domingo, 19 de julio de 2015

Del Cancionero in vita de Francesco Petrarca

I

Vosotros que escucháis en sueltas rimas
el quejumbroso son que me nutría
en aquel juvenil error primero
cuando en parte era otro del que soy,
del vario estilo en que razono y lloro
entre esperanzas vanas y dolores,
en quien sepa de amor por experiencia,
además de perdón, piedad espero.
Pero ahora bien sé que tiempo anduve
en boca de la gente, y a menudo
entre mí de mí mismo me avergüenzo;
de mi delirio la vergüenza es fruto,
y el que yo me arrepienta y claro vea
que cuanto agrada al mundo es breve sueño.

XIII

Cuando de tanto en tanto entre las otras
se muestra Amor en el semblante de ella,
cuanto menos le siguen en belleza
crece más el afán que me enamora.
Y bendigo el lugar como el instante
que mis ojos tan alto vislumbraron,
y digo: «Da las gracias, alma mía,
que llamada a tal honra fuiste entonces.
De ella te viene el dulce pensamiento,
que al seguirlo te lleva al bien supremo,
si en poco tienes lo que muchos quieren;
de ella te viene esa animosa gracia
que al cielo te conduce rectamente,
de modo que ya gozo en la esperanza».

XVII

Lluévenme amargas lágrimas del rostro
con un viento angustioso de suspiros,
cuando vuelvo hacia vos los ojos míos,
por quien solo del mundo yo me aparto.
Es cierto que la dulce mansa risa
aún apacigua mis deseos ardientes,
y me sustrae del fuego de martirios,
mientras atento y fijamente os miro.
Pero luego el aliento se me hiela
cuando veo al partir que mis estrellas
esos gestos suaves de mí apartan.
Librada al fin con amorosas llaves
sale del pecho el alma por seguiros;
y tras mucho pensar de allí se arranca

LXI

Bendito sea el día, el mes, y el año,
y la estación, la hora, y el instante,
y el país, y el lugar donde fui preso
de los dos bellos ojos que me ataron;
y bendito el afán dulce primero
que al ser unido con Amor obtuve,
y el arco, y las saetas que me hirieron,
y las llagas que van hasta mi pecho.
Benditas cuantas voces esparciera
al pronunciar el nombre de mi dueño,
y el llanto, y los suspiros, y el deseo;
y sean benditos los escritos todos
con que fama le doy, y el pensar mío,
que pertenece a ella, y no a otra alguna.

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