domingo, 19 de julio de 2015

Gustave Flaubert, Madame Bovary

El aburrimiento de Emma

(Emma está casada con el médico Charles Bovary y es madre de una niña. Lleva una vida apacible en Yonville, una pequeña villa francesa, pero se siente infeliz y desdichada. Allí conoce al joven León, de quien se enamora).

Cuando León salía desesperado de casa de Emma, no sabía que esta se levantaba detrás de él para verle en la calle. Le seguía los pasos, trataba de leerle en la cara; inventó toda una historia con el fin de hallar un pretexto para ver su habitación. Consideraba que la mujer del boticario tenía una gran suerte por dormir bajo el mismo techo; y sus pensamientos se abatían continuamente sobre aquella casa, como las palomas del Lion d’or que iban a meter en los canalones sus patas rosadas y sus alas blancas. Pero cuanto más cuenta se daba de su amor, más lo reprimía, para que no se notara y para disminuirlo.

Habría querido que León lo percibiera; e imaginaba casualidades, catástrofes que lo facilitaran. Sin
duda, lo que la retenía era la pereza o el miedo, también el pudor. Pensaba que le había rechazado demasiado lejos, que ya no era tiempo, que todo estaba perdido.

Después el orgullo, la satisfacción de decirse: «Soy virtuosa», y de mirarse en el espejo adoptando unas posturas resignadas la consolaba un poco del sacrificio que acababa de hacer.

Entonces, los apetitos de la carne, las codicias de dinero y las melancolías de la pasión, todo se confundió en un mismo sufrimiento; y en vez de desviar su pensamiento, más se agarraba a él, excitándose en el dolor y buscando en todo las ocasiones de sufrirlo. Se irritaba por un plato mal servido o por una puerta mal cerrada, se lamentaba del terciopelo que no tenía, de la felicidad que le faltaba, de sus sueños demasiado elevados, de su casa demasiado estrecha.

Lo que la exasperaba era que Carlos no parecía ni sospechar su suplicio. La convicción que tenía el marido de hacerla feliz le parecía un insulto imbécil, y su seguridad de esto, ingratitud. ¿Por quién era ella honrada? ¿No era él el obstáculo a toda felicidad, la causa de toda miseria y como la puntiaguda hebilla de aquella compleja correa que la ataba por todas partes?

Y concentró en él solo el odio numeroso que resultaba de sus hastíos, y todo esfuerzo por amortiguarlo no hacía sino exacerbarlo; pues este empeño inútil se sumaba a otros motivos de desesperación y contribuía más aún al alejamiento. Hasta su dulzura misma le infundía rebeliones. La mediocridad doméstica la impulsaba a fantasías lujosas, el cariño matrimonial a deseos adúlteros.

Hubiera querido que Carlos le pegara, para poder odiarle con más justicia, vengarse de él. A veces se asombraba de las atroces conjeturas que le venían al pensamiento; ¿y había de seguir sonriendo, oír cómo le repetían que era feliz, hacer como que lo era, hacer creer que lo era?

Pero esta hipocresía le repugnaba a veces. Tentaciones le daban de fugarse con León, de irse con él a alguna parte, muy lejos, para intentar un destino nuevo; pero enseguida se abría en su alma un abismo vago, lleno de oscuridad. «Además –pensaba–, León ya no me ama; ¿qué va a ser de mí? ¿Qué ayuda esperar, qué consuelo, qué alivio?»

Y se quedaba destrozada, jadeante, inerte, sollozando sordamente y bañada en lágrimas.

–¿Por qué no se lo dice al señor? –le preguntaba la criada, cuando entraba durante estas crisis.

–Son nervios –contestaba Emma–; no le digas nada, le darías pena.

–¡Sí, sí! –insistía Felicidad–, usted es como la Guérina, la hija del tío Guérin, el pescador de Mollet, que la conocí en Dieppe antes de venir a esta casa. Estaba tan triste, tan triste, que al verla de pie en la puerta de su casa, parecía un paño de entierro tendido allí. Resulta que su mal era así como una niebla que tenía en la cabeza, y los médicos no podían hacer nada, ni el cura tampoco. Cuando le daba muy fuerte, se iba sola a la orilla del mar, y cuando el teniente de la aduana iba a hacer la ronda, a veces la encontraba acostada boca abajo y llorando sobre las piedras. Dicen que después de casarse se le pasó.

–Pero a mí –replicaba Emma– es después de casarme cuando me ha dado.

GUSTAVE FLAUBERT
Madame Bovary

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