miércoles, 21 de febrero de 2007

Romance de Abenámar

-Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había.

Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace,
no debe decir mentira.

Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
-No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,

porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía:

que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto pregunta, rey,
que la verdad te diría.

-Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!

-El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.

El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.

El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.

-Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;

daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.

No hay comentarios: