miércoles, 29 de julio de 2015

Shakespeare, Monólogos

TODO EL MUNDO ES UN ESCENARIO

De W. Shakesperare, Cómo os guste (o, Como gustéis)

ROSALIND


Todo el mundo es un escenario,
y todos los hombres y mujeres meros actores:
tienen sus salidas y entradas;
y un hombre en su vida interpreta muchos roles,
siendo sus actos en siete edades. Al principio el infante,
que llora en brazos de la nodriza.
Luego el quejoso escolar con su cartera
y su brillante cara matutina, arrastrándose
de mala ga­na a la escuela, con paso de caracol.
Después, el amante, suspirando como una fragua
con una triste balada
compuesta para la reja de su amada.
Luego soldado, lleno de extrañas bravuconadas,
bigo­tudo como el leopardo,
celoso de su honor, súbito y pronto en la lucha,
buscando la efímera repu­tación
hasta en la boca del cañón. Más tarde, juez
de redondo y prominente abdomen
de mirada severa y barba cortada formal,
lleno de sesudos dichos y modernas citas:
y así desempeña su papel. En la sexta edad
cambia al flaco y suelto Pantalón,
calzado de chinelas,
con anteojos en la nariz y el saco al costado,
y con juveniles calcetines, bien conservados
flotando en anchos pliegues sobre sus encogidas piernas;
y su voz varonil vuelve otra vez al infantil agudo re­sopla
y silba en su sonido.
La última escena de todas,
que termina esta extraña y nutrida historia,
es la segunda infancia, el mero olvido
sin dientes, sin ojos, sin palabras, nada.

All the world's a stage,
And all the men and women merely players:
They have their exits and their entrances;
And one man in his time plays many parts,
His acts being seven ages. At first the infant,
Mewling and puking in the nurse's arms.
And then the whining school-boy, with his satchel
And shining morning face, creeping like snail
Unwillingly to school. And then the lover,
Sighing like furnace, with a woeful ballad
Made to his mistress' eyebrow. Then a soldier,
Full of strange oaths and bearded like the pard,
Jealous in honour, sudden and quick in quarrel,
Seeking the bubble reputation
Even in the cannon's mouth. And then the justice,
In fair round belly with good capon lined,
With eyes severe and beard of formal cut,
Full of wise saws and modern instances;
And so he plays his part. The sixth age shifts
Into the lean and slipper'd pantaloon,
With spectacles on nose and pouch on side,
His youthful hose, well saved, a world too wide
For his shrunk shank; and his big manly voice,
Turning again toward childish treble, pipes
And whistles in his sound. Last scene of all,
That ends this strange eventful history,
Is second childishness and mere oblivion,
Sans teeth, sans eyes, sans taste, sans everything.

Macbeth, escena VII

(Oboes y antorchas. Cruzan la escena un mayordomo y varios sirvientes llevando platos y servicio de mesa. Entra, a continuación, Macbeth)


Si todo concluyera ya hecho... Convendría acabar pronto; si el crimen pudiera frenar sus consecuencias y, con desaparecer, asegurar el éxito de modo que este golpe, a un tiempo, fuese todo y el fin de todo, aquí, solo aquí, sobre esta orilla y páramo del tiempo, se arriesgaría la vida que ha de seguir. Sin embargo, es aquí, en estos casos, donde se nos juzga, porque damos órdenes sangrientas que, aprendidas, son un tormento para quien las da. La mano imparcial de la justicia pone el cáliz que hemos envenenado en nuestros propios labios. Él se encuentra aquí con una confianza doblada: primero, soy su deudo y su súbdito, dos razones buenas para no obrar; después, como anfitrión, yo tendría que cerrar las puertas a sus asesinos, no ser quien blandiera el puñal. Además, este Duncan ha sido en el poder tan humilde y en el gobernar tan ecuánime que sus virtudes clamarían –tal ángeles con voces de trompetas- contra el acto deleznable de hacerlo desaparecer; y la piedad, como un recién nacido desnudo en la tormenta que galopa o un querubín del cielo subido en corceles invisibles, expondrá este acto como horrible a los ojos del mundo y el vendaval de lágrimas será sofocante. Las espuelas clavadas en los costados de mi deseo son las de una ambición que brinca, se sobrepasa y, ya demasiado alta, se derrumba.


