miércoles, 25 de agosto de 2021

Oliverio Girondo, Espantapájaros.

Oliverio Girondo

ESPANTAPÁJAROS


No se me importa un pito que las mujeres

tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;

un cutis de durazno o de papel de lija.

Le doy una importancia igual a cero,

al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco

o con un aliento insecticida.

Soy perfectamente capaz de soportarles

una nariz que sacaría el primer premio

en una exposición de zanahorias;

¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible


- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,

tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?


¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo

y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,

volaba del comedor a la despensa.

Volando me preparaba el baño, la camisa.

Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,

de algún paseo por los alrededores!

Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.

"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,

para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia

que nos aproximaba al paraíso;

durante horas enteras nos anidábamos en una nube,

como dos ángeles, y de repente,

en tirabuzón, en hoja muerta,

el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,

aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!

¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...

la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea,

¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?


¿Verdad que no hay diferencia sustancial

entre vivir con una vaca o con una mujer

que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender

la seducción de una mujer pedestre,

y por más empeño que ponga en concebirlo,

no me es posible ni tan siquiera imaginar

que pueda hacerse el amor más que volando.


Las cenizas de Gramsci, Pier Paolo Pasolini. Versión bilingüe.

 Le ceneri di Gramsci / Las cenizas de Gramsci, Pier Paolo Pasolini

Traducción de Manuel Moya


I


Non è di maggio questa impura aria

che il buio giardino straniero

fa ancora più buio, o l’abbaglia


con cieche schiarite... questo cielo

di bave sopra gli attici giallini

che in semicerchi immensi fanno velo


alle curve del Tevere, ai turchini

monti del Lazio... Spande una mortale

pace, disamorata come i nostri destini,


tra le vecchie muraglie l’autunnale

maggio. In esso c’è il grigiore del mondo,

la fine del decennio in cui ci appare


tra le macerie finito il profondo

e ingenuo sforzo di rifare la vita;

il silenzio, fradicio e infecondo...


Tu giovane, in quel maggio in cui l’errore

era ancora vita, in quel maggio italiano

che alla vita aggiungeva almeno ardore,


quanto meno sventato e impuramente sano

dei nostri padri - non padre, ma umile

fratello - già con la tua magra mano


delineavi l’ideale che illumina

(ma non per noi: tu, morto, e noi

morti ugualmente, con te, nell’umido


giardino) questo silenzio. Non puoi,

lo vedi?, che riposare in questo sito

estraneo, ancora confinato. Noia


patrizia ti è intorno. E, sbiadito,

solo ti giunge qualche colpo d’incudine

dalle officine di Testaccio, sopito


nel vespro: tra misere tettoie, nudi

mucchi di latta, ferrivecchi, dove

cantando vizioso un garzone già chiude


la sua giornata, mentre intorno spiove.



LAS CENIZAS DE GRAMSCI


trad. de manuel Moya


I


No es de mayo este aire impuro

que aún hace más oscuro el oscuro

jardín extranjero, o lo ilumina


con ciegos resplandores... este cielo

de babas sobre amarillentos áticos

que custodian en grandes semicírculos


los recodos del Tíber, las añiles

colinas del Lacio... Extiende una paz

mortal, desafecta como nuestros destinos


entre las viejas murallas el otoñal

mayo. Sobre él descansa lo gris del mundo,

el fin del decenio en el que se nos aparece


entre los escombros, ya acabado el hondo

e ingenuo esfuerzo por rehacer la vida,

el silencio, putrefacto e infecundo...


Tú, joven, en aquel mayo, cuando aún era un error

la vida, en aquel mayo italiano

cuando al menos a la vida se le sumaba el coraje


despreocupado e impuramente sano

de nuestros padres -no padre, sino

humilde hermano- con tu delgada mano


dibujabas ya el ideal que ilumina

(pero no para nosotros: muerto tú y nosotros

muertos de igual modo, contigo, en el húmedo


jardín) este silencio. No puedes más,

¿te das cuenta?, que descansar en este sitio

extraño, confinado aún. Un hastío


de patricios te rodea. Y, ya sin color,

sólo llega hasta ti algún que otro golpe de yunque

desde los talleres del Testaccio, absorbido


por el atardecer: entre míseras techumbres, desnudos

montones de latas, chatarra, donde

canta y canta un muchachote que ya cierra


su jornada, mientras alrededor va dejando de llover.



II


Tra i due mondi, la tregua, in cui non siamo.

Scelte, dedizioni... altro suono non hanno

ormai che questo del giardino gramo


e nobile, in cui caparbio l’inganno

che attutiva la vita resta nella morte.

Nei cerchi dei sarcofaghi non fanno


che mostrare la superstite sorte

di gente laica le laiche iscrizioni

in queste grige pietre, corte


e imponenti. Ancora di passioni

sfrenate senza scandalo son arse

le ossa dei miliardari di nazioni


più grandi; ronzano, quasi mai scomparse,

le ironie dei principi, dei pederasti,

i cui corpi sono nell’urne sparse


inceneriti e non ancora casti.

Qui il silenzio della morte è fede

di un civile silenzio di uomini rimasti


uomini, di un tedio che nel tedio

del Parco, discreto muta: e la città

che, indifferente, lo confina in mezzo


a tuguri e a chiese, empia nella pietà,

vi perde il suo splendore. La sua terra

grassa di ortiche e di legumi dà

questi magri cipressi, questa nera


umidità che chiazza i muri intorno

a smorti ghirigori di bosso, che la sera

rasserenando spegne in disadorni


sentori d’alga... quest’erbetta stenta

e inodora, dove violetta si sprofonda

l’atmosfera, con un brivido di menta,


o fieno marcio, e quieta vi prelude

con diurna malinconia, la spenta

trepidazione della notte. Rude


di clima, dolcissimo di storia, è

tra questi muri il suolo in cui trasuda

altro suolo; questo umido che


ricorda altro umido; e risuonano

- familiari da latitudini e

orizzonti dove inglesi selve coronano

laghi spersi nel cielo, tra praterie


verdi come fosforici biliardi o come

smeraldi: “And O ye Fountains...” - le pie

invocazioni...


II


Entre los dos mundos en los que ya no estamos, la tregua.

Decisiones, entregas, hoy no tienen más sonidos

que el de éste del jardín triste y noble,


en el que el tenaz engaño que atenuaba

la vida, se queda en la muerte.

En torno a los sarcófagos no hacen


sino mostrar la sobreviviente suerte

de gente laica y sus laicas inscripciones

en estas grises piedras, recortadas


e imponentes. Todavía de desenfrenadas pasiones

sin escándalo arden los huesos

de los millonarios de las más grandes naciones:


zumban, no del todo desaparecidas,

las ironías de los príncipes y de los pederastas,

cuyos cuerpos se esparcen en las urnas


hechos ya cenizas pero no castos todavía.

Aquí el silencio de la muerte es fe

de un silencio civil de hombres que siguen siendo


hombres, de un hastío que en el hastío

del jardín, discretamente cambia: y la ciudad

que, indiferente, lo aleja en medio


de tugurios y de iglesias, impío en la piedad

donde pierde su esplendor. Su tierra

cubierta de ortigas y legumbres da


esos raquíticos cipreses, esta negra

humedad que mancha los muros

en los finos garabatos de boj, que la tarde


al serenarse apaga en sobrios

olores a algas... estas delicadas e inodoras

hierbecillas , donde la violeta se hunde


en la atmósfera, con un escalofrío de menta

o pasto podrido, y quieta nos anuncia

con diurna melancolía, la apagada


trepidación de la noche. De clima

duro, dulcísimo de historia,

entre estos muros está el suelo que trasuda


otro suelo; esta humedad que

otra humedad recuerda; y resuenan

familiares de latitudes y horizontes


donde inglesas selvas coronan

lagos desperdigados por el cielo, entre praderas

verdes como billares fosforescentes o como


esmeraldas: "And O ye Fountains..."-

las piadosas invocaciones...


III


Uno straccetto rosso, come quello

arrotolato al collo ai partigiani

e, presso l’urna, su terreno cereo,


diversamente rossi, due gerani.

Lì tu stai, bandito e con dura eleganza

non cattolica, elencato tra estranei


morti: Le ceneri di Gramsci... Tra speranza

e vecchia sfiducia, ti accosto, capitato

per caso in questa magra serra, innanzi


alla tua tomba, al tuo spirito restato

quaggiù tra questi liberi. (O è qualcosa

di diverso, forse, di più estasiato


e anche di più umile, ebbra simbiosi

d’adolescente di sesso con morte...)

E, da questo paese in cui non ebbe posa


la tua tensione, sento quale torto

- qui nella quiete delle tombe - e insieme

quale ragione - nell’inquieta sorte


nostra - tu avessi stilando le supreme

pagine nei giorni del tuo assassinio.

Ecco qui ad attestare il seme


non ancora disperso dell’antico dominio,

questi morti attaccati a un possesso

che affonda nei secoli il suo abominio


e la sua grandezza: e insieme, ossesso,

quel vibrare d’incudini, in sordina,

soffocato e accorante - dal dimesso


rione - ad attestarne la fine.

Ed ecco qui me stesso... povero, vestito

dei panni che i poveri adocchiano in vetrine


dal rozzo splendore, e che ha smarrito

la sporcizia delle più sperdute strade,

delle panche dei tram, da cui stranito


è il mio giorno: mentre sempre più rade

ho di queste vacanze, nel tormento

del mantenermi in vita; e se mi accade


di amare il mondo non è che per violento

e ingenuo amore sensuale

così come, confuso adolescente, un tempo


l’odiai, se in esso mi feriva il male

borghese di me borghese: e ora, scisso

con te - il mondo, oggetto non appare


di rancore e quasi di mistico

disprezzo, la parte che ne ha il potere?

Eppure senza il tuo rigore, sussisto


perché non scelgo. Vivo nel non volere

del tramontato dopoguerra: amando

il mondo che odio - nella sua miseria


sprezzante e perso - per un oscuro scandalo

della coscienza... 


 

III


Un trapo rojo como el que se ponen

al cuello los partisanos

y junto de la tumba, sobre la tierra calcinada


distintamente rojos, dos geranios.

Allí yaces, alejado y con sobria elegancia

no católica, en el catálogo de los extraños


muertos: Las cenizas de Gramsci... Entre la esperanza

y la vieja desconfianza, me acerco a ti,

llegado por azar hasta esta pobre tierra, frente


a tu tumba, a tu espíritu prendido

aquí abajo entre estos liberados (O es que hay algo

distinto, acaso, de más extasiado


y también de más humilde, ebria simbiosis

de adolescente entre sexo y muerte...)

Y desde este país en el que no obtuvo descanso


tu tensión, siento qué error

aquí en la quietud de las tumbas -y también

cuánta razón en nuestra inquieta suerte-


tuviste al escribir las supremas

páginas en los días de tu asesinato.

Aquí para prestar testimonio de la semilla


no esparcida todavía del antiguo dominio,

estos muertos aferrados a una hacienda

que hunde en los siglos su abominación


y su grandeza: y juntos, obseso,

ese vibrar de yunques en sordina,

sofocado y tristísimo del modesto


barrio para dar testimonio del fin.

Y aquí estoy... pobre, vestido con los paños

que los pobres miran en los escaparates


de grosero esplendor, y que han perdido

la suciedad de las calles más perdidas,

de los asientos de los tranvías, de cuya extrañeza


es mi día: mientras son cada vez más ralas

estas vacaciones, en el tormento

de mantenerme con vida; y si me da por amar


el mundo no es más que por un violento

e ingenuo amor sensual

como en un tiempo de confusa adolescencia


lo odié, cuando el mal burgués me hería

como burgués: y ahora, dividido

-contigo- ¿no parece el mundo un objeto


de rencor, y de casi de místico

desprecio, en la parte que de él tiene el poder?

Aun así, subsisto sin tu rigor


porque no elijo. Vivo en el no querer

de la desvanecida posguerra: amando

el mundo que odio -en su miseria


insolente, perdido- por un oscuro escándalo

de la conciencia...




IV


Lo scandalo del contraddirmi, dell’essere

con te e contro te; con te nel cuore,

in luce, contro te nelle buie viscere;


del mio paterno stato traditore

- nel pensiero, in un’ombra di azione -

mi so ad esso attaccato nel calore


degli istinti, dell’estetica passione;

attratto da una vita proletaria

a te anteriore, è per me religione


la sua allegria, non la millenaria

sua lotta: la sua natura, non la sua

coscienza; è la forza originaria


dell’uomo, che nell’atto s’è perduta,

a darle l’ebbrezza della nostalgia,

una luce poetica: ed altro più


io non so dirne, che non sia

giusto ma non sincero, astratto

amore, non accorante simpatia...


Come i poveri povero, mi attacco

come loro a umilianti speranze,

come loro per vivere mi batto


ogni giorno. Ma nella desolante

mia condizione di diseredato,

io possiedo: ed è il più esaltante


dei possessi borghesi, lo stato

più assoluto. Ma come io possiedo la storia,

essa mi possiede; ne sono illuminato:


ma a che serve la luce?




IV



El escándalo de contradecirme, de estar

contigo y contra ti; contigo en el corazón,

en la luz, contra ti en las oscuras vísceras;


me sé traidor de mi paterno estado

-en el pensamiento, en una sombra de acción-

y a él me aferro en el calor


de los instintos, de la estética pasión;

atraído por una vida proletaria

anterior a ti, me es una religión


su alegría, pero no su lucha milenaria:

su naturaleza, no su conciencia;

es la fuerza originaria del hombre


que en el acto se ha perdido

para darle la ebriedad de la nostalgia,

una luz poética; y no sé decir


otra cosa que no sea

justo pero no sincero, abstracto

amor, no triste simpatía...


Pobre entre los pobres, como ellos

me aferro a humillantes esperanzas,

como ellos lucho cada día por vivir.


Pero en mi desolada

condición de desheredado

yo poseo: y es la más exultante


de las posesiones burguesas, el estado

más absoluto. Pero como yo poseo la historia

la historia a mí me posee y me ilumina,


pero ¿de qué sirve la luz?



V


Non dico l’individuo, il fenomeno

dell’ardore sensuale e sentimentale...

altri vizi esso ha, altro è il nome


e la fatalità del suo peccare...

Ma in esso impastati quali comuni,

renatali vizi, e quale


oggettivo peccato! Non sono immuni

gli interni e esterni atti, che lo fanno

incarnato alla vita, da nessuna



delle religioni che nella vita stanno,

ipoteca di morte, istituite

a ingannare la luce, a dar luce all’inganno.


estinate a esser seppellite

le sue spoglie al Verano, è cattolica

la sua lotta con esse: gesuitiche


le manìe con cui dispone il cuore;

e ancor più dentro: ha bibliche astuzie

la sua coscienza... e ironico ardore


liberale... e rozza luce, tra i disgusti

di dandy provinciale, di provinciale

salute... Fino alle infime minuzie


in cui sfumano, nel fondo animale,

Autorità e Anarchia... Ben protetto

dall’impura virtù e dall’ebbro peccare,


difendendo una ingenuità di ossesso,

e con quale coscienza!, vive l’io: io,

vivo, eludendo la vita, con nel petto


il senso di una vita che sia oblio

accorante, violento... Ah come

capisco, muto nel fradicio brusio


del vento, qui dov’è muta Roma,

tra i cipressi stancamente sconvolti,

presso te, l’anima il cui graffito suona


Shelley... Come capisco il vortice

dei sentimenti, il capriccio (greco

nel cuore del patrizio, nordico


villeggiante) che lo inghiottì nel cieco

celeste del Tirreno; la carnale

gioia dell’avventura, estetica


e puerile: mentre prostrata l’Italia

come dentro il ventre di un’enorme

cicala, spalanca bianchi litorali,


sparsi nel Lazio di velate torme

di pini, barocchi, di giallognole

radure di ruchetta, dove dorme


col membro gonfio tra gli stracci un sogno

goethiano, il giovincello ciociaro...

Nella Maremma, scuri, di stupende fogne


d’erbasaetta in cui si stampa chiaro

il nocciòlo, pei viottoli che il buttero

della sua gioventù ricolma ignaro.


Ciecamente fragranti nelle asciutte

curve della Versilia, che sul mare

aggrovigliato, cieco, i tersi stucchi,


le tarsie lievi della sua pasquale

campagna interamente umana,

espone, incupita sul Cinquale,


dipanata sotto le torride Apuane,

i blu vitrei sul rosa... Di scogli,

frane, sconvolti, come per un panico


di fragranza, nella Riviera, molle,

erta, dove il sole lotta con la brezza

a dar suprema soavità agli olii


del mare... E intorno ronza di lietezza

lo sterminato strumento a percussione

del sesso e della luce: così avvezza


ne è l’Italia che non ne trema, come

morta nella sua vita: gridano caldi

da centinaia di porti il nome


del compagno i giovinetti madidi

nel bruno della faccia, tra la gente

rivierasca, presso orti di cardi,


in luride spiaggette...


Mi chiederai tu, morto disadorno,

d’abbandonare questa disperata

passione di essere nel mondo?


V


No hablo del individuo, del fenómeno

del ardor sensual y sentimental...

otros vicios tiene, otro es el nombre


y la fatalidad de su pecar...

¡Pero mezclados en él como vulgares,

vicios prenatales 


y objetivos pecados! No son inmunes

los externos e internos actos, que lo hacen

encarnarse en la vida, desde ninguna


de las religiones que están en la vida,

hipoteca de muerte, hechas

para engañar la luz, para dar luz al engaño.


Destinados para que sus despojos

sean sepultados en el Verano, católica

es su lucha: jesuíticas


las manías que el corazón dispone;

y aún más adentro: tiene bíblicas astucias

su conciencia... e irónico ardor


liberal... y vasta luz, entre los disgustos

de dandy provinciano, de provinciana

salud... Hasta los más mínimos detalles


con que se pierden, en el fondo animal

Autoridad y Anarquía... Bien protegido

de la impura virtud y del ebrio pecar,


defendiendo con ingenuidad de obseso

¡y con cuánta consciencia!, vive el yo: el yo

vivo, eludiendo la vida, llevando en el pecho


el sentido de una vida que sea olvido

triste, violento... Ah cómo

comprendo, mudo en la empapada caricia


del viento, aquí donde enmudece Roma

entre los cipreses fatigosamente sacudidos,

a tu lado, el alma con la que una inscripción escribe


Shelley... Ah, qué bien comprendo el vórtice

de sentimientos, el capricho (griego

en el corazón del patricio, nórdico


forastero) que lo absorbió en el ciego

celeste del Tirreno, la carnal

alegría de la aventura, estética


y pueril: mientras la postrada Italia,

como si estuviera en el vientre de una enorme

cigarra, abre los blancos litorales


dispersos por el Lacio de veladas multitudes

de pinos, barrocos, de amarillentos

prados de alfalfa donde duerme


con el miembro hinchado entre andrajos

un sueño goethiano, el joven aldeano...

En la Maremma, oscuros, de formidables alcantarillas


cuajadas de orilleras, entre las que resalta con claridad

el nogal, por los senderos que el pastor

de su juventud, ignorante, llena.


Ciegamente perfumadas en las secas

curvas de Versilia, que sobre el encrespado mar,

ciego, los tersos estucos,


las taraceas leves de su pascual

campo completamente humano

expone, oscurecido sobre el Cinquale


desenredado bajo los tórridos Montes Apuanos

los azules vítreos sobre el rosa... De escollos,

rotos, sacudidos, como por un pánico


de fragancia, en la Riviera, blanda,

híspida, allá donde el sol lucha con la brisa

para dar suprema suavidad a los aceites


del mar...Y alrededor zumba con alegría

el extinguido instrumento de percusión

del sexo y de la luz: tan acostumbrada


está Italia a todo esto que no tiembla, como

muerta en vida: gritan con ardor

desde cientos de puertos el nombre


del compañero los jóvenes empapados

en la oscuridad de sus rostros, entre la gente

ribereña, junto a los huertos de cardos,


en sucias caletas...


¿Me has de pedir tú, muerto austero,

que abandone esta desesperada

pasión por seguir en el mundo?



VI


Me ne vado, ti lascio nella sera

che, benché triste, così dolce scende

per noi viventi, con la luce cerea


che al quartiere in penombra si rapprende.

E lo sommuove. Lo fa più grande, vuoto,

intorno, e, più lontano, lo riaccende


di una vita smaniosa che del roco

rotolìo dei tram, dei gridi umani,

dialettali, fa un concerto fioco


assoluto. E senti come in quei lontani

esseri che, in vita, gridano, ridono,

in quei loro veicoli, in quei grami


caseggiati dove si consuma l’infido

ed espansivo dono dell’esistenza -

quella vita non è che un brivido;


corporea, collettiva presenza;

senti il mancare di ogni religione

vera; non vita, ma sopravvivenza


forse più lieta della vita - come

d’un popolo di animali, nel cui arcano

orgasmo non ci sia altra passione


che per l’operare quotidiano:

umile fervore cui dà un senso di festa

l’umile corruzione. Quanto più è vano


in questo vuoto della storia, in questa

-ronzante pausa in cui la vita tace -

ogni ideale, meglio è manifesta


la stupenda, adusta sensualità

quasi alessandrina, che tutto minia

e impuramente accende, quando qua


nel mondo, qualcosa crolla, e si trascina

il mondo, nella penombra, rientrando

in vuote piazze, in scorate officine...


Già si accendono i lumi, costellando

Via Zabaglia, Via Franklin, l’intero

Testaccio, disadorno tra il suo grande


lurido monte, i lungoteveri, il nero

fondale, oltre il fiume, che Monteverde

ammassa o sfuma invisibile sul cielo.


Diademi di lumi che si perdono,

smaglianti, e freddi di tristezza

quasi marina... Manca poco alla cena;


brillano i rari autobus del quartiere,

con grappoli d’operai agli sportelli,

e gruppi di militari vanno, senza fretta,


verso il monte che cela in mezzo a sterri

fradici e mucchi secchi d’immondizia

nell’ombra, rintanate zoccolette


che aspettano irose sopra la sporcizia

afrodisiaca: e, non lontano, tra casette

abusive ai margini del monte, o in mezzo


a palazzi, quasi a mondi, dei ragazzi

leggeri come stracci giocano alla brezza

non più fredda, primaverile; ardenti


di sventatezza giovanile la romanesca

loro sera di maggio scuri adolescenti

fischiano pei marciapiedi, nella festa


vespertina; e scrosciano le saracinesche

dei garages di schianto, gioiosamente,

se il buio ha reso serena la sera,


e in mezzo ai platani di Piazza Testaccio

il vento che cade in tremiti di bufera,

è ben dolce, benché radendo i capellacci


e i tufi del Macello, vi si imbeva

di sangue marcio, e per ogni dove

agiti rifiuti e odore di miseria.


È un brusio la vita, e questi persi

in essa, la perdono serenamente,

se il cuore ne hanno pieno: a godersi


eccoli, miseri, la sera: e potente

in essi, inermi, per essi, il mito

rinasce... Ma io, con il cuore cosciente


di chi soltanto nella storia ha vita,

potrò mai più con pura passione operare,

se so che la nostra storia è finita?

1954



VI


Me voy, te dejo en el atardecer

que, si bien es triste, desciende con tanta dulzura

para nosotros los vivos, con la luz de vela


que en el barrio en penumbra se coagula.

Y lo desordena. Lo hace aún más grande, vacío

en torno y, más lejos, lo enciende


de una vida inquieta, que del ronco

traqueteo de los tranvías, de los gritos humanos

dialectales, vuelve un concierto sordo


y absoluto. Y sientes que en aquellos lejanos

seres que en la vida gritan, ríen,

en sus vehículos, en aquellos tristes


caseríos donde se consuma la infidelidad

y el expansivo don de la existencia-

esa vida no es más que un escalofrío,


corpórea, colectiva presencia;

sientes la ausencia de una religión

verdadera, no vida sino supervivencia


-acaso más dichosa que la vida- como

si de un pueblo de animales se tratara,

en cuyo arcano el orgasmo tenga otra pasión


que la del quehacer cotidiano:

humilde fervor al que ofrece un sentido de fiesta

la humilde corrupción. Cuánto más vano es


-en este vacío de la historia, en esta

zumbante pausa donde calla la vida-

todo ideal, mejor manifiesta


la estupenda, la adusta sensualidad

casi alejandrina, que todo lima

y sin pureza enciende cuando aquí


en el mundo, algo se rompe, y arrastra

consigo el mundo, en la penumbra regresando

a plazas vacías, a descorazonados talleres...


Ya se encienden las luces, salpicando

vía Zabaglia, vía Franklin, el entero Testaccio

despojado en su gran, escuálido


monte, las orillas del Tíber, la negra

profundidad, más allá del río, que Monteverdi

amasa o esfuma invisible sobre el cielo. 

 

Diademas de luces que se pierden

deslumbrantes y fríos de tristeza

casi marina... Falta poco para la cena;


brillan los pocos autobuses del barrio

con pandas de trabajadores en las puertas

y grupos de militares van, sin prisas


hacia el monte que cobija en medio de empapados

escombros y montones de inmundicia

a la sombra, agazapadas mujerzuelas


que, airosas, esperan sobre la basura

afrodisíaca; y no lejos, entre casitas

furtivas a ambas orillas del monte, o en medio


de los edificios, como mudos, unos chicarrones

ligeros como jirones juegan en la brisa

no ya fría, primaveral; ardientes


de imprudencia juvenil su romana

tarde de mayo, oscuros adolescentes

silban por las aceras, en la fiesta


vespertina; y resuenan las persianas

de los garajes por los golpes, alegremente

si la oscuridad en serena la tarde,


y en medio de los plataneros de la piazza Testaccio

el viento que cae en escalofríos de ventisca

es muy dulce, aunque afeite los sombreros


y los olores del Matadero, se impregne

de sangre putrefacta, y por doquier

sacuda inmundicias y olor a miseria.


Es un zumbido la vida, y estos perdidos

en ella, la pierden serenamente

si el corazón rebosa de ella: a gozar


miserables, la tarde, ¡vamos!; y potente

en ellos, inermes, es para ellos que el mito

renace... Pero yo, con el corazón consciente


de quien solamente en la historia ha de tener vida

¿podré alguna vez actuar con pura pasión

si sé que nuestra historia se ha acabado?

1954

Oda al viento del oeste, Percy Bysse Shelley

 P. B. Shelley

ODA AL VIENTO DEL OESTE

versión de Manuel Moya


I

Oh, salvaje Viento del Oeste, hálito del Otoño,

tú, de cuya invisible presencia se alejan

las hojas muertas, como espectros huideros de un mago,

en pútridas multitudes, gualdas, negras,

pálidas y de rojos desvaídos; oh, tú,

que a las aladas semillas empujas hacia su oscuro lecho invernal

donde frías y abatidas restarán,

como cadáveres en su tumba,

hasta que tu azul hermana, la Primavera,

haga soplar su clarín sobre la soñadora tierra y llene

(portando leves tallos cual rebaños que triscaran en el aire)

con vivos colores y fragancias el llano y la montaña;

oh indómito Espíritu, que por doquier te agitas,

si ahora destructor, protector más tarde,

¡escucha, oh, escucha!


II


Tú, por cuyo ímpetu sobre la alta vibración del cielo,

nubes solitarias cual marchitas hojas caen a tierra,

sacudidas por el espeso follaje del Cielo y del Mar,

heraldos de la lluvia y del relámpago; dispersas van

por el espacio azul de tu oleaje,

como alborotado y brillante cabello sobre la cabeza

de una ménade, desde el extremo púrpura

del horizonte hasta lo más alto del cielo,

como el pelo rizado de la tormenta que viene; tú, canto fúnebre

del año que agoniza, para quien esta noche que declina

vendrá a ser la cúpula del gran sepulcro,

cerrado bajo tu congregada fuerza de vapores,

de cuya densa atmósfera estallarán

denso aguaje, fuego y granizo, ¡escucha, escucha!


III


Tú, que has despertado de sueños estivales

al Mediterráneo añil, donde yacía,

mecido por el vaivén de sus limpias corrientes,

en una isla volcánica sobre la bahía de Baia,

y que en sueños has visto vetustos palacios y torres

temblorosas bajo la dura claridad del oleaje,

cubiertos de azulado musgo y de tan puras flores

que al describirlas hasta los sentidos parecen declinar;

tú, a cuyo paso los limpios poderes del Atlántico

se hunden en el abismo, mientras en el fondo marino,

las flores y las algas que hacen posible

los marchitos bosques del océano

reconocen tu voz y de golpe se alzan pavorosos

temblando y desnudándose, ¡escucha, escucha!


IV


Si fuera yo una hoja marchita que tú arrastraras,

si fuera agitada nube que a ti te arrastrara,

una ola que latiera bajo tu poder y contigo

compartiera tu fuerza, si bien con menos libertad

que tú, ¡oh, incontrolable!; o si al menos fuera yo

como fui en mi juventud y pudiese ser

compañero tuyo en tu deambular por los cielos,

como antaño, cuando dejar atrás tu rapidez

era sólo una ilusión, nunca te hubiera rezado

en mi dolorosa miseria.


¡Oh, álzame como si fuera ola, hoja o nube

hasta caer sobre las espinas de la vida! ¡Sangro!

Un pesado número de horas ha encadenado y arrodillado

a quien tanto se te parecía: veloz y orgulloso, indómito.


V


Hazme tu lira, como lo es aún el bosque:

¡mis hojas caen tan muertas como las suyas!

El clamor de tus potentes armonías tomará

de ambos un profundo tono otoñal,

melodioso pese a su tristeza. ¡Haz de ti, Espíritu Indómito,

mi propio espíritu! ¡Unámonos en la tempestad!

¡Esparce mis marchitos pensamientos por el universo

como si fueran hojas caídas para así dar paso a una vida nueva!

¡Y siembra por el espacio, desde el vértigo de estos versos,

cenizas y pavesas, como las de un fuego aún no apagado,

mi palabra para los pueblos y los hombres!

¡Sé, por mis labios, para la adormecida tierra,

la trompeta de una profecía! ¡Oh, Viento!,

si el Invierno ya está aquí, ¿es que puede demorarse ya la Primavera?

miércoles, 18 de agosto de 2021

Con los sueños empiezan las responsabilidades, Delmore Schwartz

En los sueños empiezan las responsabilidades

Delmore Schwartz 


Creo que es el año de 1909. Me siento como si estuviera en una sala de cine, el largo brazo de luz cruza la oscuridad y gira, mis ojos fijos sobre   la   pantalla.   Se   trata   de   una   película   muda,  semejante  a   las viejas   películas   documentales,   donde   los  actores   visten   ropas anticuadas hasta lo ridículo y donde un instante sucede a otro con saltos   repentinos.   También   los  actores  parecen   avanzar   a  saltos   y caminan demasiado rápido. Las imágenes están surcadas por marcas y rayas, como si estuviera lloviendo cuando la película se tomó. La luz es mala. Es una tarde de domingo, es el 12 de junio de 1909, y mi padre desciende   por   las  calles   tranquilas   de   Brooklyn.  Va   a   visitar   a   mi madre. Sus ropas están recién planchadas y tiene la corbata firme en el cuello largo. Juega con las monedas en sus bolsillos, piensa en las cosas  ingeniosas   que   dirá.   Por   lo   pronto   me   siento  totalmente relajado en la oscuridad acogedora del cine; el organillero acompaña musicalmente las emociones obvias e inmediatas que envuelven al público sin que este lo note. Soy un espectador anónimo y me he olvidado de mí  mismo. Siempre  es así cuando uno va al  cine;  es como dicen, una droga.

Mi   padre   camina   de   una   calle   a   otra   entre   árboles,  prados   y casas,   de   vez   en   cuando  llega   a   una   avenida  donde   un   tranvía   se desliza y se amarra, avanzando despacio. El conductor, que tiene un bigote de cantinero, ayuda a subir al tranvía a una joven señora que lleva   un   sombrero  de   plumas.   La   mujer  se   levanta   las   en aguas ligeramente   mientras   sube   la  escalerilla.  Con   toda   calma,   el conductor se dispone a arrancar y toca su campanilla. Obviamente es domingo;  todos   llevan   ropa  de   domingo   y   los   ruidos   del   tranvía enfatizan la calma del día libre. ¿Acaso no es Brooklyn la Ciudad delas Iglesias? Las tiendas están cerradas y tienen las cortinas caídas, a excepción de alguna papelería o de una farmacia con grandes globos verdes en la ventana. Mi padre ha escogido hacer este rodeo porque le gusta caminar y pensar. Se imagina a sí mismo en el futuro y de este   modo   llega  al   lugar   de   su   visita   en   un   estado   de   suave exaltación. No se fija en las casas que deja atrás, donde hay gente comiendo, ni en los árboles que vigilan las calles, acercándose ya a su pleno reverdecimiento y al tiempo en que la sombra fresca de su follaje ocupará toda la calle. De vez en cuando pasa una carroza, los cascos de los caballos suenan como piedras que cayeran en la tarde.

Mis padres van al barandal del entarimado y miran hacia abajo, a la playa, donde un grupo considerable de bañistas camina al azar. Unos  cuantos   juegan   en   las   olas.   El   silbido   del   vendedor   de cacahuates cruza el aire, en un sonido largo y agradable, y mi padre va a comprar cacahuetes. Mi madre sigue en el barandal y mira el océano. El océano le parece divertido; brilla vivamente y las olas se relevan  una y otra  vez. Mi madre  ve a los  niños excavando en la arena húmeda y mira los trajes de baño de las muchachas que son de su misma edad. Mi padre regresa con los cacahuetes. Arriba la luz del sol golpea de un modo recio, pero ninguno de ellos lo percibe en lo más mínimo. El entarimado está lleno de gente que viste ropa de domingo y vaga a su antojo. La marea no llega hasta el entarimado, y si lo hiciera los paseantes no sentirían peligro alguno. Mis padres se recargan en el barandal y miran distraídos al océano. El océano empieza a agitarse;   las   olas   entran   pesadamente,   estallando  con violencia   desde   atrás.   Y   ese   momento   en   que   se  impulsan   hacia delante,   el   momento   en  que   se   arquean  hermosamente,   mostrando las   venas   verdes   y   blancas   entre  la   masa  líquida   y   negra:   ese momento es intolerable. Las olas rompen finalmente, dirigiendo su acción  contra   la   arena,  arrojándose   con   ferocidad   y   cayendo implacables   sobre   ella,  saltando  hacia   arriba   y   hacia   el   frente,   y disminuyendo al último en un flujo leve que sube hasta la playa para luego   volver   a  retirarse.   Mis   padres   miran   distraídos   el   océano, apenas interesados en su brusquedad. No los altera el sol arriba de sus cabezas. Pero yo miro al sol violento que me desgarra la vista, yal océano adverso, despiadado, impulsivo; me olvido de mis padres. Miro fascinado y al fin, sacudido por la indiferencia de ambos, me suelto   llorando   otra   vez.   La   señora   sentada   a   mi  lado   me  toca   el hombro ligeramente y dice: “Ya cálmese, todo esto no es más que una película, es solo una película”, pero yo miro de nuevo al sol y al océano aterradores, y siendo incapaz de controlar mis  lágrimas, me levanto   y   voy   al   baño,   tropezando   con   los  pies   de   otras   personas sentadas en mi hilera. Cuando   regreso,  sintiéndome   como   si   de   mañana   me   hubiera despertado enfermo por la falta de sueño, al parecer todo indica que han  pasado  varias   horas   y  mis   padres   están   cabalgando   en   el carrusel. Mi padre está sobre un caballo negro, mi madre sobre uno blanco,  y   los   dos   parecen   enrolados   en   un   circuito   eterno   con   el único propósito de arrebatar las argollas de metal que están atadas al brazo de uno de los postes. Alguien toca un organillo; la música se adapta a la circulación incesante del carrusel. Por   un   instante  parece   que   no   se  bajarán   nunca   del   carrusel porque el carrusel no se detendrá nunca. Siento el vértigo de alguien que mirara hacia abajo, a una avenida, desde el piso cincuenta de un edificio. Pero a la larga acaban por bajarse del carrusel; incluso la música   del   organillo   se   ha   detenido   momentáneamente.   Mi  padre reunió diez argollas, mi madre sólo dos, aunque era mi madre quien realmente las quería. Caminan   a   lo   largo   del   entarimado  mientras   la   tarde   cae gradual,   imperceptiblemente,  hacia   el    violeta   increíble   del crepúsculo.   Todo   se   desvanece   en   un  resplandor   laxo,  incluso   el murmullo incesante de la playa y las revoluciones del carrusel. Mis padres buscan un lugar para cenar. Mi padre propone el mejor lugar del pasaje y mi madre vacila, de acuerdo a sus principios. Pero   entran   efectivamente   al   mejor  lugar   y   piden   una   mesa cerca de la ventana para poder mirar hacia fuera, hacia el océano en movimiento abajo del entarimado. Mi padre se siente todopoderoso cuando coloca un cuarto de dólar en la mano del mesero y escoge una mesa. El lugar está repleto y aquí también hay música, aunque esta vez proviene de un trío de cuerdas. Mi padre ordena la cena con una familiaridad obsequiosa. Mientras cenan, mi padre cuenta sus planes para el futuro, y mi madre muestra lo interesada y lo impresionada que está, poniendo un rostro elocuente. Mi padre empieza a animarse. Lo inspira el vals que se escucha, y la idea de su propio futuro empieza a embriagarlo.

Mi padre le dice a mi madre que va a ampliar su negocio, porque hay   una   gran   cantidad   de  dinero  por   hacer.   Quiere   sentar  cabeza. Después   de   todo,   tiene   veintinueve   años,   se   ha  mantenido   él   solo desde los trece, está haciendo cada vez más dinero, y envidia a sus amigos casados cuando los visita en la seguridad confortable de sus hogares, rodeados, al parecer, por los apacibles goces domésticos y por hijos encantadores; y en eso, cuando el vals llega al momento en que todas las parejas giran rápidamente, entonces, entonces con un atrevimiento espantoso, entonces mi padre le pide a mi madre que se case con   él, instalado  en   la   torpeza   y   preguntándose   confundido, incluso en su exaltación, cómo fue que se atrevió a proponérselo, y ella,  empeorándolo   todo,   comienza   a   llorar,   y   mi   padre   mira   a  su alrededor nerviosamente, sin saber qué hacer ahora, y mi madre dice: “Es todo lo que he querido desde el primer momento en que te vi”, sollozando,   y   para   mi  padre   todo   esto   es   muy   difícil,  porque   está muy   lejos   de   lo   que   hubiera   querido,   muy  lejos   de   cómo   había pensado   que   sería   en   sus   largas  caminatas   sobre   el   puente   de Brooklyn, extasiado en el trance de un puro fino; y en ese momento me   levanté   en   el   cine   y  me  puse   a   gritar:   “No   lo   hagan.  Todavía pueden cambiar de opinión, los dos. No va a salir nada bueno de eso, solo remordimiento, odio, escándalo y dos hijos de temperamentos horribles”.   Todo   el  público   se   volteó   a   verme,   irritado;   el acomodador   bajó   rápidamente   por   el   pasillo  apuntando   con  su linterna,   y   la   señora   sentada   a   mi   lado   me   jaló   a   mi  asiento, diciendo: “Estese quieto. Lo van a sacar y pagó usted treintainueve centavos   de   dólar   por   la  entrada”.   De   modo  que   cerré   los   ojos porque   no   podía   soportar   lo   que   estaba  ocurriendo  enfrente.   Me quedé sentado ahí, inmóvil.

Pero al cabo de un rato empiezo a lanzar ojeadas breves, y a la larga estoy ya mirando de nuevo con un interés ansioso, como un niño que se obstina en su capricho aunque le ofrezcan el soborno de un dulce. Ahora mis padres se están retratando en la cabina de un fotógrafo ubicada junto al pasaje. El lugar está oscurecido por la luz violeta, mortecina, que al parecer resulta necesaria. La cámara está colocada a  un  lado,   sobre   un   tripié,   y   parece   un   marciano.   El  fotógrafo   da instrucciones a mis padres sobre cómo posar. Mi padre tiene el brazo echado sobre el hombro de mi madre, y los dos sonríen con énfasis. El   fotógrafo   le   trae   a   mi   madre   un   ramo   de  flores   para   que   lo sostenga en la mano pero ella lo sostiene en el ángulo equivocado. Entonces   el   fotógrafo   se   mete   bajo   el  trapo  negro   que   cubre   a   la cámara y todo lo que uno puede ver de él es su brazo al aire y su mano  sosteniendo   la   pera   de   goma  que   apretará   al   último   cuando tome   la   fotografía.   Pero   no  está   satisfecho   con   el   aspecto   de   mis padres. Tiene la certeza de que hay algo erróneo en esa pose. Una y otra   vez   sale   de   su  escondite   para   repartir   nuevas   instrucciones. Cada  sugerencia  no   hace   sino   empeorar   la   cuestión.   Mi   padre   se impacienta. Hacen el intento de posar sentados. El fotógrafo explica que él tiene su orgullo, que no sólo le interesa el dinero, que quiere hacer fotografías espléndidas. Mi padre dice “Apúrese, ¿sí o no? No tenemos   toda   la   noche”.   Pero  el   fotógrafo   sólo   se   escurre  dando disculpas   y   hace   nuevas   sugerencias.   Estoy   con   el  fotógrafo.   Lo apruebo   con   todo   el   corazón,   porque   sé   con  exactitud   cómo   se siente, y mientras critica cada una de las poses, corrigiéndolas según alguna   ignorada   idea   de   perfección,  me  siento   esperanzado.   Pero entonces mi padre dice, furioso: “Ya, esto ya es demasiado tiempo, no  vamos   a   seguir   esperando”.   Y  el   fotógrafo,   suspirando   de infelicidad,  levanta  la  mano,  dice:  “Uno,  dos,   tres,  ya”,  y  toma  la foto, con la sonrisa de mi padre vuelta una mueca, y la de mi madre surgiendo radiante y falsa. El revelado de la fotografía se lleva unos minutos   y   mientras   mis  padres   esperan   sentados,   envueltos   por   la extraña luz, empiezan a deprimirse muchísimo. 

Pasan por la cabina de una pitonisa, y mi madre quiere entrar pero mi   padre   no.   Empiezan   a  discutir.   Mi   madre   se   enterca,  mi   padre vuelve   a   impacientarse,   y   empiezan   a   pelear,   y  lo   que   mi   padre quisiera hacer es largarse y dejar ahí a mi madre, pero sabe que no sería lo apropiado. Mi madre se niega a moverse. Está a punto de llorar, pero siente un deseo incontrolable de oír lo que dirá la adivina cuando le lea la mano. Mi padre acepta con disgusto y los dos entran a una cabina que en cierto modo es como la cabina del fotógrafo, según   la   cubre   una   tela   negra   y   su  luz  es   mortuoria.   El   lugar   es demasiado caluroso y mi padre sigue diciendo que todo eso es una tontería, señalando la bola de cristal sobre la mesa. La adivina, una mujer   gorda   y   pequeña,  envuelta  en   lo   que   se   supone   deben   ser ropas orientales, entra al cuarto por la parte de atrás y los saluda, hablando con acento extranjero. Mi padre siente de pronto que todo esto   es   intolerable;  jala   a   mi  madre   del   brazo,   pero   mi   madre   no desiste. Entonces en un ataque terrible de rabia, mi padre suelta el brazo de mi madre y se precipita a la salida, dejando a mi madre perpleja.   Ella  intenta  levantarse   para   ir   tras   de   mi   padre,   pero   la adivina la detiene con firmeza del brazo y le ruega que no se vaya, yen mi butaca yo estoy más impactado de lo que podría decirse, me siento  como   si   estuviera   caminando   en   una   cuerda   floja   a   treinta metros de altura sobre el público del circo, y de pronto la cuerda se empezara a romper, y me levanto de mi asiento y otra vez empiezo a gritar lo primero que se me ocurre para referir el miedo espantoso que tengo, y una vez más el acomodador baja de prisa por el pasillo alumbrando con su linterna, y la señora de al lado intenta razonar conmigo, y el público se voltea a verme y yo sigo gritando: “¿Qué están haciendo? ¿Qué no saben lo que están haciendo? ¿Por qué mi madre   no   sale   detrás   de   mi   padre?   ¿Qué   está  haciendo?  ¿Qué   mi padre   no   sabe   lo   que   hace?”—pero   el  acomodador   me   agarra   del brazo   y   me   jala   hacia   fuera,   y  mientras   lo   hace,   dice:   “¿Qué   está haciendo  usted?  ¿Qué  no  sabe  que  no  puede  hacer  cualquier  cosa que   se   le   ocurra?  ¿Cómo   es   posible   que   un  hombre   joven   como usted, con toda la vida por delante, se ponga así de histérico? ¿Porqué no  piensa  lo que está haciendo? ¡Usted no puede comportarse así ni aunque esté solo! ¡Se va a arrepentir si no hace lo que tiene que hacer, no puede seguir así, esto está mal, muy pronto va a ver lo que  le  digo,   cualquier   cosa   que   usted   haga   puede   afectar   a   los otros!” Dijo eso jalándome por el lobby del cine hacia la luz fría, y yo   desperté   en   la   mañana   helada   de   invierno,   el   día   en  que   iba   a cumplir   mis   veintiún   años,   con   un   labio   de  nieve   brillando   en   el borde de la ventana, y ya entrada la mañana.

1938

domingo, 8 de agosto de 2021

Grace Slick, Conejo blanco

Letra de Grace Slick, para su grupo Jefferson Airplane.


Conejo Blanco


Una pastilla te hace más alta,

y otra te hace más baja;

y las que te da mamá

no te hacen nada.

Ve y pregúntale a Alicia

cuando mide diez pies de alto.


Y, si vas persiguiendo conejos,

y sabes que te vas a caer,

diles que la Oruga fumativa

te ha llamado.

Llama a Alicia,

cuando era pequeñita.


Cuando los que rigen el tablero de ajedrez

se levantan y te dicen a dónde ir,

y acabas de comer una especie de hongo

y tu mente se mueve a duras penas,

ve y pregúntale a Alicia,

creo que sabe algo de eso.


Cuando la lógica y las proporciones

han caído muertas de incuria,

y el Caballero Blanco habla al revés

y la Reina Roja dice "cortadle la cabeza",

recuerda lo que el Lirón dijo:

"alimenta tu mente, alimenta tu mente"


***

White Rabbit


One pill makes you larger

And one pill makes you small,

And the ones that mother gives you

Don't do anything at all.

Go ask Alice

When she's ten feet tall.

And if you go chasing rabbits,

And you know you're going to fall,

Tell 'em a hookah-smoking caterpillar

Has given you the call.

Call Alice

When she was just small.

When the men on the chessboard

Get up and tell you where to go,

And you've just had some kind of mushroom

And your mind is moving low,

Go ask Alice;

I think she'll know.

When logic and proportion

Have fallen sloppy dead,

And the White Knight is talking backwards

And the Red Queen's "off with her head!"

Remember what the dormouse said:

"Feed your head. Feed your head. Feed your head".