He adaptado el texto lo mínimo posible para hacerlo más inteligible a la época actual.
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Aquel que lo vio todo hasta los confines de la tierra, que todas las cosas experimentó y consideró, que contempló lo oculto y lo desveló e informó sobre antes del Diluvio y llevó a cabo un largo y extenuante viaje grabó todos sus trabajos en una estela de piedra, construyó el muro de la terraplenada Uruk y el santuario puro del reverenciado Eannal.
¡Contempla su muralla exterior, cuya cornisa es como el cobre! ¡Mira la muralla interior, que nada iguala! ¡Advierte su umbral, que viene de antiguo! ¡Acércate a Eanna, la morada de Istar, que ni rey futuro ni hombre puede igualar! ¡Levántate y anda por los muros de Uruk, inspecciona los cimientos de la base, examina sus ladrillos. ¿No es obra de ladrillo vitrificado? ¿No echaron sus cimientos los sabios? [...]
Dos tercios de Gilgamesh son divinos, un tercio humano. Es altivo como toro salvaje; el poder de sus armas no tiene igual. Mediante el tambor se reúnen sus compañeros. Pero los nobles de Uruk están sombríos en sus cámaras:
«Gilgamesh no deja hijo a su padre; día y noche se desenfrena su arrogancia. ¿Es este Gilgamesh el pastor de la amurallada Uruk? ¿Es éste nuestro pastor, osado, majestuoso, sabio? Gilgamesh no deja doncella a su madre. ¡Ni hija de guerrero, ni esposa de noble!
Los dioses escucharon sus quejas. Los dioses del cielo del señor de Uruk: “¿No parió Aruru este fuerte toro salvaje?” Cuando Anu hubo escuchado sus quejas, llamaron a la gran Aruru: «Tú, Aruru, que creaste este hombre; crea ahora a su doble y con su corazón tempestuoso haz que compitan y luchen entre sí, para que Uruk conozca la paz».
Cuando Aruru oyó esto, concibió de Anu un doble de Gilgamesh en su interior. Aruru se lavó las manos, cogió arcilla y la arrojó a la estepa. En la estepa creó al valiente Enkidu, esencia de Ninurta. Hirsuto de pelo es todo su cuerpo, posee cabello como una mujer. Los rizos de su pelo brotan como Nisabal. No conoce gentes ni tierra: vestido va como Sumuqan. Con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se apretuja en las aguadas, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua.
Ahora bien, un cazador, un trampero, se le encaró en el abrevadero un día, un segundo y un tercero. Se le encaró y, cuando el cazador le vio, su faz se inmovilizó. Él y sus animales entraron en su casa. Transido de miedo, quieto, sin un sonido, mientras su corazón se turbaba, quedó nublado su rostro, pues el pesar había penetrado en su vientre; su cara era como la de quien viene de lejos. El cazador abrió su boca para hablar, diciendo a su padre:
«Padre mío, hay un hombre que ha venido de las colinas; es el más poderoso de la tierra, posee vigor. ¡Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor! Siempre recorre las colinas, siempre se nutre de hierba con las bestias. Siempre planta los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy, que no oso ni acercarme a él! Cegó las hoyas que yo había excavado y destrozó las trampas que había puesto. Bestias y criaturas del llano hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»
Su padre abrió la boca para hablar, diciendo al cazador:
«Hijo mío, en Uruk vive Gilgamesh. Nadie hay más fuerte que él. ¡Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor! Ve, pues; hacia Uruk mueve tu rostro y refiérele el poder de este hombre. Haz que te entregue una ramera. Llévala contigo; prevalecerá sobre él a causa de un mayor poder. Cuando abreve los animales en la aguada, ella se quitará el vestido, mostrando desnuda su madurez. En cuanto la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»
Oyendo el consejo de su padre, el cazador avanzó hacia Gilgamesh, emprendió el camino y en Uruk puso el pie:
«Gilgamesh, hay un hombre que ha venido de las colinas, el más poderoso de la tierra; vigor tiene. Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor. Siempre recorre las colinas, siempre con las bestias se nutre de hierba. Siempre planta los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy que no oso ni acercarme a él! Cegó las hoyas que yo había excavado y destrozó las trampas que yo había puesto, las bestias y las criaturas del llano hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»
Gilgamesh le dijo al cazador:
«Ve, cazador mío; lleva contigo una ramera. Cuando abreve los animales en la aguada, se quitará el vestido mostrando desnuda su madurez. En cuanto él la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»
Fuese el cazador, llevando con él una ramera. Emprendieron el camino, yendo rectos en su dirección. Al tercer día llegaron al sitio indicado. El cazador y la ramera se sentaron en sus lugares. Un día, un segundo día estuvieron sentados junto a la aguada. Las bestias salvajes llegaron a la aguada a beber. Las criaturas pululantes llegaron, deleitándose su corazón en el agua. En cuanto a Enkidu, nacido en las colinas -con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se abreva en la aguada, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua -, la moza le contempló al salvaje, al hombre bárbaro de las profundidades del llano:
«¡Ahí está, oh moza! ¡Desciñe tus pechos, desnuda tu seno para que posea tu sazón! ¡No seas esquiva! ¡Acoge su ardor! En cuanto te vea, se acercará a ti. Desecha tu vestido para que yazga sobre ti. ¡Muestra al salvaje la labor de una mujer! Le rechazarán las bestias salvajes que crecen en su estepa, cuando su amor entre en ti».
La moza libertó sus pechos, desnudó su seno y él poseyó su madurez. No se mostró esquiva al recibir su ardor. Desechó su vestido y él descansó en ella. Mostró al salvaje el trato de una mujer, cuando su amor entró en ella. Durante seis días y siete noches Enkidu se presenta, cohabitando con la moza. Después que se hubo saciado de sus encantos, volvió el rostro hacia sus bestias salvajes. Pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron y las bestias salvajes del llano se alejaron de su cuerpo. Sorprendiose Enkidu: su cuerpo estaba rígido y sus rodillas inmóviles, pues sus bestias salvajes habían huido.
Enkidu hubo de aflojar el paso, que no era como antaño. Pero entonces ya posee sabiduría y más amplia comprensión. Volviose, sentándose a los pies de la ramera. Mira a la cara de la ramera, atento el oído, cuando habla y le dice a Enkidu:
«¡Tú eres sabio, Enkidu, eres como un dios! ¿Por qué con las criaturas silvestres vagas por el llano? ¡Ea!, deja que te lleve a la amurallada Uruk, al santo templo morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, y como un toro salvaje domina sobre el pueblo».
Mientras le habla, sus palabras encuentran favor y su corazón se ilumina: ansía un amigo. Enkidu le dice a la ramera:
«¡Arriba, moza! Acompáñame al puro templo sagrado, morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, y como un toro salvaje señorea sobre el pueblo. Le retaré y osadamente me dirigiré a él. Gritaré en Uruk: "¡Yo soy el poderoso! ¡Yo soy aquel que puede alterar los destinos! ¡El que nació en la llanura es poderoso; vigor posee!"».
«Levanta, pues, y vamos, para que vea tu rostro. Te mostraré a Gilgamesh; bien sé donde está. Vamos, pues, oh Enkidu, a la amurallada Uruk, donde la gente resplandece en festiva indumentaria, donde cada día es fiesta, donde mozos y mozas adornan su figura con perfume. ¡Apartan a los grandes de sus lechos! A ti, oh Enkidu, que disfrutas de la vida, mostraré a Gilgamesh, el hombre jocundo.
Mírale, contempla su faz; radiante está de virilidad, fuerza tiene. Todo su cuerpo es suntuoso de madurez, más poderoso vigor que tú tiene, sin descansar jamás de día o de noche. ¡Oh Enkidu, renuncia a tu presunción! A Gilgamesh estima Samas; Anu, Enlil y Ea dilataron su sabiduría. Antes de que bajes de las colinas, Gilgamesh te verá en sus sueños en Uruk...» [...]
Gilgamesh se levantó para revelar el sueño, diciendo a su madre: «Madre mía, durante la noche me sentí alegre y anduve en medio de los nobles. Las estrellas aparecieron en los cielos. La esencia de Anu descendió hacia mí. Intenté levantarlo; ¡pesaba demasiado para mí! Intenté moverlo; ¡no pude! La tierra de Uruk lo rodeaba mientras los nobles besaban sus pies. Cuando afirmé mi frente, me dieron apoyo, lo levanté y lo traje a ti».
La madre de Gilgamesh, que todo lo conoce, dice a Gilgamesh: «Ciertamente, Gilgamesh, uno como tú nació en la estepa y las colinas le criaron. Cuando le veas, te regocijarás como encima de una mujer. Los nobles besarán sus pies; tú le abrazarás y le conducirás a mí».
Se acostó y vio otro sueño: dice a su madre:
«Madre mía, vi otro sueño. Todo estaba sumido en la confusión. En la calle de Uruk de amplios mercados había un hacha y se habían reunido a su alrededor. Singular era la forma del hacha. En cuanto la vi, me regocijé: me gustó, y como si fuera una mujer, me atrajo. La cogí y la coloqué en mi costado».
La madre de Gilgamesh, que todo lo conoce, le dice:
«Yo hice que rivalizara contigo». Mientras Gilgamesh revela su sueño, Enkidu se halla sentado ante la ramera. Enkidu olvida dónde nació. Durante seis días y siete noches Enkidu cohabita con la moza. Después la ramera abrió la boca y le dijo:
«Según te veo, Enkidu, te has hecho como un dios; ¿por qué motivo con las criaturas salvajes tú recorres la llanura? Levántate: te guiaré a Uruk de amplios mercados, al templo santo morada de Anu; Enkidu, levántate: te guiaré a Eanna, morada de Anu, donde vive Gilgamesh, cabal en sus hazañas, y tú le amarás a él como a ti mismo. ¡En pie, álzate del suelo, lecho del pastor!»
Escuchó sus palabras y aprobó su alocución; el consejo de la mujer cayó en su corazón. Ella se quitó sus vestidos; con una prenda le ciñó y con otra se vistió a sí misma. Tomándole de la mano, le lleva como una madre a la junta de los pastores, al sitio del redil. En torno a él los pastores se apiñaron. La leche de las criaturas salvajes solía mamar. Comida dispusieron ante él; se atragantó, boqueó y abrió mucho los ojos. Nada sabe Enkidu de comer manjares elaborados; a apurar bebida fuerte no le habían enseñado. La ramera abrió la boca, diciendo a Enkidu:
«Come el alimento, Enkidu, porque es deber de vida; consume la bebida fuerte, porque es costumbre de la tierra». Enkidu comió el alimento, hasta que se hubo saciado; de bebida fuerte apuró siete copas. Despreocupado se hizo su talante y alegre, su corazón exultó y su cara resplandeció. Frotó la excrecencia velluda, el pelo de su cuerpo, ungiose con óleo, se hizo humano. Se puso vestidos: ¡está como un novio! Empuñó su arma para espantar los leones a fin de que los pastores puedan descansar de noche. Apresó lobos, capturó leones y los principales ganaderos reposaron sosegados; Enkidu es su centinela, ¡el hombre atrevido, el héroe único! Cuando levantó los ojos, contempló a un hombre. Dice a la ramera:
«¡Trae a ese hombre, moza! ¿Por qué vino aquí? Hazme oír su nombre».
La ramera llamó al hombre yendo hasta él y diciéndole:
«Señor ¿ a dónde te apresuras?? ¿Cuál es tu afanoso rumbo?»
El hombre abrió la boca y dijo a Enkidu:
«Se ha introducido en la casa del consejo que se reserva para la gente y para himeneo. En la ciudad ha acumulado profanación, imponiendo extrañas cosas a la infausta ciudad. Para Gilgamesh, el rey de Uruk, la de amplios mercados, el tambor del pueblo suena para la elección nupcial, a fin de que con legítimas mujeres se ayunte. Él es el primero, el marido viene después. Por el consejo de los dioses así fue ordenado. ¡Al cortarse su cordón umbilical se decretó así para él!»
A estas palabras del hombre, su rostro palideció.
Enkidu camina delante y la moza en pos. Cuando entró en Uruk, la de amplios mercados, la población le rodeó. Cuando se detuvo en la calle de Uruk, la de amplios mercados, el pueblo se juntó diciendo de él:
«¡Es como Gilgamesh en persona! Aunque de talla más baja, tiene los huesos más recios. Es el más fuerte de la tierra; vigor posee. La leche de las criaturas salvajes solía mamar. En Uruk habrá permanente resonar de armas».
Los nobles se regocijaron:
«¡Un héroe ha aparecido por fin para un hombre del mismo porte! Para Gilgamesh, igual a un dios, ha comparecido su igual».
Para Ishtar se dispone Gilgamesh. De noche, cuando se acerca, Enkidu se yergue en la calle para cerrar el paso a Gilgamesh en su poder. Se encontraron en el Mercado de la Tierra. Enkidu atrancó la puerta con su pie, impidiendo que Gilgamesh entrase. Se asieron uno a otro, enlazados con fuerza, como toros. Destrozaron la jamba, mientras el muro se estremecía. Gilgamesh y Enkidu se asieron uno a otro, enlazados con fuerza, como toros; destrozaron la jamba, mientras el muro se estremecía. Cuando Gilgamesh dobló la rodilla -con el pie en el suelo- su furia se aplacó y se volvió para alejarse.
Cuando se volvió, Enkidu le habla:
«Por unigénito tu madre te concibió, ¡la vaca salvaje de las dehesas, Ninsunna! Tu cabeza se alza sobre los hombres. ¡Realeza sobre la gente Enlil te ha concedido!»
[Enkidu y Gilgamesh se han hecho amigos frente a los proyectos de los dioses, que querían que se destruyeran mutuamente. Los fragmentos del texto ponen en evidencia que Gilgamesh se propone salir contra el monstruoso Humbaba, que vive en la Selva de los Cedros. Enkidu procura disuadirle]
Gilgamesh abrió la boca, diciendo a Enkidu:
«¿Quién, amigo mío, puede escalar al cielo? Sólo los dioses viven eternamente bajo el sol. Para la humanidad, contados son sus días. ¡Cuanto se ejecuta no es sino viento! Incluso tú temes la muerte. ¿Qué hay de tu poder heroico? Deja que vaya delante de ti, haz que tu boca me grite, "¡Avanza; no temas! Si yo cayere, habré conquistado nombradía: "Gilgamesh", dirán, "contra el fiero Humbaba ha caído" mucho tiempo después de que mi estirpe haya nacido en mi casa». [...]
Él se lavó la sucia cabellera, acicaló sus armas, la trenza de su pelo sacudió contra su espalda. Arrojó sus cosas manchadas, se puso otras limpias, se envolvió en un manto de franjas y se abrochó un ceñidor. Cuando Gilgamesh se hubo puesto la tiara, la gloriosa Istar alzó una ceja ante la apostura de Gilgamesh:
«¡Ven, Gilgamesh, sé tú mi amante! Concédeme tu fruto. Serás mi marido y yo seré tu mujer. Enjaezaré para ti un carro de lapislázuli y oro, cuyas ruedas son áureas y cuyas astas son de bronce. Tendrás demonios de la tempestad que uncir en lugar de mulas poderosas. Envuelto en fragancia de cedros entrarás en nuestra casa. Cuando en nuestra casa entres, ¡el umbral y el tablado besarán tus pies! ¡Se humillarán ante ti reyes, señores y príncipes! El producto de colinas y de llano te ofrecerán por tributo. Tus cabras engendrarán crías triples, tus ovejas gemelos, tu asno en la carga sobrepujará a tu mula. Los corceles de tu carro serán famosos por su carrera, ¡tu buey bajo el yugo no tendrá rival!»
Gilgamesh abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:
«¿Qué te daré a ti para que pueda tomarte en matrimonio? ¿Te daré aceite para el cuerpo y vestidos? ¿Daré pan y vituallas? No es comida digna de la divinidad, ni hay bebida propia de la realeza. ¿Y qué ganaré si yo te tomo en matrimonio? No eres más que un brasero que se apaga con el frío; una puerta trasera que no detiene la ráfaga ni el huracán; un palacio que aplasta al valiente; un turbante que no ampara cabeza alguna, un pez que ensucia a los porteadores; odre que empapa al que lo carga; piedra caliza que comba el baluarte de piedra; jaspe de país enemigo; esclavo alzado que oprime el pie de su propietario! ¿A cuál amante amaste siempre? ¿Cuál de tus pastores te plugo a ti constantemente? Vamos, te referiré largamente sobre tus amantes:
A Tammuz, amante de tu juventud, le has ordenado llorar año tras año. Habiendo amado al pintado pájaro pastor, le lastimas rompiendo su ala. En los sotos permanece chillando: "¡Mi ala"! Después amaste a un león, perfecto en fuerza; siete hoyas y siete cavaste contra él. Luego a un garañón amaste, famoso en la batalla; el látigo, el acicate y la brida ordenaste para él, un galope de siete leguas y una bebida de agua cenagosa; ¡para su madre, Silili, ordenaste gemidos!
Después amaste al guardián del rebaño, que siempre amontonó para ti pasteles y a diario sacrificó cabritos por ti; pero tú le afligiste trocándole en lobo, para que sus gañanes le ahuyentaran y sus perros le mordieran las ancas.
Luego amaste a Isullanu, jardinero de tu padre, que te ofrecía siempre cestas de dátiles y diariamente adornó tu mesa. Tus ojos se levantaron hasta él y te acercaste: "Oh Isullanu mío, ¡probemos tu vigor! ¡Extiende tu «mano» y toca nuestra «modestia»!" Isullanu te dijo: "¿Qué deseas de mí? ¿Acaso no coció mi madre o no he comido para que yo pruebe el manjar hediondo e impuro? ¿Protegen las cañas del frío?". Cuando le oíste hablar así, le castigaste y le convertiste en un topo. Le colocaste en medio de la tierra y no puede subir ni puede bajar... Si me amas, me tratarás como a ellos».
Cuando Istar oyó esto, se enfureció y ascendió al cielo. Se adelantó Istar ante Anu, su padre, a Antum, su madre, fue y le dijo:
«Padre mío, ¡Gilgamesh ha acumulado insultos sobre mí! Gilgamesh ha enumerado mis hediondos hechos, mi fetidez y mi impureza». Anu abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:
«Pero, en verdad, tú incitarías. Y por ello Gilgamesh ha citado tus hediondos hechos, tu fetidez y tu impureza».
Istar abrió la boca para hablar, Diciendo a Anu, su padre:
«Padre mío, ¡hazme el Toro del Cielo para que castigue a Gilgamesh. ¡Si tú no me haces el Toro del Cielo, quebraré las puertas del mundo inferior y levantaré a los muertos roídos y vivos para que los muertos superen a los vivos!»
Anu abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:
«Si hago lo que me pides, habrá siete años de cáscaras hueras. ¿Has cosechado grano para la gente? ¿Has cultivado hierba para las bestias?»
Istar abrió la boca para hablar, diciendo a Anu, su padre:
«Grano para la gente he almacenado y hierba para las bestias he proporcionado. Si ha de haber siete años de cáscaras, he reunido grano bastante para la gente y he cultivado hierba para las bestias».
[Anu cede a la petición de Istar, el Toro celeste baja y mata centenares de hombres con sus dos primeros resuellos]
Con su tercer resoplido saltó contra Enkidu, que paró su embestida. Brincó a lo alto asiendo al Toro del Cielo por los cuernos. El Toro del Cielo le lanzó el aliento a la cara y le restregó con lo espeso de su cola. Entre el cuello y las astas hincó su espada. Cando hubieron matado al toro, arrancaron su corazón y lo colocaron ante Samas. Retrocedieron y rindieron homenaje a Samas. Los dos hermanos se sentaron.
Entonces Istar subió al muro de la amurallada Uruk y se encaramó en las almenas, pronunciando una maldición:
«¡Ay de Gilgamesh, porque me injurió matando al Toro del Cielo!»
Cuando Enkidu oyó estas palabras de Istar, arrancó el muslo derecho del Toro del Cielo y lo lanzó a su cara:
«Si pudiera atraparte, como a él te trataría. ¡Sus entrañas colgaría a tu lado!»
A esto Istar congregó a las consagradas mozas de placer y las rameras del templo. Sobre el muslo derecho del Toro del Cielo lanzó un lamento.
Gilgamesh llamó a los artífices y a los armeros. Los artesanos admiraron la grosura de los cuernos: cada uno está compuesto de treinta minas de lapislázuli; la capa superior de cada uno tiene dos dedos de grosor; seis medidas de aceite, la capacidad de los dos, ofreció como unción a su dios, Lugalbanda. Los llevó y los suspendió en su alcoba principesca. En el Éufrates se lavaron los héroes las manos y se abrazaron a medida que caminaban, atravesando la calle comercial de Uruk. La gente de Uruk se reúne para contemplarlos.
Gilgamesh dice estas palabras a las tañedoras de lira de Uruk:
«¿Quién es el más espléndido entre los héroes? ¿Quién el más glorioso de los hombres?» «Gilgamesh es el más espléndido entre los héroes, Gilgamesh es el más glorioso de los hombres».
Gilgamesh festeja el éxito en su palacio. Yacen los héroes en sus lechos nocturnos. También Enkidu está acostado, viendo un sueño. Se levantó Enkidu a relatar su sueño, diciendo a su amigo:
«Amigo mío, ¿por qué los grandes dioses se juntan en consejo? Oye el sueño que tuve anoche: Anu, Enlil, Ea y el celestial Samas celebraban consejo y Anu dijo a Enlil: "Porque mataron al Toro del Cielo y a Humbaba", dijo Anu, "uno de ellos, aquel que taló los montes de cedro, debe morir".
Pero Enlil dijo: "¡Enkidu debe morir; pero Gilgamesh no morirá!”
Entonces el celeste Samas respondió al bravo Enlil:
“¿No mataron por orden mía al Toro del Cielo y a Humbaba? ¿Debe ahora el inocente Enkidu perecer?"
Pero Enlil se enfrentó iracundo con el celestial Samas: "Sí, porque, muy semejante a un hombre amigo suyo, tú bajaste y estuviste cada día con ellos"».
Enkidu cayó enfermo ante Gilgamesh. Y mientras sus lágrimas se deslizaban, dijo:
«¡Oh hermano mío, mi querido hermano! ¡A un hermano tenían que perdonar a expensas de otro hermano!» Además:
«¿Tengo yo junto al espíritu de los muertos que sentarme, en la puerta del espíritu, y jamás de nuevo contemplar a mi querido hermano con mis ojos?»
[En una postrera revisión de su existencia, Enkidu parece lamentar los sucesos que le han llevado a tan triste trance, maldiciendo las etapas sucesivas de su vida predestinada. Una de sus maldiciones, conservadas en un fragmento asirio, se dirige contra la puerta que lisió su mano]
Enkidu levantó sus ojos, hablando a la puerta como si fuera humana: «¡Tú, puerta de los bosques, incomprensiva, sin entendimiento! A veinte leguas de distancia elegí tu madera, mucho antes de que contemplara alto el cedro. No tiene igual tu bosque en la tierra. Seis docenas de codos mide tu altura, dos docenas tu ancho. Un maestro de artífices de Mppur te construyó. Si hubiese sabido, oh puerta, que esto sucedería, hubiese enarbolado el hacha y hubiese colocado un marco de caña sobre ti!»
[Enkidu, prosiguiendo su amargo balance, invoca la maldición de Samas sobre el cazador]
«¡Destruya su riqueza, disminuya su poder! Sea su camino repugnante en tu presencia. Escapen las bestias que quiera apresar delante de él. ¡No consiga el cazador la plenitud de su corazón!»
Después su corazón urgiole a maldecir a la ramera:
“¡Ea, moza!, decretaré tu destino, ¡un destino que no concluirá en toda la eternidad! Te maldeciré con maldición grande, con un juramento cuyas consecuencias funestas pronto te abrumarán. La maldición se arrojará en tu casa. El camino será tu morada, la sombra de la pared tu paradero, los fatuos y los sedientos herirán tu mejilla”.
Cuando Samas oyó estas palabras de su boca, sin dilación le gritó desde el cielo:
«¿Por qué, oh Enkidu, maldices a la ramera, que te hizo comer manjares dignos de la divinidad y te dio vino propio de la realeza, que te vistió con nobles ropas y te hizo poseer al noble Gilgamesh por compañero? ¿Y Gilgamesh, tu amigo cordial, no te ofreció un lecho preclaro? Te hizo ocupar un lecho de honor, te colocó en el asiento de la holgura, en el asiento de la izquierda. ¡Para que los príncipes de la tierra besaran tus plantas! Hará que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo alegre gima por ti. Y, cuando te hayas ido, su cuerpo de pelo intenso cubrirá, pondrase una piel de león y errará por la estepa».
Cuando Enkidu oyó las palabras del valiente Samas, su corazón vejado se aquietó. Tranquilizándose, Enkidu cambia su maldición en bendición y habla de nuevo a la muchacha:
«Así vuelva todo a su lugar. Reyes, príncipes y nobles te amarán. Ninguno por ti se golpeará el muslo. Por ti el anciano meneará su barba, el joven desceñirá su cinto y serás adornada con cornerina, lapislázuli y oro. Así sea retribuido. Quien te mancille, quede su casa vacía y su colmado almacén. A la presencia de los dioses el sacerdote te permitirá entrar y por ti se abandonará la esposa, aunque sea madre de siete».
Enkidu, cuyo humor es sombrío, yace a solas. Aquella noche comunica sus sentimientos a su amigo:
«Amigo mío, vi un sueño anoche: los cielos gemían y la tierra respondió; yo estaba solo. La faz del cielo se oscureció y un monstruo apareció volando; como las garras del águila eran sus zarpas; me dominó, y saltando encima mío me sumergió en el polvo y me transformó de manera que mis brazos eran como los de un ave. Mirándome, me guía a la Casa de las Tinieblas, la mansión de Irkalla, casa que no abandona quien entró en ella por el camino que no tiene regreso; a la casa cuyos habitantes carecen de luz, donde el polvo es una vianda y la arcilla un manjar y todos están pergeñados como pájaros, con alas por vestiduras y sin luz por siempre, porque residen en la oscuridad.
En la Casa del Polvo, en que había entrado, contemplé gobernantes sin sus coronas; vi príncipes y nacidos para la corona que habían regido la tierra desde días antiquísimos. ¡Estos dobles de Anu y Enlil servían carnes asadas, servían pasteles y escanciaban agua fresca de los odres! En la Casa del Polvo en que había entrado reside el sumo sacerdote y el acólito, reside el encantador y el extático, residen los lavadores y ungidores de los grandes dioses. Reside Etanal, reside Sumuqan. Ereskigal vive allí, reina del submundo, y Belit-Seri, registrador del mundo inferior, se arrodilla ante ella. Ella mantiene una tablilla y la lee y levantando su cabeza, me contempla diciendo:
"¿Quién trajo a éste aquí?" [...]
Los augurios eran desfavorables y el día en que vio el sueño, abatido quedó Enkidu. Un día, un segundo día. El sufrimiento de Enkidu en el lecho aumenta. Un tercer día, un cuarto día. Un quinto día, un sexto y un séptimo; un octavo, un noveno y un décimo día. El sufrimiento de Enkidu, en el lecho, aumenta. Un undécimo y un duodécimo día. Abatido está Enkidu en su lecho de dolor.
Al fin llamó a Gilgamesh y le dijo:
"Amigo mío, ¡me ha maldecido! No moriré como el que cae en batalla, pues temí en esta lucha. Amigo mío, el que muere en la batalla es bendecido, pero yo no"»
Al primer resplandor del alba Gilgamesh dijo a su amigo:
«Enkidu, tu madre una gacela, un onagro tu padre, te engendraron. Aquellos cuya señal son sus colas te criaron, y el ganado de la llanura y de todos los pastos. ¡Ojalá las huellas de Enkidu en el Bosque de los Cedros lloren por ti, jamás callen noche y día! Así los mayores de la amplia y amurallada Uruk lloren por ti. Llore por ti el dedo que se extienda detrás de nosotros bendiciendo. Llore por ti y despierte ecos en la campiña como si fuera tu madre. Llore por ti oso, hiena, pantera, tigre, ciervo, leopardo, león; bueyes, venado, cabra montesa y las criaturas salvajes del llano. Llore por ti el río Ula por cuyas riberas solíamos pasear. Llore por ti el puro Éufrates, del que sacábamos agua para el odre. Lloren por ti los guerreros de la amplia y amurallada Uruk donde matamos el Toro celeste. Llore por ti quien ensalzó tu nombre. Llore por ti quien proporcionó grano para tu boca. Llore por ti quien puso ungüento en tu espalda. Llore por ti quien puso cerveza en tu boca. Llore por ti la meretriz que te ungió con aceite fragante. Llore por ti la mujer del harén que se llevó el anillo de tu elección. ¡Lloren los hermanos por ti como hermanas y crezca larga su cabellera por ti!»
«¡Oídme, oh ancianos, y prestadme atención! Por Enkidu, mi amigo, lloro, gimiendo amargamente como una plañidera. El hacha de mi costado, confianza de mi mano, el puñal de mi cinto, el escudo delante de mí, mi túnica de fiesta, mi más rico tocado ¡un demonio perverso apareció para arrebatármelo!
¡Oh mi amigo pequeño, tú cazaste el onagro de las colinas, la pantera del llano! ¡Enkidu, mi amigo pequeño, cazaste el onagro de las colinas, la pantera del llano! ¡Nosotros que vencimos todas las cosas y escalamos los montes, que prendimos al Toro celeste y lo matamos, que afligimos a Humbaba, que vivía en el Bosque de los Cedros. ¿Cuál es el sueño que se adueñó de ti? ¡Ignoras y no me oyes!»
Pero no levanta sus ojos; tocó su corazón y no late. Entonces veló a su amigo como una desposada, arrebatado cerca de él como un león, como una leona privada de sus cachorros. Va y viene ante el lecho, arrancándose el pelo y esparciéndolo... ¡Desgarrando y diseminando su atuendo como si estuviera impuro! Entonces, al primer arrebol del alba, Gilgamesh envió un pregón al país:
«Oh forjadores y batidores de cobre, orífices, lapidarios: ¡Haced a mi amigo una digna tumba!» Y mandó hacer una estatua para su amigo; de lapislázuli es su pecho, de oro su cuerpo...».
«Un lecho de honor te hice ocupar, te coloqué en el asiento de la holgura, en el asiento de la izquierda, para que los príncipes de la tierra besaran tus pies. Haré que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo alegre gima por ti. Y, cuando te hayas ido, cubriré mi cuerpo de pelo intonso y, vistiendo una piel de león, erraré por la estepa.»
Al primer arrebol del alba, Gilgamesh aflojó su banda; sacó una ancha mesa de madera elammaqu, llenó de miel una jarra de cornerina y de requesón una jarra de lapislázuli, y lo expuso todo al sol por Enkidu, su amigo. Gilgamesh llora sin duelo, mientras vaga por el llano: «Cuando muera, ¿no seré como Enkidu? El espanto ha entrado en mi vientre. Temeroso de la muerte, recorro sin tino el llano. Hacia Utnapishtim, hijo de Ubar-Tutu. Para avanzar velozmente he emprendido el camino. Al llegar de noche a los pasos de la montaña, vi el león y me amedrenté. Levanté mi cabeza hacia Sin para rezar. Hacia dioses favorables fueron mis plegarias”.
De noche, mientras reposaba, despertose del sueño. Había hombres-escorpiones jubilosos y llenos de vida. Enarboló el hacha en su mano, tiró del puñal de su cinto. Como una flecha descendió entre ellos, los hirió y los acuchilló.
[Gilgamesh atraviesa con éxito las tinieblas de la cordillera de Masu, custodiada por hombres escorpiones. Gilgamesh va progresando en su búsqueda de la inmortalidad]
Gilgamesh caza fieras para alimentarse. Con sus pieles se viste y come su carne. Samas estaba perturbado, como le correspondía; le dice: «Gilgamesh, ¿a dónde vas errante? La vida que persigues no hallarás.»
Gilgamesh le dice al valiente Samas:
«Después de andar y errar por la estepa, ¿descansará mi cabeza en el corazón de la tierra para dormir a través de todos los años? ¡Deja que mis ojos contemplen el sol, a fin de que me sacie de luz! La oscuridad se retira cuando hay luz suficiente. ¡Ojalá el que esté en verdad muerto vea aún el resplandor del sol!»
[Gilgamesh encuentra a Siduri, la cervecera]
«Aquel que conmigo soportó todas los trabajos, Enkidu, a quien yo amaba entrañablemente, que conmigo soportó todas las labores, ¡ha conocido el destino de la humanidad! Día y noche he llorado por él: no le entregué para que le sepultasen. Por si mi amigo se levantaba ante mi lamento permanecí siete días y siete noches, hasta que un gusano se deslizó de su nariz. Desde su fallecimiento no encontré vida y he vagado como un cazador por en medio del llano. Oh cervecera, ahora que he visto tu rostro, no consientas que vea la muerte que constantemente temo.»
Y la cervecera le dijo:
«Gilgamesh, ¿a dónde vas errante? No hallarás la vida que persigues. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida para sus propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Cada día celebra una fiesta regocijada, ¡día y noche danza tú y juega! Procura que tus vestidos sean flamantes, lava tu cabeza y báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano, ¡que tu esposa se deleite en tu seno, pues ésa es la tarea de la humanidad!» [...]
En su cólera los destroza. Cuando regresa, sube a él. Sursunabu sus ojos contempla. Sursunabu le dice a Gilgamesh:
«Dime tú, ¿cuál es tu nombre ? Soy Sursunabu, de Utnapishtim el lejano».
Gilgamesh le contesta:
«Gilgamesh es mi nombre: él vino de Uruk-Eanna y atravesó los montes. Un viaje muy largo, hasta donde el sol se alza. Oh, Sursunabu, ahora que he visto tu rostro, muéstrame a Utnapishtim el Lejano».
[Encuentro con Siduri y con Sursunabu y relato de la travesía a través de las Aguas de la Muerte hasta la vivienda de Utnapishtim]
Gilgamesh dijo a Utnapishtim:
«Para poder llegar a contemplar a Utnapishtim, a quien llaman el Lejano, recorrí y anduve por todos los países, atravesé montes abruptos y crucé todos los mares. Mi faz no se sació de dulce sueño y me exasperé con el insomnio; llené mis coyunturas de infortunio. No había alcanzado la casa de la cervecera, cuando mi ropa estaba gastada. Maté osos, hienas, leones, panteras, tigres, ciervos y cabras montesas, bestias salvajes y lo que repta por el llano. Sus carnes comí y sus pieles ceñí alrededor de mi cuerpo».
Habla Utnapishtim:
«¿Construimos una casa para siempre? ¿Sellamos contratos para siempre? ¿Los hermanos dividen porciones para siempre? ¿Persiste para siempre el odio en la tierra? ¿Acaso el río siempre crece y causa inundaciones? La libélula abandona su vaina para que su cara no pueda mirar sino la cara del sol. Desde los días de antaño no hubo permanencia. ¡Los que descansan y los muertos qué iguales son! ¿No componen la misma imagen de la muerte el plebeyo y el noble, cuando se hallan próximos a su destino? Los Anunnaki, los grandes dioses, se congregan; Mammetum, hacedor del destino, con ellos decreta el destino: muerte y vida determinan. Pero de la muerte los días no se revelan».
Gilgamesh le dijo, a Utnapishtim el Lejano:
«Cuando te miro, Utnapishtim, tus rasgos no son extraños; incluso como yo eres. Tú no eres extraño; antes bien, como yo eres. ¡Mi mente te había imaginado como resuelto a batallar, pero descansas indolente sobre tu espalda! Dime, ¿cómo te sumaste a la asamblea de los dioses en tu busca de la vida?»
Utnapishtim contestó así a Gilgamesh:
«Te descubriré, Gilgamesh, una materia oculta y te diré un secreto de los dioses: Suruppak --ciudad que tú conoces y que en las riberas del Éufrates está situada-, esa ciudad era ya antigua como los mismos dioses de su interior cuando las mentes de los grandes dioses se inclinaron a suscitar el diluvio. Estaban allí Anu; su padre, el valiente Enlil; su consejero, Ninurta; su asistente, Ennuge; su irrigador, Ninigiku-Ea. Entonces oí estas palabras de Ea dirigidas a mi choza de cañas:
"¡Choza de cañas, choza de cañas! ¡Pared, pared! ¡Choza de cañas, escucha! ¡Pared, vibra! Hombre de Suruppak, hijo de Ubar-Tutu, ¡demuele esta casa y construye una nave! Renuncia a las posesiones y busca la vida. ¡Desiste de los bienes mundanos y mantén el alma viva! A bordo de la nave lleva la simiente de todas las cosas vivas. Habrá que medir las dimensiones del barco que construirás: igual será su amplitud y su longitud y lo techarás como el Apsu".
Entendí y dije a Ea, mi señor:
"He aquí, mi señor, lo que así ordenaste y tendré a honra ejecutar. Pero, ¿ qué contestaré a la ciudad, a la gente y a los ancianos ?"
Ea abrió su boca para hablarme a mí, su servidor:
-En tal caso, les hablarás así: "He sabido que Enlil me es hostil, de modo que no puedo residir en vuestra ciudad, ni poner mi pie en territorio suyo. Por tanto, a lo profundo bajaré, para vivir con mi señor Ea. Pero sobre vosotros derramará la abundancia, los pájaros selectos y los más excelentes peces. La tierra se colmará de riqueza de cosechas. Aquel que en el ocaso ordena las vainas verdes, verterá sobre vosotros una lluvia de trigo".
Al primer resplandor del alba, la tierra se juntó a mi alrededor. Los pequeños llevaban brea, al paso que los grandes transportaban el resto de lo necesario. Al quinto día tendí su maderamen. Un acre entero era el espacio de su suelo, diez docenas de codos la altura de cada pared, diez docenas de codos cada borde del cuadrado puente. Preparé los contornos y lo ensamblé. Lo proveí de seis puentes, dividiéndolo así en siete partes. El plano de su piso dividí en nueve partes. Clavé desaguaderos en él. Me procuré pértigas y acopié suministros. Seis medidas "sar" de betún eché en el horno. Tres "sar" de asfalto también en el interior y tres "sar" de aceite los portadores de cestas transportaron, aparte de un "sar" de aceite que la calafateadura consumió y los dos "sar" de aceite que el barquero estibó. Bueyes maté para la gente y sacrifiqué ovejas cada día. Mosto, vino rojo, aceite y vino blanco di a los trabajadores para beber, como si fuera agua del río, para que celebrasen como en el Día del Año Nuevo. Abrí ungüento, aplicándolo a mi mano. Al séptimo día el barco estuvo completo.
La botadura fue ardua, hasta el punto de que hubieron de cambiarse las planchas de encima y de debajo hasta que dos tercios de la estructura entraron en el agua. Cuanto tenía cargué en él: cuanta plata y oro y cuantos seres vivos tenía cargué. Toda mi familia y parentela hice subir al barco. Las bestias y las salvajes criaturas de los campos. Todos los artesanos hice subir a bordo asimismo. Samas me había fijado un tiempo:
"Cuando aquel que ordena la intranquilidad nocturna envíe una lluvia de tizón ¡sube a bordo y clava la entrada!. Ese tiempo señalado llegó: "Aquel que ordena la intranquilidad nocturna envía una lluvia de tizón". Contemplé la apariencia del tiempo: era espantoso de ver. Subí al barco y clavé la entrada. Para clavar el barco entero, cedí la estructura con su contenido a Puzur-Amurri, el barquero.
Al primer resplandor del alba, se alzó una nube negra desde el horizonte. En su interior Adad truena, mientras Sullat y Hanis van delante, moviéndose como heraldos sobre colina y llano. Erragal arranca los postes; avanza Mnurta y hace que los diques sigan.
Los Anunnaki levantan las antorchas, encendiendo la tierra con su fulgor. La consternación debida a Adad llega a los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz. La vasta tierra se hizo añicos como una perola. Durante un día la tormenta del sur sopló acumulando velocidad a medida que bufaba sumergiendo los montes, atrapando a la gente como en una batalla. Nadie ve a su prójimo, no puede reconocerse la gente desde el cielo. Los dioses se aterraron del diluvio, y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anul. Los dioses se agazaparon como perros, acurrucados contra el muro exterior. Istar gritó como una mujer en sus dolores y la señora de dulce voz de los dioses gime:
"Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla, porque hablé maldad en la Asamblea de los dioses. ¿Cómo pude hablar maldad en la Asamblea de los dioses, ordenando batalla para destrucción de mi gente, cuando yo misma di a luz a mi pueblo? ¡Cómo el desove de los peces llena el mar!"
Los dioses Anunnaki lloran con ella, los dioses, humildemente, están sentados y lloran, con los labios apretados, uno y todos. Seis días y seis noches sopla el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, la tormenta del sur transportadora del diluvio amainó en la batalla que había reñido como un ejército: el mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado chato.
Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Inclinándome muy bajo, senteme y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: en cada catorce regiones emergía una comarca montañosa. En el Monte Nisir el barco se detuvo. El monte mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un primer día, un segundo día, mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto día, mantuvo sujeta la nave impidiéndole el movimiento. Y al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó puesto que no había descansadero visible. Entonces envié y solté una golondrina. La golondrina se fue, pero regresó puesto que no había descansadero visible. Después envié y solté un cuervo, que se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se cierne, grazna y no regresa. Entonces dejé salir todo a los cuatro vientos y ofrecí un sacrificio. Vertí una libación en la cima del monte. Siete y siete vasijas para culto preparé y sobre sus trípodes amontoné caña, cedro y mirto. Los dioses olieron el dulce sabor y se apiñaron como moscas en torno al sacrificante. Cuando, al fin, la gran diosa llegó, alzó las grandes joyas que Anu había labrado a su antojo:
"Dioses, tan cierto como este lapislázuli está en mi cuello, no olvidaré estos días y los recordaré sin olvidarlos jamás. Vengan los dioses a la ofrenda; pero no acuda Enlil porque sin razón causó el diluvio y a mi pueblo condenó a la destrucción".
Cuando finalmente llegó Enlil y vio el barco, montó en cólera y le invadió la ira contra los dioses Igigi:
"¿Escapó algún alma viva? ¡Ningún hombre debía sobrevivir a la destrucción !"
Ninurta abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil:
"¿Quién, salvo Ea, puede maquinar proyectos? Sólo Ea conoce todo".
Ea abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil: "Tú, el más sabio de los dioses, tú, héroe, ¿cómo pudiste, irrazonablemente, causar el diluvio? ¡Al pecador impón sus pecados, al transgresor impón su transgresión! ¡Sin embargo, sé benévolo para que no sea cercenado! ¡Sé paciente para que no sea desplazado! En lugar de traer tú el diluvio, ojalá un león hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un lobo hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un hambre hubiera surgido para menguar la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá una pestilencia hubiera surgido para herir a la humanidad! No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses. Dejé que Atrahasis viese un sueño, y percibió el secreto de los dioses. ¡Reflexiona ahora en lo que le atañe!"
A esto Enlil subió a bordo del barco. Cogiéndome de la mano, me subió a bordo. Subió mi mujer a bordo e hizo que se arrodillara a mi lado. De pie entre nosotros, tocó nuestras frentes para bendecirnos:
"Hasta ahora Utnapishtim fue tan sólo humano. En adelante Utnapishtim y su mujer serán como nosotros dioses. ¡Utnapishtim residirá lejos, en la boca de los ríos!"
Así me cogieron y me hicieron residir lejos, en la boca de los ríos. Pero ahora, ¿quién por ti convocará los dioses a la Asamblea, para que encuentres la vida que buscas? ¡Ea!, no concilies el sueño durante siete días y siete noches».
Mientras allí se sienta sobre sus nalgas, el sueño le aventa como el torbellino.
Utnapishtim dice a ella, a su esposa:
«¡Contempla a este héroe que busca la vida! El sueño le envuelve como una niebla».
Su esposa dice a él, a Utnapishtim el Lejano:
«Tócale para que el hombre despierte, para que regrese salvo por el camino que le trajo, para que por la puerta que salió pueda regresar a su país».
Utnapishtim dice a ella, a su esposa:
«Puesto que engañar es humano, él procurara engañarte. Anda, prepara obleas para él, ponlas junto a su cabeza, y señala en la pared los días que duerme».
Elaboró para él obleas, púsolas junto a su cabeza y señaló en la pared los días que dormía. La primera oblea se ha secado. La segunda se estropeó, la tercera está húmeda; la superficie de la cuarta blanquea; la quinta se cubre de moho, la sexta aún conserva su color reciente; la séptima, en cuanto le tocó, despertose el hombre.
Gilgamesh dijo a él, a Utnapisthim el Lejano:
«¡Apenas el sueño me ha invadido, cuando me tocas y me despiertas!»
Utnapishtim dice a él, a Gilgamesh:
«Vamos, Gilgamesh, cuenta tus obleas, que los días que dormiste sean conocidos de ti: tu primera oblea se ha secado, la segunda se estropeó, la tercera está húmeda; la superficie de la cuarta blanquea; la quinta se cubre de moho, la sexta aún conserva su color reciente. La séptima... -en este instante te despertaste-».
Gilgamesh dijo a él, a Utnapishtim el Lejano:
«¿Qué haré, Utnapishtim; adónde iré, ahora que el Despojador hace presa en mis miembros? En mi alcoba asecha la muerte, ¡y doquiera que pongo mi pie está la muerte!»
Utnapishtim dice a Urshanabi, el barquero:
«Urshanabi, ¡así no tenga contento el puerto en ti, así el lugar de travesía renuncie a ti! ¡A aquel que vaga en su playa, niégasela! Y conduce al hombre que trajiste aquí, cuyo cuerpo está cubierto de suciedad y cuyas pieles desfiguraron la gracia de sus miembros al lugar del baño. Que se libre de su suciedad con agua limpia como la nieve, que se despoje de sus pieles y el mar las arrastre, que la belleza de su cuerpo se pueda ver. Haz que renueve la banda de su cabeza, deja que se ponga un manto para vestir su desnudez, que llegue a su ciudad, que concluya su viaje. ¡Así su manto no tenga color de moho, siendo totalmente nuevo!»
Urshanabi le llevó y condujo al lugar del baño. Se lavó la suciedad con agua limpia como la nieve. Se despojó de sus pieles y el mar las arrastró para que la belleza de su cuerpo se viese. Renovó la banda que ceñía su cabeza y se puso un manto para vestir su desnudez y para que llegase a su ciudad y concluyese su viaje. El manto no tenía color de moho y era totalmente nuevo.
Gilgamesh y Urshanabi subieron a la barca, lanzaron la barca a las olas y zarparon.
Su esposa dice a Utnapishtim el Lejano:
«Gilgamesh vino aquí, penando y esforzándose. ¿Qué le entregarás para que regrese a su tierra?»
A aquello, él, Gilgamesh, levantó su pértiga para acercar la barca a la playa.
Utnapishtim le dijo a Gilgamesh:
«Gilgamesh, viniste aquí, penando y esforzándote. ¿Qué te entregaré para que regreses a tu tierra? Revelaré, oh Gilgamesh, una cosa oculta y un secreto de los dioses te diré: esta planta es como el cambrón. Sus espinas pincharán tus manos como la rosa. Si tus manos obtienen esta planta, hallarás nueva vida».
En cuanto Gilgamesh oyó esto, ató piedras pesadas a sus pies y le bajaron a lo profundo del mar y vio la planta. La arrancó, aunque pinchó sus manos. Cortó las piedras pesadas de sus pies y el mar le lanzó a la orilla.
«Urshanabi, esta planta es una planta aparte, por la que un hombre puede reconquistar el aliento de su vida. La llevaré a la amurallada Uruk y haré comer la planta. Su nombre será "El hombre se hace joven en la senectud". Yo mismo la comeré y así volveré al estado de mi juventud».
Después de veinte leguas comieron un bocado y después de treinta leguas más se prepararon para la noche. Gilgamesh vio un pozo cuya agua era fresca. Bajó a bañarse en el agua. Una serpiente olfateó la fragancia de la planta, salió del agua y la arrebató. Al retirarse mudó de piel.
A esto Gilgamesh se sienta y llora: las lágrimas se deslizan por su cara. Cogió la mano de Urshanabi, el barquero:
«¿Para quién, Urshanabi, mis manos trabajaron? ¿Por quién se gasta la sangre de mi corazón? No obtuve una merced para mí. ¡Para el león de tierra logré una merced! ¡Y la marea la llevará a veinte leguas de distancia! Hallé lo que se había puesto como señal para mí: ¡me retiraré y dejaré la barca en la orilla!» Después de veinte leguas comieron un bocado, después de treinta leguas más se prepararon para la noche cuando llegaron a al amurallada Uruk. Gilgameshh dijo a Urshanabi, el barquero:
"Anda, Urshanabi, ve a las almenas de Uruk. Inspecciona la terraza, examina sus ladrillos, si su obra no es de ladrillo vitrificado y si los sabios no echaron sus cimientos. Un ‘sar' es ciudad, un ‘sar' huertos, un ‘sar' tierra marginal; además, el recinto del Templo de Ishtar. Tres ‘sar' y el recinto incluida Uruk".
Aquel que lo vio todo hasta los confines de la tierra, que todas las cosas experimentó y consideró, que contempló lo oculto y lo desveló e informó sobre antes del Diluvio y llevó a cabo un largo y extenuante viaje grabó todos sus trabajos en una estela de piedra, construyó el muro de la terraplenada Uruk y el santuario puro del reverenciado Eannal.
¡Contempla su muralla exterior, cuya cornisa es como el cobre! ¡Mira la muralla interior, que nada iguala! ¡Advierte su umbral, que viene de antiguo! ¡Acércate a Eanna, la morada de Istar, que ni rey futuro ni hombre puede igualar! ¡Levántate y anda por los muros de Uruk, inspecciona los cimientos de la base, examina sus ladrillos. ¿No es obra de ladrillo vitrificado? ¿No echaron sus cimientos los sabios? [...]
Dos tercios de Gilgamesh son divinos, un tercio humano. Es altivo como toro salvaje; el poder de sus armas no tiene igual. Mediante el tambor se reúnen sus compañeros. Pero los nobles de Uruk están sombríos en sus cámaras:
«Gilgamesh no deja hijo a su padre; día y noche se desenfrena su arrogancia. ¿Es este Gilgamesh el pastor de la amurallada Uruk? ¿Es éste nuestro pastor, osado, majestuoso, sabio? Gilgamesh no deja doncella a su madre. ¡Ni hija de guerrero, ni esposa de noble!
Los dioses escucharon sus quejas. Los dioses del cielo del señor de Uruk: “¿No parió Aruru este fuerte toro salvaje?” Cuando Anu hubo escuchado sus quejas, llamaron a la gran Aruru: «Tú, Aruru, que creaste este hombre; crea ahora a su doble y con su corazón tempestuoso haz que compitan y luchen entre sí, para que Uruk conozca la paz».
Cuando Aruru oyó esto, concibió de Anu un doble de Gilgamesh en su interior. Aruru se lavó las manos, cogió arcilla y la arrojó a la estepa. En la estepa creó al valiente Enkidu, esencia de Ninurta. Hirsuto de pelo es todo su cuerpo, posee cabello como una mujer. Los rizos de su pelo brotan como Nisabal. No conoce gentes ni tierra: vestido va como Sumuqan. Con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se apretuja en las aguadas, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua.
Ahora bien, un cazador, un trampero, se le encaró en el abrevadero un día, un segundo y un tercero. Se le encaró y, cuando el cazador le vio, su faz se inmovilizó. Él y sus animales entraron en su casa. Transido de miedo, quieto, sin un sonido, mientras su corazón se turbaba, quedó nublado su rostro, pues el pesar había penetrado en su vientre; su cara era como la de quien viene de lejos. El cazador abrió su boca para hablar, diciendo a su padre:
«Padre mío, hay un hombre que ha venido de las colinas; es el más poderoso de la tierra, posee vigor. ¡Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor! Siempre recorre las colinas, siempre se nutre de hierba con las bestias. Siempre planta los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy, que no oso ni acercarme a él! Cegó las hoyas que yo había excavado y destrozó las trampas que había puesto. Bestias y criaturas del llano hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»
Su padre abrió la boca para hablar, diciendo al cazador:
«Hijo mío, en Uruk vive Gilgamesh. Nadie hay más fuerte que él. ¡Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor! Ve, pues; hacia Uruk mueve tu rostro y refiérele el poder de este hombre. Haz que te entregue una ramera. Llévala contigo; prevalecerá sobre él a causa de un mayor poder. Cuando abreve los animales en la aguada, ella se quitará el vestido, mostrando desnuda su madurez. En cuanto la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»
Oyendo el consejo de su padre, el cazador avanzó hacia Gilgamesh, emprendió el camino y en Uruk puso el pie:
«Gilgamesh, hay un hombre que ha venido de las colinas, el más poderoso de la tierra; vigor tiene. Como la esencia de Anu, tan tremendo es su vigor. Siempre recorre las colinas, siempre con las bestias se nutre de hierba. Siempre planta los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy que no oso ni acercarme a él! Cegó las hoyas que yo había excavado y destrozó las trampas que yo había puesto, las bestias y las criaturas del llano hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»
Gilgamesh le dijo al cazador:
«Ve, cazador mío; lleva contigo una ramera. Cuando abreve los animales en la aguada, se quitará el vestido mostrando desnuda su madurez. En cuanto él la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»
Fuese el cazador, llevando con él una ramera. Emprendieron el camino, yendo rectos en su dirección. Al tercer día llegaron al sitio indicado. El cazador y la ramera se sentaron en sus lugares. Un día, un segundo día estuvieron sentados junto a la aguada. Las bestias salvajes llegaron a la aguada a beber. Las criaturas pululantes llegaron, deleitándose su corazón en el agua. En cuanto a Enkidu, nacido en las colinas -con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se abreva en la aguada, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua -, la moza le contempló al salvaje, al hombre bárbaro de las profundidades del llano:
«¡Ahí está, oh moza! ¡Desciñe tus pechos, desnuda tu seno para que posea tu sazón! ¡No seas esquiva! ¡Acoge su ardor! En cuanto te vea, se acercará a ti. Desecha tu vestido para que yazga sobre ti. ¡Muestra al salvaje la labor de una mujer! Le rechazarán las bestias salvajes que crecen en su estepa, cuando su amor entre en ti».
La moza libertó sus pechos, desnudó su seno y él poseyó su madurez. No se mostró esquiva al recibir su ardor. Desechó su vestido y él descansó en ella. Mostró al salvaje el trato de una mujer, cuando su amor entró en ella. Durante seis días y siete noches Enkidu se presenta, cohabitando con la moza. Después que se hubo saciado de sus encantos, volvió el rostro hacia sus bestias salvajes. Pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron y las bestias salvajes del llano se alejaron de su cuerpo. Sorprendiose Enkidu: su cuerpo estaba rígido y sus rodillas inmóviles, pues sus bestias salvajes habían huido.
Enkidu hubo de aflojar el paso, que no era como antaño. Pero entonces ya posee sabiduría y más amplia comprensión. Volviose, sentándose a los pies de la ramera. Mira a la cara de la ramera, atento el oído, cuando habla y le dice a Enkidu:
«¡Tú eres sabio, Enkidu, eres como un dios! ¿Por qué con las criaturas silvestres vagas por el llano? ¡Ea!, deja que te lleve a la amurallada Uruk, al santo templo morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, y como un toro salvaje domina sobre el pueblo».
Mientras le habla, sus palabras encuentran favor y su corazón se ilumina: ansía un amigo. Enkidu le dice a la ramera:
«¡Arriba, moza! Acompáñame al puro templo sagrado, morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, y como un toro salvaje señorea sobre el pueblo. Le retaré y osadamente me dirigiré a él. Gritaré en Uruk: "¡Yo soy el poderoso! ¡Yo soy aquel que puede alterar los destinos! ¡El que nació en la llanura es poderoso; vigor posee!"».
«Levanta, pues, y vamos, para que vea tu rostro. Te mostraré a Gilgamesh; bien sé donde está. Vamos, pues, oh Enkidu, a la amurallada Uruk, donde la gente resplandece en festiva indumentaria, donde cada día es fiesta, donde mozos y mozas adornan su figura con perfume. ¡Apartan a los grandes de sus lechos! A ti, oh Enkidu, que disfrutas de la vida, mostraré a Gilgamesh, el hombre jocundo.
Mírale, contempla su faz; radiante está de virilidad, fuerza tiene. Todo su cuerpo es suntuoso de madurez, más poderoso vigor que tú tiene, sin descansar jamás de día o de noche. ¡Oh Enkidu, renuncia a tu presunción! A Gilgamesh estima Samas; Anu, Enlil y Ea dilataron su sabiduría. Antes de que bajes de las colinas, Gilgamesh te verá en sus sueños en Uruk...» [...]
Gilgamesh se levantó para revelar el sueño, diciendo a su madre: «Madre mía, durante la noche me sentí alegre y anduve en medio de los nobles. Las estrellas aparecieron en los cielos. La esencia de Anu descendió hacia mí. Intenté levantarlo; ¡pesaba demasiado para mí! Intenté moverlo; ¡no pude! La tierra de Uruk lo rodeaba mientras los nobles besaban sus pies. Cuando afirmé mi frente, me dieron apoyo, lo levanté y lo traje a ti».
La madre de Gilgamesh, que todo lo conoce, dice a Gilgamesh: «Ciertamente, Gilgamesh, uno como tú nació en la estepa y las colinas le criaron. Cuando le veas, te regocijarás como encima de una mujer. Los nobles besarán sus pies; tú le abrazarás y le conducirás a mí».
Se acostó y vio otro sueño: dice a su madre:
«Madre mía, vi otro sueño. Todo estaba sumido en la confusión. En la calle de Uruk de amplios mercados había un hacha y se habían reunido a su alrededor. Singular era la forma del hacha. En cuanto la vi, me regocijé: me gustó, y como si fuera una mujer, me atrajo. La cogí y la coloqué en mi costado».
La madre de Gilgamesh, que todo lo conoce, le dice:
«Yo hice que rivalizara contigo». Mientras Gilgamesh revela su sueño, Enkidu se halla sentado ante la ramera. Enkidu olvida dónde nació. Durante seis días y siete noches Enkidu cohabita con la moza. Después la ramera abrió la boca y le dijo:
«Según te veo, Enkidu, te has hecho como un dios; ¿por qué motivo con las criaturas salvajes tú recorres la llanura? Levántate: te guiaré a Uruk de amplios mercados, al templo santo morada de Anu; Enkidu, levántate: te guiaré a Eanna, morada de Anu, donde vive Gilgamesh, cabal en sus hazañas, y tú le amarás a él como a ti mismo. ¡En pie, álzate del suelo, lecho del pastor!»
Escuchó sus palabras y aprobó su alocución; el consejo de la mujer cayó en su corazón. Ella se quitó sus vestidos; con una prenda le ciñó y con otra se vistió a sí misma. Tomándole de la mano, le lleva como una madre a la junta de los pastores, al sitio del redil. En torno a él los pastores se apiñaron. La leche de las criaturas salvajes solía mamar. Comida dispusieron ante él; se atragantó, boqueó y abrió mucho los ojos. Nada sabe Enkidu de comer manjares elaborados; a apurar bebida fuerte no le habían enseñado. La ramera abrió la boca, diciendo a Enkidu:
«Come el alimento, Enkidu, porque es deber de vida; consume la bebida fuerte, porque es costumbre de la tierra». Enkidu comió el alimento, hasta que se hubo saciado; de bebida fuerte apuró siete copas. Despreocupado se hizo su talante y alegre, su corazón exultó y su cara resplandeció. Frotó la excrecencia velluda, el pelo de su cuerpo, ungiose con óleo, se hizo humano. Se puso vestidos: ¡está como un novio! Empuñó su arma para espantar los leones a fin de que los pastores puedan descansar de noche. Apresó lobos, capturó leones y los principales ganaderos reposaron sosegados; Enkidu es su centinela, ¡el hombre atrevido, el héroe único! Cuando levantó los ojos, contempló a un hombre. Dice a la ramera:
«¡Trae a ese hombre, moza! ¿Por qué vino aquí? Hazme oír su nombre».
La ramera llamó al hombre yendo hasta él y diciéndole:
«Señor ¿ a dónde te apresuras?? ¿Cuál es tu afanoso rumbo?»
El hombre abrió la boca y dijo a Enkidu:
«Se ha introducido en la casa del consejo que se reserva para la gente y para himeneo. En la ciudad ha acumulado profanación, imponiendo extrañas cosas a la infausta ciudad. Para Gilgamesh, el rey de Uruk, la de amplios mercados, el tambor del pueblo suena para la elección nupcial, a fin de que con legítimas mujeres se ayunte. Él es el primero, el marido viene después. Por el consejo de los dioses así fue ordenado. ¡Al cortarse su cordón umbilical se decretó así para él!»
A estas palabras del hombre, su rostro palideció.
Enkidu camina delante y la moza en pos. Cuando entró en Uruk, la de amplios mercados, la población le rodeó. Cuando se detuvo en la calle de Uruk, la de amplios mercados, el pueblo se juntó diciendo de él:
«¡Es como Gilgamesh en persona! Aunque de talla más baja, tiene los huesos más recios. Es el más fuerte de la tierra; vigor posee. La leche de las criaturas salvajes solía mamar. En Uruk habrá permanente resonar de armas».
Los nobles se regocijaron:
«¡Un héroe ha aparecido por fin para un hombre del mismo porte! Para Gilgamesh, igual a un dios, ha comparecido su igual».
Para Ishtar se dispone Gilgamesh. De noche, cuando se acerca, Enkidu se yergue en la calle para cerrar el paso a Gilgamesh en su poder. Se encontraron en el Mercado de la Tierra. Enkidu atrancó la puerta con su pie, impidiendo que Gilgamesh entrase. Se asieron uno a otro, enlazados con fuerza, como toros. Destrozaron la jamba, mientras el muro se estremecía. Gilgamesh y Enkidu se asieron uno a otro, enlazados con fuerza, como toros; destrozaron la jamba, mientras el muro se estremecía. Cuando Gilgamesh dobló la rodilla -con el pie en el suelo- su furia se aplacó y se volvió para alejarse.
Cuando se volvió, Enkidu le habla:
«Por unigénito tu madre te concibió, ¡la vaca salvaje de las dehesas, Ninsunna! Tu cabeza se alza sobre los hombres. ¡Realeza sobre la gente Enlil te ha concedido!»
[Enkidu y Gilgamesh se han hecho amigos frente a los proyectos de los dioses, que querían que se destruyeran mutuamente. Los fragmentos del texto ponen en evidencia que Gilgamesh se propone salir contra el monstruoso Humbaba, que vive en la Selva de los Cedros. Enkidu procura disuadirle]
Gilgamesh abrió la boca, diciendo a Enkidu:
«¿Quién, amigo mío, puede escalar al cielo? Sólo los dioses viven eternamente bajo el sol. Para la humanidad, contados son sus días. ¡Cuanto se ejecuta no es sino viento! Incluso tú temes la muerte. ¿Qué hay de tu poder heroico? Deja que vaya delante de ti, haz que tu boca me grite, "¡Avanza; no temas! Si yo cayere, habré conquistado nombradía: "Gilgamesh", dirán, "contra el fiero Humbaba ha caído" mucho tiempo después de que mi estirpe haya nacido en mi casa». [...]
Él se lavó la sucia cabellera, acicaló sus armas, la trenza de su pelo sacudió contra su espalda. Arrojó sus cosas manchadas, se puso otras limpias, se envolvió en un manto de franjas y se abrochó un ceñidor. Cuando Gilgamesh se hubo puesto la tiara, la gloriosa Istar alzó una ceja ante la apostura de Gilgamesh:
«¡Ven, Gilgamesh, sé tú mi amante! Concédeme tu fruto. Serás mi marido y yo seré tu mujer. Enjaezaré para ti un carro de lapislázuli y oro, cuyas ruedas son áureas y cuyas astas son de bronce. Tendrás demonios de la tempestad que uncir en lugar de mulas poderosas. Envuelto en fragancia de cedros entrarás en nuestra casa. Cuando en nuestra casa entres, ¡el umbral y el tablado besarán tus pies! ¡Se humillarán ante ti reyes, señores y príncipes! El producto de colinas y de llano te ofrecerán por tributo. Tus cabras engendrarán crías triples, tus ovejas gemelos, tu asno en la carga sobrepujará a tu mula. Los corceles de tu carro serán famosos por su carrera, ¡tu buey bajo el yugo no tendrá rival!»
Gilgamesh abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:
«¿Qué te daré a ti para que pueda tomarte en matrimonio? ¿Te daré aceite para el cuerpo y vestidos? ¿Daré pan y vituallas? No es comida digna de la divinidad, ni hay bebida propia de la realeza. ¿Y qué ganaré si yo te tomo en matrimonio? No eres más que un brasero que se apaga con el frío; una puerta trasera que no detiene la ráfaga ni el huracán; un palacio que aplasta al valiente; un turbante que no ampara cabeza alguna, un pez que ensucia a los porteadores; odre que empapa al que lo carga; piedra caliza que comba el baluarte de piedra; jaspe de país enemigo; esclavo alzado que oprime el pie de su propietario! ¿A cuál amante amaste siempre? ¿Cuál de tus pastores te plugo a ti constantemente? Vamos, te referiré largamente sobre tus amantes:
A Tammuz, amante de tu juventud, le has ordenado llorar año tras año. Habiendo amado al pintado pájaro pastor, le lastimas rompiendo su ala. En los sotos permanece chillando: "¡Mi ala"! Después amaste a un león, perfecto en fuerza; siete hoyas y siete cavaste contra él. Luego a un garañón amaste, famoso en la batalla; el látigo, el acicate y la brida ordenaste para él, un galope de siete leguas y una bebida de agua cenagosa; ¡para su madre, Silili, ordenaste gemidos!
Después amaste al guardián del rebaño, que siempre amontonó para ti pasteles y a diario sacrificó cabritos por ti; pero tú le afligiste trocándole en lobo, para que sus gañanes le ahuyentaran y sus perros le mordieran las ancas.
Luego amaste a Isullanu, jardinero de tu padre, que te ofrecía siempre cestas de dátiles y diariamente adornó tu mesa. Tus ojos se levantaron hasta él y te acercaste: "Oh Isullanu mío, ¡probemos tu vigor! ¡Extiende tu «mano» y toca nuestra «modestia»!" Isullanu te dijo: "¿Qué deseas de mí? ¿Acaso no coció mi madre o no he comido para que yo pruebe el manjar hediondo e impuro? ¿Protegen las cañas del frío?". Cuando le oíste hablar así, le castigaste y le convertiste en un topo. Le colocaste en medio de la tierra y no puede subir ni puede bajar... Si me amas, me tratarás como a ellos».
Cuando Istar oyó esto, se enfureció y ascendió al cielo. Se adelantó Istar ante Anu, su padre, a Antum, su madre, fue y le dijo:
«Padre mío, ¡Gilgamesh ha acumulado insultos sobre mí! Gilgamesh ha enumerado mis hediondos hechos, mi fetidez y mi impureza». Anu abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:
«Pero, en verdad, tú incitarías. Y por ello Gilgamesh ha citado tus hediondos hechos, tu fetidez y tu impureza».
Istar abrió la boca para hablar, Diciendo a Anu, su padre:
«Padre mío, ¡hazme el Toro del Cielo para que castigue a Gilgamesh. ¡Si tú no me haces el Toro del Cielo, quebraré las puertas del mundo inferior y levantaré a los muertos roídos y vivos para que los muertos superen a los vivos!»
Anu abrió la boca para hablar, diciendo a la gloriosa Istar:
«Si hago lo que me pides, habrá siete años de cáscaras hueras. ¿Has cosechado grano para la gente? ¿Has cultivado hierba para las bestias?»
Istar abrió la boca para hablar, diciendo a Anu, su padre:
«Grano para la gente he almacenado y hierba para las bestias he proporcionado. Si ha de haber siete años de cáscaras, he reunido grano bastante para la gente y he cultivado hierba para las bestias».
[Anu cede a la petición de Istar, el Toro celeste baja y mata centenares de hombres con sus dos primeros resuellos]
Con su tercer resoplido saltó contra Enkidu, que paró su embestida. Brincó a lo alto asiendo al Toro del Cielo por los cuernos. El Toro del Cielo le lanzó el aliento a la cara y le restregó con lo espeso de su cola. Entre el cuello y las astas hincó su espada. Cando hubieron matado al toro, arrancaron su corazón y lo colocaron ante Samas. Retrocedieron y rindieron homenaje a Samas. Los dos hermanos se sentaron.
Entonces Istar subió al muro de la amurallada Uruk y se encaramó en las almenas, pronunciando una maldición:
«¡Ay de Gilgamesh, porque me injurió matando al Toro del Cielo!»
Cuando Enkidu oyó estas palabras de Istar, arrancó el muslo derecho del Toro del Cielo y lo lanzó a su cara:
«Si pudiera atraparte, como a él te trataría. ¡Sus entrañas colgaría a tu lado!»
A esto Istar congregó a las consagradas mozas de placer y las rameras del templo. Sobre el muslo derecho del Toro del Cielo lanzó un lamento.
Gilgamesh llamó a los artífices y a los armeros. Los artesanos admiraron la grosura de los cuernos: cada uno está compuesto de treinta minas de lapislázuli; la capa superior de cada uno tiene dos dedos de grosor; seis medidas de aceite, la capacidad de los dos, ofreció como unción a su dios, Lugalbanda. Los llevó y los suspendió en su alcoba principesca. En el Éufrates se lavaron los héroes las manos y se abrazaron a medida que caminaban, atravesando la calle comercial de Uruk. La gente de Uruk se reúne para contemplarlos.
Gilgamesh dice estas palabras a las tañedoras de lira de Uruk:
«¿Quién es el más espléndido entre los héroes? ¿Quién el más glorioso de los hombres?» «Gilgamesh es el más espléndido entre los héroes, Gilgamesh es el más glorioso de los hombres».
Gilgamesh festeja el éxito en su palacio. Yacen los héroes en sus lechos nocturnos. También Enkidu está acostado, viendo un sueño. Se levantó Enkidu a relatar su sueño, diciendo a su amigo:
«Amigo mío, ¿por qué los grandes dioses se juntan en consejo? Oye el sueño que tuve anoche: Anu, Enlil, Ea y el celestial Samas celebraban consejo y Anu dijo a Enlil: "Porque mataron al Toro del Cielo y a Humbaba", dijo Anu, "uno de ellos, aquel que taló los montes de cedro, debe morir".
Pero Enlil dijo: "¡Enkidu debe morir; pero Gilgamesh no morirá!”
Entonces el celeste Samas respondió al bravo Enlil:
“¿No mataron por orden mía al Toro del Cielo y a Humbaba? ¿Debe ahora el inocente Enkidu perecer?"
Pero Enlil se enfrentó iracundo con el celestial Samas: "Sí, porque, muy semejante a un hombre amigo suyo, tú bajaste y estuviste cada día con ellos"».
Enkidu cayó enfermo ante Gilgamesh. Y mientras sus lágrimas se deslizaban, dijo:
«¡Oh hermano mío, mi querido hermano! ¡A un hermano tenían que perdonar a expensas de otro hermano!» Además:
«¿Tengo yo junto al espíritu de los muertos que sentarme, en la puerta del espíritu, y jamás de nuevo contemplar a mi querido hermano con mis ojos?»
[En una postrera revisión de su existencia, Enkidu parece lamentar los sucesos que le han llevado a tan triste trance, maldiciendo las etapas sucesivas de su vida predestinada. Una de sus maldiciones, conservadas en un fragmento asirio, se dirige contra la puerta que lisió su mano]
Enkidu levantó sus ojos, hablando a la puerta como si fuera humana: «¡Tú, puerta de los bosques, incomprensiva, sin entendimiento! A veinte leguas de distancia elegí tu madera, mucho antes de que contemplara alto el cedro. No tiene igual tu bosque en la tierra. Seis docenas de codos mide tu altura, dos docenas tu ancho. Un maestro de artífices de Mppur te construyó. Si hubiese sabido, oh puerta, que esto sucedería, hubiese enarbolado el hacha y hubiese colocado un marco de caña sobre ti!»
[Enkidu, prosiguiendo su amargo balance, invoca la maldición de Samas sobre el cazador]
«¡Destruya su riqueza, disminuya su poder! Sea su camino repugnante en tu presencia. Escapen las bestias que quiera apresar delante de él. ¡No consiga el cazador la plenitud de su corazón!»
Después su corazón urgiole a maldecir a la ramera:
“¡Ea, moza!, decretaré tu destino, ¡un destino que no concluirá en toda la eternidad! Te maldeciré con maldición grande, con un juramento cuyas consecuencias funestas pronto te abrumarán. La maldición se arrojará en tu casa. El camino será tu morada, la sombra de la pared tu paradero, los fatuos y los sedientos herirán tu mejilla”.
Cuando Samas oyó estas palabras de su boca, sin dilación le gritó desde el cielo:
«¿Por qué, oh Enkidu, maldices a la ramera, que te hizo comer manjares dignos de la divinidad y te dio vino propio de la realeza, que te vistió con nobles ropas y te hizo poseer al noble Gilgamesh por compañero? ¿Y Gilgamesh, tu amigo cordial, no te ofreció un lecho preclaro? Te hizo ocupar un lecho de honor, te colocó en el asiento de la holgura, en el asiento de la izquierda. ¡Para que los príncipes de la tierra besaran tus plantas! Hará que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo alegre gima por ti. Y, cuando te hayas ido, su cuerpo de pelo intenso cubrirá, pondrase una piel de león y errará por la estepa».
Cuando Enkidu oyó las palabras del valiente Samas, su corazón vejado se aquietó. Tranquilizándose, Enkidu cambia su maldición en bendición y habla de nuevo a la muchacha:
«Así vuelva todo a su lugar. Reyes, príncipes y nobles te amarán. Ninguno por ti se golpeará el muslo. Por ti el anciano meneará su barba, el joven desceñirá su cinto y serás adornada con cornerina, lapislázuli y oro. Así sea retribuido. Quien te mancille, quede su casa vacía y su colmado almacén. A la presencia de los dioses el sacerdote te permitirá entrar y por ti se abandonará la esposa, aunque sea madre de siete».
Enkidu, cuyo humor es sombrío, yace a solas. Aquella noche comunica sus sentimientos a su amigo:
«Amigo mío, vi un sueño anoche: los cielos gemían y la tierra respondió; yo estaba solo. La faz del cielo se oscureció y un monstruo apareció volando; como las garras del águila eran sus zarpas; me dominó, y saltando encima mío me sumergió en el polvo y me transformó de manera que mis brazos eran como los de un ave. Mirándome, me guía a la Casa de las Tinieblas, la mansión de Irkalla, casa que no abandona quien entró en ella por el camino que no tiene regreso; a la casa cuyos habitantes carecen de luz, donde el polvo es una vianda y la arcilla un manjar y todos están pergeñados como pájaros, con alas por vestiduras y sin luz por siempre, porque residen en la oscuridad.
En la Casa del Polvo, en que había entrado, contemplé gobernantes sin sus coronas; vi príncipes y nacidos para la corona que habían regido la tierra desde días antiquísimos. ¡Estos dobles de Anu y Enlil servían carnes asadas, servían pasteles y escanciaban agua fresca de los odres! En la Casa del Polvo en que había entrado reside el sumo sacerdote y el acólito, reside el encantador y el extático, residen los lavadores y ungidores de los grandes dioses. Reside Etanal, reside Sumuqan. Ereskigal vive allí, reina del submundo, y Belit-Seri, registrador del mundo inferior, se arrodilla ante ella. Ella mantiene una tablilla y la lee y levantando su cabeza, me contempla diciendo:
"¿Quién trajo a éste aquí?" [...]
Los augurios eran desfavorables y el día en que vio el sueño, abatido quedó Enkidu. Un día, un segundo día. El sufrimiento de Enkidu en el lecho aumenta. Un tercer día, un cuarto día. Un quinto día, un sexto y un séptimo; un octavo, un noveno y un décimo día. El sufrimiento de Enkidu, en el lecho, aumenta. Un undécimo y un duodécimo día. Abatido está Enkidu en su lecho de dolor.
Al fin llamó a Gilgamesh y le dijo:
"Amigo mío, ¡me ha maldecido! No moriré como el que cae en batalla, pues temí en esta lucha. Amigo mío, el que muere en la batalla es bendecido, pero yo no"»
Al primer resplandor del alba Gilgamesh dijo a su amigo:
«Enkidu, tu madre una gacela, un onagro tu padre, te engendraron. Aquellos cuya señal son sus colas te criaron, y el ganado de la llanura y de todos los pastos. ¡Ojalá las huellas de Enkidu en el Bosque de los Cedros lloren por ti, jamás callen noche y día! Así los mayores de la amplia y amurallada Uruk lloren por ti. Llore por ti el dedo que se extienda detrás de nosotros bendiciendo. Llore por ti y despierte ecos en la campiña como si fuera tu madre. Llore por ti oso, hiena, pantera, tigre, ciervo, leopardo, león; bueyes, venado, cabra montesa y las criaturas salvajes del llano. Llore por ti el río Ula por cuyas riberas solíamos pasear. Llore por ti el puro Éufrates, del que sacábamos agua para el odre. Lloren por ti los guerreros de la amplia y amurallada Uruk donde matamos el Toro celeste. Llore por ti quien ensalzó tu nombre. Llore por ti quien proporcionó grano para tu boca. Llore por ti quien puso ungüento en tu espalda. Llore por ti quien puso cerveza en tu boca. Llore por ti la meretriz que te ungió con aceite fragante. Llore por ti la mujer del harén que se llevó el anillo de tu elección. ¡Lloren los hermanos por ti como hermanas y crezca larga su cabellera por ti!»
«¡Oídme, oh ancianos, y prestadme atención! Por Enkidu, mi amigo, lloro, gimiendo amargamente como una plañidera. El hacha de mi costado, confianza de mi mano, el puñal de mi cinto, el escudo delante de mí, mi túnica de fiesta, mi más rico tocado ¡un demonio perverso apareció para arrebatármelo!
¡Oh mi amigo pequeño, tú cazaste el onagro de las colinas, la pantera del llano! ¡Enkidu, mi amigo pequeño, cazaste el onagro de las colinas, la pantera del llano! ¡Nosotros que vencimos todas las cosas y escalamos los montes, que prendimos al Toro celeste y lo matamos, que afligimos a Humbaba, que vivía en el Bosque de los Cedros. ¿Cuál es el sueño que se adueñó de ti? ¡Ignoras y no me oyes!»
Pero no levanta sus ojos; tocó su corazón y no late. Entonces veló a su amigo como una desposada, arrebatado cerca de él como un león, como una leona privada de sus cachorros. Va y viene ante el lecho, arrancándose el pelo y esparciéndolo... ¡Desgarrando y diseminando su atuendo como si estuviera impuro! Entonces, al primer arrebol del alba, Gilgamesh envió un pregón al país:
«Oh forjadores y batidores de cobre, orífices, lapidarios: ¡Haced a mi amigo una digna tumba!» Y mandó hacer una estatua para su amigo; de lapislázuli es su pecho, de oro su cuerpo...».
«Un lecho de honor te hice ocupar, te coloqué en el asiento de la holgura, en el asiento de la izquierda, para que los príncipes de la tierra besaran tus pies. Haré que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo alegre gima por ti. Y, cuando te hayas ido, cubriré mi cuerpo de pelo intonso y, vistiendo una piel de león, erraré por la estepa.»
Al primer arrebol del alba, Gilgamesh aflojó su banda; sacó una ancha mesa de madera elammaqu, llenó de miel una jarra de cornerina y de requesón una jarra de lapislázuli, y lo expuso todo al sol por Enkidu, su amigo. Gilgamesh llora sin duelo, mientras vaga por el llano: «Cuando muera, ¿no seré como Enkidu? El espanto ha entrado en mi vientre. Temeroso de la muerte, recorro sin tino el llano. Hacia Utnapishtim, hijo de Ubar-Tutu. Para avanzar velozmente he emprendido el camino. Al llegar de noche a los pasos de la montaña, vi el león y me amedrenté. Levanté mi cabeza hacia Sin para rezar. Hacia dioses favorables fueron mis plegarias”.
De noche, mientras reposaba, despertose del sueño. Había hombres-escorpiones jubilosos y llenos de vida. Enarboló el hacha en su mano, tiró del puñal de su cinto. Como una flecha descendió entre ellos, los hirió y los acuchilló.
[Gilgamesh atraviesa con éxito las tinieblas de la cordillera de Masu, custodiada por hombres escorpiones. Gilgamesh va progresando en su búsqueda de la inmortalidad]
Gilgamesh caza fieras para alimentarse. Con sus pieles se viste y come su carne. Samas estaba perturbado, como le correspondía; le dice: «Gilgamesh, ¿a dónde vas errante? La vida que persigues no hallarás.»
Gilgamesh le dice al valiente Samas:
«Después de andar y errar por la estepa, ¿descansará mi cabeza en el corazón de la tierra para dormir a través de todos los años? ¡Deja que mis ojos contemplen el sol, a fin de que me sacie de luz! La oscuridad se retira cuando hay luz suficiente. ¡Ojalá el que esté en verdad muerto vea aún el resplandor del sol!»
[Gilgamesh encuentra a Siduri, la cervecera]
«Aquel que conmigo soportó todas los trabajos, Enkidu, a quien yo amaba entrañablemente, que conmigo soportó todas las labores, ¡ha conocido el destino de la humanidad! Día y noche he llorado por él: no le entregué para que le sepultasen. Por si mi amigo se levantaba ante mi lamento permanecí siete días y siete noches, hasta que un gusano se deslizó de su nariz. Desde su fallecimiento no encontré vida y he vagado como un cazador por en medio del llano. Oh cervecera, ahora que he visto tu rostro, no consientas que vea la muerte que constantemente temo.»
Y la cervecera le dijo:
«Gilgamesh, ¿a dónde vas errante? No hallarás la vida que persigues. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida para sus propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Cada día celebra una fiesta regocijada, ¡día y noche danza tú y juega! Procura que tus vestidos sean flamantes, lava tu cabeza y báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano, ¡que tu esposa se deleite en tu seno, pues ésa es la tarea de la humanidad!» [...]
En su cólera los destroza. Cuando regresa, sube a él. Sursunabu sus ojos contempla. Sursunabu le dice a Gilgamesh:
«Dime tú, ¿cuál es tu nombre ? Soy Sursunabu, de Utnapishtim el lejano».
Gilgamesh le contesta:
«Gilgamesh es mi nombre: él vino de Uruk-Eanna y atravesó los montes. Un viaje muy largo, hasta donde el sol se alza. Oh, Sursunabu, ahora que he visto tu rostro, muéstrame a Utnapishtim el Lejano».
[Encuentro con Siduri y con Sursunabu y relato de la travesía a través de las Aguas de la Muerte hasta la vivienda de Utnapishtim]
Gilgamesh dijo a Utnapishtim:
«Para poder llegar a contemplar a Utnapishtim, a quien llaman el Lejano, recorrí y anduve por todos los países, atravesé montes abruptos y crucé todos los mares. Mi faz no se sació de dulce sueño y me exasperé con el insomnio; llené mis coyunturas de infortunio. No había alcanzado la casa de la cervecera, cuando mi ropa estaba gastada. Maté osos, hienas, leones, panteras, tigres, ciervos y cabras montesas, bestias salvajes y lo que repta por el llano. Sus carnes comí y sus pieles ceñí alrededor de mi cuerpo».
Habla Utnapishtim:
«¿Construimos una casa para siempre? ¿Sellamos contratos para siempre? ¿Los hermanos dividen porciones para siempre? ¿Persiste para siempre el odio en la tierra? ¿Acaso el río siempre crece y causa inundaciones? La libélula abandona su vaina para que su cara no pueda mirar sino la cara del sol. Desde los días de antaño no hubo permanencia. ¡Los que descansan y los muertos qué iguales son! ¿No componen la misma imagen de la muerte el plebeyo y el noble, cuando se hallan próximos a su destino? Los Anunnaki, los grandes dioses, se congregan; Mammetum, hacedor del destino, con ellos decreta el destino: muerte y vida determinan. Pero de la muerte los días no se revelan».
Gilgamesh le dijo, a Utnapishtim el Lejano:
«Cuando te miro, Utnapishtim, tus rasgos no son extraños; incluso como yo eres. Tú no eres extraño; antes bien, como yo eres. ¡Mi mente te había imaginado como resuelto a batallar, pero descansas indolente sobre tu espalda! Dime, ¿cómo te sumaste a la asamblea de los dioses en tu busca de la vida?»
Utnapishtim contestó así a Gilgamesh:
«Te descubriré, Gilgamesh, una materia oculta y te diré un secreto de los dioses: Suruppak --ciudad que tú conoces y que en las riberas del Éufrates está situada-, esa ciudad era ya antigua como los mismos dioses de su interior cuando las mentes de los grandes dioses se inclinaron a suscitar el diluvio. Estaban allí Anu; su padre, el valiente Enlil; su consejero, Ninurta; su asistente, Ennuge; su irrigador, Ninigiku-Ea. Entonces oí estas palabras de Ea dirigidas a mi choza de cañas:
"¡Choza de cañas, choza de cañas! ¡Pared, pared! ¡Choza de cañas, escucha! ¡Pared, vibra! Hombre de Suruppak, hijo de Ubar-Tutu, ¡demuele esta casa y construye una nave! Renuncia a las posesiones y busca la vida. ¡Desiste de los bienes mundanos y mantén el alma viva! A bordo de la nave lleva la simiente de todas las cosas vivas. Habrá que medir las dimensiones del barco que construirás: igual será su amplitud y su longitud y lo techarás como el Apsu".
Entendí y dije a Ea, mi señor:
"He aquí, mi señor, lo que así ordenaste y tendré a honra ejecutar. Pero, ¿ qué contestaré a la ciudad, a la gente y a los ancianos ?"
Ea abrió su boca para hablarme a mí, su servidor:
-En tal caso, les hablarás así: "He sabido que Enlil me es hostil, de modo que no puedo residir en vuestra ciudad, ni poner mi pie en territorio suyo. Por tanto, a lo profundo bajaré, para vivir con mi señor Ea. Pero sobre vosotros derramará la abundancia, los pájaros selectos y los más excelentes peces. La tierra se colmará de riqueza de cosechas. Aquel que en el ocaso ordena las vainas verdes, verterá sobre vosotros una lluvia de trigo".
Al primer resplandor del alba, la tierra se juntó a mi alrededor. Los pequeños llevaban brea, al paso que los grandes transportaban el resto de lo necesario. Al quinto día tendí su maderamen. Un acre entero era el espacio de su suelo, diez docenas de codos la altura de cada pared, diez docenas de codos cada borde del cuadrado puente. Preparé los contornos y lo ensamblé. Lo proveí de seis puentes, dividiéndolo así en siete partes. El plano de su piso dividí en nueve partes. Clavé desaguaderos en él. Me procuré pértigas y acopié suministros. Seis medidas "sar" de betún eché en el horno. Tres "sar" de asfalto también en el interior y tres "sar" de aceite los portadores de cestas transportaron, aparte de un "sar" de aceite que la calafateadura consumió y los dos "sar" de aceite que el barquero estibó. Bueyes maté para la gente y sacrifiqué ovejas cada día. Mosto, vino rojo, aceite y vino blanco di a los trabajadores para beber, como si fuera agua del río, para que celebrasen como en el Día del Año Nuevo. Abrí ungüento, aplicándolo a mi mano. Al séptimo día el barco estuvo completo.
La botadura fue ardua, hasta el punto de que hubieron de cambiarse las planchas de encima y de debajo hasta que dos tercios de la estructura entraron en el agua. Cuanto tenía cargué en él: cuanta plata y oro y cuantos seres vivos tenía cargué. Toda mi familia y parentela hice subir al barco. Las bestias y las salvajes criaturas de los campos. Todos los artesanos hice subir a bordo asimismo. Samas me había fijado un tiempo:
"Cuando aquel que ordena la intranquilidad nocturna envíe una lluvia de tizón ¡sube a bordo y clava la entrada!. Ese tiempo señalado llegó: "Aquel que ordena la intranquilidad nocturna envía una lluvia de tizón". Contemplé la apariencia del tiempo: era espantoso de ver. Subí al barco y clavé la entrada. Para clavar el barco entero, cedí la estructura con su contenido a Puzur-Amurri, el barquero.
Al primer resplandor del alba, se alzó una nube negra desde el horizonte. En su interior Adad truena, mientras Sullat y Hanis van delante, moviéndose como heraldos sobre colina y llano. Erragal arranca los postes; avanza Mnurta y hace que los diques sigan.
Los Anunnaki levantan las antorchas, encendiendo la tierra con su fulgor. La consternación debida a Adad llega a los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz. La vasta tierra se hizo añicos como una perola. Durante un día la tormenta del sur sopló acumulando velocidad a medida que bufaba sumergiendo los montes, atrapando a la gente como en una batalla. Nadie ve a su prójimo, no puede reconocerse la gente desde el cielo. Los dioses se aterraron del diluvio, y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anul. Los dioses se agazaparon como perros, acurrucados contra el muro exterior. Istar gritó como una mujer en sus dolores y la señora de dulce voz de los dioses gime:
"Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla, porque hablé maldad en la Asamblea de los dioses. ¿Cómo pude hablar maldad en la Asamblea de los dioses, ordenando batalla para destrucción de mi gente, cuando yo misma di a luz a mi pueblo? ¡Cómo el desove de los peces llena el mar!"
Los dioses Anunnaki lloran con ella, los dioses, humildemente, están sentados y lloran, con los labios apretados, uno y todos. Seis días y seis noches sopla el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, la tormenta del sur transportadora del diluvio amainó en la batalla que había reñido como un ejército: el mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado chato.
Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Inclinándome muy bajo, senteme y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: en cada catorce regiones emergía una comarca montañosa. En el Monte Nisir el barco se detuvo. El monte mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un primer día, un segundo día, mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto día, mantuvo sujeta la nave impidiéndole el movimiento. Y al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó puesto que no había descansadero visible. Entonces envié y solté una golondrina. La golondrina se fue, pero regresó puesto que no había descansadero visible. Después envié y solté un cuervo, que se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se cierne, grazna y no regresa. Entonces dejé salir todo a los cuatro vientos y ofrecí un sacrificio. Vertí una libación en la cima del monte. Siete y siete vasijas para culto preparé y sobre sus trípodes amontoné caña, cedro y mirto. Los dioses olieron el dulce sabor y se apiñaron como moscas en torno al sacrificante. Cuando, al fin, la gran diosa llegó, alzó las grandes joyas que Anu había labrado a su antojo:
"Dioses, tan cierto como este lapislázuli está en mi cuello, no olvidaré estos días y los recordaré sin olvidarlos jamás. Vengan los dioses a la ofrenda; pero no acuda Enlil porque sin razón causó el diluvio y a mi pueblo condenó a la destrucción".
Cuando finalmente llegó Enlil y vio el barco, montó en cólera y le invadió la ira contra los dioses Igigi:
"¿Escapó algún alma viva? ¡Ningún hombre debía sobrevivir a la destrucción !"
Ninurta abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil:
"¿Quién, salvo Ea, puede maquinar proyectos? Sólo Ea conoce todo".
Ea abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil: "Tú, el más sabio de los dioses, tú, héroe, ¿cómo pudiste, irrazonablemente, causar el diluvio? ¡Al pecador impón sus pecados, al transgresor impón su transgresión! ¡Sin embargo, sé benévolo para que no sea cercenado! ¡Sé paciente para que no sea desplazado! En lugar de traer tú el diluvio, ojalá un león hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un lobo hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un hambre hubiera surgido para menguar la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá una pestilencia hubiera surgido para herir a la humanidad! No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses. Dejé que Atrahasis viese un sueño, y percibió el secreto de los dioses. ¡Reflexiona ahora en lo que le atañe!"
A esto Enlil subió a bordo del barco. Cogiéndome de la mano, me subió a bordo. Subió mi mujer a bordo e hizo que se arrodillara a mi lado. De pie entre nosotros, tocó nuestras frentes para bendecirnos:
"Hasta ahora Utnapishtim fue tan sólo humano. En adelante Utnapishtim y su mujer serán como nosotros dioses. ¡Utnapishtim residirá lejos, en la boca de los ríos!"
Así me cogieron y me hicieron residir lejos, en la boca de los ríos. Pero ahora, ¿quién por ti convocará los dioses a la Asamblea, para que encuentres la vida que buscas? ¡Ea!, no concilies el sueño durante siete días y siete noches».
Mientras allí se sienta sobre sus nalgas, el sueño le aventa como el torbellino.
Utnapishtim dice a ella, a su esposa:
«¡Contempla a este héroe que busca la vida! El sueño le envuelve como una niebla».
Su esposa dice a él, a Utnapishtim el Lejano:
«Tócale para que el hombre despierte, para que regrese salvo por el camino que le trajo, para que por la puerta que salió pueda regresar a su país».
Utnapishtim dice a ella, a su esposa:
«Puesto que engañar es humano, él procurara engañarte. Anda, prepara obleas para él, ponlas junto a su cabeza, y señala en la pared los días que duerme».
Elaboró para él obleas, púsolas junto a su cabeza y señaló en la pared los días que dormía. La primera oblea se ha secado. La segunda se estropeó, la tercera está húmeda; la superficie de la cuarta blanquea; la quinta se cubre de moho, la sexta aún conserva su color reciente; la séptima, en cuanto le tocó, despertose el hombre.
Gilgamesh dijo a él, a Utnapisthim el Lejano:
«¡Apenas el sueño me ha invadido, cuando me tocas y me despiertas!»
Utnapishtim dice a él, a Gilgamesh:
«Vamos, Gilgamesh, cuenta tus obleas, que los días que dormiste sean conocidos de ti: tu primera oblea se ha secado, la segunda se estropeó, la tercera está húmeda; la superficie de la cuarta blanquea; la quinta se cubre de moho, la sexta aún conserva su color reciente. La séptima... -en este instante te despertaste-».
Gilgamesh dijo a él, a Utnapishtim el Lejano:
«¿Qué haré, Utnapishtim; adónde iré, ahora que el Despojador hace presa en mis miembros? En mi alcoba asecha la muerte, ¡y doquiera que pongo mi pie está la muerte!»
Utnapishtim dice a Urshanabi, el barquero:
«Urshanabi, ¡así no tenga contento el puerto en ti, así el lugar de travesía renuncie a ti! ¡A aquel que vaga en su playa, niégasela! Y conduce al hombre que trajiste aquí, cuyo cuerpo está cubierto de suciedad y cuyas pieles desfiguraron la gracia de sus miembros al lugar del baño. Que se libre de su suciedad con agua limpia como la nieve, que se despoje de sus pieles y el mar las arrastre, que la belleza de su cuerpo se pueda ver. Haz que renueve la banda de su cabeza, deja que se ponga un manto para vestir su desnudez, que llegue a su ciudad, que concluya su viaje. ¡Así su manto no tenga color de moho, siendo totalmente nuevo!»
Urshanabi le llevó y condujo al lugar del baño. Se lavó la suciedad con agua limpia como la nieve. Se despojó de sus pieles y el mar las arrastró para que la belleza de su cuerpo se viese. Renovó la banda que ceñía su cabeza y se puso un manto para vestir su desnudez y para que llegase a su ciudad y concluyese su viaje. El manto no tenía color de moho y era totalmente nuevo.
Gilgamesh y Urshanabi subieron a la barca, lanzaron la barca a las olas y zarparon.
Su esposa dice a Utnapishtim el Lejano:
«Gilgamesh vino aquí, penando y esforzándose. ¿Qué le entregarás para que regrese a su tierra?»
A aquello, él, Gilgamesh, levantó su pértiga para acercar la barca a la playa.
Utnapishtim le dijo a Gilgamesh:
«Gilgamesh, viniste aquí, penando y esforzándote. ¿Qué te entregaré para que regreses a tu tierra? Revelaré, oh Gilgamesh, una cosa oculta y un secreto de los dioses te diré: esta planta es como el cambrón. Sus espinas pincharán tus manos como la rosa. Si tus manos obtienen esta planta, hallarás nueva vida».
En cuanto Gilgamesh oyó esto, ató piedras pesadas a sus pies y le bajaron a lo profundo del mar y vio la planta. La arrancó, aunque pinchó sus manos. Cortó las piedras pesadas de sus pies y el mar le lanzó a la orilla.
«Urshanabi, esta planta es una planta aparte, por la que un hombre puede reconquistar el aliento de su vida. La llevaré a la amurallada Uruk y haré comer la planta. Su nombre será "El hombre se hace joven en la senectud". Yo mismo la comeré y así volveré al estado de mi juventud».
Después de veinte leguas comieron un bocado y después de treinta leguas más se prepararon para la noche. Gilgamesh vio un pozo cuya agua era fresca. Bajó a bañarse en el agua. Una serpiente olfateó la fragancia de la planta, salió del agua y la arrebató. Al retirarse mudó de piel.
A esto Gilgamesh se sienta y llora: las lágrimas se deslizan por su cara. Cogió la mano de Urshanabi, el barquero:
«¿Para quién, Urshanabi, mis manos trabajaron? ¿Por quién se gasta la sangre de mi corazón? No obtuve una merced para mí. ¡Para el león de tierra logré una merced! ¡Y la marea la llevará a veinte leguas de distancia! Hallé lo que se había puesto como señal para mí: ¡me retiraré y dejaré la barca en la orilla!» Después de veinte leguas comieron un bocado, después de treinta leguas más se prepararon para la noche cuando llegaron a al amurallada Uruk. Gilgameshh dijo a Urshanabi, el barquero:
"Anda, Urshanabi, ve a las almenas de Uruk. Inspecciona la terraza, examina sus ladrillos, si su obra no es de ladrillo vitrificado y si los sabios no echaron sus cimientos. Un ‘sar' es ciudad, un ‘sar' huertos, un ‘sar' tierra marginal; además, el recinto del Templo de Ishtar. Tres ‘sar' y el recinto incluida Uruk".
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