viernes, 13 de octubre de 2023

33 poemas de Louise Glück

Ha fallecido la poetisa estadounidense Louise Glück


Madre e hijo 

Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.


Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,

la familia que restringe.

Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.


Soñamos; no recordamos.


La máquina de la familia: pelaje oscuro,

selvas del cuerpo de la madre.

La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.


Y antes de eso: tierra y aire.

Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.


Y antes, células en una gran oscuridad.

Y antes de eso, el mundo tras un velo.


Para esto naciste: para silenciarme.

Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento

de ser fundamentales, de ser la obra maestra.


Yo improvisé, nunca recordé.

Ahora es tu turno de entrar en acción;

tú eres el que pide saber:


¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?

Células en una gran oscuridad.

Alguna máquina nos hizo;

es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:

¿para qué existo? ¿Para qué existo?


Del poemario Las siete edades (2011, traducido por Mirta Rosenberg)


Puesta de sol 

En el mismo instante en que se pone el sol,

un granjero quema hojas secas.


No es nada, este fuego.

Es cosa pequeña, controlada,

como una familia gobernada por un dictador.


Aun así, cuando arde,

el granjero desaparece;

es invisible desde el camino.


Comparados con el sol, aquí todos los fuegos

son breves, cosa de aficionados;

se acaban cuando se consumen las hojas.

Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.


Pero la muerte es real.

Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,

hubiera hecho crecer el campo y entonces

hubiera inspirado la quema de la tierra.


Así que ahora puede ponerse.


Del poemario Una vida de pueblo (2020, traducido por Adelber Salas)


La canción de Penélope 

Pequeña alma, siempre desvestida,

haz esto que te ordeno, trepa

por los estantes de las ramas del abeto;

aguarda en la copa, atenta, como un

centinela o un vigía. Pronto llegará a casa;

te corresponde a ti ser

generosa. Tampoco tú has sido del todo

perfecta; con tu problemático cuerpo

has hecho cosas de las que no deberías

hablar en los poemas. Así que

llámalo a través del mar abierto, del mar resplandeciente

con tu canción oscura, con tu avariciosa,

forzada canción: apasionada,

como María Callas. ¿Quién

no te desearía? ¿A qué apetito

demoniaco no corresponderías? Pronto

regresará de allí por donde transcurra su viaje,

bronceado por el tiempo fuera de casa, reclamando

su pollo asado. Ah, tendrás que darle la bienvenida,

tendrás que sacudir las ramas del árbol

para captar su atención,

pero con cuidado, con cuidado, no sea

que desfiguren su hermoso rostro

demasiadas agujas al caer.


Del poemario Praderas (2017, traducido por Andrés Catalán)


Antes de la tormenta 

Habrá lluvia mañana, pero esta noche el cielo está despejado,

brillan las estrellas.

Aun así, se acerca la lluvia,

quizás suficiente para ahogar las semillas.

Hay un viento que empuja a las nubes desde el mar;

antes de verlas, sientes el viento.

Mejor miras los campos ahora,

observa cómo se ven antes de que se inunden.


Luna llena. Ayer, una oveja escapó al bosque,

y no cualquier oveja: el carnero, el futuro entero.

Si lo vemos de nuevo, veremos sus huesos.


La hierba se estremece un poco; tal vez el viento pasa a través de ella.

Y las nuevas hojas de los olivos tiemblan del mismo modo.

Ratones en los campos. Donde cace el zorro,

habrá sangre mañana en la hierba.

Pero la tormenta, la tormenta la lavará.


En una ventana, hay un chico sentado.

Lo mandaron a dormir, en su opinión, demasiado temprano. Así que se sienta junto a la ventana;


ahora todo está resuelto.

Donde estés es donde dormirás, donde despertarás la mañana siguiente.


Del poemario Una vida de pueblo


Un mito sobre la inocencia 

Un verano sale al campo, como de costumbre,

se para un momento en el estanque donde suele

mirarse para ver si detecta algún cambio.

Ve a la misma persona, la túnica horrible

de su condición de hija aún sobre sus hombros.


En el agua el sol parece estar al lado.

Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía.

Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente.

Piensa: Nunca estoy sola

y hace del pensamiento una plegaria.

La muerte viene así, como respuesta a una plegaria.


Nadie puede ya entender lo hermoso que él era.

Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí,

delante de su tío.

Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos.


Eso es lo último que recuerda claramente.

Después el dios oscuro se la llevó.


Recuerda también, de un modo menos claro,

la terrible intuición de que ya jamás podría

vivir sin él.


Fragmento del poemario Averno (2011, traducido por Ruth Miguel Franco y Abraham Gragera)


Amor bajo la luz de la luna


A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación

a otra persona, a eso lo llaman

alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.

(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)

Afuera, la tarde de verano, todo un mundo

arrojado a la luna: grupos de formas plateadas

que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín

donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,

la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio

transformada en aleación de luz de luna,

forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma

llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,

tomada de otra fuente, y brilla

unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,

la luna sigue estando más que viva.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


El espino


Al lado tuyo, pero no

de tu mano: así te miro

andar por el jardín

de verano: las cosas

que no pueden moverse

aprenden a mirar. No necesito

perseguirte a través

del jardín; en cualquier parte

los humanos dejan

señal de lo que sienten, flores

esparcidas en el polvo del camino, todas

blancas y doradas, algunas

levemente alzadas

por el viento de la tarde. No necesito

seguirte adonde estás ahora,

hundido en la ponzoña de este campo, para

saber la causa de tu huida, de tu humana

pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa

dejarías caer todo aquello

que has acumulado?


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


El iris salvaje


Al final del sufrimiento

me esperaba una puerta.


Escúchame bien: lo que llamas muerte

lo recuerdo.


Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.

Y luego nada. El débil sol

temblando sobre la seca superficie.


Terrible sobrevivir

como conciencia,

sepultada en tierra oscura.


Luego todo se acaba: aquello que temías,

ser un alma y no poder hablar,

termina abruptamente. La tierra rígida

se inclina un poco, y lo que tomé por aves

se hunde como flechas en bajos arbustos.


Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podría volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz:


del centro de mi vida brotó

un fresco manantial, sombras azules

y profundas en celeste aguamarina.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


Escila


No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas

azules y celestes como

una crítica al cielo: ¿por qué

atesoras tu voz

si ser algo es lo que sigue

a no ser nada?

¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír

algo así como un eco de la voz

de dios? Sois todos iguales:

solitarios, de pie sobre nosotras, planificando

vuestras vidas absurdas; vais

donde se os manda, como todas las cosas,

donde el viento os plante, unos y otros

mirando siempre

hacia abajo, viendo alguna imagen

del agua y escuchando qué: olas,

y sobre las olas, pájaros cantando.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


Lamium


Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.


El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.


No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.


Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


Maitines


Perdóname si digo que te amo: a los poderosos

se les engaña siempre, los débiles

son siempre manejados por el miedo. No puedo amar

lo que no puedo concebir, y tú no revelas

virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,

siempre la misma cosa en el mismo lugar,

o a la dedalera inconsistente, que brota primero

como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,

y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves

lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia

en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable

rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar

que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres

que pensemos? , ¿lo que explica el silencio esta mañana,

los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos

que en el patio no pelean?


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


Maitines 2


Ocurre contigo que eres como los abedules:

no debo hablarte

de modo personal. Muchas

cosas han pasado entre nosotros. ¿O

sólo me ocurrieron a mí? Me

siento culpable, culpable, te pedí

humanidad; no soy más menesterosa

que los otros. Pero la ausencia

de todo sentimiento, de la menor

preocupación por mí... También podría

dirigirme a los abedules

como en mi vida anterior: dejemos

que lo hagan del peor modo, déjales

que me entierren con los románticos,

que sus hojas amarillas y afiladas

caigan sobre mí

y me cubran.


De "Iris salvaje", versión de EduardoChirinos

 

Maitines 4


¿Qué es mi corazón para ti

si debes romperlo una y otra vez

como el sembrador que pone a prueba

sus nuevas especies? Experimenta

algo más: cómo puedo vivir

en las colonias, como a ti te gusta, si me impones

una cuarentena de dolor, apartándome

de los miembros saludables de

mi propia tribu: eso no se hace

en un jardín, apartar

la rosa enferma; permítele ondear sus sociables

e infectadas hojas

de cara a las demás, que los minúsculos áfidos

brinquen de planta en planta, probando de nuevo

que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue

al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,

como agente de mi soledad, alivia

al menos mi culpa, levanta

el estigma del aislamiento; a menos

que sea tu designio fortalecerme

otra vez, como fui

fuerte y plena en mi infancia equivocada,

bajo la leve luz

del corazón de mi madre,

o en el sueño,

el primer ser que nunca moriría.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


Malahierba


Algo

llega al mundo sin ser bienvenido

y llama al desorden, al desorden.


Si tanto me odias

no te molestes en buscar

un nombre para mí: ¿necesitas

acaso un desdoro más

en tu lenguaje, otra

manera de culpar

a la tribu por todo?


Ambos lo sabemos,

si adoras a un dios, necesitas

sólo un enemigo.


Yo no soy el enemigo.

Sólo soy una treta para ignorar

lo que ves que sucede

aquí mismo en esta cama,

un pequeño paradigma

del fracaso. Una de tus preciosas flores

muere aquí casi a diario

y no podrás descansar

hasta enfrentarte a la causa, es decir,

a todo lo que queda,

a todo aquello que es más fuerte

que tu pasión personal.


No estaba escrito

permanecer para siempre en este mundo.

Pero por qué admitirlo, si puedes seguir

haciendo lo de siempre,

lamentándote y culpando,

las dos cosas a la vez.


No necesito que me alabes

para sobrevivir. Llegué aquí primero,

antes que tú, antes

de que sembraras un jardín.

y estaré aquí cuando el sol y la luna

se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.


Y yo conformaré el campo.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos


Nieve de primavera


Mira el cielo nocturno:

en mí poseo dos personas, dos clases de poder.


Estoy aquí contigo, en la ventana,

observando tu reacción. Ayer

la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.

Hoy la tierra brilla igual que la luna,

como materia muerta, encostrada de luz.


Ahora puedes ya cerrar los ojos.

He escuchado tus llantos, también

los llantos anteriores a los tuyos,

y he sido sensible a sus demandas.

Te mostré lo que querías:

no la convicción sino el sometimiento

a la autoridad, que descansa en la violencia.


De "Iris salvaje", versión de Eduardo Chirinos.


Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores.

Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:

sin flores, sólo herméticas fincas de hierba

con placas de granito en el centro:

las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras

llena de mugre algunas veces…

Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.


Pero en mi hermana, la cosa es distinta:

una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre

a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de

ladrillo.

Cada primavera, espera las flores.

Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende

que es mi madre quien paga; después de todo,

es su jardín y cada flor

es para mi padre. Ambas ven

la casa como su auténtica tumba.



No todo prospera en Long Island.

El verano es, a veces, muy caluroso,

y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.

Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,

eran tan frágiles…


Del libro Ararat (1990). Traducción de Abraham Gragera López. Pre-Textos, 2008.


Lago en el cráter

Entre el bien y el mal hubo una guerra.

Decidimos que el cuerpo fuese el bien.


Eso hizo que el mal fuese la muerte,

que el alma se volviera

completamente en contra de la muerte.


Como un soldado que desea

servir a un gran señor, el alma

desea cerrar filas con el cuerpo.


Se puso en contra de la oscuridad,

en contra de las formas de la muerte

que reconocía.


De dónde viene la voz

que dice: y si la guerra

fuese el mal, que dice


y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,

nos hizo tener miedo del amor.


Del libro Averno (2006). Traducción de Abraham Gragera López y Ruth Miguel Franco. Pre-Textos, 2011


Las siete edades

En mi primer sueño el mundo parecía

lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce

En mi segundo sueño descendía,


era humana, no veía nada de nada

bestia como soy


debía tocarlo, contenerlo


me escondí en la arboleda,

trabajé en los campos hasta que quedaron yermos


un tiempo

que nunca volverá-

el trigo seco en gravillas, cajones

de higos y aceitunas


Hasta amé alguna vez, a mi manera

repugnante, humana


y como todo el mundo llamé a ese logro

libertad erótica,

por absurdo que parezca


El trigo cosechado, almacenado; seca

la última fruta: el tiempo

que se acumula, sin usar,

¿también termina?


Del libro Las siete edades (2001). Traducción de Mirta Rosenberg. Pre-Textos, 2011


La decisión de Odiseo

El gran hombre le da la espalda a la

     isla.

Su muerte no sucederá ya en el

     paraíso

ni volverá a oír

los laudes del paraíso entre los olivos,

junto a las charcas cristalinas bajo los cipreses.

     Da

comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez

ese latido que es la narración

del mar, al alba cuando su atracción es más

     fuerte.

Lo que nos trajo hasta aquí

nos sacará de aquí; nuestra nave

se mece en el agua teñida del puerto.


Ahora el hechizo ha concluido.

Devuélvele su vida,

mar que sólo sabes avanzar.


Del libro Praderas (1996). Traducción de Andrés Catalán. Pre-Textos, 2017


El vestido

Se me secó el alma.

Como un alma arrojada al fuego,

pero no del todo,

no hasta la aniquilación. Sedienta,

siguió adelante. Crispada,

no por la soledad sino por la desconfianza,

el resultado de la violencia.


El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,

a quedar expuesto un momento,

temblando, como antes

de tu entrega a lo divino;

el espíritu fue seducido, debido a su soledad,

por la promesa de la gracia.

¿Cómo vas a volver a confiar

en el amor de otro ser?


Mi alma se marchitó y se encogió.

El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado

grande

para ella.

Y cuando recuperé la esperanza,

era una esperanza completamente distinta.


Del libro Vita nova (1999). Traducción de Mariano Peyrou. Pre-Textos, 2014


Ítaca


El amado no

necesita estar vivo. El amado

vive en la cabeza. El telar

es para los pretendientes, encordado

como un arpa con el hilo blanco de un sudario.


Él era dos personas.

Era el cuerpo y la voz, el magnetismo

natural de un hombre vivo, y después

el sueño o la imagen que despliega

y moldea la mujer que trabaja el telar,

sentada allí, en un salón lleno

de hombres sin imaginación.


Igual que te compadeces

del engañado mar que intentó

llevárselo para siempre

y solamente se llevó al primero,

al verdadero marido, debes

compadecerte de estos hombres: no saben

qué es lo que están mirando;

no saben que cuando uno ama de esta forma

un sudario es un traje de novia.


***


Parábola de la bestia 


El gato ronda por la cocina

con un pájaro muerto,

su nueva posesión.


Alguien debería hablarle

de ética al gato mientras este

husmea el lacio pajarillo:


en esta casa

no ejercemos

la voluntad de este modo.


Cuéntale eso al animal,

con sus dientes ya

clavados en la carne de otro animal.


***


Parábola del vuelo


Una bandada de pájaros abandona la ladera de la montaña.

Negros en la tarde primaveral, dorados a principios de verano,

se elevan sobre la lisa superficie de la laguna.


¿Por qué el joven se inquieta de repente,

por qué decae la atención en su pareja?

Su corazón ya no está del todo dividido; intenta pensar

en cómo decir esto con cierta compasión.


Ahora oímos las voces de los demás al cruzar la biblioteca

hacia la veranda, la galería de verano; los vemos

sentarse como siempre en las diversas hamacas y sillas,

las blancas sillas de madera de la vieja casa, mientras recolocan

los cojines de rayas.


¿Importa acaso a dónde van los pájaros? ¿Importa acaso

de qué especie son?

Se marchan de aquí, de eso se trata,

primero sus cuerpos, luego sus tristes gritos.

Y, desde ese momento, dejan de existir para nosotros.


Debes empezar a pensar en nuestra pasión de esa manera.

Cada beso fue real, después

cada beso abandonó la faz de la tierra.


***


Bañador morado


Me gusta verte trabajar en el jardín

mientras me das la espalda con tu bañador morado:

tu espalda es mi parte favorita de tu cuerpo,

la parte que está más alejada de tu boca.


Harías bien en pensar un poco en esa boca.

También en tu forma de quitar las malas hierbas,

rompiendo los tallos a nivel del suelo

cuando deberías arrancarlas de raíz.


¿Cuántas veces tengo que explicarte

cómo se esparce la hierba, a pesar

de tu montoncito, en una masa oscura que

al alisar la superficie has acabado

por ocultar del todo? Cuando te veo


con la mirada perdida en las ordenadas

hileras de la huerta, aplicándote

aparentemente a fondo cuando en realidad

haces el peor trabajo posible, pienso


que eres una irritante cosita morada

y que me gustaría que te esfumaras de la faz de la tierra

porque eres todo lo equivocado de mi vida

y te necesito y te merezco.


***


El deseo


¿Recuerdas aquella vez que pediste un deseo?


Pido un montón de deseos.


La vez que te mentí

sobre la mariposa. Siempre me he preguntado

qué deseo pediste.


¿Qué deseo piensas que pedí?


No lo sé. Que yo regresara, que

de alguna manera al final acabáramos juntos.


Pedí lo que pido siempre.

Pedí otro poema.


Autora: Louise Glück. Traductor: Andrés Catalán. Título: Meadowlands. Editorial: Visor Libros. 



Mañana lluviosa

 

No amas el mundo.


Si amaras el mundo habría

imágenes en tus poemas.


John ama el mundo. Tiene

un lema: no juzgues

si no quieres ser juzgado. No

discutas este punto

con la teoría de que no es posible

amar lo que uno renuncia

a comprender: renunciar

al discurso no significa

suprimir la percepción.


Fíjate en John, fuera en el mundo,

corriendo incluso en un día miserable

como hoy. Que

elijas no mojarte se parece a la patética

preferencia del gato por cazar aves muertas: completamente

consistente con tus dóciles temas espirituales,

el otoño, la pérdida, la oscuridad, etc.

Todos podemos escribir sobre el sufrimiento

con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente

algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina

pasión por la carne roja.


La terquedad de Penélope


Un pájaro llega a la ventana. Es un error

considerarlos solamente

pájaros, muy a menudo son

mensajeros. Por eso, una vez

se precipitan sobre el alfeizar, se quedan

perfectamente quietos, para burlarse

de la paciencia, alzando la cabeza para cantar

pobrecita, pobrecita, un aviso

de cuatro notas, para volar luego

del alfeizar al olivar como una nube oscura.


¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana

a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas

y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad

cuando tengo humanidad? Aquellos

que tienen el corazón más diminuto son dueños

de la mayor libertad.



La mariposa


Mira, una mariposa. ¿Pediste un deseo?

              Uno no pide deseos a las mariposas.

Tú hazlo. ¿Pediste uno?

              Sí.

Pues no cuenta.


[Los tres poemas anteriores son de Pradera]


LOS NIÑOS AHOGADOS


Ves, no tienen juicio.

Así que es natural que se ahoguen,

primero se los tragó el hielo

y después, todo el invierno, sus bufandas de lana

flotaban tras ellos mientras se hundían

hasta que al fin se quedaron quietos,

y la laguna los alzaba con sus múltiples y oscuras manos.


Pero la muerte deberá llegarles de una forma diferente,

tan parecida al comienzo,

a pesar de que siempre habían sido

ciegos y ligeros. Por eso

el resto es soñado, la lámpara,

la gran manta blanca que cubría la mesa,

sus cuerpos.


Y aún escuchan los nombres que usaban

como señuelos deslizándose sobre la laguna:

¿Qué estás esperando?

Vuelve a casa, vuelve a casa, perdidos

en las aguas, azules y permanentes.


De: Descending Figure (1980)



MÚSICA CELESTIAL


Tengo una amiga que aún cree en el cielo.

No es tonta, incluso con todo lo que sabe, literalmente habla con Dios.

Piensa que alguien escucha en el cielo.

En la tierra es inusualmente competente,

valiente también, dispuesta a enfrentar la adversidad.


Encontramos en el suelo una oruga en agonía: las hambrientas hormigas trepaban sobre ella.

Me conmueve siempre el desastre, siempre dispuesta a resistirme a la vitalidad,

aunque también con timidez, lista para cerrar los ojos;

mientras mi amiga podía esperar y dejar que los eventos pasaran

según la naturaleza. Para mi consuelo, ella intervino

quitando algunas hormigas encima del animal caído, y la puso

al lado del camino.


Mi amiga dice que yo cierro mis ojos a Dios, que solo eso explica

mi aversión a la realidad. Dice que soy como un niño que entierra su cabeza en la almohada

para no ver, el niño que se dice a sí mismo

que la luz produce tristeza.

Mi amiga es como la madre. Paciente, exhortando a

que me despierte adulto como ella, una persona osada.


En mis sueños, mi amiga me reprocha. Estamos yendo

por el mismo camino, aunque ahora es invierno;

me está diciendo que cuando uno ama al mundo escucha la música celestial:

mira arriba, dice. Cuando miro arriba, no hay nada.

Solo nubes, nieve, un blanco movimiento en los árboles

como novias saltando a gran altura.

Entonces temo por ella; la veo

atrapada en una red puesta intencionalmente sobre la tierra.