Monólogo de Elena en Sueño de Una Noche de Verano 

¡Cuánto más felices logran ser unos que otros! En toda Atenas se me tiene por su igual en hermosura, pero ¿de qué me sirve? Demetrio no lo cree así. Se niega a reconocer cuanto todos menos él reconocen. Y así como se engaña fascinado por los ojos de Hermia así yo me ciego enamorada de sus cualidades. El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas, excelsas. No ve con los ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido. Tampoco en la mente del amor se ha registrado alguna señal de discernimiento. Alas sin ojos son emblema de la premura imprudente y por eso se afirma que el amor es niño, porque en la elección yerra frecuentemente. Y así como se ve a los niños traviesos infringir sus juramentos en los juegos, así el rapaz Amor es perjuro por doquier. Porque antes de ver Demetrio los ojos de Hermia me acribilló con un granizo de juramentos asegurándome que era solo mío; y cuando esta granizada sintió el calor de su presencia, se disolvió y derritió el chaparrón de promesas. Voy a revelarle la fuga de la hermosa Hermia y no dejará de perseguirla mañana por la noche en el bosque; por este aviso, con solo que me dé las gracias habré recibido una gran retribución. Pero ¿bastará a mitigar mi pena el poder allá mirarle y volver?


Monólogo de Hamlet 

¡Ser o no ser! ¡He aquí la cuestión! 
Si es a la luz de la razón más digno 
sufrir los golpes y punzantes dardos 
de suerte horrenda, o terminar la lucha 
en guerra contra un piélago de males. 

Morir; dormir. ¿Dormir? ¡Soñar acaso! 
¡Ah! La rémora es esa; pues qué sueños 
podrán ser los que acaso sobrevengan 
en el dormir profundo de la muerte, 
ya de mortal envoltura despojados, 
suspende la razón: ahí el motivo 
que a la desgracia da tan larga vida. 
¿Quién las contrariedades, el azote 
de la fortuna soportar pudiera, 
la sinrazón del déspota, del vano 
el ceño, de la ley las dilaciones, 
de un amor despreciado las angustias, 
del poder los insultos, y el escarnio 
que del menguado el mérito tolera, 
cuando él mismo su paz conseguiría 
con un mero punzón? ¿Quién soportara 
cargas, que con gemidos y dolores 
ha de llevar en vida fatigosa, 
si el recelo de un algo tras la muerte, 
incógnita región de donde nunca 
vuelve el viajero, no turbara el juicio, 
haciéndonos sufrir el mal presente 
antes que en busca ir de lo ignorado? 


Monólogo De Enrique VIII 

No vengo ahora a haceros reír; son estas cosas de una fisonomía seria y grave, tristes, elevadas y patéticas, llenas de pompa y dolor; escenas nobles, propias para inducir los ojos al llanto lo que hoy os ofrecemos. 

Los inclinados a la piedad pueden aquí, si a bien lo tienen, dejar caer una lágrima: el tema es digno de ello. Aquellos que dan su dinero sin esperanza de ver algo creíble, hallarán empero la verdad. Los que vienen solo a presenciar una pantomima o dos y convenir enseguida que la obra es pasable, si quieren permanecer tranquilos y benevolentes, les prometo que tendrán un rico espectáculo ante sus ojos en el transcurso de dos breves horas.

Solo los que vienen a escuchar una pieza alegre y licenciosa o un fragor de broqueles, o a ver un bufón de largo vestido abigarrado con ribetes amarillos, quedarán defraudados, pues, sabed, amables oyentes, que mezclar nuestra verdad auténtica con tales espectáculos de bufonería y combate, fuera de que sería rebajar nuestro propio juicio e intención de no representar ahora sino lo que reputamos auténtico, nos haría perder para siempre la simpatía de todo hombre culto. 

Así pues, en nombre de la benevolencia, y puesto que se os conoce como los primeros y más felices espectadores de la ciudad, sed tan serios como deseamos; imaginad que veis los personajes mismos de nuestra noble historia tales como fueron en vida; imaginad que los contempláis poderosos y acompañados del enorme gentío y solicitud de millares de amigos; luego, considerad cómo, en un instante, a esta grandeza se une súbito el infortunio. Y, si entonces conserváis vuestra alegría, diré que un hombre lloraría incluso el día de su boda.

JULIO CÉSAR (1599)

Acto III, escena II

ANTONIO

Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos. Que así ocurra con César.

Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Por la benevolencia de Bruto y de los demás, pues Bruto es un hombre de honor, como lo son todos, he venido a hablar en el funeral de César. Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor.

Todos visteis que, en las Lupercales, le ofrecí tres veces una corona real, y tres veces la rechazó. ¿Eso era ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso y es indudableque Bruto es un hombre de honor.
No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí para decir lo que sé. Todos le amasteis alguna vez, y no sin razón. ¿Qué razón, entonces, os impide ahora hacerle el duelo? ¡Ay, raciocinio te has refugiado entre las bestias, y los hombres han perdido la razón!... Perdonadme. Mi corazón está ahí, en esos despojos fúnebres, con César, y he de detenerme hasta que vuelva en mí...

PRIMER CIUDADANO

Creo que hay mucha sabiduría en lo que dice

SEGUNDO CIUDADANO

Si te paras a pensarlo, César cometió un gran error

TERCER CIUDADANO

¿Ah, sí? Me temo que alguien peor ocupará su lugar.

CUARTO CIUDADANO

¿Le has prestado atención? No creo que él quisiera tomar la corona. Y por lo tanto, no era un ambicioso.

PRIMER CIUDADANO

Y si se descubriera que lo fue… algunos lo soportaríamos.

SEGUNDO CIUDADANO

Pobrecillo, sus ojos están rojos como el fuego de llorar…

TERCER CIUDADANO

No hay nadie más noble en Roma que Antonio.

CUARTO CIUDADANO

Préstale atención, que empieza a hablar otra vez. 

ANTONIO

Ayer la palabra de César hubiera prevalecido contra el mundo. Ahora yace ahí y nadie hay lo suficientemente humilde como para reverenciarlo. ¡Oh, señores! Si tuviera el propósito de excitar a vuestras mentes y vuestros corazones al motín y a la cólera, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres de honor. No quiero ser injusto con ellos. Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honorables! Pero aquí hay un pergamino con el sello de César. Lo encontré en su gabinete. Es su testamento. Si se hiciera público este testamento que, perdonadme, no tengo intención de leer, irían a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre. Sí. Suplicarían un cabello suyo como reliquia, y al morir lo mencionaría en su testamento, como un rico legado a su posteridad!

CUARTO CIUDADANO

Queremos escuchar el testamento. Léelo, Marco Antonio.

TODOS LOS CIUDADANOS

¡El testamento!. ¡El testamento! Queremos escuchar el testamento del César.

ANTONIO

Tened paciencia, amigos. No debo leerlo. No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César. No estáis hechos de madera, no estáis hechos de piedra, sois hombres, y, como hombres, si oís el testamento de César os vais a enfurecer, os vais a volver locos. No es bueno que sepáis que sois sus herederos, pues si lo supierais, podría ocurrir cualquier cosa.

CUARTO CIUDADANO

Lee el testamento. Queremos escucharlo, Antonio: debes leernos el testamento, el testamento de César.

ANTONIO

¿Queréis tener paciencia? ¿Queréis esperar un momento? He ido demasiado lejos en deciros esto. Temo agraviar a los honorables hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo temo!

CUARTO CIUDADANO

¡Esos hombres honorables son unos traidores!

TODOS LOS CIUDADANOS

¡El testamento! ¡El testamento!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Son unos miserables asesinos! ¡El testamento! ¡Lee el testamento!

ANTONIO

¿Me obligáis a que lea el testamento? En ese caso, formad círculo en torno al cadáver de César, y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Bajo? ¿Me dais vuestro permiso?

