miércoles, 22 de julio de 2015

Selección poética de Jon Juaristi

Selección poética de Jon Juaristi

I

Aliud et Alibi

Como nada gloriosos combatientes
de una guerra perdida, regresáis,
imágenes de mi sesenta y ocho.

Praga pillaba lejos,
no muy cerca París.
La vida me arrastraba de la mano
hacia un verano gris.

Recuerdo un año cruel:
el despertar de un sueño de bonanza católica
y de jardín inglés.

Y, creo haberlo dicho, París ni lo pisé.
Nunca pude llevarme
por delante un adarme
de gendarme.

"Los paisajes domésticos" 1992

 II

As man grows older

Por mi edad turbulenta
-o sea, de los veinte a los cuarenta-,
mejor pasar como si sobre ascuas.

Bebí, amé (es un decir)
y gasté por encima
de lo que la prudencia aconsejaba.

Tú, que me envidias, debes
saber que cambiaría sin mirarla
tu juventud oscura por los años
de la edad turbulenta
en que trastabillé más de la cuenta.

"Los paisajes domésticos" 1992

 III

Bárbara

Vuelvo a leer tus cartas de hace un siglo,
de cuando estaba en el cuartel, ¿recuerdas?,
o en la trena, mi amor, no exactamente
en la Cárcel de Amor, o en las terribles

provincias que he olvidado. Amarillean
los sobres de hilo, corazón. Los sellos
habrán cobrado algún valor. No en vano
oro es el tiempo de la filatelia.

Me hablas de tu fractura de escafoides,
de tu dolor de muelas, de tu perro,
de lo mal que lo pasas en agosto,

de una excursión a Andorra... Poco a poco,
me has vuelto desabrida la nostalgia:
mi dulce bien, no me quisiste nunca.

"Suma de varia intención" 1987

IV

Cambra de la tardor

Aquí llega el otoño, con su voz de ceniza,
desalentando sueños, cubriendo de hojarasca
las imágenes rotas que el coraz6n conoce.

Ante mi casa lloran las cañas azotadas
por el viento nocturno, y asciende hasta mi cuarto
el olor inquietante de la tierra mojada.

Conozco esta fragancia de carne entumecida,
de deseo imposible: es la estación del miedo.
La vida se derrumba como una torre endeble.

Amor, un dios decrépito recorre Vinogrado.
Oigo bajo la lluvia sus pasos inseguros
y un bordón que golpea en los árboles muertos.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985

V

Canción para recoger el agua solsticial

                                                      Soy hija del rey, Señora,
                                                       a coger la flor del agua.
                                             (Del Romancero tradicional)

En la lluvia de junio
cómo me eres extraña.
Cómo llenas el mundo
con tu voz inaudible.

Cómo tiendes las manos
en la bruma anegada,
grial de tibia penumbra,
cauce de húmeda luz.

Déjalo, no se enturbie
con el limo del tiempo
que revuelve la culpa
como un novillo herido.

Mudo fragor del beso.
De repente, qué tarde:
de agrio remordimiento
me ha llenado la edad.

Reverdecen en vano
estos chopos. Tú sabes
de un dolor de raíces
que devorando va.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985

 VI

Cera votiva en Westminster Abbey

                                                                             T.S.E.

Al marchitarse la rosa de la memoria
se adueñaron del jardín la ortiga y la cizaña.
Se vino abajo la pared. La verja
se me quedó en las manos, quebradiza,
y se volvió en el pozo fango fétido
el agua fresca y dulce de otros días.
Poeta de la edad de la penuria,
descendió a los infiernos sin Virgilio.
Ceniza, arena,
arena fugitiva entregada a la muerte.
Sobre la fosa,
la rosa ardiente permanezca viva
mientras desgarren zarpas de silencio
la piel lívida del mar de horror. Augur,
sus uñas se adentraron
en la carne vacía de la noche.
Los años pasarán, y hasta mis horas
se agotarán también. Pero habrá tiempo
para escribir palabras con sentido,
palabras que revienten de sentido
en cristal empañado y plata sucia.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985

  VII

De visita

Cuando llegue la hora, no hagas ruido.
La casa bulliciosa
olvidará tu paso al poco de irte
como se olvida un sueño desabrido.

No te valdrá el amor ni la paciente
entrega a su cuidado.
Márchate silenciosa,
suavemente.

Entre sus moradores, alguien crece
para quien defendiste la techumbre,
los muros y los altos ventanales
donde la luz cernida comparece
cada nueva mañana.

Es la costumbre:
Permanecer no entraba en el contrato
y es preciso partir
(de todos modos,
no pensabas quedarte mucho rato).

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


VIII


Il compagno

                                                  Para Antonio Martínez Sarrión

Yo, o lo que fuera entonces, navegaba
por el plácido mar materno,
cuando, un día de agosto,
doscientos antes de mi nacimiento,
y contando la misma
edad que ahora yo tengo,
del mester de la vida dimitiste.
Europa iba saliendo
de la última resaca de su historia
o acaso de la Historia. En el albergo,
La lámpara de mesa reunía
quince tubos vacíos en el cerco
de su luz mortecina, y, desde la penumbra,
la tersa baquelita del teléfono
parecía usurpar las imposibles formas
de un noble buda de ébano.

No te preguntaría, aunque pudiese,
si abajo resplandece un alba de oro viejo,
pero saber quisiera
de quién eran los ojos con que salió a tu encuentro,
qué rostro de mujer te reclamaba
desde los tenebrosos ejidos del silencio.
Pavesa desprendida
de los rescoldos del reciente incendio
que ya se nos perdía, hacia la noche
profusa de los tiempos,
¿qué banderas contrarias tremolaron
delante del espejo?
¿Oíste una voz ronca en medio de las voces
del ronco griterío que precedió al descenso?
¿Puso el amor esquivo un poco de dulzura
en tu copa de sombra, olvido y desaliento?

Destartaladas ediciones
de tus libros de versos,
que me hicieron antaño menos ardua
la triste travesía de un tramo del infierno,
me acompañan también en esta hora,
bajo el rigor del trueno.
Releo en la alta noche las líneas de tu diario
que mas me conmovieron,
y con ellas regresan imágenes soñadas
tantas veces: las flores de un almendro
en los bancales de Brancaleone;
Santo Stefano Belbo,
escondido en el norte partisano,
y los ríos ligures que morirán muy lejos:
en otro mar, lejano camarada,
en otro mar, como la vida, ajeno.

De "Tiempo desapacible" 1996


IX

Katábasis

                                     A Joseba Sarrionandía

                           ¿De dónde vienen esas luces,
                                   dónde están los marinos
                                               del barco antiguo?
                                                 Francisco Ibernia

Decid ¿cómo zafarse
de estas tristes anémonas,
arrastrado a la vasta
oscuridad del fondo?

Vidrio abisal ¿qué es esa
luminaria imprecisa?
Llama malva no extinta
desciende con nosotros.

Arriba, las cuadernas
abiertas del esquife:
alta quilla, acerado
esternón silencioso.

Ah la tierna madera,
tacto suave del pino,
arrebatada gloria
del olivo y del olmo.

Caer. Caer despacio,
como un áncora enferma.
Madréporas hostiles
vedarán mi retorno.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985

X

La casada infiel

Un día de Aberri Eguna
me puso en un compromiso.

Después vivimos una historia
de amor, maría y luna llena
frente a la playa de Zarauz
que habría matado de envidia
a cualquier arábigo-andaluz.

Yo me la llevé a la playa
la noche de Aberri Eguna,
pero tenía marido
y era de Herri Batasuna.

Me porté como quien soy,
como un euscaldún legítimo,
y para olvidarla pronto
le regalé un prendedor
con un verso, una icurriña, una pluma y una flor,
y un libro de Patri Urkizu
forrado en raso pajizo.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


XI

Las ollas de Egipto

Qué inútil el recurso a los recuerdos
o al consuelo banal de otras caricias,
porque has perdido para siempre a aquélla
que devastó tu carne enamorada.

(Sólo el remordimiento prevalece).

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


XII

Lauretta

Ya cesaron las lluvias.
Ya perdieron su flor los jacarandáes.
Pronto me iré de aquí.

No hice muchos amigos.
No bajé a los infiernos como Lowry,
y nada me importabas
cuando te conocí.

Ojalá no te hubiera conocido,
boca de ajonjolí.
Ojalá no te hubiera querido
así.

Sólo espero que nunca la tristeza
te trate como a mí.

"Suma de varia intención" 1987


XIII 

Lemures

Desde las tumbas cándidas
contemplamos con sorna su destino.

Ved cómo se empecinan
sus sexos miserables contra vientres hostiles.

Y la mise-en-abîme de sus conciencias
cuando abrazan la dulce materia prometida.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


XIV

Maestu

                                  A Javier Monedero

Río del tiempo
que cruza el alma
fluyendo siempre
desde el mañana.

Orillas mustias
por donde pasa
lánguida y lenta
su lengua el agua.

Juncal del sueño
junto a la mansa
corriente. Lecho
de piedras blancas.

Sobre las ondas
sombra de garza.
Manos del viento
desmadejadas.

Ay, devolvedme
los campos de Álava,
el terso llano
color de espada,

la Fuente de Ocho
Caños que mana
el bebedizo
de la nostalgia.

Dadme el sol pálido
sobre la plaza:
aquel perfecto
sol de la infancia

(luz taciturna
que presagiaba
el nacimiento
de la palabra).
Sí, devolvedme
la voz del alba.


XV 

Muchacha en la ventana

Fumas. La tarde lenta
de julio va cayendo
sobre el cercano mar.
En esta larga huida
de la luz, solamente
la brasa del cigarro
y la brisa que mueve
los dos geranios mustios
parecen desasirse
de la paz mineral
(tan oscuros e inciertos
el mar de piedra pómez
y tus cabellos húmedos).

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


XVI

O dark dark dark

Let's ask for the bill, decías. No
querías quedarte. Decidimos, no obstante,
pedir un último café.
Nerviosa y aburrida, llamaste al camarero:
... and one tea for me, with milk. Please.
Fuera estaba cayendo mansamente la lluvia.
Se perdía la gente hacia calles extrañas.
Let's ask for the bill, now. La pasión de un verano
yacía moribunda al pie de la tetera.
Well, see you... y dónde,
dónde se fue tu amor, Pentesilea.

 "Diario de un poeta recién cansado" 1985


XVII

Póntica

Al otro pertenecen
Las escenas que guarda tu memoria:
Imágenes confusas
Que el óxido del tiempo deteriora.

Otro es el que las sueña
Desde un ayer de rabia silenciosa.

Muere con ellas una lengua exangüe
Y una causa llamada a la derrota.

Y tú envejeces lejos,
En el destierro de la tierra toda,
Entre voces ajenas
Y soledades próximas,
Perdiendo cada día y rescatando
Los colores, las líneas y las formas
De un mundo ajeno que creíste tuyo
Y alzando en torno de su ausencia torva
Gastados laberintos de palabras,
Una mansión decrépita y angosta,
Una torre, un brocal, quizá una vida.

Del otro son los sueños que custodias.

De "Viento sobre las lóbregas colinas"   Visor 2008


XVIII 

Reloj de melancólicos

                                                          A Regaña Candina

Como una mala comedia de enredo,
así tus años mozos, por fortuna ya idos.

Querrías, sin embargo, que la frágil ternura
que todavía asocias a ciertas remembranzas
no fuera solamente ilusorio desvío
de la memoria al borde de su disolución.

Pues aunque te sobraran de una mano diez dedos
para sacar la cuenta de los instantes gratos,
aunque copia abundosa de amargura te empuje
hacia adelante siempre, desde el mojón anclado
en medio del camino, etcétera, te guarde
esta rara certeza de que atisbaste un día
algo parecido a la felicidad
contra las asechanzas de la vieja enemiga
cuando se borre el mundo tras la lluvia de otoño.

"Arte de marear" 1988


XIX

Requiem aeternam donet tibi

Tú, que de toda carne has tomado el camino,
solidario en la culpa de hermanos taciturnos,
¿esperabas acaso encontrar otra cosa
ques esta oquedad batida por élitros y valvas?
Que el corazón del hombre sea un vaso de infamia
nada importa a los ojos de dioses impasibles.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


XX

Rosario

Yo la quería mucho, pero entonces
amar y destruir sonaban parecido,
como en los más confusos poemas de Aleixandre.
Nos casamos con otros. Tal vez así perdimos
lo mejor de la vida. Quién sabe. Hubo una noche
en que ambos acordamos que pudo ser distinto
el rumbo de esta historia de culpa y cobardía.
Se quitó el pasador de su cabello oscuro
y me lo dio al marchar, y nunca volví a verla.
Murió. No lo he sabido hasta esta tarde misma,
varios años después, en su pequeño pueblo
y frente a la serena desolación del mar.
Ahora intento evocarla, pero se desvanece:
No he encontrado siquiera su pasador de rafia.

"Tiempo desapacible" 1993-1996


XXI

Spoon river, Euskadi

¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.

"Suma de varia intención" 1987


XXII

Tonton macoute

Afirmas que he matado lo mejor que en mí había
y que por eso sueño con crímenes, y aciertas.

En mi interior acecha un asesino,
tonton macoute de negros anteojos,
avezado a tirar contra las emociones
demasiado abultadas.

No me pidas, amiga, que lo trate
con la ingratitud de un Baby Doc.

Me ha sido siempre fiel.
Más que las otras.

"Suma de varia intención" 1987


XXIII

Tríbada falsaria

Que torpemente, Lesbia,
ofenderme procuras.

Considera, por caso, el venenoso infundio
que sobre mí propala tu tierna sobrinilla,
esa nauseabunda literata en vernáculo
que languidece -es obvio- por mi eterno desdén.

Sé que de ti procede, pero no ha de ayudarte
mi inmerecida fama de catador de virgos,
pues desoíste antes el consejo del Griego.

En materia de fábulas, se debe preferir
lo verosímil imposible
a lo posible inverosímil.

"Suma de varia intención" 1987


XXIV

Utima erectio

(Oración gnóstica para las postrimerías)

Sólo roza mis labios el extremo del ala
de aquél ángel terrible que fue mi compañero.
Privilegio del légamo: ahora sé lo que espero
de la rosa que muere, de la sal que desala.

Por mi pecho y mi vientre garra suave resbala
hacia el sexo aterido, y de un golpe certero
desbarata la dulce trabazón. Por entero
desmenuza en la sombra la materia que tala.

Basílides, Marción, blasfemos pertinaces
que pusisteis la nada por cimiento del mundo
y al abismo arrancasteis -Valentín- la palabra.

Ángel de la carroña, que a zarpazos deshaces
la rotunda bandera del amor moribundo.
Rogad por mí al divino aguijón que me labra.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985


XXV

Vers l'ennui

but who is that on the other side of you?

Entonces era el mundo. Qué grande parecía.
En el límite mismo del verano, qué dulce
el tiempo que se abría, la luz indeclinable.

Entre el pinar y el río se extendían los huertos:
los pequeños retazos de maizales y habares
brillaban agolpados bajo el oro de junio.

Inventar cada día las cosas, empaparse
de sol, buscar los nombres del grillo y de la arena,
del hinojo fragante, del cangrejo, del cuarzo.

Y el regreso: la tarde nos devolvía al sueño
por estradas de polvo y escoria triturada,
dóciles a las voces cercanas del cansancio.

Pero yo te sentía. Tú venías conmigo,
ángel del tedio, hermano, arrojando tu sombra
sobre las zarzamoras, tu sombra abominable.

"Diario de un poeta recién cansado" 1985



XXVI

Palinodia

                              (A Martín)

No te roce siquiera la piedad
si, al hojear el álbum de guardas desvaídas,
un colegial de floja cazadora,
cuyos ojos presagian el alcohol
de los años inhóspitos que estaban al acecho,
te mira desde el fondo del retrato
como si nunca hubiese roto un plato.

Te engañarás si tomas por finura de espíritu
tal expresión, pues nada había de eso.
Yo lo conocí bien. Poseía tan sólo
una rara panoplia de estrategias mezquinas
para salvar el tipo. Pensaba el muy estúpido
que la de la inocencia
no era mala apariencia.

Pero la prematura rigidez pasa pronto
y además no amortiza el esfuerzo invertido.
Los réditos que rinde son paja dada al viento.
Vas listo si pretendes sacarle otro provecho
que la fama de santo (no es para tanto).
Escapó como pudo, abriendo una tronera,
hacia donde sentía bullir la primavera.

Y, para su desgracia, se dio cuenta a deshora
de que algunos aromas le sentaban fatal
(sobre todo, el de ciertas florecillas del mal).
Anduvo dando tumbos de jardín en jardín,
reprimiendo la náusea, hasta que un día, al fin,
no tuvo más remedio, dada su edad ya crítica,
que meterse en política.

Pero tampoco en ésta le lució mucho el pelo,
pues arreglar el mundo no es tarea al alcance
de quien tiene su casa en permanente ruina.
Pure perte, sa vie. No guardaría ni
un rescoldo de amor de aquellos tiempos
de ilusiones y dulce desvarío.
No te roce siquiera la piedad, hijo mío.


XXVII

Reloj de melancólicos

                                                                      A Regaña Candina

Como una mala comedia de enredo,
así tus años mozos, por fortuna ya idos.

Querrías, sin embargo, que la frágil ternura
que todavía asocias a ciertas remembranzas
no fuera solamente ilusorio desvío
de la memoria al borde de su disolución.

Pues aunque te sobraran de una mano diez dedos
para sacar la cuenta de los instantes gratos,
aunque copia abundosa de amargura te empuje
hacia adelante siempre, desde el mojón anclado
en medio del camino, etcétera, te guarde
esta rara certeza de que atisbaste un día
algo parecido a la felicidad
contra las acechanzas de la vieja enemiga
cuando se borre el mundo tras la lluvia de otoño.

De Arte de marear (1988), Poesía reunida (1985-1999), Madrid, 2000.


XXVIII

Elegías a ciegas

                    A Javier Egea,
                     que me regaló una rima.

Las dos hermanas ciegas de tu abuelo,
Pepita juntamente y Victoriana,
a contraluz las ves: sombras chinescas
entre el biombo de seda y la ventana.

Huye el año sesenta.
Del parque llega un frío alborotar de pájaros.
Envueltas en sus chales oscuros, estas damas
nonagenarias rezan el último rosario.

No saben que la noche venidera
les depara una suave, dulcísima agonía:
Caerán como dos rosas tronchadas, desde el sueño
hasta el delantal cándido de la Virgen María.

La tía Victoriana, afligido galápago
que se arrastraba apenas por los hondos pasillos
de la casa de Aguirre, será un serafín de alas
veloces por las sendas de luz del Paraíso.

Y la tía Pepita, que daba besos húmedos
y te contaba historias del asedio carlista,
sentirá una caricia de Jesús en los párpados
y, al entreabrirlos luego, lo tendrá ante la vista.

Pero aún sólo atardece.
Reclinada en la mano infantil la cabeza,
persigues soñoliento el paso de las horas
en el reloj de cuco, molino de tristeza.

Imaginas acaso un Bilbao fin de siglo,
y en el balcón las pobres señoritas Juaristi
esparciendo puñados de pétalos a tientas
sobre la procesión del Corpus Christi.

No las turba la pompa de las capas pluviales
ni la custodia de oro donde tiembla el viril,
ni el patio recamado, ni la guardia de gala
de don Antón Pirala, gobernador civil.

Nadie repara en ellas.
En su vasta tiniebla no oirán requiebro alguno.
Tal vez, enternecido, un beso les envíe
su amigo de la infancia, don Miguel de Unamuno.

Su memoria volátil habría dado en nada,
si tú, al poner tus parcos recuerdos en abismo,
no hubieses decidido guardarla para siempre
en un poema hinchado de falso modernismo:

Sólo un pretexto impuro para un tosco retruécano
en el verso final, pues, aunque tú lo niegas,
como las infelices hermanas de tu abuelo,
entonces –ahora y siempre- elegías a ciegas.


XXIX

De visita

          Cuando llegue la hora, no hagas ruido.
La casa bulliciosa
olvidará tu paso al poco de irte
como se olvida un sueño desabrido.

          No te valdrá el amor ni la paciente
entrega a su cuidado.
Márchate silenciosa,
suavemente.

           Entre sus moradores, alguien crece
para quien defendiste la techumbre,
los muros y los altos ventanales
donde la luz cernida comparece
cada nueva mañana.

                     Es la costumbre:
Permanecer no entraba en el contrato
y es preciso partir
                     (de todos modos,
no pensabas quedarte mucho rato).


XXX

Baztán

Cazador entre los pinos, 
al acecho de torcaces.
Otoñada.
Tus recuerdos son caminos
que regresan pertinaces
a la nada.

De mozo te conocí,
en este puesto secreto
vigilante,
como un ávido neblí,
por zarpar pugnando inquieto
desde el guante.

El arroyo entristecido
ha gastado con los días
sus riberas
y tus días el olvido
los ha trocado en vacías
parameras.

Cómo te burla el halcón,
cómo en el cielo de octubre
va tendiendo
redes a tu corazón,
cómo con ellas lo cubre
descendiendo.

Cazador, mal cazador,
toda herrumbre tu escopeta
temblorosa,
¿cuándo te pasó el amor
de claro con su saeta
silenciosa?


XXXI

Sátira primera     (A Rufo)

Te has decidido, Rufo, a probar suerte
en un certamen de provincias donde
ejerzo casualmente de jurado,
y encuentro razonable que me llames,
al cabo de diez años de silencio,
preguntando qué pasa con mi cátedra,
qué fue de aquella chica pelirroja
con quien ligué el ochenta en Jarandilla,
cómo siguen mis viejos, si padezco
todavía del hígado y si he visto
a la alegre cuadrilla del Pecé.
Pues bien, ya que deseas que te cuente
de mí y mi circunstancia, has de saber
que un punto de Alcalá me la birló,
en Jodellanos gran especialista,
a quien pago el café cada mañana
y sustituyo volontiers los días
en que marcha a simposios en San Diego,
en Atlanta, Florencia o Zaragoza.
Se casó con Gonzalo. El hijo de ambos
va al colegio del mío, pero en vano
acudo a todas las convocatorias,
reuniones, funciones navideñas.
La pícara me elude, y yo departo
interminablemente sobre fútbol
con el cretino del marido, mientras
asesinan los críos una sórdida
versión del Cascanueces. Bien conoces
al pelma de Gonzalo. Creo, incluso,
que fuiste tú quien se lo presentó.
No pruebo ni una gota últimamente,
después de la biopsia. Te confieso
que añoro aquellos mares de vermú,
aunque el agua es sanísima. Vicente,
antiguo responsable de mi célula,
es viceconsejero de Comercio
por el Partido Popular, y, claro,
se mueve en otros medios. Otra gente
parece preferir ahora Vicente.
Mis padres van tirando. Cree, Rufo,
que nada tengo contra ti. Al contrario,
te recuerdo con franca simpatía.
Sobradas pruebas de amistad me diste
en el tiempo feliz de nuestra infancia.
Es cierto que arruinaste mi mecano,
que me rompiste el cambio de la bici,
que le contaste a mi primera novia
lo mío con tu prima, la Piesplanos.
Eras algo indiscreto, pero todos
tenemos unos cuantos defectillos.
Veré qué puedo hacer. No te prometo
nada: somos catorce y, para colmo,
corre el rumor de que Juan Luis Panero.

De Los paisajes domésticos 1992


XXXII

MATERIAL DE DERRIBO

(Para una poética)
Un pozo negro en la memoria.
Las calles del querido y puerco Vinagrado.
Tristeza de la carne y haber leído todos los libros necesarios.
Y en las contadas horas en que con otros cuerpos
desisto de mí mismo,
un poco de erotismo.

