martes, 4 de agosto de 2015

Tomás de Iriarte, Epístola I a Dalmiro (José Cadalso)

EPÍSTOLA I.

ESCRITA EN II DE NOVIEMBRE DE 1774 A D. JOSEPH CADAHALSO,

a la sazón que este se hallaba en Montijo, y envidiaba al autor la fortuna de vivir en Madrid entre literatos.

Descríbese el estado de la Literatura en esta Corte.

    Que en ese rincón de Extremadura
desterrado te ves, tan triste y solo
que ser habitador se te figura
del antártico polo,
deja ya de envidiarme la ventura
de residir aquí, donde imaginas
que vivo acompañado
de Musas españolas y latinas,
y donde piensas tú que en alto grado
estiman al amante de las Letras.
    ¡Qué mal, qué mal penetras,
oh mi Dalmiro, el lamentable estado
de la sabiduría en esta Corte,
dos siglos ha maestra de las Ciencias, 
y en el nuestro aprendiz de las del Norte! 
    La causa de este mal, sus consecuencias 
a referirte voy. Permite, amigo, 
que desahogue mi pesar contigo. 
   La mala educacion echó raíces. 
Los niños que de escuela carecieron 
en sus primeros años infelices, 
ya son hombres idiotas, que subieron 
q ocupar los empleos de importancia, 
en que es leve defecto la ignorancia. 
    ¿Quién te ha dicho que aquí desacredita 
a un racional el ver que no ejercita 
la parte intelectual de su individuo? 
Comen, duermen, se adornan, se pasean, 
y del dia el residuo 
en total ocio, u en el juego emplean. 
Gastan dinero, tren, tiempo en visitas, 
las paciencias de todos (que aun no bastan) 
y solo sus potencias jamas gastan; 
que al morir se las dejan nuevecitas. 
 —¿Conque se casa Julia? 
—Y si Lisardo muere ¿quién le hereda? 
—Muy pobre estuvo anoche la tertulia.  
—¡Bonito frac! ¿Es algodon, o seda? 
—¿Qué has perdido?  —Diez onzas de un envite.
—Aquel hombre riñó con la fulana
—¿Han mudado comedia? Si el convite 
No se acaba muy tarde, iré mañana...— 
Estos son sus discursos, sus ideas, 
sus artes y científicas tareas. 
    Isócrates y Euclides resuciten: 
vengan Virgilio y Cicerón: reciten 
graves sentencias, sólidas doctrinas: 
Solís y Garcilaso en las esquinas 
fijen limada prosa y dulce verso:  
corra el naturalista el universo; 
afánese, y adquiera 
cuantas preciosidades y portentos 
puede ofrecer Naturaleza entera: 
verán por galardón de sus talentos 
que un jugador de manos, la Giganta, 
un pájaro de América, o del Norte, 
una muchacha que en las tablas canta, 
y otras insubstanciales menudencias 
alborotan la Corte, 
surten de diversión las concurrencias; 
y el libro bien escrito,
por más que en los carteles se señale 
con la letra más gorda de la imprenta, 
como a todo el lugar le importa un pito, 
expuesto queda a perdurable venta. 
    Y ¡pobre del autor que sobresale, 
que si el injusto público le mienta 
es para alzar contra su fama el grito! 
   Primeramente nuestro bello idioma, 
competidor del de la antigua Roma, 
sujeto yace a dura servidumbre. 
Escríbenle sin regla ni cuidado 
háblanle por costumbre; 
sus delicados fueros no veneran 
nadie le estudia; todos le adulteran. 
    Si alguno se ha esmerado 
en escribir pesando las dicciones, 
después de mil prolijas correcciones, 
la turba de lectores indiscreta 
hace de la elegancia igual aprecio 
que del peor estilo de gaceta. 
Ya se acabó aquel tiempo en que hubo necio 
que pasaba las noches y los días 
limando sordamente sus escritos, 
fiel censor de retóricos delitos, 
exacto en evitar cacofonías, 
vocablos forasteros, redundancias, 
frases impropias, malas concordancias. 
Hoy cada cual se explica como quiere: 
si habla castizo o no, nadie lo inquiere.  
Escribir con borrones ya no es moda: 
¡Nuevo y útil convenio, 
que a todos los bolonios acomoda! 
Y los que se temían 
como penosos partos del ingenio, 
ahora son abortos repentinos. 
Los ásperos caminos 
que antiguamente a pocos conducían 
del remoto Parnaso a las alturas, 
hoy se han vuelto llanuras 
por donde sin peligros ni sudores 
se pasean serviles traductores. 
Ellos son, oh Dalmiro, los perversos 
traidores al lenguaje de su tierra,   
y que haciéndole están continua guerra. 
¡Oh! Quiera el justo Apolo, 
(pues se lo pido así en mis pobres versos) 
que cuanto aquéllos en su vida escriban, 
quede, como archivado en protocolo, 
del más necio librero en la trastienda; 
que solo de ello los gusanos vivan, 
y eterno polvo empuerque tal hacienda; 
¡que ni los confiteros la reciban  
ni aun merezca servir para cohetes 
o para alfombra en lóbregos retretes! 
Sí, legos traductores: 
caiga sobre vosotros mi anatema, 
viciosos corruptores, 
los que a la pura lengua castellana 
pegasteis una gálica apostema, 
que en su cuerpo no deja parte sana. 
   Pero, amigo, si acaso el sufrimiento 
te basta para oír cuál me lamento 
de nuestra erudicion y su rüina, 
sabe, pues, que el estudio indispensable 
de la noble y matriz lengua latina, 
confiado a una secta inexpugnable (1) 
de adustos preceptores 
o de antiguos errores 
o de nuevas pasiones inducidos,   
víctima es hoy de acérrimos partidos,   
padeciendo el bien público entretanto. 
    Unos a la instrucción tomos dedican 
que en número y volumen dan espanto; 
la memoria del joven mortifican, 
su entendimiento ofuscan,   
la voluntad le cansan. Otros buscan 
defectos que objetar a un Arte breve,   
metódico y cabal, cuanto es posible, 
que nuestra España debe  
al que en un solo libro, en patrio idioma, 
y en verso inteligible 
que de memoria sin afán se toma, 
dio según orden justo reglas fijas, 
útilmente copiosas, no prolijas. 
Otros hasta la muerte son parciales 
de aquel Arte confuso 
que en las manos el dómine les puso, 
cuando, a poder de fieros cardenales 
y de recias palmetas, en sus mentes 
introdujo gramáticos principios, 
cortos, obscuros, falsos, imprudentes,
con duros versos y con floxos ripios.   
    Y pues los libros del antiguo Lacio, 
modelos de elocuencia y poesía, 
el filósofo Tulio, el cuerdo Horacio, 
mas se olvidan e ignoran cada dia;
¡bien haya el erudito que, si escribe, 
da por prision a su obra el cartapacio, 
de donde no la saca mientras vive, 
por no exponerla al triste menosprecio 
en que no incurre acaso la de un necio! 
   Mas si pretenderán los defensores 
de la antigua enseñanza madrileña 
que donde, por gramática, se enseña 
no sé qué jerigonza y greguería, 
monserga, guirigay o algarabía, 
sobresalgan poetas y oradores?
¡Ojalá no ofreciera el mismo templo 
de elocuencia infeliz más de un ejemplo! 
Pláticas oirán contra escofietas, 
calzados, rascamoños, manteletas; 
retruécanos tal vez, tal vez consejas 
de aquel lugar impropias, y con gritos 
espantajo de niños y de viejas; 
mas si una corrección de los delitos  
enérgica, fundada e instructiva, 
con seriedad, con arte y persuasiva; 
si un estilo oratorio digno y puro, 
perceptible, y no bajo, 
culto, sin ser obscuro, 
quieren buscar, les costará trabajo. 
Son raros los que en púlpito, u en foro 
guardan a la retórica el decoro. 
    ¿Pues qué será si la atención convierten 
a ese par de teatros que divierten 
al Matritense vulgo, y le habitúan 
a falsa idea de lo que es un drama; 
que en las rudas molleras perpetúan 
la no envidiable fama 
de absurdos e increíbles fabulones, 
en que el poeta con el arte juega 
a la gallina ciega, 
y a tientas gira, dando tropezones?... 
    Mas perdona, Dalmiro,
si por mi ingenuo celo,
y por el compasivo desconsuelo
con que el atraso de las Letras miro,
y el estrago infeliz que las espera,
esta epístola mía
casi en declamación ya degenera. 
Y, por más que te dé melancolía 
carecer de este mundo literario, 
yo la suerte contigo trocaría, 
y en Montijo viviera solitario, 
donde tratara simples labradores, 
y no idiotas preciados de doctores. 
Por fin, Dalmiro, hagamos un ajuste, 
(aunque es muy de temer que te disguste) 
si me envías un cándido ignorante, 
te regalo un fantástico pedante. 


(1) Gens dura atque aspera cultu / debellanda tibi Latio est. Virg. Aeneid. V, 73O. "Con nación de un inculto y duro trato / has de lidiar en la región latina". 

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