martes, 6 de marzo de 2007

EL REINADO DE SATURNO, Virgilio

El reino de Saturno vuelve (Bucólica IV, dedicada a Asinio Polión) Los cristianos medievales interpretaron que este niño no era Octavio Augusto, el primer emperador, ni un hijo de Asinio Polión, sino Jesús de Nazaret, que vendría a instaurar un novus ordo. Y las coincidencias son asombrosas, por lo cual Virgilio fue tenido por un mago y adivino en la Edad Media, de suerte que Dante Alighieri lo escogió por sabio y brujo compañero en su Commedia. Aquí traigo dos traducciones, la primera en hexámetros sueltos con cláusula final:

I

Cantemos, ¡oh Sicilianas Musas!, mayores asuntos;
pues no a todos deleitan las florestas ni los tamarindos humildes:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul.

Ya viene la última era de los versos de Cumas:  
ya nace, de lo profundo de los siglos, un magno orden.  

Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; [Virgo, la diosa de la justicia Astrea; el Siglo de Oro]
ya desciende del alto cielo una nueva progenie.

Tú, el ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro
termina, y surge en todo el mundo la nueva de oro,
se propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolo.

Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,
¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,
tú conduciendo. Y si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,
nulos a perpetuidad los harán, por miedo, las naciones.

Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá
mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;
con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.

Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.

Henchidas de leche las ubres, volverán al redil
por sí solas las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.
de tu misma cuna brotarán para ti acariciantes flores.

Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba
morirá; por doquier nacerá el amomo asirio.

Cuando puedas leer las alabanzas de los héroes
y las hazañas de tus padres, y saber qué es la virtud,
amarillearán en los lentos campos las blandas espigas,
rosadas uvas penderán de las incultas zarzas,
y los duros robles sudarán un rocío de miel. 

Con todo persistirán las huellas de las viejas maldades,
cuyas naves ofenderán a Tetis, cuyos muros ceñirán
ciudades, cuyos surcos hincarán todavía la tierra.

Habrá entonces otro Tifis: otra Argos conducirá
a selectos héroes; habrá también otras guerras,
y de nuevo se lanzará sobre Troya el gran Aquiles.

Después, cuando alcances la edad viril plena,
el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño
no mercará los bienes: todo campo surtirá todas las cosas.

No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada
y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes.

No aprenderá la lana a mentir con variados colores;
antes bien, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea,
mudará el morueco en los prados su suave vellón;
por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace.

"¡Rodad tales siglos!", dijeron a sus husos las Parcas,
acordes con la inmutable voluntad de los Hados.

¡Lánzate a estos altos honores! Cumplido está el tiempo,
¡oh progenie amada de los dioses! ¡Oh magno vástago de Jove!

¡Contempla cómo bajo la celeste bóveda se inclinan los astros
y las tierras y el vasto mar y el profundo cielo!

¡Contempla como el siglo venturo regocija todas las cosas! 

¡Oh! ¡Que mis últimos años sean tan largos
y me alcance el aliento para cantar tus hazañas!
No vencerán mis versos ni el tracio Orfeo, ni Lino,
aún si la madre a aquel y el padre a este asistieron,
Calíope a Orfeo, y a Lino el hermoso Apolo.

También Pan, si compitiera conmigo, juzgando la Arcadia,
también a Pan declararía vencido el juicio de la Arcadia.

Comienza ¡oh muchachito! a conocer a tu madre por la sonrisa:
por diez meses un largo fastidio acompañó a tu madre.

Comienza ¡oh muchachito! A quien no sonríen sus padres,
no le otorga su mesa el dios, ni reposar con la diosa.

II

Cantemos, ¡oh Musas! un asunto más grande. No a todos gustan los vergeles y los tamarindos humildes. Si cantamos a las selvas, sean las selvas dignas de un cónsul.

Ya ha llegado la última edad que anunció la profecía de Cumas. La gran hilera de los siglos empieza de nuevo. Ya vuelve también la Virgen, el reino de Saturno vuelve. Ya se nos envía una nueva raza del alto cielo. Únicamente, a ese niño que nace, con quien terminará por fin la edad de hierro y surgirá la edad de oro para todo el mundo, tú, casta Lucina, ampáralo: ya reina tu Apolo. Justamente en tu consulado, el tuyo, Polión, llegará tal gloria del tiempo y empezarán a marchar los grandes meses. Bajo tu guía, si alguna huella de nuestro pasado queda, se borrará, librando a las tierras de su miedo eterno. Él tendrá la vida de los dioses y verá a los héroes mezclados entre los dioses, y él, a su vez, será visto por ellos. Y gobernará el orbe pacificado por las virtudes de su padre.

Ahora bien, como primeros regalillos, niño, la tierra sin ninguna labranza derramará por doquier para ti hiedras errantes, así como hierba bácara, y hojas de colocasias enredadas con cardos risueños. Las cabras volverán a casa solas con las ubres hinchadas de leche, y las vacas no temerán a los grandes leones; por sí sola la cuna derramará para ti blandas flores. Morirá también la serpiente; la hierba que engaña con el veneno morirá también; por todas partes nacerá el amomo asirio.

Mas así que puedas leer las glorias de los héroes y las gestas de tu padre, y saber qué es el valor, poco a poco irá amarilleando el campo con la blanda espiga, de los zarzales bravíos colgará el racimo rojizo y las duras encinas destilarán el rocío de la miel.

Sin embargo, subsistirán unas pocas huellas del yerro primitivo, que manden tentar a Tetis con los barcos, ceñir plazas con murallas, hender surcos en la tierra. Habrá entonces un segundo Tifis y una segunda Argos que transporte a los héroes elegidos; habrá también otras guerras segundas y otra vez se enviará a Troya un gran Aquiles. Luego, cuando ya la edad robusta te haga un hombre, el propio pasajero renunciará al mar, y el pino naval no cambiará mercancías. Toda tierra dará de todo. El suelo no sufrirá a los rastrillos, ni la viña las hoces; el forzudo labrador desuncirá entonces también los toros del yugo. La lana no aprenderá a fingir colores variados, sino que el propio carnero, en los prados, cambiará sus vellones ora con púrpura suavemente roja, ora con amarillo azafrán; de su grado el color escarlata teñirá a los corderos en el pasto. «Aprisa, hilad tales siglos», dijeron a sus husos las Parcas, de acuerdo con la voluntad inmutable de los hados.

Entra en los grandes oficios (ya llega el momento), oh vástago querido de los dioses, magna semilla de Júpiter. Mira el mundo que te hace señal con el peso de su bóveda, y las tierras, los trechos del mar, el cielo profundo; mira cómo todo se alegra con el siglo que está al llegar. ¡Ojalá me reste para entonces la última parte de una vida larga y el aliento suficiente para narrar tus hazañas! No ha de vencerme a cantar ni Orfeo de Tracia, ni Lino, aunque al uno le asista la madre, y al otro el padre, a Orfeo, Calíope, a Lino, el hermoso Apolo. Incluso si Pan compartiese conmigo, ante el juicio de la Arcadia, Pan incluso confesaría que ha sido vencido, ante el juicio de la Arcadia.

Empieza, niño pequeño, a conocer a tu madre riéndole (a tu madre diez meses trajeron largos hastíos); empieza, niño pequeño: al que no le han reído los padres, no lo convida a su mesa el dios ni la diosa a su lecho.

ENEIDA, ANTOLOGÍA, Virgilio

Canto las hazañas y al héroe (Eneida I 1-11)

Canto las hazañas y al héroe que, huyendo por imposición del destino, fue el primero en llegar desde las costas de Troya a Italia y a las costas de Lavinio. Lanzado durante mucho tiempo por tierra y mar por la violencia de los dioses del Olimpo a causa de la cólera siempre viva de la cruel Juno, fue víctima también de numerosos sufrimientos en la guerra hasta poder llegar a fundar una ciudad e introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los Padres de Alba y los muros de la altiva Roma.

Musa, recuérdame las causas: por qué ofensa a su divinidad, o por qué motivo de dolor, la reina de los dioses empujó a un héroe que se distinguía por su piedad a sufrir tantas desventuras y a afrontar tantos sufrimientos. ¿De tan profundo rencor están poseídos los espíritus de los dioses celestes?

Todos enmudecieron (Eneida II 1-13)

Todos enmudecieron y atentos mantenían el rostro fijo en él.
Entonces desde su alto diván el padre Eneas comenzó a hablar así:
«Imposible expresar con palabras, reina, la dolorosa historia que me mandas reavivar:
cómo hundieron los dánaos la opulencia de Troya y aquel reino desdichado,
la mayor desventura que llegué a contemplar
y en que tomé yo parte considerable.
¿Qué mirmidón o dólope o soldado de Ulises, el del alma de piedra,
contando tales cosas lograría poner freno a sus lágrimas?
Además ya va la húmeda noche bajando con presura desde el cielo
y las estrellas que se van poniendo nos invitan al sueño.
Pero si tantas ansias sientes por conocer nuestras desgracias
y escuchar en contadas palabras la agonía de Troya,
por más que recordarlo me horroriza y rehúye su duelo, empezaré.»

Muerte de Laocoonte (Eneida II 201-227)

Entonces otro espectáculo más imponente y mucho más terrible se ofrece a los míseros troyanos y turba sus corazones desprevenidos. Laocoonte, designado por sorteo sacerdote de Neptuno, se encontraba sacrficando ante los altares en los que se celebran solemnes sacrificios un toro de gran tamaño. He aquí que desde Ténedos, a través de la tranquila supefficie del mar, (me horrorizo al narrarlo) dos serpientes se tienden con inmensos anillos sobre el piélago y a un tiempo se dirigen a la orilla. Sus pechos erguidos en medio del oleaje y sus crestas sanguíneas sobresalen por encima de las olas, el resto de su cuerpo por detrás recorre el mar y enroscándose arquea sus inmensos lomos. En las aguas espumeantes se produce un chapoteo. Y ya habían alcanzado la ribera y con sus ojos ardientes ínyectados de sangre y fuego lamían con sus lenguas vibrantes sus silbantes bocas. Ante aquella visión huimos exangües. Ellas, siguiendo una trayectoria fija, se dirigen a Laocoonte; y primero ambas serpientes rodeando los pequeños cuerpos de sus dos hijos se enroscan y devoran con su mordisco sus miseros miembros; a continuación se apoderan del propio Laocoonte, que acude precipitadamente en ayuda de aquéllos con las flechas en la mano, y le sujetan describiendo enormes roscas; después de rodear dos veces su cuerpo por la mitad y de enroscar por dos veces en torno a su cuello sus espaldas cubiertas de escamas, sus cabezas y sus enhiestas cervices sobresalen por encima. El intenta desgarrar con las manos sus nudos; sus cintas sagradas están impregnadas de baba y negro veneno; al mismo tiempo alza hasta los cielos unos gritos horribles semejantes a los mugidos que lanza un toro cuando herido huye del altar y sacude con su cuello el hacha que no ha sido certera. Las dos serpientes deslizándose huyen hacia el templo situado en lo alto, tratan de llegar a la ciudadela de la cruel Tritonia y se refugian bajo los pies de la diosa y bajo el orbe de su escudo.
Encuentro con Helena (Eneida II 567-587)

Ya quedaba yo solo cuando veo a la hija de Tíndaro / que estaba vigilando la entrada en el templo de Vesta, / amparándose a ocultas en el sacro recinto. Las llamas del incendio / me dan la luz según voy caminando sin rumbo, / dirigiendo mi paso la mirada hacia todo. / Ella, Furia común a Troya y a su patria, ser odioso, / temiendo a los troyanos enojados con ella, por la ruina de Pérgamo / a par que la venganza de los dánaos y la cólera de su esposo abandonado, / a ocultas en cuclillas permanecía la lado del altar. / El alma me ardió en ira. Se apoderó de mí un furioso deseo / de vengar la caída de mi patria y tomarme el castigo de su crimen. / «¿Y ésta sin daño alguno volverá, por supuesto, a ver su Esparta / y su natal Micenas y en calidad de reina tornará con el logro de su triunfo / y verá a su marido y su casa, a sus padres y a sus hijos, / rodeada a su vuelta de un nutrido cortejo de troyanas y servidores frigios? / ¿Y para eso ha muerto a hierro Príamo y ha ardido Troya en llamas / y ha rebosado en sangre tantas veces la ribera dardania? / No será. Que si no da renombre glorioso castigar a una mujer / ni la hazaña depara honor alguno, me alabarán al menos por haber exterminado / a un ser abominable y aplicado el castigo merecido. Y sentiré el placer / de haber saciado el fuego de venganza y haber apaciguado / las cenizas de seres queridos para mí».

DESPUÉS DE RECORRER MUCHOS PAÍSES, Catulo

Después de recorrer muchos países
y mares, he llegado, hermano mío,
para asistir a tus exequias tristes,
para rendirte el último tributo
y en vano hablarle
a tus cenizas
mudas, porque el destino te ha apartado
de mi lado a traición, injustamente.
Ahora, toma al menos esta ofrenda,
que según la paterna tradición
se tributa a los muertos, recubierta
por completo de lágrimas fraternas.
Este es mi último adiós, querido hermano.

SI ALGÚN PLACER TIENE EL HOMBRE, Catulo

Si algún placer tiene el hombre que recuerda los favores de antaño, cuando medita que es pío, que ni violó la sagrada confianza ni ningún pacto, ni hizo mal uso del poder de los dioses para engañar a los hombres, entonces muchas felicidades te aguardan preparadas para vos en una larga vida, Catulo, debido a este ingrato amor. Pues cualquier cosa que los hombres puedan decir o hacer en bien de alguien, esto lo hiciste y lo dijiste, todo lo cual pereció al ser confiado a una mente ingrata.

¿Por qué te torturás tanto por este asunto? ¿Por qué no endureces tu espíritu y te retiras de ahí, y, ya que los dioses se oponen, dejas de estar triste? Es difícil echar a un lado súbitamente un largo amor. Es difícil; pero hazlo, sea como fuere. Esta es la única salvación, esto es lo que debes dominar completamente. Hazlo, puedas o no puedas. Dioses, si es propio de ustedes compadecerse o si alguna vez proporcionaron a algunos una última ayuda en el momento mismo de la muerte, préstenme atención, triste de mí, y si viví con pureza, arranquen esta peste y este mal de mí, que deslizándose subrepticiamente como una parálisis en lo hondo de mis miembros arrancó de todo mi pecho la felicidad. No pretendo ya que ella retribuya mi amor, ni que, puesto que no es posible, quiera ser honesta. Deseo curarme yo y hacer a un lado esta funesta enfermedad. ¡Dioses, concédanmelo a mí, por mi piedad!

...Pero sus palabras están escritas en el viento y en el agua rápida...

VIVAMOS, LESBIA MÍA, Catulo

Vivamos, Lesbia mía, y amemos,
que los rumores de los muy severos viejos
todos juntos no valgan ni un céntimo para nosotros.
Los soles pueden morir y renacer,
una vez que muera una breve luz para nosotros,
una única noche eterna nos queda dormir.
dame mil besos, luego cien,
luego otros mil, por segunda vez cien,
después hasta otros mil, luego cien...
luego cuando sumemos muchos miles,
los confundiremos para no saber,
ni para que algún maldito pueda envidiarnos
cuando sepa que son tantos besos.

AQUEL BARQUITO, Catulo

Aquel barquito que veis cuenta, oh huéspedes,
que él fue, de todas, la nave más rápida,
jamás trabada por el traidor leño
flotante. Bien con los remos volar
podía, si era necesario, bien
con las velas de lino.
Y niega que esto niegue la acechante
costa del Adriático, o las Cícladas,
y Rodas la noble y Tracia Propóntida
terrible o el furïoso golfo Póntico,
donde, antes de barquito, fue un tupido
bosque: pues en la cima del Citoro,
con parlante crin, lanzó silbo hermoso.
A ti, Póntica Amastris, en boj rico
Citoro: afirma que fue conocido
por ti y que en su origen último sobre
tu altura se mantuvo firme; aguas
fueron las tuyas en que hundió sus palas.
Y desde allí portó a su señor, ora
viniera diestra o siniestra del alba
la llamada, por tanto mar soberbio;
ora hiriera Júpiter el velamen
con acción favorable.
Y no había hecho votos a los dioses
costeros, cuando de la mar llegó
por fin hasta este cristalino lago.
Pero esos tiempos pasaron y ahora
envejece en recóndita quietud,
dedicándose a ti, gemelo Cástor,
y también a ti, de Cástor gemelo.

ODIO Y AMO, Catulo


Odio y amo. ¿Cómo es posible?, preguntarás acaso.
No lo sé, pero siento que es así, y lo sufro.

lunes, 5 de marzo de 2007

CORO DE ANTÍGONA, Sófocles

De todas las maravillas que hay, la más grande es el hombre.

Puede surcar el mar revuelto y llegar a la opuesta orilla empujado por las rugientes olas.

Fatiga la madre Tierra indómita incansable con el ir y venir de su arado y sus mulas, sacándole cosecha abundante año tras año en esfuerzo sin fin.

Con sus trampas encierra un gentío de pájaros irreflexivos, de animales salvajes y de peces en sus tejidas redes.

Con su ingenio somete a la montaraz alimaña, pone el freno al caballo de abundosa crin y unce
 al toro bravío.

Por sí mismo raudo como el viento aprendió el pensamiento, la palabra y las leyes de la vida social, y aprendió a huir, bajo los flechazos del frío y de la lluvia, de la inhóspita intemperie.

Contra todo halla recursos y remedios y ningún futuro incierto lo supera.

De solo un ser no escapa: de la muerte.


Traducción literal:

Numerosas son las maravillas del mundo;
pero, de todas, la más sorprendente es el hombre.
Él es quien cruza los mares espumosos
agitados por el impetuoso Noto,
desafiando las alborotadas olas
que en torno de él se encrespan y braman.
La más poderosa de todas las diosas,
la imperecedera, inagotable Tierra,
él la cansa año tras año, con el ir y venir de la reja de los arados,
volteándola con ayuda de yuntas de caballos.
El hombre industrioso envuelve en las mallas de sus tendidas
redes y captura a la alígera especie de las aves,
así como a la raza temible de las fieras y a los seres que habitan el océano.
Él, con sus artes se adueña de los animales salvajes y montaraces;
y al caballo de espesas crines lo domina con el freno,
y somete bajo el yugo, que por ambas partes le sujeta,
al indómito toro bravío. Y él se adiestró en el arte de la palabra
y en el pensamiento, sutil como el viento,
que dio vida a las costumbres urbanas que rigen las ciudades,
y aprendió a resguardarse de la intemperie,
de las penosas heladas y de las torrenciales lluvias.
Y porque es fecundo en recursos, no le faltan
en cualquier instante para evitar que en el porvenir le sorprenda
el azar; sólo del Hades no ha encontrado medio de huir,
a pesar de haber acertado a luchar contra las más rebeldes enfermedades,
cuya curación ha encontrado.
Y dotado de la industriosa habilidad del arte,
más allá de lo que podía esperarse,
se labra un camino unas veces hacia el mal y otras hacia el bien,
confundiendo las leyes del mundo
y la justicia que prometió a los dioses observar.
Es indigno de vivir en una ciudad
el que, estando al frente de la comunidad,
por osadía se habitúa al mal.
Que el hombre que así obra no sea nunca
ni mi huésped en el hogar, ni menos amigo mío.

POEMAS, Safo

A una amada

Paréceme a mí que es igual a los dioses el mortal que se sienta frente a ti y, desde tan cerca, te oye hablar dulcemente y sonreír de esa manera tan encantadora.

El espectáculo derrite mi corazón dentro del pecho. Apenas te veo así un instante, me quedo sin voz. Se me traba la lengua. Un fuego penetrante fluye en seguida por debajo de mi piel. No ven nada mis ojos y empiezan a zumbarme los oídos. Me cae a raudales el sudor. Tiembla mi cuerpo entero. Me vuelvo más verde que la hierba. Quedo desfallecida y es todo mi aspecto el de una muerta...



En la distancia

De veras, quisiera morirme. Al despedirse de mí llorando, me musitó las siguientes palabras: "Amada Safo, negra suerte la mía. De verdad que me da mucha pena tener que dejarte." Y yo le respondí: "Vete tranquila. Procura no olvidarte de mí, porque bien sabes que yo siempre estaré a tu lado. Y si no, quiero recordarte lo que tu olvidas: cuantas horas felices hemos pasado juntas. Han sido muchas las coronas de violetas, de rosas, de flor de azafrán y de ramos de aneldo, que junto a mí te ceñiste. Han sido muchos los collares que colgaste de tu delicado cuello, tejidos de flores fragantes por nuestras manos. Han sido muchas las veces que derramaste bálsamo de mirra y un ungüento regio sobre mi cabeza."

Soledad a Media Noche

Se han puesto ya la luna y las pléyades. Es media noche. Pasa el tiempo. Y yo sigo durmiendo sola.

Cuasi Ventus

Amor ha agitado mis entrañas como el huracán que sacude monte abajo las encinas. Viniste. Hiciste bien. Yo te estaba aguardando. Has prendido fuego a mi corazón, que se abrasa de deseo.

Un epigrama

Estas son las cenizas de Timade. Muertas antes de la boda, fue a parar al oscuro tálamo de Perséfone. Y una vez que ella pereció, con un acero recién afilado, todas sus compañeras colocaron aquí como ofrenda la graciosa cabellera de sus cabezas.

ANTOLOGÍA DE LÍRICA HEBREA

Isaías, V, 8-30:

POBRES DE USTEDES, RICOS

[8] ¡Pobres de ustedes que compran todas las casas y van juntando campo a campo! ¿Así que no quedará más lugar y sólo quedarán ustedes en este país?
[9] En mis oídos ha resonado la palabra de Yavé de los Ejércitos: «Han de quedar en ruinas muchas casas grandes y hermosas, y no habrá quien las habite.
[10] Diez cuadras de viña apenas darán un barril de vino, y un quintal de semilla sólo dará un puñado.»
[11] ¡Pobres de aquellos que se levantan muy temprano en busca de aguardiente y hasta muy entrada la noche continúan su borrachera!
[12] Hay cítaras, panderetas, arpas, flautas y vino en su banquete, pero no ven la obra de Yavé ni entienden lo que él está preparando.
[13] A mi pueblo le falta inteligencia, por eso será desterrado. Sus nobles morirán de hambre, y su pueblo perecerá de sed.
[14] Por esto la Muerte ensancha su garganta
y abre su enorme hocico,
allí baja el esplendor de Sión:
con toda la bulla de su gente alegre.
[15] El mortal será doblegado, y cada cual humillado.
[16] Yavé Sabaot será grande en el Juicio,
el Dios Santo al juzgar, mostrará su santidad.
[17] Los corderos pastarán en sus campos desolados
y las manadas vivirán en medio de los escombros.
[18] Desgraciados de aquellos que arrastran su maldad
con la cuerda de sus engaños,
y arrastran el pecado
como los tiros de un carro.
[19] De aquellos que dicen: «Rápido!
Que Yavé haga sus cosas y que las veamos.
¡Que se cumpla el proyecto del Santo de Israel,
que venga para que lo conozcamos!»
[20] ¡Ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien,
que cambian las tinieblas en luz
y la luz en tinieblas,
que dan lo amargo por dulce
y lo dulce por amargo!
[21] ¡Ay de los que se creen sabios
y se consideran inteligentes!
[22] ¡Pobres de los que son valientes para beber vino,
y campeones para mezclar bebidas fuertes,
[23] pero que perdonan al culpable por dinero,
y privan al justo de sus derechos!
[24] Así como las llamas queman el rastrojo
y como el pasto seco se consume en el fuego,
así se pudrirá su raíz
y el viento se llevará su flor junto con el polvo.
Pues han rechazado la ley de Yavé Sabaot
y han despreciado la palabra del Santo de Israel.
[25] Por esto Yavé se enojó con su pueblo
y levantó su mano para pegarle;
los cerros se estremecieron
y los cadáveres quedaron tirados
esparcidos como la basura en las calles.
Pero no se le pasó el enojo,
pues siguió con su mano levantada.
[26] Le hace señas a una nación lejana
y le pega un silbido desde el fin del mundo;
ella ligerito llega con rapidez.
[27] Nadie de los suyos se debilita o se cansa,
ni se queda dormido o se pone a cabecear,
ninguno se suelta los cordones de su zapato.
[28] Sus flechas son muy puntiagudas,
todos sus arcos estirados,
los cascos de sus caballos son como de piedra,
las ruedas de sus carros igual que el huracán.
[29] Tiene un rugido como de leona,
ruge como un cachorro de león,
gruñe y atrapa su presa,
se la lleva y nadie se la quita.
[30] Rugirá contra él, en ese día,
como el bramido del mar.
Al mirar el país sólo se verán tinieblas, angustia,
y luz que desaparece entre las sombras.

SELECCIÓN DE SALMOS

Salmo XXII

[2] Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?
¡Las palabras que lanzo no me salvan!
[3] Mi Dios, de día llamo y no me atiendes,
de noche, mas no encuentro mi reposo.
[4] Tú, sin embargo, estás en el Santuario,
de allí sube hasta ti la alabanza de Israel.
[5] En ti nuestros padres esperaron,
esperaban y tú los liberabas.
[6] A ti clamaban y quedaban libres,
su espera puesta en ti no fue fallida.
[7] Mas yo soy un gusano y ya no un hombre,
los hombres de mí tienen vergüenza
y el pueblo me desprecia.
[8] Todos los que me ven, de mí se burlan,
hacen muecas y mueven la cabeza:
[9] "¡Confía en el Señor, pues que lo libre,
que lo salve si le tiene aprecio!"
[10] Me has sacado del vientre de mi madre,
me has confiado a sus pechos maternales.
[11] Me entregaron a ti apenas nacido;
tú eres mi Dios desde el seno materno.
[12] No te alejes de mí, que la angustia está cerca,
y no hay nadie que pueda ayudarme.
[13] Me rodean novillos numerosos
y me cercan los toros de Basán.
[14] Amenazándome abren sus hocicos
como leones que desgarran y rugen.
[15] Yo soy como el arroyo que se escurre;
todos mis huesos se han descoyuntado;
mi corazón se ha vuelto como cera,
dentro mis entrañas se derriten.
[16] Mi garganta está seca como teja,
y al paladar mi lengua está pegada:
ya están para echarme a la sepultura.
[17] Como perros de presa me rodean,
me acorrala una banda de malvados.
Han lastimado mis manos y mis pies.
[18] Con tanto mirarme y observarme
pudieron contar todos mis huesos.
[19] Reparten entre sí mis vestiduras
y mi túnica la tiran a la suerte.
[20] Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
¡fuerza mía, corre a socorrerme!
[21] Libra tú de la espada mi alma,
de las garras del can salva mi vida.
[22] Sálvame de la boca del león,
y de los cuernos del toro lo poco que soy.
[23] Yo hablaré de tu Nombre a mis hermanos,

Salmo XXIII:

El Señor es mi pastor, nada me falta
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque Tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

La mesa has preparado para mí
frente a mis adversarios,
con aceites perfumas mi cabeza
y rellenas mi copa.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del señor,
por años sin término.

Salmo LIII

[2] Dijo en su corazón el insensato:
"¡No hay Dios!"
Son gente pervertida, hacen cosas infames,
ya no hay quien haga el bien.
[3] Se asoma Dios desde el cielo,
mira a los hijos de Adán,
para ver si hay alguno que valga,
alguien que busque a Dios.
[4] Pero todos se han descarriado,
y se han corrompido juntos.
No queda ni un hombre honrado
ni uno de muestra siquiera.
[5] ¿No comprenderán esos malhechores
que comen a mi pueblo como se come el pan?
¡No le han pedido a Dios la bendición!
[6] ¡Mira cómo se asustan de repente!
les cae una desgracia inesperada.
Dios dispersa los huesos del renegado;
todos se ríen de ellos:
"¡Cómo Dios los ha rechazado!"
[7] ¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel?
Cuando a su pueblo Dios traiga de vuelta,
habrá alegría en Jacob, Israel será colmado.

Salmo LIV:

[3] Oh Dios, por tu Nombre sálvame;
por tu poder hazme justicia.
[4] Oh Dios, escucha mi plegaria,
escucha las palabras de mi boca,
[5] pues se alzan contra mí los arrogantes
y hombres violentos buscan mi muerte.
[6] Pero a mí Dios me ayuda,
entre los que me apoyan está el Señor.
[7] Que el mal recaiga sobre los que me espían;
destrúyelos, Señor, pues tú eres fiel.
[8] Te ofreceré de buena gana un sacrificio,
y alabaré tu nombre, porque es bueno,
[9] pues me has sacado de cualquier angustia
y he visto humillados a mis enemigos.

Salmo LXIX:

[1] El celo por tu casa me devora,
los insultos de los que te insultaban caen sobre mí
[2] Oh Dios, sálvame,
que las aguas me llegan hasta el cuello.
[3] Me estoy hundiendo en un cieno profundo,
y no hay dónde apoyarme.
Me vi arrastrado a profundas aguas
y las olas me cubren.
[4] Me agoto de gritar,
me arde la garganta,
y mis ojos se cansan de esperar a mi Dios.
[5] Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin motivo.
Son más fuertes que yo
los que con calumnias me persiguen.
¿Cómo devolveré lo que no he robado?
[6] Tú sabes, oh Dios, si me he extraviado,
pues no te están escondidos mis errores.
[7] No avergüences por mí a los que en ti esperan,
Señor, Dios Sabaot,
ni humilles por causa mía a los que te buscan,
oh Dios de Israel.
[8] Por ti fue que soporté el insulto,
y la vergüenza me cubrió la cara;
[9] me volví como un extraño a mis hermanos,
un desconocido para los hijos de mi madre.
[10] El celo de tu casa me devora,
los insultos de los que te insultan
recaen sobre mí.
[11] Si me aflijo con ayunos,
eso me vale insultos;
[12] si me visto de saco,
ellos se burlan de mí.
[13] Se ríen de mí los que se sientan en la plaza,
y a los bebedores doy un tema de canción.
[14] Pero a ti, oh Dios, sube mi oración,
sea ése el día de tu favor.
Según tu gran bondad, oh Dios, respóndeme,
sálvame tú que eres fiel.
[15] Sácame del barro, que no me hunda;
líbrame del vértigo del agua profunda.
[16] Que las olas no me sumerjan,
ni me trague el torbellino
ni el pozo cierre sobre mí su boca.
[17] Respóndeme, Señor, pues tu amor es bondad,
vuélvete hacia mí por tu gran misericordia.
[18] No escondas a tu siervo tu rostro,
me siento angustiado, respóndeme pronto.
[19] Ven, acércate a mí y rescátame,
líbrame de tantos enemigos.
[20] Tú conoces mi humillación,
mis adversarios están todos a tu vista.
[21] Tanta ofensa me ha partido el corazón,
mi vergüenza y confusión son irremediables.
Esperé compasión, pero fue en vano,
alguien que me consolara, y no lo hallé.
[22] En mi comida me echaron veneno,
y para la sed me dieron vinagre.
[23] Que un traidor los invite a cenar,
y se vuelva una trampa su banquete.
[24] Que pierdan la vista y queden a ciegas,
que siempre caminen encorvados.
[25] Arroja sobre ellos tu furor,
que los alcance el fuego de tu ira.
[26] Que su propiedad quede devastada
y sus carpas sin habitantes,
[27] porque persiguieron al que tú heriste
y aumentaron los dolores de tu víctima.
[28] Impútales falta tras falta
y que de ellas nunca se libren;
[29] sean borrados del libro de los vivos,
no sean inscritos en la lista de los justos.
[30] ¡Pero a mí, humillado y afligido,
que me levante, oh Dios, tu ayuda!
[31] Celebraré con un canto el nombre de Dios,
proclamaré sus grandezas, le daré gracias.
[32] Esto le agradará al Señor más que una víctima,
más que un ternero con cuernos y pezuñas.
[33] Vean esto, los humildes, y regocíjense.
¡Reanímense, los que buscan al Señor!
[34] Pues el Señor escucha a los pobres,
no desdeña a los suyos prisioneros.
[35] Que lo aclamen los cielos y la tierra,
los mares y cuanto bulle en su interior.
[36] Pues Dios salvará a Sión
y reconstruirá las ciudades de Judá:
allí habrá de nuevo casas y propiedades.
[37] Los hijos de sus siervos serán los herederos,
y allí morarán los que aman su Nombre.

Salmo de Asaf, LXXIV, 1 - 23:

[1] ¿Por qué, oh Dios, esos continuos rechazos,
y esa ira contra el rebaño de tu redil?
[2] Acuérdate de tu comunidad,
que antiguamente adquiriste y rescataste
para que fuera tu tribu y heredad
con el monte Sión donde tú moras.
[3] Dirige tus pasos a esas ruinas sin remedio;
saqueó todo el enemigo en el santuario.
Lanzaron alaridos en tu tienda,
a la entrada pusieron la bandera extranjera.
[5] Lo derribaron todo con el hacha
como leñadores en el bosque;
[6] el enmaderado y sus esculturas
los demolieron a machete y azuela.
[7] Prendieron fuego a tu santuario
y profanaron la morada de tu Nombre.
[8] Dijeron: "¡Acabemos con ellos de una vez!"
y en el país incendiaron todos los santuarios.
[9] Pues no vimos señales, no había profetas
ni nadie entre nosotros sabía hasta cuándo.
[10] ¿Hasta cuándo, oh Dios, blasfemará el opresor
y seguirá el enemigo ultrajando tu nombre?
[11] ¿Por qué retiras tu mano?
¿o la tienes tomada de la cintura?
[12] ¿No eres acaso desde siempre mi Dios, mi rey,
tú, el autor de las liberaciones del país?
[13] Tú con tu poder, dividiste el mar,
y aplastaste las cabezas de monstruos marinos.
[14] Rompiste las cabezas de Leviatán
y lo diste por comida a las tortugas de mar.
[15] Tú hiciste brotar fuentes y torrentes,
tú secaste ríos inagotables.
[16] Tuyo es el día y tuya es la noche,
tú ajustas la luz y el sol.
[17] Pusiste todos los límites de la tierra,
y formaste el invierno y el verano.
[18] No lo olvides, el enemigo insultó al Señor,
un pueblo de locos ultrajó tu nombre.
[19] No entregues a las fieras el alma que te da gracias,
no olvides para siempre la vida de tus pobres.
[20] Mira cómo han guardado tu alianza,
en las cuevas del país, lugares de resistencia.
[21] Que el oprimido no vuelva avergonzado,
que el pobre y el pequeño
puedan alabar tu nombre.
[22] Levántate, oh Dios, y defiende tu causa,
te insultan todo el día, no olvides a esos locos.
[23] No olvides el alboroto de tus adversarios
y el clamor siempre creciente de tus agresores.

Salmo penitencial CXXX:

[1] Desde el abismo clamo a ti, Señor,
[2] ¡Señor, escucha mi voz!
que tus oídos pongan atención
al clamor de mis súplicas!
[3] Señor, si no te olvidas de las faltas,
Adonai, ¿quién podrá subsistir?
[4] Pero de ti procede el perdón,
y así se te venera.
[5] Espero, Señor, mi alma espera,
confío en tu palabra;
[6] mi alma cuenta con el Señor
más que con la aurora, el centinela.
[7] Como confía en la aurora el centinela,
así Israel confíe en el Señor;
porque junto al Señor está su bondad
y la abundancia de sus liberaciones,
[8] y él liberará a Israel
de todas sus culpas.

SELECCIÓN DEL LIBRO DE JOB

Libro de Job, III, 3-26

¡MALDITO EL DÍA EN QUE NACÍ!

[3] «¡Maldito el día en que nací
y la noche que dijo: Ha sido concebido un hombre!
[4] Conviértase ese día en tinieblas,
y Yavé allá arriba lo ignore para siempre;
que ningún rayo de luz resplandezca sobre él.
[5] Lo cubran tinieblas y sombras,
se extienda sobre él la oscuridad,
y haya ese día un eclipse total.
[6] Que esa noche siga siempre en su oscuridad.
Que no se añada a las otras del año,
ni figure en la cuenta del mes.
[7] Que sea triste aquella noche,
impenetrable a los gritos de alegría.
[8] Que la maldigan los que odian la luz del día,
y que son capaces de llamar al Diablo.
[9] Que no se vean las estrellas de su aurora;
que espere en vano la luz,
y no vea el despertar de la mañana,
[10] pues no me cerró la puerta del vientre de mi madre
para así ahorrarme a la salida la miseria.
[11] ¿Por qué no morí en el seno
y no nací ya muerto?
[12] ¿Por qué hubo dos rodillas para acogerme
y dos pechos para darme de mamar?
[13] ¿O por qué no fui como un aborto que se esconde,
como los pequeños que nunca vieron la luz?
[14] Pues ahora estaría acostado tranquilamente
y dormiría mi sueño para descansar,
[15] con los reyes y con los ministros del país
que se mandan hacer solitarios mausoleos,
[16] o con los príncipes que amontonan el oro
y repletan de plata sus casas.
[17] Allí cesan de moverse los malvados
y descansan los que se hallan agotados.
[18] Los prisioneros son excarcelados
y ya no se oyen los gritos del vigilante.
[19] Allí no se distingue el pequeño del grande,
y el esclavo se ve libre de su amo.
[20] ¿Para qué dar la luz a un desdichado,
la vida a los que tendrán una vida amarga?
[21] Desean la muerte que no llega
y la buscan más ávidamente que un tesoro;
[22] saltan de júbilo ante el sepulcro
y se alegran cuando llegan a la tumba.
[23] ¿Para la vida si el hombre ya no encuentra su camino,
ya que Dios le ha cerrado todas las salidas?
[24] Son los suspiros mi alimento,
y se derraman como el agua mis lamentos;
[25] si temía algo, eso me ocurre,
lo que me atemoriza me ha venido encima.
[26] No hay para mí tranquilidad ni calma,
mis tormentos no me dejan descansar.»

