sábado, 23 de febrero de 2008

Oda al Ruiseñor de John Keats

Oda al ruiseñor, de John Keats

Versión de Ángel Romera.

I


Mi corazón duele y un sopor sufriente niega
mis sentidos, como si haber apurado la cicuta
o vaciado hasta las heces una droga lenta
hubiera hace un momento,
y hacia fuente sin recuerdos yo me hundiera;
no por envidia de tu ser feliz,
sino por ser feliz en tu felicidad,
cuando tú, alada leve ninfa del boscaje
en un rincón melódico
de hayas verdes y sombras muchas
cantas el verano a pleno pecho desatado.


II


¡Oh! ¡Por un trago de vino conservado
largamente en lo profundo de la tierra,
con sabor de Flora y verde campo,
de baile y madrigal de Provenza y risa de oro!
¡Oh! Por una copa rebosante de tibio sur,
colmada de Hipocrene fiel y casta,
con breves burbujas borbollando sobre el borde
y púrpura su boca, que pudiera beber,
y dejar el mundo sin ser visto,
y contigo perderme tras  el telón del bosque.


III


Lejos perderme disuelto y olvidar casi
lo que entre hojas nacido tú nunca conociste:
las fatigas, fiebres y ansiedades
de aquí, donde todos se cuentan sus dolencias,
donde el temblor agita las tristes últimas canas,
donde un joven se vuelve enflaquecido, espectral y muerto:
donde pensar es expulsar angustias y tristezas
desde párpados plúmbeos,
donde lo bello no puede mantener sus ojos
ardiendo ni un amor nuevo los desea sino un día.


IV


¡Lejos, lejos! Pues a ti volaré,
no en el carro de Baco tirado por leopardos,
sino en las alas invisibles de la poesía,
aunque lenta la mente se anonade y perezosa,
¡al fin contigo! Tierna es la noche
y la reina Luna acaso se alza en su trono
de muchedumbre de hadas de luz rodeada,
aunque aquí no ilumina
sino la que del cielo acude soplada por las brisas
por verde penumbra y sinuosos y húmedos caminos.


V


No distingo qué flores tenga más abajo de mis pies,
ni el perfume suave que pende entre las ramas,
pero en la quieta tiniebla columbro cada aroma
con que el mes propicio dota al pasto,
matorrales y frutales del bosque
el espino albar, la eglantina pastoril,
las entrevistas violetas sepultadas entre hojas
y la primera de las hijas de Mayo,
la rosa reciente regada de rociado vino,
refugio del revuelo de las moscas en los veranos nocturnos.


VI

En la sombra escucho; y habiendo estado largo tiempo
enamorado a medias de la relajante muerte, habiéndola
invocado con suaves nombres en versos meditados
para que elevara al aire mi aliento silencioso,
¡ahora, más que nunca, me parece próspero morir,
cesar en la medianoche sin dolor
mientras tú derramas tu alma hacia fuera
en este éxtasis!Tu aún seguirías cantando, pero mi oreja sería inútil,
convertido yo en tierra para tu alto requiem.

VII

No naciste para la muerte, pájaro inmortal.
No hubo hambrienta generación que te aplastara;
La voz que escucho en esta noche fugitiva
fue escuchada antiguamente por emperador y campesino:
Tal vez la misma canción que se abrió paso
en el triste corazón de Ruth, cuando nostálgica
lloraba en medio del trigo extranjero;
la misma que muchas veces encantó
los mágicos postigos que se abren sobre la espuma
de mares peligrosos, en fantásticas tierras, derruidos.

VIII

¡Derruidos! ¡El término es como una campana
que tañe para alejarme de ti a mi solitario yo!
¡Adiós! La fantasía, duende engañoso, no puede
engañar tan bien como asegura su fama.
¡Adiós! ¡Adiós! Tu triste elegía se pierde
pasando los prados, sobre las aguas tranquilas,
arriba en el monte, y ahora se hunde hondo
en el espacio del próximo valle:
¿Fue una visión o fue un sueño en mi vigilia?
Acabada está esa música: ¿desperté o me he dormido?

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