Guy de Maupassant,
NOCHE DE NIEVE
La llanura está blanca, sin voz ni movimiento
Ni un ruido, ni un sonido; la vida se ha apagado.
Solo se escucha a ratos el fúnebre lamento,
que en un rincón del bosque lanza un perro extraviado.
No hay en el aire cánticos ni parvas en las eras.
Calló sobre los campos el invierno ceñudo.
Los árboles semejan fantasmas o quimeras
y cubren con sudarios su esqueleto desnudo.
La luna lleva prisa, parece que está yerta;
su redondez resbala por el azul de hielo,
mira triste a la tierra, y al verla tan desierta
huye por los espacios perdiéndose en el cielo.
Fantástica cascada de frío son sus rayos
vertiéndose en la helada llanura, y a lo lejos
la palidez difusa que siembra en sus desmayos
espejea en la nieve con siniestros reflejos.
¡Pobrecitos los pájaros sin cobijo abrileño!
Sopla entre escalofríos el viento en la alameda
y por mucho que ahuequen su plumaje de seda,
sus patitas se hielan y huye de ellos el sueño.
En las ramas desnudas, que tienen piel de hielo,
entre las frialdades de luna, viento y selva,
tiritan desvalidos, con un piar muy leve,
y esperan a la aurora, que acaso nunca vuelva.
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