Ha fallecido la poetisa estadounidense Louise Glück
Madre e hijo
Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.
Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.
Soñamos; no recordamos.
La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.
Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.
Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.
Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.
Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:
¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?
Del poemario Las siete edades (2011, traducido por Mirta Rosenberg)
Puesta de sol
En el mismo instante en que se pone el sol,
un granjero quema hojas secas.
No es nada, este fuego.
Es cosa pequeña, controlada,
como una familia gobernada por un dictador.
Aun así, cuando arde,
el granjero desaparece;
es invisible desde el camino.
Comparados con el sol, aquí todos los fuegos
son breves, cosa de aficionados;
se acaban cuando se consumen las hojas.
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.
Pero la muerte es real.
Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,
hubiera hecho crecer el campo y entonces
hubiera inspirado la quema de la tierra.
Así que ahora puede ponerse.
Del poemario Una vida de pueblo (2020, traducido por Adelber Salas)
La canción de Penélope
Pequeña alma, siempre desvestida,
haz esto que te ordeno, trepa
por los estantes de las ramas del abeto;
aguarda en la copa, atenta, como un
centinela o un vigía. Pronto llegará a casa;
te corresponde a ti ser
generosa. Tampoco tú has sido del todo
perfecta; con tu problemático cuerpo
has hecho cosas de las que no deberías
hablar en los poemas. Así que
llámalo a través del mar abierto, del mar resplandeciente
con tu canción oscura, con tu avariciosa,
forzada canción: apasionada,
como María Callas. ¿Quién
no te desearía? ¿A qué apetito
demoniaco no corresponderías? Pronto
regresará de allí por donde transcurra su viaje,
bronceado por el tiempo fuera de casa, reclamando
su pollo asado. Ah, tendrás que darle la bienvenida,
tendrás que sacudir las ramas del árbol
para captar su atención,
pero con cuidado, con cuidado, no sea
que desfiguren su hermoso rostro
demasiadas agujas al caer.
Del poemario Praderas (2017, traducido por Andrés Catalán)
Antes de la tormenta
Habrá lluvia mañana, pero esta noche el cielo está despejado,
brillan las estrellas.
Aun así, se acerca la lluvia,
quizás suficiente para ahogar las semillas.
Hay un viento que empuja a las nubes desde el mar;
antes de verlas, sientes el viento.
Mejor miras los campos ahora,
observa cómo se ven antes de que se inunden.
Luna llena. Ayer, una oveja escapó al bosque,
y no cualquier oveja: el carnero, el futuro entero.
Si lo vemos de nuevo, veremos sus huesos.
La hierba se estremece un poco; tal vez el viento pasa a través de ella.
Y las nuevas hojas de los olivos tiemblan del mismo modo.
Ratones en los campos. Donde cace el zorro,
habrá sangre mañana en la hierba.
Pero la tormenta, la tormenta la lavará.
En una ventana, hay un chico sentado.
Lo mandaron a dormir, en su opinión, demasiado temprano. Así que se sienta junto a la ventana;
ahora todo está resuelto.
Donde estés es donde dormirás, donde despertarás la mañana siguiente.
Del poemario Una vida de pueblo
Un mito sobre la inocencia
Un verano sale al campo, como de costumbre,
se para un momento en el estanque donde suele
mirarse para ver si detecta algún cambio.
Ve a la misma persona, la túnica horrible
de su condición de hija aún sobre sus hombros.
En el agua el sol parece estar al lado.
Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía.
Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente.
Piensa: Nunca estoy sola
y hace del pensamiento una plegaria.
La muerte viene así, como respuesta a una plegaria.
Nadie puede ya entender lo hermoso que él era.
Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí,
delante de su tío.
Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos.
Eso es lo último que recuerda claramente.
Después el dios oscuro se la llevó.
Recuerda también, de un modo menos claro,
la terrible intuición de que ya jamás podría
vivir sin él.
Fragmento del poemario Averno (2011, traducido por Ruth Miguel Franco y Abraham Gragera)
Amor bajo la luz de la luna
A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación
a otra persona, a eso lo llaman
alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.
(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)
Afuera, la tarde de verano, todo un mundo
arrojado a la luna: grupos de formas plateadas
que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín
donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,
la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio
transformada en aleación de luz de luna,
forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma
llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,
tomada de otra fuente, y brilla
unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,
la luna sigue estando más que viva.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
El espino
Al lado tuyo, pero no
de tu mano: así te miro
andar por el jardín
de verano: las cosas
que no pueden moverse
aprenden a mirar. No necesito
perseguirte a través
del jardín; en cualquier parte
los humanos dejan
señal de lo que sienten, flores
esparcidas en el polvo del camino, todas
blancas y doradas, algunas
levemente alzadas
por el viento de la tarde. No necesito
seguirte adonde estás ahora,
hundido en la ponzoña de este campo, para
saber la causa de tu huida, de tu humana
pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa
dejarías caer todo aquello
que has acumulado?
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
El iris salvaje
Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
Escila
No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas
azules y celestes como
una crítica al cielo: ¿por qué
atesoras tu voz
si ser algo es lo que sigue
a no ser nada?
¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír
algo así como un eco de la voz
de dios? Sois todos iguales:
solitarios, de pie sobre nosotras, planificando
vuestras vidas absurdas; vais
donde se os manda, como todas las cosas,
donde el viento os plante, unos y otros
mirando siempre
hacia abajo, viendo alguna imagen
del agua y escuchando qué: olas,
y sobre las olas, pájaros cantando.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
Lamium
Así se vive cuando tienes un corazón helado.
Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,
bajo las copas inmensas de los arces.
El sol apenas me alcanza.
A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.
Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.
Siento su brillo entre las hojas, vacilante,
como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.
No todos necesitan de la luz
en igual medida. Algunos
creamos nuestra propia luz: una hoja plateada
como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata
poco profundo bajo la oscuridad de los arces.
Pero esto ya lo sabes.
Tú y aquellos que piensan
que viven por la verdad, y en consecuencia,
aman todo lo que es frío.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
Maitines
Perdóname si digo que te amo: a los poderosos
se les engaña siempre, los débiles
son siempre manejados por el miedo. No puedo amar
lo que no puedo concebir, y tú no revelas
virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,
siempre la misma cosa en el mismo lugar,
o a la dedalera inconsistente, que brota primero
como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,
y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves
lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia
en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable
rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar
que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres
que pensemos? , ¿lo que explica el silencio esta mañana,
los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos
que en el patio no pelean?
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
Maitines 2
Ocurre contigo que eres como los abedules:
no debo hablarte
de modo personal. Muchas
cosas han pasado entre nosotros. ¿O
sólo me ocurrieron a mí? Me
siento culpable, culpable, te pedí
humanidad; no soy más menesterosa
que los otros. Pero la ausencia
de todo sentimiento, de la menor
preocupación por mí... También podría
dirigirme a los abedules
como en mi vida anterior: dejemos
que lo hagan del peor modo, déjales
que me entierren con los románticos,
que sus hojas amarillas y afiladas
caigan sobre mí
y me cubran.
De "Iris salvaje", versión de EduardoChirinos
Maitines 4
¿Qué es mi corazón para ti
si debes romperlo una y otra vez
como el sembrador que pone a prueba
sus nuevas especies? Experimenta
algo más: cómo puedo vivir
en las colonias, como a ti te gusta, si me impones
una cuarentena de dolor, apartándome
de los miembros saludables de
mi propia tribu: eso no se hace
en un jardín, apartar
la rosa enferma; permítele ondear sus sociables
e infectadas hojas
de cara a las demás, que los minúsculos áfidos
brinquen de planta en planta, probando de nuevo
que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue
al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,
como agente de mi soledad, alivia
al menos mi culpa, levanta
el estigma del aislamiento; a menos
que sea tu designio fortalecerme
otra vez, como fui
fuerte y plena en mi infancia equivocada,
bajo la leve luz
del corazón de mi madre,
o en el sueño,
el primer ser que nunca moriría.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
Malahierba
Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.
Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?
Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.
Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.
No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.
No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.
Y yo conformaré el campo.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos
Nieve de primavera
Mira el cielo nocturno:
en mí poseo dos personas, dos clases de poder.
Estoy aquí contigo, en la ventana,
observando tu reacción. Ayer
la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.
Hoy la tierra brilla igual que la luna,
como materia muerta, encostrada de luz.
Ahora puedes ya cerrar los ojos.
He escuchado tus llantos, también
los llantos anteriores a los tuyos,
y he sido sensible a sus demandas.
Te mostré lo que querías:
no la convicción sino el sometimiento
a la autoridad, que descansa en la violencia.
De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos.
Amante de las flores
En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de
ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…
Del libro Ararat (1990). Traducción de Abraham Gragera López. Pre-Textos, 2008.
Lago en el cráter
Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.
Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.
Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.
Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.
De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice
y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.