TODOS LOS CIUDADANOS

¡Baja!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Baja!

TERCER CIUDADANO

¡Tienes permiso!

CUARTO CIUDADANO

Acercaos, haced un círculo.

PRIMER CIUDADANO

Haced sitio al cadáver.

SEGUNDO CIUDADANO

Haced sitio al noble Antonio.

ANTONIO

¡No me empujéis! ¡Alejaos!

TODOS

¡Atrás, atrás!

ANTONIO

Si tenéis lágrimas, preparaos a derramarlas. Todos conocéis este manto. Recuerdo la primera vez que César se lo puso. Era una tarde de verano, en su tienda, el día que venció a los nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved que brecha abrió el envidioso Casca! ¡Por esta otra le apuñaló su muy amado Bruto! Y al retirar su maldito acero, observad como la sangre de César lo siguió, como si abriera de par en par para cerciorarse si Bruto, malignamente, la hubiera llamado. Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, con que ternura le amaba César! ¡Ese fue el golpe más cruel de todos, porque cuando el noble César vio que él lo apuñalaba, la ingratitud, más fuerte que las armas de los traidores, lo aniquiló completamente. Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el  Manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, al pie de la cual se desangró... ¡Oh qué funesta caída, conciudadanos! En aquel momento, yo, y vosotros, y todos, caímos, mientras la sangrienta traición nos sumergía. Ahora lloráis, y me doy cuenta que empezáis a sentir piedad. Esas lágrimas son generosas. Almas compasivas: ¿por qué lloráis, si sólo habéis visto la desgarrada túnica de César? Mirad aquí. Aquí está, desfigurado, como veis, por los traidores.

PRIMER CIUDADANO

¡Penoso espectáculo!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Ay, noble César!

TERCER CIUDADANO

¡Funesto día!

CUARTO CIUDADANO

¡Traidores! ¡Miserables!

PRIMER CIUDADANO

¡Sangrienta visión!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Queremos venganza!

TODOS

¡Venganza! ¡Juntos! Perseguidlos, quemadlos, matadlos, degolladlos, no dejar un traidor vivo!

ANTONIO

¡Conteneos, ciudadanos!

PRIMER CIUDADANO

¡Calma! ¡Escuchemos al noble Antonio!

SEGUNDO CIUDADANO

Lo escucharemos, lo seguiremos y moriremos por él.

ANTONIO

Amigos, queridos amigos: que no sea yo quien os empuje al motín. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. Desconozco qué secretos agravios tenían para hacer lo que hicieron. Ellos son sabios y honorables, y no dudo que os darán razones. No he venido, amigos, a excitar vuestras pasiones. Yo no soy orador como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que quería a mi amigo, y eso lo saben muy bien los que me permitieron hablar de él en público. Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria para enardecer la sangre de los hombres. Hablo llanamente y sólo digo lo que vosotros mismos sabéis. Os muestro las heridas del amado César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto, y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y amotinar los cimientos de Roma.

TODOS

Nos amotinaremos.

PRIMER CIUDADANO

¡Quemaremos la casa de Bruto!

TERCER CIUDADANO

¡Vamos, pues, persigamos a los conspiradores!

ANTONIO

Escuchadme, ciudadanos. Escuchadme lo que tengo que decir.

TODOS

¡Alto! Escuchemos al noble Antonio.

ANTONIO

¡Pero, amigos, no sabéis lo que vais a hacer! ¿Qué ha hecho César para merecer vuestro afecto? No lo sabéis. Yo os lo diré. Habéis olvidado el testamento de que os hablé.

TODOS

¡Es verdad, el testamento! Esperemos a oír el testamento.

ANTONIO

Aquí está, con el sello de César. A todos y cada uno de los ciudadanos de Roma, lega setenta y cinco dracmas.

CIUDADANO SEGUNDO

¡Noble César! ¡Vengaremos su muerte!

TERCER CIUDADANO

¡Oh, magnánimo César!

ANTONIO

Tened paciencia y escuchadme.

TODOS

¡Alto!

ANTONIO

Lega, además, todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines,recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos, como parques públicos, para que os paseéis y recreéis. ¡Éste sí que era un César! ¿Cuándo tendréis otro como él? 

EL MERCADER DE VENECIA (1600)

Acto III, escena I

SHYLOCK

Él me había avergonzado y perjudicado en medio millón, se rio de mis pérdidas y se ha burlado de mis ganancias. Despreció a mi nación, desbarató mis negocios, enfrió a mis amigos y calentó a mis enemigos; ¿y cuál es su motivo? “Soy un judío”. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas ¿no nos reímos? Si nos envenenáis ¿no nos morimos? Y, si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado. 

De Romeo y Julieta

JULIETA

Mi único enemigo es tu nombre.
Tú eres tú, aunque seas un Montesco.
¿Qué es «Montesco»? Ni mano, ni pie,
ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo.
¡Ah, ponte otro nombre! 
¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa
sería tan fragante con cualquier otro nombre.
Si Romeo no se llamase Romeo,
conservaría su propia perfección
sin ese nombre. Romeo, quítate el nombre
y, a cambio de él, que es parte de ti,
¡tómame entera!
¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche
e irrumpes en mis pensamientos?
Mis oídos apenas han sorbido cien palabras
de tu boca y ya te conozco por la voz. 
¿No eres Romeo, y además Montesco?
Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y por qué?
Las tapias de este huerto son muy altas
y, siendo quien eres, el lugar será tu muerte
si alguno de los míos te descubre.
Si te ven, te matarán. 
Por nada del mundo quisiera que te viesen.
¿Quién te dijo dónde podías encontrarme?
La noche me oculta con su velo;
si no, el rubor teñiría mis mejillas
por lo que antes me has oído decir.
¡Cuánto me gustaría seguir las reglas,
negar lo dicho! Pero, ¡adiós al fingimiento!
¿Me quieres? Sé que dirás que sí 
y te creeré. Si jurases, podrías
ser perjuro: dicen que Júpiter se ríe
de los perjurios de amantes. ¡Ah, gentil Romeo!
Si me quieres, dímelo de buena fe.
O, si crees que soy tan fácil, 
me pondré áspera y rara, y diré «no»
con tal que me enamores, y no más que por ti.
Mas confía en mí: demostraré ser más fiel
que las que saben fingirse distantes.
Reconozco que habría sido más cauta
si tú, a escondidas, no hubieras oído
mi confesión de amor. Así que, perdóname
y no juzgues liviandad esta entrega
que la oscuridad de la noche ha descubierto.

De Macbeth


II

LADY MACBETH

Está ronco el cuervo que anuncia con graznidos la fatal llegada de Duncan a mi castillo. ¡Espíritus, venid! iVenid a mí, puesto que presidís los pensamientos de una muerte! Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a la cabeza, con la más espantosa crueldad! ¡Que se dense mi sangre, que se bloqueen todas las puertas al remordimiento! ¡Que no vengan a mí contritos sentimientos naturales a perturbar mi propósito cruel, o a poner tregua a su realizacion! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi leche en hiel, espíritus de muerte que por doquier estáis -esencias invisibles- al acecho de que Naturaleza se destruya!¡Ven, noche espesa, ven y ponte el humo lóbrego de los infiernos para que mi ávido cuchillo no vea sus heridas, ni por el manto de tinieblas pueda el cielo asomarse gritando «¡basta, basta!». [...]