Libro de Job, X, 1-22

ESTA mi alma aburrida de mi vida:
Daré yo suelta á mi queja sobre mí,
Hablaré con amargura de mi alma.
Diré á Dios: no me condenes;
Hazme entender por qué pleiteas conmigo.
¿Parécete bien que oprimas,
Que deseches la obra de tus manos,
Y que resplandezcas sobre el consejo de los impíos?
¿Tienes tú ojos de carne? ¿Ves tú como ve el hombre?
¿Son tus días como los días del hombre,
O tus años como los tiempos humanos,
Para que inquieras mi iniquidad,
Y busques mi pecado,
Sobre saber tú que no soy impío,
Y que no hay quien de tu mano libre?
Tus manos me formaron y me compusieron
Todo en contorno: ¿y así me deshaces?
Acuérdate ahora que como á lodo me diste forma:
¿Y en polvo me has de tornar?
¿No me fundiste como leche,
Y como un queso me cuajaste?
Vestísteme de piel y carne,
Y cubrísteme de huesos y nervios.
Vida y misericordia me concediste,
Y tu visitación guardó mi espíritu.
Y estas cosas tienes guardadas en tu corazón;
Yo sé que esto está cerca de ti.
Si pequé, tú me has observado,
Y no me limpias de mi iniquidad.
Si fuere malo, ¡ay de mí!
Y si fuere justo, no levantaré mi cabeza,
Estando harto de deshonra,
Y de verme afligido.
Y subirá de punto, pues me cazas como a león,
Y tornas a hacer en mí maravillas.
Renuevas contra mí tus plagas,
Y aumentas conmigo tu furor,
Remudándose sobre mí ejércitos.
¿Por qué me sacaste de la matriz?
Habría yo espirado, y no me vieran ojos.
Fuera, como si nunca hubiera sido,
Llevado desde el vientre á la sepultura.
¿No son mis días poca cosa? Cesa pues,
y déjame, para que me conforte un poco.
Antes que vaya para no volver,
A la tierra de tinieblas y de sombra de muerte;
Tierra de oscuridad, lóbrega
Como sombra de muerte, sin orden,
Y que aparece como la oscuridad misma.

SELECCIÓN DEL ECLESIASTÉS

Eclesiastés, I, 1-16

¿PARA QUÉ?

[2] ¡Vanidad de vanidades, decía Qohelet,
¡Vanidad de vanidades, y todo es vanidad!
[3] ¿Qué le queda al hombre de todas sus fatigas
cuando trabaja tanto bajo el sol?
[4] Una generación se va y viene la otra;
pero la tierra permanece siempre.
[5] El sol sale, el sol se pone,
y no piensa más que en salir de nuevo.
[6] Va el viento hacia el sur, y luego gira al norte,
y girando y girando, vuelve sobre sus giros.
[7] Todos los ríos van al mar
y el mar jamás se llena;
por los mismos cauces que veían sus caudales
ha pasado de nuevo su curso.
[8] Hay mucho que decir, uno se cansaría de tanto hablar;
El ojo no terminará de ver,
el oído nunca terminará de oír,
[9] pero lo que pasará es lo que ya pasó,
y todo lo que se hará ha sido ya hecho.
¡No hay nada nuevo bajo el sol!
[10] Si algo sucede y te dicen:
"¡Mira, esto es nuevo!"
no es así; las cosas que observan nuestros ojos
ya pasaron en los siglos anteriores.
[11] Nadie se acuerda de las cosas de antaño:
será lo mismo con los asuntos actuales,
y de todo lo que pueda ocurrir en el futuro
un día nadie más se acordará.


Eclesiastés, III, 1-23:

NO HAY VALORES ABSOLUTOS

[1] Hay bajo el sol un momento para todo,
y un tiempo para hacer cada cosa:
[2] Tiempo para nacer, y tiempo para morir;
tiempo para plantar, y tiempo para arrancar lo plantado;
[3] tiempo para matar y tiempo para curar;
tiempo para demoler y tiempo para edificar;
[4] tiempo para llorar y tiempo para reír;
tiempo para gemir y tiempo para bailar;
[5] tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas;
tiempo para los abrazos y tiempo para abstenerse de ellos;
[6] tiempo para buscar y tiempo para perder;
tiempo para conservar y tiempo para tirar fuera;
[7] tiempo para rasgar y tiempo para coser;
tiempo para callarse y tiempo para hablar;
[8] tiempo para amar y tiempo para odiar;
tiempo para la guerra y tiempo para la paz.
[9] Al final ¿qué provecho saca uno de sus afanes?

Eclesiastés, XII, 1-14:

[1] Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud,
antes que lleguen los días malos,
y los años que se acercan, de los cuales dirás:
"No espero más de ellos",
[2] antes de que se oscurezcan el sol, la luz
la luna y las estrellas,
y que vuelvan las nubes apenas haya llovido,
[3] cuando tiemblen los guardias de la casa,
y se encorven los porteros,
cuando lo que queda de muelas deje de moler,
y se queden ciegos los que miran detrás de las ventanas;
[4] Entonces se cierra la puerta de calle
y se detiene el ruido del molino;
en que el trino del ave no despierta
y se mueren las canciones.
[5] Se temen las subidas
y los barrancos en el camino;
el almendro está en flor,
la langosta está repleta,
la alcaparra da su fruto.
Ahí va el hombre a su casa de eternidad,
y ya están las lloronas en la esquina de la calle.
[6] El hilo de plata no llegará más lejos:
dejaron de hilarlo;
la lámpara de oro se rompió,
se quebró el cántaro en la fuente,
y cedió la polea del pozo.
[7] El polvo vuelve a la tierra de donde vino,
y el espíritu sube a Dios que lo dio.

LLEGADA DE ODISEO AL PAÍS DE LOS FEACIOS, ODISEA, VI, Homero



Mientras así dormía el paciente y divinal Odiseo, rendido del sueño y del cansancio, Atenea se fue al pueblo y a la ciudad de los feacios, los cuales habitaron antiguamente en la espaciosa Hiperea, junto a los Cíclopes, varones soberbios que les causaban daño porque eran más robustos. De allí los sacó Nausítoo, semejante a un dios: condújolos a Esqueria, lejos de los hombres industriosos, donde hicieron morada; construyó un muro alrededor de la ciudad, edificó casas, erigió templos a las divinidades y repartió los campos.

Mas ya entonces, vencido por la Parca, había bajado al Hades y reinaba Alcínoo, cuyos consejos eran inspirados por los propios dioses; y al palacio de éste enderezó Atenea, la deidad de ojos de lechuza, pensando en la vuelta del magnánimo Odiseo. Penetró la diosa en la estancia labrada con gran primor en que dormía una doncella parecida a las inmortales por su natural y por su hermosura: Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo; junto a ella, a uno y otro lado de la entrada, hallábanse dos esclavas a quienes las Gracias habían dotado de belleza, y las magníficas hojas de la puerta estaban entornadas.

Atenea se lanzó, como un soplo de viento, a la cama de la joven; púsose sobre su cabeza y empezó a hablarle tomando el aspecto de la hija de Diamante, el célebre marino, que tenía la edad de Nausícaa y érale muy grata. De tal suerte transfìgurada, dijo Atenea, la de ojos de lechuza:

Atenea. ¡Nausícaa! ¿Por qué tu madre te parió tan floja? Tienes descuidadas las espléndidas vestiduras y está cercano tu casamiento, en el cual has de llevar lindas ropas, dando parte también a los que te conduzcan; que así se consigue gran fama entre los hombres y se huelgan el padre y la veneranda madre. Vayamos, pues, a lavar tan luego como despunte la aurora, y te acompañaré y ayudaré para que en seguida lo tengas aparejado todo; que no ha de prolongarse mucho tu doncellez, puesto que ya te pretenden los mejores de todos los feacios, cuyo linaje es también el tuyo. Ea, insta a tu ilustre padre para que mande prevenir antes de rayar el alba las mulas y el carro en que llevarás los cíngulos, los peplos y los espléndidos cobertores. Para ti misma es mejor ir de este modo que no a pie, pues los lavaderos se hallan a gran distancia de la ciudad.

Cuando así hubo hablado, Atenea, la de ojos de lechuza, fuese al Olimpo, donde dicen que está la gran mansión perenne y segura de las deidades; a la cual ni la agitan los vientos, ni la lluvia la moja, ni la nieve la cubre -pues el tiempo es allí constantemente sereno y sin nubes-, y en cambio la envuelve esplendorosa claridad - en ella disfrutan perdurable dicha los bienaventurados dioses. Allí se encaminó, pues, la de ojos de lechuza tan luego como hubo aconsejado a la doncella.

Pronto llegó la Aurora, la de hermoso trono, y despertó a Nausícaa, la del lindo peplo; y la doncella, admirada del sueño, se fue por el palacio a contárselo a sus progenitores, al padre querido y a la madre, y a entrambos los halló dentro: a ésta, sentada junto al fuego, con las siervas, hilando lana de color purpúreo; y a aquél, cuando iba a salir para reunirse en consejo con los ilustres príncipes, pues los más nobles feacios le habían llamado. Detúvose Nausícaa muy cerca de su padre y así le dijo:

Nausícaa. - ¡Padre querido! ¿No querrías aparejarme un carro alto, de fuertes ruedas, en el cual lleve al río, para lavarlos, los hermosos vestidos que tengo sucios? A ti mismo te conviene llevar vestiduras limpias, cuando con los varones más principales deliberas en el consejo. Tienes, además, cinco hijos en el palacio: dos ya casados, y tres que son mancebos florecientes y cuantas veces van al baile quieren llevar vestidos limpios; y tales cosas están a mi cuidado.

Así dijo; pues diole vergüenza mentar las florecientes nupcias a su padre. Mas él, comprendiéndolo todo, le respondió con estas palabras :

Alcínoo. - No te negaré, oh hija, ni las mulas ni cosa alguna. Ve, y los esclavos te aparejarán un carro alto, de fuertes ruedas, provisto de tablado.
Dichas estas palabras, dio la orden a los esclavos, que al punto le obedecieron. Aparejaron fuera de la casa un carro de fuertes ruedas, propio para mulas; y, trayéndolas, unciéronlas al yugo. Mientras tanto, la doncella sacaba de la habitación los espléndidos vestidos y los colocaba en el pulido carro. Su madre púsole en una cesta toda clase de gratos manjares y viandas; echole vino en un cuero de cabra; y cuando aquélla subió al carro, entregole líquido aceite en una ampolla de oro a fin de que se ungiese con sus esclavas. Nausícaa tomó el látigo y, asiendo las lustrosas riendas, azotó las mulas para que corrieran. Arrancaron éstas con estrépito y trotaron ágilmente, llevando los vestidos y , la doncella que no iba sola, sino acompañada de sus . criadas.

Tan pronto como llegaron a la bellísima corriente , del río, donde había unos lavaderos perennes con agua ; abundante y cristalina para lavar hasta lo más sucio, desuncieron las mulas y echáronlas hacia el vorticoso río a pacer la dulce grama. Tomaron del carro los vestidos, lleváronlos al agua profunda y los pisotearon en las pilas, compitiendo unas con otras en hacerlo con presteza. Después que los hubieron limpiado, quitándoles toda la inmundicia, tendiéronlos con orden en los guijarros de la costa, que el mar lavaba con gran frecuencia.

Acto continuo se bañaron, se ungieron con pingüe aceite y se pusieron a comer a orillas del río, mientras las vestiduras se secaban a los rayos del sol. Apenas las esclavas y Nausícaa se hubieron saciado de comida, quitáronse los velos y jugaron a la pelota; y entre ellas Nausícaa, la de los níveos brazos, comenzó a cantar.
Cual Artemis, que se complace en tirar flechas, va por el altísimo monte Taigeto o por el Erimanto, donde se deleita en perseguir a los jabalíes o a los veloces ciervos, y en sus juegos tienen parte las ninfas agrestes, hijas de Zeus que lleva la égida, holgándose Leto de contemplarlo, y aquélla levanta su cabeza y su frente por encima de las demás y es fácil distinguirla, aunque todas son hermosas, de igual suerte la doncella, libre aún, sobresalía entre las esclavas. .

Mas cuando ya estaba a punto de volver a su morada unciendo las mulas y plegando los hermosos vestidos, Atenea, la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa para que Odiseo recordara del sueño y viese a aquella doncella de lindos ojos, que debía llevarlo a la ciudad de los feacios. La primera arrojó la pelota a-una de las esclavas y erró el tiro, echándola en un hondo remolino; y todas gritaron muy recio. Despertó entonces el divinal Odiseo y, sentándose, revolvía en su mente y en su corazón estos pensamientos :

Odiseo. - ¡Ay de mí! ¿Qué hombres deben de habitar esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses? Desde aquí se oyó la femenil gritería de jóvenes ninfas que residen en las altas cumbres de las montañas, en las fuentes de los ríos y en los prados cubiertos r de hierba. ¿Me hallo, por ventura, cerca de hombres de voz articulada? Ea, yo mismo probaré a salir e intentaré verlo.

Hablando así, el divinal Odiseo salió de entre los arbustos y en la poblada selva desgajó con su fornida mano una rama frondosa con que pudiera cubrirse las partes verendas. Púsose en camino de igual manera que un montaraz león, confiado en sus fuerzas, sigue andando a pesar de la lluvia o del viento, y le arden los ojos, y se echa sobre los bueyes, las ovejas o las agrestes ciervas, pues el vientre le incita a que vaya a una sólida casa e intente acometer al ganado, de tal modo había de presentarse Odiseo a las doncellas de hermosas trenzas, aunque estaba desnudo, pues la necesidad le obligaba.

Y se les apareció horrible, afeado por el sarro del mar; y todas huyeron, dispersándose por las orillas prominentes. Pero se quedó sola e inmóvil la hija de Alcínoo, porque Atenea diole ánimo a su corazón y libró del temor a sus miembros. Siguió, pues, delante del héroe sin huir; y Odiseo meditaba si convendría rogar a la doncella de lindos ojos, abrazándola por las rodillas, o suplicarle, desde lejos y con dulces palabras, que le mostrara la ciudad y le diera con qué vestirse. Pensándolo bien, le pareció que lo mejor sería rogarle desde lejos con suaves voces : no fuese a irritarse la doncella si le abrazaba las rodillas.

Y entonces pronunció estas dulces e insinuantes palabras:

Odiseo. - ¡Yo te imploro, oh reina, seas diosa o mortal! Si eres una de las deidades que poseen el anchuroso cielo, te hallo muy parecida a Artemis, hija del gran Zeus, por tu hermosura, por tu grandeza y por tu natural; y si naciste de los hombres que moran en la tierra, dichosos mil veces tus padres, tu veneranda madre y tus hermanos, pues su alma debe de alegrarse
a todas horas intensamente cuando ven a tal retoño salir a las danzas. Y dichosísimo en su corazón, más que otro alguno, quien consiga, descollando por la esplendidez de sus donaciones nupciales, llevarte a su casa por esposa.

Que nunca se ofreció a mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado atónito al contemplarte. Solamente una vez vi algo que se te pudiera comparar en un joven retoño de palmera, que creció en Delos, junto al ara de Apolo (estuve allá con numeroso pueblo, en aquel viaje del cual habían de seguírseme funestos males): de la suerte que a la vista del retoño quedeme estupefacto mucho tiempo, pues jamás había brotado de la tierra un vástago como aquél; de la misma manera te contemplo con admiración, oh mujer, y me tienes absorto y me infunde miedo abrazar tus rodillas, aunque estoy abrumado por un pesar muy grande.

Ayer pude salir del vinoso ponto, después de veinte días de permanencia en el mar, en el cual me vi a merced de las olas y de los veloces torbellinos desde que desamparé la isla Ogigia; y algún numen me ha echado acá, para que padezca nuevas desgracias, que no espero que éstas se hayan acabado, antes los dioses deben de prepararme otras muchas todavía. Pero tú, oh reina, apiádate de mí, ya que eres la primera persona a quien me acerco después de soportar tantos males y me son desconocidos los hombres que viven en la ciudad y en esta comarca.

Muéstrame la población y dame un trapo para atármelo alrededor del cuerpo, si al venir trajiste alguno para envolver la ropa. Y los dioses te concedan cuanto en tu corazón anhelas : marido, familia y feliz concordia : pues no hay nada mejor ni más útil que el que gobiernen su casa el marido y la mujer con ánimo concorde, lo cual produce gran pena a sus enemigos y alegría a los que los quieren, y son ellos los que más aprecian sus ventajase

Respondió Nausícaa, la de los níveos brazos:

Nausícaa. - ¡Forastero! Ya que no me pareces ni vil ni insensato, sabe que el mismo Zeus Olímpico distribuye la felicidad a los buenos y a los malos, y si te envió esas penas debes sufrirlas pacientemente; mas ahora, que has llegado a nuestra ciudad y a nuestra tierra, no carecerás de vestido ni de ninguna de las cosas que por decoro ha de alcanzar un mísero suplicante. Te mostraré la población y te diré el nombre de sus habitantes: los feacios poseen la ciudad y la comarca, y yo soy la hija del magnánimo Alcínoo, cuyo es el imperio y el poder entre los feacios.

Dijo; y dio esta orden a las esclavas, de hermosas trenzas:
Nausícaa. - ¡Deteneos, esclavas! ¿Adónde huís, por ver a un hombre? ¿Pensáis acaso que sea un enemigo? No hay ni habrá nunca un mortal terrible que venga a hostilizar la tierra de los feacios, pues a éstos los
quieren mucho los inmortales. Vivimos separadamente y nos circunda el mar alborotado; somos los últimos de los hombres, y ningún otro mortal tiene comercio con nosotros.

Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los forasteros y pobres son de Zeus y un exiguo don que se les haga les es grato. Así, pues, esclavas, dadle de comer y de beber al forastero, y lavadle en el río, en un lugar que esté resguardado del viento.

Así dijo. Detuviéronse las esclavas y, animándose mutuamente, hicieron sentar a Odiseo en un lugar abrigado, conforme a lo dispuesto por Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo; dejaron cerca de él un manto y una túnica para que se vistiera; entregáronle, en ampolla de oro, líquido aceite, y le invitaron a lavarse en la corriente del río. Y entonces el divinal Odiseo les habló diciendo :

Odiseo.- ¡Esclavas! Alejaos un poco a fin de que lave de mis hombros el sarro del mar y me unja después con el aceite, del cual mucho ha que mi cuerpo se ve privado. Yo no puedo tomar el baño ante vosotras, pues haríaseme vergüenza ponerme desnudo entre jóvenes de hermosas trenzas.

Así dijo. Ellas se apartaron y fueron a contárselo a Nausícaa. Entre tanto el divinal Odiseo se lavaba en el río, quitando de su cuerpo el sarro del mar que le cubría la espalda y los anchurosos hombros, y se limpiaba la cabeza de la espuma que en ella había dejado el mar estéril. Mas después que, ya lavado, se ungió con el pingüe aceite y se puso los vestidos que la doncella, libre aún; le había dado, Atenea, hija de Zeus, hizo que pareciese más alto y más grueso, y que de su cabeza colgaran ensortijados cabellos que a flores de jacinto semejaban.

Y así como el hombre experto, a quien Hefesto y Palas Atenea enseñaron artes de toda especie, cerca de oro la plata y hace lindos trabajos, de semejante modo Atenea difundió la gracia por la cabeza y por los hombros de Odiseo. Este, apartándose un poco, se sentó en la ribera del mar y resplandecfa por su gracia y hermosura. Admirose la doncella y dijo a las esclavas de hermosas trenzas:

Nausícaa. - Oíd, esclavas de níveos brazos, lo que os voy a decir : no sin la voluntad de los dioses que habitan el Olimpo, viene ese hambre a los deiformes feacios. Al principio se me ofreció como un fulano despreciable, pero ahora se asemeja a los dioses que poseen el anchuroso cielo. ¡Ojalá tal varón pudiera llamársele mi marido, viviendo acá; ojalá le pluguiera quedarse con nosotros! Mas, oh esclavas, dadle de comer y de beber al forastero.

Así dijo. Ellas le escucharon y obedecieron, llevándole alimentos y bebida. Y el paciente divinal Odiseo bebió y comió ávidamente, pues hacía mucho tiempo que estaba en ayunas.

Entonces Nausícaa, la de los níveos brazos, ordenó otras cosas: puso en el hermoso carro la ropa bien doblada, unció las mulas de fuertes cascos, montó ella misma y, llamando a Odiseo, exhortole de semejante modo :

Nausícaa. Levántate ya, oh forastero, y partamos para la población, a fin de que te guíe a la casa de mi discreto padre, donde te puedo asegurar que verás a los más ilustres de todos los feacios. Pero procede de esta manera, ya que no pareces falto de juicio: mientras vayamos por el campo, por terrenos cultivados por el hombre, anda ligeramente con las esclavas detrás de las mulas y el carro, y yo te enseñaré el camino por donde se sube a la ciudad, que está cercado por alto y torreado muro y tiene a uno y otro lado un hermoso puerto de boca estrecha adonde son conducidas las corvas embarcaciones, pues hay estancias seguras para todas.

Junto a un magnífico templo de Posidón se halla el ágora, labrada con piedras de acarreo profundamente hundidas : allí guardan los aparejos de las negras naves, las gúmenas y los cables, y aguzan los remos; pues los feacios no se cuidan de arcos ni de aljabas, sino de mástiles y de remos y de navíos bien proporcionados con los cuales atraviesan alegres el espumoso mar.

Ahora quiero evitar sus amargos dichos; no sea que alguien me censure después (que hay en la población hombres insolentísimos) u otro peor hable así al encontrarnos: «¿Quién es ese forastero tan alto y tan hermoso que sigue a Nausícaa? ¿Dónde lo halló!· Debe de ser su esposo. Quizás haya recogido a un hombre de lejanas tierras que iría errante por haberse extraviado de su nave, puesto que no los hay en estos contornos; o por ventura es un dios que, accediendo a sus repetidas instancias, descendió del cielo y lo tendrá consigo todos los días. Tanto mejor si ella fue a buscar marido en otra parte y menosprecia el pueblo de los feacios, en el cual la pretenden muchos e ilustres varones. Así dirán y tendré que sufrir tamaños ultrajes. Y también yo me indignaría contra la que tal hiciera; contra la que, a despecho de su padre y de su madre todavía vivos, se juntara con hombres antes de haber contraído públicamente matrimonio.

Oh forastero, entiende bien lo que voy a decir, para que pronto logres de mi padre que te dé compañeros y te haga conducir a tu patria. Hallarás junto al camino un hermoso bosque de álamos, consagrado a Atenea, en el cual mana una fuente y a su alrededor se extiende un prado : allí tiene mi padre un campo y una viña floreciente, tan cerca de la ciudad que puede ofrse el grito que en ésta se dé. Siéntate en aquel lugar y aguarda que nosotras, entrando en la población, lleguemos al palacio de mi padre.

Y cuando juzgues que ya habremos de estar en casa, encamínate también a la ciudad de los feacios y pregunta por la morada de mi padre, el magnánimo Alcínoo; la cual es fácil de conocer y a ella te guiará hasta un niño, pues las demás casas de los feacios son muy diferentes de la del héroe Alcínoo. Después que entrares en el palacio y en el patio del mismo, atravesarás la sala rápidamente hasta que llegues a donde mi madre, sentada al resplandor del fuego del hogar, de espaldas a una columna, hila lana purpúrea, cosa admirable de ver, y tiene detrás de ella a las esclavas.

