y entérate de lo que dicen de tu alma! 

lunes, 21 de enero de 2013

Conde de Salinas


DIEGO DE SILVA Y MENDOZA,
CONDE DE SALINAS
(1564-1630)

    Juraré que os amé todos mis días
antes de ser posible conoceros;
cuanto bien quise hasta llegar a veros
sombras fueron de vos y profecías.
    Pasé, buscándoos con las ansias mías,
ídolos que a vos sirven de luceros;
de fuego en fuego acrisolé el quereros,
y el fin hallé sin fin a mis porfías.
    Podéis vos con vos misma persuadiros,
pues de las perfecciones, las más puras
hasta llegar a vos fueron ensayos;
    a servir aprendí para serviros;
derívanse del sol las hermosuras;
sol adoraba el que adoró sus rayos.


    De tu muerte que fue un breve suspiro,
¡qué largo suspirar se ha comenzado!
Es cilicio en el alma mi cuidado
que le estrecha y aprieta cuando miro.
    Si hay vez en que esforzándome respiro,
más me ahoga un aliento procurado;
no sé si trueco o si renuevo estado
cuando a escuchar el alma me retiro.
    Cual gusano que va de sí tejiendo
su cárcel y su eterna sepultura,
así me enredo yo en mi pensamiento;
    si es morir acabar de estar muriendo,
lo que nunca esperé de la ventura
esperaré del mal de un bien violento.


    Nunca ofendí la fe con la esperanza;
vivo presente en olvidada ausencia;
después de eternidades de paciencia
no merezco quejarme de tardanza.
    Soy sacrificio que arde en tu alabanza
-fuera morir no arder sin resistencia-,
¡oh puro amor, oh nueva quintaesencia!,
de infierno sacas bienaventuranza.
    Cerca de visto y lejos de mirado,
ni de agravios me vi favorecido,
ni tu olvido alcanzó de qué olvidarse;
    tu descuido encarece mi cuidado;
quererte más no puedo, ni he podido,
que esto es amarte y lo demás amarse.


    Este largo martirio de la vida,
la fe tan viva y la esperanza muerta,
el alma desvelada y tan despierta
al dolor y al consuelo tan dormida;
    esta perpetua ausencia y despedida,
entrar el mal, cerrar tras sí la puerta,
con diligencia y gana descubierta
de que el bien ho halle entrada ni él salida;
    ser los alivios más sangrientos lazos
y riendas libres de los desconciertos,
efecto son, Señor, de mis pecados,
    de que me han de librar esos tus brazos
que para recibirme están abiertos
y por no castigarme están clavados.


    Estas lágrimas vivas que corriendo
van publicando lo que el alma calla,
son una diligencia sin pensalla
que en mi favor está el dolor haciendo.
    Quien llora está atreviéndose temiendo,
vencido de su pena por no dalla;
toma el llanto a su cargo el declaralla;
nadie la dice y él la está diciendo.
    Vos podréis descifrar algún suspiro
sin que yo pierda el nombre de callado;
mas palabra no oiréis de mis enojos,
    pero tendré, por fuerza, cuando os miro,
remitido el deciros mi cuidado
a la lengua del agua de mis ojos.


    Ni el corazón, ni el alma, ni la vida
os entregué, Señora, enteramente,
lo que de esto padece y lo que siente
quiso dejar conmigo la partidal
    Parte es del fuego a vos restituida
lo tímido, lo hermoso y lo luciente;
lo claro, vivo, puro y más ardiente,
¡no hay partir que del alma lo divida!
    Los asombros, congojas y cuidados,
ardientes ansias y encogidos hechos
con que continuamente me persigo,
    esto no va con vos, en mí ha quedado;
lágrimas tristes que penetran cielos,
éstas corren tras vos, de mí y conmigo.


    Una, dos, tres estrellas, veinte, ciento,
mil, un millón, millares de millares,
¡válgame Dios que tienen mis pesares
su retrato en el alto firmamento!
    Tú, Norte, siempre firme en un asiento,
a mi fe será bien que te compares;
tú, Bocina, con vueltas circulares,
y todas a un nivel, con mi tormento.
    Las estrellas errantes son mis dichas,
las siempre fijas son los males míos,
los luceros, los ojos que yo adoro;
    las nubes, en su efecto, mis desdichas,
que lloviendo crecer hacen los ríos,
como yo con las lágrimas que lloro.


