domingo, 26 de julio de 2015

Lupercio Leonardo de Argensola, Poemas

Lupercio Leonardo de Argensola (1559–1613)

Llevó tras sí los pámpanos octubre,
y, con las grandes lluvias insolente,
no sufre Ibero márgenes ni puente,
mas antes los vecinos campos cubre.

Moncayo, como suele, ya descubre
coronada de nieve la alta frente
y el sol apenas vemos en oriente
cuando la opaca tierra nos lo encubre.

Sienten el mar y selvas ya la saña
del Aquilón, y encierra su bramido
gente en el puerto y gente en la cabaña.

Y Fabio, en el umbral de Tais tendido
con vergonzosas lágrimas lo baña
debiéndolas al tiempo que ha perdido.


Imagen espantosa de la muerte,
sueño crüel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo solo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho
haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea el popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto.

El otro sus riquezas, descubiertas
con llave falsa o con violento insulto,
y déjale al amor sus glorias ciertas.


A la esperanza

Alivia sus fatigas
el labrador cansado
cuando su yerta barba escarcha cubre
pensando en las espigas
del agosto abrasado
y en los lagares ricos del octubre;
la hoz se le descubre
cuando el arado apaña,
y con dulces memorias le acompaña.

Carga de hierro duro
sus miembros y se obliga
el joven al trabajo de la guerra.
Huye el ocio seguro,
trueca por la enemiga
su dulce, natural y amiga tierra;
mas cuando se destierra
o al asalto acomete,
mil triunfos y mil glorias se promete.

La vida al mar confía,
y a dos tablas delgadas,
el otro, que del oro está sediento.
Escóndesele el día,
y las olas hinchadas
suben a combatir el firmamento;
él quita el pensamiento
de la muerte vecina,
y en el oro lo pone y en la mina.

Deja el lecho caliente
con la esposa dormida
el cazador solícito y robusto.
sufre el cierzo inclemente,
la nieve endurecida,
y tiene de su afán por premio justo
interrumpir el gusto
y la paz de las fieras
en vano cautas, fuertes y ligeras.

Premio y cierto fin tiene
cualquier trabajo humano,
y el uno llama al otro sin mudanza;
el invierno entretiene
la opinión del verano,
y un tiempo sirve al otro de templanza.
El bien de la esperanza
solo quedó en el suelo,
cuando todos huyeron para el cielo.

Si la esperanza quitas,
¿qué le dejas al mundo?
Su máquina disuelves y destruyes;
todo lo precipitas
en olvido profundo,
y ¿del fin natural, Flérida, huyes?
Si la cerviz rehuyes
de los brazos amados,
¿qué premio piensas dar a los cuidados?

Amor, en diferentes
géneros dividido,
él publica su fin, y quien le admite.
Todos los accidentes
de un amante atrevido
(niéguelo o disimúlelo) permite.
Limite pues, limite
la vana resistencia;
que, dada la ocasión, todo es licencia.

No hay comentarios: