jueves, 16 de julio de 2015

Fábulas de Tomás de Iriarte


LOS DOS CONEJOS

Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»

«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»

«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
Llévense este ejemplo.

La campana y el esquilón

Con hablar poco y gravemente, logran muchos opinión de hombres grandes

En cierta catedral una campana había
que sólo se tocaba algún solemne día.
Con el más recio son, con pausado compás,
cuatro golpes o tres solía dar, no más.
Por esto, y ser mayor de la ordinaria marca, 5
celebrada fue siempre en toda la comarca.
   Tenía la ciudad, en su jurisdicción,
una aldea infeliz, de corta población,
siendo su parroquial una pobre iglesita,
con chico campanario, a modo de una ermita; 10
y un rajado esquilón, pendiente en medio de él,
era allí quien hacía el principal papel.
   A fin de que imitase aqueste campanario
al de la catedral, dispuso el vecindario
que despacio y muy poco el dichoso esquilón 15
se hubiese de tocar sólo en tal cual función;
y pudo tanto aquello en la gente aldeana,
que el esquilón pasó por una gran campana.
   Muy verosímil es, pues que la gravedad
suple en muchos así por la capacidad. 20
Dígnanse rara vez de despegar sus labios,
y piensan que con esto imitan a los sabios.

El burro flautista

Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad

   Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

   Cerca de unos prados 5
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

   Una flauta en ellos
halló, que un zagal 10
se dejó olvidada
por casualidad.

   Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido 15
por casualidad.

   En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad. 20

   «¡Oh! -dijo el borrico-,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»

   Sin reglas del arte, 25
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

Los huevos

No falta quien quiera pasar por autor original, cuando no hace más que repetir con corta diferencia lo que otros muchos han dicho

Más allá de las islas Filipinas,
hay una, que ni sé cómo se llama
ni me importa saberlo, donde es fama
que jamás hubo casta de gallinas,
hasta que allá un viajero 5
llevó por accidente un gallinero.
Al fin tal fue la cría, que ya el plato
más común y barato
era de huevos frescos; pero todos
los pasaban por agua (que el viajante 10
no enseñó a componerlos de otros modos).
   Luego, de aquella tierra un habitante
introdujo el comerlos estrellados.
¡Oh! ¡Qué elogios se oyeron a porfía
de su rara y fecunda fantasía! 15
Otro discurre hacerlos escalfados...
¡Pensamiento feliz!... Otro, rellenos...
¡Ahora sí que están los huevos buenos!
Uno, después, inventa la tortilla,
y todos claman ya: «¡Qué maravilla!» 20
   No bien se pasó un año,
cuando otro dijo: «Sois unos petates;
yo los haré revueltos con tomates».
Y aquel guiso de huevos tan extraño,
con que toda la isla se alborota, 25
hubiera estado largo tiempo en uso,
a no ser porque luego los compuso
un famoso extranjero a la hugonota.
   Esto hicieron diversos cocineros;
pero ¡qué condimentos delicados 30
no añadieron después los reposteros!
Moles, dobles, hilados,
en caramelo, en leche,
en sorbete, en compota, en escabeche.
   Al cabo todos eran inventores, 35
y los últimos huevos, los mejores.
Mas un prudente anciano
les dijo un día: «Presumís en vano
de esas composiciones peregrinas.
¡Gracias al que nos trajo las gallinas!» 40

   Tantos autores nuevos
¿no se pudieran ir a guisar huevos
más allá de las islas Filipinas?

El caminante y la mula de alquiler

Los que empiezan elevando el estilo, se ven tal vez precisados a humillarle después demasiado

  Harta de paja y cebada,
una mula de alquiler
salía de la posada,

   y tanto empezó a correr,
que apenas el caminante 5
la podía detener.

   No dudó que en un instante
su media jornada haría;
pero algo más adelante

   la falsa caballería 10
ya iba retardando el paso.
«¿Si lo hará de picardía?...

   ¡Arre!... ¿Te paras?... Acaso
metiendo la espuela... Nada.
Mucho me temo un fracaso... 15

   Esta vara, que es delgada...
Menos... Pues este aguijón...
Mas ¿si estará ya cansada?

   Coces tira... y mordiscón.
¡Se vuelve contra el jinete! 20
¡Oh, qué corcovo, qué envión!

   Aunque las piernas apriete...
Ni por ésas... ¡Voto a quién!
¡Barrabás que la sujete!

   Por fin dio en tierra... ¡Muy bien! 25
¿Y eres tú la que corrías?...
¡Mal muermo te mate, amén!

   No me fiaré en mis días
de mula que empiece haciendo
semejantes valentías». 30

   Después de este lance, en viendo
que un autor ha principiado
con altisonante estruendo,

   al punto digo: «¡Cuidado!
¡Tente, hombre!, que te has de ver 35
en el vergonzoso estado
de la mula de alquiler».


 Aunque se vista de seda
la mona, mona se queda.
El refrán lo dice así;
yo también lo diré aquí,
y con eso lo verán 5
en fábula y en refrán.
   Un traje de colorines,
como el de los matachines,
cierta mona se vistió;
aunque más bien creo yo 10
que su amo la vestiría,
porque difícil sería
que tela y sastre encontrase.
El refrán lo dice: pase.
   Viéndose ya tan galana, 15
saltó por una ventana
al tejado de un vecino,
y de allí tomó el camino
para volverse a Tetuán.
   Esto no dice el refrán, 20
pero lo dice una historia
de que apenas hay memoria,
por ser el autor muy raro;
y poner el hecho en claro
no le habrá costado poco. 25
   Él no supo, ni tampoco
he podido saber yo,
si la mona se embarcó,
o si rodeó tal vez
por el ismo de Süez. 30
Lo que averiguado está
es que, por fin, llegó allá.
   Viose la señora mía
en la amable compañía
de tanta mona desnuda; 35
y cada cual la saluda
como a un alto personaje,
admirándose del traje,
y suponiendo sería
mucha la sabiduría, 40
ingenio y tino mental
del petimetre animal.
   Opinan luego al instante,
y nemine discrepante,
que a la nueva compañera 45
la dirección se confiera
de cierta gran correría
con que buscar se debía,
en aquel país tan vasto,
la provisión para el gasto 50
de toda la mona tropa.
(¡Lo que es tener buena ropa!)
   La directora, marchando
con las huestes de su mando,
perdió no sólo el camino, 55
sino, lo que es más, el tino;
y sus necias compañeras
atravesaron laderas,
bosques, valles, cerros, llanos,
desiertos, ríos, pantanos; 60
y al cabo de la jornada,
ninguna dio palotada;
¡y eso que en toda su vida
hicieron otra salida
en que fuese el capitán 65
más tieso ni más galán!
Por poco no queda mona
a vida con la intentona;
y vieron por experiencia
que la ropa no da ciencia. 70

   Pero, sin ir a Tetuán,
también acá se hallarán
monos que, aunque se vistan de estudiantes,
se han de quedar lo mismo que eran antes.

 El asno y su amo

Quien escribe para el público, y no escribe bien, no debe fundar su disculpa en el mal gusto del vulgo

   «Siempre acostumbra hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio;
yo le doy lo peor, que es lo que alaba».
   De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes; 5
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
   «Al humilde jumento
su dueño daba paja, y le decía:
'Toma, pues que con eso estás contento'. 10
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el asno, y replicó: 'Yo tomo
lo que me quieres dar; pero, hombre injusto,
¿piensas que sólo de la paja gusto?
Dame grano, y verás si me lo como'». 15

   Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano,
pues si, en dándola paja, come paja,
siempre que la dan grano, come grano.


El gozque y el macho de noria

Nadie emprenda obra superior a sus fuerzas

   Bien habrá visto el lector,
en hostería o convento,
un artificioso invento
para andar el asador.

   Rueda de madera es 5
con escalones, y un perro,
metido en aquel encierro,
la da vueltas con los pies.

   Parece que cierto can
que la máquina movía, 10
empezó a decir un día:
«Bien trabajo, y ¿qué me dan?

   ¡Cómo sudo! ¡Ay, infeliz!
Y al cabo, por grande exceso,
me arrojarán algún hueso 15
que sobre de esa perdiz.

   Con mucha incomodidad
aquí la vida se pasa.
Me iré, no sólo de casa,
mas también de la ciudad». 20

   Apenas le dieron suelta,
huyendo con disimulo,
llegó al campo, en donde un mulo
a una noria daba vuelta.

   Y no le hubo visto bien, 25
cuando dijo: «¿Quién va allá?
Parece que por acá
asamos carne también».

   «No aso carne, que agua saco»
-el macho le respondió-. 30
«Eso también lo haré yo
-saltó el can-, aunque estoy flaco.

   Como esa rueda es mayor,
algo más trabajaré.
¿Tanto pesa?... Pues ¿y qué? 35
¿No ando la de mi asador?

   Me habrán de dar, sobre todo,
más ración, tendré más gloria...»
Entonces el de la noria
le interrumpió de este modo: 40

   «Que se vuelva le aconsejo
a voltear su asador;
que esta empresa es superior
a las fuerzas de un gozquejo».

   ¡Miren el mulo bellaco, 45
y qué bien le replicó!
Lo mismo he leído yo
en un tal Horacio Flaco,

   que a un autor da por gran yerro
cargar con lo que después 50
no podrá llevar; esto es,
que no ande la noria el perro.


 El erudito y el ratón

Hay casos en que es necesaria la crítica severa

   En el cuarto de un célebre erudito
se hospedaba un ratón, ¡ratón maldito!,
que no se alimentaba de otra cosa
que de roerle siempre verso y prosa.
   Ni de un gatazo el vigilante celo 5
pudo llegarle al pelo,
ni extrañas invenciones
de varias e ingeniosas ratoneras,
o el rejalgar en dulces confecciones,
curar lograron su incesante anhelo 10
de registrar las doctas papeleras,
y acribillar las páginas enteras.
   Quiso luego la trampa
que el perseguido autor diese a la estampa
sus obras de elocuencia y poesía; 15
y aquel bicho travieso,
si antes lo manuscrito le roía,
mucho mejor roía ya lo impreso.
«¡Qué desgracia la mía!
-el literato exclama-. Ya estoy harto 20
de escribir para gente roedora;
y por no verme en esto, desde ahora
papel blanco no más habrá en mi cuarto.
Yo haré que este desorden se corrija...»
   Pero sí: la traidora sabandija, 25
tan hecha a malas mañas, igualmente
en el blanco papel hincaba el diente.
El autor, aburrido,
echa en la tinta dosis competente
de solimán molido. 30
   Escribe (yo no sé si en prosa o verso);
devora, pues, el animal perverso,
y revienta, por fin... «¡Feliz receta!
-dijo entonces el crítico poeta-.
Quien tanto roe, mire no le escriba 35
con un poco de tinta corrosiva».

   Bien hace quien su crítica modera;
pero usarla conviene más severa
contra censura injusta y ofensiva,
cuando no hablar con sincero denuedo 40
poca razón arguye, o mucho miedo.

 La ardilla y el caballo

Algunos emplean en obras frívolas tanto afán como otros en las importantes


   Mirando estaba una ardilla
a un generoso alazán
que, dócil a espuela y rienda,
se adestraba en galopar.
   Viéndole hacer movimientos 5
tan veloces y a compás,
de aquesta suerte le dijo,
con muy poca cortedad:
      «¿Señor mío,
      de ese brío, 10
      ligereza
      y destreza
       no me espanto,
      que otro tanto
suelo hacer, y acaso más. 15
      Yo soy viva,
      soy activa,
      me meneo,
      me paseo,
      yo trabajo, 20
      subo y bajo,
no me estoy quieta jamás».

   El paso detiene entonces
el buen potro y, muy formal,
en los términos siguientes 25
respuesta a la ardilla da:
      «Tantas idas
      y venidas,
       tantas vueltas
      y revueltas 30
      (quiero, amiga,
      que me diga),
¿son de alguna utilidad?
      Yo me afano,
      mas no en vano. 35
      Sé mi oficio,
      y en servicio
      de mi dueño
      tengo empeño
de lucir mi habilidad». 40

   Conque algunos escritores
ardillas también serán,
si en obras frívolas gastan
todo el calor natural.


 El galán y la dama

Cuando un autor ha llegado a ser famoso, todo se le aplaude


   Cierto galán a quien París aclama
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

   celebrando los días de su dama, 5
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

   «¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!
-dijo la dama-. ¡Viva el gusto y numen 10
del petimetre en todo primoroso!»

   Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen».


El avestruz, el dromedario y la zorra

También en la literatura suele dominar el espíritu del paisanaje

   Para pasar el tiempo congregada
una tertulia de animales varios
(que también entre brutos hay tertulias),
mil especies en ella se tocaron.
   Hablóse allí de las diversas prendas 5
de que cada animal está dotado:
éste a la hormiga alaba, aquél al perro,
quién a la abeja, quién al papagayo.
   «No -dijo el avestruz-, en mi dictamen
no hay más bello animal que el dromedario». 10
El dromedario dijo: «Yo confieso
que sólo el avestruz es de mi agrado».
   Ninguno adivinó por qué motivo
tan raro gusto acreditaban ambos.
¿Será porque los dos abultan mucho? 15
¿O por tener los dos los cuellos largos?
   ¿O porque el avestruz es algo simple,
y no muy advertido el dromedario?
¿O bien porque son feos uno y otro?
¿O porque tienen en el pecho un callo? 20
   O puede ser también... «No es nada de eso
-la zorra interrumpió-; ya di en el caso.
¿Sabéis por qué motivo el uno al otro
tanto se alaban? Porque son paisanos».
   En efecto, ambos eran berberiscos; 25
y no fue juicio, no, tan temerario
el de la zorra, que no pueda hacerse
tal vez igual de algunos literatos.


El cuervo y el pavo

Cuando se trata de notar los defectos de una obra, no deben censurarse los personales de su autor

   Pues, como digo, es el caso
(y vaya de cuento)
que a volar se desafiaron
un pavo y un cuervo.

   Al término señalado 5
cuál llegó primero,
considérelo quien de ambos
haya visto el vuelo.

   «Aguárdate -dijo el pavo
al cuervo de lejos-. 10
¿Sabes lo que estoy pensando?
Que eres negro y feo.

   Escucha: también reparo
-le gritó más recio-,
en que eres un pajarraco 15
de muy mal agüero.

   ¡Quita allá, que me das asco,
grandísimo puerco!
Sí, que tienes por regalo
comer cuerpos muertos». 20

   «Todo eso no viene al caso
-le responde el cuervo-,
porque aquí sólo tratamos
de ver qué tal vuelo».

   Cuando en las obras del sabio 25
no encuentra defectos,
contra la persona cargos
suele hacer el necio.


 La oruga y la zorra

La literatura es la profesión en que más se verifica el proverbio: «¿Quién es tu enemigo? El de tu oficio»

  Si se acuerda el lector de la tertulia
en que, a presencia de animales varios,
la zorra adivinó por qué se daban
elogios avestruz y dromedario,
   sepa que en la mismísima tertulia 5
un día se trataba del gusano
artífice ingenioso de la seda,
y todos ponderaban su trabajo.
   Para muestra presentan un capullo;
examínanle, crecen los aplausos, 10
y aun el topo, con todo que es un ciego,
confesó que el capullo era un milagro.
   Desde un rincón la oruga murmuraba
en ofensivos términos, llamando
la labor admirable, friolera, 15
y a sus elogiadores, mentecatos.
   Preguntábanse, pues, unos a otros:
«¿Por qué este miserable gusarapo
el único ha de ser que vitupere
lo que todos acordes alabamos?» 20
   Saltó la zorra y dijo: «¡Pese a mi alma!
El motivo no puede estar más claro.
¿No sabéis, compañeros, que la oruga
también labra capullos, aunque malos?»

   ¡Laboriosos ingenios perseguidos! 25
¿Queréis un buen consejo? Pues cuidado:
cuando os provoquen ciertos envidiosos,
no hagáis más que contarles este caso.


El buey y la cigarra

Muy necio y envidioso es quien afea un pequeño descuido en una obra grande

Arando estaba el buey, y a poco trecho,
la cigarra, cantando, le decía:
«¡Ay!, ¡ay! ¡Qué surco tan torcido has hecho!»
Pero él la respondió: «Señora mía,
si no estuviera lo demás derecho, 5
usted no conociera lo torcido.
Calle, pues, la haragana reparona;
que a mi amo sirvo bien, y él me perdona,
entre tantos aciertos, un descuido».

   ¡Miren quién hizo a quién cargo tan fútil! 10
Una cigarra al animal más útil.
Mas ¿si me habrá entendido
el que a tachar se atreve
en obras grandes un defecto leve?

El retrato de golilla

Si es vicioso el uso de voces extranjeras modernamente introducidas, también lo es, por el contrario, el de las anticuadas

De frase extranjera el mal pegadizo
hoy a nuestro idioma gravemente aqueja;
pero habrá quien piense que no habla castizo
si por lo anticuado lo usado no deja.
Voy a entretenelle con una conseja; 5
y porque le traiga más contentamiento,
en su mesmo estilo referilla intento,
mezclando dos hablas, la nueva y la vieja.

   No sin hartos celos un pintor de hogaño
vía cómo agora gran loa y valía 10
alcanzan algunos retratos de antaño;
y el no remedallos a mengua tenía.
Por ende, queriendo retratar un día
a cierto rico-home, señor de gran cuenta,
juzgó que lo antiguo de la vestimenta 15
estima de rancio al cuadro daría.

   Segundo Velázquez creyó ser con esto;
y ansí que del rostro toda la semblanza
hubo trasladado, golilla le ha puesto
y otros atavíos a la antigua usanza. 20
La tabla a su dueño lleva sin tardanza,
el cual espantado fincó, desque vido
con añejas galas su cuerpo vestido,
magüer que le plugo la faz abastanza.

   Empero una traza le vino a las mientes 25
con que al retratante dar su galardón.
Guardaba, heredadas de sus ascendientes,
antiguas monedas en un viejo arcón.
Del Quinto Fernando muchas de ellas son,
allende de algunas de Carlos Primero, 30
de entrambos Filipos, Segundo y Tercero;
y henchido de todas le endonó un bolsón.

   «Con estas monedas, o siquier medallas
-el pintor le dice-, si voy al mercado
cuando me cumpliere mercar vituallas, 35
tornaré a mi casa con muy buen recado».
«¡Pardiez! -dijo el otro-, ¿no me habéis pintado
en traje que un tiempo fue muy señoril,
y agora le viste sólo un alguacil?
Cual me retratasteis, tal os he pagado. 40

   Llevaos la tabla, y el mi corbatín
pintadme al proviso en vez de golilla;
cambiadme esa espada en el mi espadín,
y en la mi casaca trocad la ropilla;
ca non habrá naide en toda la villa 45
que, al verme en tal guisa, conozca mi gesto.
Vuestra paga entonce contaros he presto
en buena moneda corriente en Castilla».

   Ora, pues, si a risa provoca la idea
que tuvo aquel sandio moderno pintor, 50
¿no hemos de reírnos siempre que chochea
con ancianas frases un novel autor?
Lo que es afectado juzga que es primor,
habla puro a costa de la claridad,
y no halla voz baja para nuestra edad 55
si fue noble en tiempo del Cid Campeador.


Los dos huéspedes

Las portadas ostentosas de los libros engañan mucho

   Pasando por un pueblo
de la montaña,
dos caballeros mozos
buscan posada.
   De dos vecinos 5
reciben mil ofertas
los dos amigos.

   Porque a ninguno quieren
hacer desaire,
en casa de uno y otro 10
van a hospedarse.
   De ambas mansiones,
cada huésped la suya
a gusto escoge.

   La que el uno prefiere 15
tiene un gran patio
y bello frontispicio
como un palacio;
   sobre la puerta
su escudo de armas tiene, 20
hecho de piedra.

   La del otro a la vista
no era tan grande,
mas dentro no faltaba
donde alojarse; 25
   como que había
piezas de muy buen temple,
claras y limpias.

   Pero el otro palacio
del frontispicio 30
era, además de estrecho,
oscuro y frío:
   mucha portada,
y por dentro desvanes
a teja vana. 35

   El que allí pasó un día
mal hospedado,
contaba al compañero
el fuerte chasco.
   Pero él le dijo: 40
«Otros chascos como ése
dan muchos libros».

El té y la salvia

Algunos sólo aprecian la literatura extranjera, y no tienen la menor noticia de la de su nación

 El té, viniendo del imperio chino,
se encontró con la salvia en el camino.
Ella le dijo: «¿Adónde vas, compadre?»
«A Europa voy, comadre,
donde sé que me compran a buen precio». 5
«Yo -respondió la salvia- voy a China,
que allá con sumo aprecio
me reciben por gusto y medicina.
En Europa me tratan de salvaje,
y jamás he podido hacer fortuna». 10
«Anda con Dios. No perderás el viaje,
pues no hay nación alguna
que a todo lo extranjero
no dé con gusto aplausos y dinero».

   La salvia me perdone, 15
que al comercio su máxima se opone.
Si hablase del comercio literario,
yo no defendería lo contrario,
porque en él para algunos es un vicio
lo que es en general un beneficio; 20
y español que tal vez recitaría
quinientos versos de Boileau y el Tasso,
puede ser que no sepa todavía
en qué lengua los hizo Garcilaso.

El gato, el lagarto y el grillo

Por más ridículo que sea el estilo retumbante, siempre habrá necios que le aplaudan, sólo por la razón de que se quedan sin entenderle


  Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la Botánica;
pues conocen las hierbas diuréticas, 5
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.
   En esto era gran práctico y teórico
un gato, pedantísimo retórico, 10
que hablaba en un estilo tan enfático
como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas,
dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas!
Quiero, por mis turgencias semi-hidrópicas, 15
chupar el zumo de hojas heliotrópicas».
   Atónito el lagarto con lo exótico
de todo aquel preámbulo estrambótico,
no entendió más la frase macarrónica
que si le hablasen lengua babilónica; 20
pero notó que el charlatán ridículo
de hojas de girasol llenó el ventrículo,
y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
he entendido lo que es zumo heliotrópico».
   ¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo, 25
aunque se fue en ayunas del catálogo
de términos tan raros y magníficos,
hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
y el hablar liso y llano por demérito. 30

   Mas ya que esos amantes de hiperbólicas
cláusulas y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático 35
este apólogo esdrújulo-enigmático.

La música de los animales

Cuando se trabaja una obra entre muchos, cada uno quiere apropiársela si es buena, y echa la culpa a los otros si es mala

   Atención, noble auditorio,
que la bandurria he templado,
y han de dar gracias cuando oigan
la jácara que les canto.
   En la corte del león, 5
día de su cumpleaños,
unos cuantos animales
dispusieron un sarao;
y para darle principio
con el debido aparato, 10
creyeron que una academia
de música era del caso.
   Como en esto de elegir
los papeles adecuados
no todas veces se tiene 15
el acierto necesario,
ni hablaron del ruiseñor,
ni del mirlo se acordaron,
ni se trató de calandria,
de jilguero ni canario. 20
Menos hábiles cantores,
aunque más determinados,
se ofrecieron a tomar
la diversión a su cargo.
   Antes de llegar la hora 25
del canticio preparado,
cada músico decía:
«¡Ustedes verán qué rato!»
Y al fin la capilla junta
se presenta en el estrado, 30
compuesta de los siguientes
diestrísimos operarios:
los tiples eran dos grillos;
rana y cigarra, contraltos;
dos tábanos, los tenores; 35
el cerdo y el burro, bajos.
Con qué agradable cadencia,
con qué acento delicado
la música sonaría,
no es menester ponderarlo. 40
Baste decir que los más
las orejas se taparon,
y por respeto al león
disimularon el chasco.
   La rana, por los semblantes, 45
bien conoció, sin embargo,
que habían de ser muy pocas
las palmadas y los bravos.
Salióse del corro, y dijo:
   «¡Cómo desentona el asno!» 50
Éste replicó: «¡Los tiples
sí que están desentonados!»
«¡Quien lo echa todo a perder
-añadió un grillo chillando-
es el cerdo!» «¡Poco a poco! 55
-respondió luego el marrano-:
nadie desafina más
que la cigarra, contralto».
«¡Tenga modo y hable bien!
-saltó la cigarra-; es falso: 60
esos tábanos tenores
son los autores del daño».
   Cortó el león la disputa,
diciendo: «¡Grandes bellacos!
¿Antes de empezar la solfa 65
no la estabais celebrando?
Cada uno para sí
pretendía los aplausos,
como que se debería
todo el acierto a su canto; 70
mas viendo ya que el concierto
es un infierno abreviado,
nadie quiere parte en él,
y a los otros hace cargos.
Jamás volváis a poneros 75
en mi presencia: ¡mudaos!,
que, si otra vez me cantáis,
tengo de hacer un estrago».

   ¡Así permitiera el cielo
que sucediera otro tanto 80
cuando, trabajando a escote
tres escritores o cuatro,
cada cual quiere la gloria,
si es bueno el libro u mediano,
y los compañeros tienen 85
la culpa, si sale malo!

La espada y el asador

Contra dos especies de malos traductores.


Sirvió en muchos combates una espada
tersa, fina, cortante, bien templada:
la más famosa que salió de mano
de insigne fabricante toledano.
Fue pasando a poder de varios dueños, 5
y airosos los sacó de mil empeños.
Vendióse en almonedas diferentes,
hasta que, por extraños accidentes,
vino, en fin, a parar (¡quién lo diría!)
a un oscuro rincón de una hostería, 10
donde, cual mueble inútil, arrimada,
se tomaba de orín. Una criada,
por mandado de su amo el posadero,
que debía de ser gran majadero,
se la llevó una vez a la cocina, 15
atravesó con ella una gallina,
¡y héteme un asador hecho y derecho
la que una espada fue de honra y provecho!
   Mientras esto pasaba en la posada,
en la corte comprar quiso una espada 20
cierto recién llegado forastero,
transformado de payo en caballero.
El espadero, viendo que al presente
es la espada un adorno solamente,
y que pasa por buena cualquier hoja, 25
siendo de moda el puño que se escoja,
díjole que volviese al otro día.
Un asador que en su cocina había
luego desbasta, afila y acicala,
y por espada de Tomás de Ayala 30
al pobre forastero, que no entiende
de semejantes compras, se le vende,
siendo tan picarón el espadero
como fue mentecato el posadero.

   ¿Mas de igual ignorancia o picardía 35
nuestra nación quejarse no podría
contra los traductores de dos clases,
que infestada la tienen con sus frases?
Unos traducen obras celebradas,
y en asadores vuelven las espadas; 40
otros hay que traducen las peores,
y venden por espadas asadores.


Los cuatro lisiados

Las obras que un particular puede desempeñar por sí solo no merecen se emplee en ellas el trabajo de muchos hombres

   Un mudo a nativitate,
y más sordo que una tapia,
vino a tratar con un ciego
cosas de poca importancia.
   Hablaba el ciego por señas, 5
que para el mudo eran claras;
mas hízole otras el mudo,
y él a oscuras se quedaba.
   En este apuro, trajeron,
para que los ayudara, 10
a un camarada de entrambos
que era manco, por desgracia.
   Éste las señas del mudo
trasladaba con palabras,
y por aquel medio el ciego 15
del negocio se enteraba.
    Por último resultó
de conferencia tan rara,
que era preciso escribir
sobre el asunto una carta. 20
   «Compañeros -saltó el manco-,
mi auxilio a tanto no alcanza;
pero a escribirla vendrá
el dómine, si le llaman».
   «¿Qué ha de venir -dijo el ciego-, 25
si es cojo, que apenas anda?
Vamos, será menester
ir a buscarle a su casa».
   Así lo hicieron, y al fin
el cojo escribe la carta, 30
díctanla el ciego y el manco,
y el mudo parte a llevarla.
   Para el consabido asunto,
con dos personas sobraba;
mas como eran ellas tales, 35
cuatro fueron necesarias.
   Y a no ser porque ha tan poco
que en un lugar de la Alcarria
acaeció esta aventura
(testigos más de cien almas), 40
   bien pudiera sospecharse
que estaba adrede inventada
por alguno que con ella
quiso pintar lo que pasa
   cuando, juntándose muchos 45
en pandilla literaria,
tienen que trabajar todos
para una gran patarata.



