El Estío
José Selgas
(1822–1882)
Mayo recoge el virginal tesoro;
desciñe Flora su gentil guirnalda;
la sombra busca el manantial sonoro
del alto monte en la risueña falda;
campos son ya de púrpura y de oro
los que fueron de rosa y esmeralda;
y apenas riza su corriente el río
a los primeros soplos del estío.
El soto ameno y la enramada umbrosa,
el valle alegre y la feraz ribera,
con voz desalentada y cariñosa
despiden a la dulce primavera;
muere en su tallo la inocente rosa;
desfallece la altiva enredadera;
y en desigual y tenue movimiento
gime en el bosque fatigado el viento.
Por la alta cumbre del collado asoma
la blanca aurora su rosada frente,
reparte perlas y recoge aroma;
se abre la flor que su mirada siente;
repite los arrullos la paloma
bajo las ramas del laurel naciente;
y allá por los tendidos olivares
se escuchan melancólicos cantares.
Del aura dócil al impulso blando
la rubia mies en la llanura ondea;
del dulce nido alrededor volando
la alondra gira y de placer gorjea;
las ondas de la fuente suspirando
quiebran el rayo de la luz febea,
y en delicados mágicos colores
el fruto asoma al expirar las flores.
Sobre los montes que cercando toca
la niebla tiende su bordado encaje;
desde el peñón de la desierta roca
lánzase audaz el águila salvaje;
el seco vientecillo que sofoca
cubre de polvo el pálido follaje;
y por el monte y por la vega umbría
crece el calor y se derrama el día.
Y en el árido ambiente se dilata
la esencia de la flor de los tomillos,
y lento el río su raudal desata
entre mimbres y juncos amarillos;
y si al cubrir sus círculos de plata
con sus plumeros blandos y sencillos
la caria dócil la corriente roza,
trémula el agua de placer solloza.
Del valle en tanto en la pendiente orilla
manso cordero del calor sosiega;
se oyen los cantos de la alegre trilla;
suenan los ecos de la tarda siega;
ardiente el sol en el espacio brilla:
el cielo azul su majestad despliega,
y duermen a la sombra los pastores,
y se abrasan de sed los segadores.
Presta sombra a la rústica majada
la noble encina que a la edad resiste;
en su copa de fruto coronada
la vid de verde majestad se viste;
a su pie la doncella enamorada
canta de amor, pero su canto es triste,
que, en el profundo afán que la devora,
amores canta porque celos llora.
Y el eco de su voz, dulce al oído
más que el tierno arrullar de la paloma,
por el monte y el valle repetido,
tristes, confusas vibraciones toma;
y en las ondas del aire suspendido
se escapa al fin por la quebrada loma,
y sin que el aura devolverlo pueda
todo en reposo y en silencio queda.
Mudas están las fuentes y las aves;
no circula ni un átomo de viento;
cortadas por el sol lentas y graves
caen las hojas del árbol macilento;
tenue vapor en ráfagas süaves
se levanta con fácil movimiento,
y mezclando en la luz su sombra extraña,
va formando la nube en la montaña.
Hinchada, al fin, soberbia, se desprende
del horizonte azul la nube densa,
y el fuego del relámpago la enciende,
y gira por la atmósfera suspensa.
y ya sus flancos inflamados tiende,
ya el vapor de su seno se condensa,
y soltando el granizo en lluvia escasa
la rompe el trueno, y se divide y pasa.
Y el sol que se reclina en Occidente
de su encendido manto se despoja,
y en los blancos celajes del Oriente
se pierde el rayo de su lumbre roja.
Brilla la gota de agua trasparente
detenida en el polvo de la hoja,
y tendiendo el crepúsculo su planta
del fondo de los valles se levanta.
Como el ensueño dulce y regalado
que en la fiebre de amor templa el desvelo,
vertiendo en nuestro espíritu agitado
la misteriosa esencia del consuelo;
así por el ambiente reposado
de estrellas y vapor bordando el cielo,
breves y llenas de feraz rocío
cruzan las noches del ardiente estío.
Y en tristes ecos el silencio crece,
y en tibio resplandor la sombra vaga;
la luz de las estrellas se estremece
y en el limpio raudal brilla y se apaga;
naturaleza entera se adormece
en el hondo placer que la embrïaga,
y lleva el aura en vacilantes giros
besos, sombras, perfumes y suspiros.
Más puro que le tímida esperanza
que sueña el alma en el amor primero,
su rayo débil desde Oriente lanza,
sol de la noche, virginal lucero;
triste y sereno por el cielo avanza
de la cándida Luna mensajero,
por ella viene, y suspirando ella,
síguele en pos enamorada y bella.
Cuantos guardáis la tímida inocencia
que a la esperanza y al amor convida;
los que en el alma la impalpable esencia
de su primer amor lloráis perdida;
cuantos con dolorosa indiferencia
vais apurando el cáliz de la vida;
todos llegad, y bajo el bosque umbrío
sentid las noches del ardiente estío.
Las del tirano amor, desengañadas,
pálidas y dulcísimas doncellas,
vosotras que lloráis desconsoladas
solo el delito de nacer tan bellas;
mirad entre las nubes sosegadas
cómo cruzan el cielo las estrellas;
que no hay duda, ni afán, ni desconsuelo
que no se calme contemplando el cielo.
Y tú, tierna a mi voz, blanca hermosura,
fuente de virginal melancolía,
más hermosa a mis ojos y más pura
que el rayo azul con que despunta el día;
corazón abrasado de ternura,
espíritu de amor y de armonía,
ven y derrama en el tranquilo viento
el ámbar delicado de tu aliento.
La dulce vaguedad que me enajena
aumenta la inquietud de mi deseo;
tu voz perdida en el ambiente suena;
donde mis ojos van tu sombra veo;
de amor y afán mi corazón se llena,
porque en tu amor y en mi esperanza creo;
y así suspende el sentimiento mío
la tibia noche del ardiente estío.
Noche serena y misteriosa, en donde
dormido vaga el pensamiento humano,
todo a los ecos de tu voz responde:
la mar, el monte, la espesura, el llano;
acaso Dios entre tu sombra esconde
la impenetrable luz de algún arcano;
tal vez cubierta de tu inmenso velo
se confunde la tierra con el cielo.
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