lunes, 5 de marzo de 2007

EPOPEYA DE GILGAMESH

Pese a su enorme antigüedad, la Epopeya de Gilgamesh versa sobre temas tan actuales como la relación entre la relación entre civilización y naturaleza, el amor y la aventura, la amistad y la lucha, magistralmente enlazadas sobre el fondo de la cruda realidad existencial de la muerte. El crítico combate que sostiene el protagonista para cambiar su destino, enterándose del secreto de la inmortalidad por boca del héroe del Gran Diluvio, se ve abocado al fracaso, fracaso que va acompañado de una tranquila resignación y del suicidio, parece ser, según las últimas reconstrucciones. Por vez primera en la historia del mundo halló noble expresión literaria una experiencia filosófica tan profunda. Por eso el primer poema conservado en escrito es también el primer clásico. La primera versión de la obra fue compuesta en la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo y fue asimilado por culturas y lenguas muy dispares, hasta el punto de que aún hay elementos de la historia de Gilgamesh en el libro del Génesis y en otras obras de la Biblia. Adán, por ejemplo, es en realidad Enkidu, el amigo de Gilgamesh.

He adaptado el texto lo mínimo posible para hacerlo más inteligible a la época actual.


***


Aquel que lo vio todo hasta los confines de la tierra, que todas las cosas experimentó y consideró, que contempló lo oculto y lo desveló e informó sobre antes del Diluvio y llevó a cabo un largo y extenuante viaje grabó todos sus trabajos en una estela de piedra, construyó el muro de la terraplenada Uruk y el santuario puro del reverenciado Eannal.

¡Contempla su muralla exterior, cuya cornisa es como el cobre! ¡Mira la muralla interior, que nada iguala! ¡Advierte su umbral, que viene de antiguo! ¡Acércate a Eanna, la morada de Istar, que ni rey futuro ni hombre puede igualar! ¡Levántate y anda por los muros de Uruk, inspecciona los cimientos de la base, examina sus ladrillos. ¿No es obra de ladrillo vitrificado? ¿No echaron sus cimientos los sabios? [...]

Dos tercios de Gilgamesh son divinos, un tercio humano. Es altivo como toro salvaje; el poder de sus armas no tiene igual. Mediante el tambor se reúnen sus compañeros. Pero los nobles de Uruk están sombríos en sus cámaras:

«Gilgamesh no deja hijo a su padre; día y noche se desenfrena su arrogancia. ¿Es este Gilgamesh el pastor de la amurallada Uruk? ¿Es éste nuestro pastor, osado, majestuoso, sabio? Gilgamesh no deja doncella a su madre. ¡Ni hija de guerrero, ni esposa de noble!

Los dioses escucharon sus quejas. Los dioses del cielo del señor de Uruk: “¿No parió Aruru este fuerte toro salvaje?” Cuando Anu hubo escuchado sus quejas, llamaron a la gran Aruru: «Tú, Aruru, que creaste este hombre; crea ahora a su doble y con su corazón tempestuoso haz que compitan y luchen entre sí, para que Uruk conozca la paz».

Cuando Aruru oyó esto, concibió de Anu un doble de Gilgamesh en su interior. Aruru se lavó las manos, cogió arcilla y la arrojó a la estepa. En la estepa creó al valiente Enkidu, esencia de Ninurta. Hirsuto de pelo es todo su cuerpo, posee cabello como una mujer. Los rizos de su pelo brotan como Nisabal. No conoce gentes ni tierra: vestido va como Sumuqan. Con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se apretuja en las aguadas, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua.

Ahora bien, un cazador, un trampero, se le encaró en el abrevadero un día, un segundo y un tercero. Se le encaró y, cuando el cazador le vio, su faz se inmovilizó. Él y sus animales entraron en su casa. Transido de miedo, quieto, sin un sonido, mientras su corazón se turbaba, quedó nublado su rostro, pues el pesar había penetrado en su vientre; su cara era como la de quien viene de lejos. El cazador abrió su boca para hablar, diciendo a su padre:

«Padre mío, hay un hombre que ha venido de las colinas; es el más poderoso de la tierra, posee vigor. ¡Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor! Siempre recorre las colinas, siempre se nutre de hierba con las bestias. Siempre planta los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy, que no oso ni acercarme a él! Cegó las hoyas que yo había excavado y destrozó las trampas que había puesto. Bestias y criaturas del llano hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»

Su padre abrió la boca para hablar, diciendo al cazador:

«Hijo mío, en Uruk vive Gilgamesh. Nadie hay más fuerte que él. ¡Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor! Ve, pues; hacia Uruk mueve tu rostro y refiérele el poder de este hombre. Haz que te entregue una ramera. Llévala contigo; prevalecerá sobre él a causa de un mayor poder. Cuando abreve los animales en la aguada, ella se quitará el vestido, mostrando desnuda su madurez. En cuanto la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»

Oyendo el consejo de su padre, el cazador avanzó hacia Gilgamesh, emprendió el camino y en Uruk puso el pie:

«Gilgamesh, hay un hombre que ha venido de las colinas, el más poderoso de la tierra; vigor tiene. Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor. Siempre recorre las colinas, siempre con las bestias se nutre de hierba. Siempre planta los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy que no oso ni acercarme a él! Cegó las hoyas que yo había excavado y destrozó las trampas que yo había puesto, las bestias y las criaturas del llano hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»

Gilgamesh le dijo al cazador:

«Ve, cazador mío; lleva contigo una ramera. Cuando abreve los animales en la aguada, se quitará el vestido mostrando desnuda su madurez. En cuanto él la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»

Fuese el cazador, llevando con él una ramera. Emprendieron el camino, yendo rectos en su dirección. Al tercer día llegaron al sitio indicado. El cazador y la ramera se sentaron en sus lugares. Un día, un segundo día estuvieron sentados junto a la aguada. Las bestias salvajes llegaron a la aguada a beber. Las criaturas pululantes llegaron, deleitándose su corazón en el agua. En cuanto a Enkidu, nacido en las colinas -con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se abreva en la aguada, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua -, la moza le contempló al salvaje, al hombre bárbaro de las profundidades del llano:

«¡Ahí está, oh moza! ¡Desciñe tus pechos, desnuda tu seno para que posea tu sazón! ¡No seas esquiva! ¡Acoge su ardor! En cuanto te vea, se acercará a ti. Desecha tu vestido para que yazga sobre ti. ¡Muestra al salvaje la labor de una mujer! Le rechazarán las bestias salvajes que crecen en su estepa, cuando su amor entre en ti».

La moza libertó sus pechos, desnudó su seno y él poseyó su madurez. No se mostró esquiva al recibir su ardor. Desechó su vestido y él descansó en ella. Mostró al salvaje el trato de una mujer, cuando su amor entró en ella. Durante seis días y siete noches Enkidu se presenta, cohabitando con la moza. Después que se hubo saciado de sus encantos, volvió el rostro hacia sus bestias salvajes. Pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron y las bestias salvajes del llano se alejaron de su cuerpo. Sorprendiose Enkidu: su cuerpo estaba rígido y sus rodillas inmóviles, pues sus bestias salvajes habían huido.

Enkidu hubo de aflojar el paso, que no era como antaño. Pero entonces ya posee sabiduría y más amplia comprensión. Volviose, sentándose a los pies de la ramera. Mira a la cara de la ramera, atento el oído, cuando habla y le dice a Enkidu:

«¡Tú eres sabio, Enkidu, eres como un dios! ¿Por qué con las criaturas silvestres vagas por el llano? ¡Ea!, deja que te lleve a la amurallada Uruk, al santo templo morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, y como un toro salvaje domina sobre el pueblo».

Mientras le habla, sus palabras encuentran favor y su corazón se ilumina: ansía un amigo. Enkidu le dice a la ramera:

«¡Arriba, moza! Acompáñame al puro templo sagrado, morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, y como un toro salvaje señorea sobre el pueblo. Le retaré y osadamente me dirigiré a él. Gritaré en Uruk: "¡Yo soy el poderoso! ¡Yo soy aquel que puede alterar los destinos! ¡El que nació en la llanura es poderoso; vigor posee!"».

«Levanta, pues, y vamos, para que vea tu rostro. Te mostraré a Gilgamesh; bien sé donde está. Vamos, pues, oh Enkidu, a la amurallada Uruk, donde la gente resplandece en festiva indumentaria, donde cada día es fiesta, donde mozos y mozas adornan su figura con perfume. ¡Apartan a los grandes de sus lechos! A ti, oh Enkidu, que disfrutas de la vida, mostraré a Gilgamesh, el hombre jocundo.

Mírale, contempla su faz; radiante está de virilidad, fuerza tiene. Todo su cuerpo es suntuoso de madurez, más poderoso vigor que tú tiene, sin descansar jamás de día o de noche. ¡Oh Enkidu, renuncia a tu presunción! A Gilgamesh estima Samas; Anu, Enlil y Ea dilataron su sabiduría. Antes de que bajes de las colinas, Gilgamesh te verá en sus sueños en Uruk...» [...]

Gilgamesh se levantó para revelar el sueño, diciendo a su madre: «Madre mía, durante la noche me sentí alegre y anduve en medio de los nobles. Las estrellas aparecieron en los cielos. La esencia de Anu descendió hacia mí. Intenté levantarlo; ¡pesaba demasiado para mí! Intenté moverlo; ¡no pude! La tierra de Uruk lo rodeaba mientras los nobles besaban sus pies. Cuando afirmé mi frente, me dieron apoyo, lo levanté y lo traje a ti».

La madre de Gilgamesh, que todo lo conoce, dice a Gilgamesh: «Ciertamente, Gilgamesh, uno como tú nació en la estepa y las colinas le criaron. Cuando le veas, te regocijarás como encima de una mujer. Los nobles besarán sus pies; tú le abrazarás y le conducirás a mí».

Se acostó y vio otro sueño: dice a su madre:

«Madre mía, vi otro sueño. Todo estaba sumido en la confusión. En la calle de Uruk de amplios mercados había un hacha y se habían reunido a su alrededor. Singular era la forma del hacha. En cuanto la vi, me regocijé: me gustó, y como si fuera una mujer, me atrajo. La cogí y la coloqué en mi costado».

La madre de Gilgamesh, que todo lo conoce, le dice:

«Yo hice que rivalizara contigo». Mientras Gilgamesh revela su sueño, Enkidu se halla sentado ante la ramera. Enkidu olvida dónde nació. Durante seis días y siete noches Enkidu cohabita con la moza. Después la ramera abrió la boca y le dijo:

«Según te veo, Enkidu, te has hecho como un dios; ¿por qué motivo con las criaturas salvajes tú recorres la llanura? Levántate: te guiaré a Uruk de amplios mercados, al templo santo morada de Anu; Enkidu, levántate: te guiaré a Eanna, morada de Anu, donde vive Gilgamesh, cabal en sus hazañas, y tú le amarás a él como a ti mismo. ¡En pie, álzate del suelo, lecho del pastor!»

Escuchó sus palabras y aprobó su alocución; el consejo de la mujer cayó en su corazón. Ella se quitó sus vestidos; con una prenda le ciñó y con otra se vistió a sí misma. Tomándole de la mano, le lleva como una madre a la junta de los pastores, al sitio del redil. En torno a él los pastores se apiñaron. La leche de las criaturas salvajes solía mamar. Comida dispusieron ante él; se atragantó, boqueó y abrió mucho los ojos. Nada sabe Enkidu de comer manjares elaborados; a apurar bebida fuerte no le habían enseñado. La ramera abrió la boca, diciendo a Enkidu:

«Come el alimento, Enkidu, porque es deber de vida; consume la bebida fuerte, porque es costumbre de la tierra». Enkidu comió el alimento, hasta que se hubo saciado; de bebida fuerte apuró siete copas. Despreocupado se hizo su talante y alegre, su corazón exultó y su cara resplandeció. Frotó la excrecencia velluda, el pelo de su cuerpo, ungiose con óleo, se hizo humano. Se puso vestidos: ¡está como un novio! Empuñó su arma para espantar los leones a fin de que los pastores puedan descansar de noche. Apresó lobos, capturó leones y los principales ganaderos reposaron sosegados; Enkidu es su centinela, ¡el hombre atrevido, el héroe único! Cuando levantó los ojos, contempló a un hombre. Dice a la ramera:

«¡Trae a ese hombre, moza! ¿Por qué vino aquí? Hazme oír su nombre».

La ramera llamó al hombre yendo hasta él y diciéndole:

«Señor ¿ a dónde te apresuras?? ¿Cuál es tu afanoso rumbo?»

El hombre abrió la boca y dijo a Enkidu:

«Se ha introducido en la casa del consejo que se reserva para la gente y para himeneo. En la ciudad ha acumulado profanación, imponiendo extrañas cosas a la infausta ciudad. Para Gilgamesh, el rey de Uruk, la de amplios mercados, el tambor del pueblo suena para la elección nupcial, a fin de que con legítimas mujeres se ayunte. Él es el primero, el marido viene después. Por el consejo de los dioses así fue ordenado. ¡Al cortarse su cordón umbilical se decretó así para él!»

A estas palabras del hombre, su rostro palideció.

Enkidu camina delante y la moza en pos. Cuando entró en Uruk, la de amplios mercados, la población le rodeó. Cuando se detuvo en la calle de Uruk, la de amplios mercados, el pueblo se juntó diciendo de él:

«¡Es como Gilgamesh en persona! Aunque de talla más baja, tiene los huesos más recios. Es el más fuerte de la tierra; vigor posee. La leche de las criaturas salvajes solía mamar. En Uruk habrá permanente resonar de armas».

Los nobles se regocijaron:

«¡Un héroe ha aparecido por fin para un hombre del mismo porte! Para Gilgamesh, igual a un dios, ha comparecido su igual».

Para Ishtar se dispone Gilgamesh. De noche, cuando se acerca, Enkidu se yergue en la calle para cerrar el paso a Gilgamesh en su poder. Se encontraron en el Mercado de la Tierra. Enkidu atrancó la puerta con su pie, impidiendo que Gilgamesh entrase. Se asieron uno a otro, enlazados con fuerza, como toros. Destrozaron la jamba, mientras el muro se estremecía. Gilgamesh y Enkidu se asieron uno a otro, enlazados con fuerza, como toros; destrozaron la jamba, mientras el muro se estremecía. Cuando Gilgamesh dobló la rodilla -con el pie en el suelo- su furia se aplacó y se volvió para alejarse.

Cuando se volvió, Enkidu le habla:

«Por unigénito tu madre te concibió, ¡la vaca salvaje de las dehesas, Ninsunna! Tu cabeza se alza sobre los hombres. ¡Realeza sobre la gente Enlil te ha concedido!»

[Enkidu y Gilgamesh se han hecho amigos frente a los proyectos de los dioses, que querían que se destruyeran mutuamente. Los fragmentos del texto ponen en evidencia que Gilgamesh se propone salir contra el monstruoso Humbaba, que vive en la Selva de los Cedros. Enkidu procura disuadirle]

Gilgamesh abrió la boca, diciendo a Enkidu:

«¿Quién, amigo mío, puede escalar al cielo? Sólo los dioses viven eternamente bajo el sol. Para la humanidad, contados son sus días. ¡Cuanto se ejecuta no es sino viento! Incluso tú temes la muerte. ¿Qué hay de tu poder heroico? Deja que vaya delante de ti, haz que tu boca me grite, "¡Avanza; no temas! Si yo cayere, habré conquistado nombradía: "Gilgamesh", dirán, "contra el fiero Humbaba ha caído" mucho tiempo después de que mi estirpe haya nacido en mi casa». [...]

Él se lavó la sucia cabellera, acicaló sus armas, la trenza de su pelo sacudió contra su espalda. Arrojó sus cosas manchadas, se puso otras limpias, se envolvió en un manto de franjas y se abrochó un ceñidor. Cuando Gilgamesh se hubo puesto la tiara, la gloriosa Istar alzó una ceja ante la apostura de Gilgamesh:

«¡Ven, Gilgamesh, sé tú mi amante! Concédeme tu fruto. Serás mi marido y yo seré tu mujer. Enjaezaré para ti un carro de lapislázuli y oro, cuyas ruedas son áureas y cuyas astas son de bronce. Tendrás demonios de la tempestad que uncir en lugar de mulas poderosas. Envuelto en fragancia de cedros entrarás en nuestra casa. Cuando en nuestra casa entres, ¡el umbral y el tablado besarán tus pies! ¡Se humillarán ante ti reyes, señores y príncipes! El producto de colinas y de llano te ofrecerán por tributo. Tus cabras engendrarán crías triples, tus ovejas gemelos, tu asno en la carga sobrepujará a tu mula. Los corceles de tu carro serán famosos por su carrera, ¡tu buey bajo el yugo no tendrá rival!»

Gilgamesh abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:

«¿Qué te daré a ti para que pueda tomarte en matrimonio? ¿Te daré aceite para el cuerpo y vestidos? ¿Daré pan y vituallas? No es comida digna de la divinidad, ni hay bebida propia de la realeza. ¿Y qué ganaré si yo te tomo en matrimonio? No eres más que un brasero que se apaga con el frío; una puerta trasera que no detiene la ráfaga ni el huracán; un palacio que aplasta al valiente; un turbante que no ampara cabeza alguna, un pez que ensucia a los porteadores; odre que empapa al que lo carga; piedra caliza que comba el baluarte de piedra; jaspe de país enemigo; esclavo alzado que oprime el pie de su propietario! ¿A cuál amante amaste siempre? ¿Cuál de tus pastores te plugo a ti constantemente? Vamos, te referiré largamente sobre tus amantes:

A Tammuz, amante de tu juventud, le has ordenado llorar año tras año. Habiendo amado al pintado pájaro pastor, le lastimas rompiendo su ala. En los sotos permanece chillando: "¡Mi ala"! Después amaste a un león, perfecto en fuerza; siete hoyas y siete cavaste contra él. Luego a un garañón amaste, famoso en la batalla; el látigo, el acicate y la brida ordenaste para él, un galope de siete leguas y una bebida de agua cenagosa; ¡para su madre, Silili, ordenaste gemidos!

Después amaste al guardián del rebaño, que siempre amontonó para ti pasteles y a diario sacrificó cabritos por ti; pero tú le afligiste trocándole en lobo, para que sus gañanes le ahuyentaran y sus perros le mordieran las ancas.

Luego amaste a Isullanu, jardinero de tu padre, que te ofrecía siempre cestas de dátiles y diariamente adornó tu mesa. Tus ojos se levantaron hasta él y te acercaste: "Oh Isullanu mío, ¡probemos tu vigor! ¡Extiende tu «mano» y toca nuestra «modestia»!" Isullanu te dijo: "¿Qué deseas de mí? ¿Acaso no coció mi madre o no he comido para que yo pruebe el manjar hediondo e impuro? ¿Protegen las cañas del frío?". Cuando le oíste hablar así, le castigaste y le convertiste en un topo. Le colocaste en medio de la tierra y no puede subir ni puede bajar... Si me amas, me tratarás como a ellos».

Cuando Istar oyó esto, se enfureció y ascendió al cielo. Se adelantó Istar ante Anu, su padre, a Antum, su madre, fue y le dijo:

«Padre mío, ¡Gilgamesh ha acumulado insultos sobre mí! Gilgamesh ha enumerado mis hediondos hechos, mi fetidez y mi impureza». Anu abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:

«Pero, en verdad, tú incitarías. Y por ello Gilgamesh ha citado tus hediondos hechos, tu fetidez y tu impureza».

Istar abrió la boca para hablar, Diciendo a Anu, su padre:

«Padre mío, ¡hazme el Toro del Cielo para que castigue a Gilgamesh. ¡Si tú no me haces el Toro del Cielo, quebraré las puertas del mundo inferior y levantaré a los muertos roídos y vivos para que los muertos superen a los vivos!»

Anu abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:

«Si hago lo que me pides, habrá siete años de cáscaras hueras. ¿Has cosechado grano para la gente? ¿Has cultivado hierba para las bestias?»

Istar abrió la boca para hablar, diciendo a Anu, su padre:

«Grano para la gente he almacenado y hierba para las bestias he proporcionado. Si ha de haber siete años de cáscaras, he reunido grano bastante para la gente y he cultivado hierba para las bestias».

[Anu cede a la petición de Istar, el Toro celeste baja y mata centenares de hombres con sus dos primeros resuellos]

Con su tercer resoplido saltó contra Enkidu, que paró su embestida. Brincó a lo alto asiendo al Toro del Cielo por los cuernos. El Toro del Cielo le lanzó el aliento a la cara y le restregó con lo espeso de su cola. Entre el cuello y las astas hincó su espada. Cando hubieron matado al toro, arrancaron su corazón y lo colocaron ante Samas. Retrocedieron y rindieron homenaje a Samas. Los dos hermanos se sentaron.

Entonces Istar subió al muro de la amurallada Uruk y se encaramó en las almenas, pronunciando una maldición:

«¡Ay de Gilgamesh, porque me injurió matando al Toro del Cielo!»

Cuando Enkidu oyó estas palabras de Istar, arrancó el muslo derecho del Toro del Cielo y lo lanzó a su cara:

«Si pudiera atraparte, como a él te trataría. ¡Sus entrañas colgaría a tu lado!»

A esto Istar congregó a las consagradas mozas de placer y las rameras del templo. Sobre el muslo derecho del Toro del Cielo lanzó un lamento.

Gilgamesh llamó a los artífices y a los armeros. Los artesanos admiraron la grosura de los cuernos: cada uno está compuesto de treinta minas de lapislázuli; la capa superior de cada uno tiene dos dedos de grosor; seis medidas de aceite, la capacidad de los dos, ofreció como unción a su dios, Lugalbanda. Los llevó y los suspendió en su alcoba principesca. En el Éufrates se lavaron los héroes las manos y se abrazaron a medida que caminaban, atravesando la calle comercial de Uruk. La gente de Uruk se reúne para contemplarlos.

Gilgamesh dice estas palabras a las tañedoras de lira de Uruk:

«¿Quién es el más espléndido entre los héroes? ¿Quién el más glorioso de los hombres?» «Gilgamesh es el más espléndido entre los héroes, Gilgamesh es el más glorioso de los hombres».

Gilgamesh festeja el éxito en su palacio. Yacen los héroes en sus lechos nocturnos. También Enkidu está acostado, viendo un sueño. Se levantó Enkidu a relatar su sueño, diciendo a su amigo:

«Amigo mío, ¿por qué los grandes dioses se juntan en consejo? Oye el sueño que tuve anoche: Anu, Enlil, Ea y el celestial Samas celebraban consejo y Anu dijo a Enlil: "Porque mataron al Toro del Cielo y a Humbaba", dijo Anu, "uno de ellos, aquel que taló los montes de cedro, debe morir".

Pero Enlil dijo: "¡Enkidu debe morir; pero Gilgamesh no morirá!”

Entonces el celeste Samas respondió al bravo Enlil:

“¿No mataron por orden mía al Toro del Cielo y a Humbaba? ¿Debe ahora el inocente Enkidu perecer?"

Pero Enlil se enfrentó iracundo con el celestial Samas: "Sí, porque, muy semejante a un hombre amigo suyo, tú bajaste y estuviste cada día con ellos"».

Enkidu cayó enfermo ante Gilgamesh. Y mientras sus lágrimas se deslizaban, dijo:

«¡Oh hermano mío, mi querido hermano! ¡A un hermano tenían que perdonar a expensas de otro hermano!» Además:

«¿Tengo yo junto al espíritu de los muertos que sentarme, en la puerta del espíritu, y jamás de nuevo contemplar a mi querido hermano con mis ojos?»

[En una postrera revisión de su existencia, Enkidu parece lamentar los sucesos que le han llevado a tan triste trance, maldiciendo las etapas sucesivas de su vida predestinada. Una de sus maldiciones, conservadas en un fragmento asirio, se dirige contra la puerta que lisió su mano]

Enkidu levantó sus ojos, hablando a la puerta como si fuera humana: «¡Tú, puerta de los bosques, incomprensiva, sin entendimiento! A veinte leguas de distancia elegí tu madera, mucho antes de que contemplara alto el cedro. No tiene igual tu bosque en la tierra. Seis docenas de codos mide tu altura, dos docenas tu ancho. Un maestro de artífices de Mppur te construyó. Si hubiese sabido, oh puerta, que esto sucedería, hubiese enarbolado el hacha y hubiese colocado un marco de caña sobre ti!»

[Enkidu, prosiguiendo su amargo balance, invoca la maldición de Samas sobre el cazador]

«¡Destruya su riqueza, disminuya su poder! Sea su camino repugnante en tu presencia. Escapen las bestias que quiera apresar delante de él. ¡No consiga el cazador la plenitud de su corazón!»

Después su corazón urgiole a maldecir a la ramera:

“¡Ea, moza!, decretaré tu destino, ¡un destino que no concluirá en toda la eternidad! Te maldeciré con maldición grande, con un juramento cuyas consecuencias funestas pronto te abrumarán. La maldición se arrojará en tu casa. El camino será tu morada, la sombra de la pared tu paradero, los fatuos y los sedientos herirán tu mejilla”.

Cuando Samas oyó estas palabras de su boca, sin dilación le gritó desde el cielo:

«¿Por qué, oh Enkidu, maldices a la ramera, que te hizo comer manjares dignos de la divinidad y te dio vino propio de la realeza, que te vistió con nobles ropas y te hizo poseer al noble Gilgamesh por compañero? ¿Y Gilgamesh, tu amigo cordial, no te ofreció un lecho preclaro? Te hizo ocupar un lecho de honor, te colocó en el asiento de la holgura, en el asiento de la izquierda. ¡Para que los príncipes de la tierra besaran tus plantas! Hará que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo alegre gima por ti. Y, cuando te hayas ido, su cuerpo de pelo intenso cubrirá, pondrase una piel de león y errará por la estepa».

Cuando Enkidu oyó las palabras del valiente Samas, su corazón vejado se aquietó. Tranquilizándose, Enkidu cambia su maldición en bendición y habla de nuevo a la muchacha:

«Así vuelva todo a su lugar. Reyes, príncipes y nobles te amarán. Ninguno por ti se golpeará el muslo. Por ti el anciano meneará su barba, el joven desceñirá su cinto y serás adornada con cornerina, lapislázuli y oro. Así sea retribuido. Quien te mancille, quede su casa vacía y su colmado almacén. A la presencia de los dioses el sacerdote te permitirá entrar y por ti se abandonará la esposa, aunque sea madre de siete».

Enkidu, cuyo humor es sombrío, yace a solas. Aquella noche comunica sus sentimientos a su amigo:

«Amigo mío, vi un sueño anoche: los cielos gemían y la tierra respondió; yo estaba solo. La faz del cielo se oscureció y un monstruo apareció volando; como las garras del águila eran sus zarpas; me dominó, y saltando encima mío me sumergió en el polvo y me transformó de manera que mis brazos eran como los de un ave. Mirándome, me guía a la Casa de las Tinieblas, la mansión de Irkalla, casa que no abandona quien entró en ella por el camino que no tiene regreso; a la casa cuyos habitantes carecen de luz, donde el polvo es una vianda y la arcilla un manjar y todos están pergeñados como pájaros, con alas por vestiduras y sin luz por siempre, porque residen en la oscuridad.

En la Casa del Polvo, en que había entrado, contemplé gobernantes sin sus coronas; vi príncipes y nacidos para la corona que habían regido la tierra desde días antiquísimos. ¡Estos dobles de Anu y Enlil servían carnes asadas, servían pasteles y escanciaban agua fresca de los odres! En la Casa del Polvo en que había entrado reside el sumo sacerdote y el acólito, reside el encantador y el extático, residen los lavadores y ungidores de los grandes dioses. Reside Etanal, reside Sumuqan. Ereskigal vive allí, reina del submundo, y Belit-Seri, registrador del mundo inferior, se arrodilla ante ella. Ella mantiene una tablilla y la lee y levantando su cabeza, me contempla diciendo:

"¿Quién trajo a éste aquí?" [...]

Los augurios eran desfavorables y el día en que vio el sueño, abatido quedó Enkidu. Un día, un segundo día. El sufrimiento de Enkidu en el lecho aumenta. Un tercer día, un cuarto día. Un quinto día, un sexto y un séptimo; un octavo, un noveno y un décimo día. El sufrimiento de Enkidu, en el lecho, aumenta. Un undécimo y un duodécimo día. Abatido está Enkidu en su lecho de dolor.

Al fin llamó a Gilgamesh y le dijo:

"Amigo mío, ¡me ha maldecido! No moriré como el que cae en batalla, pues temí en esta lucha. Amigo mío, el que muere en la batalla es bendecido, pero yo no"»

Al primer resplandor del alba Gilgamesh dijo a su amigo:

«Enkidu, tu madre una gacela, un onagro tu padre, te engendraron. Aquellos cuya señal son sus colas te criaron, y el ganado de la llanura y de todos los pastos. ¡Ojalá las huellas de Enkidu en el Bosque de los Cedros lloren por ti, jamás callen noche y día! Así los mayores de la amplia y amurallada Uruk lloren por ti. Llore por ti el dedo que se extienda detrás de nosotros bendiciendo. Llore por ti y despierte ecos en la campiña como si fuera tu madre. Llore por ti oso, hiena, pantera, tigre, ciervo, leopardo, león; bueyes, venado, cabra montesa y las criaturas salvajes del llano. Llore por ti el río Ula por cuyas riberas solíamos pasear. Llore por ti el puro Éufrates, del que sacábamos agua para el odre. Lloren por ti los guerreros de la amplia y amurallada Uruk donde matamos el Toro celeste. Llore por ti quien ensalzó tu nombre. Llore por ti quien proporcionó grano para tu boca. Llore por ti quien puso ungüento en tu espalda. Llore por ti quien puso cerveza en tu boca. Llore por ti la meretriz que te ungió con aceite fragante. Llore por ti la mujer del harén que se llevó el anillo de tu elección. ¡Lloren los hermanos por ti como hermanas y crezca larga su cabellera por ti!»

«¡Oídme, oh ancianos, y prestadme atención! Por Enkidu, mi amigo, lloro, gimiendo amargamente como una plañidera. El hacha de mi costado, confianza de mi mano, el puñal de mi cinto, el escudo delante de mí, mi túnica de fiesta, mi más rico tocado ¡un demonio perverso apareció para arrebatármelo!

¡Oh mi amigo pequeño, tú cazaste el onagro de las colinas, la pantera del llano! ¡Enkidu, mi amigo pequeño, cazaste el onagro de las colinas, la pantera del llano! ¡Nosotros que vencimos todas las cosas y escalamos los montes, que prendimos al Toro celeste y lo matamos, que afligimos a Humbaba, que vivía en el Bosque de los Cedros. ¿Cuál es el sueño que se adueñó de ti? ¡Ignoras y no me oyes!»

Pero no levanta sus ojos; tocó su corazón y no late. Entonces veló a su amigo como una desposada, arrebatado cerca de él como un león, como una leona privada de sus cachorros. Va y viene ante el lecho, arrancándose el pelo y esparciéndolo... ¡Desgarrando y diseminando su atuendo como si estuviera impuro! Entonces, al primer arrebol del alba, Gilgamesh envió un pregón al país:

«Oh forjadores y batidores de cobre, orífices, lapidarios: ¡Haced a mi amigo una digna tumba!» Y mandó hacer una estatua para su amigo; de lapislázuli es su pecho, de oro su cuerpo...».

«Un lecho de honor te hice ocupar, te coloqué en el asiento de la holgura, en el asiento de la izquierda, para que los príncipes de la tierra besaran tus pies. Haré que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo alegre gima por ti. Y, cuando te hayas ido, cubriré mi cuerpo de pelo intonso y, vistiendo una piel de león, erraré por la estepa.»

Al primer arrebol del alba, Gilgamesh aflojó su banda; sacó una ancha mesa de madera elammaqu, llenó de miel una jarra de cornerina y de requesón una jarra de lapislázuli, y lo expuso todo al sol por Enkidu, su amigo. Gilgamesh llora sin duelo, mientras vaga por el llano: «Cuando muera, ¿no seré como Enkidu? El espanto ha entrado en mi vientre. Temeroso de la muerte, recorro sin tino el llano. Hacia Utnapishtim, hijo de Ubar-Tutu. Para avanzar velozmente he emprendido el camino. Al llegar de noche a los pasos de la montaña, vi el león y me amedrenté. Levanté mi cabeza hacia Sin para rezar. Hacia dioses favorables fueron mis plegarias”.

De noche, mientras reposaba, despertose del sueño. Había hombres-escorpiones jubilosos y llenos de vida. Enarboló el hacha en su mano, tiró del puñal de su cinto. Como una flecha descendió entre ellos, los hirió y los acuchilló.

[Gilgamesh atraviesa con éxito las tinieblas de la cordillera de Masu, custodiada por hombres escorpiones. Gilgamesh va progresando en su búsqueda de la inmortalidad]

Gilgamesh caza fieras para alimentarse. Con sus pieles se viste y come su carne. Samas estaba perturbado, como le correspondía; le dice: «Gilgamesh, ¿a dónde vas errante? La vida que persigues no hallarás.»

Gilgamesh le dice al valiente Samas:

«Después de andar y errar por la estepa, ¿descansará mi cabeza en el corazón de la tierra para dormir a través de todos los años? ¡Deja que mis ojos contemplen el sol, a fin de que me sacie de luz! La oscuridad se retira cuando hay luz suficiente. ¡Ojalá el que esté en verdad muerto vea aún el resplandor del sol!»

[Gilgamesh encuentra a Siduri, la cervecera]

«Aquel que conmigo soportó todas los trabajos, Enkidu, a quien yo amaba entrañablemente, que conmigo soportó todas las labores, ¡ha conocido el destino de la humanidad! Día y noche he llorado por él: no le entregué para que le sepultasen. Por si mi amigo se levantaba ante mi lamento permanecí siete días y siete noches, hasta que un gusano se deslizó de su nariz. Desde su fallecimiento no encontré vida y he vagado como un cazador por en medio del llano. Oh cervecera, ahora que he visto tu rostro, no consientas que vea la muerte que constantemente temo.»

Y la cervecera le dijo:

«Gilgamesh, ¿a dónde vas errante? No hallarás la vida que persigues. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida para sus propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Cada día celebra una fiesta regocijada, ¡día y noche danza tú y juega! Procura que tus vestidos sean flamantes, lava tu cabeza y báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano, ¡que tu esposa se deleite en tu seno, pues ésa es la tarea de la humanidad!» [...]

En su cólera los destroza. Cuando regresa, sube a él. Sursunabu sus ojos contempla. Sursunabu le dice a Gilgamesh:

«Dime tú, ¿cuál es tu nombre ? Soy Sursunabu, de Utnapishtim el lejano».

Gilgamesh le contesta:

«Gilgamesh es mi nombre: él vino de Uruk-Eanna y atravesó los montes. Un viaje muy largo, hasta donde el sol se alza. Oh, Sursunabu, ahora que he visto tu rostro, muéstrame a Utnapishtim el Lejano».

[Encuentro con Siduri y con Sursunabu y relato de la travesía a través de las Aguas de la Muerte hasta la vivienda de Utnapishtim]

Gilgamesh dijo a Utnapishtim:

«Para poder llegar a contemplar a Utnapishtim, a quien llaman el Lejano, recorrí y anduve por todos los países, atravesé montes abruptos y crucé todos los mares. Mi faz no se sació de dulce sueño y me exasperé con el insomnio; llené mis coyunturas de infortunio. No había alcanzado la casa de la cervecera, cuando mi ropa estaba gastada. Maté osos, hienas, leones, panteras, tigres, ciervos y cabras montesas, bestias salvajes y lo que repta por el llano. Sus carnes comí y sus pieles ceñí alrededor de mi cuerpo».

Habla Utnapishtim:

«¿Construimos una casa para siempre? ¿Sellamos contratos para siempre? ¿Los hermanos dividen porciones para siempre? ¿Persiste para siempre el odio en la tierra? ¿Acaso el río siempre crece y causa inundaciones? La libélula abandona su vaina para que su cara no pueda mirar sino la cara del sol. Desde los días de antaño no hubo permanencia. ¡Los que descansan y los muertos qué iguales son! ¿No componen la misma imagen de la muerte el plebeyo y el noble, cuando se hallan próximos a su destino? Los Anunnaki, los grandes dioses, se congregan; Mammetum, hacedor del destino, con ellos decreta el destino: muerte y vida determinan. Pero de la muerte los días no se revelan».

Gilgamesh le dijo, a Utnapishtim el Lejano:

«Cuando te miro, Utnapishtim, tus rasgos no son extraños; incluso como yo eres. Tú no eres extraño; antes bien, como yo eres. ¡Mi mente te había imaginado como resuelto a batallar, pero descansas indolente sobre tu espalda! Dime, ¿cómo te sumaste a la asamblea de los dioses en tu busca de la vida?»

Utnapishtim contestó así a Gilgamesh:

«Te descubriré, Gilgamesh, una materia oculta y te diré un secreto de los dioses: Suruppak --ciudad que tú conoces y que en las riberas del Éufrates está situada-, esa ciudad era ya antigua como los mismos dioses de su interior cuando las mentes de los grandes dioses se inclinaron a suscitar el diluvio. Estaban allí Anu; su padre, el valiente Enlil; su consejero, Ninurta; su asistente, Ennuge; su irrigador, Ninigiku-Ea. Entonces oí estas palabras de Ea dirigidas a mi choza de cañas:

"¡Choza de cañas, choza de cañas! ¡Pared, pared! ¡Choza de cañas, escucha! ¡Pared, vibra! Hombre de Suruppak, hijo de Ubar-Tutu, ¡demuele esta casa y construye una nave! Renuncia a las posesiones y busca la vida. ¡Desiste de los bienes mundanos y mantén el alma viva! A bordo de la nave lleva la simiente de todas las cosas vivas. Habrá que medir las dimensiones del barco que construirás: igual será su amplitud y su longitud y lo techarás como el Apsu".

Entendí y dije a Ea, mi señor:

"He aquí, mi señor, lo que así ordenaste y tendré a honra ejecutar. Pero, ¿ qué contestaré a la ciudad, a la gente y a los ancianos ?"

Ea abrió su boca para hablarme a mí, su servidor:

-En tal caso, les hablarás así: "He sabido que Enlil me es hostil, de modo que no puedo residir en vuestra ciudad, ni poner mi pie en territorio suyo. Por tanto, a lo profundo bajaré, para vivir con mi señor Ea. Pero sobre vosotros derramará la abundancia, los pájaros selectos y los más excelentes peces. La tierra se colmará de riqueza de cosechas. Aquel que en el ocaso ordena las vainas verdes, verterá sobre vosotros una lluvia de trigo".

Al primer resplandor del alba, la tierra se juntó a mi alrededor. Los pequeños llevaban brea, al paso que los grandes transportaban el resto de lo necesario. Al quinto día tendí su maderamen. Un acre entero era el espacio de su suelo, diez docenas de codos la altura de cada pared, diez docenas de codos cada borde del cuadrado puente. Preparé los contornos y lo ensamblé. Lo proveí de seis puentes, dividiéndolo así en siete partes. El plano de su piso dividí en nueve partes. Clavé desaguaderos en él. Me procuré pértigas y acopié suministros. Seis medidas "sar" de betún eché en el horno. Tres "sar" de asfalto también en el interior y tres "sar" de aceite los portadores de cestas transportaron, aparte de un "sar" de aceite que la calafateadura consumió y los dos "sar" de aceite que el barquero estibó. Bueyes maté para la gente y sacrifiqué ovejas cada día. Mosto, vino rojo, aceite y vino blanco di a los trabajadores para beber, como si fuera agua del río, para que celebrasen como en el Día del Año Nuevo. Abrí ungüento, aplicándolo a mi mano. Al séptimo día el barco estuvo completo.

La botadura fue ardua, hasta el punto de que hubieron de cambiarse las planchas de encima y de debajo hasta que dos tercios de la estructura entraron en el agua. Cuanto tenía cargué en él: cuanta plata y oro y cuantos seres vivos tenía cargué. Toda mi familia y parentela hice subir al barco. Las bestias y las salvajes criaturas de los campos. Todos los artesanos hice subir a bordo asimismo. Samas me había fijado un tiempo:

"Cuando aquel que ordena la intranquilidad nocturna envíe una lluvia de tizón ¡sube a bordo y clava la entrada!. Ese tiempo señalado llegó: "Aquel que ordena la intranquilidad nocturna envía una lluvia de tizón". Contemplé la apariencia del tiempo: era espantoso de ver. Subí al barco y clavé la entrada. Para clavar el barco entero, cedí la estructura con su contenido a Puzur-Amurri, el barquero.

Al primer resplandor del alba, se alzó una nube negra desde el horizonte. En su interior Adad truena, mientras Sullat y Hanis van delante, moviéndose como heraldos sobre colina y llano. Erragal arranca los postes; avanza Mnurta y hace que los diques sigan.

Los Anunnaki levantan las antorchas, encendiendo la tierra con su fulgor. La consternación debida a Adad llega a los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz. La vasta tierra se hizo añicos como una perola. Durante un día la tormenta del sur sopló acumulando velocidad a medida que bufaba sumergiendo los montes, atrapando a la gente como en una batalla. Nadie ve a su prójimo, no puede reconocerse la gente desde el cielo. Los dioses se aterraron del diluvio, y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anul. Los dioses se agazaparon como perros, acurrucados contra el muro exterior. Istar gritó como una mujer en sus dolores y la señora de dulce voz de los dioses gime:

"Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla, porque hablé maldad en la Asamblea de los dioses. ¿Cómo pude hablar maldad en la Asamblea de los dioses, ordenando batalla para destrucción de mi gente, cuando yo misma di a luz a mi pueblo? ¡Cómo el desove de los peces llena el mar!"

Los dioses Anunnaki lloran con ella, los dioses, humildemente, están sentados y lloran, con los labios apretados, uno y todos. Seis días y seis noches sopla el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, la tormenta del sur transportadora del diluvio amainó en la batalla que había reñido como un ejército: el mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado chato.

Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Inclinándome muy bajo, senteme y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: en cada catorce regiones emergía una comarca montañosa. En el Monte Nisir el barco se detuvo. El monte mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un primer día, un segundo día, mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto día, mantuvo sujeta la nave impidiéndole el movimiento. Y al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó puesto que no había descansadero visible. Entonces envié y solté una golondrina. La golondrina se fue, pero regresó puesto que no había descansadero visible. Después envié y solté un cuervo, que se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se cierne, grazna y no regresa. Entonces dejé salir todo a los cuatro vientos y ofrecí un sacrificio. Vertí una libación en la cima del monte. Siete y siete vasijas para culto preparé y sobre sus trípodes amontoné caña, cedro y mirto. Los dioses olieron el dulce sabor y se apiñaron como moscas en torno al sacrificante. Cuando, al fin, la gran diosa llegó, alzó las grandes joyas que Anu había labrado a su antojo:

"Dioses, tan cierto como este lapislázuli está en mi cuello, no olvidaré estos días y los recordaré sin olvidarlos jamás. Vengan los dioses a la ofrenda; pero no acuda Enlil porque sin razón causó el diluvio y a mi pueblo condenó a la destrucción".

Cuando finalmente llegó Enlil y vio el barco, montó en cólera y le invadió la ira contra los dioses Igigi:

"¿Escapó algún alma viva? ¡Ningún hombre debía sobrevivir a la destrucción !"

Ninurta abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil:

"¿Quién, salvo Ea, puede maquinar proyectos? Sólo Ea conoce todo".

Ea abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil: "Tú, el más sabio de los dioses, tú, héroe, ¿cómo pudiste, irrazonablemente, causar el diluvio? ¡Al pecador impón sus pecados, al transgresor impón su transgresión! ¡Sin embargo, sé benévolo para que no sea cercenado! ¡Sé paciente para que no sea desplazado! En lugar de traer tú el diluvio, ojalá un león hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un lobo hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un hambre hubiera surgido para menguar la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá una pestilencia hubiera surgido para herir a la humanidad! No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses. Dejé que Atrahasis viese un sueño, y percibió el secreto de los dioses. ¡Reflexiona ahora en lo que le atañe!"

A esto Enlil subió a bordo del barco. Cogiéndome de la mano, me subió a bordo. Subió mi mujer a bordo e hizo que se arrodillara a mi lado. De pie entre nosotros, tocó nuestras frentes para bendecirnos:

"Hasta ahora Utnapishtim fue tan sólo humano. En adelante Utnapishtim y su mujer serán como nosotros dioses. ¡Utnapishtim residirá lejos, en la boca de los ríos!"

Así me cogieron y me hicieron residir lejos, en la boca de los ríos. Pero ahora, ¿quién por ti convocará los dioses a la Asamblea, para que encuentres la vida que buscas? ¡Ea!, no concilies el sueño durante siete días y siete noches».

Mientras allí se sienta sobre sus nalgas, el sueño le aventa como el torbellino.

Utnapishtim dice a ella, a su esposa:

«¡Contempla a este héroe que busca la vida! El sueño le envuelve como una niebla».

Su esposa dice a él, a Utnapishtim el Lejano:

«Tócale para que el hombre despierte, para que regrese salvo por el camino que le trajo, para que por la puerta que salió pueda regresar a su país».

Utnapishtim dice a ella, a su esposa:

«Puesto que engañar es humano, él procurara engañarte. Anda, prepara obleas para él, ponlas junto a su cabeza, y señala en la pared los días que duerme».

Elaboró para él obleas, púsolas junto a su cabeza y señaló en la pared los días que dormía. La primera oblea se ha secado. La segunda se estropeó, la tercera está húmeda; la superficie de la cuarta blanquea; la quinta se cubre de moho, la sexta aún conserva su color reciente; la séptima, en cuanto le tocó, despertose el hombre.

Gilgamesh dijo a él, a Utnapisthim el Lejano:

«¡Apenas el sueño me ha invadido, cuando me tocas y me despiertas!»

Utnapishtim dice a él, a Gilgamesh:

«Vamos, Gilgamesh, cuenta tus obleas, que los días que dormiste sean conocidos de ti: tu primera oblea se ha secado, la segunda se estropeó, la tercera está húmeda; la superficie de la cuarta blanquea; la quinta se cubre de moho, la sexta aún conserva su color reciente. La séptima... -en este instante te despertaste-».

Gilgamesh dijo a él, a Utnapishtim el Lejano:

«¿Qué haré, Utnapishtim; adónde iré, ahora que el Despojador hace presa en mis miembros? En mi alcoba asecha la muerte, ¡y doquiera que pongo mi pie está la muerte!»

Utnapishtim dice a Urshanabi, el barquero:

«Urshanabi, ¡así no tenga contento el puerto en ti, así el lugar de travesía renuncie a ti! ¡A aquel que vaga en su playa, niégasela! Y conduce al hombre que trajiste aquí, cuyo cuerpo está cubierto de suciedad y cuyas pieles desfiguraron la gracia de sus miembros al lugar del baño. Que se libre de su suciedad con agua limpia como la nieve, que se despoje de sus pieles y el mar las arrastre, que la belleza de su cuerpo se pueda ver. Haz que renueve la banda de su cabeza, deja que se ponga un manto para vestir su desnudez, que llegue a su ciudad, que concluya su viaje. ¡Así su manto no tenga color de moho, siendo totalmente nuevo!»

Urshanabi le llevó y condujo al lugar del baño. Se lavó la suciedad con agua limpia como la nieve. Se despojó de sus pieles y el mar las arrastró para que la belleza de su cuerpo se viese. Renovó la banda que ceñía su cabeza y se puso un manto para vestir su desnudez y para que llegase a su ciudad y concluyese su viaje. El manto no tenía color de moho y era totalmente nuevo.

Gilgamesh y Urshanabi subieron a la barca, lanzaron la barca a las olas y zarparon.

Su esposa dice a Utnapishtim el Lejano:

«Gilgamesh vino aquí, penando y esforzándose. ¿Qué le entregarás para que regrese a su tierra?»

A aquello, él, Gilgamesh, levantó su pértiga para acercar la barca a la playa.

Utnapishtim le dijo a Gilgamesh:

«Gilgamesh, viniste aquí, penando y esforzándote. ¿Qué te entregaré para que regreses a tu tierra? Revelaré, oh Gilgamesh, una cosa oculta y un secreto de los dioses te diré: esta planta es como el cambrón. Sus espinas pincharán tus manos como la rosa. Si tus manos obtienen esta planta, hallarás nueva vida».

En cuanto Gilgamesh oyó esto, ató piedras pesadas a sus pies y le bajaron a lo profundo del mar y vio la planta. La arrancó, aunque pinchó sus manos. Cortó las piedras pesadas de sus pies y el mar le lanzó a la orilla.

«Urshanabi, esta planta es una planta aparte, por la que un hombre puede reconquistar el aliento de su vida. La llevaré a la amurallada Uruk y haré comer la planta. Su nombre será "El hombre se hace joven en la senectud". Yo mismo la comeré y así volveré al estado de mi juventud».

Después de veinte leguas comieron un bocado y después de treinta leguas más se prepararon para la noche. Gilgamesh vio un pozo cuya agua era fresca. Bajó a bañarse en el agua. Una serpiente olfateó la fragancia de la planta, salió del agua y la arrebató. Al retirarse mudó de piel.

A esto Gilgamesh se sienta y llora: las lágrimas se deslizan por su cara. Cogió la mano de Urshanabi, el barquero:

«¿Para quién, Urshanabi, mis manos trabajaron? ¿Por quién se gasta la sangre de mi corazón? No obtuve una merced para mí. ¡Para el león de tierra logré una merced! ¡Y la marea la llevará a veinte leguas de distancia! Hallé lo que se había puesto como señal para mí: ¡me retiraré y dejaré la barca en la orilla!» Después de veinte leguas comieron un bocado, después de treinta leguas más se prepararon para la noche cuando llegaron a al amurallada Uruk. Gilgameshh dijo a Urshanabi, el barquero:

"Anda, Urshanabi, ve a las almenas de Uruk. Inspecciona la terraza, examina sus ladrillos, si su obra no es de ladrillo vitrificado y si los sabios no echaron sus cimientos. Un ‘sar' es ciudad, un ‘sar' huertos, un ‘sar' tierra marginal; además, el recinto del Templo de Ishtar. Tres ‘sar' y el recinto incluida Uruk".

LETRILLAS, Francisco de Quevedo

LETRILLA SATÍRICA - La pobreza. El dinero.

Pues amarga la verdad,
Quiero echarla de la boca;
Y si al alma su hiel toca,
Esconderla es necedad.
Sépase, pues libertad
Ha engendrado en mi pereza
La Pobreza.

¿Quién hace al tuerto galán
Y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
Le sirve de Río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan,
Sin ser el Dios verdadero
El Dinero.

¿Quién con su fiereza espanta
El Cetro y Corona al Rey?
¿Quién, careciendo de ley,
Merece nombre de Santa?
¿Quién con la humildad levanta
A los cielos la cabeza?
La Pobreza.

¿Quién los jueces con pasión,
Sin ser ungüento, hace humanos,
Pues untándolos las manos
Los ablanda el corazón?
¿Quién gasta su opilación
Con oro y no con acero?
El Dinero.

¿Quién procura que se aleje
Del suelo la gloria vana?
¿Quién siendo toda Cristiana,
Tiene la cara de hereje?
¿Quién hace que al hombre aqueje
El desprecio y la tristeza?
La Pobreza.

¿Quién la Montaña derriba
Al Valle; la Hermosa al feo?
¿Quién podrá cuanto el deseo,
Aunque imposible, conciba?
¿Y quién lo de abajo arriba
Vuelve en el mundo ligero?
El Dinero.


OTRA

Solamente un dar me agrada,
Que es el dar en no dar nada.

Si la prosa que gasté
Contigo, niña, lloré,
Y aún hasta ahora la lloro,
¿Qué haré la plata y el oro?
Ya no he de dar, si no fuere
Al diablo, a quien me pidiere;
Que tras la burla pasada
Solamente un dar me agrada,
Que es el dar en no dar nada.

Yo sé que si de esta tierra
Llevara el Rey a la guerra
La niña que yo nombrara,
Que a toda Holanda tomara,
Por saber tomar mejor
Que el ejército mayor
De gente más doctrinada.
Solamente un dar me agrada,
Que es el dar en no dar nada.

Sólo apacibles respuestas
Y nuevas de algunas fiestas
Le daré a la más altiva;
Que de diez reales arriba,
Ya en todo mi juicio pienso
Que se pueden dar a censo,
Mejor que a paje o criada.
Solamente un dar me agrada,
Que es el dar en no dar nada.

Sola me dio una mujer,
Y ésa me dio en qué entender,
Yo entendí que convenía
No dar en la platería,
Y aunque en ella a muchas vi,
Sólo palabra las di
De no dar plata labrada.
Solamente un dar me agrada,
Que es el dar en no dar nada.

SONETOS. Francisco de Quevedo

A APOLO, SIGUIENDO A DAFNE

Bermejazo Platero de las cumbres
A cuya luz se espulga la canalla:
La ninfa Dafne, que se afufa y calla,
Si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Si quieres ahorrar de pesadumbres,
Ojo del Cielo, trata de compralla:
En confites gastó Marte la malla,
Y la espada en pasteles y en azumbres.

Volvióse en bolsa Júpiter severo,
Levantóse las faldas la doncella
Por recogerle en lluvia de dinero.

Astucia fue de alguna Dueña Estrella,
Que de Estrella sin Dueña no lo infiero:
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.



SI HIJA DE MI AMOR MI MUERTE FUESE

Si hija de mi amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi amor contra la vida mía!
¡Qué gloria, que el morir de amar naciese!

Llevara yo en el alma adonde fuese
el fuego en que me abraso, y guardaría
su llama fiel con la ceniza fría
en el mismo sepulcro en que durmiese.

De esotra parte de la muerte dura,
vivirán en mi sobra mis cuidados,
y más allá del Lethe mi memoria.

Triunfará del olvido tu hermosura
mi pura fe y ardiente, de los hados;
y el no ser, por amar, será mi gloria.



AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.



CONOCE LA DILIGENCIA CON QUE SE ACERCA LA MUERTE

Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día,
y la última hora negra y fría
se acerca de temor y sombras llena.

Si agradable descanso, paz serena
la muerte en forma de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.

¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene

espíritu en miserias anudado?

Llegue rogada, pues mi bien previene
hálleme agradecido, no asustado:
mi vida acabe y mi vivir ordene.



SONETO AMOROSO

A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.

Cuando le quiero más ceñir con lazos,
y viendo mi sudor, se me desvía,
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,
y temas con amor me hacen pedazos.

Voyme a vengar en una imagen vana
que no se aparta de los ojos míos;
búrlame, y de burlarme corre ufana.

Empiézola a seguir, fáltanme bríos;
y como de alcanzarla tengo gana,
hago correr tras ella el llanto en ríos.



ADVERTENCIA A ESPAÑA DE QUE ASÍ COMO SE HA HECHO SEÑORA DE MUCHOS, ASÍ SERÁ DE TANTOS ENEMIGOS ENVIDIADA Y PERSEGUIDA, Y NECESITA DE CONTINUA PREVENCIÓN POR ESA CAUSA

Un Godo, que una cueva en la Montaña
Guardó, pudo cobrar las dos Castillas;
Del Betis y Genil las dos orillas,
Los Herederos de tan grande hazaña.

A Navarra te dio justicia y maña;
Y un casamiento, en Aragón, las Sillas
Con que a Sicilia y Nápoles humillas,
Y a quien Milán espléndida acompaña.

Muerte infeliz en Portugal arbola
Tus castillos; Colón pasó los godos
Al ignorado cerco de esta Bola;

Y es más fácil, oh España, en muchos modos,
Que lo que a todos les quitaste sola,
Te puedan a ti sola quitar todos.




ADVIERTE CON SU PELIGRO A LOS QUE LEYEREN SUS LLAMAS

Si fuere que después, al postrer día
Que negro y frío sueño desatare
Mi vida, se leyere o se cantare
Mi fatiga en amar, la pena mía,

Cualquier que de talante hermoso fía
Serena libertad, si me escuchare,
Si en mi perdido error escarmentare,
Deberá su quietud a mi porfía.

Atrás se queda, Lisi, el sexto año
De mi suspiro: yo, para escarmiento
De los que han de venir, paso adelante.

¡Oh en el Reino de Amor huésped extraño!
Sé docto con la pena y el tormento
De un ciego y sin ventura fiel amante.



AFECTOS VARIOS DE SU CORAZÓN, FLUCTUANDO EN LAS ONDAS DE LOS CABELLOS DE LISI

En crespa tempestad del oro undoso
Nada golfos de luz ardiente y pura
Mi corazón, sediento de hermosura,
Si el cabello deslazas generoso.

Leandro, en mar de fuego proceloso,
Su amor ostenta, su vivir apura;
Ícaro, en senda de oro mal segura,
Arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de Fénix encendidas
Sus esperanzas, que difuntas lloro,
Intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico y pobre, en el tesoro
El castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.




REPRESÉNTASE LA BREVEDAD DE LO QUE SE VIVE, Y CUÁN NADA PARECE LO QUE SE VIVIÓ

«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
Las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
La Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
Y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
Soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el Hoy y Mañana y Ayer, junto
Pañales y mortaja, y he quedado
Presentes sucesiones de difunto.



ALGUNOS AÑOS ANTES DE SU PRISIÓN ÚLTIMA, ME ENVIÓ ESTE EXCELENTE SONETO, DESDE LA TORRE

Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.

Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef, docta la Imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.




AMANTE AGRADECIDO A LAS LISONJAS MENTIROSAS DE UN SUEÑO

¡Ay Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue, que te gozaba;
¿Y quién sino un amante que soñaba,
Juntara tanto infierno a tanto cielo?

Mis llamas con tu nieve y con tu hielo,
Cual suele opuestas flechas de su aljaba,
Mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
Como mi adoración en su desvelo.

Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte,
Que nunca duerma yo, si estoy despierto,
Y que si duermo, que jamás despierte».

Mas desperté del dulce desconcierto,
Y vi que estuve vivo con la muerte,
Y vi que con la vida estaba muerto.



AMANTE DESESPERADO DEL PREMIO Y OBSTINADO EN AMAR

¡Qué perezosos pies, qué entretenidos
Pasos lleva la Muerte por mis daños!
El camino me alargan los engaños,
Y en mí se escandalizan los perdidos.

Mis ojos no se dan por entendidos;
Y por descaminar mis desengaños,
Me disimulan la verdad los años
Y les guardan el sueño a los sentidos.

Del vientre a la prisión vine en naciendo,
De la prisión iré al sepulcro amando,
Y siempre en el sepulcro estaré ardiendo.

Cuantos plazos la Muerte me va dando,
Prolijidades son que va creciendo,
Porque no acabe de morir penando.




AMANTE AUSENTE DEL SUJETO AMADO, DESPUÉS DE LARGA NAVEGACIÓN

Fuego a quien tanto Mar ha respetado
Y que en desprecio de las ondas frías
Pasó abrigado en en las entrañas mías,
Después de haber mis ojos navegado,

Merece ser al Cielo trasladado,
Nuevo esfuerzo del Sol y de los días;
Y entre las siempre amantes Jerarquías
En el Pueblo de luz arder clavado.

Dividir y apartar puede el camino;
Mas cualquier paso del perdido Amante
Es quilate al Amor puro y divino.

Yo dejo el Alma atrás: llevo adelante,
Desierto y solo el cuerpo peregrino,
Y a mí no traigo cosa semejante.



HASTÍO DE UN CASADO AL TERCERO DÍA

Antiyer nos casamos, hoy querría
Doña Pérez, saber ciertas verdades:
Decidme ¿cuánto número de edades
Enfunda el Matrimonio en sólo un día?

Un antiyer soltero ser solía,
Y hoy casado, un sinfín de Navidades
Han puesto dos marchitas voluntades
Y más de mil antaños en la mía.

Esto de ser marido un año arreo,
Aun a los azacanes empalaga,
Todo lo cotidiano es mucho y feo.

Mujer que dura un mes se vuelve plaga,
Aun con los diablos fue dichoso Orfeo,
Pues perdió la mujer que tuvo en paga.



CONTIENE UNA ELEGANTE ENSEÑANZA DE QUE TODO LO CRIADO TIENE SU MUERTE DE LA ENFERMEDAD DEL TIEMPO

Falleció César, fortunado y fuerte;
ignoran la piedad y el escarmiento
señas de su glorioso monumento:
porque también para el sepulcro hay muerte.

Muere la vida, y de la misma suerte
muere el entierro rico y opulento;
la hora, con oculto movimiento,
aun calla el grito que la fama vierte.

Devanan sol y luna, noche y día,
del mundo la robusta vida, ¡y lloras
las advertencias que la edad te envía!

Risueña enfermedad son las auroras;
lima de la salud es su alegría:
Licas, sepultureros son las horas.



DESENGAÑO DE LA EXTERIOR APARIENCIA, CON EL EXAMEN INTERIOR Y VERDADERO

¿Miras este Gigante corpulento
Que con soberbia y gravedad camina?
Pues por de dentro es trapos y fajina,
Y un ganapán le sirve de cimiento.

Con su alma vive y tiene movimiento,
Y adonde quiere su grandeza inclina,
Mas quien su aspecto rígido examina
Desprecia su figura y ornamento.

Tales son las grandezas aparentes
De la vana ilusión de los Tiranos,
Fantásticas escorias eminentes.

¿Veslos arder en púrpura, y sus manos
En diamantes y piedras diferentes?
Pues asco dentro son, tierra y gusanos.



A UN AMIGO QUE RETIRADO DE LA CORTE PASÓ SU EDAD

Dichoso tú, que alegre en tu cabaña,
Mozo y viejo espiraste la aura pura,
Y te sirven de cuna y sepultura,
De paja el techo, el suelo de espadaña.

En esa soledad que libre baña
Callado Sol con lumbre más segura,
La vida al día más espacio dura,
Y la hora sin voz te desengaña.

No cuentas por los Cónsules los años;
Hacen tu calendario tus cosechas;
Pisas todo tu mundo sin engaños.

De todo lo que ignoras te aprovechas;
Ni anhelas premios ni padeces daños,
Y te dilatas cuanto más te estrechas.



FUNERAL ELOGIO AL PADRE MAESTRO FR. HORTENSIO FÉLIX PARAVICINO Y ARTEAGA, PREDICADOR DE SU MAJESTAD

El que vivo enseñó, difunto mueve,
y el silencio predica en él difunto:
en este polvo mira y llora junto
la vista cuanto al púlpito le debe.

Sagrado y dulce, el coro de las nueve
enmudece en su voz el contrapunto:
faltó la admiración a todo asunto,
y el fénix que en su pluma se renueve.

Señas te doy del docto y admirable
Hortensio, tales, que callar pudiera
el nombre religioso y venerable.

La Muerte aventurara, si le oyera,
a perder el blasón de inexorable,
y si no fuera sorda, le perdiera.



ENSEÑA CÓMO TODAS LAS COSAS AVISAN DE LA MUERTE

Miré los muros de la Patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.

Salíme al Campo, vi que el Sol bebía
Los arroyos del hielo desatados,
Y del Monte quejosos los ganados,
Que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi Casa; vi que, amancillada,
De anciana habitación era despojos;
Mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
Y no hallé cosa en que poner los ojos
Que no fuese recuerdo de la muerte.


Francisco de Quevedo y Villegas, 1630

EPITAFIO DE UNA DUEÑA, QUE IDEA TAMBIÉN PUEDE SER DE TODAS

Fue más larga que paga de tramposo,
Más gorda que mentira de Indiano,
Más sucia que pastel en el verano,
Más necia y presumida que un dichoso,

Más amiga de pícaros que el coso,
Más engañosa que el primer manzano,
Más que un coche alcahueta, por lo anciano,
Más pronosticadora que un potroso.

Más charló que una Azuda y una Aceña,
Y tuvo más enredos que una araña,
Más humos que seis mil hornos de leña.

De mula de alquiler sirvió en España,
Que fue buen noviciado para Dueña,
Y muerta pide, y enterrada engaña.



SIGNIFÍCASE LA PROPIA BREVEDAD DE LA VIDA, SIN PENSAR, Y CON PADECER, SALTEADA DE LA MUERTE

Fue sueño Ayer; Mañana será tierra:
Poco antes nada, y poco después humo,
¡Y destino ambiciones, y presumo
Apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
En mi defensa soy peligro sumo:
Y mientras con mis armas me consumo,
Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.

Ya no es Ayer; Mañana no ha llegado;
Hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
Que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento,
Que a jornal de mi pena y mi cuidado,
Cavan en mi vivir mi monumento.



A UN TRATADO IMPRESO QUE UN HABLADOR ESPELUZNADO DE PROSA HIZO EN CULTO

Leí los rudimentos de la Aurora,
Los esplendores lánguidos del día,
La Pira y el construye y ascendía,
Y lo purpurizante de la hora,

El múrice y el Tirio y el colora,
El Sol cadáver cuya luz yacía,
Y los borrones de la sombra fría,
Corusca Luna en ascua que el sol dora,

La piel del Cielo cóncavo arrollada,
El trémulo palor de enferma Estrella,
La fuente de cristal bien razonada.

Y todo fue un entierro de doncella,
Doctrina muerta, letra no tocada,
Luces y flores, grita y zacapella.

SONETOS, Juan de Arguijo

A JULIO CÉSAR

Del gran Pompeyo el enemigo fuerte
llega en oscura noche al pobre techo,
do Amiclas con seguro y libre pecho
ni teme daño ni recela muerte.

Ya que llamar segunda vez advierte,
rogado deja el mal compuesto lecho,
y en frágil barca el peligroso estrecho
rompe, presagio de siniestra suerte.

Brama furioso el mar sintiendo el peso
que sostiene, y al tímido piloto
César anima, y dice: «Rema amigo,

»Rema; no temas infeliz suceso
por más que te contrasten Euro y Noto;
la fortuna de César va contigo».


A JULIO CÉSAR MIRANDO LA CABEZA DE POMPEYO

Prepara ufano a César victorioso
el tirano de Menfis inclemente
la temida cabeza que al Oriente
tuvo al son de sus armas temeroso.

No pudo dar el corazón piadoso
enjutos ojos ni serena frente
al don funesto; mas gimió impaciente
de tal crueldad, y repitió lloroso;

«Tú, gran Pompeyo, en la fatal caída
serás ejemplo de la humana gloria
y cierto aviso de su fin incierto.

»¡Cuánto se debe a tu virtud crecida!
¡Cuán costosa en tu muerte es mi victoria!
Vivo te aborrecí, y te lloro muerto».

ANTOLOGÍA, Lope de Vega



¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!

¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos --respondía--,
para lo mismo responder mañana!



Que otras veces amé negar no puedo,
pero entonces amor tomó conmigo
la espada negra, como diestro amigo,
señalando los golpes en el miedo.

Mas esta vez que batallando quedo,
blanca la espada y cierto el enemigo,
no os espantéis que llore su castigo,
pues al pasado amor amando excedo.

Cuando con armas falsas esgremía,
de las heridas truje en el vestido
(sin tocarme en el pecho) las señales;

mas en el alma ya, Lucinda mía,
donde mortales en dolor han sido,
y en el remedio heridas inmortales.


Rota barquilla mía, que arrojada
de tanta envidia y amistad fingida,
de mi paciencia por el mar regida
con remos de mi pluma y de mi espada,

una sin corte y otra mal cortada,
conservaste las fuerzas de la vida,
entre los puertos del favor rompida,
y entre las esperanzas quebrantada;

sigue tu estrella en tantos desengaños,
que quien no los creyó sin duda es loco,
ni hay enemigo vil ni amigo cierto.

Pues has pasado los mejores años,
ya para lo que queda, pues es poco,
ni tema a la mar, ni esperes puerto.


Si culpa el concebir, nacer tormento,
guerra vivir, la muerte fin humano;
si después de hombre, tierra y vil gusano,
y después de gusano, polvo y viento;

si viento nada, y nada el fundamento,
flor la hermosura, la ambición tirano,
la fama y gloria, pensamiento vano,
y vano en cuanto piensa el pensamiento,

¿quién anda en este mar para anegarse?
¿De qué sirve en quimeras consumirse,
ni pensar otra cosa que salvarse?

¿De qué sirve estimarse y preferirse,
buscar memoria habiendo de olvidarse,
y edificar habiendo de partirse?


Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.


Versos de amor, conceptos esparcidos,
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;

expósitos al mundo, en que perdidos,
tan rotos anduvistes y trocados,
que sólo donde fuistes engendrados
fuérades por la sangre conocidos;

pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,

si aquel áspid hermoso nos aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos,
descansaréis en vuestro centro mismo.


Ya no quiera más bien que sólo amaros,
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.

Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros,
y para ser Eróstrato, abrasaros,

La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros;

que entre tales riquezas y tesoros,
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,
de olvido y tiempo vivirán seguros.


Vivas memorias, máquinas difundas,
que cubre el tiempo de ceniza y hielo,
formando cuevas, donde el eco al vuelo
sólo del viento acaba las preguntas.

Basas, colunas y arquitrabes juntas,
ya divididas oprimiendo el suelo,
soberbias torres, que al primero cielo
osastes escalar con vuestras puntas.

Si desde que en tan alto anfiteatro
representastes a Sagunto muerta,
de gran tragedia pretendéis la palma,

mirad de sólo un hombre en el teatro
mayor rüina y perdición más cierta,
que en fin sois piedras, y mi historia es alma.



¡Oh libertad preciosa,
no comparada al oro
ni al bien mayor de la espaciosa tierra!
Más rica y más gozosa
que el precioso tesoro
que el mar del Sur entre su nácar cierra,
con armas, sangre y guerra,
con las vidas y famas,
conquistado en el mundo;
paz dulce, amor profundo,
que el mal apartas y a tu bien nos llamas,
en ti sola se anida
oro, tesoro, paz, bien, gloria y vida.

Cuando de las humanas
tinieblas vi del cielo
la luz, principio de mis dulces días,
aquellas tres hermanas
que nuestro humano velo
tejiendo llevan por inciertas vías,
las duras penas mías
trocaron en la gloria
que en libertad poseo,
con siempre igual deseo,
donde verá por mi dichosa historia
quien más leyere en ella
que es dulce libertad lo menos della.

Yo, pues, señor exento,
de esta montaña y prado,
gozo la gloria y libertad que tengo.
Soberbio pensamiento
jamás ha derribado
la vida humilde y pobre que entretengo;
cuando a las manos vengo
con el muchacho ciego,
haciendo rostro embisto,
venzo, triunfo y resisto
la flecha, el arco, la ponzoña, el fuego,
y con libre albedrío
lloro el ajeno mal y canto el mío.

Cuando el aurora baña
con helado rocío
de aljófar celestial el monte y prado,
salgo de mi cabaña
riberas de este río,
a dar el nuevo pasto a mi ganado;
y cuando el sol dorado
muestra sus fuerzas graves,
al sueño el pecho inclino
debajo un sauce o pino,
oyendo el son de las parleras aves,
o ya gozando el aura
donde el perdido aliento se restaura.

Cuando la noche fría
con su estrellado manto
el claro día en su tiniebla encierra,
y suena en la espesura
el tenebroso canto
de los noturnos hijos de la tierra,
al pie de aquesta sierra
con rústicas palabras
mi ganadillo cuento;
y el corazón contento
del gobierno de ovejas y de cabras,
la temerosa cuenta
del cuidadoso rey me representa.

Aquí la verde pera
con la manzana hermosa
de gualda y roja sangre matizada,
y de color de cera
la cermeña olorosa
tengo, y la endrina de color morada;
aquí de la enramada
parra que al olmo enlaza,
melosas uvas cojo;
y en cantidad recojo,
al tiempo que las ramas desenlaza
el caluroso estío,
membrillos que coronan este río.

No me da discontento
el hábito costoso
que de lascivo el pecho noble inflama
es mi dulce sustento
del campo generoso
estas silvestres frutas que derrama;
mi regalada cama
de blandas pieles y hojas
que algún rey la envidiara;
y de ti, fuente clara,
que bullendo el arena y agua arrojas,
esos cristales puros,
sustentos pobres, pero bien seguros.

Estése el cortesano
procurando a su gusto
la blanda cama y el mejor sustento;
bese la ingrata mano
del poderoso injusto,
formando torres de esperanza al viento;
viva y muera sediento
por el honroso oficio,
y goce yo del suelo
al aire, al sol y al hielo,
ocupado en mi rústico ejercicio;
que más vale pobreza
en paz que en guerra mísera riqueza.

Ni temo al poderoso
ni al rico lisonjeo,
ni soy camaleón del que gobierna;
ni me tiene envidioso
la ambición y deseo
de ajena gloria ni de fama eterna.
Carne sabrosa y tierna,
vino aromatizado,
pan blanco de aquel día,
en prado, en fuente fría,
halla un pastor con hambre fatigado;
que el grande y el pequeño
somos iguales lo que dura el sueño.

OBRAS DE MADUREZ, Luis de Góngora

SOLEDADES

Al Duque de Béjar

Pasos de un peregrino son, errante,
Cuantos me dictó versos dulce Musa
En soledad confusa,
Perdidos unos, otros inspirados.

¡O tú que de venablos impedido
—Muros de abeto, almenas de diamante—,
Bates los montes que de nieve armados
Gigantes de cristal los teme el cielo,
Donde el cuerno, del eco repetido,
Fieras te expone, que — al teñido suelo,
Muertas, pidiendo términos disformes—
Espumoso coral le dan al Tormes!:

Arrima a un frexno el frexno, cuyo acero,
Sangre sudando, en tiempo hará breve
Purpurear la nieve;
Y, en cuanto da el solícito montero,
Al duro robre, al pino levantado
—Émulos vividores de las peñas—
Las formidables señas
Del oso que aun besaba, atravesado,
La asta de tu luciente jabalina,
—O lo sagrado supla de la encina
Lo Augusto del dosel, o de la fuente
La alta cenefa, lo majestuoso
Del sitïal a tu Deidad debido—,
¡O Duque esclarecido!
Templa en sus ondas tu fatiga ardiente,
Y, entregados tus miembros al reposo
Sobre el de grama césped, no desnudo,
Déjate un rato hallar del pie acertado
Que sus errantes pasos ha votado
A la real cadena de tu escudo.

Honre suave, generoso nudo,
Libertad, de Fortuna perseguida;
Que, a tu piedad Euterpe agradecida,
Su canoro dará dulce instrumento,
Cuando la Fama no su trompa al viento.


Luis de Góngora y Argote, 1613



INFIERE, DE LOS ACHAQUES DE LA VEJEZ, CERCANO EL FIN A QUE, CATÓLICO, SE ALIENTA

En este occidental, en este, oh Licio,
Climatérico lustro de tu vida,
Todo mal afirmado pie es caída,
Toda fácil caída es precipicio.

¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio.
Desatándose va la tierra unida;
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
La ruina aguardó del edificio?

La piel no sólo sierpe venenosa,
Mas con la piel los años se desnuda,
Y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!

¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
Porción depuesta en una piedra muda,
La leve da al zafiro soberano!


Luis de Góngora y Argote, 1623



ALEGORÍA DE LA PRIMERA DE SUS SOLEDADES

Restituye a tu mundo horror divino,
Amiga Soledad, el pie sagrado,
Que captiva lisonja es del poblado
En hierros breves pájaro ladino.

Prudente cónsul, de las selvas dino,
De impedimentos busca desatado
Tu Claustro verde, en valle profanado
De fiera menos que de peregrino.

¡Cuán dulcemente de la encina vieja
Tórtola viuda al mismo bosque incierto
Apacibles desvíos aconseja!

Endeche el siempre amado esposo muerto
Con voz doliente, que tan sorda oreja
Tiene la soledad como el desierto.



Luis de Góngora 1615


A FRANCISCO DE QUEVEDO

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.


Luis de Góngora y Argote, 1609


AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
Todas las cosas del suelo,
Y, coronada del yelo,
Reinaba la noche fría,
En medio la monarquía
De tiniebla tan cruel,

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

De un solo Clavel ceñida,
La Virgen, Aurora bella,
Al mundo se lo dio, y ella
Quedó cual antes florida;
A la púrpura caída
Solo fue el heno fïel.

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

El heno, pues, que fue dino,
A pesar de tantas nieves,
De ver en sus brazos leves
Este rosicler divino
Para su lecho fue lino,
Oro para su dosel.

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!



Luis de Góngora y Argote, 1621

DE LA AMBICIÓN HUMANA

Mariposa, no sólo no cobarde,
Mas temeraria, fatalmente ciega,
Lo que la llama al Fénix aun le niega,
Quiere obstinada que a sus alas guarde,

Pues en su daño arrepentida tarde,
Del esplendor solicitada, llega
A lo que luce, y ambiciosa entrega
Su mal vestida pluma a lo que arde.

Yace gloriosa en la que dulcemente
Huesa le ha prevenido abeja breve,
¡Suma felicidad a yerro sumo!

No a mi ambición contrario tan luciente,
Menos activo sí, cuanto más leve,
Cenizas la hará, si abrasa el humo.



Luis de Góngora y Argote, 1623



DE LA BREVEDAD ENGAÑOSA DE LA VIDA

Menos solicitó veloz saeta
Destinada señal, que mordió aguda;
Agonal carro en la arena muda
No coronó con más silencio meta,

Que presurosa corre, que secreta,
A su fin nuestra edad. A quien lo duda
(Fiera que sea de razón desnuda)
Cada sol repetido es un cometa.

Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
En seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas,
Las horas que limando están los días,
Los días que royendo están los años.


Luis de Góngora y Argote, 1623

DILATÁNDOSE UNA PENSIÓN QUE PRETENDÍA

Camina mi pensión con pies de plomo,
El mío, como dicen, en la huesa;
A ojos yo cerrados, tenue o gruesa,
Por dar más luz al mediodía la tomo.

Merced de la tijera a punta o lomo
Nos conhorta aun de murtas una mesa;
Ollai la mejor voz es portuguesa,
Y la mejor ciudad de Francia, Como.

No más, no, borceguí; mi chimenea,
Basten los años que ni aun breve raja
De encina la perfuma o de aceituno.

¡Oh cuánto tarda lo que se desea!
Llegue; que no es pequeña la ventaja
Del comer tarde al acostarse ayuno.



Luis de Góngora y Argote, 1623

POEMAS MENORES, Luis de Góngora

Hermana Marica,
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.

Pondraste el corpiño
Y la saya buena,
Cabezón labrado,
Toca y albanega;

Y a mí me podrán
Mi camisa nueva,
Sayo de palmilla,
Media de estameña;

Y si hace bueno
Trairé la montera
Que me dio la Pascua
Mi señora abuela,

Y el estadal rojo
Con lo que le cuelga,
Que trajo el vecino
Cuando fue a la feria.

Iremos a misa,
Veremos la iglesia,
Darános un cuarto
Mi tía la ollera.

Compraremos dél
(Que nadie lo sepa)
Chochos y garbanzos
Para la merienda;

Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas

Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;

Y si quiere madre
Dar las castañetas,
Podrás tanto dello
Bailar en la puerta;

Y al son del adufe
Cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.

Y yo de papel
Haré una librea
Teñida con moras
Porque bien parezca,

Y una caperuza
Con muchas almenas;
Pondré por penacho
Las dos plumas negras

Del rabo del gallo,
Que acullá en la huerta
Anaranjeamos
Las Carnestolendas;

Y en la caña larga
Pondré una bandera
Con dos borlas blancas
En sus tranzaderas;

Y en mi caballito
Pondré una cabeza
De guadamecí,
Dos hilos por riendas;

Y entraré en la calle
Haciendo corvetas,
Yo y otros del barrio,
Que son más de treinta;

Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea;

Bárbola, la hija
De la panadera,
La que suele darme
Tortas con manteca,

Porque algunas veces
Hacemos yo y ella
Las bellaquerías
Detrás de la puerta.



La más bella niña
De nuestro lugar,
Hoy viuda y sola
Y ayer por casar,
Viendo que sus ojos
A la guerra van,
A su madre dice,
Que escucha su mal:
Dejadme llorar
Orillas del mar
.

Pues me distes, madre,
En tan tierna edad
Tan corto el placer,
Tan largo el pesar,
Y me cautivastes
De quien hoy se va
Y lleva las llaves
De mi libertad,
Dejadme llorar
Orillas del mar.


En llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz,
Dejadme llorar
Orillas del mar.

No me pongáis freno
Ni queráis culpar,
Que lo uno es justo,
Lo otro por demás.
Si me queréis bien,
No me hagáis mal;
Harto peor fuera
Morir y callar,
Dejadme llorar
Orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar.

Váyanse las noches,
Pues ido se han
Los ojos que hacían
Los míos velar;
Váyanse, y no vean
Tanta soledad,
Después que en mi lecho
Sobra la mitad.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.


Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.

Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente


¡Oh claro honor del líquido elemento,
Dulce arroyuelo de corriente plata,
Cuya agua entre la yerba se dilata
Con regalado son, con paso lento!,

Pues la por quien helar y arder me siento
(Mientras en ti se mira), Amor retrata
De su rostro la nieve y la escarlata
En tu tranquilo y blando movimiento,

Vete como te vas; no dejes floja
La undosa rienda al cristalino freno
Con que gobiernas tu veloz corriente;

Que no es bien que confusamente acoja
Tanta belleza en su profundo seno
El gran Señor del húmido tridente.


Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.



DEL MARQUÉS DE SANTA CRUZ

No en bronces, que caducan, mortal mano,
Oh católico Sol de los Bazanes
(Que ya entre gloriosos capitanes
Eres deidad armada, Marte humano),

Esculpirá tus hechos, sino en vano,
Cuando descubrir quiera tus afanes
Y los bien reportados tafetanes
Del turco, del inglés, del lusitano.

El un mar de tus velas coronado,
De tus remos el otro encanecido,
Tablas serán de cosas tan extrañas.

De la inmortalidad el no cansado
Pincel las logre, y sean tus hazañas
Alma del tiempo, espada del olvido.

Dineros son calidad
¡Verdad!
Más ama quien más suspira
¡Mentira!


Cruzados hacen cruzados,
Escudos pintan escudos,
Y tahúres muy desnudos
Con dados ganan condados;
Ducados dejan ducados,
Y coronas majestad,
¡Verdad!

Pensar que uno sólo es dueño
De puerta de muchas llaves,
Y afirmar que penas graves
Las paga un mirar risueño,
Y entender que no son sueño
Las promesas de Marfira,
¡Mentira!

Todo se vende este día,
Todo el dinero lo iguala;
La corte vende su gala,
La guerra su valentía;
Hasta la sabiduría
Vende la Universidad,
¡Verdad!

En Valencia muy preñada
Y muy doncella en Madrid,
Cebolla en Valladolid
Y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada
Y en Sevilla doña Elvira,
¡Mentira!

No hay persona que hablar deje
Al necesitado en plaza;
Todo el mundo le es mordaza,
Aunque él por señas se queje;
Que tiene cara de hereje
Y aun fe la necesidad,
¡Verdad!

Siendo como un algodón,
Nos jura que es como un hueso,
Y quiere probarnos eso
Con que es su cuello almidón,
Goma su copete, y son
Sus bigotes alquitira
¡Mentira!

Cualquiera que pleitos trata,
Aunque sean sin razón,
Deje el río Marañón,
Y entre el río de la Plata;
Que hallará corriente grata
Y puerto de claridad
¡Verdad!

Siembra en una artesa berros
La madre, y sus hijas todas
Son perras de muchas bodas
Y bodas de muchos perros;
Y sus yernos rompen hierros
En la toma de Algecira,
¡Mentira!


En los pinares de Júcar
Vi bailar unas serranas,
Al son del agua en las piedras
Y al son del viento en las ramas.
No es blanco coro de ninfas
De las que aposentan el agua
O las que venera el bosque,
Seguidoras de Dïana:
Serranas eran de Cuenca,
Honor de aquella montaña,
Cuyo pie besan dos ríos
Por besar de ellas las plantas.
Alegres corros tejían,
Dándose las manos blancas
De amistad, quizá temiendo
No la truequen las mudanzas.
¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!


El cabello en crespos nudos
Luz da al Sol, oro a la Arabia,
Cuál de flores impedido,
Cuál de cordones de plata.
Del color visten del cielo,
Si no son de la esperanza,
Palmillas que menosprecian
Al zafiro y la esmeralda.
El pie (cuando lo permite
La brújula de la falda)
Lazos calza, y mirar deja
Pedazos de nieve y nácar.
Ellas, cuyo movimiento
Honestamente levanta
El cristal de la columna
Sobre la pequeña basa.
¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!


Una entre los blancos dedos
Hiriendo negras pizarras,
Instrumento de marfil
Que las musas le invidiaran,
Las aves enmudeció,
Y enfrenó el curso del agua;
No se movieron las hojas,
Por no impedir lo que canta:

Serranas de Cuenca
Iban al pinar,
Unas por piñones,
Otras por bailar.


Bailando y partiendo
Las serranas bellas,
Un piñón con otro,
Si ya no es con perlas,
De Amor las saetas
Huelgan de trocar,
Unas por piñones,
Otras por bailar.


Entre rama y rama,
Cuando el ciego dios
Pide al Sol los ojos
Por verlas mejor,
Los ojos del Sol
Las veréis pisar.
Unas por piñones,
Otras por bailar.

SONETOS, Lope de Vega

A LUPERCIO LEONARDO DE ARGENSOLA

Pasé la mar cuando creyó mi engaño
que en él mi antiguo fuego se templara,
mudé mi natural, porque mudara
naturaleza el uso, y curso el daño.

En otro cielo, en otro reino extraño,
mis trabajos se vieron en mi cara,
hallando, aunque otra tanta edad pasara,
incierto el bien, y cierto el desengaño.

El mismo amor me abrasa y atormenta,
y de razón y libertad me priva.
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?

¿Qué no escriba decís, o que no viva?
Haced vos con mi amor que yo no sienta,
que yo haré con mi pluma que no escriba.


¡Con qué artificio tan divino sales
de esa camisa de esmeralda fina,
oh rosa celestial alejandrina,
coronada de granos orientales!

Ya en rubíes te enciendes, ya en corales,
ya tu color a púrpura se inclina
sentada en esa basa peregrina
que forman cinco puntas desiguales.

Bien haya tu divino autor, pues mueves
a su contemplación el pensamiento,
a aun a pensar en nuestros años breves.

Así la verde edad se esparce al viento,
y así las esperanzas son aleves
que tienen en la tierra el fundamento..


Cayó la torre que en el viento hacían
mis altos pensamientos castigados,
que yacen por el suelo derribados
cuando con sus extremos competían.

Atrevidos al sol llegar querían,
y morir en sus rayos abrasados,
de cuya luz contentos y engañados,
como la ciega mariposa ardían.

¡Oh, siempre aborrecido desengaño,
amado al procurarte, odioso al verte,
que en lugar de sanar abres la herida!

¡Plugiera a Dios duraras, dulce engaño,
que si ha de dar un desengaño muerte,
mejor es un engaño que da vida!


Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.


Entro en mí mismo para verme, y dentro
hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada,
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.

Al apetito sensitivo encuentro,
de quien la voluntad mal respetada
se queja al cielo, y de su fuerza armada
conduce el alma al verdadero centro.

La virtud, como el arte, hallarse suele
cerca de lo difícil, y así pienso
que el cuerpo en el castigo se desvele.

Muera el ardor del apetito intenso,
porque la voluntad al centro vuele,
capaz potencia de su bien inmenso.


Es la mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.

Cielo a los ojos, cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo,
por raro al mundo su valor señalo,
por falso al hombre su rigor condeno.

Ella nos da su sangre, ella nos cría,
no ha hecho el cielo cosa más ingrata:
es un ángel, y a veces una arpía.

Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer al fin como sangría,
que a veces da salud, y a veces mata.


Hombre mortal mis padres me engendraron,
aire común y luz de los cielos dieron,
y mi primera voz lágrimas fueron,
que así los reyes en el mundo entraron.

La tierra y la miseria me abrazaron,
paños, no piel o pluma, me envolvieron,
por huésped de la vida me escribieron,
y las horas y pasos me contaron.

Así voy prosiguiendo la jornada
a la inmortalidad el alma asida,
que el cuerpo es nada, y no pretende nada.

Un principio y un fin tiene la vida,
porque de todos es igual la entrada,
y conforme a la entrada la salida.

61

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse,
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.

A LA NUEVA POESÍA, Lope de Vega

—Boscán, tarde llegamos —¿Hay posada?
—Llamad desde la posta, Garcilaso.
—¿Quién es? —Dos caballeros del Parnaso.
—No hay donde nocturnar palestra armada.

—No entiendo lo que dice la criada.
Madona, ¿qué decís? —Que afecten paso,
que obstenta limbos el mentido ocaso
y el sol depinge la porción rosada.

—¿Estás en ti, mujer? —Negóse al tino
el ambulante huésped—. ¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!

Boscán, perdido habemos el camino,
preguntad por Castilla, que estoy loco,
o no habemos salido de Vizcaya.

domingo, 4 de marzo de 2007

LA GUERRA, Gaspar Núñez de Arce

Por razones que se calla
la historia prudentemente,
dos monarcas de Occidente
riñeron fiera batalla.
La causa del rompimiento
no está, en verdad, a mi alcance,
ni hace falta para el lance
que referiros intento.
Sobre el campo del honor
cubierto de sangre y gloria,
donde alcanzó la victoria
más la astucia que el valor;
dos discípulos de Marte,
que airados se acometieron
y juntamente cayeron
pasados de parte a parte;
sumergidos en el lodo,
mientras que llegaba el cura
para darles sepultura,
platicaban de este modo:

SOLDADO PRIMERO

-¡Hola, compadre! ¿Qué tal
te ha parecido el asunto?

SOLDADO SEGUNDO

Puesto que me ves difunto
debe parecerme mal.

SOLDADO PRIMERO

Pues ha sido divertida
la función: mira a tu lado.
Lo menos hemos quedado
doce mil héroes sin vida.
Y en esto me quedo corto,
que me enfadan los extremos.

SOLDADO SEGUNDO

¡Con qué habilidad nos hemos
destrozado! Estoy absorto.
Ha habido alarmas y sustos
y muertes y atrocidades
para todas las edades
y para todos los gustos.

SOLDADO PRIMERO

Mas yo quisiera saber
por qué con tanto denuedo
nos matamos...

SOLDADO SEGUNDO

¡Ay! No puedo
tu duda satisfacer.
Para entrar en esta danza
tuve que dejar mi oficio.
Sé que aprendí el ejercicio,
sé que estudié la Ordenanza.
Sé que en compañía de esos
que están mordiendo la tierra,
me trajeron a la guerra
y me moliste los huesos.
Y, en fin, francamente hablando,
puedo decirte al oído,
que he muerto como he nacido;
sin saber por qué ni cuándo.

SOLDADO PRIMERO

De tu explicación me huelgo,
Porque mi vida retrata.

En esto, alzando la pata
un moribundo jamelgo,
-¡Gracias, dioses inmortales!
-dijo con voz lastimera,-
Pues de la misma manera
morimos los animales.

Cuando pasó la impresión
de tan extraño incidente,
así anudó el más valiente
la rota conversación.

SOLDADO PRIMERO

Aunque ignoramos la ley
que produjo esta querella,
¡juro a Dios vivo! que en ella
lleva la razón mi rey.

SOLDADO SEGUNDO

¿Y por qué?

SOLDADO PRIMERO

Porque es el mío.

SOLDADO SEGUNDO

¡Qué salida de pavana!
La justicia es de quien gana.

SOLDADO PRIMERO

De tu ignorancia me río.
¡Pues cuántos que han hecho eternos
sus nombres con la victoria,
no han ido a gozar la gloria
de su triunfo a los infiernos!

SOLDADO SEGUNDO

Considera lo que dices,
porque estoy ardiendo en ira.

SOLDADO PRIMERO

¡No me alces el gallo!...

SOLDADO SEGUNDO

Mira que te rompo las narices.-
Y fieros y cejijuntos
a combatir empezaron
de nuevo... ¡Y no se mataron,
porque ya estaban difuntos!
Diéronse golpes crueles,
hasta que hueca y ufana
llegó la Locura humana,
sonando sus cascabeles.
Puso paz entre los dos
y dijo con desenfado:
-«¿Qué es esto? ¿Habéis olvidado
que sois imagen de Dios?
Tal vez la inmortalidad
con justo título esperen
los que por la Patria mueren,
por Dios, por la libertad.
Pero que el hombre sucumba
en conquistadora guerra,
cuando siete pies de tierra
le bastan para su tumba;
o que en lucha fratricida
entre, sin saber quizá
ni por qué la muerte da,
ni por qué pierde la vida;
esto mi paciencia apura,
y cuantas veces lo veo,
aunque soy Locura, creo
que es demasiada locura.»

DE CAMINAR YA RENDIDO, Augusto Ferrán

De caminar ya rendido
me senté, al caer la tarde,
a la orilla del camino.
Era un camino penoso,
tanto, que yo no podía
seguir caminando solo.

Allí, triste y en silencio,
vi llegar la oscura noche
que despierta los recuerdos.

Larga noche, en que mi alma,
mientras el cuerpo dormía,
con sus recuerdos velaba...

Pasó la noche, y pasaron
otros días y otras noches,
porque el camino era largo.

Y caminé hasta que un día
durmióse el cuerpo..., ¡y aún duerme
mientras el alma vigila!

POEMA, Augusto Ferrán

Las golondrinas ya vuelven,
y se irán y volverán...
¡Y tú la misma de siempre!

UNA MUJER ME HA ENVENENADO EL ALMA, Gustavo Adolfo Bécquer

Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.

Como el mundo es redondo, el mundo rueda;
si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

RIMA XI, Gustavo Adolfo Bécquer

—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven, ven tú!

RIMA LIX, Gustavo Adolfo Bécquer

Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es;
yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué.
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé cuándo tú sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro, puedo lo que callas
en tu frente leer.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué.
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

¿Te ríes? ... Algún día
sabrás, niña, por qué;
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo, que no siento ya, todo lo sé.

RIMA I, Gustavo Adolfo Bécquer

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

RIMA XLI, Gustavo Adolfo Bécquer

Tú eras el huracán, y yo la alta
torre que desafía su poder.
¡Tenías que estrellarte o que abatirme...!
¡No pudo ser!

Tú eras el océano; y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén.
¡Tenías que romperte o que arrancarme...!
¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!

RIMA XXIX, Gustavo Adolfo Bécquer

La bocca mi baciò tutto tremante.

Dante, Commedia, Inf., V., 136.

Sobre la falda tenía
el libro abierto;
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros;
no veíamos letras
ninguno creo;
mas guardábamos ambos
hondo silencio.

¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo.
Sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo,
y nuestros ojos se hallaron
¡y sonó un beso!

*

Creación de Dante era el libro;
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos,
yo dije trémulo:
—¿Comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
—¡Ya lo comprendo!

RIMA II, Gustavo Adolfo Bécquer



Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.

RIMA LII, Gustavo Adolfo Bécquer

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

RIMA XXI, Gustavo Adolfo Bécquer



—¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

RIMA LXXII, Gustavo Adolfo Bécquer

PRIMERA VOZ

Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día;
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!

SEGUNDA VOZ

Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie,
isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa,
dulce embriaguez:
¡la Gloria es!

TERCERA VOZ

Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro;
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!

Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y, al golpe del remo, saltaba la espuma
y heríala el sol.

—¿Te embarcas?, gritaban; y yo sonriendo
les dije al pasar:
—Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.

RIMA LVI, Gustavo Adolfo Bécquer



Hoy como ayer, mañana como hoy,
¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
y andar... andar.

Moviéndose a compás, como una estúpida
máquina, el corazón.
La torpe inteligencia del cerebro,
dormida en un rincón.

El alma, que ambiciona un paraíso,

buscándole sin fe,
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando por qué.

Voz que, incesante, con el mismo tono,
canta el mismo cantar,
gota de agua monótona que cae
y cae, sin cesar.

Así van deslizándose los días,
unos de otros en pos;
hoy lo mismo que ayer...; y todos ellos,
sin gozo ni dolor.

¡Ay, a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir!
Amargo es el dolor, ¡pero siquiera
padecer es vivir!

RIMA IV, Gustavo Adolfo Bécquer

No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

RIMA LXVI, Gustavo Adolfo Bécquer

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

RIMA XXIII, Gustavo Adolfo Bécquer

Es cuestión de palabras y, no obstante,
ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
en quién la culpa está.

¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga donde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!

RIMA V, Gustavo Adolfo Bécquer

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.

Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.

RECETA SEGURA PARA CATARRIBERAS, Ángel de Saavedra, Duque de Rivas

Receta segura

Estudia poco o nada, y la carrera
acaba de abogado el estudiante,
vete, imberbe, a Madrid, y, petulante,
charla sin dique, estafa sin barrera.

Escribe en un periódico cualquiera;
de opiniones extremas sé el Atlante
y ensaya tu elocuencia relevante
en el café o en junta patriotera.

Primero concejal, y diputado
procura luego ser, que se consigue
tocando con destreza un buen registro;

no tengas fe ninguna, y ponte al lado
que esperanza mejor de éxito abrigue,
y pronto te verás primer ministro.


Un buen consejo

Con voz aguardentosa parla y grita
contra todo Gobierno, sea el que fuere.
Llama a todo acreedor que te pidiere,
servil, carlino, feota, jesuita.

De un diputado furibundo imita
la frase y ademán. Y si se urdiere
algún motín, al punto en él te injiere,
y a incendiar y matar la turba incita.

Lleva bigote luengo, sucio y cano;
un sablecillo, una levita rota,
bien de realista, bien de miliciano.

De nada razonable entiendas jota,
vivas da ronco al pueblo soberano
y serás eminente patriota.

LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA, José María Blanco White

¡Gran Dios, cómo atormenta
con crueldad sin igual, el hombre al hombre!
Ya con furia violenta
se arrastran al cadalso y a la hoguera;
ya con malicia refinada y lenta,
impiden la víctima que muera,
y, pues no quiere a discreción rendirse,
buscan cómo obligarla a maldecirse.

¿Y quién es el verdugo,
quién el juez sin piedad? ¿Un sacerdote
del antiguo Moloc infanticida?
No; de un Dios (según dice) a quien le plugo,
por amor de los hombres dar la vida.

Su ministro se llama y toma el Mote
de mansedumbre; Paz es su divisa,
mas ¡ah! qué mal se avisa
el que en tal mansedumbre confiado.
Duda modestamente
su saber infalible: de repente
Verá al Cordero en un León mudado.

“No es humano saber, ni saber mío
(Responde el Santo Preste, en ira ardiendo)
audaz, mortal, en el que yo confío:
del cielo descendido,
reposó en mí un influjo soberano,
que ha de humillar todo saber humano.”

¿Reposó en ti? ¿Mas cómo es que contiende
consigo mismo el inspirado bando?
Cuál cadena volcánica se entiende
llama sacerdotal, que rebosando
el universo enciende.
El cielo contra el cielo peleando
es odioso espéctaculo, que ofende
al hombre racional. ¡Qué! ¿Envolvió en guerra
el cielo a los que dio a regir la tierra?

Haced la paz primero
entre vosotros si queréis que escuche
vuestra doctrina del Universo entero
no procuréis que luche
el ignorante pueblo en las querellas
con que esparcís centellas
de odios inextinguibles
más que el error a la virtud temibles.

Mas en vano os exhorto:
del Fanatismo y la ambición aborto,
los que tenéis raíces e el cielo
nunca podéis dejar en paz el suelo.

sábado, 3 de marzo de 2007

PROMETEO, Wolfgang von Goethe



Cubre tu cielo, Zeus,
con un velo de nubes,
y juega, tal muchacho
que descabeza cardos,
con encinas y montañas;
pero mi tierra
deja en paz
y mi cabaña,
que tu no has hecho,
y mi hogar,
por cuyo fuego
me envidias.

¡No conozco nada más miserable bajo el sol
que vosotros, dioses!
Pobremente sustentáis con sacrificios
y aliento de oraciones
vuestra majestad,
y moriríais
si pordioseros y niños
no enloqueciesen de esperanza.

¡Y, cuando era niño,
no sabía por qué volvía
al sol la mirada extraviada!
¡Como si en lo alto hubiera alguien
que oyese mi lamento,
o un corazón que, como el mío,
se apiadase del oprimido!

¿Quién me ayudó
contra la furia de los titanes?
¿Qién me salvó de la muerte
y de la esclavitud?
¿Acaso no lo hiciste tú todo,

sagrado y ardiente corazón?
¿Y te consumiste, joven y bueno,
engañado, esperando algo
del que duerme allá arriba?

¿Que te respete? ¿Para qué?
¿Has mitigado el dolor del ofendido?
¿Has enjugado el llanto del sumido en la angustia?
¿Acaso no me hicieron hombre
el tiempo omnipotente
y el eterno destino,
mis señores y los tuyos?

¿Creíste tal vez
que odiar debía la vida
y huir al desierto
porque no todos los sueños maduraron?

Aquí estoy y me afianzo;
formo hombres
según mi idea;
un linaje semejante a mí,
que sufra, llore,
goce y se alegre,
¡y que no te respete,
como yo!