Canción de una dama en la sombra
Si la dama del silencio llega y decapita los tulipanes:
¿quién gana?
¿quién pierde?
¿quién se asoma a la ventana?
¿quién pronuncia primero su nombre?
Es alguien que se lleva mi pelo.
Lo lleva como se llevan muertos en las manos.
Lo lleva como el cielo se llevó mi pelo en el año en que amaba.
Lo lleva así por vanidad.
Él gana. No pierde.
No se asoma a la ventana.
No dice su nombre.
Es alguien que tiene mis ojos.
Los tiene desde que cerraron las puertas.
Los lleva como anillos en el dedo.
Los lleva como pedazos de placer y zafiro:
ya era mi hermano en el otoño;
ya cuenta los días y las noches.
Él gana. No pierde.
No se asoma a la ventana.
Dice al último su nombre.
Es alguien que tiene lo que dije.
Lo lleva bajo el brazo como se llevan las actas.
Lo lleva como el reloj lleva la peor de sus horas.
Lo lleva de umbral en umbral, no lo abandona.
Él no gana. Él pierde.
Se asoma a la ventana.
Dice primero su nombre.
A él lo decapitan con los tulipanes.
Paul Celan (Czernowitz) Rumania 1920 – Francia 1970
(Traducción de José María Pérez Gay)
viernes, 22 de agosto de 2008
Sergéi Esenin o Sergio Esenin, Adios a Marienkov
Serguei Esenin
Adiós a Marienkov
Adiós, amigo mío, adiós;
estás en mi corazón.
Predestinada separación,
prometido encuentro futuro.
Adiós, amigo mío,
sin que estrechemos mano o palabra;
no te entristezcas,
nada de melancolía sobre las cejas.
Morir en esta vida no es nuevo,
y vivir, aún menos.
(Antes había escrito)
Sí, me he preparado poco
para vivir en paz y entre sonrisas.
Y cuanto más corto fue mi camino
tanto mayores mis caídas.
Adiós a Marienkov
Adiós, amigo mío, adiós;
estás en mi corazón.
Predestinada separación,
prometido encuentro futuro.
Adiós, amigo mío,
sin que estrechemos mano o palabra;
no te entristezcas,
nada de melancolía sobre las cejas.
Morir en esta vida no es nuevo,
y vivir, aún menos.
(Antes había escrito)
Sí, me he preparado poco
para vivir en paz y entre sonrisas.
Y cuanto más corto fue mi camino
tanto mayores mis caídas.
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Silvia Plath, soy vertical
SOY VERTICAL
Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor maternal
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa,
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección-
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez,
y las flores tendrán tiempo para mí.
Silvia Plath Boston 1932 - Londres 1963
Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor maternal
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa,
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección-
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez,
y las flores tendrán tiempo para mí.
Silvia Plath Boston 1932 - Londres 1963
miércoles, 13 de agosto de 2008
Canción de la muerte, José de Espronceda
Canción de la Muerte.
José de Espronceda.
Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.
Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.
Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.
Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.
En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.
Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.
Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.
Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.
José de Espronceda.
Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.
Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.
Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.
Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.
En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.
Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.
Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.
Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.
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Siglo XIX
Detras de mí, Emily Dickinson
Emily Dickinson.
Detrás de mí, profunda eternidad.
Frente a mí, inmortalidad.
Yo misma, la frontera entre ambos.
La Muerte fluye en el Gris Oriental,
disolviéndose en el alba distante,
antes de que el Oeste comience.
Estos Reinos, después de todo, dijeron ellos;
en perfecta, incesante monarquía,
cuyo príncipe es hijo de nadie,
Él mismo, dinastía inmemorial,
Él mismo, él mismo diversificado
en un celestial duplicado.
Este Milagro ante mí,
Este Milagro detrás de mí,
siempre creciendo hacia el mar,
con la medianoche en mi norte,
con la medianoche en mi sur,
y la Tempestad en los cielos.
Detrás de mí, profunda eternidad.
Frente a mí, inmortalidad.
Yo misma, la frontera entre ambos.
La Muerte fluye en el Gris Oriental,
disolviéndose en el alba distante,
antes de que el Oeste comience.
Estos Reinos, después de todo, dijeron ellos;
en perfecta, incesante monarquía,
cuyo príncipe es hijo de nadie,
Él mismo, dinastía inmemorial,
Él mismo, él mismo diversificado
en un celestial duplicado.
Este Milagro ante mí,
Este Milagro detrás de mí,
siempre creciendo hacia el mar,
con la medianoche en mi norte,
con la medianoche en mi sur,
y la Tempestad en los cielos.
A la espera de la oscuridad, Alejandra Pizarnik
A la Espera de la Oscuridad.
Alejandra Pizarnik.
Ese instante que no se olvida,
tan vacío devuelto por las sombras,
tan vacío rechazado por los relojes,
ese pobre instante adoptado por mi ternura,
desnudo
desnudo de sangre de alas,
sin ojos para recordar angustias de antaño,
sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma,
ponle tus cabellos escarchados por el fuego;
abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies,
a tus pies donde mueren las golondrinas
tiritantes de pavor frente al futuro.
Dile que los suspiros del mar
humedecen las únicas palabras
por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada,
acurrucado en la cueva del destino
sin manos para decir nunca,
sin manos para regalar mariposas
a los niños muertos.
Alejandra Pizarnik.
Ese instante que no se olvida,
tan vacío devuelto por las sombras,
tan vacío rechazado por los relojes,
ese pobre instante adoptado por mi ternura,
desnudo
desnudo de sangre de alas,
sin ojos para recordar angustias de antaño,
sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma,
ponle tus cabellos escarchados por el fuego;
abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies,
a tus pies donde mueren las golondrinas
tiritantes de pavor frente al futuro.
Dile que los suspiros del mar
humedecen las únicas palabras
por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada,
acurrucado en la cueva del destino
sin manos para decir nunca,
sin manos para regalar mariposas
a los niños muertos.
Por quién doblan las campanas, John Donne
It tolls for thee.
¿Quién no echa una mirada al sol
cuando atardece? ¿Quién depone los ojos
del cometa cuando fulgura?¿Quién no presta
oídos a una campana cuando por algo
tañe?¿Quién puede desoír esa campana
cuya música traslada fuera de este mundo?
Nadie es una isla, completo en sí mismo;
cada hombre es una pieza del continente,
un trozo de tierra; si el mar arrebata
una parte, toda Europa queda
achicada como si se tratara de un promontorio,
de la casa de uno de tus amigos, o incluso de la tuya.
La muerte de cualquier hombre me reduce
porque estoy unido a la humanidad;
por tanto, no preguntes nunca
por quién doblan las campanas: doblan por ti
¿Quién no echa una mirada al sol
cuando atardece? ¿Quién depone los ojos
del cometa cuando fulgura?¿Quién no presta
oídos a una campana cuando por algo
tañe?¿Quién puede desoír esa campana
cuya música traslada fuera de este mundo?
Nadie es una isla, completo en sí mismo;
cada hombre es una pieza del continente,
un trozo de tierra; si el mar arrebata
una parte, toda Europa queda
achicada como si se tratara de un promontorio,
de la casa de uno de tus amigos, o incluso de la tuya.
La muerte de cualquier hombre me reduce
porque estoy unido a la humanidad;
por tanto, no preguntes nunca
por quién doblan las campanas: doblan por ti
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lunes, 11 de agosto de 2008
Ego sum, de Vital Aza
Al despuntar la mañana,
tras una noche serena
y en fecha ya muy lejana
nací en la Pola de Lena,
hermosa villa asturiana.
Como nací no lo sé;
no recuerdo la postura,
porque yo no me fijé;
pero hay gente que asegura
que yo he nacido de pie.
Quizás la gente no acierte;
mas ni me quejo, ni soy
de los que piden la muerte,
porque, la verdad, estoy
muy contento con mi suerte.
Y pues me mandan que escriba
mi semblanza, en confianza,
aunque el rubor me cohíba,
hagamos en la semblanza
historia retrospectiva.
Inocente criatura
sin pizca de travesura,
pasé mi infancia en la Pola
halagándome una sola
idea: la de ser cura.
¡¡Yo cura!!... Estuve acertado
al no cumplir mis deseos,
pues con lo que me he estirado
siempre me hubiera faltado
paño para los manteos.
Perdida la vocación,
dejé sermones y pláticas;
tiré el Nebrija a un rincón,
y empecé las matemáticas
en la villa de Gijón.
Como era buen dibujante,
obtuve, siendo un chiquillo,
mi plaza de delineante,
y fui después ayudante
del ingeniero Castillo.
Casi a palmos estudié
el ferrocarril de Oviedo,
¡y jamás olvidaré
los diez meses que pasé
sobre el túnel de Robledo!...
Cansado de dibujar
y de tanto cubicar
en el campo y la oficina,
vine a Madrid a estudiar,
¿qué diréis? Pues... ¡Medicina!
Seguí mi nueva carrera
con decisión verdadera.
Hoy soy todo un licenciado,
¡y juro que no he matado
un solo enfermo siquiera!
A San Carlos asistía
de ardor y entusiasmo lleno,
y, aunque el tiempo compartía
entre Galeno y Talía,
venció Talía a Galeno.
Mi amigo Ramos Carrión,
que siempre fue para mí
amigo de corazón,
me dijo: —Quédate aquí,
y no pienses en Gijón.
¡No seas un inocente!
Con la humanidad doliente
el negocio es problemático.
Tu porvenir, francamente,
está en ser autor dramático.»
Siempre obediente y formal,
seguí el consejo leal.
Hoy vivo de lo que escribo,
y, pues vivo como vivo,
no debo escribir muy mal.
¡No escribo mal, no, señor!
¡Vaya si soy escritor!
Créanme ustedes a mí.
Hay eximios por ahí
que escriben mucho peor.
Tengo gracia y humorismo...
Me dirán que esto es cinismo.
Lo será, no lo discuto;
pero no he de ser tan bruto
que hable yo mal de mí mismo.
Soy de carácter jovial.
De salud estoy tal cual;
viviendo en un ten con ten.
Unas veces vamos bien
y otras veces vamos mal.
Paso mi vida cantando,
y si estoy de mal humor
—que lo estoy de vez en cuando—
me curo tarareando,
que es el remedio mejor.
De música no he de hablar.
Sobre este particular,
no me atrevo a discutir.
Yo tan sólo sé sentir
la música popular.
En mi vida pude yo
entender, ni entenderé,
lo que algún genio expresó
en esas latas en re
y esos infundios en do.
Pero, en cambio, el alma mía
siente emociones extrañas
cuando oigo, al caer el día,
esa vaga melodía
del canto de mis montañas.
De mi físico, deseo
hablar, para terminar.
Hay quien dice que soy feo,
y, la verdad, no lo creo.
Creo que soy regular.
Y, aunque en el retrato estoy
como soy: ¡Feo! No voy
a renegar de mi casta;
pues para mis hijos soy
hermoso, y eso me basta.
¿Que soy largo? ¡Dios lo quiso!
Y así soy hombre de viso.
Y al ser largo, me hago cargo
de que en el mundo es preciso
ser como yo soy: ¡muy largo!
Y por sabido se calla,
que de Trujillo a Tafalla
y de Castellón a Suances,
no hay otro autor de más talla,
ni otro hombre de más alcances.
Y bien merezco el respeto,
pues, sin pecar de indiscreto,
y sin pretensiones raras,
puedo meterme, y me meto,
en camisa de once varas.
¿Queréis discutir? ¡Locura!
No me vengáis con cuestiones,
pues, gracias a mi estatura,
rayo siempre a gran altura
en todas las discusiones.
Abur, y basta de chanza.
Mi semblanza se acabó;
pues soy largo y se me alcanza
que ha salido mi semblanza
casi más larga que yo.
Cuando de niño empecé
a darme a la poesía,
tan en serio lo tomé,
que sólo en serio escribía.
Romántico exagerado,
era lo triste mi fuerte.
¡Válgame Dios! Le he soltado
cada soneto, ¡A la muerte!
La fatalidad, el sino,
el hado, la parca fiera,
el arroyo cristalino
y la tórtola parlera....
Todo junto le servía
a mi necia inspiración
para hacer una elegía
que partía el corazón.
No hubo desgracia ni duelo
que en verso no describiera....
¡Si estaba pidiendo al cielo
que la gente se muriera!
¿Que airado el mar se tragaba
la barca del pescador?
Pues yo en mi lira lanzaba
los lamentos de rigor....
¿Que un amigo se moría,
viejo o joven, listo o zafio?
Pues, ¡zas!, al siguiente día
publicaba su epitafio.
¿Que una madre acongojada
gemía en llanto deshecha?
¿Que por una granizada
se perdía la cosecha?
Pues yo enjugaba aquel llanto
en versos de arte mayor,
y maldecía en un Canto
al granizo destructor.
Escéptico y pesimista
¡me hacía unas reflexiones!....
Sirva de ejemplo esta lista
de varias composiciones:
Ludibrio, Dios iracundo,
Profanación y adulterio,
Los desengaños del mundo,
El ciprés del cementerio.
Pues, ¿y una composición
en que, imitando a otros vates,
con la mejor intención
decía estos disparates?
¡Ay! El mundo en su falsía
aumentará mi delito,
vertiendo en el alma mía
la duda de lo infinito.
¡Triste errante y moribundo,
sigo el ignoto sendero,
sin encontrar en el mundo
un amigo verdadero!
¡Todo es falsedad, mentira!
¡En vano busco la calma!
¡Son las cuerdas de mi lira
sensibles fibras del alma!
¡El mundo, en su loco anhelo
me empuja hacia el hondo abismo!
¡Dudo de Dios y del cielo,
y hasta dudo de mí mismo!
¡Esta existencia me hastía!
¡Nada en el mundo es verdad!»
¡Y todo esto decía
a los quince años de edad!
Francamente, yo no sé
cómo algún lector sensato
no me pegó un puntapié
por necio y por mentecato.
Por fortuna ya no siento
aquellas melancolías
ni doy a nadie tormento
con vanas filosofías.
Ya no me meto en honduras,
ni hablo de llantos ni penas,
ni canto mis amarguras
ni las desdichas ajenas.
He cambiado de tal modo,
que soy otro diferente;
pues hoy me río de todo,
¡y me va perfectamente!
tras una noche serena
y en fecha ya muy lejana
nací en la Pola de Lena,
hermosa villa asturiana.
Como nací no lo sé;
no recuerdo la postura,
porque yo no me fijé;
pero hay gente que asegura
que yo he nacido de pie.
Quizás la gente no acierte;
mas ni me quejo, ni soy
de los que piden la muerte,
porque, la verdad, estoy
muy contento con mi suerte.
Y pues me mandan que escriba
mi semblanza, en confianza,
aunque el rubor me cohíba,
hagamos en la semblanza
historia retrospectiva.
Inocente criatura
sin pizca de travesura,
pasé mi infancia en la Pola
halagándome una sola
idea: la de ser cura.
¡¡Yo cura!!... Estuve acertado
al no cumplir mis deseos,
pues con lo que me he estirado
siempre me hubiera faltado
paño para los manteos.
Perdida la vocación,
dejé sermones y pláticas;
tiré el Nebrija a un rincón,
y empecé las matemáticas
en la villa de Gijón.
Como era buen dibujante,
obtuve, siendo un chiquillo,
mi plaza de delineante,
y fui después ayudante
del ingeniero Castillo.
Casi a palmos estudié
el ferrocarril de Oviedo,
¡y jamás olvidaré
los diez meses que pasé
sobre el túnel de Robledo!...
Cansado de dibujar
y de tanto cubicar
en el campo y la oficina,
vine a Madrid a estudiar,
¿qué diréis? Pues... ¡Medicina!
Seguí mi nueva carrera
con decisión verdadera.
Hoy soy todo un licenciado,
¡y juro que no he matado
un solo enfermo siquiera!
A San Carlos asistía
de ardor y entusiasmo lleno,
y, aunque el tiempo compartía
entre Galeno y Talía,
venció Talía a Galeno.
Mi amigo Ramos Carrión,
que siempre fue para mí
amigo de corazón,
me dijo: —Quédate aquí,
y no pienses en Gijón.
¡No seas un inocente!
Con la humanidad doliente
el negocio es problemático.
Tu porvenir, francamente,
está en ser autor dramático.»
Siempre obediente y formal,
seguí el consejo leal.
Hoy vivo de lo que escribo,
y, pues vivo como vivo,
no debo escribir muy mal.
¡No escribo mal, no, señor!
¡Vaya si soy escritor!
Créanme ustedes a mí.
Hay eximios por ahí
que escriben mucho peor.
Tengo gracia y humorismo...
Me dirán que esto es cinismo.
Lo será, no lo discuto;
pero no he de ser tan bruto
que hable yo mal de mí mismo.
Soy de carácter jovial.
De salud estoy tal cual;
viviendo en un ten con ten.
Unas veces vamos bien
y otras veces vamos mal.
Paso mi vida cantando,
y si estoy de mal humor
—que lo estoy de vez en cuando—
me curo tarareando,
que es el remedio mejor.
De música no he de hablar.
Sobre este particular,
no me atrevo a discutir.
Yo tan sólo sé sentir
la música popular.
En mi vida pude yo
entender, ni entenderé,
lo que algún genio expresó
en esas latas en re
y esos infundios en do.
Pero, en cambio, el alma mía
siente emociones extrañas
cuando oigo, al caer el día,
esa vaga melodía
del canto de mis montañas.
De mi físico, deseo
hablar, para terminar.
Hay quien dice que soy feo,
y, la verdad, no lo creo.
Creo que soy regular.
Y, aunque en el retrato estoy
como soy: ¡Feo! No voy
a renegar de mi casta;
pues para mis hijos soy
hermoso, y eso me basta.
¿Que soy largo? ¡Dios lo quiso!
Y así soy hombre de viso.
Y al ser largo, me hago cargo
de que en el mundo es preciso
ser como yo soy: ¡muy largo!
Y por sabido se calla,
que de Trujillo a Tafalla
y de Castellón a Suances,
no hay otro autor de más talla,
ni otro hombre de más alcances.
Y bien merezco el respeto,
pues, sin pecar de indiscreto,
y sin pretensiones raras,
puedo meterme, y me meto,
en camisa de once varas.
¿Queréis discutir? ¡Locura!
No me vengáis con cuestiones,
pues, gracias a mi estatura,
rayo siempre a gran altura
en todas las discusiones.
Abur, y basta de chanza.
Mi semblanza se acabó;
pues soy largo y se me alcanza
que ha salido mi semblanza
casi más larga que yo.
Cuando de niño empecé
a darme a la poesía,
tan en serio lo tomé,
que sólo en serio escribía.
Romántico exagerado,
era lo triste mi fuerte.
¡Válgame Dios! Le he soltado
cada soneto, ¡A la muerte!
La fatalidad, el sino,
el hado, la parca fiera,
el arroyo cristalino
y la tórtola parlera....
Todo junto le servía
a mi necia inspiración
para hacer una elegía
que partía el corazón.
No hubo desgracia ni duelo
que en verso no describiera....
¡Si estaba pidiendo al cielo
que la gente se muriera!
¿Que airado el mar se tragaba
la barca del pescador?
Pues yo en mi lira lanzaba
los lamentos de rigor....
¿Que un amigo se moría,
viejo o joven, listo o zafio?
Pues, ¡zas!, al siguiente día
publicaba su epitafio.
¿Que una madre acongojada
gemía en llanto deshecha?
¿Que por una granizada
se perdía la cosecha?
Pues yo enjugaba aquel llanto
en versos de arte mayor,
y maldecía en un Canto
al granizo destructor.
Escéptico y pesimista
¡me hacía unas reflexiones!....
Sirva de ejemplo esta lista
de varias composiciones:
Ludibrio, Dios iracundo,
Profanación y adulterio,
Los desengaños del mundo,
El ciprés del cementerio.
