martes, 2 de diciembre de 2025

Canción protesta de Buffalo springfield, Hay algo pasando aquí, 1966.

 Letra de Buffalo springfield, canción de Stephen Stills

For What It's Worth

 Hay algo pasando aquí;

lo que es no está exactamente claro.

Hay un hombre con un arma por ahí

diciéndome que tengo que tener cuidado.

Creo que es hora de que paremos

Niños, ¿qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando:

se están trazando líneas de batalla.

Nadie tiene razón si todos están equivocados.

¡Jóvenes que dicen lo que piensan

están recibiendo tanta oposición atrasada!

Es hora de que nos detengamos

Oye, ¿qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando

¡Qué día de campo para el calor!

Mil personas en la calle

cantando canciones y llevando carteles.

La mayoría dice hurra por nuestro lado.

Es hora de que paremos

Oye, ¿qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando

La paranoia llega profundo

al interior de tu vida se arrastrará.

Comienza cuando siempre tienes miedo

Sal de la fila, que el hombre llega y te lleva.

Será mejor que paremos.

Oye, ¿qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando.

Será mejor que paremos.

Oye, ¿qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando.

Será mejor que ahora paremos.

¿Qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando

Será mejor que paremos

Niños, ¿qué es ese sonido?

Miren todos lo que está pasando


Canción protesta prohibida de Barry McGuire, 1965

 Víspera de destrucción (Eve of Destruction)

Canción de Barry McGuire ‧ 1965


El mundo oriental está explotando.

Hay violencia estallando, balas cargándose

Tienes edad suficiente para matar pero no para votar;

no crees en la guerra, pero ¿qué es esa arma que llevas?

e incluso el río Jordán lleva cuerpos flotando

Pero, dime

una y otra vez, amigo mío,

¿cómo es que no crees

que estamos en vísperas de la destrucción?

¿No entiendes lo que estoy tratando de decir?

¿No puedes sentir los miedos que hoy siento?

Si se presiona el botón, no hay forma de huir;

no habrá nadie a quien salvar con el mundo en una tumba.

Muchacho, echa un vistazo a tu alrededor, seguramente te asustará, muchacho.

Pero tú me lo dices

una vez y otra, amigo mío.

¿Cómo es que no crees

que estamos en vísperas de la destrucción?

Sí ¡mi sangre está tan loca! Siente cómo coagula.

Y aquí estoy sentado simplemente mirando.

No puedo torcer la verdad: no sabe de regulaciones.

Un puñado de senadores no aprueba las leyes

y las marchas, por sí solas, no llegan a traer la integración

cuando el respeto humano se está desintegrando.

Todo este loco mundo frustra demasiado.

Pero tú me lo dices

una y otra vez, amigo mío.

¿Cómo es que no crees

que nos hallamos en vísperas de la destrucción?

Piensa en todo el odio que hay en la China roja

y entonces echa un vistazo por Selma, Alabama.

Ah, puedes irte de aquí cuatro días al espacio,

pero, cuando regresas, es el mismo lugar.

Golpean los tambores el orgullo y la desgracia;

puedes enterrar a tus muertos, pero sin dejar rastro.

Odia a tu vecino de al lado, pero no olvides darle las gracias.

Pero tú me lo dices

una y otra vez, una y otra vez, amigo mío,

que no crees que estamos en vísperas de la destrucción,

no, no, no crees que estamos en vísperas de la destrucción.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Matthew Arnold, Shakespeare y otros poemas

 Shakespeare

Otros acatan nuestra pregunta. Tú eres libre.

Nos preguntamos y preguntamos; tú sonríes y permaneces impávido,

coronando el conocimiento. Pues la colina más alta,

que ante las estrellas descorona su majestad,

plantando firmes pasos en el mar,

haciendo del Cielo de los Cielos su morada,

solo perdona el borde nublado de su base

a la frustrada búsqueda de la mortalidad.

Y tú, que conociste a las estrellas y los rayos del sol,

autodidacta, autoescudriñado, autohonrado, seguro de ti mismo,

caminaste sobre la tierra sin ser adivinado. ¡Mejor así!

Todos los dolores que el espíritu inmortal debe soportar,

toda debilidad que se deteriora, todas las penas que derrotan

encuentran su voz única en esa frente victoriosa.


El gitano erudito


¡Ve, pastor, que te llaman desde la colina!

¡Ve, pastor, y desata los rediles!

No dejes más a tu melancólico rebaño sin alimentar,

ni a tus compañeros berreando,

ni a la hierba segada otra cabeza.

Pero cuando los campos estén tranquilos,

y los hombres y perros cansados ​​se hayan ido a descansar,

y solo las blancas ovejas se vean a veces

cruzar y volver a cruzar las franjas de verde blanqueado por la luna.

¡Ven, pastor, y retoma la búsqueda!


Aquí, donde el segador estuvo trabajando últimamente,

en el rincón oscuro de este campo alto, donde deja

su abrigo, su canasto y su cántaro de barro,

y al sol toda la mañana ata las gavillas,

y luego aquí, al mediodía, regresa sus provisiones para usar,

aquí me sentaré y esperaré,

mientras a mis oídos, desde tierras altas lejanas,

llega el balido de los rebaños apiñados,

con gritos distantes de segadores en el maíz,

todo el murmullo vivo de un día de verano.


Este rincón está oculto sobre el campo alto y a medio segar,

y aquí estaré, ¡pastor!, hasta el anochecer.

Entre la espesura del trigo se asoman las amapolas escarlatas,

y veo

crecer en zarcillos, raíces verdes y tallos amarillentos, enredándose en pálidas raíces rosadas;

y los tilos, al viento, desprenden

su aroma, y ​​derraman sus perfumadas lluvias

de flores sobre la hierba curva donde estoy tendido,

y me protegen del sol de agosto con su sombra;

y la mirada desciende hasta las torres de Oxford.


Y cerca de mí, sobre la hierba, yace el libro de Glanvil.

¡Venga, déjame leer de nuevo este cuento tan leído!

La historia del pobre estudiante de Oxford,

de mente preñada y mente ingeniosa,

que, cansado de buscar trabajo,

una mañana de verano abandonó

a sus amigos y se fue a aprender las tradiciones gitanas.

Vagó por el mundo con esa hermandad salvaje,

y llegó, como muchos creían, a poco provecho,

pero nunca más volvió a Oxford ni a sus amigos.


Pero una vez, años después, en los caminos rurales,

dos estudiantes, a quienes conoció en la universidad,

lo encontraron y le preguntaron sobre su estilo de vida.

Él respondió que la tripulación gitana,

sus compañeros, tenía habilidades para controlar a su antojo

el funcionamiento de las mentes humanas,

y que podían sujetarlas a los pensamientos que quisieran.

«Y yo», dijo, «el secreto de su arte,

cuando lo dominen por completo, lo compartiré con el mundo;

pero se necesitan momentos celestiales para esta habilidad».


Dicho esto, los dejó y no regresó.

Pero corrían rumores por la comarca

de que el erudito perdido había sido visto vagando durante mucho tiempo,

visto en raras ocasiones, pensativo y mudo,

con sombrero de corte antiguo y capa gris,

la misma que usaban los gitanos.

Unos pastores lo habían encontrado en Hurst en primavera;

en alguna taberna solitaria de los páramos de Berkshire,

en el cálido banco de un solo piso, los campesinos con bata

lo habían encontrado sentado a su entrada.


Pero, entre la bebida y el ruido, él quería huir.

Y yo mismo parezco conocer a medias tu aspecto,

y pongo a los pastores, ¡vagabundo!, tras tu rastro;

y a los muchachos que en solitarios trigales espantan a los grajos,

les pregunto si has pasado por su tranquilo lugar;

o en mi barca me quedo

amarrado a la fresca orilla en los calores del verano,

entre amplios prados que el sol llena,

y observo las cálidas y verdes colinas de Cumner,

y me pregunto si frecuentas sus tímidos refugios.


Porque sé que amas el retiro.

Te he encontrado en el transbordador, jinetes de Oxford, alegres,

regresando a casa en las noches de verano,

cruzando el joven Támesis en Bab-lock-hithe,

arrastrando los dedos mojados en la fresca corriente,

mientras la cuerda de la batea chasquea;

reclinado hacia atrás en un sueño pensativo,

y albergando en tu regazo un ramo de flores

arrancadas en campos tímidos y en las lejanas glorietas de Wychwood,

con la mirada fija en el arroyo iluminado por la luna.


¡Y entonces aterrizan, y ya no te ven!

Doncellas, que desde las aldeas lejanas vienen

a bailar alrededor del olmo de Fyfield en mayo,

a menudo te han visto vagar por los campos que se oscurecen,

o cruzar un portillo hacia la vía pública.

A menudo les has dado un montón

de flores: la anémona blanca de hojas frágiles,

las campanillas azules oscuras empapadas de rocío de las tardes de verano,

y las orquídeas púrpuras con hojas moteadas;

pero ninguna tiene palabras para describirte.


Y, sobre el puente de Godstow, cuando llega la época del heno

en junio, y muchas guadañas arden bajo el sol,

los hombres que recorren esos amplios campos de hierba ventosa

donde las golondrinas de alas negras rondan el brillante Támesis

para bañarse en el abandonado azotador pasan,

a menudo te han pasado cerca,

sentado en la orilla del río cubierto de maleza;

han observado tu atuendo extravagante, tu figura enjuta,

tus ojos oscuros y vagos, y tu aire suave y abstracto...

¡Pero, cuando volvieron de bañarse, te habías ido!


En alguna solitaria granja de las colinas de Cumner,

donde la ama de casa zurce a la puerta abierta,

te han visto, o colgado de una verja

observando las trilladoras en los graneros musgosos.

Los niños, que recorren estas laderas temprano y tarde

buscando berros en los arroyos,

te han visto contemplando, durante todo un día de abril,

los pastos que brotan y las vacas pastando;

y te han observado, cuando las estrellas salen y brillan,

alejarte lentamente entre la hierba alta y húmeda.


En otoño, en las faldas del bosque Bagley,

donde la mayoría de los gitanos, junto al camino bordeado de turba,

plantan sus tiendas ahumadas, y cada arbusto que ves

está salpicado de manchas escarlatas y jirones grises,

sobre el suelo del bosque llamado Tesalia,

el mirlo, buscando comida,

te ve, pero no detiene su comida ni teme en absoluto;

tan a menudo te ha visto pasar junto a él, extraviado,

arrebatado, haciendo girar en tu mano una rama marchita,

y esperando que caiga la chispa del cielo.


Y una vez, en invierno, en el frío camino

que lleva a casa a través de campos inundados, ¿

no te he visto en el puente de madera,

envuelto en tu capa y luchando contra la nieve,

con la cara hacia Hinksey y su cresta invernal?

Y has subido la colina,

y has alcanzado la blanca cima de la cordillera de Cumner;

te has vuelto una vez para observar, mientras caían copos de nieve,

la línea de luz festiva en el salón de la iglesia de Cristo;

luego has buscado tu paja en alguna granja apartada.


Pero qué... ¡sueño! Doscientos años han pasado

desde que tu historia corrió por los pasillos de Oxford,

y el grave Glanvil escribió

que te alejaste de los estudiosos muros

para aprender artes extrañas y unirte a una tribu gitana;

y te fuiste de la tierra hace

mucho tiempo, y yaces en algún tranquilo cementerio, en

algún rincón rural, donde sobre tu tumba desconocida

ondean hierbas altas y ortigas blancas en flor,

bajo la sombra de un tejo oscuro y de frutos rojos.


—¡No, no, no has sentido el paso de las horas!

Pues ¿qué desgasta la vida de los mortales?

Es que de cambio en cambio su ser rueda;

es que las conmociones repetidas, una y otra vez,

agotan la energía de las almas más fuertes

y entumecen las fuerzas elásticas.

Hasta que, habiendo usado nuestros nervios con dicha y adolescencia,

y fatigado nuestro ingenio en mil planes,

al genio que se detiene en ese instante, remitimos

nuestra vida agotada, y somos... lo que hemos sido.


Si no has vivido, ¿por qué perecerías así?

Tenías un solo propósito, un solo negocio, un solo deseo; ¡

de lo contrario, ya hace tiempo que estarías entre los muertos! ¡

De lo contrario, habrías consumido, como otros hombres, tu fuego!

Las generaciones de tus iguales han huido,

y nosotros también nos iremos;

pero posees un destino inmortal,

y te imaginamos exento de la vejez

y viviendo como vives en la página de Glanvil,

porque tuviste lo que nosotros, ¡ay!, no tenemos.


Pues temprano dejaste el mundo, con fuerzas

frescas, sin desviar hacia el mundo exterior,

firmes en su objetivo, sin gastarlas en otras cosas;

libres de la fatiga enfermiza, de la duda lánguida

que trae consigo haber intentado mucho, haber sido frustrado en mucho.

¡Oh vida distinta a la nuestra!

Que fluctúan ociosamente sin plazo ni alcance,

de quienes cada uno se esfuerza, sin saber por qué se esfuerza,

y cada mitad vive cien vidas diferentes;

que esperan como tú, pero no, como tú, con esperanza.


¡Tú esperas la chispa del cielo! Y nosotros,

ligeros creyentes a medias de nuestros credos casuales,

que nunca sentimos profundamente ni queremos claramente,

cuya percepción nunca ha dado fruto en hechos,

cuyas vagas resoluciones nunca se han cumplido;

para quienes cada año vemos

nuevos comienzos, nuevas decepciones;

que vacilamos y flaqueamos en la vida,

y perdemos mañana el terreno ganado hoy...

¡Ah! ¿No lo esperamos también nosotros, vagabundo?


Sí, lo esperamos, pero aún se demora, ¡

y entonces sufrimos! y entre nosotros uno,

que es el que más ha sufrido, toma abatido

su asiento en el trono intelectual;

y todo su acervo de tristes experiencias deja

al descubierto sus días miserables;

nos cuenta el nacimiento de su miseria, su crecimiento y sus signos,

y cómo se alimentó la chispa moribunda de la esperanza,

y cómo se apaciguó su pecho, y cómo se calmó su cabeza,

y todos sus anodinos variados cada hora.


¡Esto por nuestros más sabios! Y nosotros los demás languidecemos,

deseando que el largo y desdichado sueño termine,

renunciando a todo derecho a la dicha y tratando de soportar;

con paciencia de labios cerrados por nuestro único amigo,

paciencia triste, demasiado cercana para desesperar;

¡pero nadie tiene esperanza como la tuya!

Tú vagas por los campos y por los bosques,

vagando por el campo, un niño vagabundo,

alimentando tu proyecto con alegría despejada,

y toda duda disipada por el tiempo.


Oh, nacido en días en que el ingenio era fresco y claro,

y la vida corría alegre como el centelleante Támesis;

antes de que esta extraña enfermedad de la vida moderna,

con su prisa enfermiza, sus objetivos divididos,

sus cabezas sobrecargadas, sus corazones paralizados, estuviera extendida. ¡

Huye, miedo nuestro al contacto! ¡

Huye aún, sumérgete más en el bosque encapotado! ¡

Aléjate, como Dido con gesto severo,

de la llegada de su falso amigo en el Hades,

apártate de nosotros y quédate solo!


Aún alimentando la esperanza inconquistable,

aún aferrándose a la sombra inviolable,

con un impulso libre y hacia adelante, atravesando,

por la noche, las ramas plateadas del claro,

lejos, en las faldas del bosque, donde nadie persigue,

en alguna suave ladera pastoral

emergen, y descansando en las pálidas hojas iluminadas por la luna,

refresca tus flores como en años anteriores

con rocío, o escucha con oídos encantados,

desde los oscuros valles, a los ruiseñores.


Pero ¡huye de nuestros caminos, huye de nuestro contacto febril!

Pues la fuerte infección de nuestra lucha mental,

que, aunque no da dicha, nos priva de descanso;

y te arrebataríamos de tu propia vida hermosa,

como nosotros, distraídos y como nosotros, desdichados.

Pronto, pronto tu alegría moriría,

tus esperanzas se volverían tímidas y tus fuerzas se desestabilizarían,

y tus objetivos claros se tornarían turbios y vacilantes;

y entonces tu feliz juventud perenne se desvanecería,

se marchitaría y envejecería al fin, y moriría como la nuestra.


¡Entonces vuelan nuestros saludos, vuelan nuestras palabras y sonrisas!

–Como un serio comerciante tirio, desde el mar,

divisó al amanecer una proa emergente

que levantaba sigilosamente las enredaderas de cabello fresco,

los flecos de una frente orientada al sur

entre las islas del Egeo;

y vio llegar al alegre costero griego,

cargado de uvas ámbar y vino de Quíos,

higos verdes que reventaban y atunes macerados en salmuera–

y reconoció a los intrusos en su antiguo hogar,


Los jóvenes y alegres dueños de las olas–

Y arrebató su timón, y desenrolló más velas;

Y día y noche se mantuvo indignado

Sobre las azules aguas del centro del país con el vendaval,

Entre las Sirtes y la suave Sicilia,

Hasta donde el Atlántico brama

Fuera de los estrechos occidentales; y desenrolló velas

Allí, donde por los acantilados nublados, a través de sábanas de espuma,

Tímidos traficantes, llegan los oscuros íberos;

Y en la playa deshizo sus fardos atados.


Playa de Dover


El mar está en calma esta noche,

la marea está llena, la luna se posa hermosa

sobre el estrecho; en la costa francesa, la luz

brilla y desaparece; los acantilados de Inglaterra se yerguen,

relucientes e inmensos, en la tranquila bahía. ¡

Acérquense a la ventana, dulce es el aire nocturno!

Solo, desde la larga línea de espuma

donde el mar se encuentra con la tierra blanqueada por la luna, ¡

escuchen! Se oye el rugido chirriante

de los guijarros que las olas retiran y arrojan,

a su regreso, hacia la alta playa.

Comienzan, cesan, y luego vuelven a comenzar,

con trémula cadencia lenta, y traen consigo

la eterna nota de tristeza.


Sófocles

lo oyó hace mucho tiempo en el Egeo, y le trajo

a la mente el turbio flujo y reflujo

de la miseria humana; nosotros

también encontramos en el sonido un pensamiento,

al oírlo junto a este lejano mar del norte.

El mar de la fe

también estuvo una vez, en su plenitud, y alrededor de la tierra,

se extendía como los pliegues de un brillante cinturón enrollado.

Pero ahora solo oigo

su melancólico, prolongado y retraído rugido,

retirándose, al soplo

del viento nocturno, por las vastas orillas, lúgubres

y desnudas tejas del mundo.


Ah, amor, seamos fieles

el uno al otro, pues el mundo que parece

extenderse ante nosotros como una tierra de sueños,

tan variado, tan hermoso, tan nuevo,

no tiene realmente ni alegría, ni amor, ni luz,

ni certeza, ni paz, ni ayuda para el dolor;

y estamos aquí como en una llanura oscura

barrida por confusas alarmas de lucha y huida,

donde ejércitos ignorantes chocan por la noche.


Envejeciendo


¿Qué es envejecer?

¿Es perder la gloria de la figura,

el brillo de la mirada?

¿Es por belleza renunciar a su corona?

Sí, pero no solo por eso.


¿Es sentir nuestra fuerza,

no solo nuestra plenitud, sino también nuestra decadencia? ¿

Es sentir cada miembro

endurecerse, cada función menos precisa,

cada nervio más débil?


Sí, esto, ¡y más! pero no, ¡

Ah, no es lo que en la juventud soñamos que sería!

¡No es tener nuestra vida

suavizada y ablandada como con el resplandor del atardecer,

el ocaso de un día dorado!


'No se trata de ver el mundo

desde una altura, con ojos proféticos y absortos,

y el corazón profundamente conmovido;

y llorar, y sentir la plenitud del pasado, ¡

los años que ya no son!


Es pasar largos días

sin sentir ni una sola vez que fuimos jóvenes.

Es sumar, encerrados

en la ardiente prisión del presente, mes

tras mes con un dolor agotador.


Es sufrir esto,

y sentir sólo la mitad, y débilmente, de lo que sentimos:

en lo profundo de nuestro corazón

supura el sordo recuerdo de un cambio,

pero ninguna emoción, ninguna.


Es la última etapa de todas,

cuando estamos congelados por dentro y somos solo

el fantasma de nosotros mismos,

para escuchar al mundo aplaudir al fantasma hueco

que culpó al hombre vivo

viernes, 21 de noviembre de 2025

José Emilio Pacheco, Égloga octava

 ÉGLOGA OCTAVA


Lento muere el verano

y suspende el silencio con sus ruidos.

Un otoño temprano

hundió verdes latidos,

árboles por la muerte merecidos.


La luz nos atraviesa.

Se detiene en tu cuerpo y lo decora.

Tal fuego que te besa,

consumida en la hora,

ya se incendia la tarde asoladora.


Vivimos el presente

en función del mañana y del pasado,

porque seguramente

no estaré ya a tu lado

en ese tiempo real que has desdeñado.


En estas soledades

se han unido el desierto y la pradera.

Mas el gozo que invades

ya no te recupera

y durará lo que la noche quiera.


Creciste en la memoria

hecha de otras imágenes, mentida.

Y no habrá más historia

para ocupar la vida,

que esa huella de ti, vasta y perdida.


Inútil el lamento,

inútil la esperanza, el desterrado

adjetivo del viento.

Te ha poblado

el transcurrir de todo lo acabado.


Esperemos ahora

la claridad que apenas se desliza.

Nos encuentra la aurora

en la tierra cobriza,

faltos de amor y llenos de ceniza.


Se acerca la negrura

en la avidez del día que despierta.

En torno a tu hermosura

se ha cerrado la puerta

de la alegría que me diste muerta.


No volveremos nunca

a tener en las manos ese instante;

porque la noche trunca

hará que se quebrante

nuestra dicha

y sigamos adelante.


El oscuro reflejo

de ese ayer que zozobra en tu mirada,

es el oblicuo espejo

que bifurca la nada

de esta reunión de sombras condenada.


La llama que calcina

de tu rostro sin voces ha crecido.

Pero ha de ser su ruina

la que instaure el sonido,

el silencioso estruendo del olvido.


De los años la ira,

la confusión, el peso, la derrota,

no harán una mentira

de todo lo que brota

en una noche de prodigios rota.


El mundo se apodera

de lo que es nuestro y tuyo. Y el vacío

acontece y vulnera;

como el río

que humedece tus labios, amor mío.


Eterna, única ausente,

niña solar o hiedra que se esconde.

Te borras lentamente,

más vivirás en donde

tu presencia me escucha y me responde.

viernes, 14 de noviembre de 2025

Virgilio, I égloga o bucólica

MELIBEO

Títiro, tú, tumbado bajo la protección de una extensa haya compones con flauta liviana un poema pastoril; nosotros abandonamos los límites de la patria y los dulces campos: nosotros huimos de la patria; tú, Títiro, tranquilo a la sombra, enseñas a los bosques a repetir (el nombre de) la hermosa Amarilis.

TÍTIRO

Oh Melibeo, un dios nos procuró estos ocios: pues para mí él será siempre un dios; su altar a menudo lo regará (con sangre) algún tierno cordero de nuestros rediles. Él ha permitido que mis vacas vaguen libremente, como ves, y que yo mismo cante lo que quiera, con flauta rústica.

MELIBEO

No siento envidia, en verdad; me admiro, más bien: ¡hasta tal punto en todas partes, en todos los campos reina la confusión! Mírame, yo mismo conduzco ante mí las cabras, afligido; a esta, además, a duras penas, Títiro, la arrastro: pues recientemente aquí, entre espesos avellanos, ha abandonado gemelos, esperanza del rebaño, ¡ay!, pariendo con dolor sobre la roca desnuda.

A menudo este infortunio, si la mente no hubiese estado ciega, recuerdo que las encinas golpeadas desde el cielo (por el rayo) lo predijeron: a menudo la corneja, a la izquierda, lo predijo desde un hueco roble. Pero, igualmente, ese dios, Títiro, indícanos quién es.

TÍTIRO

La ciudad que llaman Roma, Melibeo, la creí, necio de mí, semejante a esta nuestra, donde a menudo los pastores solemos llevar las tiernas crías de las ovejas; así había conocido los cachorros semejantes a los perros, así los cabritos a sus madres, así solía comparar lo grande con lo pequeño: pero esta ha alzado su cabeza entre las demás ciudades tanto como suelen los cipreses entre la flexible lantana.

MELIBEO

¿Y qué motivo tuviste tan importante para ver Roma?

TÍTIRO

La libertad, que tardía se fijó -sin que yo hiciera nada- en mí, cuando una barba bastante blanca caía al afeitarla; se fijó en mí, sin embargo, y llegó después de un largo tiempo, después de que Amarilis nos tiene, después de que Galatea nos abandonó; pues, confesaré, mientras Galatea me dominaba, no había esperanza de libertad, ni preocupación por mis  bienes; aunque de mis corrales saliesen muchas víctimas (para ser sacrificadas), y queso graso se prensase para la ciudad ingrata, nunca mi mano derecha volvía a casa cargada de dinero.

MELIBEO

Me preguntaba por qué invocabas triste a los dioses, Amarilis, para quién permitías que en el árbol colgasen sus frutos: Títiro estaba lejos de aquí; a ti, Títiro, los pinos mismos, las mismas fuentes, estos mismos arbustos te invocaban.

TÍTIRO

¿Qué podía hacer? Ni era posible que yo saliese de la servidumbre, ni en otro lugar (era posible) que conociera a dioses tan accesibles. Allí vi a aquel joven, Melibeo, para quien cada año nuestros altares humean doce días; allí él el primero me dio esta respuesta, a mí que suplicaba: «pastoread, como antes, las vacas, jóvenes, haced crecer los toros»

MELIBEO

Afortunado anciano, así pues, los campos se mantendrán tuyos, y bastante grandes para ti, aunque piedra desnuda y estanque de junco enfangado cubra todos tus pastos. Hierbas desacostumbradas no tentarán animales preñados, pesados, ni contagios nocivos de un rebaño vecino los dañarán.

¡Afortunado anciano, aquí, entre ríos conocidos y fuentes sagradas sentirás el frescor de la umbría! De este lado, desde el linde vecino, el cercado, el de siempre, que ofrece a las abejas hibleas la flor del sauce, inducirá a menudo a caer en el sueño con un suave susurro; de este otro, al pie de la alta roca, cantará al viento el podador; y mientras, sin embargo, ni las roncas palomas, tu ocupación, ni la tórtola cesarán de gemir desde el alto olmo.

TÍTIRO

Pues antes pacerán en el mar los livianos ciervos, y los estrechos depositarán en la playa peces desnudos, antes desterrado, recorridos los límites de ambos, beberá el parto el Arar, o la Germania el Tigris, (antes) de que el rostro de aquel se deslice de nuestro pecho.

MELIBEO

En cambio, nosotros desde aquí iremos, unos hacia los africanos sedientos, parte llegaremos a la Escitia y al Oaxes, rápido de tierra arcillosa, y a los britanos, aislados totalmente del orbe entero.

Algún día, tras largo tiempo, ¿podré, viendo las espigas, mis reinos, admirar los límites patrios, el tejado de mi pobre cabaña, cubierto de césped?

¿Un impío soldado tendrá estos campos tan cultivados, un bárbaro estas espigas? ¡He aquí adonde la discordia ha conducido, míseros, a los ciudadanos! ¡Para ellos hemos sembrado nosotros los campos!

Injerta ahora, Melibeo, los perales, pon en orden las vides. Id, cabrillas mías, id, rebaño feliz en otro tiempo. No os veré yo a lo lejos a vosotras en el futuro, tumbado ante una verde gruta, saltar de rocas cubiertas de arbustos; no cantaré ninguna canción; no comeréis, apacentando yo, el cantueso en flor ni los sauces amargos.

TÍTIRO

Sin embargo, podrías descansar esta noche aquí, conmigo, sobre un lecho de hojas verde: tenemos manzanas maduras, castañas tiernas, y abundancia de leche prensada; y ya a lo lejos humean los tejados de las aldeas, y cada vez mayores, caen las sombras desde las altas montañas.

domingo, 9 de noviembre de 2025

José Martí, Versos sencillos

 Yo soy un hombre sincero, de José Martí.


Yo soy un hombre sincero

de donde crece la palma,

y antes de morirme quiero

echar mis versos del alma.


Yo vengo de todas partes,

y hacia todas partes voy:

arte soy entre las artes,

en los montes, monte soy.


Yo sé los nombres extraños

de las yerbas y las flores,

y de mortales engaños,

y de sublimes dolores.


Yo he visto en la noche oscura

llover sobre mi cabeza

los rayos de lumbre pura

de la divina belleza.


Alas nacer ví en los hombros

de las mujeres hermosas:

y salir de los escombros,

volando las mariposas.


He visto vivir a un hombre

con el puñal al costado,

sin decir jamás el nombre

de aquella que lo ha matado.


Rápida, como un reflejo,

dos veces ví el alma, dos:

cuando murió el pobre viejo,

cuando ella me dijo adiós.


Temblé una vez – en la reja,

a la entrada de la viña,-

cuando la bárbara abeja

picó en la frente a mi niña.


Gocé una vez, de tal suerte

que gocé cual nunca: – cuando

la sentencia de mi muerte

leyó el alcaide llorando.


Oigo un suspiro, a través

de las tierras y la mar,

y no es un suspiro, – es

que mi hijo va a despertar.


Si dicen que del joyero

tome la joya mejor,

tomo a un amigo sincero

y pongo a un lado el amor.


Yo he visto al águila herida

volar al azul sereno,

y morir en su guarida

la víbora del veneno.


Yo sé bien que cuando el mundo

cede, lívido, al descanso,

sobre el silencio profundo

murmura el arroyo manso.


Yo he puesto la mano osada,

de horror y júbilo yerta,

sobre la estrella apagada

que cayó frente a mi puerta.


Oculto en mi pecho bravo

la pena que me lo hiere:

el hijo de un pueblo esclavo

vive por él, calla y muere.


Todo es hermoso y constante,

todo es música y razón,

y todo, como el diamante,

antes que luz es carbón.


Yo sé que el necio se entierra

con gran lujo y con gran llanto.-

y que no hay fruta en la tierra

como la del camposanto.


Callo, y entiendo, y me quito

la pompa del rimador:

cuelgo de un árbol marchito

mi muceta de doctor.


(Versos sencillos) 1891, José Martí

miércoles, 1 de octubre de 2025

Poemas de Marina Tsvetáieva

Poemas de Marina Tsvetáieva  



A  Ajmatova


¡Oh musa del llanto, la más bella de las musas!

Oh loca criatura del infierno y de la noche blanca.

Tú envías sobre Rusia tus sombrías tormentas

Y tu puro lamento nos traspasa como flecha.


Nos empujamos y un sordo ah

De mil bocas te jura fidelidad, Anna

Ajmátova. Tu nombre, hondo suspiro,

Cae en es hondo abismo que carece de nombre.


Pisar la tierra misma que tú pisas, bajo tu mismo cielo;

Llevamos una corona.

Y aquél a que a muerte hieres a tu paso

Yace inmortal en su lecho de muerte.


Sobre esta ciudad que canta brillan cúpulas,

Y el vagabundo ciego canta loas al Señor…

Y yo, yo te ofrezco mi ciudad con sus campanas,

Ajmátova, y con ella te doy mi corazón.


Versión de Monika Zgustová


 







A  Alia


                                                   mi hija


Algún día, criatura encantadora,

para ti seré sólo un recuerdo,


perdido allá, en tus ojos azules,

en la lejanía de tu memoria.


Olvidarás mi perfil aguileño,

y mi frente entre nubes de humo,


y mi eterna risa que a todos engaña,

y una centena de anillos de plata


en mi mano; el altillo-camarote,

mis papeles en divino desorden,


Por la desgracia alzados, en el año terrible;

tú eras pequeña y yo era joven.


Versión de Severo Sarduy


 






A Boris Pasternak


Distancia: kilómetros y kilómetros?

Nos han dispersado, transplantado

nos han ¡y qué bien estamos

en los lejanos horizontes!


Distancia y lejanías?

Des-pegados, des-soldados.

Apartaron manos, crucificaron

sin saber lo que destruían: la unión total.


De suspiros y tendones

nos malquistaron, nos esparcieron

y exfoliaron.

Muro y foso.

Separados, como las águilas.


Conspiradores y lejanías?

No nos desbarataron; nos perdieron

por los tugurios de las latitudes:

disgregados como huérfanos.


¿Cuál es, pero cuál es, marzo?

¡Como a las barajas nos han cortado!


24 de marzo de 1925


Versión de Carlos Álvarez


 


A Rainier Maria Rilke


Rainer, quiero encontrarme contigo,

quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir.

Simplemente dormir. Y nada más.

No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo

y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más.

No, algo más: aún en el sueño más profundo, saber que eres tú.

Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo.


Versión de Carlos Álvarez


 




 


A ti, dentro de un siglo


A ti, que nacerás dentro de un siglo,

cuando de respirar yo haya dejado,

de las entrañas mismas de un condenado a muerte,

con mi mano te escribo.


¡Amigo, no me busques! ¡Los tiempos han cambiado

y ya no me recuerdan ni los viejos!

¡No alcanzo con la boca las aguas del Leteo!

Extiendo las dos manos.


Tus ojos: dos hogueras,

ardiendo en mi sepulcro -el infierno-

y mirando a la de las manos inmóviles,

la que murió hace un siglo.


En mis manos -un puñado de polvo-

mis versos. Adivino que en el viento

buscarás mi casa natal.

O mi casa mortuoria.


Orgullo: cómo miras a las mujeres,

las vivas, las felices; yo capto las palabras:

"¡Impostoras! ¡Ya todas están muertas!

Sólo ella está viva.


Igual que un voluntario le ha servido.

Conozco sus anillos y todos sus secretos.

¡Ladronas de los muertos!

¡De ella son los anillos!"


¡Mis anillos! Me pesa,

hoy me arrepiento

de haberlos regalado sin medida.

¡Y no supe esperarte!


También me da tristeza que esta tarde

tras el sol haya ido tanto tiempo

y he ido a tu encuentro,

dentro de un siglo.


Apuesto -dice él- que vas a maldecir

a todos mis amigos en sus oscuras tumbas.

¡Todos la celebraban! Pero un vestido rosa

nadie le ofreció.


¿Quién era el generoso? Yo no: soy egoísta.

No oculto mi interés si no me matas.

A todos les pedía cartas,

para por las noches besarlas.


¿Decirlo? ¡Lo diré! El no-ser es un tópico.

Y ahora, para mí, eres ardiente huésped.

Les negarás la gracia a todas las amantes

para amar a la que hoy es sólo huesos.


Versión de Carlos Álvarez


 




 


Bendigo la labor nuestra de cada día...


Bendigo la labor nuestra de cada día,

bendigo el sueño nuestro de cada noche,

el divino juicio y la caridad divina,

la ley benévola y la ley de bronce,


mi empolvada púrpura, de harapos cubierta...,

mi empolvado bastón, de los rayos hogar,

y asimismo, Señor, bendigo el pan

en horno ajeno y la paz en casa ajena.


21 de mayo de 1918


Versión de Severo Sarduy


 




 


Comediante  4


Ya no te necesito,

y no es porque no contestaras

a vuelta de correo, cariño.


Ni por saber que estas líneas,

escritas con tristeza,

las leerás entre risas.


(Escritas por mí a solas -

¡y sólo para ti!- ¡por vez primera!

con alguien las descifrarás).


Ni porque rozarán

los rizos tu mejilla -¡Soy maestra

en leer acompañada!


Tampoco porque a un tiempo

suspiraréis inclinados

sobre las mayúsculas desvaídas.


Ni porque caerán a la par

vuestros párpados -es difícil

mi letra- ¡y en verso, además!


¡No, amiguito! -Es más fácil,

es peor que un enfado.


Ya no te necesito-

porque... porque-¡Ya no te necesito nunca más!


3 de diciembre de 1918


Versión de Severo Sarduy


 




 


En la frente besar -penas borrar...


En la frente besar -penas borrar.

Beso la frente.


En los ojos besar, -el insomnio quitar.

Beso los ojos.


En los labios besar  -dar de beber.

Beso los labios.


En la frente besar  -la memoria borrar.

Beso la frente.


5 de junio de 1917


Versión de Severo Sarduy


 




 


Es sencilla mi ropa...


Es sencilla mi ropa,

pobre mi hogar.

¡Soy una isleña

de islas remotas!


¡Nadie me hace falta!

si entras -pierdo el sueño.

Por calentarle la cena a un Extraño

quemaría mi casa.


Si me miras -ya nos conocemos,

si entras -¡quédate a vivir!

Es sencillo nuestro fuero,

está escrito en la sangre.


En la palma de la mano tendremos

la luna, si nos place.

Si te vas -es como si no existieras,

y como si tampoco yo existiera.


Miro la marca del cuchillo:

¿sanará antes

de que venga otro extraño

a pedirme agua?


Versión de Severo Sarduy




 


Insomnio  2


Así como me gusta

besar las manos

y ofrendar nombres,

también me gusta

abrir las puertas

-¡de par en par!- a la oscura noche.


Apoyando la cabeza,

oír los recios pasos

hacerse más ligeros,

y cómo el viento mece

el bosque somnoliento

y desvelado.


¡Oh noche!

Van creciendo los arroyos

que en el sueño desembocan.

Ya se me cierran los ojos.

en medio de la noche

alguien se ahoga.


27 de mayo de 1916


Versión de Severo Sarduy



 



Insomnio  10


Otra vez una ventana

donde otra vez no se duerme.

A lo mejor beben vino,

a lo mejor no hacen nada.

O tal vez, manos unidas,

no separan esas manos.

En cada casa, mi amigo,

hay así una ventana.


Separaciones y encuentros:

gritas, nocturna ventana,

quizás hay cientos de velas,

o quizás sólo tres velas.

Sin reposo

mi cabeza.

En mi casa

ha entrado eso.


¡Hay que rezar por la casa sin sueño!

¡Y rezar por el fuego en la ventana!


26 de diciembre de 1916


Versión de Severo Sarduy


 




 


Insomnio 11


¡Insomnio, amigo mío!

Otra vez tu mano.

Mientras alzo mi copa

te encuentro en la callada,

en la sonora noche.


¡Déjame que te embruje!

¡Prueba!

No trates de ascender

sino de ir hacia adentro...

Ya te llevo...

Susurra con los labios:

¡Paloma! ¡Amigo!

Prueba.

Déjame que te embruje.

Bebe

de todas las pasiones,

huye

de toda noticia.

Calma.

Concede,

amiga...

Abre los labios.

Abre los labios al placer

y, al borde de la tallada copa,

bebe.

Absorbe.

Traga

hasta el no-ser.

¡Amigo! ¡No te enfades!

¡Déjame que te embruje!

¡Bebe!

De todas las pasiones

la más apasionada,

y de todas las muertes

la más dulce... mis manos.


¡Déjame que te embruje! ¡Bebe!

Desaparece el mundo. Ningún lugar:

orillas inundadas... Bebe mi golondrina

perlas fundidas.

Y tú bebes el mar,

bebes el alba.

¿Con qué amante es la juerga?

¿Con el mío?

Bebe, pequeño,

que ya compararemos.


Y si preguntan, ¡responderé!

El porqué de las mejillas lívidas.

Con Insomnio me fui de juerga, sí.

Con Insomnio me fui de juerga.


Mayo de 1921


Versión de Severo Sarduy


 




 


Libertad salvaje


Me gustan los juegos en que todos

son arrogantes y malignos,

en que son tigres y águilas

los enemigos.


Libertad salvaje

Que cante una voz altiva:

"¡Aquí, muerte, allí -presidio!"

¡Luche la noche conmigo,

la noche misma!


Volando voy -tras de mí van las fieras;

y con el lazo en las manos yo me río...

¡Ojalá la tormenta

me haga añicos!


¡Que sean héroes los enemigos!

¡Acabe en guerra el convite!

Que sólo quedemos dos:

¡El mundo y yo!


Versión de Severo Sarduy


 




 


Magdalena


Entre nosotros, los diez mandamientos,

el calor de las diez hogueras.

La sangre hermana causa rechazo,

pero eres de sangre ajena.


En los tiempos evangélicos

yo sería una de aquéllas...

(¡La sangre ajena es la más deseada,

y entre todas, la más ajena!)


Con todas mis desazones, preclaro,

arrastrándome, te seguiría.

Oculta la mirada demoníaca,

Perfumes en ti vertería:


sobre tus pies, bajo tus pies,

o derramándolos a tu paso...

¡Fluye, pasión envilecida,

empeñada a los parroquianos!


Fluye con la espuma de la boca,

con el fervor de la mirada.

Fluye en el sudor del lecho. Tus pies

en mi cabellera calzo

como en una piel.


A tus pies, como seda, me extiendo.

¡No serás aquél (¡soy aquélla!)

que dijo a la bestia de la melena

ígnea: "¡Levántate, hermana!"



2

Por tus derroteros no pregunto,

porque, amada, todo se cumplió.

Tú me has calzado a mí, descalzo,

en el torrente

de tu cabello

y de tu dolor.


No pregunto cuánto han costado

estos perfumes. Al desnudo,

a mí,

con la ola de tu cuerpo

me has vestido,

como con un muro

o una vid.


Dócil y dulce, como nunca antes,

manso tocaré tu desnudez.

A mí, tan recto, me has enseñado

el declive de la ternura

al caer a mis pies.


Me harás una fosa entre tu pelo,

y sin lienzos me envolverás.

¿Para qué me has de traer la mirra?

Como ola,

tú me lavarás.


Versión de Tatiana Bubnova

Tomado de La Jornada Semanal, México


 




 


Mis versos, escritos tan temprano...


Mis versos, escritos tan temprano

que no sabía aún que era poeta,

inquietos como gotas de una fuente,

como chispas de un cometa,


lanzados como ágiles diablillos al asalto

del santuario donde todo es sueño e incienso,

mis versos de juventud y de muerte

-¡mis versos, que nadie lee!-,


en el polvo de los estantes dispersos

-¡que ninguna mano toca!-,

como vinos preciosos, mis versos

también tendrán su hora.


Versión de Severo Sarduy


 




 


Nostalgia de la patria: ¡qué fastidio!...


Nostalgia de la patria: ¡qué fastidio!

Después de largo tiempo delatado.

Ya me es indiferente

dónde sentirme sola.


Caminar sobre piedras,

a casa con la cesta.

La casa que no es mía:

hospital o caserna.


Me da igual quién me mire

como a un león cautivo.

Cuál es el clan humano

que me ha expulsado -siempre-.


Muy dentro de mí misma,

oso polar si hielo.

Dónde no poder convivir (¡ni lo intento).

Dónde me humillarán -da lo mismo-.


No, mi lengua natal ya no me engaña,

ni materna, me engaña su llamada.

Ya me es indiferente en qué lenguaje

no seré comprendida por el hombre.


(Lector, devorador de toneladas

de periódicos, adicto al cotilleo...)

El es del siglo veinte;

yo: ¡fuera de los siglos!


Enhiesta como un tronco,

resto de la alameda.

Todo y todos iguales;

igual indiferencia.


Lo natal, lo pasado,

rasgos todos y marcas:

toda fecha borrada-

donde ha nacido el alma.


Mi tierra me ha perdido,

y el que investigue, astuto,

el ámbito de mi alma -¡mi alma toda!

no encontrará la traza.


Las casas son ajenas y los templos vacíos.

Me da todo lo mismo.

Mas si aparece un árbol

en el camino, un serbal...


Versión de Severo Sarduy


 




 


Poema del fin


Como la piedra afila el cuchillo,

Como se desliza el serrín al barrer,

Así, aterciopelada, la piel

Húmeda súbitamente en los dedos.


Oh dobles -coraje, sequedad-

De los hombres, ¿dónde estáis,

Si en mis palmas hallo lágrimas

Y no lluvia?


El agua es de la fortuna,

¿Qué más podría desear?

Si tus ojos son diamantes

Que se vierten en mis palmas,


Ya no pierdo

Nada. Fin del fin.

Caricias, caricias

-Acaricio tus mejillas.


Somos así, orgullosas

Y polacas -Marina-,

Cuando en mis manos llueven

Ojos de águila:


¿Lloras? Mi amor,

Mi todo: perdóname.

Trozos de sal

Caen en mis palmas.


Llanto de hombre, veta

Que en la cabeza retiembla.

Llora. Otra te devolverá

La vergüenza que te hice dejar.


Somos dos peces

Del mis-mí-si-mo mar.

Dos conchas muertas

Labio contra labio.


Todo lágrimas.

Sabor

A armuelle.

-¿Y mañana

Cuando

Despierte?


Versión de Monika Zgustová

 


 




 


Psique


1

He vuelto a casa: no soy una impostora

ni una criada -no necesito pan.

Soy tu ocio del domingo, tu pasión,

tu séptimo día y tu séptimo cielo.


Allí, en la tierra, me echaban monedas,

me colgaban piedras al cuello.

-¡Amado! ¿No te acuerdas?

Soy tu golondrina, tu Psique.


2

'Toma, cariño, mis harapos

que fueron un dulce cuerpo.

Lo he destrozado, lo he gastado,

sólo quedan las dos alas.


Vísteme tú con tu esplendor,

sálvame, por piedad.

Y los pobres andrajos raídos

llévalos a la sacristía.


13 de mayo de 1918


Traducción de Lola Díaz


 




 


Regreso del líder


El caballo... cojo.

La espada... oxidada.

¿Quién es el líder

jefe de muchedumbres?


Paso -una hora.

Respiro -un siglo.

Mirando hacia lo bajo,

donde se encuentran tantos.


Enemigo o Amigo,

espina o Laurel.

Todo sueña.

El Caballo es Él.


El caballo... cojo.

La espada... oxidada.

La capa, vieja.

Mas derecho el cuerpo.


Julio 3 de 1921


Versión de Carlos Álvarez


 




 


Se ha ido. Ya no como...


Se ha ido. Ya no como:

quedó sin gusto el pan.

Se ha ido - todo es tiza

si lo llego a tocar.


...Para mí, era el pan,

era la nieve;

ya la nieve no es blanca,

el pan no sabe a nada.


Versión de Severo Sarduy


 




 


Tu alma y la mía son gemelas...


Tu alma y la mía son gemelas

como mis manos: la derecha y la izquierda.

Tan cálidas y tiernas son unidas

como dos alas de un pájaro dormido.

¡Por un ciclón quedamos separados,

por un abismo, tú y yo, como dos alas!


Versión de Larisa Diakova


 




 



Versos a Blok


En Moscú, las cúpulas en llamas.

En Moscú, ya tañen las campanas.

Los sepulcros están aquí, en hilera,

y allí duermen los zares, las zarinas.


Tú no sabes aún que en el alba del Kremlin

se respira mejor que en cualquier otro sitio.

Tú no sabes que en el alba del Kremlin

yo te rezo hasta el alba.


Tú pasas sobre el Neva

y yo sobre el Moscova,

cabizbaja.

Se duermen las farolas.


Te quiero en el insomnio.

Te escucho en el insomnio.

Mientras que por el Kremlin

despiertan campaneros.


Mi río con tu río,

mi mano con tu mano

se ignoran. Cariño mío, alegría

hasta que el alba alcance a la siguiente.


Versión de Severo Sarduy


 

jueves, 11 de septiembre de 2025

A Vishnú

A Vishnú


En el fuego, eres el calor;

en las flores, la fragancia;

entre las piedras, eres el diamante;

en el habla, la verdad;

entre las virtudes, eres el amor;

en el valor, la fuerza;

en el Veda, eres el secreto;

entre los elementos, lo primordial;

en el sol ardiente, la luz;

en la luz de la luna, su dulzura;

eres todo,

y eres la sustancia y el significado de todo.


De la antología Paripadal, del periodo Shangam (Siglo de Oro de la literatura tamil)