¡Nunca habrá de ver el sol ese mañana! Tu rostro, mi señor, es como un libro donde el hombre puede leer extrañas cosas. Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia; pon una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua; procúrate el inocente aspecto de la flor, pero sé tú la víbora que oculta. Habremos de atender al que ha de venir y tendrás que dejar que sea yo quien se ocupe esta noche de nuestro gran proyecto que dará a nuestros días venideros y a todas nuestras noches absoluto dominio soberano, y el poder. ¿Cuál fue la bestia que te hizo proponerme empresa como esta? Eras un hombre cuando te atrevías y serías más hombre, mucho más, si fueses aún más de lo que eras. Ni tiempo ni lugar eran propicios; sin embargo, tú querías crearlos. Y, ahora que se presentan ellos mismos, su oportunidad abatido te deja. Mi leche yo la he dado y sé cuán tierno es amar al ser que se amamanta; pues bien, en ese instante en que te mira sonriendo, habría arrancado mi pezón de sus blandas encías y machacado su cabeza si lo hubiese jurado como juraste tú. Cada día, cada recuerdo se va borrando de mi cuerpo. Cada día pasas a ser parte del pasado. Deseo con toda mi alma, que cuando sean las doce, cada uno tenga lo que se merece. Quiero que te pudras física y emocionalmente. Quiero que te retuerzas por tus propias heces internas. Quiero que te sientas torpe. Sacas lo peor de mí. No tendré nada que festejar, no tendré ganas de sonreír, pero vos tampoco. La culpa nunca te va a dar paz, ni en épocas de Navidad.

II

MACBETH Si todo terminara una vez hecho, sería conveniente acabar pronto; si pudiera el crimen frenar sus consecuencias y al desaparecer asegurar el éxito, de modo que este golpe a un tiempo fuese todo y fin de todo... aquí, solo aquí, sobre esta orilla y páramo del Tiempo se arriesgaría la vida por venir. En estos casos es aquí, sin embargo, donde se nos juzga, porque damos instrucciones sangrientas que, aprendidas, son un tormento para quien las da. La imparcial mano de la justicia pone el cáliz, envenenado por nosotros, en nuestros propios labios. Se encuentra  aquí con doble confianza: primero, soy su deudo a más de súbdito, dos buenas razones para no actuar; después, como anfitrión, tendría que cerrar las puertas a los asesinos, no ser yo quien blandiera el cuchillo. Además, este Duncan ha sido tan humilde en el poder, y tan ecuánime al gobernar, que sus virtudes clamarían –tal ángeles con voces de trompetas–  contra el acto deleznable de hacerlo desaparecer; y la piedad, como un recién nacido que desnudo galopa en la tormenta, o querubín del cielo montado por el aire en sus corceles invisibles, expondrá este acto horrible a los ojos del mundo y sofocarán las lágrimas el vendaval. La espuela, que se clava en los flancos de mi deseo,  es la de ambición que brinca y al sobrepasarse, ya demasiado lejos, se derrumba. 

III

MACBETH Ve y dile a tu señora que cuando esté dispuesta mi bebida haga que suene la campana. Puedes irte a dormir. (Sale el sirviente) ¿Es una daga eso que contemplo ante mí, con la empuñadura cerca de mi mano? ¡Ven, que pueda cogerte! Yo no te tengo y, sin embargo, siempre te veo ahí. Visión fatal, ¿no eres sensible al tacto y la mirada? ¿O eres, quizá, tan solo un puñal en mi mente, imagen falsa que surge en mi cerebro al que la fiebre oprime? Puedo verte de forma tan palpable como el que empuño ahora. Me indicaste el camino por el que ya avanzaba y el arma misma que debía usar. Mis ojos son la burla de mis otros sentidos, o quizá a todos ellos superen en valor... Todavía te veo; también las gotas, en el filo y en la empuñadura, de una sangre que antes no estaba. No, no eres real. Es mi sangrienta empresa que así crece ante mis ojos... Sobre medio mundo, ahora, se diría, Naturaleza ha muerto, y los sueños corruptos al sueño oculto en su dosel engañan. El hechizo celebra los ritos de la apagada Hécate; y el escuálido Crimen, avisado por su centinela, el lobo, cuyo aullido es la alarma, sigilosamente con zancadas lascivas de Tarquino, a su designio avanza como espectro. ¡Tierra, segura y firme, no escuches mis pisadas, vayan do vayan! No sea que tus mismas piedras descubran dónde voy arrebatando al Tiempo el horror de este instante, que tan bien le acomoda... Mientras lo amenazo, vive todavía; las palabras congelan con su hálito el calor de los actos. Suena una campana. Es un hecho: ¡ya voy! La campana me invita. No la escuches tú, Duncan, pues que su tañido al cielo te reclama, o al infierno. Sale 

SUEÑO DE UNA NOCHE VERANO, Acto III, escena II.

PUCK

Mi señora está enamorada de un monstruo. Mientras cerca de su retiro sagrado y solitario pasaba la hora de su lánguido sueño, ha llegado una compañía de cómicos imbéciles, de groseros artesanos que trabajan para ganarse la vida en las tiendas de Atenas. Venían a
ensayar una pieza que debe representarse el día de las bodas del insigne Teseo. El más necio de la estúpida cuadrilla, encargado del papel de Píramo, ha salido de escena y ha entrado en un matorral. Yo he aprovechado el momento para encasquetarle una cabeza de asno. Al tocarle el turno de volver a escena para contestar a Tisbe, mi actor ha salido. Apenas le han visto los demás, cuando han huido, semejantes el ánade silvestre que ha encontrado el ojo del cazador en acecho o a una bandada de chovas rojizas al escuchar la detonación del mosquete, que ora bajan, ora alzan el vuelo, y de pronto se dispersan y hienden los campos del aire con precipitado aleteo. Al ruido de mis pasos, cae de vez en cuando uno por tierra, gritando que lo asesinan y pidiendo socorro a Atenas. En su turbación, sus insensatos terrores se forjaron un enemigo de cada objeto inanimado. Los abrojos y espinas desgarraban sus vestidos: a éste la manga; a aquel el sombrero, que se apresuraban a abandonar. Mientras los cazaba de este modo, había dejado en la escena al lindo Píramo en su metamorfosis, cuando Titania ha despertado y en seguida se ha enamorado de un jumento.

Hamlet, I

ESPECTRO

Debo ser breve. Dormía en mi jardín,
como solía hacer todas las tardes, y en esta hora
de quietud, tu tío entró furtivamente,
con una ampolla hechizada de beleño
y vertió en el hueco de mis oídos
aquel fluido ponzoñoso, cuyo efecto
tan contrario es a la sangre humana
que rápido como el azogue recorre
puertas y conductos del cuerpo,
y con vigor inusitado coagula
y corta (tal ácido en la leche)
la frescura de la sangre. Y así me ocurrió, 
que una erupción instantánea, como una lepra,
invadió mi carne delicada cubriéndola
de una costra repugnante.
De este modo, mientras dormía, y por acción
de un hermano, fui desposeído de reina, vida y corona,
todo de una vez. Y en la flor de todos mis pecados,
sin viático, sin sacramentos, sin unción,
sin la cuenta de mis deudas, enviado a responder
de todas mis culpas e imperfecciones.
¡Oh, cuán horrible! ¡Dios! ¡Cuán horrible!
No hayas de tolerarlo si queda en ti brío.


Hamlet, Acto I, Escena V. Edición de Cátedra, pp. 197-199.

La tempestad

PRÓSPERO.— Parecéis como emocionado, hijo mío; dijérase que algo os conturba. Tranquilizaos, señor. Nuestros divertimentos han dado fin. Esos actores, como os había prevenido eran espíritus todos y se han disipado en el aire, en el seno del aire impalpable; y a semejanza del edificio sin base de esta visión, las altas torres, cuyas crestas tocan las nubes, los suntuosos palacios, los solemnes templos, hasta el inmenso Globo, sí, y cuanto en él descansa, se disolverá, y lo mismo que la diversión insustancial que acaba de desaparecer, no quedará rastro de ello. Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida no es más que un sueño. Señor, me encuentro contrariado. Perdóneseme mi debilidad. Mi achacoso cerebro se turba. No os afecte mi flaqueza. Si lo tenéis a bien, retiraos a mi gruta y descansad. Daré un paseo o dos para aplacar la agitación de mi ánimo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola, me gustaría saber de dónde procede la parte final del monólogo de Lady Macbeth ("Cada día pasas a ser parte del pasado"... hasta el final). No pertenece a la obra original y creo que ha dado pie a confusión en su difusión.