domingo, 30 de agosto de 2015

Gerard Manley Hopkins, Antología

Gerard Manley Hopkins (Essex, 1844-Dublin, 1879)

Ramas de Fresno

Nada de lo que veo, rodando por el mundo, 
nutre más el espíritu o alienta hondas palabras
que un árbol con sus ramas abiertas hacia el cielo.
Estas ramas de fresno: si apretadas y firmes en invierno,
en tiernas crestas de  húmedas pestañas se despliegan
y anidan nuevas en los cielos altos.

Ellas tocan el cielo, tamborean; ¡cómo arañan sus garras
la espejeante bóveda enorme del invierno! Marzo en ellas
funde nieve y azul, y un hilo roto de verdor ajado.
Es nuestra vieja tierra aupándose, escalando a tientas
al escarpado cielo de quien nos ha engendrado.


Hurras por la cosecha

Ya termina el verano; ya en bárbara hermosura
en redor se levantan las gavillas.
Cómo va el viento. Qué amable compostura
las nubes de algodón. ¿Alguna vez formaron
más esponjosos, libres, ondulados
torbellinos de harina por los cielos?
Voy, me elevo, levanto el corazón, los ojos.
Miro toda esa gloria que en los cielos espiga al Salvador.
Y ojos, corazón, ¿qué miradas, qué labios
alguna vez os dieron, más exacta y ardiente,
respuesta a vuestro amor?
Y las lomas colgadas del azul son su hombro;
de Él, que sostiene con majestad el mundo,
robusto garañón, dulce, violeta.
Todo eso estaba aquí, mas no quien lo mirase.
Al reunirse los dos le nacen alas
al corazón y a Él corre, se levanta.
Toda la tierra es poca para alzarla a sus pies.  



El mar y la alondra

A mi lado dos sones muy viejos, inmortales.
A la derecha, olas rompen contra la playa
con un vaivén crispado o silencioso,
eterno mientras crezca la luna o se retire.

A izquierda, desde tierra, oigo subir la alondra.
Su alborotado, fresco acorde serpentea
en rizos, libre, y gira en remolinos, y derrocha
su música y la vierte, hasta agotarla toda y consumirse.

Ellos dos avergüenzan nuestra ciudad trivial.
Claman contra este tiempo turbio y sórdido.  
Y nosotros, orgullo de la vida y ansiosos de corona,

perdimos la alegría, el esplendor primero de la tierra.
Nuestro ajetreo y descanso se deshacen, y el polvo
deprisa fluye al barro original del hombre.

No hay comentarios: