jueves, 28 de diciembre de 2017

La carga del hombre blanco, de Rudyard Kipling, y traducción

En la ratificación del Tratado de París de EE. UU.  con España en 1898 tras la guerra, España tenía que renunciar a su soberanía sobre las Islas Filipinas. A ese efecto, el Senador Tillman preguntó:

¿Por qué nos empeñamos en imponerles una civilización que no les conviene, y que solo significa, en su opinión, degradación y pérdida de respeto propio, que es peor que la pérdida de la vida misma?

Cuatro días después, el 11 de febrero de 1899, el Congreso de Estados Unidos ratificó el "Tratado de Paz entre los Estados Unidos de América y el Reino de España" (Tratado de París, 1898), que estableció la jurisdicción imperial americana sobre el archipiélago de las Islas Filipinas , en el Océano Pacífico, cerca del continente asiático. Y Rudyard Kipling, que había compuesto este poema días antes para ofrecérselo a Roosevelt como una justificación del imperialismo  anglosajón y de la colonización, lo publicó un día antes, el once de febrero y luego lo incluyó en su poemario The Five Nations (1903). Rubén Darío lo contestó su "A Roosevelt"

The White Man's Burden


Take up the White Man's burden —

Send forth the best ye breed —

Go bind your sons to exile

To serve your captives' need;

To wait in heavy harness,

On fluttered folk and wild —

Your new-caught, sullen peoples,

Half-devil and half-child.


Take up the White Man's burden —

In patience to abide,

To veil the threat of terror

And check the show of pride;

By open speech and simple,

An hundred times made plain

To seek another's profit,

And work another's gain.


Take up the White Man's burden —

The savage wars of peace —

Fill full the mouth of Famine

And bid the sickness cease;

And when your goal is nearest

The end for others sought,

Watch sloth and heathen Folly

Bring all your hopes to nought.


Take up the White Man's burden —

No tawdry rule of kings,

But toil of serf and sweeper —

The tale of common things.

The ports ye shall not enter,

The roads ye shall not tread,

Go mark them with your living,

And mark them with your dead.


Take up the White Man's burden —

And reap his old reward:

The blame of those ye better,

The hate of those ye guard —

The cry of hosts ye humour

(Ah, slowly!) toward the light: —

"Why brought he us from bondage,

Our loved Egyptian night?"


Take up the White Man's burden —

Ye dare not stoop to less — Nor call too loud on Freedom

To cloak your weariness;

By all ye cry or whisper,

By all ye leave or do,

The silent, sullen peoples

Shall weigh your gods and you.


Take up the White Man's burden —

Have done with childish days —

The lightly profferred laurel,

The easy, ungrudged praise.


Comes now, to search your manhood

Through all the thankless years

Cold, edged with dear-bought wisdom,

The judgment of your peers!


LA CARGA DEL HOMBRE BLANCO


Lleve la carga del hombre blanco:

envíe lo mejor de su raza,

condene a sus hijos al exilio

para servir la necesidad de los cautivos;

soporte bajo pesados arneses

a gente revuelta y salvaje,

a pueblos nuevos e iracundos

medio diablos y medio niños.


Lleve la carga del hombre blanco

con paciencia, para perdurar,

para velar la amenaza del horror;

y contemple las muestras de orgullo;

con discurso franco y simple,

cien veces más claro,

para buscar el beneficio de otro

y trabajar en la ganancia de otro.


Lleve la carga del hombre blanco,

las guerras salvajes de la paz

llene la boca del hambre

y haga que cese la enfermedad;

y, cuando su objetivo esté más cerca,

el propósito buscado para otros,

contemple la pereza y la locura paganas

y conduzca sus enteras esperanzas a la nada.


Lleve la carga del hombre blanco

sin impuras reglas de reyes,

sino con el trabajo de siervos y barrenderos,

historia de cosas comunes;

y los puertos donde no entre,

los caminos que no pisemos,

vaya a señalarlos con su vida

vaya a señalarlos con sus muertos.


Lleve la carga del hombre blanco

y coseche su antigua recompensa:

la culpa de a quienes sea mejor,

el odio de los que guarde

el grito de los anfitriones

"¡eh, despacio!" hacia la luz

-"¿Por qué nos sacó de la esclavitud,

de nuestra amada noche egipcia?"


Lleve la carga del hombre blanco:

no atreverse a ser menos,

no buscar la desmedida libertad

para ocultar el cansancio

por todo lo que llora o gime,

por todo lo que se deja o se hace;

los pueblos silenciosos y malhumorados

harán pesar sus dioses sobre usted.


Lleve la carga del hombre blanco

y hágalo en los días de su infancia

el laurel de ligero proferido

y fácil el elogio sin las trabas.


Y llegue ahora, para buscar su virilidad

tras todos estos años ingratos,

aterido, y bien cubierto de querida sabiduría,

¡al juicio de sus pares!


Este poema se ganó las críticas de Mark Twain, William James y Joseph Conrad entre otros. Rubén Darío lo respondió en cierta manera con este "A Roosevelt" de Cantos de vida y esperanza (1905)

A Roosevelt

¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; 
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. 
Y domando caballos, o asesinando tigres, 
eres un Alejandro-Nabucodonosor. 
(Eres un profesor de energía, 
como dicen los locos de hoy.) 
Crees que la vida es incendio, 
que el progreso es erupción; 
en donde pones la bala 
el porvenir pones. 
No. 

Los Estados Unidos son potentes y grandes. 
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor 
que pasa por las vértebras enormes de los Andes. 
Si clamáis, se oye como el rugir del león. 
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». 
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol 
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. 
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; 
y alumbrando el camino de la fácil conquista, 
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 

Mas la América nuestra, que tenía poetas 
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, 
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, 
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; 
que consultó los astros, que conoció la Atlántida, 
cuyo nombre nos llega resonando en Platón, 
que desde los remotos momentos de su vida 
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, 
la América del gran Moctezuma, del Inca, 
la América fragante de Cristóbal Colón, 
la América católica, la América española, 
la América en que dijo el noble Guatemoc: 
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América 
que tiembla de huracanes y que vive de Amor, 
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. 
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. 
Tened cuidado. ¡Vive la América española! 
Hay mil cachorros sueltos del León Español. 
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, 
el Riflero terrible y el fuerte Cazador, 
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 


Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

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