Allí también, cerca del hogar, se levanta el trono en que mi padre se sienta y bebe vino como un inmortal. Pasa por delante de él y tiende los brazos a las rodillas de mi madre, para que pronto amanezca el alegre día de tu regreso a la patria, por lejos que ésta se halle. Pues si mi madre te fuere benévola, puedes concebir la esperanza de ver a tus amigos y de llegar a tu casa bien labrada y a tu patria tierra.

Diciendo así, arreó con el lustroso azote las mulas, que dejaron al punto el paso del río, pues trotaban muy bien y alargaban el paso en la carretera. Nausícaa tenía las riendas, para que pudiesen seguila a pie las esclavas y Odiseo, y aguijaba con gran discreción a las mulas. Poníase el sol cuanxdo llegaron al magnífico bosque consagrado a Atenea. Odiseo se quedó en él y acto seguido suplicó de esta manera a la hija del gran Zeus:

Odiseo. ¡Óyeme, hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! Atiéndeme ahora, ya que nunca lo hiciste cuando me maltrataba el ínclito dios que bate la tierra. Concédeme que, al llegar a los feacios, me reciban éstos como amigo y de mí se apiaden.

Así dijo rogando y le oyó Palas Atenea. Pero la diosa no se le apareció aún, porque temía a su tío paterno, quien estuvo vivamente irritado contra el divinal Odiseo, en tanto el héroe no arribó a su patria.

RAPSODIA I DE LA ILIADA, Homero

RAPSODIA PRIMERA

Canta, diosa, la ira del Pelida Aquileo
funesta, que infinitos dolores causó a los Aqueos
y precipitó al Hades muchas almas valientes
de héroes, a quienes hizo presa de los perros
y de todas las aves -se cumplía la voluntad de Zeus-
desde que se separaron disputando
el Atrida, jefe de varones y el divino Aquileo.

¿Cuál de los dioses, ciertamente, los empujó a pelear?

El Hijo de Latona y de Zeus; porque irritado con el rey
suscitó contra el ejército maligna enfermedad; perecían los pueblos
a causa de que injurió al sacerdote de Apolo, Crises
el Atrida. Este llegó a las naves de los Aqueos
para liberar a su hija, llevando valioso rescate,
y teniendo en sus manos las guirnaldas de Apolo, que hiere de [lejos,
en lo alto del cetro de oro, y rogó a todos los Aqueos,
principalmente a los dos Atridas, ordenadores de pueblos:

"Atridas y todos los Aqueos de hermosas grebas,
que los dioses que tienen las moradas olímpicas os concedan
destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a casa
Liberad a mi amada hija y recibid el rescate
honrando al hijo de Zeus, Apolo, que hiere de lejos. "

Entonces todos los Aqueos aclamaron
respetar al sacerdote y recibir el brillante rescate;
pero no le agradó en el corazón al Atrida Agamenón ;
lo despidió malamente y dijo palabras soberbias:

" Que no te alcance yo, viejo, junto a las cóncavas naves
ya porque te retrases o porque vuelvas luego,
pues quizás no te ayude el cetro ni la guirnalda del dios.
No la liberaré; antes le llegará a ella la vejez
en mi casa, en Argos, lejos de su patria,
junto al tejido y yendo al encuentro de mi lecho.
Pero vete, no me exasperes para que te vayas más sano. "

Así dijo; temió el anciano y obedeció el mandato.
Se volvió sin replicarle por la ribera del estruendoso mar.
Mientras se alejaba, muchas cosas imprecó el anciano
al soberano Apolo, al que engendrara Latona, de hermosos cabellos.

“ Escúchame tú, que llevas el arco de plata, que has protegido a Crises
y a la divina Cila, e imperas poderosamente en Ténedos.,
¡oh Esminteo! si alguna vez adorné tu gracioso templo
o si alguna vez quemé hasta la consunción muslos pingües
de toros o cabras, cúmpleme este deseo:
expíen los Dánaos mis lágrimas con tus flechas."

Así dijo rogando; oyole Febo Apolo
y bajó desde las cumbres del Olimpo irritado en su corazón,
llevando en los hombros el arco y la aljaba cerrada;
las saetas sonaban sobre los hombros del irritado dios,
cuando comenzó a ir de un lado para otro. Iba semejante a la noche,
después se sentó lejos de las naves e inmediatamente lanzó un dardo;
un terrible chasquido surgió del arco de plata.
Al principio disparaba contra las mulas y los ágiles perros,
pero luego, colocando su aguda flecha la arrojó contra los hombres.
sin cesar ardían frecuentes piras de cadáveres .
Durante nueve días silbaron los venablos del dios contra el ejército;
en el décimo, Aquileo convocó a la tropa al ágora.
Se lo puso en las entrañas la diosa Hera de blancos brazos,
pues se conmovió de los Dánaos porque veía a los que morían .
Después que acudieron y estaban reunidos,
erguido, les habló Aquileo, de pies veloces.

"Atrida, creo que debemos desandar el camino
y volver rápidamente hacia atrás, si es que queremos huir de la muerte;
si al mismo tiempo la guerra y la peste terminarán con los Aqueos;
pero, vamos, consultemos con algún mántico o un sacerdote,
o intérprete de sueños -pues también el sueño procede de Zeus-
que nos diga por qué Febo Apolo se irritó tanto,
y si ciertamente nos reprocha por un voto o una hecatombe
y si acaso por el olor de la grasa quemada de corderos y de cabras escogidas
quiere socorrernos y librarnos de la peste”.

Cuando así hubo hablado, se sentó. Se levantó entre ellos
Calcas el Testórida, sin duda , el mejor de los augures,
que conocía lo presente, lo futuro y lo pasado,
y había conducido las naves de los Aqueos hacia Ilión
con la pericia en los agüeros que le otorgara Febo Apolo ;
él, muy sabio, los arengó y dijo:

"¡Oh, Aquileo! amado por Zeus, me mandas explicar
la ira del soberano, Apolo, que hiere de lejos.
Te lo diré; pero tú prométeme y júrame
que eres benévolo para socorrerme de palabra y de acción
porque sé que un varón se irritará, el que gran
poder tiene sobre todos los Argivos y al cual obedecen los Aqueos.
Porque más poderoso es el rey cuando se enoja con un varón inferior;
y si la cólera en el mismo día devora,
sin embargo luego tiene el rencor en su pecho hasta que lo lleve a cabo. Di tú si me salvarás."

Respondiole Aquileo, de pies veloces, y dijo:

"Anímate y di el vaticinio que sabes,
porque por Apolo, amado para Zeus, a quien tú, Calcas,
invocas siempre que devuelves oráculos a los Dánaos,
ninguno, estando yo vivo y sobre la tierra vea la luz,
pondrá sus pesadas manos sobre ti, cerca de las cóncavas naves,
entre todos los Dánaos, ni siquiera si hablaras de Agamenón.
el cual ahora muy el mejor en el ejército se jacta de ser."

Entonces cobró ánimo y habló el eximio vate:

"No reprocha él un voto ni una hecatombe,
sino por el sacerdote al que deshonró Agamenón,
porque no liberó a su hija ni tomó el rescate ;
por esto, el que hiere de lejos ha dado dolores y los dará,
y no apartará de los Dánaos el terrible azote
hasta que se haya devuelto a su querido padre la joven de ojos vivos
sin pago ni rescate y se lleve una sagrada hecatombe
a Crises. Entonces se lo podría apaciguar y convencer”.

Cuando así hubo hablado, se sentó. Se levantó entre ellos
el héroe hijo de Atreo, el poderoso Agamenón
de mal humor ; las negras entrañas de mucho coraje
llenas , y sus ojos parecidos al relumbrante fuego,
y primeramente mirando de mala manera a Calcas, dijo:

"Mántico de males: jamás me dijiste algo grato,
siempre para ti predecir el mal es agradable;
feliz, ni dijiste una palabra ni nada obraste;
y ahora, ante los Dánaos, hablando en nombre de los dioses, vaticinas
que a causa de esto el que hiere de lejos les envía sufrimientos,
el que yo , por la joven Criseida , espléndido rescate
no quise recibir, después que mucho deseo
que esté en mi casa; y porque la preferí a Clitemnestra
mi legítima esposa, pues no es inferior
que ella en figura, ni en naturaleza, ni en espíritu , ni en obras.
Pero, así y todo, quiero devolverla, si es lo mejor;
quiero que el pueblo se salve, no que perezca.
Pero, enseguida preparadme una recompensa, para que no yo solo
de los Argivos, quede sin recompensa, pues no me parece:
Ved todos que se va a otra parte mi recompensa. "

Replicole en seguida el divino Aquileo, de pies infatigables.

"Ilustre hijo de Atreo, el más codicioso de todos,
¿Cómo te darán una recompensa los magnánimos Aqueos ?
Ni siquiera sabemos que exista mucho botín común
pues las de las ciudades que hemos saqueado, están repartidas,
y no es conveniente que el pueblo nuevamente las reúna.
Pero tú entrega ahora al dios a esa joven ; los Aqueos luego
triple o cuádruple pagaremos, si acaso Zeus
nos concediera tomar la bien amurallada ciudad de Troya. "

Y contestándole le dijo el rey Agamenón:

“Aunque seas valiente, Aquileo deiforme
no ocultes tu pensamiento, pues no me engañarás ni me convencerás.
¿O quieres, para que tú tengas tu recompensa,
que yo quede privado, y me exhortas a devolverla?
Si los magnánimos Aqueos me diesen una recompensa,
otorgándola según mi deseo, para que sea equivalente, sea.
y si no me la diesen, yo mismo la tomaría
o la tuya, o, yendo a la recompensa de Ayante, o de Odiseo,
iré para tomarla. Y habrá de encolerizarse aquel al que me llegare.
Mas acerca de estas cosas, hablaremos después nuevamente;
ahora, vamos, lancemos una nave negra al divino mar
reunamos los convenientes remeros, la hecatombe
coloquemos, y a la misma Criseida de hermosas mejillas
embarquemos y algún varón sea capitán y custodio,
o Ayax, o Idomeneo, o el divino Odiseo,
o tú, Pelida, el más temible de todos los hombres,
para que nos aplaques haciendo sacrificios al que hiere de lejos."

Mirándolo torvamente le dijo Aquileo, el de pies veloces:

" ¡Ay de mí ! vestido de impudicia, astuto,
¿Cómo algún aqueo, con el corazón dispuesto, obedecería tus
palabras, para emprender la marcha o para luchar fuertemente con varones?
Yo no vine a causa de los valientes troyanos
aquí para luchar, pues en nada culpable son para mí .
Jamás se llevaron mis bueyes y mis caballos,
ni jamás de la fértil Ftía que engendra héroes
destruyeron la cosecha, pues en medio hay muchas
montañas sombrías y el mar sonoro.
Pero juntos te seguimos a ti, oh gran impúdico, para que estés complacido
manteniendo la honra de Menelao y la tuya, cara de perro,
contra los troyanos. Nada ves de estas cosas ni pasas cuidado;
y mi recompensa tú mismo amenazas con quitarme.
por lo que mucho sufrí me la dieron los hijos de los Aqueos.
Nunca tengo un botín igual al tuyo, cuando los Aqueos
saquean un populosa ciudad de los troyanos;
pero lo más impetuoso de la guerra
lo sostienen mis manos; y luego, cuando viene el reparto
la recompensa es para ti mucho mayor; y yo, pequeña y grata
teniéndola, vuelvo a mis naves, después que me cansé de pelear.
Ahora vuelvo a Ftía, pues es mucho mejor
que vayamos a casa en las cóncavas naves , pues no pienso
permanecer aquí , sin honra, para conquistar en tu provecho ganancia y riquezas”.

Contestole enseguida el jefe de varones Agamenón:

" Huye, pues, si tu ánimo te induce a ello; de ningún modo yo
te pediré que por mí te quedes. Otros hay a mi lado
que me honrarán , principalmente el próvido Zeus.
Eres para mí el más odioso de todos los reyes, alumnos de Zeus,
porque siempre te son agradables las disputas, las guerras y los
combates.
Si eres el más fuerte, un dios te lo dio.
Ve a tu casa con tus naves y sobre tus amigos
los mirmidones , reina; yo no presto atención en ti,
ni me inquieto porque estés irritado; pero te haré una amenaza:
como de mi aparta a Criseida Febo Apolo,
yo, en mi nave y mis amigos
la enviaré; pero yo me llevo a Briseida de hermosas mejillas
tu recompensa, yo mismo yendo a tu tienda, para que sepas
cuánto más poderoso soy yo que ti y para que otro tema
decir que es mi igual y compararse conmigo."