En la realidad, nos sentamos al lado del camino, viendo el sol caer;

de rato en rato un canto de pájaro atraviesa el silencio.

En este momento ambas tratamos de explicar el hecho de

que estamos en paz con la muerte y la soledad.


Mi amiga dibuja un círculo en la tierra; dentro, la oruga no se mueve.

Siempre está tratando de hacer algo definitivo, hermoso, una imagen

que exista separada de ella.

Nos quedamos muy calladas. Es muy tranquilo sentarse aquí, sin hablar, la composición

fija, el camino que se vuelve oscuro de repente, el aire

que se enfría, aquí y allá las rocas brillan y relumbran.

Esta es la quietud que ambas amamos.

El amor de la forma es el amor de los finales.


De: Ararat (1990)



EL IRIS SALVAJE


Al final de mi sufrimiento

había una puerta.


Escúchame bien: aquello que llamas muerte

recuerdo.


Sobre mí, ruidos, ramas de un pino moviéndose.

Luego nada. El débil sol

parpadeaba sobre la superficie seca.


Es terrible sobrevivir

como conciencia

enterrada en la oscura tierra.


Luego se acabó: aquello que temes, ser

un espíritu, incapaz de

hablar, terminar abruptamente, la rígida tierra

se inclina un poco. Y lo que pensé eran

aves lanzándose sobre los bajos arbustos.


Tú que no recuerdas

tu paso desde el otro mundo

podría decírtelo otra vez: lo que sea

que regrese del olvido vuelve

para encontrar una voz:


desde el centro de mi vida vino

una gran fuente, sombras de azul intenso

en celeste agua de mar.


De: The Wild Iris (1992)



UNA AVENTURA


1.

Se me ocurrió una noche mientras quedaba dormida,

que había terminado con esas aventuras amorosas

de las que fui largo tiempo esclava. ¿Acabada para el amor?

mi corazón murmuró, a lo que respondí que muchos densos descubrimientos

nos aguardaban, esperando, al mismo tiempo, que no se me pidiera

nombrarlos, porque no podría. Pero la convicción de que existían,

¿en realidad servía de algo?


2.

La siguiente noche trajo el mismo pensamiento,

esta vez vinculado a la poesía, y en las noches que siguieron

otras varias pasiones y sensaciones, de la misma forma,

se apartaron para siempre, y cada noche mi corazón

protestaba por su futuro, como cuando a un pequeño se le priva de su juguete favorito.

Pero estas despedidas, dije, son el curso de las cosas.

Y una vez más aludí al vasto territorio

que se abre ante nosotros con cada despedida. Y con esa frase me convertí

en un caballero glorioso que marcha hacia el crepúsculo, y mi corazón

se convirtió en el corcel sobre el cual cabalgaba.


3.

Yo estaba, como sabrás, ingresando al reino de la muerte,

aunque por qué este paisaje era tan convencional

no sabría decir. Aquí también los días eran muy largos

mientras los años cortos. El sol se hundía tras la distante montaña.

Las estrellas brillaban, la luna oscilaba. Pronto

los rostros del pasado aparecieron frente a mí:

mi madre y mi padre, mi pequeña hermana; ellos no habían, al parecer,

terminado lo que tenían que decir, aunque ahora

podía escucharlos porque mi corazón estaba tranquilo.


4.

En este punto alcancé el precipicio

aun no la senda, la vi descender hacia el otro lado;

aun habiéndose igualado al terreno, continuaba a esta altura,

tan lejos como el ojo puede ver, aunque gradualmente

la montaña que la sostenía se disolvió del todo

así que me encontré a mí misma cabalgando firmemente sobre el aire.

Por todas partes los muertos me alentaban, la alegría de encontrarlos

desaparecía por la labor de responderles.


5.

Así como todos fuimos de carne,

ahora éramos tiniebla.

Así como antes éramos objetos con sombra,

ahora éramos sustancia sin forma, químicos vaporizados.

Sho, sho, decía mi corazón,

o quizá no, no. Era difícil saber.


6.

Aquí acabó la visión. Estaba en mi cama, el sol de la mañana

se elevaba, el edredón de plumas

se apilaba sin criterio sobre la parte inferior de mi cuerpo.

Tú estuviste conmigo;

había una hendidura en la almohada de a lado.

Habremos escapado de la muerte,

o ¿sería esta la vista desde el precipicio?


De: Faithful and Virtuous Night (2014)

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