Del libro Averno (2006). Traducción de Abraham Gragera López y Ruth Miguel Franco. Pre-Textos, 2011
Las siete edades
En mi primer sueño el mundo parecía
lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce
En mi segundo sueño descendía,
era humana, no veía nada de nada
bestia como soy
debía tocarlo, contenerlo
me escondí en la arboleda,
trabajé en los campos hasta que quedaron yermos
un tiempo
que nunca volverá-
el trigo seco en gravillas, cajones
de higos y aceitunas
Hasta amé alguna vez, a mi manera
repugnante, humana
y como todo el mundo llamé a ese logro
libertad erótica,
por absurdo que parezca
El trigo cosechado, almacenado; seca
la última fruta: el tiempo
que se acumula, sin usar,
¿también termina?
Del libro Las siete edades (2001). Traducción de Mirta Rosenberg. Pre-Textos, 2011
La decisión de Odiseo
El gran hombre le da la espalda a la
isla.
Su muerte no sucederá ya en el
paraíso
ni volverá a oír
los laudes del paraíso entre los olivos,
junto a las charcas cristalinas bajo los cipreses.
Da
comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez
ese latido que es la narración
del mar, al alba cuando su atracción es más
fuerte.
Lo que nos trajo hasta aquí
nos sacará de aquí; nuestra nave
se mece en el agua teñida del puerto.
Ahora el hechizo ha concluido.
Devuélvele su vida,
mar que sólo sabes avanzar.
Del libro Praderas (1996). Traducción de Andrés Catalán. Pre-Textos, 2017
El vestido
Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.
El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?
Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.
Del libro Vita nova (1999). Traducción de Mariano Peyrou. Pre-Textos, 2014
Ítaca
El amado no
necesita estar vivo. El amado
vive en la cabeza. El telar
es para los pretendientes, encordado
como un arpa con el hilo blanco de un sudario.
Él era dos personas.
Era el cuerpo y la voz, el magnetismo
natural de un hombre vivo, y después
el sueño o la imagen que despliega
y moldea la mujer que trabaja el telar,
sentada allí, en un salón lleno
de hombres sin imaginación.
Igual que te compadeces
del engañado mar que intentó
llevárselo para siempre
y solamente se llevó al primero,
al verdadero marido, debes
compadecerte de estos hombres: no saben
qué es lo que están mirando;
no saben que cuando uno ama de esta forma
un sudario es un traje de novia.
***
Parábola de la bestia
El gato ronda por la cocina
con un pájaro muerto,
su nueva posesión.
Alguien debería hablarle
de ética al gato mientras este
husmea el lacio pajarillo:
en esta casa
no ejercemos
la voluntad de este modo.
Cuéntale eso al animal,
con sus dientes ya
clavados en la carne de otro animal.
***
Parábola del vuelo
Una bandada de pájaros abandona la ladera de la montaña.
Negros en la tarde primaveral, dorados a principios de verano,
se elevan sobre la lisa superficie de la laguna.
¿Por qué el joven se inquieta de repente,
por qué decae la atención en su pareja?
Su corazón ya no está del todo dividido; intenta pensar
en cómo decir esto con cierta compasión.
Ahora oímos las voces de los demás al cruzar la biblioteca
hacia la veranda, la galería de verano; los vemos
sentarse como siempre en las diversas hamacas y sillas,
las blancas sillas de madera de la vieja casa, mientras recolocan
los cojines de rayas.
¿Importa acaso a dónde van los pájaros? ¿Importa acaso
de qué especie son?
Se marchan de aquí, de eso se trata,
primero sus cuerpos, luego sus tristes gritos.
Y, desde ese momento, dejan de existir para nosotros.
Debes empezar a pensar en nuestra pasión de esa manera.
Cada beso fue real, después
cada beso abandonó la faz de la tierra.
***
Bañador morado
Me gusta verte trabajar en el jardín
mientras me das la espalda con tu bañador morado:
tu espalda es mi parte favorita de tu cuerpo,
la parte que está más alejada de tu boca.
Harías bien en pensar un poco en esa boca.
También en tu forma de quitar las malas hierbas,
rompiendo los tallos a nivel del suelo
cuando deberías arrancarlas de raíz.
¿Cuántas veces tengo que explicarte
cómo se esparce la hierba, a pesar
de tu montoncito, en una masa oscura que
al alisar la superficie has acabado
por ocultar del todo? Cuando te veo
con la mirada perdida en las ordenadas
hileras de la huerta, aplicándote
aparentemente a fondo cuando en realidad
haces el peor trabajo posible, pienso
que eres una irritante cosita morada
y que me gustaría que te esfumaras de la faz de la tierra
porque eres todo lo equivocado de mi vida
y te necesito y te merezco.
***
El deseo
¿Recuerdas aquella vez que pediste un deseo?
Pido un montón de deseos.
La vez que te mentí
sobre la mariposa. Siempre me he preguntado
qué deseo pediste.
¿Qué deseo piensas que pedí?
No lo sé. Que yo regresara, que
de alguna manera al final acabáramos juntos.
Pedí lo que pido siempre.
Pedí otro poema.
Autora: Louise Glück. Traductor: Andrés Catalán. Título: Meadowlands. Editorial: Visor Libros.
Mañana lluviosa
No amas el mundo.
Si amaras el mundo habría
imágenes en tus poemas.
John ama el mundo. Tiene
un lema: no juzgues
si no quieres ser juzgado. No
discutas este punto
con la teoría de que no es posible
amar lo que uno renuncia
a comprender: renunciar
al discurso no significa
suprimir la percepción.
Fíjate en John, fuera en el mundo,
corriendo incluso en un día miserable
como hoy. Que
elijas no mojarte se parece a la patética
preferencia del gato por cazar aves muertas: completamente
consistente con tus dóciles temas espirituales,
el otoño, la pérdida, la oscuridad, etc.
Todos podemos escribir sobre el sufrimiento
con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente
algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina
pasión por la carne roja.
La terquedad de Penélope
Un pájaro llega a la ventana. Es un error
considerarlos solamente
pájaros, muy a menudo son
mensajeros. Por eso, una vez
se precipitan sobre el alfeizar, se quedan
perfectamente quietos, para burlarse
de la paciencia, alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita, un aviso
de cuatro notas, para volar luego
del alfeizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas
y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad? Aquellos
que tienen el corazón más diminuto son dueños
de la mayor libertad.
La mariposa
Mira, una mariposa. ¿Pediste un deseo?
Uno no pide deseos a las mariposas.
Tú hazlo. ¿Pediste uno?
Sí.
Pues no cuenta.
[Los tres poemas anteriores son de Pradera]
LOS NIÑOS AHOGADOS
Ves, no tienen juicio.
Así que es natural que se ahoguen,
primero se los tragó el hielo
y después, todo el invierno, sus bufandas de lana
flotaban tras ellos mientras se hundían
hasta que al fin se quedaron quietos,
y la laguna los alzaba con sus múltiples y oscuras manos.
Pero la muerte deberá llegarles de una forma diferente,
tan parecida al comienzo,
a pesar de que siempre habían sido
ciegos y ligeros. Por eso
el resto es soñado, la lámpara,
la gran manta blanca que cubría la mesa,
sus cuerpos.
Y aún escuchan los nombres que usaban
como señuelos deslizándose sobre la laguna:
¿Qué estás esperando?
Vuelve a casa, vuelve a casa, perdidos
en las aguas, azules y permanentes.
De: Descending Figure (1980)
MÚSICA CELESTIAL
Tengo una amiga que aún cree en el cielo.
No es tonta, incluso con todo lo que sabe, literalmente habla con Dios.
Piensa que alguien escucha en el cielo.
En la tierra es inusualmente competente,
valiente también, dispuesta a enfrentar la adversidad.
Encontramos en el suelo una oruga en agonía: las hambrientas hormigas trepaban sobre ella.
Me conmueve siempre el desastre, siempre dispuesta a resistirme a la vitalidad,
aunque también con timidez, lista para cerrar los ojos;
mientras mi amiga podía esperar y dejar que los eventos pasaran
según la naturaleza. Para mi consuelo, ella intervino
quitando algunas hormigas encima del animal caído, y la puso
al lado del camino.
Mi amiga dice que yo cierro mis ojos a Dios, que solo eso explica
mi aversión a la realidad. Dice que soy como un niño que entierra su cabeza en la almohada
para no ver, el niño que se dice a sí mismo
que la luz produce tristeza.
Mi amiga es como la madre. Paciente, exhortando a
que me despierte adulto como ella, una persona osada.
En mis sueños, mi amiga me reprocha. Estamos yendo
por el mismo camino, aunque ahora es invierno;
me está diciendo que cuando uno ama al mundo escucha la música celestial:
mira arriba, dice. Cuando miro arriba, no hay nada.
Solo nubes, nieve, un blanco movimiento en los árboles
como novias saltando a gran altura.
Entonces temo por ella; la veo
atrapada en una red puesta intencionalmente sobre la tierra.
En la realidad, nos sentamos al lado del camino, viendo el sol caer;
de rato en rato un canto de pájaro atraviesa el silencio.
En este momento ambas tratamos de explicar el hecho de
que estamos en paz con la muerte y la soledad.
Mi amiga dibuja un círculo en la tierra; dentro, la oruga no se mueve.
Siempre está tratando de hacer algo definitivo, hermoso, una imagen
que exista separada de ella.
Nos quedamos muy calladas. Es muy tranquilo sentarse aquí, sin hablar, la composición
fija, el camino que se vuelve oscuro de repente, el aire
que se enfría, aquí y allá las rocas brillan y relumbran.
Esta es la quietud que ambas amamos.
El amor de la forma es el amor de los finales.
De: Ararat (1990)
EL IRIS SALVAJE
Al final de mi sufrimiento
había una puerta.
Escúchame bien: aquello que llamas muerte
recuerdo.
Sobre mí, ruidos, ramas de un pino moviéndose.
Luego nada. El débil sol
parpadeaba sobre la superficie seca.
Es terrible sobrevivir
como conciencia
enterrada en la oscura tierra.
Luego se acabó: aquello que temes, ser
un espíritu, incapaz de
hablar, terminar abruptamente, la rígida tierra
se inclina un poco. Y lo que pensé eran
aves lanzándose sobre los bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
tu paso desde el otro mundo
podría decírtelo otra vez: lo que sea
que regrese del olvido vuelve
para encontrar una voz:
desde el centro de mi vida vino
una gran fuente, sombras de azul intenso
en celeste agua de mar.
De: The Wild Iris (1992)
UNA AVENTURA
1.
Se me ocurrió una noche mientras quedaba dormida,
que había terminado con esas aventuras amorosas
de las que fui largo tiempo esclava. ¿Acabada para el amor?
mi corazón murmuró, a lo que respondí que muchos densos descubrimientos
nos aguardaban, esperando, al mismo tiempo, que no se me pidiera
nombrarlos, porque no podría. Pero la convicción de que existían,
¿en realidad servía de algo?
2.
La siguiente noche trajo el mismo pensamiento,
esta vez vinculado a la poesía, y en las noches que siguieron
otras varias pasiones y sensaciones, de la misma forma,
se apartaron para siempre, y cada noche mi corazón
protestaba por su futuro, como cuando a un pequeño se le priva de su juguete favorito.
Pero estas despedidas, dije, son el curso de las cosas.
Y una vez más aludí al vasto territorio
que se abre ante nosotros con cada despedida. Y con esa frase me convertí
en un caballero glorioso que marcha hacia el crepúsculo, y mi corazón
se convirtió en el corcel sobre el cual cabalgaba.
3.
Yo estaba, como sabrás, ingresando al reino de la muerte,
aunque por qué este paisaje era tan convencional
no sabría decir. Aquí también los días eran muy largos
mientras los años cortos. El sol se hundía tras la distante montaña.
Las estrellas brillaban, la luna oscilaba. Pronto
los rostros del pasado aparecieron frente a mí:
mi madre y mi padre, mi pequeña hermana; ellos no habían, al parecer,
terminado lo que tenían que decir, aunque ahora
podía escucharlos porque mi corazón estaba tranquilo.
4.
En este punto alcancé el precipicio
aun no la senda, la vi descender hacia el otro lado;
aun habiéndose igualado al terreno, continuaba a esta altura,
tan lejos como el ojo puede ver, aunque gradualmente
la montaña que la sostenía se disolvió del todo
así que me encontré a mí misma cabalgando firmemente sobre el aire.
Por todas partes los muertos me alentaban, la alegría de encontrarlos
desaparecía por la labor de responderles.
5.
Así como todos fuimos de carne,
ahora éramos tiniebla.
Así como antes éramos objetos con sombra,
ahora éramos sustancia sin forma, químicos vaporizados.
Sho, sho, decía mi corazón,
o quizá no, no. Era difícil saber.
6.
Aquí acabó la visión. Estaba en mi cama, el sol de la mañana
se elevaba, el edredón de plumas
se apilaba sin criterio sobre la parte inferior de mi cuerpo.
Tú estuviste conmigo;
había una hendidura en la almohada de a lado.
Habremos escapado de la muerte,
o ¿sería esta la vista desde el precipicio?
De: Faithful and Virtuous Night (2014)