Así dijo. La congoja vino al Pelida; y su corazón
en su pecho robusto se inquietó por dos cosas,
o la espada aguda tirando del muslo
hacer levantar a los otros y matar al Atrida,
o calmar la cólera y detener su ánimo.
Mientras que tales cosas revolvía en su mente y en su corazón
tiró de la vaina su gran espada, vino Atenea
desde el urano, porque la envió Hera, la diosa de blancos brazos,
que por ambos al mismo tiempo tiene amor y se inquieta en su corazón .
Se paró detrás y tomó al Pelida de la blonda cabellera
a él solo mostrándose; ninguno de los otros la veía.
Se asombró Aquileo, se volvió y al instante conoció
a Palas Atenea: sus ojos brillaban terribles,
y hablando con ella , dijo aladas palabras :

" ¿Por qué, nuevamente, hija de Zeus que lleva la égida, has venido?
¿Para presenciar el ultraje el Atrida Agamenón?
Pues te diré lo que creo que va a ocurrir:
por sus presunciones pronto perderá la vida."

A su vez díjole Atenea, la diosa de ojos de lechuza:

" Yo vine para apaciguar tu cólera , si obedecieras,
desde el urano, porque me envió la diosa Hera, de blancos brazos
pues por ambos al mismo tiempo tiene amor y se inquieta en su corazón.
Pero, vamos, deja de disputar y no tires la espada con la mano;
más bien, ciertamente, véngate con palabras como te parezca,
porque lo que te diré habrá de cumplirse.
Un día triple y muy espléndidos regalos te serán ofrecidos
por este ultraje. Tú domínate y obedéceme”.

Contestándole dijo Aquileo de pies veloces:

"Es preciso, diosa, sus palabras observar
aunque irritado en el corazón, porque es lo mejor.
El que obedece a los dioses, es bien escuchado por ellos."

Sobre el puño de plata puso la pesada mano,
y envió a la vaina la gran espada; no desobedeció
la palabra de Atenea. Ella regresó al Olimpo,
la morada de Zeus que lleva la égida , en medio de las otras divinidades .
El Pelida, de nuevo, con funestas palabras
se dirigió al Atrida, no amainado en su cólera:

"Borracho, con ojos de perro y corazón de ciervo,
jamás a armarte para ir con el pueblo a la guerra
jamás a ir a una emboscada con los mejores de los Aqueos
te atreviste en tu ánimo: esto te parece la muerte.
Mucho mejor es en el gran ejército de los Aqueos
Robar los regalos de aquel que te contradiga.
Rey devorador de tu pueblo puesto que mandas sobre hombres viles,
en otro caso, Atrida, ahora por última vez injuriarías.
Pero te diré, y sobre un gran juramento lo juro:
sí, por este cetro que ya no más hojas ni ramas
producirá pues el tronco primitivo dejó en las montañas
ni reverdecerá, pues el bronce lo peló
de hojas y de corteza ; ahora los hijos de los Aqueos
que hacen justicia lo llevan en las manos, los que las leyes
por Zeus protegen ; este será un gran juramento.
algún día el deseo de Aquileo vendrá a los hijos de los Aqueos
todos; entonces no podrás, aunque afligido,
ayudarlos, cuando muchos bajo Hector matador de hombres
caigan muriendo; entonces te desgarrarás en tu corazón
lamentando que en nada honraste al mejor de los Aqueos."

Así habló el Pelida, arrojó a tierra el cetro
con clavos de oro perforado, y se sentó.
El Atrida, desde su puesto, se iba irritando. Entre ellos Néstor
de dulce habla, se levantó, sonoro orador de los pilios;
de su lengua, fluyó la voz más dulce que la miel.
Se le habían perdido ya dos generaciones de hombres de voz
articulada, que antes que él habían nacido y se habían criado
en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera ;
él, benévolo, les habló en el ágora y dijo:

"¡Oh, dioses! qué gran desgracia ha venido a la tierra Aquea.
Se alegraría Príamo y los hijos de Príamo
y los otros troyanos grandemente se regocijarían en su corazón,
si supieran todas lo de vosotros dos disputando,
que sois los primeros de los dánaos en el consejo como en la batalla.
Pero, dejaos convencer : ambos sois más jóvenes que yo;
ya en otro tiempo con hombres más esforzados que vosotros
y jamás ellos dejaron de tenerme en cuenta.
No he visto ni veré tales hombres
como Pirito, Drías , pastor de pueblos,
Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios,
y Teseo el Egida, que parecía un inmortal.
Se criaron aquellos, los más fuertes de los hombres de la tierra;
los más fuertes eran y combatieron con los más fuertes,
con los Monstruos de la montaña y terriblemente los destruyeron.
Y con ellos yo tuve relación yendo a Pilos,
desde lejos, desde una lejana tierra, porque ellos mismos me llamaron
y yo combatí según mis fuerzas. Ninguno con aquellos ,
de que son mortales que pisan la tierra, pelearía ,
y , sin embargo, comprendían mis consejos y se convencían
con mi palabra.
Convenceos vosotros también, pues lo mejor es convencerse.
Ni tú, aunque eres valiente, le quites la muchacha,
sino déjala, porque en un principio se la dieron los hijos
de los Aqueos como recompensa,
ni tú, Pelida, quieras disputar con el rey
de igual a igual, pues obtuvo igual honra
ningún rey que lleva cetro y a quine Zeus diera gloria.
Si tu eres más esforzado, es porque tu madre fue una diosa ;
pero este es más poderoso, pues reina sobre muchos más.
Atrida cesa en tu ira ; pues yo
te suplico que suprimas la cólera contra Aquileo, el cual, para todos
los Aqueos es gran escudo en el funesto combate."

Contestándole dijo el rey Agamenón:

" Sí, pues. todo esto , anciano, según virtud dijiste;
pero este varón quiere estar sobre todos los otros;
a todos quiere dominar, a todos quiere gobernar,
a todos quiere dar órdenes las que, creo, alguno se negará a
obedecer.
Si lo hicieron batallador los dioses siempre existentes,
¿por esto le permiten proferir ultrajes?"

Interrumpiéndole le contestó el divino Aquileo:

"Cobarde y vil podría ser llamado
si soportara en todo lo que dices,
manda a otros estas cosas, pero no a mí ,
me des órdenes, pues yo no pienso obedecerte.
Y otra cosa te diré, tú échala en tus entrañas :
con las manos yo no pienso combatirte por la muchacha
ni a ti ni a ningún otro, pues al fin me arrebatáis lo que me disteis;
pero de las otras cosas que tengo junto a la negra y veloz nave
nada podrías llevarte tomándolo si yo no lo quiero.
Y si no, vamos, inténtalo, para que también sepan estos;
pronto tu negra sangre correrá en torno de mi lanza."

Así habiendo altercado con encontradas palabras,
se levantaron y disolvieron el ágora junto a las naves de los Aqueos.
El Pelida se fue hacia la tienda y las naves
con el Menetíada y otros amigos.
El Atrida una nave veloz al mar echó ,
eligió veinte remeros, la hecatombe
colocó para el dios, a Criseida de hermosas mejillas
llevando embarcó y en la nave puso como jefe al ingenioso Odiseo.
Ellos, habiendo embarcado, navegaron por las fluida vía.
El Atrida ordenó que el pueblo se purificara ,
y ellos hicieron lustraciones y echaron al mar las impurezas,
y sacrificaron a Apolo perfectas hecatombes
de toros y de cabras , a orillas del mar estéril.
El olor de grasa y de la carne quemadas al cielo subió enroscándose con el humo.
En tales cosas ellos se ocupaban en el ejército. Agamenón
no olvidó la amenaza que desde el principio había hecho a Aquileo,
sino que dijo a Taltibio y a Euribates
que eran sus heraldos y diligentes servidores:

" Id a la tienda de Aquileo Pelida
y tomándola con la mano, traed a Briseida de hermosas mejillas ;
y si no os la diera, yo mismo la tomaré
yendo con más gente; le será más doloroso”.

Así diciendo, los despide; fuertes palabras había lanzado.
Ellos dos bajaron de mala gana a la orilla del mar estéril,
y se dirigieron hacia las tiendas y las naves de los Mirmidones.
Lo encontraron junto a la tienda y a la negra nave,
sentado . Viéndolos, no se alegró Aquileo.
Ellos se turbaron y, después de hacer una reverencia al rey,
se quedaron de pie: nada le dijeron ni le preguntaron.
El héroe conoció todo en su interior y dijo:

" Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los varones,
acercaos ; para mí no sois vosotros culpables, sino Agamenón,
que a vosotros dos envía por la muchacha Briseida.
Vamos, divino Patroclo, del linaje de Zeus, saca a la muchacha
y dásela a ellos para que se la lleven. Sed ambos testigos
ante los bienaventurados dioses y ante los mortales hombres,
y ante ese rey cruel por si alguna vez
tuviese necesidad de mí para apartar la indigna ruina
que cae sobre ellos. El desea con sus perniciosas entrañas
y no es capaz de conocer el porvenir y el pasado,
para que, junto a las naves, salvos peleen los Aqueos."

Así dijo; Patroclo obedeció a su querido amigo,
sacó de la tienda a Briseida de hermosas mejillas,
y la entregó para que la llevaran. Los nuevamente se fueron hacia
las naves de los Aqueos.
La mujer iba con ellos de mala gana. Luego Aquileo
llorando se sentó junto a las naves separado de sus amigos
a orillas del blanquecino mar , mirando al vinoso ponto.
Muchas cosas a su querida madre rogó tendiendo las manos.

" Madre, ya que me diste a luz aunque para vivir poco,
honra debió darme el Olímpico
Zeus, que truena en lo alto ; ahora de ningún modo me ha honrado,
porque el Atrida, el poderoso Agamenón
me deshonró : habiéndola tomado, tiene mi recompensa que él
mismo me arrebató."

Así dijo llorando y lo oyó su augusta madre
que estaba en las profundidades del mar junto a su anciano padre.
Rápidamente emergió del blanquecino mar como una niebla,
y delante de él se sentó llorando,
con la mano lo acarició , y le habló y le expresó con claridad:

" Hijo, ¿por qué lloras? ¿ qué dolor ha llegado a tu corazón?
habla, no me ocultes tu pensamiento para que los dos sepamos."

Profundamente suspirando le dijo Aquileo de los pies ligeros:

“Lo sabes, ¿ a qué decirte todas estas cosas que ya sabes?
Fuimos a Tebas, sagrada ciudad de Eetión,
la saqueamos y aquí trajimos todo;
los hijos de los Aqueos bien se repartieron todo entre ellos ;
del botín tomé para el Atrida a Criseida de hermosas mejillas.
Después Crises, sacerdote de Apolo que hiere de lejos
llegó a las rápidas naves de los Aqueos de coraza de bronce
para liberar a su hija trayendo infinito rescate,
y teniendo en sus manos las guirnaldas de Apolo, que hiere de lejos
en la punta del cetro de oro, y rogó a todos los Aqueos,
principalmente a los dos Aqueos, ordenadores de pueblos.
Entonces todos los Aqueos aclamaron
respetar al sacerdote y recibir el brillante rescate;
pero no le agradó en el corazón al Atrida Agamenón;
lo despidió malamente y dijo fuertes palabras .
El anciano se fue irritado; Apolo
escuchó su ruego, pues le era muy querido,
y arrojó a los Aqueos funesto dardo. Los pueblos
morían arracimados; los dardos del dios silbaban
por doquier sobre el gran ejército de los Aqueos. Un mántico
que bien sabe nos explicó el vaticinio del que hiere de lejos.
Yo el primero aconsejé apaciguar el dios;
pero la ira se adueño del Atrida y rápidamente levantándose
lanzó un mandato que ya se has cumplido:
en la nave veloz los Aqueos de ojos vivos
conducen a Crisa y llevan regalos para el dios;
ahora de mi tienda los heraldos, llevaron
a la joven Briseida , la que me habían dado los hijos de los Aqueos.
Tú, si puedes, socorre tu hijo.
Ve al Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez algo
o con palabra o con obra consolaste el corazón de Zeus.
Muchas veces, en los palacios de tu padre, te he oído
vanagloriarte; decías que al sombrío Cronión
tú sola entre los inmortales , lo habías librado de una funesta ruina,
cuando atarlo quisieron los otros Olímpicos,
Hera, Poseidón y Palas Atenea.
Pero tú acudiste, oh diosa, y lo libraste de las cadenas,
rápidamente llamando al gran Olimpo al hecatonquiro
al que Briareo llaman los dioses y todos los hombres
Egeón - porque él es superior en fuerza que su padre.
Y se sentó al lado del Cronión, ufano de su gloria.
Temiéronle los bienaventurados dioses y dejaron de atarlo.
Recuérdaselos, siéntate a su lado y toma sus rodillas,
tal vez quieran socorrer a los troyanos
y entre las popas y el mar, acorralar a los Aqueos,
que será muertos, para que todos gocen de su rey
y conozca el Atrida, el gran Agamenón,
el castigo, él, que nunca honró al mejor de los Aqueos."

Enseguida le contestó Thetis derramando lágrimas:

"¡ Ay, hijo mío! ¿por qué te he criado, después de darte a luz en
hora aciaga?
ojalá junto a las naves sin llanto ni pena
estuvieras, pues, precisamente, corto es tu destino y no muy largo
Ahora eres al mismo tiempo el de más breve vida y el más desdichado de todos
eres, por eso , para un mal destino te di a luz en el palacio.
Esta palabra para decir a Zeus, que lanza el rayo,
yo misma iré al Olimpo nevado, por si se deja convencer.
Tú ahora queda junto a las veloces naves
y de la cólera contra los Aqueos y de la guerra, abstente del todo.
Zeus, pues, hacia el Océano con los irreprochables Etíopes
ayer partió a un banquete; los dioses todos al mismo tiempo lo siguieron.
En doce días volverá al Olimpo,
y entonces iré a la morada sustentada en bronce de Zeus,
y le abrazaré las rodillas y creo que voy a convencerlo."

Dicho esto partió, allí dejándolo
irritado en su corazón a causa de la mujer de hermosa cintura
la que, por la fuerza y contra su voluntad le arrebataron. En tanto Odiseo
llegaba a Crises llevando la sagrada hecatombe.
Cuando llegaron al puerto muy profundo,
amainaron las velas y las colocaron en la negra nave;
el mástil sobre el caballete acercaron por medio de cables después
de abatirlo
rápidamente y llevaron la nave al amarradero con los remos.
Echaron anclas que ataron con amarras
Ellos saltaron al borde escarpado del mar,
bajaron la hecatombe para Apolo que hiere de lejos,
y Criseida salió de la nave surcadora del ponto
Enseguida, llevándola hacia el altar el ingenioso Odiseo
a su amado padre la entregó en la mano y le dijo:

" ¡Oh, Crises! me manda delante el jefe de varones Agamenón
para traerte a tu hija y una sagrada hecatombe a Febo
ofrecer en favor de los Dánaos, para que aplaquemos al dios
que ahora a los Aqueos, deplorables males envió”.

Habiendo dicho esto, la puso en sus manos ; él gozoso tomó
a su hija amada; ellos, enseguida, al dios la sagrada hecatombe
al punto ordenaron en torno del bien construido altar.
después se purificaron y tomaron la cebada.
con ellos rezó Crises en alta voz , levantando las manos:

"Escúchame tú, que llevas el arco de plata, que has protegido a
Crises y a la divina Cila, e imperas poderosamente en Ténedos:
ya una vez, antes , me escuchaste rogándote ;
me honraste al oprimir grandemente al pueblo de los Aqueos.
También ahora cúmpleme este voto:
ya de los Dánaos suprime esta funesta ruina."

Así dijo rezando, y lo escuchó Febo Apolo.
Luego oraron y esparcieron la cebada
Echaron para atrás el cuello de la víctima, la degollaron y la desollaron.
enseguida cortaron los muslos, los cubrieron con grasa
por ambos lados haciéndolo, sobre ellos pusieron las entrañas
en el altar.
Las quemó sobre la leña el anciano y sobre ellas
vino tinto derramó. Unos jóvenes cerca de él tenían en las manos
asadores de cinco puntas.
Después que se consumieron los muslos, comieron las vísceras,
luego los otros pedazos de carne los dispusieron alrededor de los asadores
los asaron hábilmente y retiraron todo.
Después que terminaron la tarea, prepararon la comida.
Comieron y ningún deseo careció de porción equitativa.
Después que satisficieron el deseo de bebida y de alimento ,
los muchachos coronaron las crateras de bebida
las distribuyeron a todos, después de la libación con los vasos.
Ellos, durante todo el día, con canto aplacaron al dios
cantando el hermoso peán los hijos de los Aqueos,
celebrando al que hiere desde lejos, el cual, escuchando, se alegró
en su corazón.
Cuando el sol se sumergió y llegó la oscuridad
se acostaron junto a las amarras de las naves.
Y cuando apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos,
levaron anclas hacia el gran ejército de los Aqueos.
viento favorable les envió Apolo que hiere de lejos.
Ellos izaron el mástil y desplegaron las velas blancas,
el viento hinchó el centro de la vela, alrededor el oleaje
contra la roda de la nave que avanzaba, purpúreo, resonada grandemente.
ella corría sobre las olas siguiendo su camino.
Después que llegaron al gran ejército de los Aqueos,
la negra nave sobre la tierra firme arrastraron ,
la pusieron alto sobre la arena con grandes puntales debajo,
luego se dispersaron entre las tiendas y las naves.
Entretanto , permanecía enojado junto a las veloces naves
el hijo de Peleo, igual a un dios, Aquileo de pies veloces.
y no frecuentaba el ágora que da gloria
ni iba a la guerra, sino que se consumía en su corazón
sino que aún permanecía y deseaba el grito de guerra.
Cuando, después de aquel día apareció la duodécima aurora
y al Olimpo fueron los dioses siempre existentes
todos juntos con Zeus a la cabeza, Thetis no olvidó las súplica
de su hijo, sino que emergió de las olas del mar
muy mañanera y subió al gran cielo y al Olimpo.
Encontró al Cronida de gran voz sentado lejos de los otros,
en una alta cumbre del Olimpo de muchas cimas.
y se sentó delante de él , y tomó su rodilla
con la mano izquierda, y le tomó el mentón con la derecha
y rogándole le dijo a dios Zeus Cronida:

" ¡Oh, padre Zeus, si alguna vez te serví entre los inmortales
con palabras u obras, cúmpleme este voto:
honra a mi hijo, que es de más próxima muerte que los otros,
pues ahora, el rey de varones Agamenón
lo ha deshonrado, porque habiéndola tomado, tiene la recompensa
que él mismo le arrebató.
Véngalo tú, próvido Zeus Olímpico,
que mientras a los Troyanos das la victoria, los Aqueos
a mi hijo honren y lo colmen de honores. "

Así habló; nada le contestó Zeus que amontona las nubes,
sino que estuvo en silencio durante largo tiempo. Thetis lo tocaba la
barba,
como que estaba inmóvil, y dijo por segunda vez :

"Prométemelo verdaderamente y consiente,
o rehúsa, pues sobre ti no cae el temor, para que bien yo sepa
en cuánto yo, entre todas. soy una diosa sin honra”.

Muy afligido le habló Zeus, que reúne las nubes.

"Funestas acciones con lo que harás que yo sea tratado como
enemigo
por Hera, cuando se irrite conmigo con injuriosas palabras.
Ella, sin motivos, siempre entre los dioses inmortales
me riñe porque dice que socorro a los Troyanos en la batalla.
Tú ve ahora, que no te advierta
Hera ; estas cosas serán mi preocupación para que se cumplan.
y si deseas, te haré señal con la cabeza para que te convenzas;
este es por mi parte, entre los inmortales, el mayor
signo : no es revocable ni engañoso.
ni deja de cumplirse lo que asiento con la cabeza. "

Dijo el Cronida y frunció el oscuro entrecejo.
Se agitaron las divinas cabelleras del rey
desde su cabeza inmortal; grandemente se agitó el Olimpo.
Después de deliberar, se separaron; ella
al profundo mar saltó desde brillante Olimpo,
Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al mismo tiempo
de sus asientos, delante de su padre; ninguno se atrevió
a aguardar que llegara, sino que todos fueron a su encuentro.
Se sentó sobre su trono y Hera
no ignoró, habiéndolo mirado, que con él había deliberado
Thetis de pies de plata, hija del anciano del mar;
al punto, con injuriosas palabras dijo a Zeus Cronida:

“¿Cuál de las deidades, astuto, ha deliberado contigo?
Siempre te es grato, estando lejos de mí,
decidir ocultos pensamientos, y jamás alguna vez a mí
benévolo, te atreviste a decir una palabra de lo que sabes."

Contestole el padre de los hombres y de los dioses:

" Hera, todas mis decisiones no esperes
saber; difíciles son aunque seas mi esposa.
Pero lo que sea justo oir, ninguna
ni de los dioses ni de los hombres primero que tú sabrá
lo que yo, lejos de los dioses quiera pensar .
No preguntes cada cosa ni lo averigües."

Respondiole en seguida la augusta Hera de ojos de vaca:

"Terribilísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste?
no es demasiado lo que ahora te he preguntado y trato de averiguar,
puesto que muy tranquilo meditas lo que quieres.
Ahora temo terriblemente en mi corazón de que te haya seducido
Thetis, de pies de plata, la hija del anciano del mar;
porque muy mañanera se sentó a tu lado y tomó las rodillas;
y creo que le prometiste verdaderamente que a Aquileo
honrarías, y que a muchos Aqueos destruirías junto a las naves."

Respondiéndole dijo Zeus, que amontona nubes:

"¡ Desdichada!" siempre sospechas y de ti no me oculto.
Sin embargo, nada podrás hacer , sino que de mi corazón
más lejos estarás; esto te será más doloroso.
Si esto es así, debe serme grato.
Pero siéntate en silencio, obedece mi palabra.
no sea que no te ayuden cuantos dioses hay en el Olimpo,
estando junto a ti, cuando te pongas mis invictas manos."

Así dijo, y tuvo temor la augusta Hera, de ojos de vaca ,
y haciendo silencio, doblegando su corazón.
Se indignaron en el palacio de Zeus los dioses uranidas.
Entre ellos, Hefesto, el ilustre artesano, comenzó a arengar
trayendo cosas agradables para su querida madre, Hera de blancos brazos:

" Estas funestas e insoportables serán estas cosas,
si vosotros dos , a causa de los mortales, así disputáis
y promovéis alboroto entre los dioses; ni el banquete
feliz será placentero, pues vencen las peores cosas.
Yo aconsejo a mi madre, aunque ella tiene juicio,
que a mi padre amado, Zeus, traiga cosas agradables, para que
no vuelva a reñirla y con nosotros turbe el festín.
Pues si quiere el Olímpico que lanza rayos
arrojarnos de los asientos, él es mucho más fuerte.
Pero tú dirígete a él con palabras felices
e inmediatamente propicio será el Olímpico con nosotros."

Así habló y, tomando el vaso de dos asas
se lo dio en las manos a su querida madre y le habló:

" Ten valor, madre mía, y sopórtalo aunque estés afligida,
que a ti, que eres querida, no te vea con mis ojos
matratada, porque entonces nada podremos, aunque afligidos,
socorrerte: el Olímpico es difícil de ser resistido.
Ya otra vez que deseaba defenderte
tomándome de un pie, me arrojó del umbral divino.
Todo el día fui rodando, hasta la puesta del sol
caí en Lemno. Un poco de vida tenía
y allí los varones sintios me recogieron después que hube caído”.

Así dijo. La diosa Hera, de blancos brazos, sonriose,
y todavía sonriendo, tomó con la mano la copa que le daba su hijo.
Luego a todos los otros dioses por su derecha
dio de beber el dulce néctar sacándolo de la cratera.
Una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados dioses
cuando vieron a Hefestos tan diligente por el palacio.
Todo el día, hasta la caída del sol
comieron y ningún deseo careció de porción equitativa;
ni de la hermosa cítara, que tañía Apolo,
ni de las Musas, que cantaron alternando con hermosa voz.
Pero, cuando la brillante luz del sol se sumergió
ellos fueron a dormir , cada uno a su palacio
donde para cada uno una casa el ilustre artesano cojo de ambas piernas,
Hefestos, hizo con sabia inteligencia.
Zeus Olímpico, que lanza rayos, fue a su lecho
donde acostumbraba dormir cuando le venía el dulce sueño.
Allí subió y se acostó junto a Hera que tiene el trono de oro.