I
Cantemos, ¡oh Sicilianas Musas!, mayores asuntos;
pues no a todos deleitan las florestas ni los tamarindos humildes:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul.
Ya viene la última era de los versos de Cumas:
ya nace, de lo profundo de los siglos, un magno orden.
Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; [Virgo, la diosa de la justicia Astrea; el Siglo de Oro]
ya desciende del alto cielo una nueva progenie.
Tú, el ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro
termina, y surge en todo el mundo la nueva de oro,
se propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolo.
Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,
¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,
tú conduciendo. Y si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,
nulos a perpetuidad los harán, por miedo, las naciones.
Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá
mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;
con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.
Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.
Henchidas de leche las ubres, volverán al redil
por sí solas las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.
de tu misma cuna brotarán para ti acariciantes flores.
Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba
morirá; por doquier nacerá el amomo asirio.
Cuando puedas leer las alabanzas de los héroes
y las hazañas de tus padres, y saber qué es la virtud,
amarillearán en los lentos campos las blandas espigas,
rosadas uvas penderán de las incultas zarzas,
y los duros robles sudarán un rocío de miel.
Con todo persistirán las huellas de las viejas maldades,
cuyas naves ofenderán a Tetis, cuyos muros ceñirán
ciudades, cuyos surcos hincarán todavía la tierra.
Habrá entonces otro Tifis: otra Argos conducirá
a selectos héroes; habrá también otras guerras,
y de nuevo se lanzará sobre Troya el gran Aquiles.
Después, cuando alcances la edad viril plena,
el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño
no mercará los bienes: todo campo surtirá todas las cosas.
No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada
y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes.
No aprenderá la lana a mentir con variados colores;
antes bien, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea,
mudará el morueco en los prados su suave vellón;
por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace.
"¡Rodad tales siglos!", dijeron a sus husos las Parcas,
acordes con la inmutable voluntad de los Hados.
¡Lánzate a estos altos honores! Cumplido está el tiempo,
¡oh progenie amada de los dioses! ¡Oh magno vástago de Jove!
¡Contempla cómo bajo la celeste bóveda se inclinan los astros
y las tierras y el vasto mar y el profundo cielo!
¡Contempla como el siglo venturo regocija todas las cosas!
¡Oh! ¡Que mis últimos años sean tan largos
y me alcance el aliento para cantar tus hazañas!
No vencerán mis versos ni el tracio Orfeo, ni Lino,
aún si la madre a aquel y el padre a este asistieron,
Calíope a Orfeo, y a Lino el hermoso Apolo.
También Pan, si compitiera conmigo, juzgando la Arcadia,
también a Pan declararía vencido el juicio de la Arcadia.
Comienza ¡oh muchachito! a conocer a tu madre por la sonrisa:
por diez meses un largo fastidio acompañó a tu madre.
Comienza ¡oh muchachito! A quien no sonríen sus padres,
no le otorga su mesa el dios, ni reposar con la diosa.
II
Cantemos, ¡oh Musas! un asunto más grande. No a todos gustan los vergeles y los tamarindos humildes. Si cantamos a las selvas, sean las selvas dignas de un cónsul.
Ya ha llegado la última edad que anunció la profecía de Cumas. La gran hilera de los siglos empieza de nuevo. Ya vuelve también la Virgen, el reino de Saturno vuelve. Ya se nos envía una nueva raza del alto cielo. Únicamente, a ese niño que nace, con quien terminará por fin la edad de hierro y surgirá la edad de oro para todo el mundo, tú, casta Lucina, ampáralo: ya reina tu Apolo. Justamente en tu consulado, el tuyo, Polión, llegará tal gloria del tiempo y empezarán a marchar los grandes meses. Bajo tu guía, si alguna huella de nuestro pasado queda, se borrará, librando a las tierras de su miedo eterno. Él tendrá la vida de los dioses y verá a los héroes mezclados entre los dioses, y él, a su vez, será visto por ellos. Y gobernará el orbe pacificado por las virtudes de su padre.
Ahora bien, como primeros regalillos, niño, la tierra sin ninguna labranza derramará por doquier para ti hiedras errantes, así como hierba bácara, y hojas de colocasias enredadas con cardos risueños. Las cabras volverán a casa solas con las ubres hinchadas de leche, y las vacas no temerán a los grandes leones; por sí sola la cuna derramará para ti blandas flores. Morirá también la serpiente; la hierba que engaña con el veneno morirá también; por todas partes nacerá el amomo asirio.
Mas así que puedas leer las glorias de los héroes y las gestas de tu padre, y saber qué es el valor, poco a poco irá amarilleando el campo con la blanda espiga, de los zarzales bravíos colgará el racimo rojizo y las duras encinas destilarán el rocío de la miel.
Sin embargo, subsistirán unas pocas huellas del yerro primitivo, que manden tentar a Tetis con los barcos, ceñir plazas con murallas, hender surcos en la tierra. Habrá entonces un segundo Tifis y una segunda Argos que transporte a los héroes elegidos; habrá también otras guerras segundas y otra vez se enviará a Troya un gran Aquiles. Luego, cuando ya la edad robusta te haga un hombre, el propio pasajero renunciará al mar, y el pino naval no cambiará mercancías. Toda tierra dará de todo. El suelo no sufrirá a los rastrillos, ni la viña las hoces; el forzudo labrador desuncirá entonces también los toros del yugo. La lana no aprenderá a fingir colores variados, sino que el propio carnero, en los prados, cambiará sus vellones ora con púrpura suavemente roja, ora con amarillo azafrán; de su grado el color escarlata teñirá a los corderos en el pasto. «Aprisa, hilad tales siglos», dijeron a sus husos las Parcas, de acuerdo con la voluntad inmutable de los hados.
Entra en los grandes oficios (ya llega el momento), oh vástago querido de los dioses, magna semilla de Júpiter. Mira el mundo que te hace señal con el peso de su bóveda, y las tierras, los trechos del mar, el cielo profundo; mira cómo todo se alegra con el siglo que está al llegar. ¡Ojalá me reste para entonces la última parte de una vida larga y el aliento suficiente para narrar tus hazañas! No ha de vencerme a cantar ni Orfeo de Tracia, ni Lino, aunque al uno le asista la madre, y al otro el padre, a Orfeo, Calíope, a Lino, el hermoso Apolo. Incluso si Pan compartiese conmigo, ante el juicio de la Arcadia, Pan incluso confesaría que ha sido vencido, ante el juicio de la Arcadia.
Empieza, niño pequeño, a conocer a tu madre riéndole (a tu madre diez meses trajeron largos hastíos); empieza, niño pequeño: al que no le han reído los padres, no lo convida a su mesa el dios ni la diosa a su lecho.
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