La urraca y la mona

El verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias


A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta urraca:
«Si vinieras
a mi estancia,
¡cuántas cosas
te enseñara!
Tú bien sabes
con qué maña
robo y guardo
mil alhajas.
Ven, si quieres,
y veráslas
escondidas
tras de un arca».
La otra dijo:
«Vaya en gracia»;
y al paraje
la acompaña.
   Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada,
medio peine
y una vaina
de tijeras,
una gasa,
un mal cabo
de navaja,
tres clavijas
de guitarra
y otras muchas
zarandajas.
«¿Qué tal? -dijo-.
Vaya, hermana,
¿no me envidia?
¿No se pasma?
A fe que otra
de mi casta
en riqueza
no me iguala».
   Nuestra mona
la miraba  
con un gesto
de bellaca,
y al fin dijo:
«¡Patarata!
Has juntado
lindas maulas.
Aquí tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda.
Si no, mira
mis quijadas.
Bajo de ellas,
camarada,
hay dos buches
o papadas
que se encogen
y se ensanchan.
Como aquello
que me basta,
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta.
Tú amontonas,
mentecata,
trapos viejos
y morralla;
mas yo, nueces,
avellanas,  
dulces, carne
y otras cuantas
provisiones
necesarias».

    Y esta mona
redomada
¿habló sólo
con la urraca?
Me parece
que más habla
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas
y farrago  
sin sustancia.

El ruiseñor y el gorrión

Nadie crea saber tanto que no tenga más que aprender


ArribaAbajo   Siguiendo el son del organillo un día,
tomaba el ruiseñor lección de canto,
y a la jaula llegándose entretanto
el gorrión parlero, así decía:
«¡Cuánto me maravillo 5
de ver que de ese modo
un pájaro tan diestro
a un discípulo tiene por maestro!
Porque, al fin, lo que sabe el organillo
a ti lo debe todo». 10
«A pesar de eso -el ruiseñor replica-,
si él aprendió de mí, yo de él aprendo.
A imitar mis caprichos él se aplica;
yo los voy corrigiendo
con arreglarme al arte que él enseña; 15
y así pronto verás lo que adelanta
un ruiseñor que con escuela canta».

   ¿De aprender se desdeña
el literato grave?
Pues más debe estudiar el que más sabe. 20


El jardinero y su amo

La perfección de una obra consiste en la unión de lo útil y lo agradable

En un jardín de flores
había una gran fuente,
cuyo pilón servía
de estanque a carpas, tencas y otros peces.

   Únicamente al riego 5
el jardinero atiende,
de modo que entretanto
los peces agua en que vivir no tienen.

   Viendo tal desgobierno,
su amo le reprende, 10
pues, aunque quiere flores,
regalarse con peces también quiere;

   y el rudo jardinero
tan puntual le obedece,
que las plantas no riega 15
para que el agua del pilón no merme.

   Al cabo de algún tiempo
el amo al jardín vuelve;
halla secas las flores,
y amostazado dice de esta suerte: 20

   «Hombre, no riegues tanto,
que me quede sin peces,
ni cuides tanto de ellos
que sin flores, gran bárbaro, me dejes».

   La máxima es trillada, 25
mas repetirse debe:
si al pleno acierto aspiras,
une la utilidad con el deleite.

Los dos tordos

No se han de apreciar los libros por su bulto ni su tamaño

Persuadía un tordo abuelo,
lleno de años y prudencia,
a un tordo, su nietezuelo,
mozo de poca experiencia,
a que, acelerando el vuelo, 5
viniese con preferencia
hacia una poblada viña,
e hiciese allí su rapiña.
    «¿Esa viña dónde está?
-le pregunta el mozalbete-; 10
¿y qué fruto es el que da?»
«Hoy te espera un gran banquete
-dice el viejo-. Ven acá;
aprende a vivir, pobrete».
Y no bien lo dijo, cuando 15
las uvas le fue enseñando.
   Al verlas saltó el rapaz:
«¿Y ésta es la fruta alabada
de un pájaro tan sagaz?
¡Qué chica! ¡Qué desmedrada! 20
¡Ea, vaya! Es incapaz
que eso pueda valer nada.
Yo tengo fruta mayor
en una huerta, y mejor».
   «Veamos -dijo el anciano-, 25
aunque sé qué más valdrá
de mis uvas sólo un grano».
A la huerta llegan ya,
y el joven exclama ufano:
«¡Qué fruta! ¡Qué gorda está! 30
¿No tiene excelente traza?»
¿Y qué era? ¡Una calabaza!

   Que un tordo en aqueste engaño
caiga, no lo dificulto;
pero es mucho más extraño 35
que hombre tenido por culto
aprecie por el tamaño
los libros, y por el bulto.
Grande es, si es buena, una obra;
si es mala, toda ella sobra. 40



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