    Cuantas fueron, serán y son ahora
extremo de hermosura y fundamento,
sólo el serviros de encarecimiento
las honra, perfecciona y las mejora.
    De verse muda el alabanza llora;
tiembla de vos el mismo atrevimiento,
donde para el mayor entendimiento
aún no comienza lo que sois, Señora.
    Queda lo más que puede encareceros
comparándose a vos encarecido;
menos dice quien más os encarece;
    hablar para callar, es ofenderos,
y aunque es hablar haber enmudecido,
¡alábeos el callar que no enmudece!

viernes, 4 de enero de 2013

Lope de Vega, Soneto de amor


 
    Ya no quiero más bien que solo amaros
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.
    Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros
y para ser Eróstrato, abrasaros.
    La pluma y lengua, respondiendo a coros
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros:
    que, entre tales riquezas y tesoros
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros
de olvido y tiempo vivirán seguros.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Demons, de Imagine dragons


Demonios

Cuando los días son fríos
y todas las cartas han sido jugadas
y los santos que vemos
están hechos de oro;

cuando tus sueños se han arruinado
y aquellos a los que alabamos
son los peores de todos
y la sangre fluye vieja,

quiero esconder la verdad
quiero protegerte,
pero con la bestia dentro
no hay lugar donde escondernos.

No importa qué hagamos,
seguimos haciéndonos codicia.
Este es el advenimiento de mi reino.
Este es el advenimiento de mi reino.

Cuando sientas mi ardor,
mírame a los ojos:
es donde mis demonios se esconden
es donde mis demonios de esconden

No te acerques demasiado,
está oscuro aquí dentro
es donde mis demonios se esconden
es donde mis demonios se esconden

Cuando la llamada del telón
sea la última de todas,
cuando las candilejas se debiliten,
todos los pecadores se arrastrarán

y entonces cavarán tu tumba
y la máscara
gritará llegando
al desastre que has hecho.

No te quiero dejar atrás,
pero estoy en el límite del Infierno,
aunque todo esto sea por ti:
no quiero esconder la verdad

No importa qué hagamos,
seguimos siendo hechos de codicia:
este es el advenimiento de mi reino
este es el advenimiento de mi reino

Cuando sientas mi ardor
mírame a los ojos
es donde mis demonios se esconden
es donde mis demonios de esconden

No te acerques demasiado
está oscuro aquí adentro
es donde mis demonios se esconden
es donde mis demonios se esconden

Ellos dicen que esto es lo que puedes
porque puede desaparecer
está envuelto en mi alma
necesito dejarte ir

Tus ojos brillan claros
yo quiero ver esa luz
no puedo escapar de esto
a menos que me muestres cómo

Cuando sientas mi ardor
mírame a los ojos
es donde mis demonios se esconden
es donde mis demonios de esconden

No te acerques demasiado
está oscuro aquí dentro
es donde mis demonios se esconden
es donde mis demonios se esconden


When the days are cold
And the cards all fold
And the saints we see
Are all made of gold

When your dreams all fail
And the ones we hail
Are the worst of all
And the blood's run stale

I want to hide the truth
I want to shelter you
But with the beast inside
There's nowhere we can hide

No matter what we breed
We still are made of greed
This is my kingdom come
This is my kingdom come

When you feel my heat
Look into my eyes
It's where my demons hide
It's where my demons hide

Don't get to close
It's dark inside
It's where my demons hide
It's where my demons hide

When the curtain's call
Is the last of all
When the lights fade out
All the sinners crawl

So they dug your grave
And the masquerade
Will come calling out
At the mess you made

Don't want to let you down
But i am hell bound
Though this is all for you
Don't want to hide the truth

No matter what we breed
We still are made of greed
This is my kingdom come
This is my kingdom come

When you feel my heat
Look into my eyes
It's where my demons hide
It's where my demons hide

Don't get to close
It's dark inside
It's where my demons hide
It's where my demons hide

They say it's what you may
'cause say it's up to fade
It's volve in my in my soul
I need to let you go

You eyes they shine so bright
I wanna see that light
I can't scape this now
Unless you show me how

When you feel my heat
Look into my eyes
It's where my demons hide
It's where my demons hide

Don't get to close
It's dark inside
It's where my demons hide
It's where my demons hide

domingo, 18 de noviembre de 2012

Charles Baudelaire, El Albatros


L'albatros

Souvent, pour s'amuser, les hommes d'équipage
Prennent des albatros, vastes oiseaux des mers,
Qui suivent, indolents compagnons de voyage,
Le navire glissant sur les gouffres amers.

