La Cierva
Francisco de la Torre
(c.1534–c.1594)
Doliente cierva, que el herido lado
de ponzoñosa y cruda yerba lleno,
buscas el agua de la fuente pura,
con el cansado aliento y con el seno
bello de la corriente sangre hinchado,
débil y decaída tu hermosura:
¡ay! que la mano dura
que tu nevado pecho
ha puesto en tal estrecho,
gozosa va con tu desdicha, cuando
cierva mortal, viviendo, estás penando
tu desangrado y dulce compañero,
el regalado y blando
pecho pasado del veloz montero;
¡vuelve cuitada, vuelve al valle, donde
queda muerto tu amor, en vano dando
términos desdichados a tu suerte!
Morirás en su seno, reclinando
la beldad, que la cruda mano esconde
delante de la nube de la muerte.
Que el paso duro y fuerte,
ya forzoso y terrible,
no puede ser posible
que le excusen los cielos, permitiendo
crudos astros que muera padeciendo
las asechanzas de un montero crudo,
que te vino siguiendo
por los desiertos de este campo mudo.
Mas ¡ay! que no dilatas la inclemente
muerte, que en tu sangriento pecho llevas,
del crudo amor vencido y maltratado;
tú con el fatigado aliento pruebas
a rendir el espíritu doliente
en la corriente de este valle amado.
Que el ciervo desangrado,
que contigo la vida
tuvo por bien perdida,
no fue tan poco de tu amor querido,
que habiendo tan cruelmente padecido,
quieras vivir sin él, cuando pudieras
librar el pecho herido
de crudas llagas y memorias fieras.
Cuando por la espesura deste prado
como tórtolas solas y queridas,
solos y acompañados anduvistes;
cuando de verde mirto y de floridas
violetas, tierno acanto y lauro amado,
vuestras frentes bellísimas ceñistes;
cuando las horas tristes,
ausentes y queridos,
con mil mustios bramidos
ensordecistes la ribera umbrosa
del claro Tajo, rica y venturosa
con vuestro bien, con vuestro mal sentida;
cuya muerte penosa
no deja rastro de contenta vida.
Ahora el uno, cuerpo muerto lleno
de desdén y de espanto, quien solía
ser ornamento de la selva umbrosa,
tú, quebrantada y mustia, al agonía
de la muerte rendida, el bello seno
agonizando, el alma congojosa;
cuya muerte gloriosa,
en los ojos de aquellos
cuyos despojos bellos
son victorias del crudo amor furioso,
martirio fue de amor, triunfo glorioso
con que corona y premia dos amantes
que del siempre rabioso
trance mortal salieron muy triunfantes.
Canción, fábula un tiempo, y caso ahora
de una cierva doliente, que la dura
flecha del cazador dejó sin vida,
errad por la espesura
del monte, que de gloria tan perdida
no hay sino lamentar su desventura.
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