domingo, 18 de marzo de 2007

ANTOLOGÍA, Leandro Fernández de Moratín



Soneto. La despedida

Nací de honesta madre: diome el cielo
fácil ingenio en gracias afluente:
dirigir supo el animo inocente
a la virtud, el paternal desvelo.

Con sabio estudio, infatigable anhelo,
pude adquirir coronas a mi frente
la corva escena resonó en frecuente
aplauso, alzando de mi nombre el vuelo.

Dócil, veraz: de muchos ofendido,
de ninguno ofensor, las Musas bellas
mi pasión fueron, el honor mi guía.

Pero si así las leyes atropellas,
si para ti los méritos han sido
culpas; adiós, ingrata patria mía.


Soneto a la muerte del excelente actor Isidoro Máiquez

Tú solo el arte adivinar supiste
que los afectos acalora y calma:
tú la virtud robustecer del alma,
que al oro, al hierro, a la opresión resiste.

Inimitable actor, que mereciste
entre los tuyos la primera palma,
y amigo, alumno, y émulo de Talma,
la admiración del mundo dividiste.

¿A quién dejaste sucesor muriendo?
¿De quién ha de esperar igual decoro
la escena, que te pierde, y abandonas?

Así dijo Melpómene, y vertiendo
lágrimas, en la tumba de Isidoro
cetros depone y púrpura y coronas.

Silva a D. Francisco Goya, insigne pintor

Quise aspirar a la segunda vida,
que agradecido el mundo
al eminente mérito reserva
de pocos adquirida,
entre los que siguieron
la inspiración de Apolo y de Minerva.
Vanos mis votos fueron,
vano el estudio, y siempre deseada
la perfección, siempre la vi distante.
Mas la amistad sagrada
quiso dar premio a mi tesón constante,
y a ti, sublime artífice destina
a ilustrar mi memoria,
dándola duración en tus pinceles:
émulos de la fama y de la historia.
A tanto la divina
arte que sales poderosa alcanza,
a la muerte quitándola trofeos.
Si en dudosa esperanza
culpé de temerarios mis deseos,
tú me los cumples, y en la edad futura,
al mirar de tu mano dos primores
y en ellos mi semblante,
voz sonará que al cielo te levante
con debidos honores;
venciendo de los años el desvío,
y asociando a tu gloria el nombre mío.

Elegía a las musas

Esta corona adorno de mi frente,
esta sonante lira, y flautas de oro,
y máscaras alegres; que algún día
me disteis, sacras Musas, de mis manos
trémulas recibid, y el canto acabe:
que fuera osado intento repetirle.
He visto ya como la edad ligera,
apresurando a no volver las horas,
robó con ellas su vigor al numen.
Sé que negáis vuestro favor divino
a la cansada senectud, y en vano
huera implorarle; pero en tanto, bellas
ninfas, del verde Pindo habitadoras,
no me neguéis que os agradezca humildes
los bienes que os debí. Si pude un día,
no indigno sucesor de nombre ilustre,
dilatarle famoso; a vos fue dado
llevar al fin mi atrevimiento. Solo
pudo bastar vuestro amoroso anhelo,
a prestarme constancia en los afanes
que turbaron mi paz, cuando insolente,
vano saber, enconos y venganzas,
codicia y ambición, la patria mía
abandonaron a civil discordia.

Yo vi del polvo levantarse audaces
a dominar y perecer, tiranos:
atropellarse efímeras las leyes,
y llamarse virtudes los delitos.
Vi las fraternas armas nuestros muros
bañar en sangre nuestra, combatirse,
vencido y vencedor, hijos de España,
y el trono desplomándose, al vendido
ímpetu popular. De las arenas
que el mar sacude en la fenicia Gades,
a las que el Tajo lusitano envuelve
en oro y conchas; uno y otro imperio,
iras, desorden esparciendo y luto,
comunicarse el funeral estrago.
Así cuando en Sicilia el Etna ronco
revienta incendios, su bifronte cima
cubre el Vesubio en humo censo y llamas,
turba el Averno sus calladas ondas;
y allá del Tibre en la ribera etrusca
se estremece la cúpula soberbia,
que da sepulcro al sucesor de Cristo.

¿Quién pudo en tanto horror mover el plectro?
¿Quien dar al verso acordes armonías;
oyendo resonar grita de muerte?
Tronó la tempestad: bramó iracundo
el huracán, y arrebató a los campos
sus frutos, su matiz: la rica pompa
destrozó de los árboles sombríos:
todas huyeron tímidas las aves
del blando nido, en el espanto mudas;
no más trinos de amor. Así agitaron
los tardos años mi existencia; y pudo
solo en región extraña, el oprimido
ánimo hallar dulce descanso y vida.

Breve será, que ya la tumba aguarda
y sus mármoles abre a recibirme;
ya los voy a ocupar... Si no es eterno
el rigor de los hados, y reservan
a mi patria infeliz mayor ventura;
dénsela presto, y mi postrer suspiro
será por ella... Prevenid en tanto
flébiles tonos, enlazad coronas
de ciprés funeral, Musas celestes;
y donde a las del mar sus aguas mezcla
el Garona opulento, en silencioso
bosque de lauros y menudos mirtos,
ocultad entre flores mis cenizas.

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