À peine les ont-ils déposés sur les planches,
Que ces rois de l'azur, maladroits et honteux,
Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches
Comme des avirons traîner à côté d'eux.

Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule!
Lui, naguère si beau, qu'il est comique et laid!
L'un agace son bec avec un brûle-gueule,
L'autre mime, en boitant, l'infirme qui volait!

Le Poète est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l'archer;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l'empêchent de marcher.

León Tolstoy, Las tres preguntas


Cierto emperador pensó un día que si se conociera la respuesta a las siguientes tres preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:

1. ¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?

2. ¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?

3. ¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente al emperador.

Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Sólo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un «Consejo de Sabios» y actuar conforme a su consejo.

Alguien afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otro le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos. Otros que depositaban su fe en guerreros.

La tercera pregunta trajo también una variedad similar de respuestas. Algunos decían que la ciencia es el empeño más importante; otros insistían en la religión e incluso algunos clamaban por el cuerpo militar como lo más importante.

Y puesto que las respuestas eran todas distintas, el emperador no se sintió complacido con ninguna y la recompensa no fue otorgada.

Después de varias noches de reflexión, el emperador resolvió visitar a un ermitaño que vivía en la montaña y del que se decía era un hombre iluminado. El emperador deseó encontrar al ermitaño y preguntarle las tres cosas, aunque sabía que él nunca dejaba la montaña y se sabía que sólo recibía a los pobres, rehusando tener algo que ver con los ricos y poderosos. Así pues el emperador se vistió de simple campesino y ordenó a sus servidores que le aguardaran al pie de la montaña mientras él subía solo a buscar al ermitaño.

Al llegar al lugar donde habitaba el hombre santo, el emperador le halló cavando en el jardín frente a su pequeña cabaña. Cuando el ermitaño vio al extraño, movió su cabeza en señal de saludo y siguió con su trabajo. La labor, obviamente, era dura para él, pues se trataba de un hombre anciano, y cada vez que introducía la pala en la tierra para removerla, la empujaba pesadamente.

El emperador se aproximó a él y le dijo:

—He venido a pedir tu ayuda para tres cuestiones:

¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?

¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?

¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El ermitaño le escuchó atentamente pero no respondió. Solamente posó su mano sobre su hombro y luego continuó cavando. El emperador le dijo:

—Debes estar cansado, déjame que te eche una mano.

El eremita le dio las gracias, le pasó la pala al emperador y se sentó en el suelo a descansar.

Después de haber acabado dos cuadros, el emperador paró, se volvió al eremita y repitió sus preguntas. El eremita tampoco contestó sino que se levantó y señalando la pala y dijo:

—¿Por qué no descansas ahora? Yo puedo hacerlo de nuevo.

Pero el emperador no le dio la pala y continuó cavando. Pasó una hora, luego otra y finalmente el sol comenzó a ponerse tras las montañas. El emperador dejó la pala y dijo al ermitaño:

—Vine a ver si podías responder a mis tres preguntas, pero si no puedes darme una respuesta, dímelo, para que pueda volverme a mi palacio.

El eremita levantó la cabeza y preguntó al emperador:

—¿Has oído a alguien corriendo por allí?

El emperador volvió la cabeza y de repente ambos vieron a un hombre con una larga barba blanca que salía del bosque. Corría enloquecidamente presionando sus manos contra una herida sangrante en su estómago. El hombre corrió hacia el emperador antes de caer inconsciente al suelo, dónde yació gimiendo. Al rasgar los vestidos del hombre, emperador y ermitaño vieron que el hombre había recibido una profunda cuchillada. El emperador limpió la herida cuidadosamente y luego usó su propia camisa para vendarle, pero la sangre empapó totalmente la venda en unos minutos. Aclaró la camisa y le vendó por segunda vez y continuó haciéndolo hasta que la herida cesó de sangrar.

