domingo, 19 de julio de 2015

Hagen narra quién es Sigfrido, Cantar de los Nibelungos.

(Sigfrido, que ha oído hablar de la belleza sin igual de Krimilda,
emprende viaje hacia el reino de Burgundia para
conocer a la que será su esposa. Los caballeros de Worms,
la corte burgundia, y su rey Gunter le ven aproximarse. Intrigados,
se preguntan de quién se trata. Hagen, el más
destacado de ellos, explica a todos quién es Sigfrido)

Y así habló Hagen: «Aunque en verdad no he visto a Sigfrido jamás, yo me atrevería a creer, sin saber por qué, que lo es [arrogante] ese caballero que allí avanza tan apuesto. Él nos trae importantes nuevas a este país. Él es el que derrotó con su brazo a los valientes nibelungos Schilbungo y Nibelungo, hijos poderosos del rey. Con su tremenda fuerza luego realizó hazañas maravillosas.
Cuando solo y sin ayuda cabalgaba una vez el héroe, encontró, según me han dicho, al pie de una montaña y cerca del tesoro de Nibelungo, a muchos hombres valerosos. Hasta aquel momento no los había visto, pero entonces se percató de ello. Todo el tesoro de Nibelungo había sido sacado de una cueva. Y ahora oiréis cómo los dos nibelungos querían repartirlo. Esto lo vio el guerrero Sigfrido y de ello empezó a asombrarse. Se acercó tanto que, igual que él los veía, ellos le veían a él, y uno le dijo: “Aquí viene el esforzado Sigfrido, héroe de los Países Bajos”. Singulares aventuras corrió él en tierra de los nibelungos.

Ambos, Schilbungo y Nibelungo, acogieron con agrado al caballero. De común acuerdo, los nobles y jóvenes príncipes rogaron con empeño al formidable mozo que les repartiera el tesoro entre ellos. El héroe prometió hacerlo así.
Se cuenta que él vio tantas piedras preciosas que cien carros de carga no las hubieran podido transportar, además del oro del país nibelungo. Todo esto tenía que repartirlo el animoso Sigfrido. Como pago del favor le dieron la espada del rey nibelungo, pero mal les resultó el servicio que iba a prestarles Sigfrido, el héroe cumplido. Este no lo pudo llevar a cabo, porque ellos se enfurecieron.
Tenían allí entre sus amigos doce hombres esforzados, forzudos gigantes, pero ¿de qué les valían? A estos los aniquiló colérico el brazo de Sigfrido, y además sometió a setecientos guerreros del país nibelungo con la formidable espada llamada Balmung. Muchos jóvenes guerreros, a causa del terrible pavor que les infundía la espada y el animoso héroe, le entregaron sus tierras y fortalezas.

Sigfrido, además, mató a los dos príncipes. Pero luego Alberico lo puso en grave peligro. Este quiso tomar pronta venganza de la muerte de sus señores, pero hubo de sufrir el enorme poder del brazo de Sigfrido. No podía hacerle frente el vigoroso enano y como leones salvajes ambos corrieron hacia la montaña. Aquí el héroe se apoderó del manto mágico de Alberico. Así quedó dueño del tesoro Sigfrido, el temible guerrero. Quienes allí osaron presentar batalla, todos yacían muertos.
El héroe mandó llevar luego el tesoro adonde lo habían cogido antes los hombres de Nibelungo. De su custodia, como tesorero, encargó a Alberico. El enano hubo de prestar juramento de que iba a servirle como criado. En toda clase de menesteres le prestó servicio cumplido». Así habló Hagen de Trónege: «Esto es lo que ha hecho Sigfrido. Jamás hubo un guerrero que poseyera fuerza semejante.

Todavía puedo contar otro lance que he sabido de él. A un dragón lo mató con su propia mano, luego se bañó en la sangre y la piel tomó la dureza de un cuerno, de suerte que no hay arma alguna que pueda atravesarla, como se ha demostrado muy a menudo».

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