jueves, 11 de enero de 2018

Michel de Montaigne, Selección de sus Ensayos

“Señora, si no me salvan la originalidad y la novedad, que acostumbran  a dar valor a las cosas, jamás saldré dignamente de esta necia empresa; mas es tan fantástica y posee una apariencia tan alejada de lo común, que quizá por ello tenga un pasar. Una inclinación melancólica y por consiguiente muy enemiga de mi forma de ser natural, producida por la tristeza de la soledad, a la que me había entregado desde hacía algunos años, hizo que naciera en mi cabeza esta fantasía de meterme a escribir. Y después, hallándome enteramente desprovisto y vacío de cualquier otra materia, me presenté a mí mismo como argumento y tema. Es este un libro único en el mundo y en su especie, de propósito raro y extravagante. No hay cosa alguna en esta tarea digna de destacar, si no es esta misma rareza; pues a tema tan vano y vil ni el mejor artesano del mundo habría sabido dar forma que mereciese ser mencionada .

Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo y estudio más que mi propia persona; y si estudio otra cosa, es para aplicármela a mí. No hay descripción de tanta dificultad como la de uno mismo, ni ciertamente de tanta utilidad.

Sí, quizá me digan que este deseo de servirse de uno mismo como tema para escribir, sería excusable en hombres únicos y famosos, los cuales, por su celebridad hubieren inspirado cierto deseo de ser conocidos… Este reproche es muy verdadero, pero apenas sí me afecta… No erijo con esto una estatua para colocarla a la entrada de una ciudad, ni en una iglesia, ni en la plaza pública: Non equidem hoc studeo, bullatis ut mihi nugis / Pagina turgescat… Secreti loquimur(“No intento inflar mis páginas con bagatelas y con nimiedades; hablo de forma confidencial” Persio V,19)

Es para un rincón de la biblioteca y para divertir a un vecino, a un pariente, a un amigo que se entretendrá en descubrirme y compararme con esta imagen…Y aun cuando nadie me leyese, ¿acaso habría perdido el tiempo al ocuparme durante tantas horas ociosas en pensamientos tan útiles y agradables?

Al moldear en mí esta figura hube de alzarme y componerme tan a menudo para extraerme, que el modelo se afirmó y formó de algún modo a sí mismo. Al pintarme a mí para los demás, me pinté en mí con colores más nítidos que los míos primeros. No he hecho mi libro más de lo que mi libro me ha hecho, libro consustancial a su autor, mediante tarea propia, parte de mi vida; no mediante una tarea y una meta tercera y ajena como todos los demás libros.

¿Acaso he perdido el tiempo al haberme rendido cuentas de mí mismo tan continua y cuidadosamente? Pues aquellos que se dan un repaso en pensamiento solamente y en voz alta en algún momento, no se examinan tan esencialmente ni se penetran como aquél que hace de ello su estudio, su obra y su oficio, que se compromete a un análisis largo, con toda su fe y todas sus fuerzas.

¡Cuántas veces me ha distraído este trabajo de pensamientos enojosos! Y han de contarse como enojosos todos los frívolos. Nos ha obsequiado la naturaleza con una amplia facultad para entretenernos en privado y a ello nos llama a menudo para enseñarnos que nos debemos en parte a la sociedad, más, en la mejor parte, a nosotros. Para formar mi fantasía a que incluso sueñe con orden y proyecto, y salvarla de perderse y desbarrar en el viento, no hay como dar cuerpo y anotar tantos menudos pensamientos como se le ocurren.

¿Y qué decís de estar más atento a los libros desde que los acecho por ver si podré sisar algo con qué esmaltar y apuntalar el mío?

No estudié para hacer un libro; más sí estudié algo porque lo había hecho, si a revolotear y pellizcar de aquí y de allá, ora de un autor, ora de otro, puede llamársele estudiar; en modo alguno para formar mis ideas; sí, para, una vez formadas, ayudarlas, secundarlas y servirlas.

Quizá quieren que dé testimonio de mí con obras y hechos, y no sólo con desnudas palabras. Pinto principalmente mis pensamientos, objeto informe, que no puede reducirse a producto artesanal. A duras penas puedo meterlo en ese cuerpo etéreo de la palabra… Los hechos hablarían más acerca del destino que de mí. Dan testimonio de su papel, no del mío, a no ser por conjeturas y de forma incierta: retazos de una exhibición particular. Me expongo por entero: como una anatomía en la que a primera vista aparezcan las venas, los músculos, los tendones, cada pieza en su lugar.

No describo mis gestos, sino mi propia persona, mi esencia. Sostengo que se ha de ser prudente al juzgarse uno mismo e igualmente serio al dar testimonio, ya sea elevado, ya sea bajo, indistintamente. Ocuparse de uno mismo a algunos les parece que es complacerse en uno mismo; tratarse y observarse, quererse demasiado. Puede ser, mas ese exceso sólo nace en aquellos que se palpan superficialmente, que se miran después de sus asuntos, que a ocuparse de sí mismos, a formarse y a construirse, a hacer castillos en el aire, llaman ociosidad y fantasía: considerándose cosa secundaria y ajena a ellos mismos.

No dudo en modo alguno que a menudo caiga en hablar de cosas que tratan mejor los maestros del oficio y con más verdad. Esto es puramente la prueba de mis facultades naturales y en absoluto de las adquiridas; y quien me sorprenda en algún error, no hará nada contra mí, pues apenas si responderé ante los demás de mis razones, si no respondo de ellas ni ante mí mismo; ni de ellas estoy satisfecho. Quien va en busca de la ciencia, hállala allí donde se aloja: nada hay de lo que yo me jacte menos. Plasmo aquí mis ideas, mediante las cuales no pretendo dar a conocer las cosas, sino a mí mismo: quizá algún día me sean conocidas o me lo hayan sido antaño según me haya llevado la fortuna a los lugares en los que quedaban esclarecidas. Mas ya no lo recuerdo. Y si soy hombre de ciertos estudios, soy hombre de memoria nula.

Así, no garantizo certeza alguna si no es la de dar a conocer hasta qué punto llega en estos momentos el conocimiento que tengo. Que no se fijen en las materias sino en la forma que les doy.

Que vean, por lo que tomo prestado, si he sabido elegir con qué realzar mi tema. Pues hago que otros digan lo que yo no puedo decir tan bien, ya sea por la pobreza de mi lenguaje, ya por la pobreza de mi juicio.

Mucho me agradaría tener un conocimiento más perfecto de las cosas, mas no quiero comprarlo a cualquier precio. Mi proyecto es pasar dulcemente y no laboriosamente lo que me queda de vida. Nada hay por lo que quiera romperme la cabeza, ni siquiera por el saber, cualquiera que sea su valor. En los libros sólo busco deleitarme mediante sano entretenimiento; o si estudio, sólo busco con ello el saber que trata del conocimiento de mí mismo y que puede instruirme para bien morir y bien vivir.

Digo libremente mi parecer sobre todas las cosas, incluso sobre aquellas que quizá se salen de mi inteligencia, que en modo alguno considero que pertenecen a mi jurisdicción. Lo que opino de ellas revela la medida de mi vista y no la medida de las cosas.

Soy enemigo acérrimo de la obligación, la asiduidad y la constancia; que nada hay tan contrario a mi estilo como una narración extensa: me recorto con frecuencia, falto de aliento. Por tanto heme puesto a decir lo que sé decir, adecuando la materia a mi capacidad.  Y mis opiniones las estimo infinitamente atrevidas y constantes al condenar mi incapacidad. Realmente, también es un tema en el que ejercito mi juicio más que en ningún otro. El mundo mira siempre hacia fuera; repliego yo la vista hacia mi interior, la fijo y la ocupo allí. Cada cual mira de frente; yo miro dentro de mí: sólo he de vérmelas conmigo, me analizo sin cesar, me controlo y me pruebo. Los demás, si se dan cuenta, van siempre hacia otra parte, nemo in sese tentat descendere (“Nadie intenta verse a sí mismo”, Persio, IV,20) yo, me encierro en mí mismo.

Me estudio más que cualquier otro tema. Es mi metafísica y mi física. Dividen y apuntan sus ideas los sabios más específica y detalladamente. Yo que no veo en ellas más que lo que me dice la práctica, sin regla, presento las mías de modo general y a tientas. Como aquí; escribo mi pensamiento en artículos descosidos, como cosa que no puede decirse de una vez y en bloque.

Igualmente veo yo mejor que nadie que lo que aquí escribo no son más que lucubraciones de hombre que sólo ha probado la corteza de las ciencias en su infancia, reteniendo únicamente un aspecto informe y general; un poco de cada cosa y nada del todo, a la francesa. Mas profundizar más, quemarme las cejas estudiando a Aristóteles, u obstinarme en alguna ciencia, eso jamás lo hice; ni hay arte cuyas primeras líneas sepa trazar. Sea como fuere y sean cuales sean mis inepcias, quiero decir que no he intentado ocultarlas, al igual que un retrato de mi persona en el que hubiese plasmado el pintor, no un rostro perfecto, sino el mío, canoso y calvo. Pues aquí están mis sentimientos y opiniones; los entrego en tanto que constituyen lo que yo creo, no porque deban ser creídos. Sólo intento poner al descubierto mi manera de ser que podría ser otra mañana si un nuevo aprendizaje me hiciera cambiar.

Tomo al azar el primer tema que se me presenta. Todos me son igualmente buenos. Y jamás pretendo tratarlos por entero. Pues de nada puedo ver el todo. Aquéllos que pretenden mostrárnoslo, no lo hacen. De cien partes o rostros que cada cosa tiene, tomo uno de ellos, ya sólo para lamerlo, ya para rozarlo, ya para pellizcarlo hasta el hueso. Y a menudo gusto de cogerlo desde algún punto de vista inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia, si me conociera menos. Esta mezcolanza de tantas cosas distintas se debe a que no me pongo manos a la obra más que cuando a ello me obliga una ociosidad demasiado insulsa, y sólo cuando estoy en casa. Así se ha construido en diversas situaciones y a intervalos, pues las circunstancias me retienen fuera varios meses a veces. Por otra parte, no corrijo mis primeras ideas con las segundas; quizá sí alguna palabra, más para cambiar, no para quitar. Quiero plasmar la evolución de mis pensamientos y que se vea cada cosa en su nacimiento. Me gustaría haber empezado más pronto y reconocer la marcha de mis mutaciones.

Yo voy cambiando indiscreta y tumultuosamente. Mi estilo y mi mente vagabundean igual. Se ha de tener cierta locura si no se quiere tener más necedad. Expongo aquí fantasías, informes e indecisas, no para establecer la verdad, sino para buscarla.

He envejecido siete años u ocho años desde que comencé. No pinto el ser. Pinto el paso: no el paso de una edad a otra, o, como dice el pueblo, de siete años en siete años, sino día a día, minuto a minuto. He de adaptar mi historia al momento. Podré cambiar dentro de poco no sólo de fortuna, sino también de intención. Es un registro de diversos y cambiantes hechos y de ideas indecisas cuando no contrarias; ya sea porque soy otro yo mismo, ya porque considere los temas por otras circunstancias y en otros aspectos. El caso es que quizá me contradiga, pero la verdad, como decía Demades, no la contradigo. Si mi alma pudiera asentarse, dejaría de probar y me decidiría; mas está siempre aprendiendo y poniéndose a prueba.

Los autores se dan a conocer al pueblo por alguna marca particular y externa; yo soy el primero en dar a conocer mi ser total, en mostrarme como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto. Si se queja el mundo de que hablo demasiado de mí, me quejo yo de que él no piense sólo en sí.

Mas, ¿es lógico acaso que siendo tan individualista de costumbres, pretenda que se me conozca públicamente? Las fantasías de la música están guiadas por el arte, las mías por la suerte. Al menos tengo algo conforme a la disciplina, que jamás hombre alguno trató de tema del que entendiese y supiese más que del que yo he emprendido, y que en él soy el hombre más sabio que existe; en segundo lugar, que jamás nadie profundizó más en la materia, ni desmenuzó con más detalle los elementos y sus consecuencias; ni alcanzó más exacta y plenamente el fin que se había propuesto con su trabajo. Para acabarlo, no he de aportar más que la fidelidad; ésta es la más sincera y pura que puede haber. Digo la verdad, no tanta como en mí cabe, mas si tanta como oso decir; y oso más al envejecer, pues parece que se suele tener a esta edad más libertad para charlar y hablar de uno con indiscreción.

Os digo que cuando oigo a alguien detenerse en el lenguaje de los Ensayos, preferiría que se callase. No es tanto ensalzar las palabras como menospreciar el sentido. Si he errado, si muchos otros hacen más atractiva la materia, sin embargo, sea como sea, mal o bien, ningún escritor la ha sembrado ni mucho más sustanciosa, ni al menos más recia, en el papel.

Nosotros, mi libro y yo, vamos de acuerdo y con la misma marcha. En otros casos puédese elogiar la obra y criticar al obrero, por separado; en este no: si se ataca al uno, se ataca al otro.

¿Quién no ve que he tomado un camino por el cual seguiré sin cesar y sin esfuerzo mientras haya tinta y papel en el mundo? No puedo contar mi vida por mis actos: la fortuna los pone demasiado abajo; la cuento por mis pensamientos. ¿Y cuándo terminaré de representar la continua agitación y mutación de mis pensamientos, sea cual sea la materia en que caigan, dado que Diómedes llenó seis mil libros únicamente con el tema de la gramática?

Además de este provecho que saco escribiendo sobre mí, espero este otro: que si ocurre el que mis lucubraciones plazcan y convengan a algún hombre de bien antes de que yo muera, intente tratarme. Le doy mucho ya hecho, pues todo cuanto un largo conocimiento y una larga familiaridad podría proporcionarle en muchos años, lo ve a través de este escrito en tres días y con mayor seguridad y exactitud. Escribo este libro para pocos hombres y para pocos años.

He hecho lo que he querido: todos me reconocen en mi libro y a mi libro en mí.

Y yo no sé si no preferiría haber producido un hijo perfectamente formado mediante la unión con las musas que mediante la unión con mi mujer. A éste [los Ensayos] tal y como es, lo que le doy, se lo doy pura e irrevocablemente, como se da a los hijos corporales; ya no dispongo de ese pequeño bien que le he hecho; puede saber bastantes cosas más que yo ya no sé, y tener de mí lo que yo no he retenido y que habría de tomar prestado de él, como cualquier extraño, si lo necesitara. Él es más rico que yo, aunque yo sea más inteligente.

Le hablo al papel como hablo al primero que me encuentro.  ¿No hablo siempre así? ¿No me muestro así a lo vivo? ¡Basta! He hecho lo que he querido: todos me reconocen en mi libro y a mi libro en mí.

Petrarca

 A una joven en un verde laurel

Vi más blanca y más fría que la nieve 
que no golpea el sol por años y años; 
y su voz, faz hermosa y los cabellos
tanto amo que ahora van ante mis ojos, 
y siempre irán, por montes o en la riba. 

Irán mis pensamientos a la riba
cuando no dé hojas verde el laurel; 
quieto mi corazón, secos los ojos,
verán helarse al fuego, arder la nieve: 
porque no tengo yo tantos cabellos 
cuantos por ese día aguardara años.

Mas porque el tiempo vuela, huyen los años 
y en un punto a la muerte el hombre arriba, 
ya oscuros o ya blancos los cabellos,
la sombra ha de seguir de aquel laurel 
por el ardiente sol y por la nieve,
hasta el día en que al fin cierre estos ojos. 

No se vieron jamás tan bellos ojos,
en nuestra edad o en los primeros años, 
que me derritan como el sol la nieve:
y así un río de llanto va a la riba
que Amor conduce hasta el cruel laurel 
de ramas de diamante, áureos cabellos. 

Temo cambiar de faz y de cabellos
sin que me muestre con piedad los ojos 
el ídolo esculpido en tal laurel:
Que, si al contar no yerro, hace siete años 
que suspirando voy de riba en riba,
noche y día, al calor y con la nieve.

Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve, 
pensando igual, mudados los cabellos, 
llorando iré yo siempre a cada riba
por que tal vez piedad muestren los ojos 
de alguien que nazca dentro de mil años; 
si aún vive, cultivado, este laurel.

A oro y topacio al sul sobre la nieve 
vencen blondos cabellos, y los ojos 
que apresuran mis años a la riba.


Amor lloraba, y yo con él gemía...

Amor lloraba, y yo con él gemía,
del cual mis pasos nunca andan lejanos, 
viendo, por los efectos inhumanos,
que vuestra alma sus nudos deshacía. 

Ahora que al buen camino Dios os guía, 
con fervor alzo al cielo mis dos manos 
y doy gracias al ver que los humanos 
ruegos justos escucha, y gracia envía. 

Y si, tornando a la amorosa vida,
por alejaros del deseo hermoso, 
foso o lomas halláis en el sendero, 

es para demostrar que es espinoso, 
y que es alpestre y dura la subida 
que conduce hacia el bien más verdadero.

Versión de F. Maristany


Bendito sea el año, el punto, el día...       

Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan sólo lo comparte.

Versión de F. Maristany


El que su arte infinita y providencia...

El que su arte infinita y providencia 
demostró en su admirable magisterio, 
que, con éste, creó el otro hemisferio
y a Jove, más que a Marte, dio clemencia, 

vino al mundo alumbrando con su ciencia 
la verdad que en el libro era misterio, 
cambió de Pedro y Juan el ministerio
y, por la red, les dio el cielo en herencia. 

Al nacer, no le plugo a Roma darse,
sí a Judea: que, más que todo estado, 
exaltar la humildad le complacía;

y hoy, de una aldea chica, un sol ha dado, 
que a Natura y al sitio hace alegrarse 
donde mujer tan bella ha visto el día.



En la muerte de Laura

Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante, 
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente, 
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía! 
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía...

Aquí termine mi amoroso canto: 
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto. 

Versión de Alejandro Araoz Fraser


Fue el día en que del sol palidecieron... 

Fue el día en que del sol palidecieron 
los rayos, de su autor compadecido, 
cuando, hallándome yo desprevenido, 
vuestros ojos, señora, me prendieron. 

En tal tiempo, los míos no entendieron 
defenderse de Amor: que protegido 
me juzgaba; y mi pena y mi gemido 
principio en el común dolor tuvieron. 

Amor me halló del todo desarmado 
y abierto al corazón encontró el paso 
de mis ojos, del llanto puerta y barco: 

pero, a mi parecer, no quedó honrado 
hiriéndome de flecha en aquel caso
y a vos, armada, no mostrando el arco.


Los que, en mis rimas sueltas...

Los que, en mis rimas sueltas, el sonido 
oís del suspirar que alimentaba
al joven corazón que desvariaba
cuando era otro hombre del que luego he sido; 

del vario estilo con que me he dolido 
cuando a esperanzas vanas me entregaba,
si alguno de saber de amor se alaba, 
tanta piedad como perdón le pido.

Que anduve en boca de la gente siento 
mucho tiempo y, así, frecuentemente
me advierto avergonzado y me confundo; 

y que es vergüenza, y loco sentimiento, 
el fruto de mi amor é claramente,
y breve sueño cuanto place al mundo.



Mi loco afán está tan extraviado...

Mi loco afán está tan extraviado
de seguir a la que huye tan resuelta, 
y de lazos de Amor ligera y suelta 
vuela ante mi correr desalentado,

que menos me oye cuanto más airado 
busco hacia el buen camino la revuelta: 
no me vale espolearlo, o darle vuelta, 
que, por su índole, Amor le hace obstinado. 

Y cuando ya el bocado ha sacudido,
yo quedo a su merced y, a mi pesar, 
hacia un trance de muerte me transporta: 

por llegar al laurel donde es cogido 
fruto amargo que, dándolo a probar, 
la llama ajena aflige y no conforta.



Mis venturas se acercan lentamente...

Mis venturas se acercan lentamente, 
dudando espero, el ansia en mí renace, 
y aguardar y apartarme me desplace, 
pues se van, como el tigre, velozmente. 

Ay de mí, nieve habrá negra y caliente, 
sierras con peces, mar que olas no hace, 
y el sol se acostará por donde nace 
Eufrate y Tigris de una misma fuente, 

antes que ella una tregua, o paz, me ofrezca, 
o Amor otro uso enseñe a mi señora,
que en contra mía ya han pactado alianza: 

que si algo hay dulce, tras la amarga hora, 
hace el desdén que el gusto desfallezca;
y de sus gracias nada más me alcanza. 



No tengo paz ni puedo hacer la guerra...

No tengo paz ni puedo hacer la guerra;
temo y espero, y del ardor al hielo paso,
y vuelo para el cielo, bajo a la tierra,
nada aprieto, y a todo el mundo abrazo.

Prisión que no se cierra ni des-cierra,
No me detiene ni suelta el duro lazo;
entre libre y sumisa el alma errante,
no es vivo ni muerto el cuerpo lacio.

Veo sin ojos, grito en vano;
sueño morir y ayuda imploro;
a mí me odio y a otros después amo.

Me alimenta el dolor y llorando reí;
La muerte y la vida al fin deploro:
En este estado estoy, mujer, por tí.

Versión de Julián del Valle


Porque una hermosa en mí quiso vengarse...

Porque una hermosa en mí quiso vengarse 
y enmendar mil ofensas en un día, 
escondido el Amor su arco traía
como el que espera el tiempo de ensañarse. 

En mi pecho, do suele cobijarse,
mi virtud pecho y ojos defendía 
cuando el golpe mortal, donde solía 
mellarse cualquier dardo fue a encajarse. 

Pero aturdida en el primer asalto,
sentí que tiempo y fuerza le faltaba 
para que en la ocasión pudiera armarme, 

o en el collado fatigoso y alto 
esquivar el dolor que me asaltaba,
del que hoy quisiera, y no puedo, guardarme. 


Si con suspiros de llamaros trato...

Si con suspiros de llamaros trato,
y al nombre que en mi pecho ha escrito Amor, 
de que el Laude comienza ya el rumor
del primer dulce acento me percato. 

Vuestra realeza, que hallo de inmediato, 
redobla, en la alta empresa, mi valor; 
pero ¡Tate!, me grita el fin, que honor 
rendirle es de otros hombros peso grato. 

Al Laude, así, y a reverencia, enseña
la misma voz, sin más, cuando os nombramos, 
oh de alabanza y de respeto digna:

sino que, si mortal lengua se empeña 
en hablar de sus siempre verdes ramos, 
su presunción tal vez a Apolo indigna.



Si el fuego con el fuego no perece...

Si el fuego con el fuego no perece
ni hay río al que la lluvia haya secado, 
pues lo igual por lo igual es ayudado, 
y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-, 
si has siempre nuestras mentes gobernado, 
¿qué haces tú que, de moda desusado,
con más querer, así el de ella decrece? 

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo 
desde muy alto, su contorno atruena,
o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando, 

el deseo que consigo no consuena,
en su objeto extremado va cediendo 
y, al espolear demás, se va frenando.



Soneto

Bendecidos el año, el mes, el día
y la estación y el sitio y el instante
y el hermoso país en que delante
de su mirar mi voluntad rendía.

Y bendecida la tenaz porfía
de amor entre mi pecho palpitante, 
y el arco y la saeta y la sangrante 
herida que en mi corazón se abría.

Bendecida la voz que repitiendo
va por doquier el nombre de mi amada, 
suspiros, ansias, lágrimas vertiendo.

Y bendecido todo cuanto escribe
la mente que al loarla consagrada
en Ella y sólo para Ella vive.

Versión de Carlos López Narváez


Soneto a Laura
Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,
ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.

Veo sin ojos y sin lengua grito;
y pido ayuda y parecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.

Llorando grito y el dolor transito;
muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado.

Versión de Jorge A. Piris

Shakespeare, monólogo de Medida por medida



William Shakespeare 



Medida por medida (fragmento)



Claudio. ¡La muerte es una cosa terrible! 


Isabela. ¡Y una vida en la vergüenza, despreciable! 

Claudio. ¡Sí!… Pero morir e ir no sabemos adónde; yacer en frías cavidades y quedar allí para pudrirse; este calor, esta sensibilidad, este movimiento, convertirse en un puñado de blanda arcilla; esta inteligencia deliciosa, bañarse en olas de fuego, o residir en alguna región escalofriante, de murallas de hielos espesos; estar aprisionado, en vientos invisibles y arremolinarse, con violencia sin tregua, en derredor de un mundo suspendido en el espacio; o volverse más miserable que el más miserable de esos seres que imaginan aullando pensamientos inciertos y desarreglados. ¡Es demasiado horrible! Que la vida terrenal más penosa y más maldita que la vejez, la enfermedad, la miseria o la prisión pueda imponerse a una criatura, es un Paraíso en comparación a lo que tememos de la muerte. 

jueves, 28 de diciembre de 2017

Til Ungdommen / A la juventud (1936), poema clásico del noruego Nordahl Grieg

A LA JUVENTUD

Nordahl Grieg


Rodeado de enemigos,
parados ante la puerta,
la batalla debe lucharse:
prepárate.

Tal vez preguntes con miedo, 
desamparado y expuesto:
¿con qué debería luchar,
cuál es mi arma?

He aquí tu escudo contra la ira
he aquí tu espada:
creer en nuestra vida
y en el valor del hombre.

El futuro de todos nosotros
esa es tu culpa; 
muere si debes hacerlo, pero
¡sé fuerte, sé paciente!

Terror y explosiones 
hay aquí también, en tu propia casa.
Detén el trabajo de la muerte,
detenlo con tu espíritu.

La guerra es desprecio por la vida,
la paz es para crear.
Utiliza tus poderes:
¡la muerte perderá!

El amor y los sueños 
solo traen progreso.
Ir hacia el futuro 
es pues la respuesta. 

Fábricas sin desarrollar,
estrellas desconocidas:
¡construye y explora
tu propio país ya! 

¡Digno es el hombre,
la tierra es rica!
La necesidad y el hambre
son una traición. 

¡Aplastadlas en nombre de la vida!
La injusticia caerá
porque la luz del sol, el pan y el espíritu
son propiedad de todos. 

¡Entonces las armas caerán
sin poder! La gente merece
que creemos la paz
aquí en la tierra. 

La responsabilidad
es la carga del hombre;
mayor que la de los animales
es esa dignidad. 

He aquí nuestro voto solemne
de hermano a hermano:
protegeremos nuestro mundo 
del puño de los tiranos.

¡Defenderemos lo bello,
lo benigno y lo inocente
como cualquier madre
cuidaría de su bebé!

Auden, Spain / España 1937

W.H. Auden (London 1907-Vienna, 1973)

I

Traducción de Silvia Camerotto

Ayer todo el pasado. El lenguaje de la medida
extendiéndose hacia China a lo largo de las rutas comerciales; la difusión
del ábaco y el dolmen;
ayer el sombrío cálculo en los climas soleados.

Ayer la evaluación del seguro con naipes,
la adivinación por agua; ayer la invención
de ruedas y relojes, la doma de
caballos. Ayer el bullicioso mundo de los navegantes.

Ayer la abolición de hadas y gigantes,
la fortaleza como un águila inmóvil oteando el valle,
la capilla construida en el bosque;
ayer el tallado de ángeles y alarmantes gárgolas.

El juicio de herejes entre las columnas de piedra;
ayer las disputas teológicas en las tabernas
y la cura milagrosa en la fuente;
ayer el Sabbath de las brujas; pero hoy la lucha.

Ayer la instalación de dínamos y turbinas,
la construcción de ferrocarriles en el desierto colonial;
ayer la lectura clásica
sobre el origen de la humanidad. Pero hoy la lucha.

Ayer la creencia en el valor absoluto de Grecia,
la caída del telón sobre la muerte de un héroe;
ayer la oración a la puesta del sol
y la adoración de los locos. Pero hoy la lucha.
Mientras el poeta susurra, aterrorizado entre los pinos,
o donde la catarata abundante canta compacta, o perpendicular
en el acantilado al lado de la torre inclinada:
‘Oh, mi visión. Oh, envíame la suerte del marinero’.

Y el investigador escruta a través de sus instrumentos
las inhumanas provincias, el bacilo viril
o el enorme Júpiter terminado:
‘Pero la vida de mis amigos. Indago. Indago.’

Y los pobres en sus refugios sin calor, dejando caer las hojas
del periódico de la tarde: ‘Nuestro día es nuestra pérdida. O atestigua
Historia —la operadora, la
organizadora, Tiempo —el refrescante río’.

Y las naciones combinan cada grito, invocando la vida
que da forma al estómago individual y ordena
el terror nocturno privado.
‘¿Acaso no encontraste la ciudad estado del aprovechado,
erigiste los vastos imperios militares del tiburón
y del tigre, estableciste el resuelto canto del petirrojo?
Intercede, oh desciende como una paloma o
un papá furioso o un ingeniero acomodaticio, pero desciende.’

Y la vida, si responde, responde desde el corazón
y los ojos y los pulmones, desde los negocios y las plazas de la ciudad:
‘Oh, no, no soy el que muda;
no hoy; no para ti. Para ti, soy el
hombre del sí, el compañero de bar, el que es burlado con facilidad;
soy lo que sea que tú hagas. Soy tu promesa de ser
bueno, tu historia graciosa.
Soy tu portavoz de negocios. Soy tu matrimonio

‘¿Cuál es tu propuesta? ¿Construir la ciudad justa? Lo haré.
Estoy de acuerdo. ¿O es el pacto de suicidio, la muerte
romántica? Muy bien, acepto, porque
soy tu elección, tu decisión. Sí, yo soy España’

Muchos lo han escuchado en penínsulas remotas,
en planicies adormecidas, en las aberrantes islas del pescador,
o el corrompido corazón de la ciudad,
han escuchado y emigrado como gaviotas o las semillas de una flor.

Se aferraron como pájaros a los largos expresos que se tambalean
a través de las tierras injustas, a través de la noche, a través del túnel alpino;
flotaron sobre los océanos;
caminaron los desfiladeros. Todos entregaron sus vidas.

En esa árida plaza, ese fragmento extirpado de la caliente
África, soldada tan crudamente a la Europa creativa;
en la meseta tallada por ríos,
nuestros pensamientos tienen cuerpos; las formas amenazantes de nuestra fiebre

son precisas y vivas. Porque los miedos que nos hicieron reaccionar
ante la publicidad de medicinas y el folleto de los cruceros invernales
se han convertido en batallones invasores;
y nuestros rostros, la cara institucional, la cadena comercial, la ruina
están proyectando su ambición como el pelotón de fusilamiento y la bomba.

Madrid es el corazón. Nuestros momentos de ternura florecen
como la ambulancia y el saco de arena;
nuestras horas de amistad en un ejército popular.

Mañana, quizás el futuro. La investigación sobre el agotamiento
y la cruzada de los empaquetadores; la exploración gradual de todos los
octavos de radiación;
mañana el agrandamiento de la conciencia por dieta y respiración.

Mañana el redescubrimiento del amor romántico,
la fotografía de cuervos; todo la diversión bajo
la sombra dominante de la libertad;
mañana la hora del maestro de ceremonia y el músico,
el hermoso bramido del coro debajo de la cúpula;
mañana el intercambio de consejos sobre la cría de terriers,
la entusiasta elección de presidentes
por la repentina arboleda de manos. Pero hoy la lucha.

Mañana para los jóvenes poetas explotando como bombas,
las caminatas por el lago, las semanas de perfecta comunión;
mañana las carreras de bicicleta
a través de los suburbios en las tardes de verano. Pero hoy la lucha.

Hoy el incremento deliberado de las posibilidades de muerte,
la aceptación consciente de la culpa en el asesinato necesario;
hoy el consumo de poderes
en el chato efímero panfleto y la aburrida asamblea.
Hoy los consuelos improvisados: el cigarrillo compartido,
los naipes en el granero con luz de vela, y el concierto estridente,
los chistes masculinos; hoy el
abrazo a tientas e insatisfactorio antes de herir.

Las estrellas están muertas. Los animales no aparecerán.
Nos quedamos solos con nuestro día, y el tiempo es corto, y
la historia puede decir ¡ay!
a los derrotados, pero no puede ayudar ni perdonar.



II

Spain 1937

W. H. Auden

Selection:(Lines 1-4, 45-56, 89-93)

Yesterday all the past. The language of size
Spreading to China along the trade-routes; the diffusion
Of the counting-frame and the cromlech;
Yesterday the shadow-reckoning in the sunny climates.

And the life, if it answers at all, replies from the heart
And the eyes and the lungs, from the shops and squares of the city:
“O no, I am not the Mover,
Not today, not to you. To you I’m the
“Yes-man, the bar-companion, the easily-duped:
I am whatever you do; I am your vow to be
Good, your humorous story;
I am your business voice; I am your marriage.

“What’s your proposal? To build the Just City? I will,
I agree. Or is it the suicide pact, the romantic
Death? Very well, I accept, for
I am your choice, your decision: yes, I am Spain.”
(p. 2264)

The stars are dead; the animals will not look:
We are left alone with our day, and the time is short and
History to the defeated
May say Alas but cannot help or pardon.
(p. 2265)

España 1937, W.H. Auden

Selección: (Líneas 1-4, 45-56, 89-93)

Ayer todo el pasado. El lenguaje de medidas
Propagado hasta China a lo largo de rutas comerciales; la difusión
Del ábaco y del crónlech;
Ayer el recuento de sombras en soleados climas.

Y la vida, si acaso responde, desde el corazón replica
y desde ojos y pulmones, desde las tiendas y plazas de la ciudad:
‘Oh, no, no soy yo el motor;
No hoy; no para vosotros. Para vosotros soy el que
Siempre asiente, el colega del bar, al que fácil se engaña;
Soy lo que sea que quieras. Soy vuestra promesa de ser
Buenos, vuestro chiste gracioso
Soy vuestra voz en momentos serios. Soy vuestro matrimonio.
¿Qué proponéis? ¿Construir la ciudad de los justos? Bien.
De acuerdo. ¿O un pacto suicida, la Muerte Romántica? Muy bien, acepto, pues
Soy tu elección, tu decisión. Sí, soy España.’

Han muerto las estrellas. Los animales se niegan a mirar
Nos han dejado con nuestro día a solas, y el tiempo es breve, y
La Historia a los vencidos

Podrá decir lo siento pero no puede ayudar ni perdonar.


III

Versión Patricia Ogan Rivadavia-Esteban Moore

España, 1937.

Ayer todo el pasado. El lenguaje del tamaño
extendiéndose hacia la China por las rutas de comercio,
la difusión del ábaco y de los dólmenes;
ayer el reconocimiento de las sombras en los climas soleados.

Ayer el avalúo de los contratos de seguro mediante fichas,
los augurios y profecías del agua; ayer la invención
    de las ruedas de carro y los relojes, la doma de los potros;
ayer el bullicioso mundo de los navegantes.

Ayer la abolición de las hadas y los gigantes;
la fortaleza como un águila inmóvil vigilando el valle,
         la capilla erigida en el bosque;
ayer el tallado de ángeles y de atemorizantes gárgolas.

El juicio, entre columnas de piedra, a los herejes;
    ayer la discusión teológica en las tabernas
            y la cura milagrosa en las fuentes;
ayer el Sabath de las brujas. Pero hoy la lucha.

Ayer la instalación de dínamos y turbinas;
la construcción de ferrocarriles en el desierto colonial;
          ayer la clásica conferencia
sobre los orígenes de la humanidad. Pero hoy la lucha.

Ayer la fe en el valor absoluto de la lengua griega;
la caída del telón sobre el cadáver del héroe;
        ayer la plegaria dedicada al atardecer,
y la adoración de los locos. Pero hoy la lucha.

Mientras tanto, el poeta susurra, asombrado entre los pinos
o,  allí donde canta libre la cascada, compacta o enhiesta
      sobre las  rocas junto a la torre inclinada:
'Ah, sí, mis visiones. Oh, sí, enviame la suerte del marinero'.

Y el investigador espía a través de sus instrumentos
 el territorio las provincias inhumanas, el bacilo viril
                 o al enorme Júpiter acabado:
'Pero y las vidas de mis amigos. Yo indago, indago'.


Y... los pobres en sus hogares sin fuego dejan caer las páginas
     del diario vespertino: " Nuestro día es nuestra pérdida.
 Oh, Historia mostranos al operario, al organizador, que el tiempo
         nos guiará hacia el río refrescante.

Y las naciones  combinan cada grito, invocando la vida
  que da forma al vientre individual y ordena
  en la noche los terrores privados:
'¿ No fuiste vos el que fundó la ciudad-estado de la esponja,

el que erigió  los vastos imperios militares del tiburón
y del tigre, y fijaste la atrevida residencia  del petirrojo?
   Intervení. Sí, descendé como una paloma o
un papá furioso o un manso ingeniero: pero descendé.'

Y  la vida, si acaso responde, contesta desde el corazón
y los ojos y los pulmones, desde los comercios y plazas de la ciudad.

'Ah... no, yo no soy tu energía,
al menos en el día de hoy, no para vos. Para vos soy
'el obsecuente, el compañero de copas, ese al que engañan con facilidad:
yo  soy cualquier cosa que hagas; soy tu promesa
    de bondad, tu anécdota humorística:
soy la voz de tus negocios; soy tu matrimonio.

'¿ Cuál es tu proposición ?  ¿Construir la ciudad de los justos ? Lo haré.
Estoy de acuerdo. ¿O es el pacto suicida, la muerte
       romántica? Muy bien, acepto, porque
yo soy tu elección, tu decisión: sí, yo soy España.'

Muchos lo han oído en penínsulas remotas,
en llanos adormecidos, en las aberrantes islas de pescadores,
        en el corrupto  corazón de la ciudad;
han oído y emigrado como las gaviotas o las semillas en flor.

Se aferraron como clavos a los largos trenes que se sacuden
a través de las tierras injustas, a través de la noche, a través del túnel 
                                                                                         / alpino
                                flotaron sobre los océanos;
caminaron sobre los pasos de montaña: vinieron a ofrendar sus vidas.

Sobre ese pedazo árido, ese fragmento arrancado del África
caliente, pegado tan crudamente a la Europa ingeniosa,
        sobre aquel altiplano rayado de ríos
las formas amenazantes de nuestra fiebre se hallan precisas y vivas.

Mañana, tal vez, el futuro: las investigaciones acerca de la fatiga
y los movimientos de los empacadores; la exploración gradual de todas las
                       octavas de la radiación;
mañana el engrandecimiento de la conciencia con dietas y ejercicios             
                                                                                /respiratorios.            

Mañana el redescubrimiento del amor romántico,
tomarle fotografías a los cuervos;  toda la diversión bajo
           la sombra dominante de la libertad;
mañana la hora del director y del músico.

Mañana, para los jóvenes, los poetas explotando como bombas,
las caminatas junto al lago, el invierno de la perfecta comunión,
              mañana las carreras de bicicletas
en los suburbios en la tarde de verano: pero hoy la lucha.

Hoy el inevitable aumento de la probabilidad de muerte;
 la aceptación consciente de la culpa en hechos criminales;
        hoy el derroche de los poderes
en el chato efímero panfleto y la reunión aburrida.

Hoy el consuelo provisorio; el cigarrillo compartido;
los naipes en el granero iluminado por una vela, el concierto malo,
        las bromas masculinas, hoy el
manoseado e insatisfecho abrazo antes de herir.

Las estrellas están muertas, los animales no desean mirar;
estamos solos con nuestro día, el tiempo es corto
        y la Historia a los derrotados
podrá decirles  ¡ Que pena!, pero no podrá ayudarlos, mucho menos perdonarlos.

La carga del hombre blanco, de Rudyard Kipling, y traducción

En la ratificación del Tratado de París de EE. UU.  con España en 1898 tras la guerra, España tenía que renunciar a su soberanía sobre las Islas Filipinas. A ese efecto, el Senador Tillman preguntó:

¿Por qué nos empeñamos en imponerles una civilización que no les conviene, y que solo significa, en su opinión, degradación y pérdida de respeto propio, que es peor que la pérdida de la vida misma?

Cuatro días después, el 11 de febrero de 1899, el Congreso de Estados Unidos ratificó el "Tratado de Paz entre los Estados Unidos de América y el Reino de España" (Tratado de París, 1898), que estableció la jurisdicción imperial americana sobre el archipiélago de las Islas Filipinas , en el Océano Pacífico, cerca del continente asiático. Y Rudyard Kipling, que había compuesto este poema días antes para ofrecérselo a Roosevelt como una justificación del imperialismo  anglosajón y de la colonización, lo publicó un día antes, el once de febrero y luego lo incluyó en su poemario The Five Nations (1903). Rubén Darío lo contestó su "A Roosevelt"

The White Man's Burden


Take up the White Man's burden —

Send forth the best ye breed —

Go bind your sons to exile

To serve your captives' need;

To wait in heavy harness,

On fluttered folk and wild —

Your new-caught, sullen peoples,

Half-devil and half-child.


Take up the White Man's burden —

In patience to abide,

To veil the threat of terror

And check the show of pride;

By open speech and simple,

An hundred times made plain

To seek another's profit,

And work another's gain.


Take up the White Man's burden —

The savage wars of peace —

Fill full the mouth of Famine

And bid the sickness cease;

And when your goal is nearest

The end for others sought,

Watch sloth and heathen Folly

Bring all your hopes to nought.


Take up the White Man's burden —

No tawdry rule of kings,

But toil of serf and sweeper —

The tale of common things.

The ports ye shall not enter,

The roads ye shall not tread,

Go mark them with your living,

And mark them with your dead.


Take up the White Man's burden —

And reap his old reward:

The blame of those ye better,

The hate of those ye guard —

The cry of hosts ye humour

(Ah, slowly!) toward the light: —

"Why brought he us from bondage,

Our loved Egyptian night?"


Take up the White Man's burden —

Ye dare not stoop to less — Nor call too loud on Freedom

To cloak your weariness;

By all ye cry or whisper,

By all ye leave or do,

The silent, sullen peoples

Shall weigh your gods and you.


Take up the White Man's burden —

Have done with childish days —

The lightly profferred laurel,

The easy, ungrudged praise.


Comes now, to search your manhood

Through all the thankless years

Cold, edged with dear-bought wisdom,

The judgment of your peers!


LA CARGA DEL HOMBRE BLANCO


Lleve la carga del hombre blanco:

envíe lo mejor de su raza,

condene a sus hijos al exilio

para servir la necesidad de los cautivos;

soporte bajo pesados arneses

a gente revuelta y salvaje,

a pueblos nuevos e iracundos

medio diablos y medio niños.


Lleve la carga del hombre blanco

con paciencia, para perdurar,

para velar la amenaza del horror;

y contemple las muestras de orgullo;

con discurso franco y simple,

cien veces más claro,

para buscar el beneficio de otro

y trabajar en la ganancia de otro.


Lleve la carga del hombre blanco,

las guerras salvajes de la paz

llene la boca del hambre

y haga que cese la enfermedad;

y, cuando su objetivo esté más cerca,

el propósito buscado para otros,

contemple la pereza y la locura paganas

y conduzca sus enteras esperanzas a la nada.


Lleve la carga del hombre blanco

sin impuras reglas de reyes,

sino con el trabajo de siervos y barrenderos,

historia de cosas comunes;

y los puertos donde no entre,

los caminos que no pisemos,

vaya a señalarlos con su vida

vaya a señalarlos con sus muertos.


Lleve la carga del hombre blanco

y coseche su antigua recompensa:

la culpa de a quienes sea mejor,

el odio de los que guarde

el grito de los anfitriones

"¡eh, despacio!" hacia la luz

-"¿Por qué nos sacó de la esclavitud,

de nuestra amada noche egipcia?"


Lleve la carga del hombre blanco:

no atreverse a ser menos,

no buscar la desmedida libertad

para ocultar el cansancio

por todo lo que llora o gime,

por todo lo que se deja o se hace;

los pueblos silenciosos y malhumorados

harán pesar sus dioses sobre usted.


Lleve la carga del hombre blanco

y hágalo en los días de su infancia

el laurel de ligero proferido

y fácil el elogio sin las trabas.


Y llegue ahora, para buscar su virilidad

tras todos estos años ingratos,

aterido, y bien cubierto de querida sabiduría,

¡al juicio de sus pares!


Este poema se ganó las críticas de Mark Twain, William James y Joseph Conrad entre otros. Rubén Darío lo respondió en cierta manera con este "A Roosevelt" de Cantos de vida y esperanza (1905)

A Roosevelt

¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; 
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. 
Y domando caballos, o asesinando tigres, 
eres un Alejandro-Nabucodonosor. 
(Eres un profesor de energía, 
como dicen los locos de hoy.) 
Crees que la vida es incendio, 
que el progreso es erupción; 
en donde pones la bala 
el porvenir pones. 
No. 

Los Estados Unidos son potentes y grandes. 
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor 
que pasa por las vértebras enormes de los Andes. 
Si clamáis, se oye como el rugir del león. 
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». 
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol 
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. 
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; 
y alumbrando el camino de la fácil conquista, 
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 

Mas la América nuestra, que tenía poetas 
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, 
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, 
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; 
que consultó los astros, que conoció la Atlántida, 
cuyo nombre nos llega resonando en Platón, 
que desde los remotos momentos de su vida 
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, 
la América del gran Moctezuma, del Inca, 
la América fragante de Cristóbal Colón, 
la América católica, la América española, 
la América en que dijo el noble Guatemoc: 
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América 
que tiembla de huracanes y que vive de Amor, 
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. 
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. 
Tened cuidado. ¡Vive la América española! 
Hay mil cachorros sueltos del León Español. 
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, 
el Riflero terrible y el fuerte Cazador, 
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 


Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

Robert Frost, No queda nada de oro

Robert Frost

Nothing Gold Can Stay (1923)

Nature's first green is gold
Her hardest hue to hold.
Her early leaf's a flower;
But only so an hour.
Then leaf subsides to leaf.
So Eden sank to grief,
So dawn goes down to day.
Nothing gold can stay.


NO QUEDA NADA DE ORO

El primer verdor natural es oro,
el tono más difícil de coger.
La hoja primeriza aflora
solo en un instante.
Después la hoja se vuelve hoja.
Así el Edén se hundió en la pena,
así la aurora se mudó en el día.
No puede quedarse el oro.

Trad. de Ángel Romera.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Arte de lo posible, de Robert Lowell

 "Arte de lo posible", de Robert Lowell (Estados Unidos, 1917-1977)

"Empeñarte en hacer cuanto no puede ser hecho,
es lo único que tú puedes hacer..."

En la casa adosada de mis padres
había un patio chico, de dos metros por tres,
recubierto por una claraboya
que surtía de luz a los cuartos de baño,
uno encima de otro, que había en cada piso.
El de la parte alta, de vidrio transparente
y de cristal traslúcido. Más púdico, el de abajo;
eran esas ventanas ventanas incitantes.
Allí, en aquella casa,
durante, más o menos, un invierno,
cuando tenía yo once o doce años,
casi a falta de uno para la catastrófica
llegada inexorable de mi adolescencia,
yo disfrutaba con el baño nocturno de mi madre...
No se trataba de lujuria en sí,
sino de un cierto modo de incipiente lujuria,
sólo la de mi vista y muy difusa.

Estábamos bebiendo, pinchando mejillones,
una mujer y un hombre
(ella tres años más joven que él),
que durante veinte años
habían sido sólo compañeros de mesa,
removiendo a conciencia el inventario
de nuestra relación... Agradecidos
porque nuestros estudiantiles eufemismos
ocultan el temblor de nuestras manos,
temerosas de alzar un tenedor en público.
"Papá Freud ha lavado tu cerebro
para que odies a tu madre."
Nos levantamos para despedirnos
y tus senos han rozado mi pecho;
bajo nuestros vestidos nuestros cuerpos
son cuerpo solamente.
Sobre el hielo delgado de nuestra edad pesada,
maligna en sus sorpresas, nuestro interior escuece
y lo atempera el frío porque ya conocemos
los sufrimientos de la seducción...
Mañana la unidad,
repugnante, de nuestro cuerpo profanado
a plena luz del día irá descomponiéndose.

Nada de compromisos, yo me marcho...
La oscuridad alza su mano inerte,
los insomnios encuentran cien justificaciones
para explicar la frase imperdonable.
Tras muchos avatares durante el matrimonio,
ardientes dormitorios por la sangre,
me produce alegría
convertir esta alcoba en polo norte...
Un solitario yermo me descubre
las zonas frías que la cama tiene
mientras se regodea con su expiración gélida.

Robert Lowell en Día a día (1977), (Editorial Losada, Madrid, 2010, trad. de Luis Javier Moreno).

Poemas de Robert Frost

"El impulso", de Robert Frost (Estados Unidos, 1874-1963)

Aquello era muy solo y muy salvaje para ella. Y como no eran más que los dos, y sin niños, y el trabajo de la casa era tan poco, ella estaba siempre desocupada, y se iba adonde él labraba el campo o derribaba un árbol.
   Y se sentaba en un tronco, y jugaba con las frescas astillas que saltaban, cantando bajito, sólo para ella.
   Una vez que ella quiso cortar una rama de un álamo negro, se fue tan lejos, que apenas oyó que él la llamaba. Y no contestó -¡silencio!- ni volvió ya. -Se estuvo quieta, y luego salió corriendo, y se escondió por los helechos-.
   Él no la encontró jamás, aunque buscó por todas partes y preguntó en casa de la madre de ella. Así, tan de pronto, tan rápida y brevemente como se cuenta, sus lazos se desataron; y él supo de otros finales que la tumba.

II


"Miedo a la casa", de Robert Frost (Estados Unidos, 1874-1963)
Siempre -ellos lo fueron aprendiendo-, siempre que volvían por la noche, de lejos, a la casa solitaria -lámparas sin encender y cenizas de hogar-, hacían rechinar la llave en la cerradura -ellos lo fueron aprendiendo-, para que cualquiera que pudiese estar allí tuviera aviso y tiempo de salir al campo. Y, prefiriendo la noche de fuera a la de dentro, ellos aprendieron a dejar de par en par la puerta, hasta que habían encendido la lámpara.

Robert Frost en La mujer en el monte, versión de Juan Ramón Jiménez, incluido en Música de otros. Traducciones y paráfrasis (Editorial Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2006).