domingo, 19 de julio de 2015

François Rabelais, Gargantúa.

Gargantúa y la ensalada de peregrinos

La historia requiere que contemos lo que aconteció a seis peregrinos que volvían de San Sebastián, cerca de Nantes. Para pasar la noche, se habían agazapado, por temor a los enemigos, en el huerto, sobre las matas de habichuelas, entre las coles y las lechugas. Gargantúa se sintió algo alterado y preguntó si le podían conseguir unas lechugas para hacer una ensalada; al oír que las había
y de las más hermosas y grandes del país, pues eran tan grandes como ciruelos o nogales, quiso ir a buscarlas él mismo y cogió con sus manos lo que le pareció bien. Con ellas se llevó a los seis peregrinos, tan muertos de miedo que no se atrevían ni a hablar ni a toser.

Primero las lavó en la fuente y entretanto los peregrinos se decían unos a otros, en voz baja: «¿Qué podemos hacer? Nos vamos a ahogar aquí, en medio de estas lechugas. ¿Decimos algo? Pero si decimos algo, nos matará como a espías». Y, mientras ellos así deliberaban, Gargantúa los puso con sus lechugas en un plato de la casa, tan grande como la cuba de Citeaux, y se puso a comérselos,
con aceite, vinagre y sal, para retomar fuerzas antes de la cena. Ya había engullido a cinco de los peregrinos, el sexto quedaba en el plato, escondido bajo una lechuga, salvo el bordón (1) que sobresalía. Al verlo, Grangaznate le dijo a Gargantúa:

–Me parece que ahí hay un cuerno de caracol. No lo comáis.

–¿Por qué? –dijo Gargantúa–. Están buenos todo este mes.

Tiró del bordón y con él vino el peregrino y se lo comió tan contento; luego bebió un extraordinario trago de vino «pinot», y [ambos] esperaron a que dispusieran la cena.

Los romeros así devorados evitaron lo mejor que pudieron las trituradoras de sus dientes y pensaban que los habían echado a alguna mazmorra de una cárcel y, cuando Gargantúa se bebió el gran trago, creyeron ahogarse en su boca, y el torrente de vino casi los arrastra al precipicio de su estómago; sin embargo, saltando con sus bordones, como hacen los miguelotes, se pusieron a salvo junto a los dientes. Mas, por desgracia, uno de ellos, tanteando con su bordón el país para saber si estaban
a seguro, golpeó con violencia en el agujero de una muela picada, dando en el nervio de la mandíbula, lo que produjo a Gargantúa un fortísimo dolor y se puso a gritar del daño que le hacía. Así que, para aliviar su mal, hizo traer su mondadientes y, saliendo hacia donde el nogal cornejero, os sacó, señores romeros, de vuestro escondite. Pues a uno lo enganchaba por las piernas, al
otro por los hombros, al tercero por las alforjas, al cuarto por la faltriquera y al último por la faja, y al pobre diablo que le había herido con el bordón, lo agarró por la bragueta; pese a todo fue una gran suerte para él, porque le perforó un bulto chancroso (2) que le martirizaba desde el tiempo en que pasaron Ancenis (3)
.
Así huyeron los peregrinos descubiertos a través de los viñedos jóvenes, corriendo como descosidos, y se le calmó el dolor a Gargantúa.

En ese momento Eudemón lo llamó para cenar, pues ya estaba todo dispuesto.

–Me voy, pues, a mear mi desgracia –dijo.

Meó tan copiosamente que la orina cortó el camino a los romeros, de forma que se vieron obligados a atravesar la gran acequia. De ahí, siguiendo por la vera de un bosquecillo, en medio del camino cayeron todos, excepto Hallatrucos, en una trampa preparada para cazar lobos con red, de la que escaparon gracias a la industria del mencionado Hallatrucos, quien rompió las ataduras y los cordajes. Salidos de allí, pasaron el resto de la noche en una cabaña cerca de Coudray, y ahí fueron reconfortados en su desgracia por las buenas palabras de uno de sus compañeros, llamado Hartodir, quien les mostró que esta desventura estaba ya anunciada en el salmo de David.

1) bordón: bastón más alto que la persona que lo toma rematado en empuñadura de metal. Se suele llevar en los viajes.
2) chancroso: ulceroso.
3) Ancenis: ciudad francesa situada cerca de Nantes a orillas del Loira.

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