Trampa de Elmira a Tartufo
(Tartufo, un individuo moralista e hipócrita, se hospeda en casa de su amigo Orgón, a quien da toda suerte de consejos sobre cómo debe comportarse con su familia. Elmira –la esposa de Orgón– decide desenmascarar a este farsante aprovechándose del deseo que Tartufo siente hacia ella. Para ello, pide a su marido que se oculte bajo una mesa y observe el comportamiento de su amigo cuando crea estar a solas con ella)
TARTUFO. Me han dicho que me queríais hablar aquí.
ELMIRA. Sí, tengo algunos secretos que revelaros. Mas antes entornad esa puerta para que os los diga y mirad bien por todos lados, no sea que nos sorprendan.
(Tartufo va a cerrar la puerta y vuelve.)
¡Lo que nos hacía falta ahora era una contrariedad como la de hace poco! ¡Cómo nos sorprendieron! ¡Nunca se vio cosa igual! Damis me dio, por vuestra culpa, un susto tremendo y ya visteis qué empeño puse en estorbar sus intenciones y en serenar su cólera. La turbación, bien es cierto, se apoderó de mí de tal suerte que ni se me ocurrió desmentirlo. Mas gracias a Dios todo ha salido
mejor desde entonces y las cosas están ahora más seguras. La gran estima en que os tienen ha disipado la tormenta y mi marido no puede recelar de vos. Para mejor hacer frente a los juicios temerarios de la gente, pretende que estemos juntos a todas horas. Por ello puedo, sin miedo a las habladurías, hallarme aquí encerrada a solas con vos y puedo abriros un corazón que no está sino demasiado dispuesto a sufrir vuestros ardores.
TARTUFO. Esas palabras son harto difíciles de entender, señora, que de forma bien distinta hablabais hace poco.
ELMIRA. ¡Ah! ¡Si estáis enojado por mi negativa, qué mal conocéis el corazón de la mujer! ¡No sabéis lo que quiere dar a entender cuando tan débilmente se le ve defenderse! Nuestro recato hace que nos resistamos siempre a los dulces sentimientos que podrían hacer despertar en nosotras. Aunque aprobemos la pasión que nos embarga, siempre sentimos algún rubor en dar muestras de ella. […]
TARTUFO. ¡Cuán dulce es oír esas palabras en los labios que uno ama! Su miel hace correr a raudales por mis sentidos un bálsamo nunca hasta ahora gustado. La dicha de agradaros es mi supremo anhelo. Vuestra inclinación hace la bienaventuranza de mi corazón. Mas ese mismo corazón os pide ahora la licencia de dudar un poco de su propia felicidad: yo podría creer que esas palabras son un sutil ardid para obligarme a deshacer las bodas que se han concertado. Si he de hablaros con franqueza, no fiaré yo de palabras tan lisonjeras. A menos que vuestros favores, que tanto ansío, me dieran la prueba de ser cierto lo que dais a entender y afianzaran en mi alma la fe en cuantas encantadoras bondades para conmigo estáis teniendo.
ELMIRA. (Tose para avisar a su marido.) ¿Cómo? ¿Tan aprisa pretendéis ir?, ¿tan ansiosamente saborear ya la ternura de un corazón? Se esmera una en haceros una declaración de lo más tierno y no os basta aún, que no os daréis por contento si no se llega a los últimos favores.
TARTUFO. Cuanto menos merecemos un bien, menos osamos esperar que nos sea concedido. Nuestros anhelos difícilmente se satisfacen con buenas razones. Vislumbramos apenas un porvenir colmado de ventura y ya queremos alcanzarlo, sin creer todavía que pueda ser cierto. Yo, que por tan poco merecedor me tengo de vuestros favores, poco espero de mi osadía. Así que nada podré creer si no conseguís convencer antes a mi corazón con realidades.
ELMIRA. ¡Santo cielo! ¡Cuán tirano se muestra vuestro amor! ¡En qué rara turbación sume a mi alma! ¡Qué despótico imperio ejerce sobre los corazones! ¡Qué vehemente porfía pone en ir tras lo que desea! ¿Cómo? ¿No podré defenderme de vuestro asedio? ¿No me concederéis el menor respiro? ¿Es acaso decoroso mostrar un rigor tan extremado y exigir, sin dar tregua, cuanto se solicita; abusar así con vuestros apremios de la inclinación que por vos siento?
TARTUFO. ¿Mas si con ojos benignos miráis mis galanteos, por qué negarme una prueba definitiva? […]
ORGÓN. (Deteniéndole.) Despacio, amigo, que os dejáis llevar demasiado por vuestros ardores y no debierais abandonaros así a las pasiones. ¡Así que, hombre virtuoso, me pretendéis deshonrar! ¡Cómo sucumbe vuestra alma a las tentaciones! ¡Os casabais con mi hija, cuando estabais deseando a mi mujer! Mucho me ha costado creer que estuvieseis hablando en serio, que no podía dejar de pensar que de un momento a otro ibais a cambiar de tono. Mas ya está bien de pruebas. Con las que tengo me basta y no quiero más.
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