Diario de un poeta recién cansado, 1985.


XXXIII

POÉTICA BAJO MÍNIMOS

A Bernardo Atxaga
Todo poema nace de un arrebato, dices.
Pero un poema que sólo de un arrebato nazca
será siempre un mal poema. Como éste.

Un buen poema debe contener
al menos una idea indemne.
No sombras, ni proyectos ni carcasas de ideas.
Alumbrar una idea no es tarea
encomendable al mero sentimiento.

El resto es poca cosa: la exultación
o la melancolía;
la pericia, el azar,
e incluso las discretas añagazas
que nos atraen la benevolencia del Censor.

Suma de varia intención, 1987.


XXXIV

CORRECTA LIMITACIÓN

Poeta menor
de una literatura menor
(«Aquella que una minoría produce
en una lengua mayor»,
según definición del pelotari
Félix Guattari),
no he podido evitar que muchas veces
se empozara en mis versos
la resaca de todo lo bebido
en las mil y una noches toledanas
que generosamente me ha infligido
este cartagenero pueblo vasco.

Acaso en ello estribe la «correcta
limitación» que me atribuye
un crítico no muy benevolente.

Suma de varia intención, 1987.


XXXV

POÉTICA FREUDIANA

Escribe sobre aquello que conoces
pero miente si fuera necesario,
y aunque escribir es viento solitario
desparrama tu voz en muchas voces.

Igual da que te muestres o te emboces,
metido en este oficio de falsario.
Aprende como todo recetario
a distinguir el Goce de los goces.

El Goce [el sufrimiento (la escritura)]
en otra parte está: senda escondida
desde el amor prohibido a la locura.

No hay cicatriz que pueda con tu herida:
cela siempre un tesoro de amargura
la dorada morralla de la vida.

Los paisajes domésticos, 1992.


XXXVI

INTENTO FORMULAR MI EXPERIENCIA DE LA POESÍA CIVIL

“¡Oh, Capitán, mi Capitán, Dios mío!
¡A por ellos, que son de regadío!”
WALT WHITMAN Y RAMÓN CABRERA
Según algún amigo sevillano,
cerró hace un siglo aquella librería
de Sierpes, donde un día
compré su Colección particular.

Mediaba un largo y tórrido verano,
pero yo celebré la Epifanía.
Dieciocho años tenía
y empezaba a sufrir el malestar

de la vida incurable, a la que en vano
descubrir un sentido perseguía.
Ya sabéis: la acedía
de quien se cree fuera de lugar,

o demasiado tarde, o muy temprano,
o solo, o con la inmensa mayoría.
Hoy lo definiría
como cierta tendencia a exagerar.

Pero os hablo de un tiempo muy lejano:
es difícil decir lo que sentía.
Desde esa lejanía
lejos andaba yo de imaginar

los trucos del demonio meridiano,
las mil formas que adopta la ordalía
de la melancolía
cuando se tiene mucho que olvidar.

Sospecho que, al fingir fungir de anciano,
propiciar de algún modo pretendía
la esquiva poesía
que tanto se me hacía de rogar.

El síndrome de Prufrock –un malsano
sentimiento de ocaso y agonía–
el mundo me teñía
de un fastuoso color crepuscular.

Quería ser llorando un hortelano
y devolver verdor y lozanía
a la tierra baldía
de este áspero muñón peninsular.

Un campo amortajado, un monte cano,
un calvero de polvo y cobardía:
así me parecía
nuestro amable parnaso familiar.

Árido surco, el verso castellano
arañaba tenaz. Florecería
o no florecería,
pero qué se perdía con probar.

Vuelvo al punto en que salgo, libro en mano,
de la tienda de Sierpes. Descendía
el sol. Atardecía,
y me empujó la tarde a cierto bar.

Reclinado ante un fino jerezano,
abrí al azar la adusta antología.
Leía y releía
y nunca me cansaba de admirar

tanto verso vestido de paisano
con elegancia atroz, y la osadía
de la cacofonía.
Sin duda, era el momento de pensar

que el hecho de estar vivo y ser humano
exige al burguesito en rebeldía
un grano de ironía.
No es cierto que por mucho madrugar

amanezca la huerta en el secano.
La experiencia es cosecha muy tardía
y, amén, la artesanía
de hacer versos, un juego malabar.

De aquel deslumbramiento soberano,
gracias al cual barrí la porquería
que entonces escribía,
os quiero la memoria dedicar:

Abelardo, Felipe, Abel (mi hermano),
Antonio, Carlos, Pere, Luis García
Montero y compañía,
Luis Alberto, Juanito Lamillar,

Fernando Ortiz, Francisco Bejarano,
Álex Susana y Álvaro García,
Jesús, José María,
Paco Castaño y paro de contar.

Aquí acaba el corrido de Emiliano
Zapata y de su fiel infantería.
Me voy, canalla mía,
en un buque de guerra (si por mar).

Los paisajes domésticos, 1992.


XXXVII

No es como lo temías
Te asombra la dulzura del declive.
La paz del cuerpo,
La ausencia de rencor en la memoria.
Como un piso tranquilo y espacioso
O una digna mansión de renta antigua
Te acoge la vejez.
Libros, tardes de lluvia, conversación pausada
Entre amigos de siempre
Que nada nuevo tienen que decirse,
Y la oportuna pérdida
Del oído derecho.


XXXVIII

Afasia

Con creciente frecuencia,
La maldita memoria se encasquilla
Y busco en vano nombres
Para rostros que surgen
De la marisma pétrea del sueño.
Esas sombras anónimas regresan al olvido,
No sin antes dejarme
Un rastro de ceniza en la mirada.
Así será mi muerte, lo presiento:
No encontraré partidas de bautismo,
Diplomas escolares,
Cartas que me demuestren que te importé algún día.
Cuando ni una palabra me convenga,
Vendrá y tendrá tus ojos
O los de otra cualquiera.


XXXIX

Noche de ánimas

A Karmelo Iribarren

Desordenada mesa que es espejo
De un desorden más íntimo y acaso
Irremediable ya, mientras me alejo
Por una estrada oscura, paso a paso,
Hacia la última orilla,
Sin otro capital que mi fracaso.
Desordenada mesa, astrosa silla,
Libros que no abriré en altos estantes
Y una tenue bombilla
Presidiendo las horas vacilantes
En que toda esperanza se desploma
(la vida que soñé:
menuda broma).


XL

A un gudari de 1968

Para Teo Uriarte

La taberna aldeana
Como un cuadro de José de Arrúe:
Se jugaba, en el porche, a la rana,
Ante un muro teñido de mugre.
Ah, recuerda esas tardes, hermano:
Los tediosos celajes azules.
Vinogrado, a lo lejos, lanzaba
Resplandores de pálido azufre.
En la paz de los campos, las vacas
Balancean sus torpes testuces,
Y la abuela rescata del arca
Lienzos albos, sinoples y gules:
Las banderas que tú irás sembrando,
Los domingos de Pascua, en las cumbres
De San Roque y de Ganecogorta,
De Lemona y del alto Sollube.
Con el rojo y el blanco y el verde
Tremolando detrás de las nubes,
Qué te importa que nadie las vea
Ni se sepa si bajas o subes.
Corazón valiente,
Tamboriles y silbos te arrullen.
Que a tu paso se tienda el helecho
Y que el roble marchito repunte.
Pues te alzaste intrépido
En el tiempo de la servidumbre:
Insurrecto a la espera del alba,
Sólo tú presentías sus luces.
Sólo tú, con el alma cegada
Por el sol de la Patria, descubres
Un camino a la guerra infinita,
A través de los días volubles.
Y eso que soñabas
Lo soñaron también en sus bucles
Infernales de melancolía
Taciturnos camaradas fúnebres.
La taberna sacada de un óleo
De José de Arrúe:
Se jugaba a la gloria y la muerte
Con pistolas roídas de herrumbre

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