El herido recuperó la conciencia y pidió un vaso de agua. El emperador corrió hacia el arroyo y trajo un jarro de agua fresca. Mientras tanto se había puesto el sol y el aire de la noche había comenzado a refrescar. El eremita ayudó al emperador a llevar al hombre hasta la cabaña donde le acostaron sobre la cama del ermitaño. El hombre cerró los ojos y se quedó tranquilo. El emperador estaba rendido tras un largo día de subir la montaña y cavar en el jardín y tras apoyarse contra la puerta se quedó dormido. Cuando despertó, el sol asomaba ya sobre las montañas.

Durante un momento olvidó donde estaba y lo que había venido a hacer. Miró hacia la cama y vio al herido, que también miraba confuso a su alrededor; cuando vio al emperador, le miró fijamente y le dijo en un leve suspiro:

—Por favor, perdóneme.

—Pero ¿qué has hecho para que yo deba perdonarte? —preguntó el emperador.

—Tú no me conoces, Majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu implacable enemigo y había jurado vengarme de ti, porque durante la pasada guerra tú mataste a mi hermano y embargaste mi propiedad. Cuando me informaron de que ibas a venir solo a la montaña para ver al ermitaño decidí sorprenderte en el camino de vuelta para matarte. Pero tras esperar largo rato sin ver signos de ti, dejé mi emboscada para salir a buscarte. Pero en lugar de dar contigo, topé con tus servidores y me reconocieron y me atraparon, haciéndome esta herida. Afortunadamente pude escapar y corrí hasta aquí. Si no te hubiera encontrado seguramente ahora estaría muerto. ¡Yo había intentado matarte, pero en lugar de ello tú has salvado mi vida! Me siento más avergonzado y agradecido de lo que mis palabras pueden expresar. Si vivo, juro que seré tu servidor el resto de mi vida y ordenaré a mis hijos y a mis nietos que hagan lo mismo. Por favor, Majestad, concédeme tu perdón.

El emperador se alegró muchísimo al ver que se había reconciliado fácilmente con su acérrimo enemigo, y no sólo le perdonó sino que le prometió devolverle su propiedad y enviarle a sus propios médicos y servidores para que le atendieran hasta que estuviera completamente restablecido.

Tras ordenar a sus sirvientes que llevaran al hombre a su casa, el emperador volvió a ver al ermitaño. Antes de volver al palacio el emperador quería repetir sus preguntas por última vez; encontró al ermitaño sembrando el terreno que ambos habían cavado el día anterior.

El ermitaño se incorporó y miró al emperador.

—Tus preguntas ya han sido contestadas.

—Pero, ¿cómo? —preguntó el emperador confuso.

—Ayer, si su Majestad no se hubiera compadecido de mi edad y me hubiera ayudado a cavar estos cuadros, habría sido atacado por ese hombre en su camino de vuelta. Entonces habría lamentado no haberse quedado conmigo. Por lo tanto el tiempo más importante es el tiempo que pasaste cavando los cuadros, la persona más importante era yo mismo y el empeño más importante era el ayudarme a mí...

»Más tarde, cuando el herido corría hacia aquí, el momento más oportuno fue el tiempo que pasaste curando su herida, porque si no le hubieses cuidado habría muerto y habrías perdido la oportunidad de reconciliarte con él. De esta manera, la persona más importante fue él y el objetivo más importante fue curar su herida...

»Recuerda que sólo hay un momento importante y es ahora. El momento actual es el único sobre el que tenemos dominio. La persona más importante es siempre con la persona con la que estás, la que está delante de ti, porque quién sabe si tendrás trato con otra persona en el futuro. El propósito más importante es hacer que esa persona, la que está junto a ti, sea feliz, porque es el único propósito de la vida.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Bertolt Brecht, Demolición del barco "Oskawa" por su tripulación



A comienzos de 1922
me embarqué en el "Oskawa", un vapor de seis mil toneladas,
construido cuatro años antes con un costo de cuatro millones de dólares
por la United States Shipping Board. En Hamburgo
tomamos un flete de champán y licores con destino a Río

Como la paga era escasa,
sentimos la necesidad de ahogar
en alcohol nuestras penas. Así,
varias cajas de champán tomaron
el camino del sollado de la tripulación. Pero también en la cámara de oficiales,
y hasta en el puente y en el cuarto de derrota,
se oía ya, a los cuatro días de dejar Hamburgo,
tintineo de vasos y canciones
de gente despreocupada. Varias veces
el barco se desvió de su ruta. No obstante, gracias a que tuvimos mucha suerte, llegamos
a Río de Janeiro. Nuestro capitán,
al contarlas durante la descarga, comprobó que faltaban
cien cajas de champán. Pero, no encontrando
mejor tripulación en el Brasil,
tuvo que seguir con nosotros. Cargamos
más de mil toneladas de carne congelada con destino a Hamburgo.
A los pocos días de mar, se apoderó de nosotros la preocupación
por la paga pequeña, la insegura vejez.
Uno de nosotros, en plena desesperación,
echó demasiado combustible a la caldera, y el fuego
pasó de la chimenea a la cubierta, de modo que
botes, puente y cuarto de derrota ardieron. Para no hundirnos
colaboramos en la extinción, pero,
cavilando sobre la mala paga (¡incierto futuro!), no nos esforzamos
mucho por salvar la cubierta. Fácilmente,
con algunos gastos, podrían reconstruirla: ya habían ahorrado
suficiente dinero con la paga que nos daban.
Y, además, los esfuerzos excesivos al llegar a una cierta edad
hacen envejecer en seguida a los hombres inutilizándolos para la lucha por la vida.
Por lo tanto, y puesto que teníamos que reservar nuestras fuerzas,
un buen día ardieron las dínamos, necesitadas de cuidados
que no podían prestarles gente descontenta. Nos quedamos
sin luz. Al principio usamos lámparas de aceite
para evitar colisiones con otros barcos, pero
un marinero cansado, abatido por los pensamientos
sobre su sombría vejez, para ahorrarse trabajo, arrojó los fanales
por la borda. Faltaba poco para llegar a Madera
cuando la carne empezó a oler mal en las cámaras frigoríficas
debido al fallo de las dínamos. Desgraciadamente,
un marinero distraído, en vez del agua de las sentinas,
bombeó casi toda el agua fresca. Quedaba aún para beber,
pero ya no había suficiente para las calderas. Por lo tanto,
tuvimos que emplear agua salada para las máquinas, y de esta forma
se nos volvieron a taponar los tubos con la sal. Limpiarlos
llevó mucho tiempo. Siete veces hubo que hacerlo.
Luego se produjo una avería en la sala de máquinas. También
la reparamos, riéndonos por dentro. El "Oskawa"
se arrastró lentamente hasta Madera. Allí
no había modo de hacer reparaciones de tanta envergadura
como las que necesitábamos. Sólo tomamos
un poco de agua, algunos fanales y aceite para ellos. Las dínamos
eran, al parecer, inservibles y por consiguiente
no funcionaba el sistema de refrigeración y el hedor
de la carne congelada ya en descomposición llegó a ser insoportable para nuestros
nervios alterados. El capitán,
cuando se paseaba a bordo siempre llevaba una pistola, lo que constituía
una ofensiva muestra de desconfianza. Uno de nosotros,
fuera de sí por trato tan indigno,
soltó un chorro de vapor por los tubos refrigeradores
para que aquella maldita carne
al menos se cociera. Y aquella tarde
la tripulación entera permaneció sentada, calculando, diligente,
lo que le costaría la carga a la United States. Antes de que acabara el viaje
logramos incluso mejorar nuestra marca: 
ante la costa de Holanda, se nos acabó pronto el combustible y,
con grandes gastos, tuvimos que ser remolcados hasta Hamburgo.
Aquella carne maloliente aún causó a nuestro capitán
muchas preocupaciones. El barco
fue desguazado. Nosotros pensábamos
que hasta un niño podría comprender
que nuestra paga era realmente demasiado pequeña.