Lo que hace el tiempo
Ramón de Campoamor
(1817–1901)
A Blanca Rosa de Osma
Con mis coplas, Blanca Rosa,
tal vez te cause cuidados
por cantar
con la voz ya temblorosa,
y los ojos ya cansados
de llorar.
Hoy para ti solo hay glorias,
y danzas y flores bellas;
mas después,
se alzarán tristes memorias,
hasta de las mismas huellas
de tus pies.
En tus fiestas seductoras
¿no oyes del alma en lo interno
un rumor
que, lúgubre a todas horas,
nos dice que no es eterno
nuestro amor?
¡Cuánto a creer se resiste
una verdad tan odiosa
tu bondad!
¡Y esto fuera menos triste
si no fuera, Blanca Rosa,
tan verdad!
Te aseguro, como amigo,
que es muy raro, y no te extrañe,
amar bien.
Siento decir lo que digo;
pero ¿quieres que te engañe
yo también?
Pasa un viento arrebatado,
viene amor, y a dos en uno
funde Dios;
sopla el desamor helado,
y vuelve a hacer, importuno,
de uno, dos.
Que amor, de egoísmo lleno,
a su gusto se acomoda
bien y mal;
en él hasta herir es bueno,
se ama o no se ama, esta es toda
su moral.
¡Oh! ¡Qué bien cumple el amante,
cuando aun tiene la inocencia,
su deber
y cómo, más adelante,
aviene con su conciencia
su placer!
¿Y es culpable el que, sediento,
buscando va en nuevos lazos
otro amor?
¡Sí! Culpable como el viento
que, al pasar, hace pedazos
una flor.
¿Verdad que es abominable
que el corazón vagabundo
mude así,
sin ser por ello culpable,
porque esto pasa en el mundo
porque sí?
Se ama una vez sin medida,
y aun se vuelve a amar sin tino
más de dos.
¡Cuán versátil es la vida!
¡Cuán vano es nuestro destino,
santo Dios!
Él lleve tu labio ayuno
a algún manantial querido
de placer,
donde dichosa ninguno
te enseñe nunca el olvido
del deber.
Siempre el destino constante
nos da cual vil usurero
su favor:
da amor primero y no amante;
después mucho amante, pero
poco amor.
Tranquila a veces reposa,
y otras se marcha volando
nuestra fe.
Y esto pasa, Blanca Rosa,
sin saber cómo ni cuándo
ni por qué.
Nunca es estable el deseo,
ni he visto jamás terneza
siempre igual.
Y ¿a qué negarlo? No creo
ni del bien en la fijeza,
ni del mal.
Este ir y venir sin tasa,
y este moverse impaciente,
pasa así,
porque así ha pasado y pasa,
porque sí, y ¡ay! solamente
porque sí.
¡Cuán inútil es que huyamos
de los fáciles amores
con horror,
si cuanto más las pisamos,
más nos embriagan las flores
con su olor!
El cielo sin duda envía
la lucha a la tormentosa
juventud;
pues ¿qué mérito tendría
sin esfuerzos, Blanca Rosa,
la virtud?
¡Ay! Un alma inteligente,
siempre en nuestra alma divisa
una flor
que se abre infaliblemente
al soplo de alguna brisa
de otro amor.
Mas dirás: —¿Y en qué consiste
que todo a mudar convida?—
¡Ay de mí!
En que la vida es muy triste...
Pero aunque triste, la vida
es así.
Y si no es amor el vaso
donde el sobrante se vierte
del dolor,
Pregunto yo: —¿Es digno acaso
de ocuparnos vida y muerte
tal amor?—
Nunca sepas, Blanca Rosa,
que es la dicha una locura,
cual yo sé;
si quieres ser venturosa,
ten mucha fe en la ventura,
mucha fe.
Si eres feliz algún día,
¡guay, que el recuerdo tirano
de otro amor
no se filtre en tu alegría,
cual se desliza un gusano
roedor!
Tú eres de las almas buenas,
cuyos honrados amores
siempre son
los que bendicen sus penas,
penas que se abren en flores
de pasión.
Con tus visiones hermosas,
nunca de tu alma el abismo
llenarás,
pues la fuerza de las cosas
puede más que Hércules mismo,
¡mucho más!...
Si huye una vez la ventura,
nadie después ve las flores
renacer
que cubren la sepultura
de los recuerdos traidores
del ayer.
¿Y quién es el responsable
de hacer tragar sin medida
tanta hiel?
¡La vida! ¡Esa es la culpable!
La vida, solo es la vida
nuestra infiel.
La vida, que desalada,
de un vértigo del Infierno
corre en pos:
ella corre hacia la nada;
¿quieres ir hacia lo eterno?
Ve hacia Dios.
¡Sí! Corre hacia Dios, y Él haga
que tengas siempre una vieja
juventud.
La tumba todo lo traga;
solo de tragarse deja
la virtud.
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