Pues, ¿y una composición
en que, imitando a otros vates,
con la mejor intención
decía estos disparates?
¡Ay! El mundo en su falsía
aumentará mi delito,
vertiendo en el alma mía
la duda de lo infinito.
¡Triste errante y moribundo,
sigo el ignoto sendero,
sin encontrar en el mundo
un amigo verdadero!
¡Todo es falsedad, mentira!
¡En vano busco la calma!
¡Son las cuerdas de mi lira
sensibles fibras del alma!
¡El mundo, en su loco anhelo
me empuja hacia el hondo abismo!
¡Dudo de Dios y del cielo,
y hasta dudo de mí mismo!
¡Esta existencia me hastía!
¡Nada en el mundo es verdad!»
¡Y todo esto decía
a los quince años de edad!
Francamente, yo no sé
cómo algún lector sensato
no me pegó un puntapié
por necio y por mentecato.
Por fortuna ya no siento
aquellas melancolías
ni doy a nadie tormento
con vanas filosofías.
Ya no me meto en honduras,
ni hablo de llantos ni penas,
ni canto mis amarguras
ni las desdichas ajenas.
He cambiado de tal modo,
que soy otro diferente;
pues hoy me río de todo,
¡y me va perfectamente!
Poética teatral de José Echegaray
Escojo una pasión, tomo una idea,
un problema, un carácter... y lo infundo,
cual densa dinamita, en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.
La trama al personaje le rodea
de unos cuantos muñecos que en el mundo
o se revuelcan en el cieno inmundo
o se calientan a la luz febea.
La mecha enciendo. El fuego se prepara,
el cartucho revienta sin remedio,
y el astro principal es quien lo paga.
Aunque a veces también en este asedio
que al arte pongo y que al instinto halaga,
¡me coge la explosión de medio a medio!
un problema, un carácter... y lo infundo,
cual densa dinamita, en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.
La trama al personaje le rodea
de unos cuantos muñecos que en el mundo
o se revuelcan en el cieno inmundo
o se calientan a la luz febea.
La mecha enciendo. El fuego se prepara,
el cartucho revienta sin remedio,
y el astro principal es quien lo paga.
Aunque a veces también en este asedio
que al arte pongo y que al instinto halaga,
¡me coge la explosión de medio a medio!
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sábado, 9 de agosto de 2008
La feria de Scarborough, balada inglesa del siglo XII
¿Vas a la feria de Scarborough?
Perejil, salvia, romero y tomillo.
Saluda de mi parte a quien vive allí:
él fue una vez mi verdadero amor.
Dile que me haga una camisa de batista
perejil, salvia, romero y tomillo
sin ninguna costura ni trabajo de aguja;
entonces, será él mi verdadero amor.
Dile que me encuentre un acre de tierra,
perejil, salvia, romero y tomillo,
entre el agua salada y las cuerdas del mar;
entonces será él mi verdadero amor.
Dile que lo siegue con una hoz de cuero,
perejil, salvia, romero y tomillo
y que lo recoja todo, en un hato de brezo;
entonces será él mi verdadero amor.
¿Vas a la feria de Scarborough?
Perejil, salvia, romero y tomillo.
Saluda de mi parte a quien vive allí:
él fue una vez mi verdadero amor.
Perejil, salvia, romero y tomillo.
Saluda de mi parte a quien vive allí:
él fue una vez mi verdadero amor.
Dile que me haga una camisa de batista
perejil, salvia, romero y tomillo
sin ninguna costura ni trabajo de aguja;
entonces, será él mi verdadero amor.
Dile que me encuentre un acre de tierra,
perejil, salvia, romero y tomillo,
entre el agua salada y las cuerdas del mar;
entonces será él mi verdadero amor.
Dile que lo siegue con una hoz de cuero,
perejil, salvia, romero y tomillo
y que lo recoja todo, en un hato de brezo;
entonces será él mi verdadero amor.
¿Vas a la feria de Scarborough?
Perejil, salvia, romero y tomillo.
Saluda de mi parte a quien vive allí:
él fue una vez mi verdadero amor.
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Siglo XII
domingo, 3 de agosto de 2008
Padre Benito Jerónimo Feijoo, Abuso de las disputas
Abusos de las disputas verbales
§. I
1. He oído, y leído mil veces (mas ¿quién no lo ha oído, y leído?) que el fin, si no tal, primario de las Disputas Escolásticas, es la indagación de la verdad. Convengo en que para eso se instituyeron las Disputas; mas no es ese por lo común el blanco a que se mira en ellas. Dirélo con voces Escolásticas. Ese es el fin de la obra; mas no del operante. O todos, o casi todos los que van a la Aula, o a impugnar, o a defender, llevan hecho propósito firme de no ceder jamás al contrario, por buenas razones que alegue. Esto se proponen, y esto ejecutan.
2. Ha siglo y medio, que se controvierte en las Aulas con grande ardor, sobre la Física Predeterminación, y Ciencia Media. Y en este siglo y medio jamás sucedió, que algún Jesuita saliese de la Disputa resuelto a abrazar la Física Predeterminación, o algún Tomista a abandonarla. Ha cuatro siglos que lidian los Scotistas con los de las demás Escuelas, sobre el asunto de la Distinción real formal. ¿Cuándo sucedió, que movido de la fuerza de la razón el Scotista, desamparase la opinión afirmativa; o el de la Escuela opuesta, la negativa? Lo propio sucede en todas las demás cuestiones, que dividen Escuelas, y aún en las que no las dividen. Todos, o casi todos van resueltos a no confesar superioridad a la razón contraria. Todos, o casi todos, al bajar de Cátedra, [2] mantienen la opinión que tenían, cuando subieron a ella. ¿Pues qué verdad es ésta, que dicen van a descubrir? Verdaderamente parece, que éste es un modo de hablar puramente Teatral.
3. ¿Pero acaso, aunque los combatientes no cejen jamás de las preconcebidas opiniones, los oyentes, o espectadores del combate harán muchas veces juicio de que la razón está de esta, o de aquella parte, y así para éstos, por lo menos, se descubrirá la verdad? Tampoco esto sucede. Los oyentes capaces, ya tomaron partido, ya se alistaron debajo de estas, o aquellas banderas, y tienen la misma adhesión a la Escuela que siguen, que sus Maestros. ¿Cuándo sucede, o cuándo sucedió, que al acabarse un acto literario, alguno de los oyentes, persuadido de las razones de la Escuela contraria, pasase a alistarse en ella? Nunca llega ese caso, porque aunque vean prevalecer el campeón, que batalla por el partido opuesto, nunca atribuyen la ventaja a la mejor causa, que defiende, sino a la debilidad, rudeza, o alucinación del que sustentaba su partido. Nunca en el contrario reconocen superioridad de armas, sí sólo mayor valentía de brazo.
4. ¿Mas qué? ¿Por eso condeno como inútiles las disputas? En ninguna manera. Hay otros motivos, que las abonan. Es un ejercicio laudable de los que las practican, y un deleite honesto de los que las escuchan. El tratar, y oír tratar frecuentemente materias científicas, infunde cierto hábito de elevación al entendimiento, por el cual está más dispuesto a mirar con desdén los deleites sensibles, y terrestres. Aun prescindiendo de esta razón, cuanto más se engolosinare la atención en aquellos objetos, tanto más se debilitará su afición a éstos, porque la disposición nativa de nuestro espíritu es tal, que, a proporción que se aumenta en él la impresión de un objeto, se mitiga la de otro. Finalmente, el ejercicio de la disputa instruye, y habilita para defender con ventajas los Dogmas de la Religión, e impugnar [3] los errores opuestos a ella. Y este motivo es de suma importancia.
5. Mas por lo que mira a aclarar la verdad en los asuntos, que se controvierten en las Escuelas, es verisimil que ésta se estará siempre escondida en el pozo de Demócrito. Bien lejos de ponerse los conatos, que se jactan para descubrirla, yo me contentaría con que no se pusiesen para obscurecerla. Daño es éste, que he lamentado en las Escuelas desde que empecé a frecuentarlas. No de todos los profesores me quejo; pero sí de muchos, que en vez de iluminar la Aula con la luz de la verdad, parece que no piensan sino en echar polvo en los ojos de los que asisten en ella. A cinco clases podemos reducir a estos, porque no en todos reinan los mismos vicios, aunque hay algunos, que incurren en todos los abusos, de que vamos a tratar.
§. II
6. Los primeros son aquellos, que disputan con demasiado ardor. Hay quienes se encienden tanto, aun cuando se controvierten cosas de levísimo momento, como si peligrase en el combate su honor, su vida, y su conciencia. Hunden la Aula a gritos, afligen todas sus junturas con violentas contorsiones, vomitan llamas por los ojos. Poco les falta para hacer pedazos Cátedra, y barandilla con los furiosos golpes de pies, y manos.
10. El segundo abuso, que se da mucho la mano con el primero, es herirse los disputantes con dicterios. En las tempestades de la cólera, pocas veces suena tan inocente el trueno de la voz, que no le acompañe el rayo de la injuria. Es dificultosísimo en los que se encienden demasiado, regir de tal modo las palabras, que no se suelte una, o otra ofensiva.
14. El tercer abuso es la falta de explicación. Este defecto, aunque menos voluntario, no es menos nocivo. En él se incide frecuentísimamente. Muchas alteraciones porfiadísimas se cortarían felizmente sólo con explicar recíprocamente el arguyente, y el sustentante la significación, que dan a los términos. Es el caso, que muchísimas veces uno da a una voz cierta significación, y otro otra diferente; y uno le da significación más lata, otro más estrecha; uno más general, otro más particular. Entrambos dicen verdad, y entrambos se impugnan acerbísimamente, escandalizándose cada uno de lo que dice el otro. Entrambos dicen verdad, porque cualquiera de las dos proposiciones, en el sentido en que toma los términos el que la profiere, es verdadera. Con todo se van multiplicando silogismos sobre silogismos, y todos dan en vacío, porque en la realidad están acordes, y sólo en el sonido niega el uno lo que afirma el otro.
16. El cuarto abuso es argüir sofísticamente. Los Sofistas hacen un papel tan odioso en las Aulas, como en los Tribunales los tramposos. Entre los antiguos Sabios eran tenidos por los truhanes de la Escuela. Luciano los llamó Monos de los Filósofos. Y yo les doy el nombre de Titereteros de las Aulas. Una, y otra son Artes de ilusiones, y trampantojos. Platon (in Euthydemo) dice, que la aplicación a los Sofismas es un estudio vilísimo, y ridículos los que se ejercitan en él: Studium hoc vilissimum est, & qui in eo versantur, ridiculi. Poco antes había dicho (sentencia digna de Platon) que es cosa más vergonzosa concluir a otro con sofismas, que ser concluido de otro con ellos.
22. El quinto, y último abuso, o defecto, que hallamos en las disputas verbales, es la establecida precisión de conceder, o negar todas las proposiciones de que consta el argumento. Este defecto (si lo es) general [11], pues todos lo practican así. Pero entiendo, que muchos que lo practican, acaso los más, no lo hacen por dictamen de que eso sea lo más conveniente, sino por la casi inevitable necesidad, en que los pone la costumbre establecida. Ocurren muchas veces en el argumento proposiciones, de cuya verdad, o falsedad no hace concepto determinado el que defiende. Parece ser contra razón, que entonces conceda, ni niegue. ¿Por qué ha de conceder lo que ignora si es verdadero, o negar lo que no sabe si es falso? ¿Pues qué expediente tomará? No decir concedo ni nego, sino dudo. Esto manda la santa ley de la veracidad. En el caso propuesto, ni asiente, ni disiente positivamente: Luego concediendo, o negando, falta a la verdad; porque conceder la proposición, es expresar que asiente a ella; y negar, es manifestar que disiente positivamente. Sólo diciendo que duda, se conformarán las palabras con lo que tiene en la mente. Ni por eso se empantanará el argumento (que es el inconveniente, que se me podría objetar) porque al arguyente incumbe probar la verdad de su proposición, cuando duda de ella el que defiende, del mismo modo que si la negase.
§. I
1. He oído, y leído mil veces (mas ¿quién no lo ha oído, y leído?) que el fin, si no tal, primario de las Disputas Escolásticas, es la indagación de la verdad. Convengo en que para eso se instituyeron las Disputas; mas no es ese por lo común el blanco a que se mira en ellas. Dirélo con voces Escolásticas. Ese es el fin de la obra; mas no del operante. O todos, o casi todos los que van a la Aula, o a impugnar, o a defender, llevan hecho propósito firme de no ceder jamás al contrario, por buenas razones que alegue. Esto se proponen, y esto ejecutan.
2. Ha siglo y medio, que se controvierte en las Aulas con grande ardor, sobre la Física Predeterminación, y Ciencia Media. Y en este siglo y medio jamás sucedió, que algún Jesuita saliese de la Disputa resuelto a abrazar la Física Predeterminación, o algún Tomista a abandonarla. Ha cuatro siglos que lidian los Scotistas con los de las demás Escuelas, sobre el asunto de la Distinción real formal. ¿Cuándo sucedió, que movido de la fuerza de la razón el Scotista, desamparase la opinión afirmativa; o el de la Escuela opuesta, la negativa? Lo propio sucede en todas las demás cuestiones, que dividen Escuelas, y aún en las que no las dividen. Todos, o casi todos van resueltos a no confesar superioridad a la razón contraria. Todos, o casi todos, al bajar de Cátedra, [2] mantienen la opinión que tenían, cuando subieron a ella. ¿Pues qué verdad es ésta, que dicen van a descubrir? Verdaderamente parece, que éste es un modo de hablar puramente Teatral.
3. ¿Pero acaso, aunque los combatientes no cejen jamás de las preconcebidas opiniones, los oyentes, o espectadores del combate harán muchas veces juicio de que la razón está de esta, o de aquella parte, y así para éstos, por lo menos, se descubrirá la verdad? Tampoco esto sucede. Los oyentes capaces, ya tomaron partido, ya se alistaron debajo de estas, o aquellas banderas, y tienen la misma adhesión a la Escuela que siguen, que sus Maestros. ¿Cuándo sucede, o cuándo sucedió, que al acabarse un acto literario, alguno de los oyentes, persuadido de las razones de la Escuela contraria, pasase a alistarse en ella? Nunca llega ese caso, porque aunque vean prevalecer el campeón, que batalla por el partido opuesto, nunca atribuyen la ventaja a la mejor causa, que defiende, sino a la debilidad, rudeza, o alucinación del que sustentaba su partido. Nunca en el contrario reconocen superioridad de armas, sí sólo mayor valentía de brazo.
4. ¿Mas qué? ¿Por eso condeno como inútiles las disputas? En ninguna manera. Hay otros motivos, que las abonan. Es un ejercicio laudable de los que las practican, y un deleite honesto de los que las escuchan. El tratar, y oír tratar frecuentemente materias científicas, infunde cierto hábito de elevación al entendimiento, por el cual está más dispuesto a mirar con desdén los deleites sensibles, y terrestres. Aun prescindiendo de esta razón, cuanto más se engolosinare la atención en aquellos objetos, tanto más se debilitará su afición a éstos, porque la disposición nativa de nuestro espíritu es tal, que, a proporción que se aumenta en él la impresión de un objeto, se mitiga la de otro. Finalmente, el ejercicio de la disputa instruye, y habilita para defender con ventajas los Dogmas de la Religión, e impugnar [3] los errores opuestos a ella. Y este motivo es de suma importancia.
5. Mas por lo que mira a aclarar la verdad en los asuntos, que se controvierten en las Escuelas, es verisimil que ésta se estará siempre escondida en el pozo de Demócrito. Bien lejos de ponerse los conatos, que se jactan para descubrirla, yo me contentaría con que no se pusiesen para obscurecerla. Daño es éste, que he lamentado en las Escuelas desde que empecé a frecuentarlas. No de todos los profesores me quejo; pero sí de muchos, que en vez de iluminar la Aula con la luz de la verdad, parece que no piensan sino en echar polvo en los ojos de los que asisten en ella. A cinco clases podemos reducir a estos, porque no en todos reinan los mismos vicios, aunque hay algunos, que incurren en todos los abusos, de que vamos a tratar.
§. II
6. Los primeros son aquellos, que disputan con demasiado ardor. Hay quienes se encienden tanto, aun cuando se controvierten cosas de levísimo momento, como si peligrase en el combate su honor, su vida, y su conciencia. Hunden la Aula a gritos, afligen todas sus junturas con violentas contorsiones, vomitan llamas por los ojos. Poco les falta para hacer pedazos Cátedra, y barandilla con los furiosos golpes de pies, y manos.
10. El segundo abuso, que se da mucho la mano con el primero, es herirse los disputantes con dicterios. En las tempestades de la cólera, pocas veces suena tan inocente el trueno de la voz, que no le acompañe el rayo de la injuria. Es dificultosísimo en los que se encienden demasiado, regir de tal modo las palabras, que no se suelte una, o otra ofensiva.
14. El tercer abuso es la falta de explicación. Este defecto, aunque menos voluntario, no es menos nocivo. En él se incide frecuentísimamente. Muchas alteraciones porfiadísimas se cortarían felizmente sólo con explicar recíprocamente el arguyente, y el sustentante la significación, que dan a los términos. Es el caso, que muchísimas veces uno da a una voz cierta significación, y otro otra diferente; y uno le da significación más lata, otro más estrecha; uno más general, otro más particular. Entrambos dicen verdad, y entrambos se impugnan acerbísimamente, escandalizándose cada uno de lo que dice el otro. Entrambos dicen verdad, porque cualquiera de las dos proposiciones, en el sentido en que toma los términos el que la profiere, es verdadera. Con todo se van multiplicando silogismos sobre silogismos, y todos dan en vacío, porque en la realidad están acordes, y sólo en el sonido niega el uno lo que afirma el otro.
16. El cuarto abuso es argüir sofísticamente. Los Sofistas hacen un papel tan odioso en las Aulas, como en los Tribunales los tramposos. Entre los antiguos Sabios eran tenidos por los truhanes de la Escuela. Luciano los llamó Monos de los Filósofos. Y yo les doy el nombre de Titereteros de las Aulas. Una, y otra son Artes de ilusiones, y trampantojos. Platon (in Euthydemo) dice, que la aplicación a los Sofismas es un estudio vilísimo, y ridículos los que se ejercitan en él: Studium hoc vilissimum est, & qui in eo versantur, ridiculi. Poco antes había dicho (sentencia digna de Platon) que es cosa más vergonzosa concluir a otro con sofismas, que ser concluido de otro con ellos.
22. El quinto, y último abuso, o defecto, que hallamos en las disputas verbales, es la establecida precisión de conceder, o negar todas las proposiciones de que consta el argumento. Este defecto (si lo es) general [11], pues todos lo practican así. Pero entiendo, que muchos que lo practican, acaso los más, no lo hacen por dictamen de que eso sea lo más conveniente, sino por la casi inevitable necesidad, en que los pone la costumbre establecida. Ocurren muchas veces en el argumento proposiciones, de cuya verdad, o falsedad no hace concepto determinado el que defiende. Parece ser contra razón, que entonces conceda, ni niegue. ¿Por qué ha de conceder lo que ignora si es verdadero, o negar lo que no sabe si es falso? ¿Pues qué expediente tomará? No decir concedo ni nego, sino dudo. Esto manda la santa ley de la veracidad. En el caso propuesto, ni asiente, ni disiente positivamente: Luego concediendo, o negando, falta a la verdad; porque conceder la proposición, es expresar que asiente a ella; y negar, es manifestar que disiente positivamente. Sólo diciendo que duda, se conformarán las palabras con lo que tiene en la mente. Ni por eso se empantanará el argumento (que es el inconveniente, que se me podría objetar) porque al arguyente incumbe probar la verdad de su proposición, cuando duda de ella el que defiende, del mismo modo que si la negase.
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