Sátira de Marcelino Menéndez Pelayo contra Emilio Castelar y otros hegelianos en su Historia de los heterodoxos españoles, III:
Castelar se educó en el krausismo; pero, propiamente hablando, no se puede decir de élque fuera krausista en tiempo alguno, ni ellos le han tenido por tal. Castelar nunca ha sidometafísico ni hombre de escuela, sino retórico afluente y brillantísimo poeta en prosa, líricodesenfrenado, de un lujo tropical y exuberante, idólatra del color y del número, gran forjador de períodos que tienen ritmo de estrofas, gran cazador de metáforas, inagotable en la enumeración,siervo de la imagen, que acaba por ahogar entre sus anillos a la idea; orador que hubieraescandalizado al austerísimo Demóstenes, pero orador propio de estos tiempos; alma panteísta,que responde con agitación nerviosa a todas las impresiones y a todos los ruidos de lo creado yaspira a traducirlos en forma de discursos. De aquí el forzoso barroquismo de esa arquitecturaliteraria, por la cual trepan, en revuelta confusión, pámpanos y flores, ángeles de retablo ymonstruos y grifos de aceradas garras. En cada discurso del Sr. Castelar se recorre dos o tres veces, sintéticamente, la universalhistoria humana, y el lector, cual otro judío errante, ve pasar a su atónita contemplación todos lossiglos, desfilar todas las generaciones, hundirse los imperios, levantarse los siervos contra losseñores, caer el Occidente sobre el Oriente, peregrina por todos los campos de batalla, seembarca en todos los navíos descubridores y ve labrarse todas las estatuas y escribirse todas lasepopeyas. Y, no satisfecho el Sr. Castelar con abarcar así los términos de la tierra, desciendeunas veces a sus entrañas, y otras veces súbese a las esferas siderales, y desde el hierro y elcarbón de piedra hasta la estrella Sirio, todo lo ata y entreteje en ese enorme ramillete, donde lasideas y los sistemas, las heroicidades y los crímenes, las plantas y los metales, son otras tantasgigantescas flores retóricas. Nadie admira más que yo, aparte de la estimación particular que por maestro y por compañero le profeso, la desbordada imaginativa y las condiciones geniales deorador que Dios puso en el alma del Sr. Castelar. Y ¿cómo no reconocer que alguna intrínsecavirtud o fuerza debe de tener escondida su oratoria para que yendo, como va, contra el ideal desencillez y pureza, que yo tengo por norma eterna del arte, produzca, dentro y fuera de España,entre muchedumbres doctas o legas, y en el mismo crítico que ahora la está juzgando, un efectoinmediato, que sería mala fe negar? Y esto consiste en que la ley oculta de toda esa monstruosa eflorescencia y lo que le dacierta deslumbradora y aparente grandiosidad no es otra que un gran y temeroso sofisma del másgrande de los sofistas modernos. En una palabra, el señor Castelar, desde los primeros pasos desu vida política, se sintió irresistiblemente atraído hacia Hegel y su sistema: "Río sin ribera,movimiento sin término, sucesión indefinida, serie lógica, especie de serpiente, que desde laoscuridad de la nada se levantan al ser, y del ser a la naturaleza, y del espíritu a Dios,enroscándose en el árbol de la vida universal". Esto no quiere decir que en otras partes el Sr.Castelar no haya rechazado el sistema de Hegel, y menos aún que no haya execrado y maldecidoen toda ocasión a los hegelianos de la extrema izquierda, comparándolos con los sofistas y conlos cínicos, pero sin hacer alto en estas leves contradicciones, propias del orador, ser tan móvil yalado como el poeta (¿ni quién ha de reparar en contradicción más o menos, tratándose de unsistema en que impera la ley de las contradicciones eternas?); siempre sera cierto que el Sr.Castelar se ha pasado la vida haciendo ditirambos hegelianos; pero, entiéndase bien, no dehegelianismo metafísico, sino de hegelianismo popular e histórico, cantando el desarrollo de lostres términos de la serie dialéctica, poetizando el incansable devenir y el flujo irrestañable de lascosas, "desde el infusorio al zoófito, desde el zoófito al pólipo, desde el pólipo al molusco, desdeel molusco al pez, desde el pez al anfibio, desde el anfibio al reptil, desde el reptil al ave, desdeel ave al mamífero, desde el mamífero al hombre." De ahí que Castelar adore y celebre por igualla luz y las sombras, los esplendores de la verdad y las vanas pompas y arreos de la mentira.Toda institución, todo arte, toda idea, todo sofisma, toda idolatría, se legitima a sus ojos en elmero hecho de haber existido. Si son antinómicas, no importa: la contradicción es la ley denuestro entendimiento. Tesis, antítesis, síntesis. Todo acabará por confundirse en un himno alGran Pan, de quien el Sr. Castelar es hierofonte y sacerdote inspirado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario